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jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

SERMÓN SEGUNDO NAVIDAD: Sobre las palabras del canto: ¡Oh Judá y Jerusalén!.

                                             Interior Basílica de la Natividad de Belén

SERMONES SOBRE LA NAVIDAD


SERMON SEGUNDO

Sobre las palabras del canto: ¡Oh Judá y Jerusalén!.

CAPÍTULO 1

¡Oh judá y Jerusalén, no temáis! Hablamos a los judíos auténticos, los que lo son según el espíritu y no según la letra. Hablamos a la descendencia de Abrahán. Su propagación, como se lee en la promesa, parece que se ha cumplido. La descendencia se refiere a los hijos en virtud de la promesa , no a los hijos naturales. Tampoco nos referimos a aquella Jerusalén que mata a los profetas. Pues ¿cómo la consolaríamos, si el Señor lloró por ella y quedó convertida en ruinas? Nos referimos a aquel que baja, nueva, desde el cielo. ;No temáis, oh Judá y jerusalén ! No temáis, verdaderos confesores, que confesáis al Señor con la boca, con toda vuestra persona y por doquier. Os revestís de la confesión como de un vestido. Todo vuestro interior confiesa al Señor y todos los huesos proclaman: Señor, ¿quién como tú? No se comportan como esos que hacen profesión de conocer a Dios y lo desmienten con su conducta. La auténtica confesión consiste en que todas vuestras obras, hermanos, sean también obras suyas y lo ensalcen. Pero se le debe ensalzar de dos maneras, como envueltos en un doble vestido, mediante la confesión de los pecados y la proclamación de las divinas alabanzas. Seréis verdaderos judíos si la totalidad de vuestra vida confiesa que sois pecadores; que merecéis castigos mayores; que Dios es la bondad por excelencia; que él os perdona los castigos eternos que os habíais merecido a cambio de estos insignificantes y pasajeros sufrimientos.
El que no desea con ganas la penitencia, parece decir con sus acciones que no tiene necesidad de penitencia. De este modo no confiesa su pecado o la penitencia no le sirve de nada. Y tampoco ensalza a bondad divina.
Pero vosotros sed auténticos Judíos, sed la nueva Jerusalén, y ya nada temeréis. Jerusalén es la visión de paz. Visión, no posesión. El Señor estableció la paz en sus fronteras. Y no precisamente en los aledaños ni en su mismo centro. Si no tenéis la paz, y nunca la podréis tener perfecta en esta vida, al menos vedla miradla, contempladla y deseadla. Clávense allí las miradas de vuestro corazón. Hacia la paz se orienten vuestras intenciones, para que en cualquier cosa que emprendáis os mueva el deseo de esta paz que supera todo sentido. Tened siempre este objetivo : vivir reconciliados y en paz con Dios.

CAPÍTULO 2

A todos éstos decimos : No temáis. A estos consolamos, no a quienes desconocen el camino de la paz. Y si se les dice: Mañana saldréis, les sonará a intimidación, nunca a consuelo. Unicamente desean morirse y estar con Cristo los que ven y conocen la paz. Si se derrumban sus albergues terrenos, saben que su construcción proviene de Dios. Los otros, en cambio, viven como unos insensatos y se complacen de su prisión. Cuando mueren estos tales, en vez de salir, debemos decir que entran. No emigran a la región de la luz y de la libertad; penetran en la cárcel, en las tinieblas, en el infierno.
A vosotros, en cambio, se os dice: No temáis, mañanA saldréis; ya no rondará el temor por vuestras fronteras. Tenéis enemigos numerosos: la carne, el enemigo más cercano; este mundo perverso, que os invade por todas partes; los señores de las tinieblas, que, situados en la altura, acosan vuestros caminos. Sin embargo, no temáis; saldréis mañana; esto es, muy pronto. El mañana es inminente; por eso, el santo Job dijo: Mañana se me hará Justicia. En otro lugar se nos habla también de tres días: Al cabo de dos días, nos dará la vida, y al tercero nos resucitará. El primer día está bajo el signo de Adán; el segundo, en Cristo, y el tercero, con Cristo. Por eso añade: Nos esforzaremos por conocer al Señor; y en el mismo lugar: Mañana saldréis, y el Señor estará con vosotros.
Este pasaje se aplica a quienes han cumplido la mitad de sus años y en quienes han muerto el día en que nacieron, el día de Adán, el día del pecado; día que también Jeremías maldecía con estas protestas: Maldito el día en que nací. Todos nacemos en ese día. Que parezca ese día en todos nosotros; día de niebla y de oscuridad, día de tinieblas y de descontento. Este día nos lo proporcionó Adán y nuestro enemigo, que nos insinuó: Se abrirán vuestros ojos.

 CAPÍTULO 3

Pero fijaos: Ha brillado entre vosotros el día nuevo de la redención, el de la renovación antigua y de la dicha eterna. Este es el día que hizo el Señor; festejémoslo y alegrémonos, porque mañana saldremos. ¿De dónde? Del calabozo de este siglo, de la prisión del cuerpo, de los grilletes de la necesidad, de la curiosidad, de la vanidad y del placer. De codo eso que encadena los pies de los afectos, en contra de nuestra voluntad. ¿Qué le dicen las cosas terrenas a nuestro espíritu? ¿Por qué no desea las realidades espirituales y no busca ni saborea lo espiritual? ¡Oh espíritu!, tú eres de arriba; ¿qué te importa lo de abajo? Buscad as cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Saboread lo de arriba, no lo de la tierra. Pero el cuerpo mortal es lastre del alma y la morada terrestre abruma la mente pensativa.
Las incontables necesidades de nuestro cuerpo nos paralizan. La viscosidad de nuestro deseo malo y del placer terreno nos impide volar. Y si por casualidad se eleva un poco, al punto se la tira por tierra. Pero no temáis; saldréis mañana del lago de miseria y del cieno hediondo. Y para sacarnos de ahí, él mismo se hundió también en el cieno profundo. No temáis; saldréis mañana del cuerpo de la muerte y de la corrupción del pecado. Actuad durante este día en Cristo. Y vivid como él mismo vivió. Pues quien dice estar en Cristo, debe proceder como él mismo procedió. No temáis, que mañana saldréis y estaréis siempre con el Señor. O como expresamente se dice: Y el Señor estará con vosotros. Entendamos que, mientras vivamos en el cuerpo, podemos estar con el Señor, esto es, adherirnos a su querer. Pero él no está con nosotros para consentir a nuestro deseo. Queremos ser ya libres. Anhelamos morir. Deseamos salir. Pera el Señor tiene todavía sus motivos para demorarse. Mañana saldréis, y el Señor estará con vosotros, y entonces él querrá cuanto nosotros queramos; no habrá discordia alguna entre su voluntad y la nuestra.

CAPÍTULO 4

Por eso, no temáis, Judá y Jerusalén, si todavía no podéis lograr la perfección que deseáis. Que la humildad de la confesión supla la imperfección de vuestra conducta. Los ojos de Dios ven vuestra imperfección. Por eso ordenó cumplir con sumo esmero sus mandamientos. De este modo, cuando sintamos el desfallecimiento de nuestra debilidad y la imposibilidad de cumplir lo debido, refugiémonos en la misericordia y exclamemos : Tu misericordia vale más que la vida. Y si no podemos comparecer con el vestido de a inocencia o de la justicia, presentémonos con el vestido de la confesión.
La confesión y la hermosura llegan hasta la presencia del Señor si, como ya se indicó, la boca y la persona exclaman con todas sus fuerzas: Señor, ¿quién como tú? Este grito brota de la contemplación de la paz y del deseo de reconciliación con Dios. A estos se les dice: ¡Oh Judá y Jerusalén, no temáis; saldréis mañana ! Y tan pronto como el alma salga del cuerpo, todos los afectos y deseos que actualmente se encuentran dispersos y cautivos en la superficie del mundo, saldrán de estas adherencias, y el Señor estará con vosotros.
Esto os parecerá una exageración si os fijáis en vosotros mismos y no en las cosas que os aguardan. ¿Acaso el universo entero no lo espera? La criatura está sometida a la vanidad. Al caer el hombre, al que el Señor había nombrado administrador de su casa y dueño de todas sus posesiones, toda su herencia quedó corrompida. Los vientos se desataron. La maldición cayó sobre la tierra en las obras de Adán, y todo quedó presa de la vanidad.

CAPÍTULO 5

No se restaurará la herencia mientras no se renueve el heredero. De aquí el testimonio del Apóstol. Todo sigue gimiendo con dolores de parto hasta añora. Están pendientes de nosotros el mundo, los ángeles y los hombres. Escuchad: Me aguardan los justos hasta gue me devuelvas tu favor. Los mártires reclamaron el día del juicio; y no tanto por deseos de venganza cuanto por anhelo de la perfección de su dicha que entonces se les daría. Pero recibieron esta divina respuesta: Aguantad un poro hasta que se complete el número de vuestros hermanos.
Es cierto que ya han recibido la vestidura blanca; pero no lucirán las dos túnicas hasta que no las luzcamos también nosotros. Como garantía tenemos rehenes a sus propios cuerpos, pues sin ellos y sin nuestra compañía no pueden lograr la plenitud de su gloria. De aquí que el Apóstol se exprese en estos términos hablando de los Patriarcas y de los Profetas: Dios preparó algo mejor para nosotros, y no quiso llevarlos a la meta sin nosotros. ¡Si sospecháramos cómo aguardan nuestra llegada! ¡Cuánto la desean y la buscan! ¡Con qué gusto reciben las buenas noticias sobre nosotros!

