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domingo, 27 de abril de 2014

Eternamente de carne y hueso…pero transfigurados

Llegará el día en que resucitemos en nuestro cuerpo glorioso; así como la resurrección de Cristo, gozaremos de novedosas propiedades físicas y espirituales.
Sé que a algunos les tomará por sorpresa saber de la eternidad de nuestra condición carnal cuando resucitemos. Hay que recordar y asimilar lo que afirmamos en el credo cuando decimos “creo en la resurrección de la carne”.
«Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros » Romanos 8, 11
« El término “carne” designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (Génesis 6, 3; Salmo 56, 5; Isaías 40, 6). La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Romanos 8, 11) volverán a tener vida. » Catecismo Iglesia Católica §990

Eternidad de la carne
A diferencia de la resurrección de San Lázaro (Juan 11) u otros casos similares (Marcos 5, 21-42; Lucas 7, 11-17) que resucitaron para volver a morir, nosotros recibiremos de Dios en el día del juicio final, nuestros cuerpos definitivos con vida incorruptible:
« Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles» 1 Corintios 15, 42
« Lo que es corruptible debe revestirse de la incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de la inmortalidad.» 1 Corintios 15, 53
«El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna» 2 Macabeos 7, 9
« El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.» Juan 6,54

Cuerpo glorioso
No hay razón alguna para considerar nuestra condición física como algo negativo per se, Dios mismo se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Juan 1,14; Apocalipsis 21,3). El dolor y la enfermedad propias de nuestros cuerpos actuales son consecuencias del pecado original (Romanos 5,12).
Nuestro cuerpo glorioso será como nuestro cuerpo actual pero “transfigurado en cuerpo de gloria” (Filipenses 3, 21), en “cuerpo espiritual” (1 Corintios 15, 44). No tendremos dolor ni enfermedad, será incorruptible y gozaremos de propiedades similares a la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo quien fue el primero en gozar de un cuerpo glorioso (1 Corintios 15,20). Dichas propiedades serán físicas como cuando Jesús permitió que santo Tomás tocará su costado (Juan 20:27; Lucas 24, 39) así como espirituales como la capacidad de trasladarse a pesar de obstáculos físicos; como la roca que sellaba el sepulcro (Mateo 28), puertas cerradas (Juan 20,19) o lugares alejados (Lucas 24,12-15).
Si bien es cierto que al morir nuestra alma se separa de nuestro cuerpo corruptible, es solo una circunstancia temporal (así estemos en el cielo o en el infierno después de nuestro juicio particular). En el último día (Juan 6,39) los que “hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio” (Juan 5,28 -29) en ambos casos lidiaran eternamente con su cuerpo resucitado.

Verdad fundamental
La resurrección de los muertos es una verdad tan fundamental, que si no creemos en ella, vana es nuestra fe (1 Corintios 15,13-14).
Mientras los fariseos (Hechos 23, 6) y muchos contemporáneos del Señor creían y esperaban la resurrección (Juan 11, 24), los saduceos la negaban y la reacción de Jesús no se hizo esperar, y les dijo: “Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error [...] (Dios) no es un Dios de muertos sino de vivos ” (Marcos 12, 24-27)
« Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf. Hechos 17, 32; 1 Corintios 15, 12-13). “En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 88, 2, 5) » Catecismo Iglesia Católica §996
La resistencia a creer en la resurrección de la carne no es nueva, pero tenemos que hacer lo posible por dar a conocer esta verdad fundamental. Ser testigo de Cristo es ser “testigo de su Resurrección” (Hechos 1, 22; Hechos 4, 33)
Esperemos que al recitar el Credo lo hagamos por convicción y que al vivir la Pascua ya sea en Semana Santa o en cada domingo a modo de pequeña pascua, tengamos clara la idea de nuestra resurrección, pues de ella depende nuestra fe.

¿Qué esperas para regresar con tu creador?
El Buen Pastor te espera.

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