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jueves, 19 de diciembre de 2013

San Benito, pedagogo de occidente

San Benito, pedagogo de occidente

De todas maneras, el acontecimiento se produjo a fines del terrible a fines del siglo V, es decir, en un ambiente de “fin de mundo”. Desde la primera toma de ROMA, al alborear ese siglo, por los visigodos de ALARICO, los bárbaros se hallan en todas las fronteras. El hecho de que CLODOVEO, el actual conquistador de las Galias (actual Francia), se dispusiera a hacerse bautizar, al frente de sus tropas, en aquel año de 496 – es decir, aproximadamente cuando BENITO salía -, es una coincidencia solo notable para nosotros.

BENITO no encontrará, pues, inmediatamente la tranquilidad (para imaginarlo es preciso no tener la menor experiencia de lo que de lo que la terrible soledad)… El miedo que tiene a pecar, ante todo, la consecuencia de su inmenso deseo de agradar solamente a Dios.

En el año 480, hace mil quinientos treinta y siete años, nació para gloria de la cristiandad, San Benito de Nursia, hijo de nobles romanos, Patriarca de los monjes de Occidente, fundador de la Orden Benedictina, verdadero motor de energía cultural.

Con el hijo de Nursia, Italia empieza realmente la vida monástica El creador de este nuevo género de vida fue SAN PACOMIO, después del año 430, quien le introdujo con grandes resultados en la ascética cristiana. Pero el advenimiento de SAN BENITO y la institución de su Regla dan un vigoroso impulso a esta parte de la actividad cristiana.

El Patriarca funda monasterios que se multiplican. Instituye su Regla.

Puede decirse que a partir del año 650 todas las órdenes existentes se regían por esta Regla.

La Orden Benedictina, celosa mantenedora del espíritu apostólico, tuvo decisiva importancia en la difusión de la cultura de Occidente.

Esta Orden fundadora ejerció en aquellos tiempos, desde su misma fundación, en medio de las turbulencias germánicas y paganas la más profunda y fecunda acción, tanto en orden religioso, social y político, como en el artístico, musical, y el económico.

SAN BENITO, llenó del espíritu de todos los justos, condensó la inspiración divina, en su Santa Regla, bajo cuya prodigiosa sabiduría militaron santos y santas, emperadores y reyes, príncipes y duques, en fin, grandes personalidades que tuvieron alguna participación en los flujos culturales y religiosos de la Edad Media. (Fray JUSTO PÉREZ DE URBEL: “Semblanzas Benedictinas”, Madrid, 1925).

Nadie más que LEOPOPLDO GENICOT, eximio mediavelista belga, ha definido con precisión y elocuencia el sentido último de la Edad Media: ,

“EDAD MEDIA que sobrevive todavía – nos enseña LEOPOLDO GENICOT, y principalmente en esas obras que los modernos desdeñan con frecuencia y que para tantos de nosotros occidentales y cristianos, han recobrado sentido e irradian de nuevo el mismo calor y luz de antaño. Porque la EDAD MEDIA es una inmensa masa que se levanta y se conmueve: la blanca cohorte de los misioneros, de los fundadores de Órdenes, de los ascetas y de los místicos encabezados y guiados por BENITO DE NURSIA, y seguidos por GREGORIO EL GRANDE y BONIFACIO, BENITO DE ANIANO, ODÓN DE CLUNY, ROBERTO DE POLESME, NORBETO DE XANTEN, FRANCISCO DE ASÍS, y DOMINGO DE OSMA, ROMUALDO, PEDRO DAMIANO, BERNARDO DE CLARAVEL, RICARDO DE SAN VÍCTOR, el maestro ECKHART y RUYBROCK el ADMIRABLE; el escuadrón sonoro de los partidarios de la unidad política y defensores de la paz, de los señores feudales, símbolo de la fidelidad y a quienes la Iglesia Católica HIZO CABALLEROS DE LA GENEROSIDAD; la brillante falange de los sabios, doctores, maestros, teólogos y filósofos, juristas e historiadores, matemáticos y físicos, conducida por JUAN SCOTO ERIÚGENA, RATIERE DE LOBBES, ANSELMO DEL DOC, RUPERTO DE DOUTZ, ABELARDO, PEDRO LOMBARDO, TOMÁS DE AQUINO, DUNS SCOT y GUILLERMO DE OCCAM, BURCHARD DE MORNS, IRNERIUS, GRACIANO, BRATON, JACQUES de RÉVIGNY, BARTOLDO y ACCURSO, BEDA el VENERABLE, SIGBERTO DE GEMBLOUX, GERBERTO de AURILLAC, LEONARDO FOBONACCI, JUAN BURIDAN y NICOLE DRESME; la tropa abigarrada de escritores con SERVATE LOUP, a la cabeza y HILBERTO de LAVARDIN, ADAM DE SAN VÍCTOR, el Archipoeta GAUTIER de CHATILLON, CHRÉTIEN DES TROYES, JUAN de SALISBURY, GUILLERMO de AQUITANIA, GUILLERMO de LLORRIS, DANTE, PETRARCA, VILLON, y ARNOULD GROBAN; la legión innumerable de los orfebres de Renania y de la Lotaringia, arquitectos e imaginarios de Aquisgran, Germigny-sur-Loire, Cluny, París, Amiens, Vézelay, Toulousse, Moissac, Caen, Chartres y Champmel, miniaturistas y pintores de Auxerre, Oberzoll, Berzó-la-Ville, San Savin, de Italia y de los Países Bajos, vidrieros de Saint Denis, y Chartres, de los primeros músicos, de un HERMAN de REICHENAU, a un GUILLERMO de MACAULT; el ejército, el inmenso ejército de aquellos que bajo la mirada de Dios, durante más de un milenio sirvieron en Occidente al Bien, la Verdad y la Belleza. Así, que en el momento de dejar estos tiempos en muchas ocasiones rudos pero siempre fecundos, pasan ante nosotros ojos tantas obras imperecederas, plasmadas a partir de la REGLA BENEDICTINA, como el “Salterio de Utrecht”, el “Cantar de ROLANDO”, LAS FUENTES DE SAN BARTOLOMÉ de Lieja, el Ambón de KLOSNEUBURGO, las Abadías románicas y las Catedrales góticas, el Pórtico Real de la Capital de la Beac y el Tímpano de la Virgen de la Capital capeta, la Leyenda de TRISTÁN e ISOLDA, los himnos religiosos y las canciones de trovadores y goliardos, las “Sumas” teológica-filosóficas, las vidrieras de la Sainte Chapalle, los motetes sacros, la “Divina Comedia”, el Canzoniere, la Mosse du Sacre, el Pozo de MOISÉS, el Retablo del Cordero Místico, el Testamento, lo Misterios y “La Piedad” de Avignon”. (Hasta aquí el Profesor LEOPOLDO GENICOT).