CAPÍTULO 6

Mas ¿por qué hablo de estos que aprendieron a ser compasivos a fuerza de sufrir? Los mismos ángeles desean nuestra compañía. ¿Es que se van a reconstruir las murallas de Jerusalén con estos gusanillos y este polvo? ¿Habéis pensado cuánto suspiran los ciudadanos del cielo restaurar las ruinas de su ciudad? ¿Cómo andan solícitos por recibir piedras vivas, que sirvan con ellos para la construcción? ¡Cómo se afanan entre Dios y nosotros, llevando con sumo cuidado a su presencia nuestros gemidos y devolviéndonos su gracia con enorme delicadeza! Imposible que se avergüencen de ser nuestros compañeros los que se han hecho nuestros servidores. ¿No son todos dispensadores del espíritu y enviados para ayudar a quienes han de lograr la herencia eterna? Aprisa, hermanos carísimos; aprisa, que nos espera toda la corte celestial. Hemos alegrado a los ángeles cuando nos hemos convertido a la penitencia. Avancemos, démonos prisa a colmarlos de alegría. 
¡Pobre de ti si piensas revolcarte en el fango, volver al vómito! ¿Crees que en el día del juicio tendrás de tu parte a quienes quieres rehusar un gozo tan intenso como esperado? Se alegraron cuando hicimos profesión de penitencia como si nos hubiesen visto volver desde los umbrales mismos del infierno. ¿Qué impresión tendrían ahora si nos viesen alejarnos desde los umbrales del mismo cielo y volverles la espalda cuando estábamos ya con un pie en el paraíso? Nuestra vida transcurre en la tierra, pero el corazón está en los cielos.

CAPÍTULO 7

Corred, hermanos, corred. Ya no son sólo los ángeles, es el mismo creador de los ángeles quien os espera. El banquete de todas está preparado. Pero la casa no está llena. Todavía se deja tiempo para que se llene la sala del festín. El Padre os aguarda y os desea por el gran amor con que os amó. Precisamente el Hijo único que está al lado del Padre ya os lo había anunciado : El Padre os ama. Pero también os ama y os desea por su misma persona, como sc expresa en el Profeta: Lo hago por mí mismo, no por vosotros. ¿Podrá ya alguien dudar que no realizará aquella promesa hecha al Hijo : Pídemelo, y te daré en herencia las naciones. O aquella otra: Siéntate a mi derecha basta hacer de tus enemigos un estrado de tus pies. No quedarán destrozados todos sus enemigos mientras haya quien nos combata a nosotros, que somos sus miembros. No se realizará esta promesa hasta que no quede destruido el último enemigo, la muerte.
¿Y quién puede dudar cuánto desea el Hijo palpar el fruto de su nacimiento, de toda su vida terrena, el fruto de su cruz y de su muerte, el precio de su sangre preciosa? ¿No va a entregar a Dios y Padre el reino que conquistó? ¿No renovará a sus criaturas, si por el as el Padre le envió al mundo? Nos aguarda también el espíritu Santo, porque es el amor y la bondad en la que nos ha escogido desde siempre. Es el primero en querer que se cumpla su elección.

CAPÍTULO 8

Si ya está preparado el banquete de bodas y la innumerable corte celestial os desea y aguarda, corramos, pero no a la aventura. Corramos con los deseos y con la práctica de las virtudes. El que camina avanza. Diga cada cual: Mírame y ten piedad de mi según a norma de los que aman tu nombre. Yo no lo merezco; pero en virtud de lo que está estipulado: ten misericordia.
Digamos igualmente: Que se cumpla tu voluntad en los cielos. Y también : Hágase tu voluntad. Sabemos muy bien que está escrito: Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién acusará a lo elegidos de Dios? ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiero?
Mientras tanto, sea éste nuestro consuelo, queridos, hasta que partamos y el Señor esté con nosotros. Que su inagotable misericordia nos acompañe en esa dichosa salida hasta aquella clara mañana, y que en esta también cercana mañana condescienda en visitarnos y se quede con nosotros. El compasivo que vino a proclamar la liberación a los presos, libere mañana cualquiera que se sienta reprimido por la tentación. Y recibamos con alegría de salvación la corona de nuestro Rey Niño. Nos la da él mismo que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios por todos los siglos. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO:
Los auténticos judíos lo son de espíritu y no de carne. Esos verdaderos judíos tienen un doble vestido.
El primero es la confesión de los pecados (representado por Judá), considándose merecedores de mayores castigos y ven sus sufrimientos como mucho menores que aquellos.
El segundo (representado por Jerusalén) es la proclamación de las divinas alabanzas. Es la visión de la paz (diferente a la posesión) que nos hace desear morir y estar en Cristo. Al principio el hombre nace y está bajo el signo de Adán. Ese es el primer día. En el segundo día estamos "en Cristo" y en el tercero "con Cristo".
Con ese doble vestido no tenemos miedo a la muerte pues sabemos que el cuerpo mortal es lastre del alma y anhelamos morir. La criatura está sometida a la vanidad y a los placeres.
No tengamos miedo si nos basamos en Judá y Jerusalén y pensamos en EL COMPASIVO que vino a proclamar la liberación de los presos. 

SERMONES SOBRE LA NAVIDAD. SERMÓN PRIMERO


Sermones sobre la Navidad


San Bernardo



SERMON PRIMERO

Sobre el anuncio litúrgico del nacimiento del Señor:

Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá



CAPÍTULO 1

Un grito de júbilo resuena en nuestra tierra; un grito de alegría y de salvación en las riendas de los pecadores. Hemos oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una frase rezumante de gozo, digna de todo nuestro aprecio.
Exultad, montañas; aplaudid, árboles silvestres, delante del Señor porque llega. Oíd cielos; escucha, tierra; enmudece y alaba, coro de las criaturas; pero más que nadie, tú, hombre. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¿Quién tendrá corazón tan de piedra que, al oír este grito, no se le derrita el alma? ¿Se podría anunciar mensaje más consolador? ¿Se podría confiar noticia más agradable? ¿Cuándo se ha oído algo semejante? ¿Cuándo ha sentido el mundo cosa parecida? Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Expresión concisa sobre la Palabra condensada, pero henchida de celeste fragancia! El afecto se fatiga intentando expandir un mayor derroche de esta meliflua dulzura, pero no encuentra palabras. Tanta gracia destila esta expresión, que, si se altera una simple coma, se siente de inmediato una merma de sabor.
Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh nacimiento esclarecido en santidad, glorioso para el mundo, querido por la humanidad a causa de incomparable beneficio que le confiere, insondable incluso para los ángeles en la profundidad de su misterio sagrado! Y bajo cualquier aspecto, admirable por la grandeza exclusiva de su novedad; jamás se ha visto cosa parecida, ni antes ni después. ¡Oh alumbramiento único, sin dolor, cándido, incorruptible; que consagra el templo del seno virginal sin profanarlo! ¡Oh nacimiento que rebasa las leyes de la naturaleza, si bien la transforma; inimaginable en el ámbito de lo milagroso, pero subsanador por la energía de su misterio!
Hermanos: ¿Quién podrá proclamar esta generación? El ángel anuncia. La fuerza de Dios cubre con la sombra. Baja el Espíritu. La Virgen cree. La Virgen concibe en la fe. La Virgen alumbra y permanece virgen. ¿Quién no se asombrará? Nace el Hijo del Altísimo, Dios de Dios, engendrado antes de todos los siglos. Nace la Palabra-niño. Imposible admirarlo cual se merece.

CAPÍTULO 2

Tampoco es inútil este nacimiento, ni queda estéril tal condescendencia de la majestad divina. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Los que yacéis en el polvo, levantaos exultantes. Mirad al Señor de la salvación. Trae la salvación y viene con ungüentos y con gloria. Es inconcebible un Jesús sin salvación, como lo es un Cristo sin unción y un Hijo de Dios sin gloria. El es la salvación; él, la unción y la gloria, como está escrito: El Hijo sensato es la gloria del padre.
Dichosa el alma que ha gustado del fruto de la salvación, porque le atrae y corre tras el olor de los perfumes para contemplar su gloria, gloria del Hijo único del Padre. Reanimaos los que os sentís desahuciados: Jesús viene a buscar lo que estaba perdido. Reconfortaos los que os sentís enfermos : Cristo viene para sanar a los oprimidos con el ungüento de su misericordia. Alborozaos todos los que soñáis con altos ideales: el Hijo de Dios baja hasta vosotros para haceros partícipes de su reino. Por eso imploro: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame, y quedaré a salvo; dame tu gloria, y seré glorificado. Y mi alma bendecirá al Señor, y todo mi interior a su santo nombre, cuando perdones todas mis culpas, cures todas mis enfermedades y sacies de bienes mis anhelos.
Estas tres cosas, queridísimos míos, saboreo en mi alma cuando oigo la buena noticia del nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Por qué le llamamos Jesús? Unicamente porque salvará a su pueblo de todos sus pecados. ¿Y por qué le llamamos Cristo? Porque hará pudrir el yugo de tu cuello con la efusión del aceite. ¿Por qué e Hijo de Dios se hace hombre? Para que los hombres se vuelvan hijos de Dios. ¿ Quién puede resistir a su voluntad? Si Jesús es el que perdona, ¿quién se atreverá a condenar? Si es Cristo el que cura, ¿quién podrá herir? Si el Hijo de Dios es el que enaltece, ¿a quién se le ocurrirá humillar?

CAPÍTULO 3

Nace Jesús. Alégrese incluso el que siente en su conciencia de pecador el peso de una condena eterna. Porque la misericordia de Jesús sobrepuja el número y gravedad de los delitos. Nace Cristo. Gócense todos los que han sufrido la violencia de los vicios que dominan al hombre, pues ante la realidad de la unción de Cristo no puede quedar rastro alguno de enfermedad en el alma, por muy arraigada que esté. Nace el Hijo de Dios. Alborócense cuantos sueñan con sublimes objetivos, porque es un generoso galardonador.
Hermanos, he aquí al heredero. Acojámosle con devoción, y recibiremos su misma herencia. Aquel que entregó a su mismo Hijo por nosotros, ¿cómo nos negará los demás dones con el don de Hijo? Rechacemos la desconfianza y la duda. Tenemos un firme apoyo : La Palabra se ha hecho carne y acampó entre nosotros. El Hijo único de Dios quiso tener muchos hermanos para ser entre todos ellos el primero. No tiene por qué dudar el apocamiento de la debilidad humana. Fue el primero en hacerse hermano de los hombres, hijo del hombre, hombre. Y, aunque el hombre opine que esto es imposible, los ojos confirman la fe.

