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jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

SERMÓN TERCERO ADVIENTO: LAS SIETE COLUMNAS

                                                                 IGLESIA DE CABRA

 SERMON TERCERO


LAS SIETE COLUMNAS

Capítulo 1

Cuando considero, al celebrar este tiempo de Adviento del Señor, quién es el que viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo hacia quiénes se dirige, me espanta su gracia incomprensible. Los ángeles no salen de su asombro al verse superiores a aquel que adoran desde siempre y cómo bajan y suben, a la vista de todos, en torno al Hijo del hombre. Al considerar el motivo de su venida, abarco, en cuanto me es posible, la extensión sin límites de la caridad. Y cuando me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la vida humana. Viene el Creador y Señor del mundo, viene a los hombres. Viene por los hombres. Viene el hombre.
Alguien dirá: ¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas partes? Estaba en el mundo, y, aunque el mundo lo hizo él, el mundo no lo conoció. El Adviento no es una llegada de quien Ya estaba presente; es la aparición de quien permanecía oculto. Se revistió de la condición humana para que a través de ella fuera posible conocer al que habita en una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en aquella misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco es indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta inaccesible su identidad: El que había creado al hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para darse a conocer a los hombres.

Capítulo 2

La Iglesia universal celebra cada año la solemne memoria de la venida de tanta majestad, tanta humildad y tanta caridad, e incluso de nuestra incomparable exaltación.¡Y ojalá fuese una perenne realidad! Sería lo más propio.¡Qué incongruente es la vida humana después de la venida de Rey tan extraordinario si buscamos y nos comprometemos con otros asuntos embarazosos en vez de dedicarnos a este único culto, dejando de lado en su presencia todo lo demás! Pero no todos cumplen lo del Profeta: Eructan la memoria de tu inmensa suavidad. Ni todos se alimentan de esta memoria. Es evidente que no se puede eructar sin haber gustado, pero tampoco lo hará el que se ha contentado con sólo gustar. La plenitud y la saciedad provocan el eructo. Por eso, los de vida y mentalidad mundana, aunque celebran esta memoria, no eructan nunca. Pasan estos días en la aridez habitual, sin devoción y sin afecto. Y lo que es más reprochable, la memoria de este acontecimiento les da pie a consuelos carnales. Por eso los ves que preparan durante estos días vestidos elegantes y refinamientos culinarios, como si Cristo en su nacimiento buscara cosas parecidas y se le tributara una acogida más cálida donde aparecen semejantes detalles. Oye sus palabras: Con los de ojos engreídos y de corazón insaciable no compartiré mi pan.
¿A qué vienen tantos antojos en el vestido para preparar mi nacimiento? Detesto la ostentación; no la quiero. ¿A qué tanto prurito durante estos días hacia todo tipo de manjares? Repruebo las satisfacciones del cuerpo; no las acepto. Tienes un corazón insaciable preparando tantas cosas y gastando tanto tiempo, cuando el cuerpo necesita de muy poco y sólo lo que le sale al paso. Celebras, sí, mi Adviento con los labios, pero tu corazón está lejos de mí. No me honras. Tu dios es tu estómago, y tu gloria, tu misma vergüenza. Desgraciado hasta los tuétanos el que fomenta los deleites del cuerpo y la vanidad de la jactancia. Dichoso el pueblo cuyo Dios es su Señor.

Capítulo 3

Hermanos, no os exasperéis por los malvados ni envidiéis a los inicuos. Pensad, más bien, en su destino, compadeceos entrañablemente y orad por los que viven enredados en el pecado. Obran así esos miserables porque desconocen a Dios, pues si lo hubiesen conocido, nunca habrían provocado al Señor de la gloria en contra de ellos.
Para nosotros, queridos, no hay excusa de ignorancia. Sabes bien quién es. Y si dijeras- que no lo conoces, serás, como los mundanos, un mentiroso. Pero supongamos que no lo conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo a este lugar? ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Quién te ha persuadido a renunciar espontáneamente al cariño de tus amigos, a los placeres del cuerpo, a las vanidades del mundo; y encomendar tus afanes al Señor, descargando en él todo tu agobio? Nada bueno te merecías; al contrario, mucho mal, según el testimonio de tu conciencia. ¿Quién, repito, podría persuadirte de todo eso, si ignorabas que el Señor es bueno para los que esperan en él y para el alma que lo busca? ¿Si no supieses que el Señor es bueno y piadoso, muy misericordioso y fiel? ¿Dónde has aprendido todo esto sino en su venida a ti y en ti?

Capítulo 4

Conocemos, efectivamente, tres venidas suyas: a los hombres, en los hombres y contra los hombres. Vino para todos los hombres sin condición alguna, pero no así en todos o contra todos. La primera y tercera venidas son conocidas por ser manifiestas. Sobre la segunda, que es espiritual y latente, escucha al Señor lo que dice: El que me ama, cumplirá mi palabra; mi Padre lo amará, vendremos a él y en él haremos una morada. Dichoso aquel en quien haces tu morada, Señor Jesús. Dichoso aquel en quien la sabiduría se ha edificado una casa. Ha labrado siete columnas. Feliz el alma que es trono de la Sabiduría.
¿Y quién es ésa? El alma del justo, porque la justicia y el derecho preparan tu trono. ¿Quién de entre vosotros, hermanos, desea preparar en su alma un trono para Cristo? Piense en las sedas, alfombras y almohadas que debe prepararle. Está escrito que la justicia y el derecho preparan su trono. La virtud de la justicia consiste en distribuir a cada cual lo que le corresponde. Por tanto, distribuye tú a tres lo que es de ellos. Devuelve al superior, devuelve al inferior, devuelve al compañero lo que les debes. Entonces celebrarás convenientemente la venida de Cristo, preparándole en la justicia su trono. Devuelve, insisto, reverencia y obediencia al superior; la primera, en cuanto disposición de corazón; la segunda, como actitud externa. No hasta obedecer exteriormente. Debemos enaltecer a nuestros superiores con el íntimo afecto del corazón. Y aunque conozcamos la vida reprochable de algún prelado y no hubiese posibilidad de disimulo ni de excusa, incluso entonces, por respeto a aquel de quien deriva toda autoridad, este otro que así conocemos se hace acreedor de estima, no por unos méritos que no tiene, sino por deferencia al plan divino y a la misión que desempeña.

Capítulo 5

Igualmente, respecto a nuestros hermanos, con los que compartimos la vida, estamos obligados a prestar ayuda y consejo por un mismo derecho de paternidad y de solidaridad humana. Incluso nosotros deseamos sus servicios: consejo que instruya nuestra ignorancia, y ayuda que sostenga nuestra debilidad. Quizá alguien de vosotros pensará: ¿Qué consejo puedo yo dar al hermano, si no se me permite ni musitar una palabra sin permiso? ¿Qué ayuda puedo ofrecer, cuando debo contar, hasta en lo más mínimo, con el superior?
Yo te respondo: Nada echarás en falta si vives el amor fraterno. Creo que el mejor consejo es tu actitud de enseñar a tu hermano lo que conviene y lo que no conviene hacer; estimulándolo y aconsejándole en lo mejor no con palabras ni con la lengua, sino con la conducta y la verdad. ¿Puede imaginarse una ayuda más útil y eficaz que la oración fervorosa por él, sin pasar por alto sus faltas? De este modo no le pones tropiezo y además, en la medida de lo posible, te preocupas, como el mensajero de paz, de arrancar de raíz los escándalos y de evitar las ocasiones de escándalo en el reino de Dios. Si te portas con tu hermano como consejero y amparo, le devuelves lo que le debes, y él ya no podrá quejarse de nada.

Capítulo 6

Si eres superior de a quien, le debes mayor delicadeza y solicitud. Te exige fidelidad y disciplina. Fidelidad para evitar el pecado y disciplina para que no quede impune lo que no se procura evitar. Incluso, si no eres superior de ningún hermano, te queda la responsabilidad de expresar esta fidelidad y disciplina. Me refiero a tu cuerpo, que tu espíritu asumió para dirigirlo. Le debes fidelidad para que no reine en él el pecado, no para que tus miembros se conviertan en instrumentos de iniquidad. Le debes disciplina para que dé frutos dignos de arrepentimiento, castigándolo y obligándolo a que te sirva.
Pero la deuda más grave y peligrosa pesa sobre quienes tienen que rendir cuentas de muchas almas. ¿Qué haré yo, desgraciado? ¿Hacia dónde me volveré, si he descuidado este tesoro tan estimable y este depósito tan precioso, que Cristo apreció mucho más que su propia sangre? Si hubiese recogido la sangre del Señor que goteaba de la cruz y la hubiese guardado en un vaso de cristal con la obligación de ir trasladándolo de lugar,¡qué atención pondría en evitar cualquier riesgo! Pues he recibido un encargo parecido; por él, un comerciante inteligente, la Sabiduría misma, entregó su sangre. Pero llevo este tesoro en vasijas de barro, que corren más riesgo que los recipientes de cristal.
A este cúmulo de solicitudes hay que añadir el peso del temor, que exige la fidelidad de mi conciencia y la de los demás. Ninguna de las dos conozco lo suficiente. Ambas son un abismo insondable, una noche. Y, sin embargo, se me exige responsabilidad y me repiten sin cesar: Centinela, ¿qué hay en la noche? ¿Qué hay en la noche? Y yo no puedo contestar como Caín: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Más bien debo confesar humildemente con el profeta: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el que la defiende. Unicamente se me podrá excusar si, como he dicho, me desvelo en la fidelidad y en la disciplina. Y si se dan las cuatro condiciones ya mencionadas que conciernen a la justicia, es decir, la reverencia y obediencia a los superiores y el consejo y ayuda a los hermanos, entonces encontrará la Sabiduría un trono adecuado.

Capítulo 7

Estas son, al parecer, las seis columnas que labró la Sabiduría en la casa que se edificó para sí misma. Pero hemos de buscar la séptima, por si acaso la Sabiduría nos la da a conocer.
¿Qué impide que así como la seis columnas mencionadas significan la justicia, la séptima signifique el juicio? No se habla sólo de la justicia, sino de la justicia y el Juicio que sostiene tu trono. En fin, si a los superiores, a los iguales y a los inferiores les damos lo que les corresponde, ¿Dios no recibirá nada? Es cierto que nadie puede volverle lo que se le debe, pues ha derramado copiosamente su misericordia sobre nosotros y le hemos ofendido mucho; somos muy frágiles e insignificantes, y él se basta así mismo, no necesitando nada de nosotros.
Escucha, por fin, cómo se pide con mayor insistencia que practiques el Juicio después de la justicia: Cuando hayáis hecho todo lo que está mandado, decid: Somos unos criados inútiles. Esto es lo que pertenece al hombre, como trono digno y disponible al Señor de majestad; pero con tal de que se afane en cumplir los mandatos de la justicia y se tenga siempre por indigno e inútil.

RESUMEN Y COMENTARIO
 En el Adviento viene el Creador que es al mismo tiempo Hombre y viene para ayudar al hombre. En realidad ya estaba aquí, pero su presencia se hace más patente. Si nos llenamos de Él experimentaremos plenitud y saciedad espiritual. El que sólo ve su venida como un acto externo para pensar en comidas y adornos, nunca sentirá plenitud porque Dios será "su estómago". Sabemos que Dios es bueno y misericordioso por "su venida en ti y a ti". En realidad hay tres venidas: a los hombres, en los hombres y contra los hombres. La primera y la tercera son externas. La segunda es interna y es como construir un trono para Nuestro Señor que se sustenta en siete columnas: la justicia, el prestar ayuda y consejo (sabiendo que el mejor consejo es la conducta y la verdad), la fidelidad, la disciplina, prudencia (sería absurdo poner en riesgo la sangre de Cristo si estuviera en nuestro poder), el temor y el juicio (diferente de la justicia pues con el mismo nos declaramos indignos y humildes) y practicamos el juicio después de la justicia. Con estas siete columnas preparamos el bello edificio para recibir a nuestro Creador.


De la Casa de la Divina Sabiduría, esto es, de la Virgen María


 
DE LA CASA DE LA DIVINA SABIDURIA, ESTO ES, DE LA VIRGEN MARÍA




1. La sabiduría edificó para sí una casa , etcétera. Como hay varias sabidurías, debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una sabiduría de la carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo, que es insensatez ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas, animales y diabólicas. Según estas sabidurías, se llaman sabios los que hacen el mal y no saben hacer el bien , los cuales se pierden y se condenan en su misma sabiduría, como está escrito:Cogeré a los sabios en su astucia; Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudente. Y, ciertamente, me parece que a tales sabios se adapta digna y competentemente el dicho de Salomón:Vi una malicia debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser sabio. Ninguna de estas sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo, edifica, más bien destruyen cualquiera casa en que habiten. Pero hay otra sabiduría que viene de arriba; la cual primero es pudorosa, después pacífica. Es Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios, de quien dice el Apóstol: Al cual nos ha dado Dios como sabiduría y justicia, santificación y redención.



2. Así, pues, esta sabiduría, que era de Dios, que era Dios, vino a nosotros del seno del Padre y edificó para sí una casa, es a saber, a María virgen, su madre, en la que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella siete columnas sino hacer de ella una digna morada con la fe y las buenas obras? Ciertamente, el número ternario pertenece a la fe en la santa Trinidad, y el cuaternario, a las cuatro principales virtudes. Que estuvo la Santísima Trinidad en María (me refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el Hijo estaba por la asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero celestial, quien, abriendo los misterios ocultos, dice: Dios, te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; y en seguida: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra». He ahí que tienes al Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu Santo, que tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre o sin los dos el que procede de ambos, el Espíritu Santo, según lo dice el mismo Hijo: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Y otra vez: El Padre, que permanece en mí, ése hace los milagros . Es claro, pues, que en el corazón de la Virgen estuvo la fe en la Santísima Trinidad.