Creaciones comunes a todo el Occidente que les dio a luz y a la Iglesia que fue su inspiradora y dentro de ella, para todos, decimos nosotros, SAN BENITO, PEDAGOGO DE OCCIDENTE.
ADEMÁS, la Orden Benedictina es doblemente importante por haber asistido y apadrinado el nacimiento el nacimiento de las sucesivas que tuvieron siempre, grandísima influencia en la cultura occidental.

Es así como de distintos modos la Orden Benedictino está enlazada a los fundadores y propulsores de las nuevas congregaciones religiosas.

Ella después de haber prestado su apoyo a la magna obra litúrgica de Roma y de haber introducido hasta los últimos confines de Europa la Cultura junto con la Fe católica romana, es solicitada por una empresa más grande todavía: es la que identificándose por un momento con los destinos de la Ciudad Eterna suministrará, inspirara y apoyará por todos los medios, esos grandes Pontífices de los siglos XI y XII, defensores heroicos de la Santidad e independencia de la Iglesia Católica.

Al mismo tiempo que los benedictinos colaboraran activamente en la instalación de los esplendores del culto y transformaban a los incultos germanos; en mansedumbre, orden, y moralidad; o se dedicaban a las múltiples ramas del saber, se encargaron también de aquellos trabajos corporales o manuales o mecánicos necesarios a la subsistencia de la abadía o el monasterio, y especialmente a la agiri-cultura, primera forma de cultura romana, en regiones aptas.

En efecto, apenas llegaban los monjes y edificaban sus rústicos conventos a orillas de algún río comenzaba la transformación de la agreste comarca en productivos campos terminando por construir una villa o burgo que albergaban un pueblo obrero educado en la sabiduría divina y en el cual florecía el espíritu de comunidad.

No pocas ciudades de Europa, tienen un origen monástico. Por eso SAN BENITO es verdaderamente el patrono de Europa.

Finalmente, fueron los monasterios benedictinos los más grandes centros de cultura; ellos conservaron cuidadosamente los elementos de la Antigüedad Greco-Romana, salvados de la destrucción por la diligencia de los monjes y por amor de los estudiantes.

Por todo esto, se ve cuán importante y necesario mencionar la orden benedictina al hablar de la Edad Media.

Debe destacarse en el primer signo de originalidad cultural en esta época es el monasterio, vida en común de hombres y mujeres que desean perfeccionarse por y en las virtudes cristianas y quieren ejercer un apostolado íntegro, viviendo según las normas de los primeros cristianos de la época apostólico.

El monasterio benedictino fue el núcleo cultural de la Edad Media y en los que se condesaron todas las actividades y realizaciones irradiando constantemente, aún en épocas de decadencia, como la actual civilización postmoderna, Caridad y Saber, luz y protección a todo el pueblo cristiano sin distinción alguna.

En él e conservaron intactas las primicias del Espíritu, abrigando al calor del Culto los más esenciales principios de vida apostólica, justa aplicación de las normas evangélicas; y puede decirse que por la acción de esos núcleos, la semilla de la divina palabra justificó el ciento por uno, produciendo esos magníficos tesoros de amor y Saber, que son glorias imperecederas del Medioevo.

La vida del Monje está condensada en la “fórmula” ORA et LABORA, es decir, la actividad mística y contemplativa y la acción por excelencia, la actividad temporal.

Estos dos aspectos engranan armoniosamente en el individuo y en la sociedad y dan como fruto toda la potencia espiritual del Medioevo.

El monje es en esencia el hombre de fe, el hombre entregado a la obediencia. El monje se despaja voluntariamente de su propio yo; he ahí el fondo de la obediencia monástica, precisamente uno de los ideales de la Edad Media fue el estado monacal.

De aquí con seguridad la característica comunitaria de toda obra de esa época. En la vida seglar se procuraba imitar el espíritu monástico, en lo posible y su consecuencia fue el nacimiento de una conciencia comunitaria (mejor dicho corporativa) que informó toda la Edad Media, que se infiltró en las cuestiones industriales y comerciales donde, donde como sabemos, también existían los gremios con sus maestros y aprendices.

Ese comunitarismo medioeval estaba poderosamente alimentado por la absoluto adhesión al Pontífice romano, a la tradición romana-cristiana, adhesión que comienza a decaer ya a principios del siglo XIV, con motivo del Gran Cisma de Occidente.