CAPÍTULO 4

Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico del "Aleluya". ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre? Tu nombre se ha hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de judá.
Y no en vano se añade de judá, pues la expresión nos insinúa que la promesa se hizo a nuestros padres. No se le quitará a Judá el cetro, no dejará de salir el caudillo de entre sus muslos, basta que llegue el que tiene que venir. El mismo será la esperanza de todas las naciones. Es cierto que la salvación viene de los judíos, pero se extiende hasta los confines de la tierra. Está escrito: A ti, judá, te alabarán tus hermanos; pondrás tus manos sobre las nucas de tus enemigos; y otras cosas que leemos, pero que nunca se cumplieron en la persona de Judá, sino únicamente en Cristo: él es el león de la tribu de Judá. Sobre esto mismo está también escrito: Judá es un cachorrillo de león; te has abalanzado hacia la presa, hijo mío. Cristo es el hábil cazador que, antes de saber decir mamá o papá, se llevó el botín de Samaria. Diestro conquistador que, subiendo a lo alto, llevó cautiva a la misma cautividad. Y, sin robar nada, distribuyó dones a los hombres.
La expresión Belén de Judá nos recuerda estas profecías y otras parecidas que se cumplieron en Cristo, porque se referían a su persona. Ya no nos interesa saber si de Belén puede salir algo bueno.

CAPÍTULO 5

Lo que sí nos interesa saber es la manera como quiere ser acogido el que quiso nacer en Belén. Quizá alguno hubiera pensado prepararle fastuosos palacios, para acoger con realce al rey de la gloria. No es ése el motivo de su venida desde el trono real. En la izquierda trae honor y riquezas, y en la derecha largos años. En el cielo había abundancia eterna de todas estas cosas, pero no pobreza. Precisamente abundaba y sobreabundaba esto en la tierra, y el hombre ignoraba su valor. El Hijo de Dios se prendó de ella, bajó, se la escogió, y revalorizó su encanto para nosotros. Engalana tu lecho, Sión; pero con humildad y con pobreza. i.e agradan estos pañales. María nos asegura que le gusta envolverse con estas telas. Sacrifica a tu Dios las abominaciones de los egipcios.

CAPÍTULO 6

Por último, fíjate que nace en Belén de Judá. Procura tú mismo llegar a ser Belén de Judá. Entonces no desdeñará tu acogida. Belén es la "casa del pan". Judá significa confesión. Tú sacia tu alma con el alimento de la palabra divina. Y aunque indigno, recibe con fidelidad y con la mayor devoción posible ese pan que baja del cielo y que da la vida al mundo: el cuerpo del Señor Jesús. De este modo, la carne de la resurrección renovará y confortará al viejo odre de tu cuerpo. Así, mejorado por este sedimento, podrá contener el vino nuevo que está en el interior. Y si, en fin, vives de la fe, nunca te lamentarás de haber olvidado de comer tu pan. Te has convertido en Belén, y digno, por tanto, de acoger al Señor; contando siempre con tu confesión. Sea, pues, Judá tu misma santificación. Revístete de confesión y de gala; condición indispensable que Cristo exige a sus ministros.
Para concluir, el Apóstol te pide estas dos cosas en breves palabras: gue la fe interior alcance la justicia y que la confesión pública logre la salvación. La justicia en el corazón, y el pan en la casa. Ese es el pan que santifica. Dichosos los que tienen hambre de justicia, porque quedarán saciados. Haya justicia en el corazón, pero que sea la justicia que brota de la fe. Únicamente ésta merece gloria ante Dios. Afore también la confesión en los labios para la salvación. Y ya, con toda confianza, recibe a aquel que nace en Belén de Judá, Jesucristo, el Hijo de Dios.

RESUMEN Y COMENTARIO:
Nuestro dulce Santo siempre hace símiles en sus sermones. En este caso Belén significa "casa del pan". Pero está en Judá. Y Judá es sinónimo de confesión. Tenemos que convertirnos en Belén de Judá, mediante la confesión, para recibir a nuestro Salvador. Ese pan de la salvación hará que el odre viejo, que es nuestra carne, se renueve para poder contener el vino.
 El nacimiento de Jesús es tal que "consagra el templo del seno virginal sin profanarlo". Viene aquel dotado de una misericordia que sobrepasa el número y gravedad de los delitos. Es un hábil cazador que "cautiva a la misma cautividad". Viniendo de las riquezas celestes baja con pobreza y se acoge a la misma. Debemos buscar esa justicia tan especial que se siente en el corazón y brota de la fe.

SERMON OCTAVO DEL ADVIENTO: LOS TRES INFIERNOS

 SERMON OCTAVO DE ADVIENTO

LOS TRES INFIERNOS

Capítulo 1

Cuando celebramos la venida del Señor con lecturas y cantos, reavivamos en nosotros los anhelos de los santos padres, a quienes Dios, mediante el Espíritu Santo, se dignó revelar la redención futura, que llevaría a cabo por su Hijo, encarnándose y muriendo por la salvación de los hombres. Incluso algunos de ellos gozaron en vida del carisma profético e intuyeron de antemano la encarnación de Cristo; y nos transmitieron en sus escritos sus gozos sentidos en el interior y el fuego de sus deseos. Después de su muerte pasaron a ser moradores de los infiernos, moradores de las tinieblas y sombras de muerte. Y nadie puede imaginarse ni expresar sus hondos anhelos de expectación hacia el único que podría soltarlos del yugo de la cautividad. El fruto que podemos lograr de todos estos deseos es una serie de suspiros y anhelos con los que debemos también nosotros esperar mientras vivimos en este cuerpo de muerte, en el infierno de estas tinieblas, la llegada de nuestro libertador. Porque necesitamos sus frecuentes visitas y su consuelo en esta cárcel y, en última instancia, nuestra liberación de esta mazmorra.
Debemos saber por los santos padres, e incluso por tantas personas buenas como malas, que todos los humanos bajaban al infierno antes de la llegada de Cristo y que ocupaban allí puestos distintos según sus respectivos merecimientos. Ello se debía a la perversión del primer hombre, que, por gustar la manzana prohibida, se granjeó el destierro. Este pecado lo precipitó al exilio a él con toda su raza. Ahora sufrimos las consecuencias del pecado original, pasando sed, hambre, frío, enfermedades y, al fin, la muerte.

Capítulo 2

En todo esto debemos considerar, hermanos muy queridos, las funestas consecuencias que arrastramos a causa de nuestros pecados. Con ellos ofendemos a Dios complaciéndonos y a sabiendas. Caímos muy miserablemente por aquel pecado al que nunca dimos nuestro asentimiento. Si por el pecado de otro nos vimos desterrados del paraíso a esta tierra y aguijoneados por tan enormes y frecuentes miserias, ¿adónde nos lanzarán nuestros mismos delitos? Al infierno sin duda donde no hay esperanza de liberación. Y como la culpa de otro, no nuestra, nos arrojó a esta mazmorra, por eso la paga de otro, tampoco nuestra, consiguió nuestra salida. Si por Adán todos mueren, todos vivirán por Cristo. Pero, si se nos arroja al infierno por nuestros delitos, perdamos toda esperanza de liberación, porque Cristo, resucitado de la muerte, no muere más; no volverá a bajar al infierno para desalojarlo. 

Fijaos que Adán no fue expulsado inmediatamente después de pecar. El Señor quiso forzarle a una confesión con esta pregunta: Adán, ¿dónde estás? El que nos prohibió pecar con rió también a los arrepentidos el remedio de la confesión. No es el pecador el que queda excluido del reino de Dios, sino el recalcitrante en su actitud despectiva a raíz del pecado.

Comer una manzana no tenía mayor trascendencia; pero como Dios había puesto a Adán en su casa, donde no consentía el mínimo atisbo de desobediencia, cualquier indocilidad, por insignificante o considerable que fuese, merecía la expulsión. Lo mismo vosotros, mientras vivíais en el mundo, estabais lejos de la casa de Dios. El Señor dijo: Mi realeza no pertenece a este mundo. Y si en el mundo se os pasaban por alto tantas cosas en expresiones y actitudes, ahora, viviendo en la casa de Dios, se tendrá por reprobable cualquier actitud desdeñosa, a menos que borréis ese desdén con el llanto de la penitencia.

