lunes, 5 de mayo de 2014

EL FALSO PROFETA Y LA IDOLATRÍA POR LA CIENCIA


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… Los Seudoprofetas siempre prometen cosas fáciles y halagüeñas: de eso viven; y medran. Ésa es la nota que Isaías y Jeremías enrostran a sus falsificadores y perseguidores: que son aduladores, simplemente; de la es­tirpe de los sycofantesque tan bien caracterizó Platón en el Fedro y en El Sofista. Es fácil prometer mil años de paz, un viaje al planeta Marte donde el clima es mejor y hay grandes yacimientos de uranio y la prolongación de la vida hasta los 150 años por medio de la penicilina. Leo en una revista alemana: “Dentro de dos millones de años, el Hombre habrá evolucionado en tal forma que nosotros a su lado pareceremos gusanos”. ¡Qué felicidad… para el que lo vea! ¡Que Dios te conserve la vista, m’hijo!
  La “idolatría de la Ciencia” que domina a la época actual es una evolución de la “Superstición del Progreso” que fue el dogma eufórico del siglo pasado. Efectivamente, el famoso “Progreso”, prometido a gritos por Condorcet y Víctor Hugo, no se ha dado en ningún dominio, ex­cepto en el dominio de la técnica, que es lo que hoy día llaman “Ciencia”. Pero la técnica no puede ser adorada ni siquiera venerada: puede servir al bien o al desastre, sirve para hacer las bombas de fósforo líquido y las atómicas, lo mismo que la vacuna contra la poliomielitis; y puestos en una balanza los estragos espantables junto a los bienes que ha dado la “técnica” en nuestro siglo, yo no veo que ganen los bienes. Preservar a un niño de la parálisis infantil para que después sea quemado vivo por una bomba de fósforo, como los niños de Hamburgo; o de uranio, co­mo los de Hiroshima, no me parece gran negocio.
  La veneración de la “Ciencia” es lo que ha sustituido a la religiosidad en las masas contemporáneas; y por tanto podemos decir que es lo que la ha destruido; porque, como dicen los franceses, “sólo se destruye lo que se sustituye”: por eso la hemos llamado “idolatría”. “No adorarás la obra de tus manos”, dice el segundo mandamiento. La ciencia actual es muy diversa de la ciencia de los griegos, o la ciencia de los grandes siglos cristianos. La ciencia antigua era una actividad religiosa o casi religiosa, movida por un amor y encaminada al bien. Hoy día la “Ciencia” es impersonal, inhumana, exactamente como un ídolo. Desde la segunda etapa del Renacimiento (siglos XVI y XVII) la concepción de cienciaes la de un estudio cuyo objeto está colocado fuera del bien y del mal; y, sobre todo, del bien; sin relación alguna con el bien. La ciencia estudia los hechos como tales: los hechos, la fuerza, la materia, la energía, aislados, deshumanizados, sin relación con el hombre y menos con Dios: no hay en su objeto nada que el corazón del hombre pueda amar. Los móviles del “científico” actual no son móviles de amor a Dios o al prójimo; ni siquiera a su ciencia. Es reveladora la amarga confesión de Einstein que en sus últimos días decía que: “de poder volver a vivir sería plomero o vendedor ambulante, pero no físico”. Y sin embargo la física le dio todo lo que a ella el científico le pide: gloria, fama, honores, consideración, dinero. Más que eso no puede dar un ídolo.
  Un sacerdote no puede admirar la “técnica” moderna de un modo incondicional, ni adularla para quedar bien con las muchedumbres, o aparecer como hombre adelantado y “de su tiempo”. Al contrario, debe mirarla con cierta sospecha, puesto que en el Apokalypsis están prenunciados los falsos milagros del Anticristo, los cuales se parecen singularmente a los “milagros” de la Ciencia actual. “La Segunda Bestia, la Bestia de la Tierra, pondrá todo su poder al servicio de la Primera, la Bestia del Mar; y la facultará a hacer prodigios estupendos, de tal modo que podrá hacer bajar fuego del cielo sobre sus enemigos…” (Ap. XIII, 12-13). Eso ya lo conocemos, eso ya está inventado. No sabemos quién será esa llamada “Bestia de la Tierra” pero sabemos que el Profeta la describe como teniendo poder para hacer prodigios falaces por un lado; y por otro, con un carácter religioso también falaz, puesto que dice que “se parecía al Cordero, pero hablaba como el Dragón”. Esa potestad o persona particular que será aliada del Anticristo y lo hará triunfar será el último Seudoprofeta, por lo tanto. Y por sus frutos habrá que conocerlo; porque sus apariencias serán de Cordero.
  Pero se podría decir: “Si hemos de conocer al árbol por sus frutos dañinos ¿no será ya demasiado tarde, porque el daño ya está hecho? ¿Acaso sirve de algo conocer los hongos venenosos después que uno los ha comido, por sus efectos? ¿No es mejor conocerlo por sí mismo, por sus hojas y su forma? Y de hecho ¿no conoce así la Iglesia a las herejías, por medio de sus teólogos y doctores, confrontándolas con la doctrina tra­dicional, y rechazándolas en cuanto se apartan de ella?”.
  Eso es verdad; pero se aplica a las herejías antiguas, no a las nuevas. La elaboración de la ortodoxia se ha hecho poco a poco; y justamente en la lucha multiforme con nuevas y nuevas herejías. Ahora es fácil conocer a un arriano, un macedoniano, o un protestante; no así cuando aparecieron. Cuando una herejía es nueva, el “catecismo” no basta: de aquí la necesidad que los sacerdotes estudien; y que los doctores de la fe lean los libros heterodoxos; lo cual no es ninguna diversión, sino una ímproba labor, y hasta un “martirio”, como dijo Santo Tomás. La herejía actual que se está constituyendo ante nuestros ojos, consistente en definitiva en la adoración del hombre y “las obras de sus manos”, no es fácilmente discernible a todos; porque pulula de falsos profetas.

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