“He aquí la obra de SAN BENITO DE NURSIA – ha dicho otro gran orador, Monseñor FREPPOL – obra admirable, hermanos, en la que resplandece, bajo la luz de lo alto, el genio del hombre con sus vastas y profundas intuiciones. En esta legislación de las almas llamadas a la vida perfecta, en esta obra capital de la prudencia y de discreción, se expresa SAN GREGORIO MAGNO, discretione pracecipuam hay sin duda la poderosa lucidez de una morada iluminada por la fe; pero se encuentra también en esta legislación, si no nos equivocamos, algún rasgo de aquellos patricios de la antigua Roma que conquistaron el mundo más por la sabiduría que por la fuerza, que supieron gobernarlo después de conquistarlo y que prepararon así, sin ellos saberlo, el reinado universal de CRISTO. Por esta sabiduría tan romana, el patriarca de Montecassino ha adquirido una posterioridad numerosa como las estrellas y como las arenas del mar. Esta Regla que se adapta a las situaciones más diversas, esta Regla que no excluye nada y se presta a todo, los hijos de SAN BENITO podrán practicarla en todas las latitudes, en cualquier medio social que sea: en todas partes formara cristianos perfectos, en todas partes donde se existan almas que se consagren a DIOS y un monasterio donde cantar las divinas alabanzas”. (GARCÍA M. COLUMBAS-LEÓN M.SENSEGUNDO-ODILÓN CUNILL: “San Benito, su vida y su Regla”. Biblioteca de Autores, Madrid, 1953, p. 132).

“Esta transformación del hombre en todos sus pensamientos y actos, - enseña VALDEMAR VEDEL, “Ideales de la Edad Media”, t. IV, “La vida monástica”, traducción del danés por Jaime Ruiz Manet, Editorial Labor, Barcelona, 1931, p. 23 y 24. – verdadera conversio morum, ES LO QUE LA REGLA BENEDICTINA IMPONE COMO CONDICIÓN PREVIA PARA EL INGRESO EN LA ORDEN. La regla benedictina impone como condición previa para el ingreso en la Orden. La regla benedictina no se abre sin más para aquel que quiera entrar; dásele, al novicio, tiempo abundante para reflexionar, después de haberla probada por sí mismo, acerca de la nueva por sí mismo por sí mismo, acerca de la nueva vida que ha elegido. Una y otra vez durante los años de prueba, le son leídas solemnemente las “reglas”, añadiendo luego “estas son las leyes bajo las cuales has de vivir; si eres capaz de acatarlas, entra; si temes no poderlas resistir, acepta el nuevo hermano los votos que le ligan para siempre. Todas las ceremonias de que estos votos van acompañados se dirigen a grabar en la mente del novicio la idea de que su personalidad anterior ha muerte en él, y que se ha despedido para siempre del mundo y de su vida primera.
“…Día tras días, un año y otro, acuden los monjes al templo a determinadas horas, y más de una vez cada día, para rezar en común. Rezan a prima y a tercia, a sexta y a nona; rezan también a vísperas y completas y aún nocturnos, cuando no coincidan con los laudes, y vuelven a rezar. Las “horas canónicas” regulan toda la vida del cennobio, dividiendo los trabajos del día, e interrumpiendo el descanso de la noche. Añádese a esto la misa solemne que diariamente se celebra en el templo, a las siete, después de prima, o a las nueve, entre tertia y sexta. La misa constituye el punto más solemne de la jornada, la manifestación cotidiana de la Divinidad misma en su santa casa, el diario milagro en virtud del cual el pan y el vino en transubstancian en carne y sangre de JESUCRISTO. A la misa asisten todos los que en el convento tienen pies para andar, desde el abad o prior al más humilde de los legos”.

No es posible reunir en cinco páginas catorce siglos y medio de Historia. Y menos aún cuando se trata de la historia benedictina. QUEDA MUCHO POR CONSIDERAR.

Frente a los bárbaros (germanos invasores del Imperio) la Iglesia es la única fuerza organizada que puede aún encarnar la ciudad terrestre, ella es la que conduce “EL NAVÍO ABANDONADO, SIN PILOTO, EN GRAN TEMPESTAD”,


En cuanto a la proyección pedagógica de la figura de SAN BENITO, debemos afirmar que ha ejercido una influencia decisiva, constante y universal sobre el origen y desarrollo de la cultura monástica del medioevo occidental, conteniendo potenciados en sus textos capitales de tradición benedictina, los dos componentes esenciales de esa cultura: 1) Gramática y 2) Escatología.

La tradición monástica de la Edad Media (siglos V a XV: 10 siglos del 500 a 1500,aproximadamente) en Occidente se instaura fundacionalmente sobre textos que hacen de ella una tradición benedictina en sentido estricto. (Leclerq, Jean: Cultura y Vida Cristina. Ed. Sígueme. Salamanca, 1965, p. 21: importante libro y autor).

Tales son la vida de SAN BENITO en el libro II de los Diálogos de SAN GREGORIO, y la Regla de los Monjes que tradicionalmente se atribuye al santo varón.

Con respeto a la influencia perdurable de SAN BENITO en las orientaciones pedagógicas y culturales, desde el principio de la Vida, SAN GREGORIO nos ha dejado un testimonio interesante, que será frecuentemente invocado por la tradición y le sirve como de símbolo.

Ese texto es aquél en que, en el Prólogo al Libro II de los Diálogos, narra SAN GREGORIO, cómo abandonó el joven BENITO Roma y la escuela, para llevar una vida consagrada a DIOS.