Capítulo 3

Sabemos que, por el pecado original, todos los hombres bajaban al infierno antes de la venida de Cristo. De modo parecido, y con no menos verdad, puede sostenerse que, antes y después de la venida de Cristo, no hay hombre alguno que no baje al infierno antes de subir al cielo.
Porque distinguimos tres infiernos. El infierno de voracidad, donde el gusano nunca muere y el fuego no se apaga. Aquí no hay liberación posible. El infierno de la expiación, asignado a las almas que deben purificarse a raíz de su muerte. El infierno de aflicción, que es la pobreza voluntaria. Aquí los que renunciamos al mundo debemos afligir nuestras almas para curarlas; de tal modo que pasemos por la muerte al juicio y, mediante la muerte, alcancemos la vida. Penetra en este infierno el que renuncia a sus tendencias carnales y mortifica, por una adecuada penitencia, sus miembros terrenos, prefiriendo afligirse con el pueblo de Dios que con el placer instantáneo del pecado. Quien durante su vida se niegue a bajar a este infierno, tendrá que entrar en los otros dos, y a duras penas o nunca alcanzará la libertad.
El primer infierno es el más riguroso, porque se exige en él hasta el último cuarto. Por eso, su pena no tiene fin. No se concibe ni la más leve mitigación, porque nunca se llega a un ajuste de cuentas que salde la injuria a Dios. La desobediencia ocasiona tan horrible afrenta al Creador, que ninguna pena puede expiarla, a menos que él la perdone de antemano. Lo cual aparece claro en la primera infracción, pues arrastra a la condenación eterna incluso a niños sin bautizar.
El segundo infierno es purificatorio; el tercero, indulgente. En éste, por ser voluntario, se perdona con frecuencia la pena y la culpa. En el segundo infierno, aunque a veces se perdona la pena, nunca a culpa; pero se purifica cuando se perdona.
¡Dichoso infierno el de la pobreza, donde Cristo nació, se alimentó y transcurrió su vida mortal! Bajó hasta él, y no una sola vez, para sacar a los suyos; y además se entregó a sí mismo para librarnos de este perverso mundo presente, para separarnos de la multitud de condenados y reunirnos allí hasta que nos saque definitivamente. En este infierno hay tiernas adolescentes, las almas de los principiantes, jóvenes tamborileras. Van delante los más notables mensajeros con platillos sonoros. Les siguen otros con platillos vibrantes.
En otros infiernos, los hombres sufren tormentos; en éste, en cambio, sufren sólo los demonios. Merodean por lugares resecos y áridos, buscando un sitio para descansar, pero no lo encuentran. Rondan por la, mentes de los fieles para disuadirles por todos los medios a que no mediten ni oren. Por eso se quejan: Jesús, ¿por qué has venido a atormentarnos antes de tiempo? Las mismas personas sensuales que viven en el mundo, en cuanto se procuran los medios para encender los deseos de la carne, encuentran ahí su propio infierno; en él se atormentan rodeados de deleites, aunque no sean conscientes, porque duermen y están borrachos de vino, es decir, del amor mortal del mundo, del veneno incurable del áspid. La picadura del áspid adormece primero y luego mata. Embriagados de ajenjo, esto es, de la miseria y amarga dulzura del mundo, se olvidan de Dios y de sí mismos; es gente sin sentido y sin juicio; no entienden nada y son insensibles a los acontecimientos inmediatos: Pues cuando estén diciendo: Hay paz y seguridad, entonces les caerá encima, de improviso, el exterminio y el dolor como a una mujer encinta, y no podrán escapar.

Capítulo 4

Bendito sea Dios, porque no vivimos en tinieblas. Así no nos sorprenderá desprevenidos el día del Señor. No nos encerró el Señor en su cólera, como a todos aquellos que desvarían en la vida almacenando pecados y atesorando ira para el día de la revelación del justo juicio de Dios. El Señor nos ha destinado a obtener la salvación redimiendo nuestra vida mediante una conveniente satisfacción en la penitencia. Los tormentos sorprenden a los carnales en sus mismos deleites; y ya no les basta con lo que tienen, sino que hambrean lo que no tienen. Su única satisfacción son las torpezas y miserias abominables; no cosechan más que frecuentes fastidios, sin llegar nunca a plena satisfacción.
No son los que se alejaron del mundo castigan su cuerpo sometiéndolo a servicio los únicos que beben de la copa de la pasión. Pues el Señor tiene una copa llena de amargo vino mezclado; sus heces no se agotan; beben de ellas todos los pecadores de la tierra. La copa simboliza la pasión. De aquí la pregunta: ¿Podéis beber de la copa que yo voy a beber? La copa está en la mano del Señor, esto es, depende de su poder; y a da a beber a los que él quiere, cuando quiere y de la manera que le parece. Hay quienes beben de esta copa el vino amargo: son los que reniegan de sí mismos por puro amor al Señor, cargando con su cruz y siguiéndole. Otros beben vino mezclado: son aquellos que abrazan la vida de pobreza, pero no renuncian del todo a sí mismos o a su familia; viven, más bien, preocupados de sus parientes con cierto afecto instintivo o se afanan sobremanera en diligencias carnales. Beben del vino a pesar de estar mezclado, pues aun siendo imperfectos, no rechazan el yugo de la obediencia. Apuran las heces los que con tal de satisfacer los deseos de la carne, se abrazan con las penas y pesadumbres que abundan en el mundo y se disipan en vanidades y engaños.
La vida de todos éstos transcurre entre heces y torpezas. Ya lo fustiga el Profeta, diciendo: Bebe y adormécete, que tienes al lado la copa de la diestra del Señor, y el vómito de tu ignominia superará a tu honor. Beben de verdad quienes soportan miserias mucho más graves comparadas con las que se ciernen sobre los pobres de Cristo. El honor de éstos es tan afrentoso, que repele a cualquier persona normal, como repugna un pañuelo impregnado de vomitona. Beben de la copa hedionda y no saludable porque no invocan al Señor. Aléjense de la iniquidad cuantos invocan al Señor, pues los que invoquen al Señor se salvarán.

Capítulo 5

Por tanto, aun pasando por alto otros aspectos, la ciudad de Dios vive desterrada del Señor en el infierno de la pobreza, mientras el cuerpo es su domicilio. La ciudad es santa, es hermosa, aunque está plantada en un paraje de aflicción. Así ensalza el esposo esa hermosura en el Cantar de los Cantares: Eres bella, amiga mía; eres delicada y preciosa como jerusalén, terrible como escuadrón en orden. Eres delicada ara los hombres; preciosa para la divinidad; terrible para os demonios. ¿Por qué? Porque avanza como un escuadrón; pero no en desorden por la envidia, sino compacto en el amor. Es escuadrón por el número, escuadrón de batalla por su disposición. Y escuadrón ordenado por el consenso. La penitencia forma el grupo, la vigilancia suscita la disposición y la concordia proporciona el consenso.
El diablo no se arredra ante los que se dan a los ayunos, se privan del sueño y se moderan, porque ya ha arrastrado a unos y a otros a la ruina. Pero los que viven en concordia y armonía en la casa del Señor, unidos por los lazos del amor, provocan al diablo dolor, pavor e incluso le propinan palizas. Esta unidad del grupo tortura al enemigo, pero más que nada reconcilia con Dios, como él mismo declara en el Cantar de los Cantares: Has lacerado mi corazón, hermana y esposa mía, con una sola de tus miradas, con un rizo de tu pelo. Se refiere a la unidad entre superiores y súbditos. Por eso nos advierte también Pablo: Esforzaos por mantener la unidad de espíritus en el vínculo de la paz. Sabe bien el espíritu maligno que no se pierde ninguno de los que el Padre ha entregado al Hijo, que nadie podrá arrancarlos de su mano. Al encontrarlos en sana armonía, reconoce a las claras que están en las manos de Dios y que no les tocará el tormento de la muerte.
El Señor dice: En esto conocerán todos, incluso los demonios, que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros. El diablo ahuyenta los hombres ese amor que él mismo no supo mantener en su relación con Dios y con los ángeles en el cielo. Y ésa es la ciudad firmemente asentada e inexpugnable. Su cuello es como la torre de David, construida con sillares; de ella penden miles de escudos, miles de adargas de capitanes. La cabeza se une al cuerpo por el cuello. ¿Puede tener el cuello otro sentido mejor que nuestro empeño? Mientras mantenemos incólume nuestro propósito pese a las tribulaciones que nos arrecien, nunca nos separaremos de nuestra cabeza que es Cristo. Nos aprietan por todos los lados, pero no nos aplastan. Porque ¿quién nos separará del amor de Dios? Por él volamos en los caminos de los mandamientos de Dios con el corazón dilatado. Este cuello debe ser consistente, inmóvil y largo, como una torre, y tener por cimiento la humildad.

Capítulo 6

La humildad reúne a las virtudes, las mantiene unidas y las perfecciona. El cimiento se oculta en tierra, no puede conocerse su consistencia hasta que los muros se asienten o se desmoronen. La humildad clava su raíz en lo profundo del corazón. No puede conocerse su ausencia o su debilitamiento hasta que los muros del edificio se disuelven por el desorden o se disgreguen y desmoronen. Esta es la torre que David posee con mano fuerte. Si no eres contemplativo, no te desazones; sé activo en las buenas obras, defiende con ardor la torre de tu empeño, y algún día lograrás la pureza de corazón, pues Dios se entrego a si mismo para rescatarnos de toda clase de maldad y purificarse un pueblo escogido, entregado a hacer el bien. Por eso juró a David, es decir, al que actúa con denuedo: A uno de tus entrañas, esto es, de la sensualidad, que es lo más frágil del hombre, pondré sobre tu trono.
Esta torre o ciudad tiene por muro la obediencia, que reúne a los dispersos; contiene a los vagabundos, para que salgan sólo por la puerta, esto es, por el mandato del superior.
El primero es la acción recta. Lo que va contra Dios no es obediencia. El segundo es lo voluntario, pues lo que se hace por la fuerza no es bueno. El tercero, lo puro. Que la intención sea pura; porque, si tu ojo es sencillo, toda tu persona quedará esclarecida. El cuarto, lo discreto. Que no haya excesos. Si se ofrece algo bueno, pero no se reparte como es debido, habrá pecado. El quinto, o estable. El que es constante, lo posee todo dispone de todo. No hay bien sin perseverancia. Para que a perseverancia tenga el muro de la obediencia necesita pertrecharse con los baluartes de la paciencia, como los defensores de las murallas necesitan baluartes para estrellar los dardos del enemigo. Quienes se empeñan en mantener la obediencia necesitan de la paciencia, que protege al hombre contra las palabras desabridas y los trabajos agitadores.

