La civilización de la Muerte Pero ¿Cuál es el pecado que rechaza a los hijos?
Necesitamos aún en este sentido hablar de “pecado” cuando después de una reciente encuesta resulto que para la mayoría de los jóvenes el evitar la concepción y el aborto no les parece pecado.
La gran campaña publicitaria en pro de Onán lanzada ya hace años, proviene de los grandes lobbies internacionales que por motivo de mercadeo y predominio del mundo, se apoyan en argumentos conmovedores como el hambre en el mundo la sobrepoblación que dicen causará una catástrofe universal.
Y nosotros, mal informados y superficiales. Sin ni siquiera preguntarnos cuantos millones de hombres se podrían alimentar con lo que se gasta en armamento o en lujos vanos, les damos inmediatamente la razón, con cuántos víveres desperdiciados, tirados al pie de la carretera, para mantener a la alza el precio del producto.
La realidad es que sentimos ya como un deber el evitar tener hijos y si no funciona Onán, nos saca de apuros el cirujano. Las soluciones serían: el onanismo o la muerte.
Los efectos se hicieron evidentes de inmediato: en la actualidad la civilización significa reducción de natalidad, y en los países en los que aún nacen niños sin tantas restricciones se les denominan países retrógrados y subdesarrollados.
Este es uno de los grandes pecados que el homicida existente desde los inicios y padre del engaño ha entretejido y continúa tejiendo en contra de la humanidad. El fruto del pecado; (porque estamos hablando de pecado) señalado en las Escrituras como el pecado por excelencia, se hace presente en forma de angustia y de muerte.
Como cualquier pecado, el onanismo golpea a Dios, a nosotros mismos y al prójimo.
Es un pecado contra Dios
Dios es Vida y solo a Él le corresponde administrarla. (Tal vez de esto se trató el pecado original: de manejar el mecanismo de la procreación sin respetar los tiempos y los parámetros de Dios: y de querer tomar su puesto) Cada hombre, en el plan de Dios debería expandir el amor de Dios sobre toda la creación, como de la Trinidad brota el Espíritu de Amor, así del hombre deberá surgir “una fuente de agua viva para la vida eterna” (Jn 4,4) hasta el punto que, gracias al agua que brotará del hombre, Dios habrá estado en todos para todos.
Dios es Amor que se hace Vida en las continuas generaciones del Hijo –y en la creación- en la continúa procreación de otros hijos. Dios es Padre y no es concebible la paternidad si no hay otros hijos.
El Onanismo bloquea la misma potencia creadora de Dios. Sofoca en el hombre la vida, aún antes de que ésta tenga posibilidad de nacer y desarrollarse.
La única fuerza en el mundo capaz de bloquear la Vida en su expansión al Amor, es la voluntad del hombre, el cual no permite a la misma concebirse: parece absurdo, pero ni siquiera el aborto –que es un verdadero homicidio- puede parar la vida, porque en la Potencia de Amor del Padre, acoge en su seno junto con los Santos Inocentes a éstos bebés mártires no nacidos pero concebidos.
Entonces nos preguntamos si el Onanismo, el hecho de no permitir la concepción de la vida ¿es el pecado máximo, aún superior al aborto, por consecuencia del homicidio?
Es un “no serviré” similar al de Lucifer porque excluye al Amor no solamente de nuestro corazón sino también del corazón de los hijos que no serán concebidos.
“sean fecundos y multiplíquense” es el primer mandamiento desde el inicio de los tiempos: transgredirlo representa el pecado máximo.
Es un pecado contra nosotros mismos
El Onanismo es el pecado que se basa en el “egoísmo” puro y alimenta la falta de amor: no se quieren más hijos porque no se quieren otros a los que se les dirijan atenciones, fuera de nosotros mismos.
Practicar el Onanismo como estilo de vida implica no dejar a otros venir a incomodar nuestra propia vida, para así no tener a cuestas el peso de otros, sino que deseamos que otros lleven el nuestro. Es el triunfo del egoísmo, porque se pone el propio “yo” en el lugar de Dios, al que se rechaza con una desobediencia radical.