Dice SAN GREGORIO:
“Nacido en la región de Nursia, de buena familia, fue enviado a Roma a cursar los estudios de las ciencias liberales. Pero viendo que muchos se dejaban arrastrar en el sentido por la pendiente de los vicios, retiró el pie, que casi había puesto en el umbral del mundo, por temor a que si llegaba a conseguir un poco de su ciencia, fuese después a caer también él en el fatal precipicio. Despreciando, pues, los estudios literarios, abandonó la casa y los bienes de su padre, y deseando agradar solo a DIOS, BUSCÓ EL HÁBITO DE LA VIDA MONÁSTICA. Retiróse, pues, ignorante a sabiendas y sabiamente indocto”. (Colombas, San Segundo, Cunil: San Benito, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1954, p.159. Clásico en Castellano).

De este relato, se sacan las siguientes conclusiones:

Para comenzar, una conversión de SAN BENITO, que no es menos importante que la de SAN AGUSTÍN DE HIPONA. Análogamente como San Agustín, comenzó SAN BENITO por realizar estudios y después renunció a ello.

En cuanto al contenido curricular de esos estudios, llamados por San Gregorio “los estudios de las ciencias liberales” o también “estudios literarios”, consisten en lo que entonces se enseñaba a los “hombres literarios”, o, como dice San Gregorio, los “liberalia studia”; ESA EXPRESIÓN DESIGNABA PARA LOS JÓVENES ROMANOS DE LA ÉPOCA, la gramática, la retórica, el derecho.

“Comprobamos así, que la vida escolar se perpetuó en Roma hasta mediados del siglo VI: siempre existieron en ella, remunerados por Estado, profesores de gramática, retórica, derecho y medicina; conocemos inclusive el nombre de uno de los últimos titulares de la cátedra de elocuencia inaugurada antaño por QUINTALIANO: un tal FELIX, quien se menciona en el año 543 como autor de la recensión del texto de MARCIANO CAPELLA. Siempre enseñan en salas dispuestas alrededor del foro de Emperador TRAJANO, que también sirven de escenario para las recitaciones públicas, ya que las costumbres literarias de la Roma imperial subsisten durante todo el tiempo que se mantienen sus escuelas” (HENRI-IRENÉE MARROU: Historia de la Educación en la Antigüedad. Eudeba, Buenos Aires, 1965, p. 423: excelente libro y un esclarecido católico francés).

Probablemente estudió la Gramática. De cualquier modo, lo cierto es que pronto, sintiendo rechazo por lo que ve y oye en el ambiente escolar, BENITO lo abandono todo, ya que no se ha podido determinar que haya llegado al estudio del Derecho, pues era un puer, apenas “ha puesto un pie en el umbral del mundo”. Se produce su huída de la escuela, no porque sean deficientes los estudios liberales, propios de los hombres libres – lo que no se dice en el texto citado de SAN GREGORIO – sino porque la vida de estudiante está llena de peligros morales, de ahí conversio morum: la conversión de las costumbres.

En efecto, LA ACTVIDAD INTELECTUAL no fue labor exclusiva ni tan sólo finalidad principal de la vida monástica. La misión esencial del monje era, como dice la regla de SAN BENITO, el SERVICIO DE DIOS (OPUS DEI), la Misa y el rezo en comunidad del OFICIO DIVINO. “Nada – dice el capítulo 33 – debe ser antepuesto al Servicio de Dios”. Maitenes, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas…, el ritmo de la vida del monasterio marcó, durante siglos y siglos, la jornada cotidiana de los fieles. Con los monjes compartieron aquéllos el trabajo manual, y de los monjes aprendieron buen número de labores agrícolas y métodos de trabajo las clases rurales.

Todo el resto de la vida de SAN BENITO ESTARÁ ORIENTADA A LA BÚSQUEDA DE DIOS, perseguida en las mejores condiciones para ir a Él, es decir, en el alejamiento de ese mundo peligroso. (Leclerq, J. o. cit. p. 22).

Así pues, encontramos en potencia, en la vida de SAN BENITO, los estudios experimentados, no rechazados ni despreciados o negados, pero sí renunciados, superados en vista del último fin, la instauración del reino de la Iglesia.

Por consiguiente toda la tradición benedictina será, imagen de la vida de la vida de SAN BENITO, “scienter nescia, et sapienter indocta” (ignorante a sabiendas y sabiamente indocto”, recogerá la enseñanza de la docta ignorancia, vivirá en ella y la trasmitirá, la conservará, la mantendrá presente y viva en la actividad educadora de la Iglesia. (Leclercq, J. op. Cit. p. 23).

En cuanto a la Regla de SAN BENITO, debemos afirmar que ésta presupone monjes letrados. Es difícil apreciar lo que debió conocer el autor de la Regla para escribirla.

Se deben distinguir en la Regla los dos elementos constitutivos que aparecen en el itinerario espiritual de SAN BENITO: el conocimiento de las LETRAS y la búsqueda de DIOS.

De allí se concluye que una de las principales ocupaciones del monje es la LECTIO DIVINA, la cual incluye la MEDITACIÓN o meditatio -meditare aut legere-. (Leclerq, J. op. Cit. 24).

Es necesario, por consiguiente, en el monasterio, poseer libros, saber leerlos, saber escribirlos, aprender a hacerlo si se ignora.

SAN BENITO supone la existencia de una biblioteca bastante bien provista, ya que cada uno de sus monjes debe recibir, en Cuaresma, un Codex; todos son invitados, al final de la Regla a leer la Escritura, CASSIANO y SAN BASILEO – fuentes doctrinales de SAN BENITO para la elaboración de su Regla – se ha de poder leer en el refectorio, en el coro, ante los huéspedes. (Leclerc, j. OP. CIT. P. 24).

En virtud de que para poseer libros, es necesario saber escribirlos, normalmente se considera que todos los monjes, salvo excepción, saber escribir.

El abad y el monje cillero deben anotar lo que dan y lo que reciben; se conservan en los archivos documentos escritos.

