No sólo sacerdote, sino también profeta y rey, en la medida en que participa de estas tres dignidades de Cristo
El sacramento del bautismo introduce a las personas que lo reciben en la triple función sacerdotal, profética y real de Jesús.
En la medida en que cualquier fiel laico vive su identidad bautismal, participa de estas importantes prerrogativas cristológicas.
La Iglesia que fundó Jesús es el nuevo pueblo de Dios: un pueblo sacerdotal, profético y real. “Jesucristo es Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido ‘Sacerdote, Profeta y Rey’. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas”, indica el Catecismo (783).
Pero, ¿qué significa el verbo participar? Participar significa que se “tiene parte de algo” o compartir algo, o que parte de algo o de alguien se tiene personalmente. Es decir que todo bautizado tiene una parte de la triple función sacerdotal, profética y real de Jesús.
Todos los laicos son los fieles “incorporados a Cristo por el bautismo y constituidos en pueblo de Dios y hechos participes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Cristo”, señala la Constitución Lumen Gentium (31).
De manera pues que todo bautizado, al ser miembro de Cristo (Catecismo, 1213) Sacerdote, Profeta y Rey, pertenece a una estirpe real y sacerdotal (1Pe 2, 9).
Cada bautizado también es sacerdote, profeta y rey
El aceite es uno de los tres símbolos del bautismo. El ministro, después de ungir con el Santo Crisma al recién bautizado, le proclama sacerdote, profeta y rey. Con la siguiente fórmula: “Dios todopoderoso… te consagra N.N… para que incorporado a su Pueblo, la Iglesia, seas siempre miembro de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, para la vida eterna”.
Los bautizados son sacerdotes
“Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia “un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1,6; cf. Ap 5,9-10; 1 P 2,5.9). Toda la comunidad de los creyentes es, como tal, sacerdotal.
Los fieles ejercen su sacerdocio bautismal a través de su participación, cada uno según su vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey.
Por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los fieles son “consagrados para ser […] un sacerdocio santo” (LG 10)” (Catecismo, 1546). Los fieles gozan de una dignidad sacerdotal.
Pero el sacerdocio que reciben los fieles con el bautismo es muy diferente del sacerdocio ministerial. El de los fieles es previo y más importante: es un sacerdocio que los hace partícipes del único sacerdocio de Cristo. Tan importante es el sacerdocio de los fieles que el sacerdocio ministerial está a su servicio.
El sacerdocio común de los fieles, por el cual todos están llamados a dar testimonio de Cristo, es un sacerdocio que se nutre y se expresa en la participación de los sacramentos.
De esta manera Cristo se asocia íntimamente a los fieles laicos, a su vida y a su misión, y los hace partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de que ejerzan un culto espiritual.
Todo cristiano es sacerdote y está llamado a hacer de su vida una continua alabanza al Padre; es el que bendice, el que alaba al Señor.
Los fieles laicos también ejercen su sacerdocio al santificarse en todo lo que hacen y al ayudar a otros cristianos a ser santos. Nos dice la Iglesia que todos los laicos tienen la misión, al participar del sacerdocio de Jesús, de consagrar el mundo (LG, 34).
Los fieles son sacerdotes cada vez que se dirigen a Dios y le presentan sus preocupaciones, sus ilusiones, sus inquietudes, sus dificultades, sus alegrías, sus necesidades y las del mundo entero; cuando su oración es universal y no se centran en sí mismos.
Y, así como la figura del sacerdote evoca imágenes de ofrecimiento de sacrificios y de mediación, así también los fieles laicos toman parte de este oficio sacerdotal de Jesús cada vez que le ofrecen, por sí mismos o por otros, sacrificios espirituales a Dios que Él acepta (1 Pe 2, 5).
¿De qué sacrificios hablamos? Hablamos de la vida de cada día, con sus ilusiones, sus esfuerzos y trabajos. Estos sacrificios se ofrecen también para rendir culto a Dios y darle gracias por su presencia divina en el mundo.
Y ofrecer no sólo sacrificios pues todos los bautizados son sacerdotes para ofrecer los cuerpos como hostia viva. Lo dice san Pablo: “Os exhorto… a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios; tal será vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1).
Y el fiel ejerce su sacerdocio también al ser un mediador, aquel que está ante Dios e intercede por el pueblo. Esto quiere decir que el sacerdote está ante Dios para pedir perdón, para implorar la paz y la gracia. Y es esta más propiamente la verdadera función del seglar que participa en el misterio de la salvación de Cristo.
Y finalmente donde más plenamente los fieles laicos desempeñan su oficio sacerdotal es en la Eucaristía. “El sacerdote oficia el sacrificio y los fieles concurren” (LG, 10) a la ofrenda de la Eucaristía: Ofrecen juntamente con el sacerdote a Cristo al Padre, y se ofrecen juntamente con Cristo.