3.Que poseyó las cuatro principales virtudes como cuatro columnas, debemos investigarlo. Primero veamos si tuvo la fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos esta virtud de aquella que, relegadas las pompas seculares y despreciados los deleites de la carne, se propuso vivir sólo para Dios virginalmente? Si no me engaño, ésta es la virgen de la que se lee en Salomón: ¿Quién encontrará a la mujer fuerte? Ciertamente, su precio es de los últimos confines . La cual fue tan valerosa, que aplastó la cabeza de aquella serpiente a la que dijo el Señor: Pondré enemistad entre ti y la mujer, tu descendencia y su descendencia; ella aplastará tu cabeza . Que fue templada, prudente y justa, lo comprobamos con luz más clara en la alocución del ángel y en la respuesta de ella. Habiendo saludado tan honrosamente el ángel diciéndole: Dios te salve, llena de gracia, no se ensoberbeció por ser bendita con un singular privilegio de la gracia, sino que calló y pensó dentro de sí qué sería este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto sino la templanza? Mas cuando el mismo ángel la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó diligentemente cómo concebiría y daría a luz la que no conocía varón; y en esto, sin duda ninguna, fue prudente. Da una señal de justicia cuando se confiesa esclava del Señor. Que la confesión es de los justos, lo atestigua el que dice: Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre y los rectos habitarán en tu presencia. Y en otra parte se dice de los mismos: Y diréis en la confesión: Todas las obras del Señor son muy buenas .
4.Fue, pues, la bienaventurada Virgen María fuerte en el propósito, templada en el silencio, prudente en la interrogación, justa en la confesión. Por tanto, con estas cuatro columnas y las tres predichas de la fe construyó en ella la Sabiduría celestial una casa para sí. La cual Sabiduría de tal modo llenó la mente, que de su Plenitud se fecundó la carne, y con ella cubrió la Virgen, mediante una gracia singular, a la misma sabiduría, que antes había concebido en la mente pura. También nosotros, si queremos ser hechos casa de esta sabiduría, debemos tallar en nosotros las mismas siete columnas, esto es, nos debemos preparar para ella con la fe y las costumbres. Por lo que se refiere a las costumbres, pienso que basta la justicia, mas rodeada de las demás virtudes. Así, pues, para que el error no engañe a la ignorancia, haya una previa prudencia; haya también templanza y fortaleza para que no caiga ladeándose a la derecha o a la izquierda.
RESUMEN:
Sermón en el que San Bernardo de Claraval iguala la adoración a la Virgen María con la verdadera sabiduría. Esa verdadera sabiduría sería como un bello edificio soportado por siete columnas: la Santísima Trinidad más la fuerza, templanza, prudencia y justicia. Explica cómo Nuestra Señora es un ejemplo de esas virtudes. Igualmente diferencia la auténtica sabiduría de la de "la carne" y la "del mundo".

DE LA MUJER ADÚLTERA, DE SUSANA Y DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

DE LA MUJER ADÚLTERA, DE SUSANA Y DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

1. ¡Qué rico eres en misericordia, qué magnífico en justicia, qué dadivoso en gracia, Señor Dios nuestro! No hay quien sea semejante a ti, larguísimo Bienhechor, justísimo Remunerador, piadosísimo Libertador. Graciosamente miras a los humildes, rectamente juzgas a los inocentes, misericordiosameente salvas a los pecadores. Estas, carísimos, son las delicias que sobre la mesa de este rico Padre de familias, en los textos de las Escrituras santas, si con cuidado lo advertís, se nos ponen con más copia que lo acostumbrado. Esta abundancia nos ofrece el santo tiempo de la Cuaresma y el sacratísimo día de la Anunciación, que han concurrido juntamente. Porque, hoy, como acabamos de oírlo, absuelve la clemencia del Redentor a una mujer cogida en adulterio; hoy libra de la muerte a la inocente Susana; hoy llena también a la bienaventurada Virgen de los singulares dones de su bendición graciosa. ¡Grande convite en que se nos sirve a un tiempo mismo la misericordia, la justicia y la gracia! ¿Por ventura no es la misericordia manjar del hombre? Enteramente saludable y eficaz para su reme. dio. ¿No es la justicia pan del corazón? Y pan que en gran manera le conforta como alimento sólido para nutrirle, puesto que: Bienaventurados los que tienen hambre de ella, porque serán hartos'. ¿No es alimento del alma la gracia de Dios? Dulcísimo alimento ciertamente, y que tiene toda suavidad y deleite para el paladar; más aún, juntando en sí todas estas propiedades, no sólo deleita, sino que fortalece y sana.
2. Lleguémonos, hermanos míos, a esta mesa, y de cada manjar tomemos por lo menos un poco: En la ley mandó Moisés apedrear a tales mujeres , dicen los pecadores de una pecadora y los fariseos de una adúltera. Mas El, por toda respuesta a la dureza de su corazón de piedra, inclinó los ojos hacia el suelo. Señor, inclina tus cielos y baja. Inclinóse Jesús, y propenso a la misericordia (porque El no era de un corazón judaico) escribía con el dedo, no ya en la piedra, sino en la tierra. Ni hizo esto una vez sola, sino que aquí tenemos dos escrituras, como en Moisés dos tablas. Y acaso se puede decir que escribiendo la verdad y la gracia, y volviendo a esecribirlas las dejó impresas en la tierra, según lo que dice el apóstol San Juan: La ley fue dada por Moisés y fue traída la gracia y la verdad por Jesucristo . En fin, mira si se puede decir que había leído en la tabla de la verdad lo que le sirvió para confutar a los fariseos: El que entre vosotros esté sin pecado, dijo, sea el primero que tire contra ella la piedra. Palabra breve, pero eficaz, y más penetrante que una espada de dos filos. ¡Qué gravemente fueron traspasados con esta palabra aquellos corazones de pedernal! Con qué vehemencia con esta piedrecita fueron quebrantadas las frentes de piedra, lo prueba el rubor de su confusión y huída clandestina. Merecía, ciertamente, la adúltera ser apedreada; pero dispóngase a ejecutar el castigo el que no se halle meecedor de ser castigado también; atrévase a exigir venganza contra la pecadora el que de ningún modo merezca sufrirla. De otra suerte, siendo él más vecino que todos de sí mismo, comience por sí; ejecute primero en sí la sentencia y ejerza contra sí la justicia. Esto decía la Verdad.
3. Pero aun esto es poco, pues aunque esta Verdad refuta a los acusadores, todavía no absuelve a la culpada. Escriba otra vez, escriba la gracia; lea y escuchemos: Mujer, ¿ninguno te ha condenado? -Ninguno, Señor. Ni yo te he de condenar; anda y no quieras pecar otra vez. ¡Oh voz de misericordia, oh eco de saludable alegría! Haz que sea oída de mí por la mañana tu misericordia, porque en ti, Señor, hepuesto mi esperanza. Sola la esperanza obtiene la primacía de la misericordia en tu acatamiento, pues tú no depositas el óleo de tu clemencia sino en el vaso de la confianza. Pero hay una confianza infiel que sólo atrae sobre sí la maldición, y es la que se halla en el hombre cuando peca con la esperanza del perdón. Mas no debe llamarse esto confianza, sino insensibilidad y disimulación perniciosa. Porque ¿qué confianza es la de aquel que no atiende a su peligro? ¿Cómo buscará remedio contra el temor el que ni teme ni cree tener motivo para temer? La esperanza es un consuelo; y no necesita consuelo el que se aplaude a sí mismo de haber obrado mal y se alegra en cosas pésimas.Roguemos, hermanos míos, que se nos diga con sinceridad cuantas maldades y peca os tenemos, deseemos que nos muestren nuestros., crímenes y delitos. Examinemos nuestros caminos y nuestras aficiones, pensemos en todos nuestros peligros con vigilante atención. Diga cada uno lleno de pavor: Yo iré a las puertas del infierno, para que ya no respiremos sino en la misericordia 1 de Dios. La verdadera confianza del hombre consiste en no presumir de sí mismo y en no apoyarse sino en Dios. Esta, repito, es la confianza verdadera, a la cual no se niega la misericordia, testificando el profeta que Dios tiene placer en los que le temen y en los que esperan en su misericordia. A la verdad, no tenemos pocos motivos en nosotros de temor Y en El de confianza. Suave y manso es; copiosa es su misericordia, mayor que nuestra malicia y muy grande para perdonar. Creamos por lo menos a los enemigos, pues no hallaron en El otra cosa de que tomar ocasión para formarle una calumnia. Se compadecerá, decían para sí, de esta pecadora, y no permitirá que habiéndosela presentado le den la muerte; así será tenido por enemigo manifiesto de la ley, absolviendo a quien la ley condena. Contra vosotros, fariseos, se vuelve la invención de vuestra malignidad. Mucho desconfiáis de vuestra causa cuando tan cautelosamente huís del juicio. Sin duda quedará absuelta sin injuria de la ley la que quedó sin acusadores.
4. Mas consideremos, hermanos míos, adónde se van desde aquí los fariseos. ¿No veis a aquellos dos viejos (pues de los más viejos comenzaron a salir), no veis, repito, a aquellos dos viejos que se esconden en el huerto de Joaquín? A su mujer, Susana, buscan,sigámosles, porque están llenos de un malvado pensamiento contra ella. Consiente con nosotros, dicen los viejos, dicen los fariseos, dicen los lobos, que poco antes intentaron en vano tragar otra, aunque perdida, oveja: Consiente y condesciende a nuestra pasión para contigo. ¡Oh hombres envejecidos en la maldad!; una vez acusáis el adulterio y otra vez persuadís el adulterio. Pero ésta es toda vuestra justicia, y lo que en público reprendéis, lo hacéis vosotros en lo secreto. Por eso fuisteis saliendo uno tras otro luego que aquel Señor a quien está patente lo más oculto hirió tan fuertemente vuestras conciencias diciendo: El que entre vosotros esté sin pecado, ése sea el primero que tire la piedra contra ella.Con razón dice la Verdad a sus discípulos: Si no es más abundante vuestra justicia que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos . De otra suerte, añaden los viejos, diremos contra ti un falso testímonio.Raza de Canaán y no de Judá; tampoco niandó esto Moisés en la ley. ¿Por ventura el que decretó que se apedrease a la adúltera mandó que se acusase a la honesta? ¿Por ventura mandó también dar testimonio contra la inocente? Antes, así igualmente que de la adúltera, mandó que el testigo falso no quedase sin castigo. Pero vosotros, que os gloriáis en la ley, por la transgresión de la ley deshonráis a Dios.
5. Dió un gemido Susana y dijo: Por todas partes me cercan angustias;porque por todas partes veo la muerte: por aquí la corporal, por allí la espiritual. Si hago lo que vosotros deseáis, yo soy muerta en el alma; si no lo hago,no me escaparé de vuestras manos. De vuestras manos, fariseos, ni está libre la adúltera ni la casta; no evita vuestras acusaciones ni el santo ni el pecador. Disimuláis vuestros pecados cuando encontráis los ajenos; por otra parte, si acaso alguno no tiene delito propio, le imputáis el vuestro. Pero ¿qué liará Susana entre la muerte y la muerte, es decir, entre la muerte del alma y la del cuerpo, viéndose por todas partes estrechada? Mejor es para mí, dice, no haciendo esto, caer en las manos de los hombres que desamparar la ley de mi Dios. Sabía ella qué cosa tan horrible es caer en manos de Dios vivo. Los hombres, a la verdad, después de haber muerto al cuerpo, nada pueden hacer al alma; pero a aquel Señor se debe temer, que tiene potestad de arrojar el cuerpo y el alma al infierno. ¿Cómo tarda la familia de Joaquín? Dese prisa a entrar por. el postigo, porque se está oyendo ruido en el huerto; ruido ciertamente de unos lobos fieros y de una ovejilla que bala entre ellos. Pero no permite que traguen, a la inocente el que con tanta dignación sacó de sus mismas fauces aun a quien no merecía ser librada. Por eso, con razón, aun siendo lle. vada a la muerte, tenía su corazón una firme confianza en el Señor, a quien de tal modo había temido, que había despreciado todo temor humano y preferido su ley a su misma vida y fama. Porque no se había dicho jamás cosa semejante de Susana. Sus padres también eran justos y su marido el más honrado de todos los judíos. Con razón, pues, consiguió del justo Juez la merecida venganza de los impíos la que con tanta ansia tuvo hambre de la justicia, que por ella despreció la muerte del cuerpo, el opro. bio de su linaje y el llanto inconsolable de sus amigos.
6. Nosotros también, hermanos míos, sí hemos oído a Cristo: Ni yo te condenaré, si no queremos pecar contra El, si deseamos vivir piadosamente en Cristo, es preciso que toleremos la persecución y no volvamos mal por mal ni maldición por maldición. Porque el que no conserva la paciencia perderá la justicia, es decir, perderá la vida, o sea, perderá su alma. A mí está reservada la venganza, y yo soy quien la he de ejecutar. Así es, en efecto: El la liará; mas con tal de que tú le dejes el cuidado de la venganza, si no le usurpas la potestad de juzgar, si no vuelves daños a los que a ti te los hubieren hecho. Hará juicio, pero a favor del que tolera la injuria; según equidad juzgará, pero a favor de los mansos de la tierra. Ya a vosotros, si yo no me engaño, se os hace molesto que tarden las delicias. No os admiréis, son delicias. No cargarán aún a los que están liartos ni aun los que los eructan podrán fastidiarse de ellas.
7. Fue enviado el ángel Gabriel por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret. ¿Te admiras de que la pequeña ciudad de Nazaret sea ilustrada con un embajador de tan grande Rey y pon una embajada de tanto momento? En esta ciudad se oculta un tesoro riquísimo, se oculta, digo, pero a los hombres, no a Dios. ¿Por ventura no es María el tesoro de Dios? En cualquiera parte que ella esté está el corazón de Dios. Sus ojos están puestos en ella; en todas partes mira la humildad de su sierva. ¿Conoce el cielo el Unigénito de Dios Padre? Pues si conoce el cielo, también conocerá a Nazaret. ¿Qué mucho que conozca su patria? El cielo le toca por el Padre; Nazaret, por la Madre; así como, según testifica El mismo, es hijo de David, tam. bién es Señor de David. El cielo supremo es para el Señor, mas a los hijos de los hombres les dió la tierra. Uno y otro, pues, es preciso que le toque por posesión suya, porque no sólo es Señor, sino hijo del hombre. Escucha además de qué manera vindica para sí la tierra como hijo del hombre y cómo se comunica a manera de Esposo con su esposa: Las flores, le dice, han aparecido sobre nuestra tierra. Ni disuena de esto el interpretarse flor Nazaret. Ama la patria de las flores la flor de la raíz de Jesé, y gustosamente se alimenta entre las azucenas la flor del campo y la azucena de los valles. Tres gracias hacen estimables a las flores: la hermosura, el buen olor y la esperanza del fruto. Y a ti Dios te reputará flor, y en ti tendrá mucho placer si no te faltare la hermosura de una conducta honesta, ni la fragancia de la buena opinión, ni el deseo vivo de la recompensa eterna, pues la vida eterna es el fruto del espíritu.
8. No temas, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios ¿Cuánta gracia? Una gracía llena, una gracia singular. ¿Singular o general? Una y otra sin duda, pues por ser gracia llena, por eso mismo es tan singular como general, pues que la misma gracia general la recibíste singularmente. Es tan singular, repito,como general, pues tú sola recibiste más gracia que todas las demás criaturas. Es singular, por cuanto tú sola hallaste esta plenitud; es general, porque DE ESA PLENITUD RECIBEN TODOS. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. Sin duda alguna El es el fruto bendito de tu seno virginal, ¡oh María!, pero por tu medio ha venido a las almas de todos. Así, ciertamente, así en otro tiempo todo el rocío estuvo en el vellocino y todo en la era, pero en ninguna parte de la era todo como en en el vellocino. En ti sola aquel Rey rico y riquísimo se abatió, el excelso se humilló, el inmenso se abrevió y se hizo como algo menor que los ángeles; encarnó en ti el verdadero Dios e Hijo de Dios. Pero ¿con qué intento? Sin duda con el fin de que con su pobreza fueramos todos enriquecidos, con su humildad ensalzados, con su abatimíento engrandecidos, y juntándonos a Dios por su encarnación comenzáramos a ser un mismo espíritu con El.
9. Pero ¿qué diremos, hermanos míos? ¿En qué vaso con especialidad se ha de depositar esta gracia? Si la confianza, como arriba dijimos, es vaso capaz de la misericordia, y la paciencia de la justicia, ¿qué vaso podremos presentar que sea receptáculo digno de la gracia? Bálsamo purísimo es y requiere un solidísimo vaso. ¿Y cuál es tan puro, cuál es tan sólido como la humildad de corazón? Por eso justamente da la gracia Dios a los humildes; por eso justamente miró a humildad de su sierva. ¿Preguntas en qué estuvo su mérito? En que no ocupó su ánimo humilde ningún mérito hu. mano, para que de este modo no se impidiese que entrara libremente en 61 la plenitud de la gracia divina. A esta misma humildad debemos subir nosotros por diversos grados. Porque en primer lugar el corazón del hombre, a quien todavía le deleita pecar y no ha mudado su miserable costumbre en mejor propósito, está impedido por sus propios vicios para que quepa en él la gracia. Después, cuando ya se ha propuesto corregir sus costumbres y no repetir jamás sus primeras culpas, los mismos pecados pasados, aunque parezca que de algún modo están cortados ya, mientras que permanecen en él, no dejan entrar la gracia. Quedan, pues, y permanecen hasta que sean lavados en la confesión, hasta que sean quitados con dignos frutos de penitencia. Pero ¡ay de ti si acaso te sigue la ingratitud, más perniciosa que los mismos pecados y vicios! Porque ¿qué cosa más claramente contraria a la gracia? Nos entibiamos con el decurso del tiempo, se resfría poco a poco la caridad, crece la maldad, para que así acabemos en la carne los que habíamos comenzado en espíritu. De ahí es que conocemos poco los bienes que Dios nos ha hecho, siendo a un tiempo mismo indevotos e ingratos. Abandonamos el temor de Dios, dejamos la religiosa soledad, haciéndonos habladores, curiosos, decidores, detractores y murmuradores; gastando el tiempo en frívolas chanzas, huyendo del trabajo y de la regular disciplina todas las veces que se puede hacer sin nota, como si por eso fuera también sin culpa. ¿Qué nos admiramos, pues, de que nos falte la gracia, siendo rechazada por tantos obstáculos? Mas ya si alguno, a fin de que, según habla el Apóstol, la palabra de Cristo, que es la palabra de la gracia, habite en él, se muestra agradecido a Dios; sí es devoto, si es solícíto, si es fervoroso de espíritu, guárdese de fiar en sus méritos y de fundarse en sus obras. De otra suerte, tampoco entraría la gracia en esta alma. Sin duda estaría llena de sí y no encontraría en ella lugar la gracia.
10. ¿Pusisteis atención en aquel fariseo que estaba orando? No era ladrón, no era injusto, no era adúltero. ¿Estaba, acaso, sin frutos de penitencia? Dos veces ayunaba a la semana, daba el diezmo de todo lo que poseía. ¿Sospecháis que fuese ingrato? Escuchad lo que dice: ¡Oh Dios!, gracias te doy. Pero no estaba desocupado, no estaba vacío, no era humilde, sino soberbio; por esto no procuró saber lo que le faltaba, sino que exageró sus méritos, no era aquella plenitud sólida, sino hinchazón. Así volvió a su casa vacío por haber fingido la plenitud. Al revés, aquel publicano que se había humillado y abatido, porque tuvo cuidado de presentar un vaso desocupado, llevóse consigo mayor gracia. Nosotros, pues, hermanos míos, si deseamos hallar la gracia, abstengámonos de los vicios en adelante de tal suerte que hagamos también digna penitencia de los pecados que hemos cometido, e igualmente seamos cuidadosos en mostrarnos con Dios devotos y humildes de verdad. El mira a semejantes almas agradablemente con aquella vista piadosa de que habla el Sabio: La gracia,y misericordia de Dios está sobre sus santos, y sus miradas favorables sobre sus escogidos .. Y quizá por esto cuatro veces pide que se vuelva el alma a quien El mira, diciéndole: Vuélvete, vuélvete, Sunamites, vuélvele, vuélvete, para que te miremos; para,que no persista ni en la costumbre de pecar, ni en la conciencia de pecado, ni en la tibieza y torpeza de la ingratitud, ni en la ceguedad de la altivez. De estos cuatro peligros se digne apartarnos y sacarnos aquel Señor que para nosotros fue hecho, por Dios Padre, justicia y redención, Jesucristo Señor nuestro, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por infinitos siglos de los siglos. Amén.