Capítulo 7

De ella penden mil escudos. Se refiere a la perfección y asiduidad de la oración, que en ocasiones sirve de ayuda al prójimo. El escudo puede colocarse en cualquier parte. Cuelgan de ella mil adargas de capitanes. Que se presente Pablo y nos lo explique: Por eso os digo que cojáis la adarga que Dios da para hacer frente a las asechanzas del diablo, permaneciendo siempre firmes. Permaneced en pie, ceñidos los costados con el cinturón de la verdad; poneos como coraza la justicia; calzaos los pies para anunciar el mensaje de la paz. Tened siempre abrazado el escudo de la fe, etc.
Ceñir los costados es abstenerse de los deseos carnales. Pero el control ha de realizarse en la verdad. Algunos se reprimen por necesidad, porque no se les presentan oportunidades de lugar, de tiempo, ni os medios. Otros lo hacen por vanidad, para granjearse favoritismos humanos o alguna ventaja temporal. Pero hay quienes se contienen por la verdad, deseando agradar sólo a Dios.
Debemos ponernos también la coraza de la justicia. La coraza protege al hombre por delante, por detrás y por ambos lados. Con razón se compara a la justicia, que da a cada cual lo que le pertenece. Tenemos delante de nosotros a los veteranos; detrás, a los más jóvenes; amigos, por el lado derecho; y enemigos, por el izquierdo. Demos, pues, a cada cual lo que le pertenece: a los ancianos, obediencia; a los jóvenes, enseñanza; alegría, a los amigos; y a los enemigos, paciencia.

Capítulo 8

Debemos calzar nuestros pies para anunciar el mensaje de la paz. Con el fin de mantener la paz y comunicarla a otros, debemos calzar los pies de nuestros pensamientos. De este modo podremos recorrer el mundo entero recordando nuestros trabajos estériles, para que no se nos clave la espina de la soberbia al experimentar las debilidades del prójimo. Procuremos no sobrepasarnos tampoco al considerar nuestra debilidad y la de ellos. Nunca olvidemos nuestros pecados, aunque estén ya borrados de la conciencia. Meditemos lo que dice el Apóstol: Está sobre aviso para no ser tentado. Por tanto, cuando sobrevienen estos pensamientos, el hombre debe acusarse a sí mismo y excusar a prójimo. Así, el que ha sido justo dando a cada cual lo que le correspondía, plantee un juicio para que el alma, que debe ser trono de Dios, se enmiende mediante la justicia y el juicio, porque justicia y juicio sostienen su trono.
El juicio tiene tres fases: con respecto a sí mismo, al prójimo y a Dios. El juicio del hombre, con respecto a sí mismo, debe ser severo; indulgente respecto al prójimo y puro respecto a Dios. El hombre debe juzgarse a sí mismo con rigor. Si nos Juzgamos debidamente a nosotros mismos, no nos juzgarán. Indulgente respecto al prójimo, de tal modo que ya le amonestes con misericordia o le reprendas con solicitud, procedas siempre con suavidad, estando tú sobre aviso para no ser tentado. Debes aguardar los juicios de Dios con pureza y sencillez de corazón, proclamando: Todas las obras del Señor son muy buenas. Que el hombre sea juez implacable para sí mismo mediante el conocimiento de la verdad; indulgente para con el prójimo, a impulsos del amor; puro para con Dios, mediante el asentimiento de la voluntad.

Capítulo 9

Después de la justicia y el juicio, el hombre necesita la vigilancia, para que no afloje por la tibieza o le desmorone la vanidad. Le conviene andar solícito con su Dios, estarle sumiso e implorarle y para evitar cualquier enervamiento o duda en la oración al ser azuzado por artimañas y sugestiones diabólicas, sostenga de continuo el escudo de la fe, sabiendo que suyo será todo lugar que hollen los pies de la fe. Quiere decir que todo lo que se pida a él directamente o a través de su nombre, se hará.
Que tu fe sea como una semilla de mostaza, que cuanto más se la pisa, tanto más perfuma; esto es, que cuanto más te desprecien y parezca que Dios te rechace, con mayor confianza esperes conseguir o que pides. Y, si no por amistad, al menos por tu impertinencia, se levantará y te dará cuanto necesitas. Por eso añade el Apóstol: Con la ayuda del Espíritu, resistid en la oración y en la vigilancia. No debemos entregarnos a la oración esporádicamente, sino con frecuencia y asiduidad, explayando ante Dios los deseos de nuestro corazón; y en determinados momentos servirnos de la expresión de los labios. De aquí que Pablo escriba en otro pasaje: Presentad ante Dios vuestras peticiones. Esto se verifica en la insistencia y asiduidad en la oración, unas veces dirigida a él, otras a su Madre gloriosa, y en ocasiones a los santos, de tal forma que se les obligue a decir: Atiéndele, que viene detrás gritando.

Capítulo 10

El Profeta consuela a la ciudad santa de Jerusalén, que peregrina todavía en el infierno de la pobreza, y dice: No llores que pronto vendrá tu salvación, pues junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar. Babilonia significa "confusión". En Babilonia residen y lloran los habitantes de Jerusalén, que, aun sin estar en la confusión de sus trabajos, viven en la confusión de sus ideas; quieren, pero son impotentes para alzar los ojos del espíritu hacia Dios; y, aunque constreñidos, las quimeras los arrastran. Los canales de Babilonia significan las costumbres depravadas, que se presentan deliciosas a nuestra memoria. Los ríos corren, y a quienes seducen los arrastran al mar del mundo. A lo largo de estos canales se alzan los sauces, esto es, pensamientos flojos y estériles; en ellos, mientras nos desparramamos en quimeras, interrumpimos la alabanza de Dios en nuestros corazones, que, como instrumentos de gloria, deben resonar siempre en presencia de Dios.
Demos gracias a Dios, que nos dio victoria por medio de nuestro Señor Jesús el Cristo. Porque, si arrecian sobre nosotros malas costumbres, no claudicamos. Nos hemos sentado junto a los canales de Babilonia, con el alma muda a la placentera y consoladora vida del mundo, y a todo el que nos habla. Es sorda ante el acosador e insensible frente al que le adula. Embarazados por estas frivolidades, no es extraño que lloremos recordando a Sión, esto es, avivando el recuerdo de aquella suavidad y deleite sabroso que gustan de antemano esos contemplativos que merecen atisbar, a cara descubierta, la gloria de Dios.
¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este yugo de esclavitud para que pueda algún día escarnecer únicamente a los enemigos que me escarnecen! A ellos, por culpa de mis pecados, me los puso Dios como irrisión y burla, para humillarme en el lugar de la aflicción y verme sumergido en las tinieblas de muerte. Si me dejo, pues, arrastrar por los deseos carnales y, lo que no ocurra, consiento en ellos, yo mismo me precipito a las garras de la muerte y me acarreo la sepultura del infierno.
Pero si, cuando siento el asalto, retengo mi sentimiento, no caeré en la muerte. Me envolverán tinieblas de muerte y se ofuscarán mis ojos con el polvo de pensamientos frívolos, pero mi memoria evocará la dulzura de mi Dios. Aunque camine por sombras de muerte, nada temo si tú estás conmigo. Con toda certeza nada temeré, porque tú estás conmigo.

Capítulo 11

¿Y en qué se funda mi esperanza? En la vara de tu corrección y en el cayado de tu apoyo, que me consuela. Aunque me corrijas y refrenes mi soberbia reduciéndome a polvo de muerte, protegerás mi vida, agarrándome de la mano para que no caiga en el lago de muerte. No descuidaré la disciplina el Señor, no protestaré cuando me reprenda. Comprendo que todo contribuye al bien de los que aman a Dios y que la criatura está sometida a la vanidad no por gusto, sino con dolor. ¿Por qué me voy a impacientar? No. Aguantaré con paciencia. ¿Y por qué? Porque la misma criatura se verá liberada de la esclavitud de la corrección para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Ciudad de Jerusalén, no llores, que pronto vendrá tu salvación. Aunque tarde con respecto a ti, no será mucho retraso con respecto a él, porque mil años en su presencia es como ayer que pasó.

RESUMEN  Y COMENTARIO:
 El hombre ha padecido la desgracia del pecado original, pero después de la venida de Cristo "no hay hombre alguno que baje al infierno antes de subir al cielo". Incluso es posible ser pecador, pero no pecador recalcitrante. Hasta Dios preguntó a Adán después del pecado ¿dónde vas? Quedaba sitio para el arrepentimiento y la confesión.
Hay tres infiernos:
El primero es el "infierno de voracidad" que no tiene redención posible.
El segundo es el infierno de expiación.
El tercero es el infierno de aflicción. Se llega a este lugar en vida, buscando la pobreza voluntaria y la mortificación. Quien no llegue a este lugar en vida, no progresará espiritualmente  y a duras penas podrá llegar a la verdad.
 En este tercer infierno del que hablamos no hay tormentos sino demonios a quienes molesta la oración. Al demonio no le molesta mucho los que ocasionalmente, y en solitario, hacen súplicas, oraciones y ayunos, pues es más fácil que al final desistan y caigan.  Lo que en realidad no soporta es a los que viven en comunidad en concordia y armonía. A ellos los acosa con tentaciones continuas.
Los cristianos son como una comunión mística en la que formamos parte de un mismo cuerpo. La cabeza se une al cuerpo mediante el cuello. El cuello mantiene su vigor, de vital importancia para la unión de todos, mediante la virtud de la humildad.
 La humildad reune a las virtudes y es como un gran cimiento que no es visible de inmediato, pues se adentra en lo más profundo de la tierra. Sobre ella se levanta la gran torre de la obediencia que no podría existir sin voluntariedad, acción recta, pureza, discreción, perseverancia y paciencia.
Esa torre está protegida por mil escudos que son nuestras oraciones. Siempre debemos permanecer "en pie", ceñidos los costados con el cinturón de la verdad y como coraza la justicia. Debemos obrar para agradar a Dios y no a nuestra vanidad o a la de los demás. Nuestros pies irán calzados con nuestros pensamientos; sea nuestro principio acusarnos a nosotros mismos, excusar al prójimo y alabar a Dios.
Persevereraremos en la vigilancia con el escudo de la fe. La fe es como la motaza; al "pisotearla", "atacarla" más perfuma. La vigilancia nos permite evitar caer en el veneno de los placeres del mundo que son como es aspid, que primero adormece y luego mata. Debemos acudir a la oración frecuente, casi impertinente tanto a Dios, Cristo, la Virgen y los Santos. Nuestro objetivo es mantenernos en la Ciudad Santa de Jerusalem y no en Babilonia que significa confusión; los miles de canales que nos distraen y disipan de nuestros verdaderos objetivos de piedad y oración.

