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Hildegarda de Bingen, Santa |
Doctora de la Iglesia
Martirologio Romano: En el monasterio de monte San Ruperto (hoy Rupertsberg), cerca de Bingen, en Hesse, santa Hildegardis, virgen, que expuso y describió piadosamente en libros sus conocimientos experimentales, tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística (1179)
Etimología : Hildegarda = guerrera vigilante. Viene de la lengua alemana.
Fecha de canonización: Su culto fue ratificado por el Papa Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012.
Nacida en Böckelheim sobre el Nahe en el año 1098; muerta en Rupertsberg cerca a Bingen en el 1179; su fiesta se celebra el 17 de septiembre.
Es desconocido el apellido de la familia de esta gran vidente y profetiza, llamada la Sibila del Rin. Los primeros biógrafos dan a sus padres los nombres de Hildeberto y Matilde (o Matilda), hablan de su nobleza y opulencia, pero no dan ningún detalle de sus vidas. Escritores posteriores la llaman Santa Hildegarda de Böckelheim, de Rupertsberg, o de Bingen.
Las leyendas la harían una Condesa de Spanheim. J. May (Katholik. XXXVII, 143) muestra mediante cartas y otros documentos que ella probablemente pertenecía a la familia ilustre de Stein cuyos descendientes son los actuales Príncipes de Salm. Su padre era un soldado al servicio de Meginhard, Conde de Spanheim.
Hildegarda fue una niña débil y enfermiza, y en consecuencia no recibió más que una poca educación en su hogar. Sus padres, a pesar de estar muy comprometidos en ocupaciones del mundo, tenían una inclinación religiosa y habían prometido a la niña para el servicio de Dios. A la edad de ocho años fue puesta bajo el cuidado de Juta, hermana del Conde Meginhard, que vivía como monja en el Disenberg (o Disibodenberg, la Montaña de San Disibod) en la Diócesis de Speyer. Tampoco aquí le fue dada a Hildegarda más que una mínima instrucción dado que era muy afligida por la enfermedad, estando con frecuencia escasamente capaz de caminar y a menudo privada incluso del uso de sus ojos. Se le enseño a leer y a cantar los salmos en Latín, lo suficiente para el canto del Oficio Divino, pero nunca aprendió a escribir.
Más adelante fue investida con el hábito de San Benito e hizo su profesión religiosa. Juta murió en el año 1136, e Hildegarda fue designada superiora.
Numerosas aspirantes se unieron a la comunidad y ella decidió irse a otra localidad, impelida además, como ella dice, por un mandato Divino. Escogió Rupertsberg cerca de Bingen en la orilla izquierda del Rin, aproximadamente a quince millas (unos 24 kilómetros) de Disenberg. Tras superar muchas dificultades y obtener el permiso del señor del lugar, el Conde Bernardo de Hildesheim, se estableció en su nuevo hogar con dieciocho hermanas en el 1147 o 1148 (1149 o 1150 según Delehaye). Probablemente en el 1165 fundó otro convento en Eibingen en el lado derecho del Rin dónde una comunidad ya había sido establecida en 1148, el cual, sin embargo, no tuvo éxito.
La vida de Hildegarda como niña, religiosa, y superiora fue extraordinaria. Pasando mucho tiempo sola a causa de su frágil salud, desarrollo una vida interior, intentando hacer uso de todo para su propia santificación. Desde sus primeros años fue favorecida con visiones. Ella dice de sí misma:
Hasta mi decimoquinto año vi mucho, y relaté algunas de las cosas vistas a otros, quienes inquirían con asombro, de donde podrían venir tales cosas. Yo también me preguntaba y durante mi enfermedad le pregunté a una de mis enfermeras si también veía cosas similares. Cuando contestó que no, un gran temor me poseyó. Frecuentemente, en mi conversación, relataba cosas del futuro, las cuales yo veía como si fueran del presente, pero, notando el asombro de mis oyentes, me volví más reservada.
Esta situación continuó hasta el fin de su vida. Juta había notado sus dones y se los había hecho conocidos a un monje de la abadía vecina, pero, al parecer, no se hizo nada en el momento. Cuando tenía aproximadamente cuarenta años de edad, Hildegarda recibió un mandato de divulgar al mundo lo que ella veía y oía. Ella dudó, temerosa de lo qué las personas podrían pensar o decir, a pesar de que estaba plenamente convencida del carácter Divino de las revelaciones. Pero, continuamente urgida, reprendida, y amenazada por la voz interior, manifestó todo a su director espiritual, y a través de él al abad bajo cuya jurisdicción estaba puesta su comunidad. Entonces se le ordeno a un monje que pusiera por escrito cualquier cosa que ella relatara; algunas de sus monjas también la ayudaban con frecuencia. Los escritos fueron sometidos al obispo (Enrique, 1145-53) y al clero de Mainz (Maguncia) que los declaro como provenientes de Dios.
La cuestión fue llevada también a conocimiento de Eugenio II (1145-53) quién estaba en Trier (Tréveris) en el 1147. Albero de Cluny, Obispo de Verdun, fue comisionado para investigar e hizo un informe favorable. Hildegarda continuó sus escritos. Muchedumbres de personas se congregaron en torno a ella, provenientes de los alrededores y de todas partes de Alemania y la Galia, para escuchar palabras de sabiduría de sus labios, y para recibir consejo y ayuda en las dolencias corporales y espirituales.