Los bautizados son profetas
Cristo profeta cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria no solo a través de la jerarquía, sino por medio de los laicos (LG, 35).
En el Bautismo somos consagrados profetas ya que tenemos que llevar la Palabra divina a los demás.
El cristiano es alguien llamado a proclamar las maravillas de Dios, a dar testimonio público de Jesucristo, a ser promotor de la verdad y de la paz, a denunciar la injusticia y la mentira, a oponerse a todo lo que dañaa la sociedad y al individuo.
Somos profetas para hablar a los hombres de Dios y aquí tenemos el apostolado o la evangelización.
Somos profetas cuando anunciamos, con nuestra vida, a la divina persona de Jesucristo, cuando somos consecuentes con nuestra condición de creyentes y vivimos en verdad, sin querer esconder ante los otros nuestra fe.
El pueblo de Dios participa del carácter y misión profética de Cristo, dando testimonio de Él con su vida de fe y de amor a semejanza de los Apóstoles que transmitieron lo que habían visto y oído.
Los fieles toman parte en el oficio de Jesús de ser profetas llevando el evangelio a todos los ámbitos de la vidatanto con la palabra como con las obras.
La misión de dar razón de nuestra fe, de ser apóstoles, no es sólo oficio de los sacerdotes ordenados, sino de todo el pueblo de Dios, ya que con Cristo los fieles son profetas, anunciadores del evangelio en todos los ambientes y lugares, y denunciadores de todo aquello que se manifiesta contrario a nuestra fe.
Para que los fieles puedan llevar a cabo ésta misión más eficazmente, “dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la verdad revelada y pidan a Dios con insistencia el don de la sabiduría”(LG, 35).
El profeta es aquel que vive dos realidades. De una parte está inmerso en la sociedad actual y de consecuencia conoce y entiende las luchas y los trabajos del pueblo, en medio del cual es llamado a servir.
Y por otra parte está en la presencia de Dios y de consecuencia conoce su voluntad y la conoce desde dentro.
Y sólo entonces el profeta es un instrumento que transmite la voluntad divina a los otros, de manera que se entienda y se siga.
El profeta asume, pues, el desafío de vivir esta doble realidad, para participar así en la acción evangelizadora de la Iglesia.
El sensus fidei es la capacidad del profeta que le permite percibir la verdad de la fe y de saberse oponer a lo que le es contrario (LG, 12 – Dv, 8).
El profeta no es el que adivina el futuro, sino el que lee los acontecimientos a la luz del Evangelio, y así tiene las claves para interpretar la historia presente y la futura.
Los fieles como profetas son capaces de ver y comprender las personas, las cosas y los acontecimientos con los ojos y la mente de Dios.
Los bautizados son reyes
Cristo es rey y es el primero en todo, “pero no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida” (Mt 20,28).
Y Cristo comunicó su poder y su realeza a sus discípulos para que también ellos dispusieran de una libertad soberana y vencieran el reino del pecado.
Los cristianos ejercen su realeza sirviendo a Cristo en sus hermanos. Por esto los fieles toman parte en la función de Jesús de regir (de ser reyes) sirviendo. Por eso para el cristiano reinar es servir como Cristo sirve (Catecismo 786).
Los fieles participan del Señorío al llevar el Reino de Jesús a los hombres. Dice el Concilio Vaticano II que “también por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz (LG, 36).
Esta misión de regir de los laicos también se realiza cuando se toma parte en cualquier gobierno o institución,intentando que “el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la caridad y en la paz” (LG, 36).
Es así como la realeza de Cristo llegará a través de los fieles laicos a todos los rincones del mundo y todas las estructuras de la sociedad.
Somos constituidos reyes, porque se nos da la libertad de los hijos de Dios, y esta libertad es para servir; servir a Dios en el prójimo es reinar.
Y el cristiano es rey: los reyes no están sometidos a nadie, son libres. Se ha arrancado de la vida del cristiano la raíz de toda esclavitud, que es el pecado, y así es libre para hacer el bien. La libertad se realiza sólo en el bien. El mal no nos hace libres, sino esclavos.
Somos reyes cuando sabemos dominar y acallar todo aquello que nos aparta de Dios, cuando somos dueños de nosotros mismos y de las circunstancias que nos rodean.
La autoridad divina otorgada a Cristo es la misma autoridad que Él transmite a sus seguidores para hacerles capaces de testificar su servicio en el mundo. Los bautizados estamos llamados a ejercer esta autoridad en el mundo para transformarlo a través del testimonio.
Conclusión
Jesús fue sacerdote, profeta y rey; hacia Él tenemos que mirar si de verdad queremos ser coherentes con el Bautismo que recibimos. Tomar conciencia de nuestro compromiso bautismal es todo un programa de vida. Profundicemos en este sacramento para valorar este don de Dios y así ejercer las funciones de Cristo como Él las ejerció.
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