SERMÓN SÉPTIMO DEL ADVIENTO: TRES COSAS MUY ÚTILES


SÉPTIMO SERMÓN DEL ADVIENTO: TRES COSAS MUY ÚTILES 
TRES COSAS MUY ÚTILES

Capítulo 1

Si celebramos con devoción la venida del Señor, hacemos lo que debemos, pues no sólo viene a nosotros, sino para nosotros. Él no necesita de nosotros. La misma grandeza de su dignación pone de manifiesto la enormidad de nuestra indigencia. El riesgo de la enfermedad se conoce por el valor de la medicina, como la gama de los achaques por la variedad de los remedios. ¿Qué sentir tendrían las distintas gracias si no se diese ninguna diferencia en las necesidades?
Es muy difícil expresar en un sermón la gama de indigencias que nos achacan. Pero pueden reducirse a tres raíces comunes y en cierta manera principales. Ninguno de nosotros puede prescindir de consejo, de ayuda y de protección. Es general en toda la raza humana esta triple miseria. Y cuantos vivimos en la región de la sombra de muerte, en la debilidad del cuerpo, en el lugar de la tentación, si nos fijamos con atención, arrastramos miserablemente esta triple molestia. Porque nos dejamos seducir con facilidad; somos débiles en las obras y frágiles para resistir. Nos falta agudeza de discernimiento entre el bien y el mal y nos engañamos. Si procuramos hacer el bien, desfallecemos. Si intentamos resistir al mal, caemos y nos rendimos.

Capítulo 2

Por esto necesitamos la venida del Salvador. Es imprescindible, para hombres así embargados, la presencia de Cristo. Y,¡ojalá venga con tan infinita condescendencia, que more en nosotros por la fe e ilumine nuestra ceguera! Permanezca con nosotros y ayude a nuestra debilidad y que su fuerza proteja y defienda nuestra fragilidad.
Si él está en nosotros, ¿quién nos podrá engañar? Si él está con nosotros, ¿qué no será imposible con aquel que nos robustece? Si él está en favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? Es un fiel consejero que no puede engañarse ni engañar. Es el robusto cooperador que nunca se cansa. Es el eficaz protector que pisotea diestramente al mismo Satanás con nuestros propios pies y desbarata todas sus asechanzas. Es la sabiduría de Dios, siempre dispuesto a instruir a los ignorantes. Es la fuerza de Dios, capaz de alimentar siempre a los lánguidos y librar al que zozobra. Corramos con gran decisión, hermanos míos, hacia este único maestro. Llamemos en toda ocasión a este valiente compañero. Encomendemos nuestras almas a este fiel protector en todo combate. Vino a este mundo para vivir entre los hombres, con los hombres y en favor de los hombres; para iluminar nuestras tinieblas, suavizar nuestras penas y evitar los peligros.
RESUMEN Y COMENTARIO:
El Señor viene a nosotros porque lo necesitamos. Somos débiles. Necesitamos que ilumine nuestra ceguera y proteja nuestra fragilidad. Necesitamos tres cosas: consejo, ayuda y protección. En cuanto al consejo, es un fiel consejero. En cuanto a la ayuda es un robusto cooperador. En cuanto a la protección es un eficaz protector. Por tanto no sólo viene a nosotros sino para nosotros.

SERMÓN SEXTO DEL ADVIENTO: LAS TRES VENIDAS Y LA RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS


 SERMON SEXTO DEL ADVIENTO

LAS TRES VENIDAS Y LA RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS
 
Hermanos, no quiero que ignoréis el tiempo de vuestra visita, ni el objeto de esta visita que ahora recibís. Es la oportunidad de las almas, no de los cuerpos. Porque, siendo el alma mucho más noble que el cuerpo, precisa de un cuidado superior por su dignidad natural. Además tiene que ser curada en primera instancia, porque fue la primera en caer; y, una vez envuelta en la culpa, también corrompió al cuerpo en la pena.
Además, si queremos ser miembros de Cristo, debemos seguir sin titubeos a nuestra Cabeza. Y la primera actitud que debemos adoptar es la preocupación del alma. El vino por causa de ella y trató de curar su corrupción. Dejemos el cuidado del cuerpo para entonces, para el día en que vendrá a transformarlo, como escribe el Apóstol: Aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, que transformará la bajeza de nuestro cuerpo, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Juan el Bautista, el heraldo del Señor en la primera venida, exclama: Ved al Cordero de Dios; ved al que quita el pecado del mundo. No habla de las enfermedades corporales, de los achaques físicos. Alude al pecado, en cuanto enfermedad del alma y corrupción del espíritu. Ved al que quita el pecado del mundo. Mas ¿de dónde le quita en concreto? De la mano, del ojo, del cuello; en una palabra, del cuerpo entero, en el que estaba profundamente enraizado.
Quita el pecado de las manos borrando las culpas cometidas. Lo quita del ojo purificando las intenciones del corazón. Lo quita del cuello disipando la violencia opresora, como está escrito: Quebraste la vara del opresor como en el día de Madián. Y se pudrirá el yugo en presencia del aceite. El Apóstol se explica, escribiendo: Para que no reine más el pecado en vuestro cuerpo mortal. Y, en otra parte, el mismo apóstol escribe: Veo que nada bueno hay en mí, esto es, en la debilidad de mi carne. Y más adelante:¡Desgraciado de mí hombre que soy! ¿Quién me librará del cuerpo en la debilidad de mi carne? Presentía que nunca iba a ser liberado de esa raíz pésima, clavada en la debilidad de la carne por la ley del pecado, que domina nuestros miembros hasta tanto que no se corten las amarras del mismo cuerpo. Anhelaba consumirse y estar con Cristo, porque experimentaba el pecado, que nos separa de Dios, y que no puede ser completamente arrancado hasta que nos veamos libres del cuerpo.
Recordad a aquel hombre a quien el Señor lo curó de su posesión diabólica y cómo el demonio lo golpeaba y desgarraba antes de salir de él. Lo mismo os digo. Esa especie de pecado que con tanta frecuencia nos inquieta -me refiero a las concupiscencias y a los bajos instintos- debemos reprimirlo. Y es posible por la gracia de Dios, para que así no reine nunca en nosotros, ni hagamos de nuestros miembros armas para la iniquidad. De este modo no pesará condena alguna sobre quienes viven en Cristo Jesús. Con todo, el pecado no se expele más que con la muerte, con nuestro desgarramiento, en la separación del alma y el cuerpo. 
Ya sabes para qué ha venido Cristo y a quién tiene que mirar el cristiano. Por eso, evita,¡oh cuerpo!, quemar etapas. Podrías obstaculizar la salvación del alma, y malograr por ello la tuya propia. Todo tiene su tiempo. Procura que el alma trabaje ahora para sí mismo. Incluso trabaja tú mismo con ella, pues si compartimos sus sufrimientos, compartiremos su gloria. En la medida en que impidas su restauración, impedirás la tuya. No podrás ser totalmente lo que eres hasta que Dios no vea en tu alma su propia imagen restaurada. Tienes un esclarecido huésped,¡oh carne!, excelente sobremanera toda tu salvación depende de la suya propia. Rinde honor a huésped tan insigne. Tu vives en tu región, pero el alma es una peregrina y exiliada que se hospeda en ti.
Dime, si un noble poderoso señor quisiera alojarse en casa de un aldeano, éste, ¿no se acomodaría con gusto en un rincón, debajo de la escalera, e incluso sobre las mismas cenizas, con tal de ceder a su huésped el lugar más digno conforme a su rango? En consecuencia, haz tú lo mismo. No tengas en cuenta injurias ni molestias. Fíjate sólo en que tu huésped pueda alojarse en tu casa como se merece. El dolor que ahora soportes por él, te honrará.
No desprecies ni desestimes a tu huésped por ser peregrino y extranjero. Fíjate con suma atención en todo lo que te beneficia su presencia. Es él quien proporciona a los ojos y oídos la capacidad de ver y oír; da voz a la lengua, gusto al paladar, movimiento a todos los miembros. Todo lo que en ti percibes de vida, de sensibilidad y de nobleza, reconócelo como puro beneficio de este huésped. Como último argumento, su separación demuestra cuánto nos favorece su presencia. En cuanto el alma se separa, la lengua enmudece, los ojos se entenebrecen, los oídos se cierran, todo el cuerpo se queda rígido y el rostro palidece. Al poco tiempo, el cadáver se corrompe en su totalidad y hiede, y su belleza se transforma en podredumbre.
¿Por qué entonces entristeces y hieres a tal huésped con cualquier placer instantáneo, pues sin él ni siquiera serías capaz de sentir nada? Y si tantos beneficios te hace estando desterrado y expulsa o de la presencia del Señor por la actual enemistad, ¿que te dará una vez reconciliado? No pongas, ¡oh cuerpo!, impedimentos a esa reconciliación. Te redundará un peso de gloria. Con paciencia, e incluso con gusto, hazte disponible a todo. Nada dejes pasar que pueda servir a esta reconciliación. Di a tu huésped: Cuando tu Señor se acuerde de ti y te restablezca en su primitiva situación, acuérdate de mí.
Él, sin duda, se acordará de ti para tu propio bien, con tal de que le sirvas con honradez. Cuando se presente ante su Señor, e insinuará algo de ti y elogiará tu desinteresada hospitalidad con estas palabras: Encontrándose tu siervo desterrado en castigo de su culpa, me presenté pobre ante él y me acogió con mucha misericordia. Quisiera que se lo pagaras por mí, Señor mío. Arriesgó todas sus cosas. Después, incluso, se ofreció a sí mismo para que yo me aprovechara. Nunca miró por sí. Siempre estuvo a mi disposición en los ayunos incontables, en los trabajos incesantes, en las vigilias, en hambre y sed, hasta en frío y desnudez. ¿Qué acontecerá? No fallará la Escritura, que dice: Separa la voluntad de cuantos le temen y escucharás su oración.¡ojalá llegaras a gustar esta dulzura y pudieses apreciar esta gloria!
Voy a expresar cosas admirables, por otra parte muy verdaderas e indudables para los fieles. El mismo Señor de los Ejércitos, el Señor de todo poder, Rey de la gloria, bajará a transformar nuestros cuerpos, configurándolos al esplendor del suyo.¡Qué gloria!¡Qué júbilo tan inefable! El creador de todo, que en una primera venida se presentó humilde y desapercibido para santificar a las almas, ahora viene glorioso y a plena luz; no viene en la debilidad, sino en su gloria y en su majestad, para glorificarte a ti, carne miserable. Descenderá en pleno fulgor luminoso, precedido de los ángeles; éstos, al fragor de las trompetas, despertarán al pobre cuerpo sumergido en el polvo y lo arrebatarán para cortejar en los aires a Cristo.
¿Hasta cuándo, pues, esta carne miserable, fatua, ciega y totalmente embotada andará buscando consuelos pasajeros y caducos? ¿E incluso desconsuelos? ¿Exponiéndose a ser desechada y tenida por indigna de esta gloria y sufrir las terribles penas eternas? No así, hermanos míos, no así. Todo lo contrario, que nuestra alma se regocije en estas meditaciones y que nuestra misma carne descanse en paz.
Esperamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, que transformará nuestro cuerpo y lo configurará al resplandor del suyo. Así se expresa el Profeta: Mi alma tiene sed de ti;¡de cuántas maneras mi carne te ansía! El alma del Profeta deseaba la primera venida. En ella presentía su propia redención. Por su parte, la carne deseaba con mayor vehemencia la segunda venida y su propia glorificación. Entonces se colmarán nuestros deseos y toda la tierra se cubrirá con la majestad del Señor. El nos conceda en su misericordia esa gloria y esa paz que excede a todo conocimiento. No nos defraude en nuestra esperanza el Salvador que aguardamos, Jesucristo nuestro Señor, que es el Dios soberano, bendito por siempre.