Más cuando se le desobedece a Dios, se rompen las relaciones con Él nos quedamos huérfanos, privados de la ayuda del Padre, del único que nos puede defender y liberar del mal. Cuando la desobediencia se vuelve una forma de vida como lo es el onanismo, nos encontramos en una situación de obstinación espiritual, que con el tiempo se hace un culto al “Yo” y a la muerte, que sustituye el culto a Dios y se contrapone al Amor. Del hombre, entonces, ya no emana “agua viva” que lo transforma en “imagen y semejanza de Dios”, sino una mezcla contaminante, que hace del hombre un pantano de muerte.
Es un pecado contra el prójimo
Ningún pecado encierra consecuencias sociales como este: si queremos constatarlo echemos un vistazo a muchas civilizaciones que yacen sepultadas, las cuales encontraron su fin, a raíz del onanismo.
Con las Escrituras como referencia, podemos descubrir cuál fue la causa del derrumbamiento de la civilización egipcia y podemos también constatar la terrible perdida que este pecado acarrea al corazón humano y al de las naciones.
“En Egipto, los israelitas crecían y se propagaban, se multiplicaban y se hacían fuertes en extremo e iban llenando todo el país. Subió al trono en Egipto un faraón nuevo que no había conocido a José y dijo a su pueblo: miren, los israelitas se están volviendo más numerosos y más fuertes que nosotros, vamos a vencerlos con astucia, pues si no, crecerán; y si se declara la guerra, se aliarán con el enemigo, nos atacarán y después se marcharán de nuestra tierra (Ex 1, 6-10)
De estas pocas líneas podemos deducir algunos elementos que tenían los egipcios como normas de vida:
a) No deseaban engendrar hijos debido a que los hijos daban trabajo y no dejaban disfrutar la vida al máximo: estaban dominados por el egoísmo: un hedonismo que desembocaba y desemboca en frutos de muerte como consecuencia lógica.
b) Ellos veían con terror el crecimiento de la raza hebrea, que por el contrario, continuaban engendrando hijos, y eran por tal motivo más numerosos y fuertes que ellos.
c) No quieren seguir el ejemplo de los hebreos en el aspecto de multiplicarse, debido a su egoísmo, pero no quieren renunciar a ellos como sus esclavos, por el bienestar que les proporcionaban, por lo tanto no les parecía conveniente expulsarlos del país.
d) Deben de salir de esta situación enredosa y eligen procedimientos específicos: la violencia y el homicidio: que son conclusiones naturales de su egoísmo.
“El rey les dice: cuando asistan a las hebreas y le llegue el momento de parir, si es niño, lo matarán, y si es niña la dejaran con vida; pero como las parteras respetaban a Dios, en vez de hacer lo que les mandaba el faraón, dejaban con vida a los recién nacidos” (Ex 1,16)
De estas disposiciones nació la más feroz campaña pro-aborto de la antigüedad: porque quien rechaza la vida cae en el espiral de la muerte y de él se vuelve instrumento.
Al faraón no le dio resultado esa campaña, porque las hebreas no participaron de ella.
“Pero las parteras respetaban a Dios y dejaban a los recién nacidos con vida, el rey de Egipto llamó a las parteras y las interrogó: ¿Por qué obran así y dejan vivir a las criaturas? Contestaron al faraón: es que las mujeres hebreas no son como las egipcias, son robustas y dan a luz antes de que lleguen las parteras, Dios premió a las parteras, el pueblo crecía y se hacía muy fuerte, y a ellas como respetaban a Dios, también les dio familia. Entonces el faraón ordenó a todos sus hombres: Cuando nazca un niño échenlo al Nilo; si es niña, déjenla con vida” (Ex 1,15-22)
Fue evidente que el faraón no aceptó el pretexto de las parteras hebreas, así que opta por otro sistema para eliminar a este pueblo (Que se multiplico y se hizo más fuerte) por el hecho de que las parteras desobedecieron al faraón, quien deseaba que aquellas mujeres que ayudaban a la vida, se convirtieran en asesinas que procuraran la muerte.