RESUMEN
En este sermón, nos cuenta San Bernardo cómo Jesucristo perdona a la mujer adúltera. Escribe sobre el barro de la tierra dos veces. En un lado la severa ley mosaica que expresa la verdad. En el otro lado la ley de Jesucristo que se basa en lamisericordia y la gracia. Pide que los que estén libres de pecado tiren la primera piedra. Los más viejos se van los primeros. Saben que han pecado con la esperanza de perdón y eso no es el verdadero arrepentimiento sino una “disimulación permisiva”. Saben que lo que en público prohíben ellos lo hacen en secreto.
Recuerdan que, a otras mujeres y a otras personas, las han puesto en el dilema de elegir entre la muerte del alma (cediendo a sus ansias y bajos instintos) y la muerte del cuerpo por no cumplir estrictamente la ley. En cualquier caso han caído en lacostumbre de pecar, en la conciencia del pecado, en la tibieza y torpeza de la
iniquidad o en la ceguedad de la altivez. Frente a ellos tenemos el ejemplo de Nuestra Virgen María nacida en una humilde ciudad, rodeada de azucenas, viva entre las flores de los campos y de los valles, llevando en su seno al Hijo de Dios, con la mayor humildad y sin soberbia alguna. Jesucristo nos muestra que la justicia, por encima de la ley, es el pan del corazón.

SOBRE LAS DOCE PRERROGAVIVAS DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA


"SOBRE LAS DOCE PRERROGATIVAS DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, SEGÚN LAS PALABRAS DEL APOCALIPSIS: «UN PORTENTO GRANDE APARECIÓ EN EL CIELO: UNA MUJER ESTABA CUBIERTA CON EL SOL Y LA LUNA A SUS PIES Y EN SU CABEZA TENÍA UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS» . 
1. Muchísimo daño, amadísimos, nos causaron un varón y una mujer; pero, gracias a Dios, igualmente por un varón y una mujer se restaura todo. Y no sin grande aumento de gracias. Porque no fué el don como había sido el delito, sino que excede a la estimación del daño la grandeza del beneficio. Así, el prudentísimo y clementísinio Artífice no quebrantó lo que estaba hendido, sino que lo rehizo más útilmente por todos modos, es a saber, formando un nuevo Adán del viejo y transfundiendo a Eva en María. Y, ciertamente, podía bastar Cristo, pues aun ahora toda nuestra suficiencia es de El, pero no era bueno para nosotros que estuviese el hombre solo. Mucho más conveniente era que asistiese a nuestra reparación uno y otro sexo, no habiendo faltado para nuestra corrupción ni el uno ni el otro. Fiel y poderoso mediador de Dios y de los hombres es el hombre Cristo Jesús, pero respetan en él los hombres una divina majestad. Parece estar la humanidad absorbida en la divinidad, no porque se haya mudado la substancia, sino porque sus afectos están divinizados. No se canta de El sola la misericordia, sino que también se le canta igualmente la justicia, porque aunque aprendió, por lo que padeció, la compasión, y vino a ser misericordioso, con todo eso tiene la potestad de juez al mismo tiempo. En fin, nuestro Dios es un fuego que consume. ¿Qué mucho tema el pecador llegarse a El, no sea que, al modo que se derrite la cera a la presencia del fuego, así perezca él a la presencia de Dios?

2. Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres, pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora demasiado cruel fué Eva, por quien la serpiente antigua infundió en el varón mismo el pestífero veneno! ¡Pero fiel es Maria, que propinó el antídoto de la salud a los varones y a las mujeres! Aquélla fué instrumento de la seducción, ésta de la propiciación; aquélla sugirió la prevaricación, ésta introdujo la redención. ¿Qué recela llegar a María la fragilidad humana? Nada hay en ella austero, nada terrible; todo es suave, ofreciendo a todos leche y lana. Revuelve con cuidado toda la serie de la evangélica historia, y si acaso algo de dureza o de reprensión desabrida, si aun la señal de alguna indignación, aunque leve, se encuentre en María, tenla en adelante por sospechosa y recela el llegarte a ella. Pero si más bien (como es así en la verdad) encuentras las cosas que pertenecen a ella llenas de piedad y de misericordia, llenas de mansedumbre y de gracia, da las gracias a aquel Señor que con una benignísima misericordia proveyó para ti tal mediadora que nada puede haber en ella que infunda temor. Ella se hizo toda para todos; a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, el pecador perdón, el justo gracia, el ángel alegría; en fin, toda la Trinídad gloria, y la misma persona del Hijo recibe de ella la substancia de la carne humana, a fin de que no haya quien se esconda de su calor.

3. ¿No juzgas, pues, que esta misma es aquella mujer vestida del sol? Porque, aunque la misma serie de la visión profética demuestre que se debe entender de la presente Iglesia, esto mismo seguramente parece que se puede atribuir sin inconvenente a María. Sin duda ella es la que se vistió corno de otro sol. Porque, así como aquél nace indiferentemente sobre los buenos y los malos, así también esta Señora no examina los méritos antecedentes, sino que se presenta exorable para todos, para todos clementísima, y se apiada de las necesidades de todos con un amplísimo afecto. Todo defecto está debajo de ella y supera todo lo que hay en nosotros la fragilidad y corrupción, con una sublimidad excelentísima en que excede y sobrepasa las demás criaturas, de modo que con razón se dice que la luna está debajo de sus pies. De otra suerte, no parecería que decíamos una cosa muy grande si dijéramos que esta luna estaba debajo de los pies de quien es ¡lícito dudar que fué ensalzada sobre todos los coros de los ángeles, sobre los querubines también y los serafines. Suele designarse en la una no sólo el defecto de la corrupción, sino la necedad del entendimiento y algunas veces la Iglesia del tiempo presente; aquello, ciertamente, por su mutabilidad , la Iglesia por el esplendor que recibe de otra parte. Mas una y otra luna (por decirlo así) congruentísimamente está debajo de los pies de María, pero de diferente modo, puesto que el necio se muda como la luna y el sabio permanece como el sol. En el sol, el calor y el esplendor son estables, mientras que en la luna hay solamente el esplendor, y aun éste es mudable e incierto, pues nunca permanece en el mismo estado. Con razón, pues, se nos representa a María vestida del sol, por cuanto penetró el abismo profundísimo de la divina sabiduría más allá de lo que se pueda creer, de suerte que, en cuanto lo permite la condición de simple criatura, sin llegar a la unión personal, parece estar sumergida totalmente en aquella inaccesible luz, en aquel fuego que purificó los labios del profeta Isaías, y en el cual se abrasan los serafines. Así que de muy diferente modo mereció María no sólo ser rozada ligeramerte por el sol divino, sino más bien ser cubierta con él por todas partes, ser bañada alrededor y COMO encerrada en el mismo fuego. Candidísimo es, a la verdad, pero y también calidísimo el vestido de esta mujer, de quien todas las cosas se ven tan excelentemente iluminadas, que no es lícito sospechar en ella nada, no digo tenebroso, pero ni oscuro en algún modo siquiera o menos lúcido, ni tampoco algo que sea tibio o no lleno de fervor.