Se supone que al menos algunos saben confeccionar libros, es decir, copiarlos, encuadernarlos, decorarlos incluso.

Es necesario hacer libros, en primer lugar, para el monasterio. Se recibían libros en donación, pero, por lo general. Se copiaban en el monasterio mismo. También se confirma el hecho de que se copiaban igualmente para el exterior libros que se vendían. De la misma manera, supone SAN BENITO que los monjes no son iletrados ya que sólo algunos se consideraban incapaces de leer y estudiar, pero la totalidad de los monjes, para poder hacer esas lecturas públicas y privadas que la Regla prescribe, debe saber leer y eso presupone una escuela. (Leclerq, J. Op. Cit., p. 25).

Ahora bien, no puede suponerse que el siglo VI entrarán en el monasterio sabiendo las primeras letras; SAN BENITO prescribe “qué se leerá” (legatur ei) la Regla al discípulo, en el caso de que no haya podido leerlas por sí mismo en el momento de su entrada en el Monasterio.

Leer puede, por consiguiente, tener el sentido de “comentar”, es decir, se leerá la Regla, explicándosela, y comentándosela. No se afirma que se le enseñara a leer el período del noviciado.

Pero como hay niños que son ofrecidos el monasterio para quedarse en calidad de monjes, que deberán, por lo tanto, saber leer y escribir un día, debe haber para ellos una escuela, y por lo tanto, también libros y la biblioteca deberá estar compuesta por la Sagrada Escritura y los Santos Padres, a más de obras elementales de Gramática, los libros de DONATO, PRIACINNO, y QUINTIALIANO y algunos escritores clásicos. (Leclerq, J. op. Cit., p. 25.

Además, las tablillas y estiletos de que se trata el Capítulo LV de la Regla, son igualmente material destinado a la escuela como el escriptorum.

Por consiguiente, si es preciso saber leer, es, ante todo, con el objeto de poder dedicarse a la Lectio Divina.

Para comprender el contenido de la Lectio Divina y su principio didáctico se debe considerar, primariamente, el sentido que en SAN BENITO tienen y conservan, a lo largo de toda la Edad Media, las palabras LEGERE y MEDITARI.

El hecho que expresan explicará uno de los temas más características de la literatura monástica medieval, esto es, el aspecto de la reminiscencia.

A propósito de la lectura, se impone una afirmación fundamental: en la Edad Media, como en la Antigüedad greco-latina, se leen normalmente, no como hoy sobre todo con los ojos, en forma visual, sino con los labios, pronunciando lo que se ve, hablándole, y con los oídos, escuchando las palabras que se pronuncian, oyendo tal como se dice, las voces de las páginas.

Se dedica uno a una verdadera lectura acústica -legere significa al propia tiempo audite -.

No se comprende sino lo que se oye, tal como se dice todavía, “entender el latín” (de intendere, “oir” que se conserva sobre todo en francés, “entendre”) por “comprenderlo”.

Sin a dudas a dudas, la lectura silenciosa o en voz baja, no es desconocida, se la designa con expresiones tales como: “tacite legere” o “legere sibi” en SAN BENITO y el “legere in silentio” de SAN AGUSTÍN, en contra posición con la “clara lectio”.

Pero es lo más corriente que, cuando legere y lectio se emplean sin especificación, hacen referencia a una actividad que como la escritura y el canto, ocupan totalmente tanto el cuerpo como el espíritu.

A ciertos enfermos que tenían necesidad de moverse, recetaban los médicos de la Antigüedad la lectura, consideraba como un ejercicio físico en el mismo sentido que el paseo, la carrera o el juego de pelota.

El hecho de que se escribiera a veces en voz alta, dictándose a sí mismo o a un amanuense el texto que se redactaba, explica un buen número de “variantes acústicas” de los manuscritos del Medioevo. (Leclerq, J.: op. Cit. 26).

Son bien conocidas los testimonios de la Antigüedad Clásica, Bíblica y Patrística relativos a la lectura en alta voz.

Tal como lo afirma JACQUES LECLERQ:

“Así, cuando recomienda SAN BENITO, que, en el tiempo que los monjes ‘reposan en el silencio sobre su lecho’, el que quiera leer que lo haga de manera que no moleste a los demás, considera la lectura un peligro para el silencio. Cuando PEDRO EL VENERABLE estaba acatarraba, no sólo no podía tomar la palabra en público sino que no podía hacer ya su lectio; y NICOLÁS DE CLERVAUX constataba que, tras una sangría; no tenía ya fuerzas bastante para leer. Es, pues, seguro que la gesticulación laringeo-bucal no esta disociada del trabajo de los ojos; éste se acompañaba espontáneamente de un movimiento de los labios y la lectio divina se hacía así necesariamente una lectura activa”. (Leclerq, J.: op. Cit., 27).

En cuanto a la significación y trascendencia de la meditatio, este término es importante, ya que la práctica que encierra determinará en gran parte la interpretación y hermenéutica del monasticismo aplicada a la Sagrada Escritura o a los Santos Padres.

Las palabras “meditari” y “meditatio” tienen una significación consistente en una gran riqueza conceptual. En la tradición monástica conservan a la vez los sentidos profanos que tenían en la lengua clásica y los sentidos sacros que tomaron de la Sagrada Escritura. En el lenguaje profano y secular, “meditari” quiere decir, genéricamente, pensar, reflexionar tal como “cogitare” o “considerare”, pero, más que este último, implica con frecuencia una orientación de orden práctico, e incluso de orden moral; se trata de pensar en una cosa con vistas a su posible realización, o de otra manera prepararse a ella; configurarla y prefigurarla en espíritu; desearla, realizarla en cierto modo por adelantado; ejercitarse, en fin, en ella.