Hoy la historia se repite tal cual, solo que con algunos cambios: los médicos especializados no tienen problemas para seguir las instrucciones del faraón en turno, y no tienen ningún escrúpulo en ir en contra de lo que persigue su profesión: la vida, parecen convertirse en profesionales del homicidio, impulsados por su sed de ganancia y de éxito, confiados en la protección del faraón vigente. Traicionan el juramento de Hipócrates que todos deberían pronunciar al iniciar su profesión, sofocan la voz de la conciencia que les implora no matar; humillan su profesionalismo y su propia inteligencia asegurando que esos embriones de vida humana son sólo “material” que debe ser eliminado en nombre de la civilización por el bien de la humanidad, sin pensar que también los hornos crematorios de los campos de concentración hallaban su justificación en motivos similares de ecología y de raza.
Las conclusiones son las mismas: la población de la nueva humanidad en lugar de “aumentar y fortalecer” se va precipitando y cayendo en una degradación abismal.
¿De quién es la culpa? ¿De la ley del aborto y de quien la promulgo y de quien la quiso aceptar? No.
La culpa es del egoísmo que cada uno de nosotros ha hecho crecer en su interior, de nuestro “yo” que en el centro de nosotros mismos ha tomado el lugar de Dios-Amor y que se manifiesta en el no querer engendrar hijos; mi “yo” ha crecido tanto que se ha hecho enorme al punto tal, que ya no puede admitir a otros seres aparte de sí mismo.
La culpa del mal y de la muerte moral del mundo inicia y se desarrolla concretamente en el no querer más hijos: el más grande responsable es el onanismo –egoísmo transformado en un acto concreto- en el acto del hombre de cerrarse al amor y a la vida.
Él constituye el primer y gran pecado: los 70 millones de niños asesinados en estos últimos años en el mundo (doscientos mil cada año, los oficialmente declarados en Italia) son la prueba de lo que hemos aquí declarado: se mata a un hijo cuando no se quiere la vida.
La esterilización masiva en muchos países y la institución de los anticonceptivos, (financiados por el estado) quieren ser el remedio para el aborto.
Se trata de bloquear la vida “a priori” tratando de con ello eliminar el aborto que logra todavía incomodar a quien posee aún un mínimo de conciencia. Los pequeños trozos de carne y de sangre en los cuales queda reducida una vida indefensa son pruebas demasiado evidentes del homicidio realizado.
“Deshagámonos de los pueblos y asuntos solucionando” dice el hipócrita, pero se olvida que en el momento en el cual, él se decidió a evitar la vida a través de todas las formas de onanismo, se haya transformado en homicida potencial porque su fin era la muerte a enseñanza del faraón.
La culpa de Onán
Reflexionemos una vez más ¿Es aún más grande pecado de Adán que ha involucrado a la humanidad entera, o el pecado de Onán que aparentemente no daña a nadie?
Es aún mayor el pecado de Onán
Del pecado de Adán nación Caín y de Caín los demás Caínes que somos nosotros mismos, pero el Padre nos ha amado sobrepasando nuestro pecado, nos ha amado en su Hijo que ha tomado “carne pecadora” y puso así las bases para crear una humanidad nueva para la cual su Amor transforma la muerte en resurrección.
Onán no queriendo engendrar hijos, se quedó en la muerte de su pecado: orgullo y egoísmo, los cuales no permitieron la acción misericordiosa de Dios.
Dicho en otras palabras, como hijos de Adán somos hijos del pecado pero también hijos de la resurrección; pero si en vez de Adán hubiera sido Onán, nosotros no seríamos nada.
Y, ¿Qué sería peor que el hecho de reducir a los seres humanos a la nada?
El hombre de nuestros días resulta ser el tono a quien Satanás: príncipe de la muerte y homicida desde los orígenes, usa, y después lo precipita de abismo en abismo. Lo hace cada vez más semejante a él, en expresiones de perversiones cada vez más anormales.
El abismo del mal no tiene fondo, y el homo sapiens de nuestros días, una vez que se ha dejado arrastrar hacia su torbellino cae en un masoquismo existencial cada vez más alucinante, llamado: “Civilización”, “Emancipación”, “Progreso”.
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