RESUMEN Y COMENTARIO:
Hay que curar el alma antes que al cuerpo. En su día Nuestro Señor Jesucristo reproducrá en nuestro cuerpo el esplender del suyo. ¿De dónde quita el pecado N.S. Jesucristo? Lo quita de las manos borrando las culpas cometidas. Lo quita del cuello disipando la violencia opresora, pero el pecado de la carne sólo se quita cuando nos vemos libres del cuerpo. El pecado sólo se expele enteramente con la muerte. El alma es una peregrina y exiliada que se hospeda en ti y, como a ser extraordinario, debes darle el mejor sitio de tu casa. El alma nos permite ver, oír, hablar, el gusto y nuestros movimientos. Cuando el alma se va todo lo anterior falla. Es tan importante que no debemos herirla. Es necesario que cuando el alma se presente ante Dios hable bien de tu hospitalidad. El Alma del Profeta deseaba la primera venida. La carne desea la segunda venida para liberarse del pecado. Mientras tanto, debemos cuidar de nuestra alma.

SERMÓN QUINTO: EL ADVIENTO INTERMEDIO Y LAS TRES RENOVACIONES



                                  SERMÓN QUINTO DEL ADVIENTO 

EL ADVIENTO INTERMEDIO Y LAS TRES RENOVACIONES

Capítulo 1
Acabamos de aludir a aquellos que han plateado sus alas y que duermen entre los dos tesoros, que significan las dos venidas. Pero no hemos dicho nada del lugar en donde duermen.
Precisamente, la tercera venida se encuentra entre las otras dos. En ella duermen plácidamente todos los que la conocen. Las dos venidas referidas las conoce todo el mundo. Ésta, no. En la primera, el Señor se manifestó en el mundo, vivió con los hombres cuando lo vieron y lo odiaron, como lo atestigua él mismo. En la última, todos verán la salvación de Dios y contemplarán al que traspasaron.
La venida intermedia permanece oculta; en ella, los elegidos sólo lo ven en lo hondo de ellos mismos. Así se salvan. La primera venida es carnal y débil; esta intermedia es espiritual y eficaz; y la postrera, gloriosa y mayestática. Mediante la eficacia de la virtud, se llega a la lona, porque el Señor de toda eficacia es el mismo Rey de la gloria. Y, en otro pasaje, el mismo profeta exclama: Para ver tu eficacia y tu gloria. Esta venida intermedia es un camino que enlaza la primera con la última. En la primera, Cristo ha sido nuestro rescate; en la última, se manifestará vida nuestra; en la actual, para que durmamos entre los dos tesoros, Cristo es nuestro descanso y consuelo.
Y para que nadie crea que todo lo que decimos sobre esta segunda venida es pura fantasía, escuchadle a él mismo: Si alguien me ama, guardará mi palabra y vendremos a él. ¿Qué quiere decir: Si alguien me ama, guardará mi palabra? Fíjate en este otro texto: El que teme a Dios obrará el bien. Yo creo que acontece algo importante en el que ama por el hecho de guardar la palabra. Pero ¿dónde la guardo? Sin género de dudas, en el corazón. Como dice el profeta: En mi corazón escondo tus palabras para no pecar contra ti. ¿Cómo se guardan en el corazón? ¿No basta retenerlas en la memoria? A los que se contentan con esto les dice el Apóstol que la ciencia engríe. Además, la memoria tiene sus lagunas.
Capítulo 2

Guarda la Palabra de Dios como si fuese la mejor manera de conservar tus víveres naturales, porque la Palabra de Dios es el pan vivo, el alimento del espíritu. El pan material, mientras queda en el armario, puede ser robado; lo pueden roer los ratones e incluso puede echarse a perder. Pero, si lo hubieres comido, ¿temerías todo esto? Guarda así la Palabra de Dios: Dichosos los que la guardan. Métela en las entrañas de tu alma; que la asimilen tus afectos y tus costumbres. Come a gusto, y tu alma saboreará manjares sustanciosos. No te olvides de comer tu pan. Que no se seque tu corazón, y tu alma se saciará con enjundia y manteca.

Capítulo 3

Si guardas así la Palabra de Dios, ella te guardará a ti sin duda alguna. El Hijo vendrá, junto con el Padre, hasta ti; vendrá el gran Profeta que renovará Jerusalén. Vendrá aquel que todo lo hace nuevo. La eficacia de esta venida consiste en que por lo mismo que somos imagen del hombre terreno, seremos imagen del hombre celestial. Y como el viejo Adán invadió al hombre entero y dominó a la totalidad de la persona humana, del mismo modo Cristo quiere recuperarlo todo, la totalidad de la persona que ha creado, que ha rescatado y que glorificará. Por eso salvó a la humanidad en sábado. Convivimos por algún tiempo con el hombre viejo. Aquel depravado estaba en nosotros, en nuestras manos, en nuestra boca e incluso en el corazón. Estaba en las manos de dos maneras: por las arrogancias y el vituperio. Estaba en el corazón: por los bajos deseos y por los instintos de dominación.
Pero ahora existe en él una humanidad nueva; lo viejo ya ha pasado; se alza la inocencia contra los atentados que se perpetran con las manos; la continencia se alza frente a as desvergüenzas. En tus labios, la palabra de confesión se enfrenta a la arrogancia. La palabra de edificación se alza contra el vituperio para que se aleje todo lo viejo de nuestra vida. Y, en el corazón, la caridad sale al paso de los bajos deseos, mientras la humildad se opone a los instintos de dominación. Fíjate cómo con estas tres actitudes cada uno de los elegidos recibe a Cristo, el Verbo de Dios. De ellos se ha escrito: Grábame como sello en tu brazo, como un sello en tu corazón. Y en otra parte: A tu alcance está la palabra, en tus labios y en tu corazón.
RESUMEN Y COMENTARIO:
El Adviento intermedio. Las tres renovaciones.
Existen tres advientos. El primero y el último son evidentes: la llegada de Jusús como hombre en la natividad y su venida al final de los tiempos.
El intermedio permanece oculto al contrario de los otros dos. A cada adviento le corresponde una renovación.
En ese adviento intermedio la palabra se guarda en el corazón y no en la memoria pues la ciencia engríe y tiene sus lagunas. La palabra debe ser guardada dentro del alma donde se asimilen sus afectos y las costumbres tal como se hace con el alimento que ingerimos. Antes, nuestro corazón estaba ocupado por un hombre viejo; lleno de bajos deseos y de instintos de dominación. En el hombre nuevo cristiano la caridad se opone a los bajos deseos y la humildad a los instintos de dominación.