Por consiguiente, se aplica el vocablo a los ejercicios corporales y deportivos, a los de la vida militar, al campo escolar, al de Retórica, de la poesía, de la Música, a la práctica, por último, de la moral.

Ejercitarse así en una cosa, pensándola, es fijarla en la memoria, es aprenderla. Todos estos matices se encuentran en el lenguaje de los cristianos, pero entre ellos se emplea, por lo ordinario, la palabra a propósito de un texto –la realidad que designa se ejerce sobre un texto– y ese texto es el texto por excelencia, el que se denomina, por antonomasia, la Sagrada Escritura, es decir, la Biblia y su comentario.

Es a través de las antiguas versiones de la Vulgata, por donde se introduce la palabra meditari en el vocabulario cristiano y especialmente, en la tradición monástica.

Traduce, por lo general, la palabra hebrea haga, que quiere decir, fundamentalmente, aprenderse de memoria la Thora y las palabras de los Sabios, pronunciándolas generalmente en voz baja, recitándoselas a sí mismo, como murmurándolas. Es lo que nosotros llamamos “aprenderse de memoria”, que debiera decirse más propiamente, según los antiguos más sabios que nosotros, aprenderse de boca, ya que ésta es la que “medita la sabiduría”: Es JUSTI MEDITABITUR SAPIENTIAM.

Es pronunciar las palabras sagradas, para grabárselas en la memoria, por medio de un murmullo interior básicamente espiritual. Por lo tanto, lectura acústica, ejercicio de la memoria y reflexión a que aquella antecede. (Leclerq J. : op. Cit. p. 23).

Decíamos ayer… este trabajo de investigación, se programó en 1979, terminándose el 21 de marzo de 1980, como un homenaje filial, en la festividad del Santo Abad, que celebra la Iglesia Universal, al cumplirse el MD aniversario del glorioso natalicio del Patriarca de los Monjes de Occidente, a quien veneramos como el PEDAGOGO DE OCCIDENTE.

Decimos hoy… ¡SANCTE BENEDICTUS LAUS TIBI!
 
San Benito, pedagogo de occidente 

La vida intelectual en la época de San Benito
El marco histórico en el que se desarrolla la vida y la obra de SAN BENITO DE NURSIA tiene relación directa con la caída del Imperio Romano año 476 con capital en Roma (a.u.c. 749), la vieja ciudad de los césares y convertida en sede de la cátedra de PEDRO, por la Iglesia Católica. (Cfr. Francisco Elías de Tejada, “La teoría del saber en la Edad Oscura”, en “Tratado de Filosofía del Derecho”, t. I, publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 1974, cap. 9, p. 92 y sig.).

En efecto, SAN BENITO debe situarse entre los dos autores de los siglos tenebrosos del Occidente que siguen a la caída del Imperio de Roma, porque parece conveniente establecer la línea de continuidad que permita salvar el espacio que corre desde la muerte de SAN AGUSTÍN de Hipona (353 a 354 al 430) hasta el apogeo de la Escolástica en el siglo XIII. (José Lacarra y de Miguel, “Historia de la Edad Media”, Montaner y Simón, 1960, p. 281).

Pareció como si la caída del Imperio de Occidente fuera a cortar el proceso de integración cultural que estaba llevando a cabo la Iglesia Católica. Súbitamente colocada Roma en los confines del Imperio ahora en capital en Constantinopla, en el siglo VI los restos itálicos y occidentales europeos dependen del Imperio bizantino. La cultura es caótica mezcla donde mal se juntan factores germánicos con memorias imperiales, bajo el dominio cultural de los emperadores del Oriente. (José M. Lacarra, op. cit. p. 272 – 306).

Ya en los estertores del siglo V, la Retórica tiene preeminencia sobre las otras ciencias con hegemonía insoslayable, trayendo la consiguiente decadencia de los estudios filosóficos. ( Alois Demp, “La concepción del mundo en la Edad Media, Gredos, Madrid, 1958, p. 66-67).

Es precisamente un retórico númida que enseña en Roma desde el año 430, MARCIANO CAPELLA, quien en su “Satycorum sive Dive Nuptii Mercuri et philologiae et de Septem artibus liberalibus libri IX” compone un libro alternando prosa con verso, en el cual, la última de las alegorías, de acuerdo al estilo antiguo, define la suma de los conocimientos, como si el autor se erigiese en testamentaria de la sabiduría de un mundo que acaba.(Guillermo Fraile OP, “Historia de la Filosofía”, t. II, BAC (Biblioteca de Autores Cristianos), Madrid, p. 66).
Para MARCIANO CAPELLA, la Filosofía es el amor a la razón, versión antigua de la Filosofía Clásica, mientras que la elocuencia queda encarnada en el interlocutor MERCURIO. Amos se casan y en ceremonia nupcial se hallan presentes siete doncellas, que para este fin son conducidas por APOLO al palacio de JUPITER. Para que el matrimonio pueda efectuarse, un consejo de dioses elevan la Filología a condición divina, lo que le permite conocer de boca de JUNO los secretos de un Olimpo nuevo, en donde habitan los grandes filósofos de la Antigüedad en compañía de los dioses. (Leopold Genicot, “El Espíritu de la Edad Media”, Edit. Noguer, Barcelona, 3ª edición, 1963, p. ).

Las siete artes liberales, encarnada cada una en simbólicas doncellas, son el obsequio recibido por la novia.

La Gramática es una anciana, según ella, descendiente del dios egipcio OSIRIS, esposo de ISIS, vestida ahora con traje romano, aunque recuerda haber vivido largos tiempos en el Ática, que lleva, en una cajita de marfil, un cuchillo y una lima, para corregir las faltas contra el idioma.