4. Igualmente, toda necedad está muy debajo de sus pies, para que por todos modos no se cuente María en el número de las mujeres necias ni en el coro de las vírgenes fatuas. Antes bien, aquel único necio y príncipe de toda la necedad que, mudado verdaderamente como la luna, perdió la sabiduría en su hermosura, conculcado y quebrantado bajo los pies de María, padece una miserable esclavitud. Sin duda, ella es aquella mujer prometida otro tiempo por Dios para quebrantar la cabeza de la serpiente antigua con el pie de la virtud, a cuyo calcaño puso asechanzas en muchos ardides de su astucia, pero en vano, puesto que ella sola quebrantó toda la herética perversidad. Uno decía que no había concebido a Cristo de la substancia de su carne; otro silbaba que no había dado a luz al niño, sino que le había hallado; otro blasfemaba que, a lo menos, después del parto, había sido conocida de varón; otro, no sufriendo que la llamasen Madre de Dios, reprendía impiísimamente aquel nombre grande, Theocotos, que significa la que díó a luz a Dios. Pero fueron quebrantados los que ponían asechanzas, fueron conculcados los engañadores, fueron confutados los usurpadores y la llaman bienaventurada todas las generaciones. Finalmente, luego que dió a luz, puso asechanzas el dragón por medio de Herodes, para apoderarse del Hijo que nacía y devorarle, porque había enemistades entre la generación de la mujer y la del dragón.

5. Mas ya, si parece que más bien se debe entender la Iglesia en el nombre de luna, por, cuanto no resplandece de suyo, sino que aquel Señor que dice: Sin mí nada podéis hacer, tendremos entonces evidentemente expresada aquí aquella mediadora de quien poco ha os he hablado. Apareció una mujer, dice San Juan, vestida del sol, y la luna debajo de sus pies . Abracemos las plantas de María, hermanos míos, y postrémonos con devotísimas súplicas a aquellos pies bienaventurados. Retengámosla y no la dejemos partir hasta que nos bendiga, porque es poderosa. Ciertamente, el vellocino colocado entre el rocío y la era, y la mujer entre el sol y la luna, nos muestran a María, colocada entre Cristo y la Iglesia. Pero acaso no os admira tanto el vellocino saturado de rocío como la mujer vestida del sol, porque si bien es grande la conexión entre la mujer y el sol con que está vestida, todavía resulta más sorprendente la adherencia que hay entre ambos. Porque ¿cómo en medio de aquel ardor tan vehemente pudo subsistir una naturaleza tan frágil? Justamente te admiras, Moisés santo, y deseas ver más de cerca esa estupenda maravilla; mas para conseguirlo debes quitarte el calzado y despojarte enteramente de toda clase de pensamientos carnales. Iré a ver, dice, esta gran maravilla . Gran maravilla, ciertamente, una zarza ardiendo sin quemarse, gran portento una mujer que queda ilesa estando cubierta con el sol. No es de la naturaleza de la zarza el que esté cubierta por todas partes de llamas y permanezca con todo eso sin quemarse; no es poder de mujer el sostener un sol que la cubre. No es de virtud humana, pero ni de la angélica seguramente. Es necesaria otra más sublime. El Espíritu Santo, dice, sobrevendrá en ti. Y como si respondiese ella: Dios es espíritu y nuestro Dios es un fuego que consume. La virtud, dice, no la mía, no la tuya, sino la del Altísimo, te hará sombra. No es maravilla, pues, que debajo de tal sombra sostenga también una mujer vestido tal.

6. Una mujer, dice, cubierta con el sol. Sin duda cubierta de luz como de un vestido. No lo percibe acaso el carnal: sin duda es cosa espiritual, necedad le parece. No parecía así al Apóstol, quien decía: Vestíos del Señor Jesucristo.¡Cuán familiar de El fuiste hecha, Señora! ¡Cuán próxima, más bien, cuán íntima mereciste ser becha! ¡ Cuánta gracia hallaste en Dios !En ti está y tú en El; a El le vistes y eres vestida por El. Le vistes con la substancia de la carne y El te viste con la gloria de la majestad suya. Vistes al sol de una nube y eres vestida tú misma de un sol. Porque una cosa nueva hizo Dios sobre la tierra, y fué que una mujer rodease a un varón, que no es otro que Cristo, de quien se dice: He ahí un varón; Oriente es su nombre; una cosa nueva hizo también en el cielo, y fué que apareciese una mujer cubierta con el sol. Finalmente, ella le coronó y mereció también ser coronada por El. Salid, hijas de Sión, y ved al rey Salomón en la diadema con que le coronó su Madre. Pero esto para otro tiempo. Entre tanto, entrad, más bien, y ved a la reina en la diadema con que la coronó su Hijo.

7. En su cabeza, dice, tenía una corona de doce estrellas. Digna, sin duda, de ser coronada con estrellas aquella cuya cabeza, brillando mucho más lucidamente que ellas, más bien las adornará que será por ellas adornada. ¿Qué mucho que coronen los astros a quien viste el sol? Como en los días de primavera, dice, la rodeaban las flores de los rosales y las azucenas de los valles. Sin duda la mano izquierda del Esposo está puesta bajo de su cabeza y ya su diestra la abraza. ¿Quién apreciará estas piedras? ¿Quién dará nombre a estas estrellas con que está fabricada la diadema real de María? Sobre la capacidad del hombre es dar idea de esta corona y explicar su composición. Con todo eso, nosotros, según nuestra cortedad, absteniéndonos del peligroso examen de los secretos, podremos acaso sin inconveniente entender en estas doce estrellas doce prerrogativas de gracias con que María singularmente está adornada. Porque se encuentran en María prerrogativas del cielo, prerrogativas del cuerpo y prerrogativas del corazón; y si este ternario se multiplica por cuatro, tenernos quizá las doce estrellas con que la real diadema de María resplandece sobre todos. Para mí brilla un singular resplandor, primero, en la generación de María; segundo, en la salutación del ángel; tercero, en la venida del Espíritu Santo sobre ella; cuarto, en la indecible concepción del Hijo de Dios. Así, en estas mismas cosas también resplandece un soberano honor, por haber sido ella la primiceria de la virginidad , por haber sido fecunda sin corrupción, por haber estado encinta sin opresión, por haber dado a luz sin dolor. No menos también con un especial resplandor brillan en María la mansedumbre del pudor, la devoción de la humildad, de magnanimidad de la fe, el martirio del corazón. Cuidado vuestro será mirar con mayor diligencia cada una de estas cosas. Nosotros habremos satisfecho, al parecer, si podemos indicarlas brevemente.

8. ¿Qué es, pues, lo que brilla, comparable con las estrellas, en la generación de María? Sin duda el ser nacida de reyes, el ser de sangre de Abraharn., el ser de la generosa prosapia de David. Si esto parece poco, añade que se sabe fué concedida por el cielo a aquella geeración por el privilegio singular de santidad, que mucho antes fué prometida por Dios a estos mismos Padres, que fué prefigurada con rnisteriosos prodigios, que fué prenunciada con oráculos proféticos. Porque a esta misma señalaba anticipadamente la vara sacerdotal cuando floreció sin raíz, a ésta el vellocino de Gedeón cuándo en medio de la era seca se humedeció, a ésta la puerta oriental en la visión de Ezequiel, la cual para ninguno estuvo patente jamás. Esta era, en fin, la que Isaías, más claramente que todos, ya la prometía como vara que había de nacer de la raíz de Jesé, ya, más manifíestamente, corno virgen que había de dar a luz. Con razón se escribe que este prodigio grande había aparecido en el cielo, pues se sabe haber sido prometido tanto antes por el cielo. El Señor dice: El mismo os dará un prodigio. Ved que concebirá una virgen. Grande prodigio dió, a la verdad, porque también es grande el que le dió. ¿En qué vista no reverbera con la mayor vehemencia el brillo resplandeciente de esta prerrogativa? Ya, en haber sido saludada por el ángel tan reverente y obsequiosamente, que podía parecer que la miraba ya ensalzada con el solio real sobre todos los órdenes de los escuadrones celestiales y que casi iba a adora a una mujer el que solía hasta entonces ser adorado gustosamente por los hombres, se nos recomienda el excelentísimo mérito de nuestra Virgen y su gracia singular.

9. No menos resplandece aquel nuevo modo de concepción, por el cual, no en la iniquidad, como las demás mujeres, sino sobreviniendo el Espíritu Santo, sola María concibió y de sola la santificación. Pero el haber engendrado ella al verdadero Dios y verdadero Hijo de Dios, para que uno mismo fuese Hijo de Dios y de los hombres y uno absolutamente, Dios y hombre, naciese de María, abismo es de luz; ni diré fácilmente que aun la vista del ángel no se ofusque a la vehemencia de este resplandor. En lo demás, evidentemente, se ilustra la virginidad por la novedad del mismo propósito de la virginidad por la novedad del mismo propósito, puesto que, elevándose en la libertad de espíritu sobre los decretos de la ley de Moisés, ofreció a Dios con voto la inmaculada santidad de cuerpo y de espíritu juntamente. Prueba la inviolable firmeza de su propósito el haber respondido tan firmemente al ángel que la prometía un hijo: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Acaso por eso se turbó en sus palabras y pensaba qué salutación sería ésta, porque había oído que la llamaban bendita entre las mujeres la que siempre deseaba ser bendita entre las vírgenes. Y desde aquel punto, ciertamente, pensaba qué salutación sería ésta, porque ya parecía ser sospechosa. Mas luego que en la promesa de un hijo aparecía el peligro manifiesto de la virginidad, ya no pudo disimular más ni dejar de decir: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Por tanto, con razón mereció aquella bendición y no perdió ésta, para que así sea mucha más gloriosa la virginidad por la fecundidad y la fecundidad por la virginidad y parezcan ilustrarse mutuamente estos dos astros con sus rayos. Pues el ser virgen cosa grande es, pero ser virgen madre, por todos modos es mucho más. Con razón también sola ella no sintió aquel molestísimo tedio con que todas las mujeres embarazadas son afligidas, pues ella sola concibió sin libidinoso deleite. Por lo cual, en el mismo principio de la concepción, cuando principalmente son afligidas miserablemente las demás mujeres, María con toda presteza sube a las montañas para asistir a Isabel. Subió también a Belén, estando ya cercano el parto, llevando aquel preciosísimo depósito, llevando aquel peso dulce, llevando a quien la llevaba. Así también, en el mismo parto, de cuánto esplendor es el haber dado a luz con un gozo nuevo la nueva prole, siendo sola ella entre las mujeres ajena de la común maldición y del dolor de las que dan a luz. Si el precio de las cosas se ha de juzgar por lo raro de ellas, nada se puede hallar más raro que éstas. Puesto que en todas ellas ni se vió tener primera semejante ni segunda. De todo esto, si fielmente lo miramos, sin duda concebiremos admiración; pero y veneración también, devoción y consolación.

10. Mas lo que todavía resta considerar pide imitación. No es para nosotros el ser antes del nacimiento prometidos prodigiosamente de tantos y tan varios modos ni el ser prenunciados desde el cielo, ni tampoco el ser honrados por el arcángel Gabriel con los obsequios de tan nueva salutación. Mucho menos nos comunican las otras dos cosas a nosotros; ciertamente su secreto es para sí. Porque sola ella es de quien se dice: Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Sola ella es a quien se dice: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios . Sean ofrecidas al Rey las vírgenes, pero después de ella, porque ella sola reserva para sí la primacía. Mucho más, ella sola concibió al hijo sin corrupción, le llevó sin opresión, le dió a luz sin dolor. Así, nada de esto se exige de nosotros, pero, ciertamente, se exige algo. Porque por ventura, si también nos falta a nosotros la mansedumbre del pudor, la humildad del corazón, la magnanimidad de la fe, la compasión del ánimo, ¿excusará nuestra negligencia la singularidad de estos dones? Agraciada piedra en la diadema, estrella resplandeciente en la cabeza es el rubor en el semblante del hombre vergonzoso. ¿Piensa acaso alguno que careció de esta gracia la que fué llena de gracias? Vergonzosa fué María. Del Evangelio lo probamos. Porque ¿en dónde se ve que fuese alguna vez locuaz, en dónde se ve que fuese presuntuosa? Solicitando hablar al hijo se estaba afuera, ni con la autoridad que tenía de madre interrumpió el sermón o se entró por la habitación en que el hijo estaba hablando. En toda la serie, finalmente, de los cuatro Evangelios (si bien me acuerdo) no se oye hablar a María sino cuatro veces. La primera al ángel, pero cuando ya una y dos veces la había él hablado; la segunda a Isabel, cuando la voz de su salutación hizo saltar de gozo a Juan en el vientre; y, alabando ,entonces Isabel a María, cuidó ella más bien de alabar al Señor; la tercera al Hijo, cuando era ya de doce años, porque ella misma y su padre le habían buscado llenos de dolor; la cuarta, en las bodas, al Hijo y a los ministros. Y estas palabras, sin duda, fueron índice certísimo de su congénita mansedumbre y vergüenza virginal. Puesto que, reputando suyo el empacho de otros, no pudo sufrir, no pudo disimular que les faltase vino. A la verdad, luego que fué increpada por el Hijo, como mansa y humilde de corazón, no respondió, mas ni con todo eso desesperó, avisando a los ministros que hiciesen lo que El les dijese.