CUARTO SERMÓN DEL ADVIENTO: SOBRE LOS DOS ADVIENTOS Y LAS ALAS PLATEADAS



SERMÓN CUARTO DEL ADVIENTO


 
SOBRE LOS DOS ADVIENTOS Y LAS ALAS PLATEADAS

Capítulo 1

Es justo, hermanos, que celebréis con gran devoción la venida del Señor, inundados de tanto consuelo, asombrados por semejante favor, e inflamados en un amor sin igual. No penséis sólo en el que viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Pensad también en el que vendrá y nos tomará consigo ¡ojalá os ocupéis de estos dos advientos en una incesante meditación, rumiando en vuestros corazones todo cuanto nos concedió en el primero y nos prometió en el segundo!¡Ojalá durmáis tranquilos entre estos dos tesoros! Ved los dos brazos del esposo; entre ellos, adormecida, balbucía la esposa: Su izquierda reposa bajo mi cabeza y con su diestra me abraza. Como leemos en otro pasaje, las riquezas y la gloria están en su izquierda; los largos años, en su derecha. 
Hijos de Adán, raza mezquina y ambiciosa, escuchad: ¿por qué te inquietas por las riquezas terrenas y la gloria pasajera, que no son auténticas ni vuestras? El oro y la plata, ¿qué son sino tierra rojiza y blanca, que únicamente el error humano los estima y los cree preciosos? Y, si esto es vuestro, llevároslo. Pero el hombre, cuando muera, no se llevará nada, su gloria no bajará con él.

Capítulo 2

Las auténticas riquezas no son las propiedades; son las virtudes, ornato de la conciencia, que la hacen eternamente rica. Sobre la gloria se expresa el Apóstol: Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia. Nuestra verdadera gloria nos viene del Espíritu de la verdad: Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Pero la gloria que los hombres se granjean unos a otros no les despierta a la gloria, que viene sólo de Dios. Su gloria es pura apariencia, porque los hombres son vanos.
Eres un insensato. Echas ganancias en saco roto y dejas tu tesoro en la puerta del vecino. ¿No sabes que este arca no se cierra y que ni siquiera tiene tranca? Bien lo saben aquellos que no pierden de vista su tesoro ni lo confían a nadie. ¿Lo van a conservar y a guardar para siempre? Ya vendrá el momento en que salgan al descubierto los secretos del corazón, y todo lo que se haya manifestado antes no hará acto de presencia. Por eso se apagan los candiles de las muchachas necias ante el Señor que llega. Y como ya habían recibido su recompensa, son ignoradas por el Señor. Por eso os digo, amadísimos, que es preferible esconder que enseñar lo bueno que podamos tener. Los mendigos, cuando piden limosna, no se visten con ostentación, se quedan casi desnudos y muestran las llagas que tienen para mover a compasión. El publicano tuvo en cuenta esta norma mucho más que el fariseo; por eso bajó a su casa en paz con Dios, mucho más que el otro.

Capítulo 3

Hermanos, ha llegado el momento del juicio, y está comenzando por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de aquellos que no obedecen al Evangelio? ¿Qué clase de juicio les espera a los que queden condenados? Los que no quieren someterse ahora a este juicio en el que se expulsa al jefe de este mundo, que aguarden al juez; más aún, témanlo. Porque ellos también van a ser expulsados con su jefe. Nosotros, en cambio, si nos dejamos juzgar ahora, aguardemos confiados al Salvador, nuestro Señor Jesucristo; él transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Entonces, los justos brillarán, y se podrá ver a los sabios con los ignorantes. Brillarán como el sol en el reino de su Padre. Será una luz siete veces mayor que la del sol, como la suma de luz en siete días.

Capítulo 4

Cuando llegue el Salvador, transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo; a condición de que el corazón quede previamente transformado, reproduciendo la humildad del suyo. Por eso va pregonando: Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón. Fíjate en esta expresión, porque hay una doble humildad: humildad de conocimiento y humildad de afección, llamada aquí de corazón. Por la primera reconocemos que no somos nada; la vamos aprendiendo en la experiencia de nuestras propias debilidades. Por la segunda pisoteamos la gloria del mundo; la aprendemos de aquel que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo; solicitado como rey, huyó; y, buscado para aguantar tanto hasta el ignominioso suplicio de la cruz, se entregó espontáneamente. Por tanto, si deseamos dormir entre los dos tesoros, los dos advientos, plateemos nuestras alas; habituémonos a aquellas virtudes que nos recomendó Cristo, de palabra y ejemplo, durante su vida mortal. La plata simboliza su humanidad; el oro, su divinidad.

Capítulo 5

La virtud que practicamos no es verdadera si es completamente ajena a la de nuestro modelo. Y nuestras alas no sirven para nada si no están plateadas. Ala de envergadura es la pobreza, que de dos batidas se remonta hasta el Reino de los cielos. Las restantes virtudes nos orientan en la promesa hacia el futuro del Reino. A la pobreza no se promete el Reino; se le da. Por eso alude a la vida presente: Tiene ya el Reino de los cielos. Mientras que en los otros enunciados se dice: van a heredar, serán consolados, o alto semejante.
Vemos, sin embargo, a algunos pobres que no viven la verdadera pobreza, de lo contrario no estarían tan apocados y tristes, como corresponde a reyes, y reyes del cielo. Quieren ser pobres a condición de que no les falte nada. Les gusta la pobreza, pero no aguantan ninguna privación. Otros son mansos mientras no se les contraría en palabras y actitudes. Pero se puede comprobar lo alejados que están de la verdadera mansedumbre frente a la más ligera oportunidad. ¿Qué herencia va a tener esta mansedumbre, si naufraga con antelación? Constato también que otros lloran. Pero, si esas lágrimas brotasen del corazón, aprisa no las agostaría tan fácilmente. Se entretienen en palabrerías inútiles y superficiales después de haber humedecido los ojos. A mi entender, no se ha prometido el divino consuelo a tal género de sollozos, pues fácilmente se acogen a cualquier consuelo deleznable.
Otros se indignan contra las faltas de los demás. Parece como si, a primera vista, tuvieran hambre y sed de justicia. Sería cierto si aplicasen a sus propios pecados los mismos principios. Pero el Señor aborrece dos pesos desiguales. Y, si arden de indignación ante tanto descaro y son duros para los demás, se adulan necia e infantilmente a sí mismos.

Capítulo 6

Existe un cierto tipo de personas misericordiosas, pero siempre a costa de los bienes del vecino. Se escandalizan si no se distribuyen las existencias con generosidad, procurando, claro está, que a ellos ni se les toque. Si fuesen compasivos de verdad, tendrían que cooperar con sus propios bienes. Y, si no pueden contribuir materialmente, al menos, con la mejor intención, deben perdonar a quienes quizá les han ofendido. Bastaría cualquier gesto benévolo, una palabra de aliento -que vale más que todo don-, para moverles a penitencia.

O al menos cubrirían con la compasión y la oración a quienes se sabe que viven en pecado. De otro modo, su compasión es una farsa y no suscitará compasión alguna. Hay igualmente quienes de tal modo confiesan sus pecados, que parece que una tal actitud brota del deseo de purificar el corazón, pues todo se purifica en la confesión. Pero se sabe que eso mismo que expresan con espontaneidad, no lo soportan en los labios de los demás. Y, si quisieran purificarse de verdad, no se irritarían; serían agradecidos a quienes les señalan sus faltas. Hay otros que con sólo ver a cualquiera que se escandaliza por algo, se desasosiegan hasta que no les devuelven la paz; pasarían por pacíficos, a menos que sus enfados contra quienes han dicho o hecho algo en contra de ellos no necesitaran de tanto tiempo, ni pasarán terribles agobios para calmarse. Si amaran la paz por encima de todo, no cabría duda que la buscarían para ellos mismos.

Capítulo 7

Plateemos, por tanto, nuestras plumas en la vida de Cristo, como los mártires lavaron sus vestidos en la pasión del Señor. Imitemos, según nuestro alcance, a aquel que se abrazó a la pobreza y, aunque tiene en sus manos los goznes de la tierra, no tuvo nada para reclinar su cabeza.
Recordemos cómo aquellos discípulos que viven apiñados a él, acuciados por el hambre, frotan las espigas con las manos mientras atraviesan unos trigales. Él, como cordero llevado al matadero, como una oveja ante el esquilador, enmudeció y no abrió la boca. Lloró ante el cadáver de Lázaro y contemplando la ciudad. Leemos que pasaba noches enteras en oración, que nunca ha reído o bromeado. De tal forma tuvo hambre de justicia, que, al no tener pecados personales, se exigió a sí mismo una incalculable satisfacción por nuestros pecados. La sed que le devoró en la cruz fue la de la justicia. No dudó en morir por sus enemigos; oró por los que le crucificaban; no cometió pecado alguno; escuchó con paciencia las acusaciones de los demás y aguantó lo indecible para reconciliarse con los pecadores.

RESUMEN Y COMENTARIO:
En el Primer Adviento el Señor nos dio las verdaderas virtudes y en el segundo nos hizo grandes promesas para reparar nuestra alma humillada. Son comparables a dar con la mano izquierda y prometer con la mano derecha.
-Con la mano izquierda nos hizo saber cuáles son las verdaderas riquezas y glorias. El oro es como una tierra sin valor. La fama en boca ajena tampoco tiene importancia. Son como un arca sin cerradura. La falsa pobreza se estremece ante la falta de lo necesario mientras que la verdadera lo soporta con alegría. La pobreza voluntaria convierte a las alas en alas plateadas.  La falsa mansedumbre muestra su descontento en cuanto se le contradice. El verdadero arrepentimiento y desconsuelo no pasa fácilmente del llanto a la risa a la vista de hechos irrelevantes. La verdadera misericordia y perdón da siempre gestos externos edificantes para los que buscan la paz. Existe una humildad de conocimiento y otra de afecto sin la cual la primera carece de sentido.
-Con la mano derecha, nuestro cuerpo maltrecho recibirá el premio de Dios y la curación de sus heridas. La promesa de vida eterna que espera a los que cumplen, con verdadero espíritu lo que dicen los Evangelios.

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