La Retórica es una hermosa joven exuberante, alta y bella, cubierta por una túnica, donde están bordados todos los hermosos giros del lenguaje.

La Dialéctica es seca, demacrada el semblante, armada con una serpiente y un anzuelo. (Enrique Bagué, “Pequeña historia de la humanidad”, Aymá Edit. Barcelona, 1953, p. 89/92).

“La escuela junto a un monasterio o a l sombra de la iglesia catedral era el primer eslabón - expresa certeramente ENRIQUE BAGUÉ - DE LA CARRERA DEL CLÉRIGO, que para los silos medievales equivale a decir del intelectual u hombre de letras. El joven aspirante a la vida monástica o clerical era introducido inmediatamente en el estudio de la Gramática latina, para penetrar después en los derroteros de la Retórica y adentrarse finalmente por la intrincada selva de la Lógica, hasta dejar cursadas las tres disciplinas que formaban el TRIVIO en el programa de las escuelas medievales”.

Seguidamente ENRIQUE BAGUÉ añade: “Un a vez superadas las pruebas que constituían el puente obligado para pasar a las disciplinas del CUADRAVIUM, el escolar se debatía durante otra serie de cursos con los obstáculos y dificultades que le planteaban las cuatro disciplinas de este segundo grupo de estudios: la Aritmética, la Geometría, la Música y la Astronomía. Finalmente, esta penosa ascensión a la montaña del saber culminaba en la cumbre de la Teología, o ciencia del conocimiento de DIOS, cima y compendio de todos los conocimientos”.

Son las tres estampas de las primeras artes a estudiar, las que constituyen el Trivium, cuyos conocimientos se completan por los que aportan las otras cuatro doncellas agrupadas en el Quadravium, representantes de la Aritmética, de la Geometría, de la Astronomía y de la Música.
Tal la descripción, más pedagógica que doctrinal, de los saberes a medias técnicos y científicos a medias, pobre de contenidos en comparación con las construcciones precedentes; pero que en sufrida coyuntura de la caída del Imperio, va a servir de sistema de enseñanza durante muchos años. (Gonzague de Reynold: “La formación de Europa”: Cristianismo y Edad Media. Trad. José M. de Azales, Madrid, Pegaso, 1975, p. 306).

Comentadas en el siglo IX por REMIGIO DE AUXERRE, tallados en piedra en las fachadas de las catedrales de León y Chartres, pintadas por BOTICELLI, en los frescos de la villa LEMME, conservados en el LOUVRE, a través de la recepción, son casi un lugar común de la escasa especialización de los conocimientos medievales.

Conclusión: índice de la Época de SAN BENITO. El hundimiento político del Imperio pudo ir por cierto acompañado de lo que ha sido llamado la fuerza moral del cristianismo, pero también de la pérdida de valoración del saber y la ciencia como elemento importante para la existencia humana.

La pérdida del manejo de la lengua GRIEGA es índice del des-conocimiento cultural, del aniquilamiento de los saberes, de las ciencias y de la filosofía.

Hoy, aquí y ahora, nadie sabe GRIEGO, solo una ínfima elite. En nuestro sistema de enseñanza, primero sacaron el griego, después el latín, y más tarde será el castellano, pero se implantará la barbarie global. ¡Que vergüenza, Argentina, un país greco-latino-hispano castellano, promueve la barbarie global en inglés!

Se renuncia a que la razón logre conocimientos ciertos y seguros, sea filosóficamente acerca del ser, sea cinéticamente sobre parcelas de la realidad de la realidad circundante; basta y sobra con los conocimientos revelados.

El registro de las artes liberales compilada por MARCIANO CAPELLA no tiene nada en común con la ENCICLIOS PAIDEIA de la educación helénica, prolongada en los días dorados del siglo de AUGUSTO. (Etienne Gilson, “La Filosofía de la Edad Media, Ed. Gredos, Madrid, 1958, t. I, p. 218-223).

Es que es parte de la mentalidad cristiana utilizar el saber antiguo al servicio de los fines trascendentes de la Iglesia; y pues, entonces las existencias comunes no requerían satisfacciones filosóficas, la filosofía quedó apartada por entero. (Fraile, Guillermo, OP, op. Cit., t. I, cap. I, p. 53 y ss.).

Es el año 474, dos años antes de la caída del Imperio y seis antes del nacimiento de SAN BENITO, CLAUDIANO MAMERTO es el último conocedor de la lengua griega en las Galias (Francia).

BOECIO fracasa en salvar la cultura griega en Italia, por él aprendida en sus años juveniles, durante los diez y ocho (18) que estudió en Atenas; ni en la misma Hispania, donde el contacto con griegos y judíos era más frecuente por la presencia diaria de gentes en posesión de ambas lenguas culturales, los escritores patrísticos ponen en menor interés en utilizarlas. (Gilson, E., op. Cit., p. 172).

A mediados del siglo IV, apenas si la palabra ALETHEIA proporciona el título para el poema en torno al Génesis escrito por MARIUS VICTOR. (Francisco Elías de Tejada: op. Cit. p. 93).

El abismo entre Oriente y Occidente es manifiesto y sin duda, contribuyó al olvido de la filosofía, madre de todos lo conocimientos.

Debió ser la caída de Roma, cabeza del Impero, considerado por eterno, que aniquiló las esperanzas culturales. La crisis política abrió el desprecio por los saberes y las ciencias, pues la caída de Roma, terminaba con ella una concepción entera de la vida.

La clasificación de MARCIANO CAPELLA, con la eliminación de los saberes filosóficos, es una teoría de las ciencias centrada en la supremacía casi exclusiva de los conocimientos técnicos.