11. Y después de haber nacido Jesús en la cueva de Belén, ¿acaso no leemos que vinieron los pastores y encontraron la primera de todos a María? Hallaron, dice el evangelista, a María y a José, y al infante puesto en el pesebre. También los Magos, si hacemos memoria, no, sin María su Madre encontraron al Niño, y cuando ella introdujo en el templo del Señor al Señor del templo, muchas cosas ciertamente oyó a Simeón, así relativas a Jesús como a sí misma, pero, como siempre, mostróse tarda en hablar y solícita en escuchar. María conservaba todas estas palabras, ponderándolas en su corazón; y en todas estas circunstancias no profieren sus labios una sola palabra acerca del sublime misterio de la encarnación del- Señor. ¡Ay de nosotros, que parece tenemos el espíritu en las narices! ¡Ay de nosotros, que echamos afuera todo nuestro espíritu, y que, según aquello del cómico , llenos de hendiduras nos derramamos por todas partes! ¡Cuántas veces oyó María a su Hijo, no sólo hablando a las turbas en parábolas, sino descubriendo aparte a sus discípulos el misterio del reino de Dios! ¡Vióle haciendo prodigios, vióle pendiente de la cruz, vióle expirando, vióle cuando resucitó, vióle, en fin, ascendiendo a los cielos! Y en todas estas circunstancias, ¿cuántas veces se menciona haber sido oída la voz de esta pudorosísima Virgen, cuántas el arrullo de esta castísima y mansísima tórtola? Ultimamente leemos en los Actos de los Apóstoles que los discípulos, volviendo del monte Olivete, perseveraban unánimemente en la oración. ¿Quiénes? Hallándose presente allí María, parece obvio que debía ser nombrada la primera, puesto que era superior a todos, así por la prerrogativa de su divina maternidad como por el privilegio de su santidad. Pedro y Andrés, dice, Santiago y Juan, y los demás que se siguen. Todos los cuales perseveraban juntos en oración con las mujeres, y con María, la madre de Jesús . Pues ¿qué?, ¿se portaba acaso María como la última de las mujeres, para que se la pusiese en el postrer lugar? Cuando los discípulos, sobre los cuales aún no había bajado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado, suscitaron entre sí la contienda acerca de la primacía en el reino de Cristo, obraron guiados por miras humanas; todo al revés lo hizo María, pues siendo la mayor de todos y en todo, se humilló en todo y más que todos. Con razón, pues, fué constituída la primera de todos, la que siendo en realidad la más excelsa escogía para sí el último lugar. Con razón fué hecha Señora de todos la que se portaba como sierva de todos. Con razón, en fin, fué ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la que con inefable mansedumbre se abatía a sí misma debajo de las viudas y penitentes, y aun debajo de aquella de quien habían sido lanzados siete demonios. Ruégoos, hijos amados, que imitéis esta virtud; si amáis a María, si anheláis agradarla, imitad su modestia. NADA DICE TAN BIEN AL HOMBRE, nada es tan conveniente al cristiano y nada es tan decente al monje en especial.

12. Y sin duda que bastante claramente se deja ver en la Virgen, por esta misma mansedumbre, la virtud de la humildad con la mayor brillantez. Verdaderamente, colactáneas son la mansedumbre y la humildad, confederadas más íntimamente en aquel Señor que decía: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Porque así como la altivez es madre de la presunción así la verdadera mansedumbre no procede sino de la verdadera humildad. Mas ni sólo en el silencio de María se recomienda su humildad, sitio que resuena todavía más elocuentemente en sus palabras. Había oído: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios, y no responde otra cosa sino que es la sierva de El. De aquí llega la visita a Isabel, y al punto se le revela a ésta por el espíritu la singular gloria de la Virgen. Finalmente, admiraba la persona de quien venía, diciendo: ¿De dónde a mí esto, que venga a mi casa la madre de mi Señor? Ensalzaba también la voz de quien la saludaba, añadiendo: Luego que sonó la voz de tu salutación en mis oídos saltó de gozo el infante en mi vientre. Y alababa la fe de quien había creído diciendo: Bienaventurada tú que has creído, porque en tí serán cumplidas las cosas que por el Señor se te han dicho. Grandes elogios, sin duda, pero también su devota humildad, no queriendo retener nada para sí, más bien lo atribuye todo a aquel Señor cuyos beneficios se alababan en ella. Tú, dice, engrandeces a la Madre del Señor, pero mi alma engrandece al Señor. Dices que a mi voz saltó de gozo el párvulo, pero mí espíritu se 1lenó de gozo en Dios, que es mi salud, y éI mismo también, como amigo del Esposo, se llena de gozo a la voz del Esposo. Bienaventurada me llamas porque he creído, pero la causa de mi fe y de mi dicha es haberme mirado la piedad suprema, a fin de que por eso me llamen bienaventurada las naciones todas, porque se dignó Dios mirar a esta su sierva pequeña y humilde.

13. Sin embargo, ¿creéis acaso, hermanos, que Santa Isabel errase en lo que, iluminada por el Espíritu Santo, hablaba? De ningún modo. Bienaventurada ciertamente era aquella a quien miró Dios, y bienaventurada la que creyó, porque su fe fué el fruto sublime que produjo en ella la vista de Dios. Pues por un inefable artificio del Espíritu Santo, a tanta humildad se juntó tanta magnanimidad en lo íntimo del corazón virginal de María, para que (como dijimos antes de la integridad y fecundidad) se volvieran igualmente estas dos estrellas más claras por la mutua correspondencia, porque ni su profunda humildad disminuyó su magnanimidad ni su excelsa magnanimidad amenguó su humildad, sino que, siendo en su estimación tan humilde, era no menos magnánima en la creencia de la promesa, de suerte que aunque no se reputaba a sí misma otra cosa que una pequeña sierva, de ningún modo dudaba que había sido escogida para este incomprensible misterio, para este comercio admirable, para este sacramento inescrutable, y creía firmemente que había de ser luego verdadera madre del que es Dios y hombre. Tales son los efectos que en los corazones de los escogidos causa la excelencia de la divina gracia, de forma que ni la humildad los hace pusilánimes ni la niagnanimidad arrogantes, sino que estas dos virtudes más bien se ayudan mutuamente, para que no sólo ninguna altivez se introduzca por la magnanimidad, sino que por ella principalmente crezca la humildad; con esto se vuelven ellos mucho más timoratos y agradecidos al dador de todas las gracias y al propio tiempo evitan que tenga entrada alguna en su alma la pusilanimidad con ocasión de la humildad, porque cuanto menos suele presumir cada uno de su propia virtud, aún en las cosas mínimas, tanto más en cualesquiera cosas grandes confía en la virtud divina.

14. El martirio de la Virgen ciertamente (que entre las estrellas de su diadema, si os acordáis, nombramos la duodécima) está expresado así en la profecía de Simeón como en la historia de la pasión del Señor. Está puesto éste, dice Simeón al párvulo jesús, como blanco, al que contradecirán, y a tu misima alma (decía a María) traspasará la espada. Verdaderamente, ¡oh madre bienaventurada!, traspasó tu alma la espada. Ni pudiera ella penetrar el cuerpo de tu hijo sin traspasarla. Y, ciertamente, después que expiró aquel tu Jesús (de todos, sin duda,pero especialmente tuyo) no tocó su alma la lanza cruel que abrió (no perdonándole aun muerto, a quien ya no podía dañar) su costado, pero traspasó seguramente la tuya. Su alma ya no estaba allí, pero la tuya, ciertamente, no se podía de allí arrancar. Tu alma, pues, traspasó la fuerza del dolor, para que no sin razón te prediquemos más que mártir, habiendo sido en ti mayor el afecto de compasión que pudiera ser el sentido de la pasión corporal.

15. ¿Acaso no fue para ti más que espada aquella palabra que traspasaba en la realidad el alma que llegaba hasta la división del alma y del espíritu: Mujer, mira tu, hijo? .¡ Oh trueque! Te entregan a Juan en lugar de Jesús, el siervo en lugar del Señor, el discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, un hombre puro en lugar del Dios verdadero. ¿Cómo no traspasaría tu afectuosísima alma el oír esto, cuando quiebra nuestros pechos, aunque de piedra, aunque de hierro, sola la memoria de ello? No os admiréis, hermanos, de que sea llamada María mártir en el alma. Admírese el que no se acuerde haber oído a Pablo contar entre los mayores crímenes de los gentiles el haber vivido sin tener afecto. Lejos estuvo esto de las entrañas de María, lejos esté también de sus humildes siervos. Mas acaso dirá alguno: ¿Por ventura no supo anticipadamente que su Hijo había de morir? Sin duda alguna. ¿Por ventura no esperaba que luego había de resucitar? Con la mayor confianza. Y a pesar de esto, ¿se dolió de verle crucificado? Y en gran manera. Por lo demás, ¿quién eres tú, hermano, o qué sabiduría es la tuya, que admiras más a María compaciente que al Hijo de María paciente? El pudo morir en el cuerpo, ¿y María no pudo morir juntamente en el corazón? Realizó aquello una caridad superior a toda otra caridad; también hizo esto una caridad que después de aquélla no tuvo par ni semejante. Y ahora, ¡oh Madre de misericordia!, postrada humildemente a tus pies, como la luna, te ruega la Iglesia con devotísimas súplicas que, pues estás constituída mediadora entre ella y el Sol de justicia, por aquel sincerísimo afecto de tu alma le alcances la gracia de que en tu luz llegue a ver la luz de ese resplandeciente Sol, que te amó verdaderamente más que a todas las demás criaturas y te adornó con las más preciosas galas de la gloria, poniendo en tu cabeza la corona de hermosura. Llena estás de gracia, llena del celestial rocío, sustentada por el amado y rebosando en delicias. Alimenta hoy, Señora, a tus pobres; los mismos cachorrillos también coman de las migajas que caen de la mesa de su Señor; no sólo al criado de Abrahám, sino también a sus camellos dales de beber de tu copiosa cántara de agua, porque tú eres verdaderamente aquella doncella anticipadamente elegida y preparada para desposarse con el Hijo del Altísimo, el cual es sobre todas cosas Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.

RESUMEN
 Contraposición de la figura de Eva (corrupción y necedad de entendimiento) frente a María. La misma que existe entre la la luna y el sol. El término theocotos significa "la que dió a luz a Dios". María es la intermediaria entre Cristo y la Iglesia. La iguala a la luz afirmando que "es como el mismo fuego". "Agraciada piedra en la diadema, estrella resplandeciente en la cabeza es el rubor en el semblante del hombre vergonzoso".  "mostróse tarda en hablar y solícita en escuchar". La palabra como una espada cuando muestra a Juan Evangelista como su hijo. Referencias a su corona de doce estrellas. Alabanza de su modestia y capacidad de compasión. 

EN LA ANUNCIACION DE LA VIRGEN MARIA. DE LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO EN CRISTO




EN LA ANUNCIACION DE LA VIRGEN MARIA
DE LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO EN CRISTO 



1. La presente solemnidad de la anunciación del Señor, hermanos míos, parece que presenta a nuestra vista la sencilla historia de nuestra reparación bajo el aspecto de una llanura dilatada y amenísima. Se confía una nueva embajada al ángel San Gabriel, y una virgen que profesa una nueva virtud es honrada con los obsequios de una nueva salutación. Se aparta de las mujeres la maldición antigua, y la nueva Madre recibe una bendición nueva. Se halla llena de gracia la que ignora la concupiscencia, a fin de que, viniendo sobre ella el Espíritu Santo, conciba en su seno virginal un Hijo la misma que se desdeña de admitir varón. Penetra en nosotros el antídoto de la salud por la puerta misma por donde, entrando el veneno de la serpiente, había ocupado la universalidad del linaje humano. Innumerables flores semejantes a éstas es fácil coger en estos hermosos prados; pero yo descubro en medio de ellos un abismo de una profundidad insondable. Abismo ines. crutable es verdaderamente el misterio de la en. carnación del Señor, abismo impenetrable aquel en que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. ¿Quién le podrá sondear, quién podrá asomarse a él, quién le comprenderá? El pozo es profundo y yo no tengo con qué pueda sacar agua. Sin embargo, acontece algunas veces que el vapor que se exhala del fondo de un pozo humedece los lienzos puestos sobre la boca del mismo pozo. Así, aunque recelo penetrar adentro, conociendo bien mi propia flaqueza, con todo eso repetidas veces, Señor, colocándome junto a la boca de este pozo, extiendo a ti mis manos, porque mi alma está como una tierra sin agua en tu presencia. Y ahora que subiendo de abajo la niebla ha embebido en sí algo de ella mi tenue pensamiento, procuraré, hermanos míos, comunicároslo con toda sencillez, exprimiendo, por decirlo así, el lienzo y deramando sobre vosotros las pequeñas gotas del celestial rocío.

