Poner la mirada en la meta
Cuenta Carlos Vallés vio a una mujer que iba a trabajar. De pronto ella se detuvo y tomó en sus manos una de las sandalias que usaba. No pudo arreglarla y entonces puso a un lado del camino las dos sandalias. Luego juntó sus manos en un gesto de saludo orante, saludó a las sandalias y siguió su camino descalza.
Nuestra vida es un continuo caminar o peregrinar hacia la casa del Padre, con mucho o poco equipaje. Cada uno escoge lo que más le conviene.
La Biblia nos habla de esta peregrinación de los hijos de Adán, Abraham y de los hijos de Dios. Somos forasteros como todos nuestros padres. “ Por la fe salió Abraham sin saber a dónde iba... Con fe murieron todos estos, (Abraham, Isaac, Jacob) confesando ser extranjeros y peregrinos en la tierra” (Hb 11, 8- 9).
Cristo es “camino, verdad y vida” (Jn 14,6). El peregrinar de Jesús está sintetizado cuando dice: “Salí de junto al Padre y vine a estar en el mundo, ahora dejo el mundo y me vuelvo al Padre... Padre, tú me los confiaste; quiero que, donde yo estoy, estén también conmigo y contemplen mi gloria...” (Jn 16, 28; 17,24). Tras sus huellas deben caminar sus discípulos y los cristianos. El mismo manda ir por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva (Mt 28, 19). El seguir a Jesús es un constante “salir”, un peregrinar por caminos difíciles y desconocidos. En esta peregrinación no estamos solos, el Señor es nuestro compañero, aunque es cierto que nos puede pasar como a los de Emaús, que tardemos en darnos cuenta de que Él camina con nosotros.
Cada religión, cada país y cada pueblo, tienen sus lugares propios de peregrinación. Para los cristianos son famosos: Tierra Santa, Roma, Santiago y todos los lugares sagrados marianos y de los santos.
Y para llegar a todos los lugares de peregrinación hay diferentes caminos que se recorren de muy diferentes maneras: a pie, en bici, en carro, en avión. Hay un camino externo y otro interno.
El camino externo cuenta con sus limitaciones: el cansancio, los dolores, el sol, el frío- En el interno nos encontramos con falta de fe, falta de generosidad y entrega.
Cada uno tiene que hacer su camino, salir de lo conocido para ir a lo desconocido e imprevisible, dejar la seguridad para vivir a la intemperie. Para perseverar en este caminar se tendrá que creer en la fuerza del Espíritu y gustar y ver qué bueno es el Señor.
El camino debe apuntar siempre a la meta. Y para llegar a la meta hay que mantener muy alta la mirada, tener grandes ideales. “Si te atreves a seguir altos ideales, esos mismos ideales duplicarán tus fuerzas para que puedas alcanzarlos”(proverbio sueco).
En todo peregrinar nos damos cuenta de la cercanía de Dios, y al acercarnos a ese gran misterio de Dios reconocemos cuán lejos está de nuestras mentes y de nuestra vida.
Y en todo caminar, bien hacia un Santuario o a la Casa del padre, necesitamos orar con todo nuestro corazón, en todo momento y en todo lugar. La oración tiene que ser el alimento del caminante.
El peregrino ruso describe lo que era la oración para él. “ El rezo silencioso de la oración de Jesús en el fondo del corazón me confortaba y sostenía en mi viaje. Ninguna circunstancia externa, ninguna ocupación la impedían. Cuando me ocupaba en algún asunto, la oración me ayudaba a resolverlo más rápidamente. Mientras escuchaba o leía, la oración seguía brotando de mi corazón” (Anónimo).
La oración dará la fuerza para seguir adelante, hasta el final, no mirando cómo están los zapatos o “sandalias”. Ligero de equipaje se va mejor y se llega antes.
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