No de otro modo, los cargos de la administración políticas de los reinos romano-germánicos, herederos del Imperio Romano, se confieren a los seguidores y tecnócratas de aquel entonces, formados para el mundo político-militar en las escuelas de palacio, fundadas por GODO TEODORICO en Milán, previstas como seminarios establecidos en la “Domus Ecclesiae” en el Concilio de Toledo, cabeza de Hispania, del año 527, existentes en las cortes merovingias y centro del gobierno en sistema instituido por CARLOMAGNO tres siglos más tarde. (año 800).

Conclusión: parece ser signo de las épocas de CRISIS (guerra y revolución), EL MENOSPRECIO DE LA FILOSOFÍA, ALIADO AL PREDOMINIO DE LA TÉCNICA. (González Álvarez, Ángel: “Manuel de Historia de la Filosofía”, Ed. Gredos, Madrid, 1964, p. 147).

El abandono de la filosofía trajo consecuentemente el abandono de los estudios de los estudios teológicos. CLAUDIANO MAMERTO, FALLECIDO EN EL AÑO 474, todavía es llamado por SIDONIO APOLINAR “PERITISSIMUS CHRISTIANORUM PHILOSOPHUS”. (Francisco Elías de Tejada, op. Cit. 94).

Pero en la siguiente generación, SAN CESÁREO DE ARLES (año 543) compara en su sermón 99 las artes liberales con las plagas de Egipto, condenando a los filósofos como envenenadores de almas.

Es la reacción de SAN BENITO DE NURSIA cuando de joven, sus padres le envían a estudiar a Roma y abandona los estudios, asustado del peligro que pudieran traerle para el alma.

En los siglos VI y VII apenas si tienen una consciente visión de la teoría del saber y la ciencia cristiano, moldeada sobre los conocimientos clásicos, pero sin prescindir de ellos, tres nombres representativos: AMICIO MANLIO TORCUATOR SEVERINO BOECIO, romano, nacido a la entrada de las fuerzas bárbaras-germánicas y muerto en el año 523; el calabrés CASIADORO, venido al mundo en las mismas circunstancia histórica, pero muerto en el año 580; y el Arzobispo SAN ISIDORO DE SEVILLA (cerca 560-636). Por su mayor proximidad y relación con SAN BENITO, abordaremos de los dos primeros. (Francisco Elías de Tejada, op. Cit. 94)).

BOECIO no rechaza el saber antiguo; lleva en una mano la cruz y la otra la filosofía. Evocando el DE DOCTRINA CHRISTIANA de SAN AGUSTÍN, señala la utilidad de las artes para el conocimiento profundo de las ciencias sagradas. Continúa la actitud de SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA en aceptar la filosofía como un bloqueo al servicio de las verdades dogmáticas. (Etienne Gilson: op. Cit. 107-172).

En la distinción entre ciencias y filosofía, prolonga de la diferenciación platónica de que las ciencias son la aplicación de la razón sobre las artes técnicas, siendo, en cambio, l filosofía saber omni-comprensivo de verdades absolutas. Coloca las ciencias debajo de la universalidad de la Filosofía y las separa en dos grandes grupos: las teorías o especulativas y las prácticas o referidas a la acción.

Las teoréticas pueden ser: la Teología o estudio de las realidades inteligibles, según su vocabulario, que son las realidades inteligibles, según su vocabulario, que son las realidades incorpóreas de Dios y de la almas; mas Matemáticas, en cuatro grados del Quadrivium, la Física y el “Ars Rationalis” o Lógica.

De donde puede inferirse que, para BOECIO, la Filosofía o “Sapientia” tiene por encima al dogma al que se sujeta, pero por debajo de la Teología, que es operación racional acerca de Dios y las almas.

Más inclinado a Aristóteles es la teoría del saber de CASIADORO. Sigue a MARCIANO CAPELLA en la descripción de la Siete Artes Liberales, las siete concebidas que consideran en su DE ARTIBUS AC DISCIPLINIA LIBERALI UM. (Etienne Gilson: Op. Cit., p. 187-188 y también J. Leclerq, op- cit., 31 a 35).

La Filosofía está puesta sobre las Artes, en cuanto modo especial de conocer en dos sentidos: primero, porque abarca e integra todas ellas; segundo, porque concluye en instrumento para la salvación, ya que por la Filosofía el cristiano no sube a la asimilación de Dios. (E. Gilson: op. Cit. p. 174).

La Teología era en los siglos VI y VII una ciencia, la ciencia del ser divino, mientras que la Filosofía era gnoseológicamente la ciencia del ser como ser, el supremo de los saberes y camino para llegar íntegramente el hombre a Dios. (Francisco Elías de Tejada, op. Cit., 98).

La Règle de saint Benoit est une règle de vie valable pour tous les temps. Dans les premiers siècles, elle a forgé d´infatigables pionniers qui ont transformé l´Europpe ; dans les périodes de paix, elle s´est épanouie sereinement ; dans les siècles de décadence, implantée sur des terres arides, elle a tenu malgre los calamités et donné naissance à de nouvelles fondations en s´adaptant à toutes les circonstances et à tous les climants de l´univers ; elle produit partout la prière, apporte lies bénédictions du ciel et par le travail, féconde la terre pour qu´elle donne ses fruits les plus précieux et les plus savoureaux.
Ora et Labora, n´ets-ce paz la divise qui convient à notre époque où l´homme croit qu´il suffit de produire des biens de consommatoin pour supprimer le malheur des tems? Sanmoi, vous ne pouvez rien, nous a dit Notre-Seigneur dans son Évangelie.
«DIEU EST AMOUR », nº 18-19 Saint Benoit. Conclusion, p. 63. janv.-fev.80. « Quinziene centenaire de la naissance de Saint Benoit » 480-1980 años.
 

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