2. Pregunto, pues, ¿por qué razón encarnó el Hijo y no el Padre o el Espíritu Santo, siendo no sólo igual la gloria de toda la Trinidad, sino también una sola e idéntica su substancia?. Pero ¿quién conoció los designios del Señor, o quién ha sido su consejero? Altísimo misterio es éste ni conviene que temerariamente precipitemos nuestro parecer sobre esto. Con todo eso, parece que ni la encarnación del Padre ni la del Espíritu Santo hubiera evitado el inconveniente de la confusión en la pluralidad de hijos, debiendo llamarse el uno hijo de Dios y el otro hijo del hombre. Parece también muy congruente que el que era Hijo se hiciera hijo, para que no hubiera equivocación ni siquiera en el nombre. En fin, esto mismo constituye la gloria de nuestra Virgen, ésta es la singular prerrogativa de María, que mereció tener por hijo al mismo que es Hijo de Dios Padre, la cual gloria no tendría, como es claro, si el Hijo no se hubiera encarnado. Ni a nosotros se nos podría dar de otro modo igual ocasión de esperar la salud y la herencia eterna, porque, hecho primogénito entre muchos hermanos el que era unigénito del Padre, llamará sin duda a la participación de la herencia a los que llamó a la adopcion, pues los que son hermanos son coherederos también. Jesucristo, pues, así como con un misterio inefable juntó en una persona la substancia de Dios y la del hombre, así también, usando de un altísimo consejo, en la reconciliación no se apartó de una equidad prudente, dando a uno y a otro lo que convenía: honor a Dios y misericordia al hombre. Bellísima forma de composición entre el Señor ofendido y el siervo reo es hacer que ni por el celo de honrar al Señor sea oprimido el siervo con una sentencia algo más dura, ni tampoco condescendiendo con él inmoderadamente sea defraudado el Señor en el honor que le es debido.

3. Escucha, pues, y observa la distribución que hacen los ángeles en el nacimiento de este Mediador: Gloria, dicen, sea a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad . En fin, para guardar esta distribución no faltó a Cristo reconcíliador fiel, ni el espíritu de temor, con que mostrara siempre reverencia al Padre, siempre difiriese a él y siempre buscase su gloria; ni el espíritu de piedad, con que misericordiosamente se compadeciese de los hombres. Por lo mismo, tuvo también como necesario el espíritu de ciencia, por el cual se hiciese la distribución del espíritu de temor y de piedad sin confusión alguna. Y advierte que en aquel pecado de nuestros primeros padres fueron tres los autores, pero manifiestamente faltaron a los tres tres cosas. Hablo de Eva, del diablo y de Adán. No tuvo Eva ciencia, pues, como dice el Apóstol, fue seducida para cometer el pecado. Seguramente ésta no faltó a la serpiente, pues se describe como la más astuta entre todos los animales, pero careció e maligno del espíritu de piedad, puesto que fue homicida desde el principio. Tal vez Adán podría parecer piadoso en no querer contristar a la mujer, pero abandonó el espíritu de temor de Dios, obedeciendo antes a la voz de Eva que a la divina. Ojalá que hubiera prevalecido en él el espíritu de temor, como expresamente leemos de Cristo en la Escritura, que estuvo lleno no del espíritu de piedad, sino del de temor, porque en todo y para todo debe preferirse el ternor de Dios a la piedad con los prójimos, y él sólo es el que debe ocupar todo el hombre. Por medio de estas tres virtudes, que son: el espíritu de temor, el de piedad y el de ciencia, reconcilíó a los hombres con Dios nuestro Mediador, porque con su consejo y con su fortaleza los libró del poder del enemigo. En efecto, con su espíritu de consejo, permitiendo que Satanás echara sus manos violentas sobre el Inocente, le despojó de sus antiguos derechos, con su fortaleza prevaleció contra él para que no pudiera retener a los redimidos cuando volvió de los infiernos vencedor y devolvió la vida a todos los que resucitaron con El.

4. Nos sustenta, a más de esto, con el pan de vida y de entendimiento, y nos da a beber del agua de la sabiduría que da la salud. Porque la inteligencia de las cosas espirituales e invisibles es verdadero pan del alma que corrobora nuestro corazón y nos fortalece para toda obra buena en todo género de ejercicios espirituales. El hombre carnal que no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, sino que le parecen necesidad, gime y llora diciendo: Se ha secado mi corazón porque me olvidé de comer mi pan. Mira qué verdad tan pura y perfecta es que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma. Pero ¿cuándo percibirá esto el avaro? En vano trabajará cualquiera que pretenda persuadírselo. ¿Y por qué? Porque le parece necedad. ¿Qué cosa más verdadera que ser suave el yugo de Cristo? Pon esto delante de un hombre mundano y verás cómo lo reputa piedra antes que pan. Y ciertamente con la inteligencia de esta verdad interior vive el alma y éste es su manjar espiritual, porque: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Sin embargo, mientras no saborees esta verdad, difícilmente podrás penetrar hasta el interior. Mas cuando comenzares a sentir deleite en ella ya no será manjar, sino bebida; y sin dificultad entrará en tu alma para que así el manjar espiritual de la inteligencia se digiera mejor mezclado con la bebida de la sabiduría, no sea que padeciendo sequedad los miembros del hombre interior, esto es, sus afectos, sirva más de carga que de provecho.

5. De todas las cosas, pues, que eran necsarias para salvar a los pueblos, ninguna absolutamente faltó al Salvador. Porque El es de quien anticipadamente cantó Isaías: Saldrá una vara del tronco de Jesé, y de su raíz se elevará una flor, y reposará sobre ella el espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y la llenará el espíritu del temor del Señor. Observa con cuidado que dijo que esta flor se elevaría, no de la vara, sino de la raíz. Porque si la nueva carne de Cristo hubiera sido criada de la nada en la Virgen (como algunos pensaron), no se podría decir que la flor había subido de la raíz, sino de la vara. Mas al decirse que se elevó de la raíz, se hace manifiesto que tuvo una materia común con los demás hombres desde el principio. Cuando añade que descansará sobre El el Espíritu del Señor, nos declara que ninguna contradicción o lucha habría en El. En nosotros, porque no es del todo superior el espíritu, no descansa del todo; puesto que la carne lucha y combate contra el espíritu y el espíritu contra la carne, del cual combate nos libre aquel Señor en quien nada semejante hubo; aquel hombre nuevo, aquel hombre íntegro y perfecto que tomó el verdadero origen de nuestra carne, pero no tomó el envejecido cebo de la concupiscencia.
EN LA ANUNCIACION DE LA VIRGEN MARIA
DE LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO EN CRISTO

RESUMEN:
dice San Bernardo de Claraval:
El gran misterio de cómo “El Verbo” se hace humano es difícil entender para el hombre y podemos compararlo a un profundo pozo del que nada podemos ver y, como mucho, nos llega una lejana humedad. Sin embargo podemos aventurar algunas ideas. Cristo era al mismo tiempo Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Por una parte, al nacer de la Virgen María, al encarnarse “El Verbo” es una forma de honrar a Dios en su creación, de hacer penitencia por los pecados cometidos contra nuestro Creador y hacerlo en nombre de todos los hombres y mujeres, que de alguna manera eran también sus hermanos. Por otra, al señalarnos el modo de vivir y que podemos vencer a la muerte mediante la resurreción actúa con piedad y misericordia. Tanto el temor de Dios como la piedad son fundamentales en nuestras vidas, pero el Temor de Dios es probablemente más importante, pues nos hace creer en las cosas invisibles que son la base de la auténtica sabiduría, alejada de lo mundano, sin la que la piedad tampoco sería posible.

EN LA FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN




DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA


SERMÓN DEL ACUEDUCTO

1. Cuando el cielo goza ya de la presencia de la Virgen fecunda, la tierra venera su memoria. Allí se halla la posesión de todo bien, aquí el recuerdo; allí la saciedad, aquí una tenue prueba de las primicias; allí la realidad, aquí el nombre. Señor, dice el salmista, tu nombre permanece para siempre, y tu memoria pasará de generación en generación. Esta generación y generación no es de ángeles, a la verdad, sino de hombres. ¿Queréis saber cómo su nombre y su memoria está en nosotros y su presencia en las alturas? Oíd al Salvador cuando dice: Habéis de orar así: Padre nuestro.que estás en los cielos, santificado sea el tu nornbre. Fiel oración, cuyos principios nos avisan de la divina adopción y de la terrena peregrinacion, a fin de que, sabiendo que mientras no estamos en el cielo vivimos alejados del Señor y fuera de nuestra patria, gimamos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción de tús hijos, o sea, la presencia del Padre. Por tanto, expresa,mente habla de Cristo el profeta cuando dice: Cual espíritu que anda delante de nosotros es Cristo nuestro Señor; bajo de su sombra viviremos entre las gentes, porque entre las celestiales bienaventuranzas no se vive en la sombra, sino más bien en el esplendor. En los esplendores de los santos, dice, de mi seno te engendré antes del lucero . Pero esto, sin duda, es el Padre.

2. Mas la madre no le engendró al mismo en el esplendor, sino en la sombra; pero no en otra sombra que con la que el Altísimo la cubrió. Justamente por eso canta la Iglesia, no aquella Iglesia de los santos, que está en las alturas y en el esplendor, sino la que peregrina todavía en la tierra: A la sombra de aquel que había deseado me senté, y su fruto es dulce al paladar mío. había pedido que se le mostrase la luz del mediodía, en donde el Esposo apacienta su rebaño, pero fue contrariada en su deseo, y en lugar de la plenitud de la luz recibió la sombra, en lugar de la saciedad, el gusto. Finalmente, no dice: A la sombra que yo había deseado, sino: A la sombra de aquel a quien yo había deseado me senté, pues no había deseado la sombra, sino el resplandor del mediodía, la luz llena de quien es luz llena. Y su fruto, añade, dulce a mi paladar. ¿Hasta cuándo me has de negar tu compasión, sin permitirme el respirar y tragar siquiera mi saliva? ¿Cuándo llegará el día en que se cumpla esta sentencia: Gustad y ved cuán suave es el Señor? Sin duda es suave al gusto y dulce al paladar, por lo cual se comprende perfectamente que, en vista de ello, prorrumpiera la esposa en voces de acción de gracias y de alabanza.

3. Pero ¿cuándo se dirá: Comed, amigos, y bebed y embriagaros, amadísimos? Los justos, dice el profeta, coman en convite, pero delante de Dios, no en la sombra. Y de sí mismo dice: Seré saciado cuando aparezca tu gloria. También el Señor dice a los apóstoles: Vosotros sois los que permanecisteis conmigo en mis tentaciones y yo dispongo para vosotros, así como mi Padre le dispuso para mí el reino, para que comáis y bebáis sobre mi mesa». ¿En dónde? En mi reino, dice. Dichoso aquel que coma el pan en el reino de Dios. Sea, pues, tu nombre santificado, por el cual de algún modo ahora estás, Señor, en nosotros, habitando por la fe en nuestros corazones, puesto que ya ha sido invocado sobre nosotros tu nombre. Vénganos tu reino. Venga, ciertamente, lo que es perfecto y sea acabado lo que es en parte. Tenéis, dice el Apóstol, por fruto de vuestras obras la santificación, pero será su fin la vida eterna. La vida eterna es fuente indeficiente que riega toda la superficie del paraíso. No sólo la riega, sino que la embriaga, como fuente de los huertos, pozo de aguas vivas que corren con ímpetu desde el Líbano, y el ímpetu del río alegra la ciudad de Dios". Pero ¿quién es la fuente de la vida, sino Cristo Señor? Cuando aparezca Cristo, que es vuestra vida, entonces también apareceréis vosotros con El en la gloria . A la verdad, la misma plenitud se anonadó a sí misma para hacerse para nosotros justicia, santificación y remisión, no apareciendo todavía vida o gloria o bienaventuranza. Corrió la fuente hasta nosotros y se difundieron las aguas en las plazas, aunque no beba el ajeno de ellas. Descendió por un acueducto aquella vena celestial, no ofreciendo, con todo ello, la copia de una fuente, sino infundiendo en nuestros áridos corazones las gotas de la gracia, a unos, ciertamente, más, a otros, menos. El acueducto, sin duda, lleno está para que los demás reciban de la plenitud, pero no la misma plenitud.

4. Ya habéis advertido, si no me engaño, quién quiero decir que es este acueducto que, recibiendo la plenitud de la misma fuente del corazón del Padre, nos la franqueó a nosotros, si no del modo que es en sí misma, a lo menos según podíamos nosotros participar de ella. Sabéis, pues, a quién se dijo: Dios te salve, llena de. gracia. Mas ¿acaso admiraremos que se pudiese encontrar de que se formase tal y tan grande acueducto, cuya cumbre, al modo de aquella escala que vió el patriarca Jacob, tocase en los cielos, más bien, sobrepasase también los cielos y pudiese llegar a aquella vivísima fuente de las aguas que están sobre los cielos? Se admiraba también Salomón y, al modo del que desespera, decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? A la verdad, por eso faltaron durante tanto tiempo al género humano las corrientes de la gracia, porque todavía no estaba interpuesto este deseable acueducto de que hablamos ahora. Ni nos admiraremos de que fuese aguardado largo tiempo, si recordamos cuántos años trabajó Noé, varón justo, en la fábrica del arca, en la cual sólo unas pocas almas, esto es, ocho, se salvaron, y esto para un tiempo bastante corto.

5. Pero ¿cómo llegó este nuestro acueducto a aquella fuente tan sublime? ¿Cómo? Con la vehemencia del deseo, con el fervor de la devoción y con la pureza de la oración, según está escrito: La oración del justo penetra los cielos. A la verdad, ¿quién será justo, si no lo es María, de quien nació para nosotros el Sol de justicia? ¿Y cómo hubiera podido llegar hasta tocar aquella majestad inaccesible, sino llamando, pidiendo y buscando? Sí, halló lo que buscaba aquella a quien se dijo: Has hallado gracia a los ojos de Dios. ¿Qué? ¿Está llena de gracia y todavía halla más gracia? Digna es, por cierto, de hallar lo que busca, pues no la satisface la propia plenitud, ni está contenta aún con el bien que posee, sino que, así como está escrito: El que de mí bebe, tendrá sed todavía, pide el poder rebosar para la salvación del universo. El Espíritu Santo, le dice el ángel, descenderá sobre ti, y en tanta copia, en tanta plenitud difundirá en ti aquel bálsamo precioso, que se derramará copiosaniente por todas partes. Así es, ya lo sentimos, ya se alegran nuestros rostros en el óleo. Mas esto, ciertamente, no es en vano; y si el aceite se derrama, no por eso perece. Por esto, sin duda, también las vírgenes, esto es, las almas todavía párvulas, aman al Esposo y no poco. Y no sólo recibió la barba aquel ungüento que descendía de la cabeza, sino también las mismas fimbrias del vestido le recibieron.

6. Mira, hombre, el consejo de Dios, reconoce el consejo de la sabiduría, el consejo de la piedad. Habiendo de regar toda la era con el rocío celestial, humedeció primero todo el vellocino; habiendo de redimir todo el linaje humano, puso todo el precio en María. ¿Con qué fin hizo esto? Quizá para que Eva fuese -disculpada por la hija y cesase la queja del hombre contra la mujer para siempre. No digas ya , jamás, Adán: La mujer que me diste me ofreció del árbol prohibido; di más bien: La mujer que me diste me ha dado a comer del fruto bendito. Consejo piadosísimo, sin duda, pero no es esto todo acaso; hay otro todavía oculto. Verdad es lo que se ha dicho, pero aún es poco (si no me engaño) a vuestros deseos. Dulzura de leche es; se sacará, acaso, si con más fuerza apretamos la crasitud de la manteca. Contemplad, pues, más altamente con cuánto afecto de devoción quiso fuese honrada María por nosotros aquel Señor que puso en ella toda la plenitud  para que, consiguientemente, si en nosotros hay algo de esperanza, algo de gracia, algo de salud, conozcamos que redunda de aquélla que subió rebosando en delicias. Huerto es, en verdad, de delicias que no solamente inspiró viniendo, sino que agitó dulcemente con sus soberanos soplos aquel claustro divino, sobrevienen  en ella, para que por todas partes fluyan y se difundan sus aromas, los dones, y las gracias. Quita este cuerpo solar que ilumina al mundo, ¿cómo podría haber día? Quita a María, esta estrella  del mar sin duda grande y espacioso, ¿qué quedará, sino obscuridad, que todo lo ofusque, sombra de la muerte todo y densísimas tinieblas?

7. Con todo lo íntimo, pues, de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos a María, porque ésta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María. Esta es, repito, su voluntad, pero para bien nuestro. Puesto que, mirando en todo y por todo al bien de los miserables, consuela nuestro temor, excita nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestra desconfianza y anima nuestra pusilanimidad. Recelabas acercarte al Padre, y aterrado con sólo oír su voz. huías a esconderte entre las hojas. El te dió a Jesús por mediador. ¿Qué no conseguirá tal Hijo de Padre tal? Será oído sin duda por su respeto, pues el Padre ama al Hijo. Mas recelas acaso llegarte también a El. Hermano tuyo es, tu carne es, tentado en todas las cosas sin pecado para hacerse misericordioso. Este hermano te lo dió María. Pero, por ventura, en Él también miras con temblor su majestad divina, porque, aunque se hizo hombre, con todo eso permaneció Dios. ¿Quieres tener un abogado igualmente para con Él? Pues recurre a María. Porque se halla la humanidad pura en María, no sólo pura de toda contaminación, sino pura de toda mezcla de otra naturaleza. No me cabe la menor duda: será ella oída también por tu respeto. Oirá sin duda el Hijo a la Madre, y oirá el Padre al Hijo. Hijos amados, ésta es la escala de los pecadores, ésta es mi mayor confianza, ésta es toda la razón de la esperanza mía. ¿Pues qué? ¿Podrá acaso el Hijo repeler, o padecer Él repulsa? ¿Podrá el Hijo no ser atendido por su Padre o rechazar los ruegos de su Madre? No, no; mil veces no. Hallaste, dice el ángel, gracia en los ojos de Dios. Dichosamente, siempre ella encontrará la gracia, y solo la gracia es  lo que necesitamos. La prudente Virgen no buscaba sabiduría, como Salomón; ni riquezas, ni honores, ni poder, sino gracia. A la verdad, solo es la gracia por la que nos salvamos.

8. ¿Para qué deseamos nosotros, hermanos, otras cosas? Busquemos la gracia, y busquémosla por María, porque ella encuentra lo que busca y no puede verse frustrada. Busquemos la gracia, pero la gracia en Dios, pues en los hombres la gracia es falaz. Busquen otros el mérito; nosotros procuremos cuidadosamente hallar la gracia. ¿Pues qué? ¿Por ventura, no es gracia el estar aquí? Verdaderamente misericordia del Señor es que no hayamos sido consumidos nosotros. ¿Y quiénes somos nosotros? Nosotros, tal vez, perjuros; nosotros, adúlteros; nosotros, homicidas; nosotros, ladrones; la basura, sin duda, del mundo. Consultad vuestras conciencias, hermanos, y ved que donde abundó el delito sobreabundó también la gracia. María no alega el mérito, sino que busca la gracia. A la verdad, en tanto grado confía en la gracia y no presume de sí altamente, que se recela de la misma salutación del ángel. María, dice, pensaba qué salutación sería ésta. Sin duda, se reputaba indigna de la salutación del ángel. Y acaso meditaba dentro de sí misma: ¿De dónde a mí esto, que el ángel de mi Señor venga a mí? No temas, María, no te admires de que venga el ángel, que después de él viene otro mayor que él. No te admires del ángel del Señor, el Señor del ángel está contigo. ¿Es mucho que veas a un ángel viviendo tú ya angélicamente? ¿Es mucho es que visite el ángel a una compañera de su vida? ¿Es mucho que salude a la ciudadana de los santos y familiar del Señor,? Angélica vida es, ciertamente, la virginidad, pues los que no se casan ni son casados serán corno los ángeles de Dios.

9. ¿No veis cómo también de este modo nuestro acueducto sube a la fuente, ni ya con solo la oración penetra los cielos, sino igualmente con la incorrupción, la cual nos une con Dios, como dice el Sabio? Era la Virgen santa en el cuerpo y en el espíritu, y podía decir con especialidad: Nuestro trato es en el cielo. Santa era, repito, en el cuerpo y en el espíritu, para que nada dudes acerca de este acueducto. Sublime es en gran manera, pero no menos permanece enterísirno. Huerto cerrado es, fuente sellada, templo del Señor, sagrario del Espíritu Santo. No era virgen fatua, pues no sólo tenía su lámpara llena de aceite, sino que guardaba en su vasija la plenitud de él. En su corazón había dispuesto los grados para subir hasta el lugar santo por medio de la asidua oración y una vida santísima, y así vemos que subió a las montañas de Judea con mucha prisa, saludó a Isabel y permaneció en su asistencia como tres meses, de suerte que ya entonces podía decir la Madre de Dios a la madre de Juan lo que mucho tiempo después dijo el Hijo de Dios al hijo de Isabel: Déjame hacer ahora, que así es como conviene que cumplamos nosotros toda justicia. Puede afirmarse con toda verdad que esta Virgen al subir a las montañas de Judea se elevó más que los más altos montes de Dios, lo cual constituye el tercer ascenso de la Virgen, a fin de que se cumpliera en ella aquello de que con dificultad se rompe la cuerda tres veces doblada. Hervía, pues, la caridad en buscar la gracia, resplandecía en el cuerpo la virginidad y sobresalía la humildad en el obsequio. Pues si todo aquel que se humilla será ensalzado, ¿qué cosa más sublime que esta hurnildad? Se admiraba Isabel de su venida, y decía: ¿De dónde a mí esto, que la Madre de mi Señor venga a mi. Pero mucho más debiera haberse admirado de que María se anticipara a lo que más tarde debía decir su Hijo: No vine a ser servido, sino a servir. Con razón, por tanto, aquel cantor divino, llevado de su admiración profética, decía de ella: ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, hermosa como la luna, escogida como el sol; terrible como un ejército formado en batalla?Sube ciertamente sobre el linaje humano, sube hasta los ángeles, pero a éstos también los sobrepuja y se eleva sobre toda criatura celestial. Sin duda que sobre los mismos ángeles es forzoso que vaya a recibir aquella agua viva que ha de difundir sobre los hombres.

10. ¿Cómo, dice, se hará esto, porque yo no conozco varón? Verdaderamente es santa en el cuerpo y en el espíritu, teniendo no sólo la integridad de la virginidad, sino el propósito firme de conservarla incólume. Mas respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo sobrevendrá en ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra. Como si dijera: No me preguntes a mí esto, porque es cosa superior a mi comprensión y no podría declarártelo. El Espíritu Santo, no el espíritu angélico, sobrevendrá en tí, y la virtud del Altísimo te hará sombra, no yo. No te pares ni siquiera entre los ángeles, Virgen santa; mucho más sublime está lo que la tierra sedienta espera que se le dé a beber por ministerio tuyo. Un poco que les pases a ellos hallarás a quien ama tu alma. Un poco, repito, no porque tu Amado no sea superior a ellos incomparablemente, sino porque nada encontrarás que medie entre El y ellos. Pasa, pues, las virtudes y las dominaciones, los querubines y los serafines, hasta que llegues a Aquel de quien alternativamente están clamando: Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos. Pues el fruto santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios . Fuente es de la sabiduría el Verbo del Padre en las alturas. Pero este Verbo por medio de ti se hará carne, para que Aquel que dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, diga igualmente: Porque yo procedí de Dios y he venido de parte de Dios. En el principio, dice San Juan, era el Verbo. Ya brota la fuente, pero por ahora sólo en sí misma. Añade luego: Y el Verbo estaba en Dios, habitando una luz inaccesible, y decía el Señor desde el principio: Yo medito pensamientos de paz y de aflicción. Pero en ti, Señor, está tu pensamiento, y lo que piensas lo ignoramos nosotros. Porque ¿quién pudo jamás conocer los designios del Señor o quien fue su consejero? Descendió, pues, el pensamiento de la paz a la obra de la paz: el Verbo se hizo carne y habita ya entre nosotros. Habita por la fe en nuestros corazones, habita en nuestra memoria, habita en muestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. Porque ¿qué idea se formaría antes el hombre de Dios? ¿No se le representaba en su corazón bajo la forma de un ídolo?

11. Incomprensible era e inaccesible, invisible y superior a toda humana inteligencia. Mas ahora quiso ser comprendido, quiso ser visto, quiso que pudiésemos pensar en Él. ¿De qué modo, me preguntas? Echado en el pesebre, reposando en el virginal regazo, predicando en el monte, pernoctando en la oración; o bien pendiente de la cruz, poniéndose pálido en la muerte , libre entre los muertos y mandando en el infierno; o también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles las hendiduras de los clavos, insignias de su victoria; finalmente subiendo a lo más alto de los cielos a vista de los mismos apóstoles. ¿Qué cosa de éstas no se piensa verdadera, piadosa y santamente?.Cualquiera de estas cosas que yo piense, pienso en mi Dios y en todas estas cosas. Él es mi Dios. El meditar, pues, estos misterios lo llamé sabiduría, y juzgué por prudencia el refrescar incesantemente la memoria de la suavidad de estos dulces frutos, que produjo copiosamente la vara sacerdotal que María fue a coger en las alturas para difundirlos con la mayor abundancia en nosotros. La recibió, sin duda, en las alturas y sobre los ángeles, puesto que recibió al Verbo del mismo corazón del Padre, según está escrito: El día anuncia al día la palabra . Verdaderaniente es día el Padre, pues es día del día la salud de Dios. ¿Acaso no es también día María? Y esclarecido. Resplandeciente día es, sin duda, la que procedió como la aurora resurgente, hermosa como la luna, escogida como el sol.

12. Contempla, pues, cómo se elevó hasta los ángeles por la plenitud de la gracia y por encima de los ángeles al descender sobre ella el Espíritu Santo. Hay en los ángeles caridad, hay pureza, hay humildad. ¿Cuál de estas cosas no resplandeció en María? Pero de esto ya os hemos hablado antes del modo que hiemos podido; prosigamos en ver su excelencia singular. ¿A quién de los ángeles se dijo alguna vez: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra. Y por eso el fruto santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios? La verdad nació de la tierra, no de la criatura angélica, puesto que no tornó la naturaleza de los ángeles para salvarlos, sino que tomó la semilla de Abraham. para redimir a sus hijos. Cosa excelsa es para el ángel el ser ministro del Señor, pero otra cosa más sublime mereció María, que fue la de ser Madre del Señor. Así la fecundidad de la Virgen es una gloria sobreeminente, y por este privilegio único fue sublimada sobre todos los ángeles, tanto más cuanto supera el nombre de Madre de Dios al de simples ministros suyos. A ella la encontró la gracia, llena de gracia, para que, fervorosa en la caridad, en la virginidad íntegra, en la humildad devota concibiese sin conocer varón y diera a luz igualmente sin dolor ni menoscabo de su virginidad. Más aún, el fruto que nació de ella se llama santo y es Hijo de Dios.

13. En lo demás, hermanos, debemos procurar con el mayor cuidado que aquella Palabra que salió de la boca del Padre para nosotros por medio de la Virgen, no se vuelva vacía, sino que por mediación de Nuestra Señora devolvamos gracia por gracia. Mientras suspiramos por la presencia, fomentemos con toda nuestra atención su memoria, y así sean restituídas a su origen las corrientes. de la gracia para que fluyan después más copiosamente. De otra suerte, si no vuelven a la fuente se secarán, y siendo infieles en lo poco no merecernos recibir lo que es máximo. Poco es ciertamente la memoria en comparación de la presencia, poco en comparación de lo que deseamos, pero grande cosa es respecto de lo que merecemos: inferior es respecto del deseo, pero muy superior al mérito. Sabiamente, por tanto, la Esposa, aún por esto poco, se congratula a sí misma en gran manera, puesto que habiendo dicho: Muéstrame dónde tienes los pastos, dónde reposas al llegar el mediodía, aunque recibió muy poco en comparación de lo que había pedido, pues en vez del pasto de mediodía sólo gustó el sacrificio de la tarde, sin embargo de ningún modo se lamenta de ello, como suele suceder, ni se contrista, sino que da gracias al Amado y en todo se muestra más devota. Sabe muy bien que si es fiel en la sombra de la memoria, obtendrá sin duda la luz de la presencia. Así, los que hacéis memoria del Señor, no guardéis silencio, no permanezcáis mudos, aunque, a la verdad, los que tienen presente al Señor no necesitan de exhortación, y aquellas palabras del profeta: alaba, Jerusalén, al Señor, alaba a tu Dios, Sión, más bien son de congratulación que de amonestación, pero por los que caminan aún en la fe necesitan de amonestación para que no callen y no respondan al Señor con el silencio, porque Él hace oír su voz y habla palabras de paz para su pueblo y para sus santos y para todos aquellos que se vuelven a Él de corazón. Por esto se dice en el salmo: Con el santo serás santo, y con el varón inocente,  y oirá al que le oye y hablará al que le habla. De otra suerte le habrás dado silencio, si tú callas. Pero ¿si tú callas de qué? De la alabanza. No calléis, dice, y no le deis silencio hasta que establezca y ponga a Jerasalén alabanza en la tierra. La alabanza de Jerusalén es gustosa y hermosa alabanza, a no ser que acaso juzguemos que los ciudadanos de Jerusalén se deleitan de las alabanzas mutuas y que se engañan recíprocamente con la vanidad.

14. Hágase tu voluntad, ¡oh Padre!, así en la tierra como en el cielo, para que las alabanzas que resuenan en Jerusalén resuenen también en la tierra. Pero ¿qué sucede ahora? El ángel no busca gloria de otro ángel en JerusaIén, mas el hombre desea ser alabado del hombre en la tierra. ¡Execrable perversidad, pero sólo propia de aquellos que tienen ignorancia de Dios, que viven olvidados del Señor Dios suyo; en cuanto a vosotros, que os acordáis del Señor, no ceséis de publicar sus alabanzas hasta que resuenen cumplidamente en toda la tierra. Hay un silencio irreprensible, más aún, loable, como también hay palabras que no son buenas. De otra suerte no diría el profeta que era bueno aguardar en silencio la salud que viene de Dios . Bueno es que la jactancia guarde silencio, bueno es que la blasfemia se calle, hueno es que enmudezca la murmuración y la detracción. Acontece que alguno, exasperado por la magnitud del trabajo y peso del día, murmura en su corazón y juzga temerariamente a los que velan por su alma, como que han de dar cuenta de ella. Esta murmuración equivale a un grito clamoroso que procede de un corazón endurecido y que le impide oír la voz de Dios. Otros, por la pusilanimidad de su espíritu, desmayan en la esperanza, y ésta viene a ser como una horrible blasfemia, que ni en este siglo ni en el futuro se perdona. Otros, en fin, aspiran a cosas grandes y muy superiores a su capacidad, diciendo: Nuestra mano es robusta. creyéndose algo cuando en realidad son una pura nada. ¿Qué le hablará a éste aquel Señor que no habla sitio de paz? Ese tal dice: Rico soy y de nadie necesito, mientras que el que es la verdad clama: ¡Ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis aquí vuestra consolación. Y en otra parte añade: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Calle, pues, en nosotros la lengua maldiciente, la lengua blasfema, la lengua orgullosa y altanera, porque es bueno aguardar en este triplicado silencio la salud que viene de Dios, a fin de que así podamos decir: Habla, Señor, porque tu siervo escucha. Semejantes voces no se dirigen a Él, sino contra Él, según aquello que decía Moisés a los murmuradores: No es contra mí vuestra murmuración, sino contra el Señor

15. Mas de tal suerte has de callar en estas tres cosas, que no enmudezcas del todo, guardando con Dios absoluto silencio. Háblale contra la jactancia por la confesión, para que alcances perdón de lo pasado. Háblale contra la murmuración con la acción de gracias, para que te conceda más abundante gracia en la presente vida. Háblale contra la desconfianza en la oración, para que consigas también la gloria en lo futuro. Confiesa, repito, lo pasado, y da gracias por lo presente, y en adelante ora con más cuidado por lo futuro, a fin de que Él a su vez no calle en la remisión, ni en la donación de sus gracias ni en sus promesas. No calles, repito, no guardes silencio en su presencia. Háblale para que también Él te hable y pueda decirte: Mi amado es para mí y yo para él. Voz agradable es ésta; dulce palabra. Sin duda no es esta voz de murmuración, sino de tórtola. No me digas: ¿Cómo hemos de cantar los cánticos del Señor en la tierra extraña?, porque no debe reputarse tierra extraña aquella de la cual dice el Esposo: La voz de la tórtola se ha oído ya en nuestra tierra. Había, pues, oído el que decía: Cogednos las zorras pequeñas, y por eso acaso prorrumpió en voces de gozo, diciendo: Mi amado es para mí y yo para él. Sin duda voz de tórtola que con una castidad singular persevera para su consorte, así vivo como muerto, para que ni la muerte ni la vida la separen de la claridad de Cristo. Mira, pues, si hubo algo que pudiese apartar al amado de la amada, cuando ves que persevera unido a ella aún pecando y estando apartada de Él. Porfiaban en vueltas entre sí las nubes en ofuscar los rayos para que nuestras iniquidades nos apartasen de Dios. Pero desplegó su fervor el Sol y lo disipó todo. De otra suerte, ¿cuándo hubieras tú vuelto a Él, si Él no hubiera perseverado para ti, si Él no hubiera clamado: Vuélvete, vuélvete, vuélvete para que te miremos? Sé, pues, tú también no menos perseverante, de modo que por ningún castigo, por ningún trabajo te apartes.

16. Lucha con el ángel, como Jacob, para que no seas vencido, porque el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza y sólo los valerosos le arrebatan. ¿Por ventura, no indican lucha aquellas palabras: Mi amado es para mí y yo para él? Te dió Él muestras de su amor, experimente también el tuyo. En muchas cosas te prueba el Señor tu Dios; se desvía muchas veces, aparta de ti su rostro; pero no llevado de ira. Lo hace para probarte, no para reprobarte. Te sufrió el amado, sufre tú al amado, sostén al Señor y obra varonilmente. No le vencieron a Él tus pecados, a ti tampoco te superen sus castigos, y alcanzarás la bendición. Mas ¿cuándo? Al nacimiento de la aurora, cuando ya esclarezca el día, cuando haya establecido las alabanzas de Jerusalén en la tierra. He aquí, dice Moisés, que un varón, o sea, un ángel, luchaba con Jacob hasta la mañana . Haz que sea oída de mí en la mañana tu misericordia, porque en ti, Señor, he esperado. No callaré, perseveraré en la oración hasta la mañana, y ojalá que no me quede en ayunas. Tú, Señor, te dignas alimentarme, y no sólo esto, sino entre las azucenas. Mi amado es para mí, y yo para él, el cual se apacienta entre las azucenas . Un poco antes se observa en el mismo cántico que la aparición de las flores va acompañada del arrullo de la tórtola. Pero atiende que parece indicar el sitio, no el sustento, y no explica de qué cosas se alimenta, sino entre qué cosas.Acaso, pues, no se alimenta con el manjar, sino con la compañía de las azucenas, ni come azucenas, sino que anda entre ellas. Sin duda más bien por el olor que por el sabor agradan las azucenas y son más a propósito para la vista que para la comida.

17. Así, pues, se apacienta entre las azucenas, hasta que decline el día, y a la belleza de las flores se siga la abundancia de los frutos. Porque ahora es tiempo de flores, no de frutos, pues tenemos aquí sola la esperanza y no lo que esperamos, y caminando por la fe, no por la vista clara, nos congratulamos más con la expectación que con la experiencia. Considerad la suma delicadeza de esta flor y acordaos de aquellas palabras del Apóstol: Llevamos este tesoro en vasos de barro .¡Cuántos peligros amenazan a las flores! ¡Cuán fácilmente con los aguijones de las espinas es traspasada la azucena! Con razón, pues, canta el amado: Como azucena entre espinas, así es mi Amiga entre las vírgenes . ¿Acaso no era azucena entre espinas el que decía: Con los que aborrecían la paz era yo pacífico? Sin embargo, aunque el justo florece como la azucena, no se alimenta el Esposo de azucenas ni se complace en la singularidad. Escuchad cómo habla el que mora en medio de las azucenas: Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Ama siempre Jesús lo que está en medio; los lugares apartados y solitarios siempre los ha reprobado el Hijo del hombre, que es el mediador entre Dios y los hombres. Mi Amado es para mí y yo para Él, el cual se apacienta entre azucenas. Procuremos, pues, hermanos míos, cultivar azucenas; démonos prisa arrancar de raíz las espinas y los abrojos, y plantemos en su lugar azucenas, por si alguna vez acaso se digna el amado desecender a apacentarse entre ellas.

18. En María sí que se apacentaba, puesto que en ella hallaba grandísima abundancia de azucenas. ¿No son acaso azucenas el decoro de la virginidad, las insignias de la humildad, la supreminencia de la caridad? También nosotros podemos tener azucenas, aunque menos hermosas y olorosas; con todo, ni aun entre ellas se desdeñará de apacentarse el esposo, con tal de que a esas acciones de gracias, de que hemos hablado antes, les dé lustre la alegría de la devoción, a la oración le dé candor la pureza de intención y la misericordia dé blancura a la confesión, como está escrito: Aunque sean vuestros pecados como la escarlata, se volverán blancos como la nieve, y aunque sean rojos como el carmesí, serán blancos como la lana. Pero sea lo que fuere aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María, para que vuelva la gracia por el mismo cauce por donde corrió, al dador de la gracia. No le faltaba a Dios, ciertamente, poder para infundirnos la gracia, sin valerse de este acueducto, si El hubiera querido, pero quiso proveerte de ella por este conducto. Acaso tus manos están aún llenas de sangre o manchadas con dádivas sobornadoras, porque todavía no las tienes lavadas de toda mancha. Por eso aquello poco que deseas ofrecer, procura depositarlo en aquellas manos de María, graciosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor , sin sufrir de Él repulsa. Sin duda candidísimas azucenas son, ni se quejará aquel amante, de las azucenas de no haber encontrado entre azucenas todo lo que Él hallare en las manos de María. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
 Vivimos en un mundo de sombras, esperando la auténtica luz. Preferimos la luz de la gracia. Fluye hacia nosotros desde Cristo y gracias a la Virgen María. De esa forma llega hasta nuestras mismas plazas y lugares, si bien en distinta cuantía. María buscaba la gracia y no el mérito. Esa gracia es el Verbo del que se habla en el evangelio de San Juan, que existió desde siempre y que habitó entre nosotros. Esta gracia debe volver a su lugar de origen, a Cristo, habiendo antes llenado nuestro espíritu y habiendo hecho buen uso de ella. Tampoco debemos olvidar la visita al otro Juan, a San Juan Bautista, todavía en el seno materno de su prima Isabel. La Virgen María no calló cuando recibió la visita del ángel sino que estalló en alabanzas. Tampoco nosotros debemos responder, a la llegada de la gracia, con el silencio. Pero si nuestra voz no es de alabanza, entonces sí es preferible callar. Procuremos defendernos de la jactancia con la confesión, de la murmuración con la acción de gracias y de la desconfianza con la oración. La gracia de Dios podía haberse manifestado de otros modos, pero prefirió el lenguaje de las azucenas y el arrullo de las tórtolas, la dulzura infinita de nuestra Virgen María, madre de Cristo y que humaniza hasta el grado máximo la presencia de Él entre nosotros.

Nota: El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, promulgó un documento llamado "Ineffabilis Deus" estableciendo la fiesta de La Inmaculada Concepción. Evidentemente, el presente sermón de San Bernardo no fue redactado para esta fecha concreta.

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