Estos no provenían solo de entre la gente vulgar sino que también hombres y mujeres notables de la Iglesia y del Estado eran llevados por las noticias de su sabiduría y santidad. Así por ejemplo, leemos que el Arzobispo Enrique de Mainz (Maguncia), el Arzobispo Eberhard de Salzburgo y el Abad Luis de San Eucario en Trier (Tréveris), le hicieron visitas. Santa Isabel de Schönau era amiga íntima suya y frecuente visitante. Tritemio en su "Crónica" habla de una visita de San Bernardo de Claraval, pero esto probablemente no sea correcto. No sólo en su casa da consejo, sino también en el extranjero. Muchas personas de todos los estados de vida le escribían y recibían respuesta, por lo que su correspondencia es bastante extensa. Su gran amor por la Iglesia y sus intereses la llevo a hacer muchas jornadas; visitaba a intervalos las casas de Disenberg y Eibingen; por una invitación vino a Ingelheim a ver al Emperador Federico; viajó a Würzburg, Bamberg, y la vecindad de Ulm, Cologne (Colonia), Werden, Trier (Tréveris), y Metz. No es verdad, sin embargo, que halla visto París o la tumba de San Martín en Tours.
En el último año de su vida Hildegarda tuvo que atravesar una prueba muy dura. En el cementerio adyacente a su convento fue enterrado un joven que había estado una vez bajo excomunión. Las autoridades eclesiásticas de Mainz (Maguncia) exigieron que hiciera sacar el cuerpo. Ella no se consideró obligada a obedecer dado que el joven había recibido los santos oleos y se supone que estaba por consiguiente reconciliado con la Iglesia. Una sentencia de entredicho fue puesta sobre su convento por el capítulo de (Mainz) Maguncia, la sentencia fue confirmada por el obispo Christian (V) Buch que en ese momento se encontraba en Italia. Tras mucha preocupación y correspondencia logro que el entredicho fuera levantado. Murió de santa muerte y fue enterrada en la iglesia de Rupertsberg.
Hildegarda fue grandemente venerada en vida y después de su muerte. Su biógrafo, Teodorico, la llama santa, y de muchos milagros se dice haber sido hechos a través de su intercesión. Gregorio IX (1227-41) e Inocencio IV (1243-54) ordenaron un proceso de investigación el cual fue repetido por Clemente V (1305-14) y por Juan XXII (1316-34). Ninguna canonización formal había tenido lugar, por ello y para disipar dudas, el Papa Benedicto XVI extendió su culto a toda la Iglesia el 7 de mayo de 2012, pero su nombre está en el Martirologio Romano y su fiesta es famosa en las Diócesis de Speyer, Mainz (Maguncia), Trier (Tréveris), y Limburg, también en la Abadía de Solesmes dónde un oficio propio es cantado (Brev. Monast. Tornac., 18 Sept.). Cuando el convento de Rupertsberg fue destruido en 1632 las reliquias de la santa fueron llevadas a Colonia y más tarde a Eibingen. En la secularización de este convento, fueron colocadas en la iglesia parroquial del lugar. En 1857 un reconocimiento oficial fue hecho por el Obispo de Limburg y las reliquias fueron puestas en un altar especialmente construido. En esta ocasión el pueblo de Eibingen la escogió como patrona. El 2 de julio del 1900, fue puesta aquí la piedra angular para el nuevo convento de Santa Hildegarda. El trabajo fue comenzado y completado a través de la munificencia del Príncipe Karl de Löwenstein, y las monjas Benedictinas de San Gabriel en Praga entraron a la nueva casa (17 Sept., 1904).
Todos los manuscritos encontrados en el convento en Eibingen fueron transferidos en 1814 a la biblioteca estatal en Wiesbaden. De esta colección el primero y mayor trabajo de Santa Hildegarda es el "Scivias" (Scire o vias Domini, o vias lucis), parte del cual había sido presentado al Arzobispo de Mainz (Maguncia). Ella lo comenzó en 1141 y trabajó en él durante diez años. Es una producción extraordinaria y difícil de entender, todo el profético y admonitorio al estilo de Ezequiel y el Apocalipsis.
En la introducción ella habla de sí misma y describe la naturaleza de sus visiones. Siguen tres libros, el primero contiene seis visiones; el segundo da siete visiones y tiene alrededor del doble el tamaño del primero; el tercero, igual en tamaño a los otros dos juntos, tiene trece visiones. El "Scivias" representa a Dios en Su Santa Montaña con la humanidad en la base; narra la condición original del hombre, su caída y redención, el alma humana y sus luchas, el Santo Sacrificio de la Misa, los tiempos por venir, el hijo de perdición y el fin del mundo.
Las visiones se entremezclan con admoniciones saludables a vivir en el temor del Señor. Los manuscritos del "Scivias" están también en Cues y en Oxford. Fue impreso por primera vez en París (1513) en un libro que contiene además los escritos de varias otras personas. Fue impreso de nuevo en Colonia en 1628, y fue reproducido por Migne, PL 197. El "Liber vitae meritorum" escrito entre 1158 y 1163, es una descripción pintoresca de la vida de un Cristiano virtuoso y de su contrario. Fue impreso por primera vez por Pitra, "Analecta Sacra", VIII (Monte Cassino, 1882). El "Liber divinorum operum" (1163-70) es una contemplación de toda la naturaleza a la luz de fe. El sol, la luna, y las estrellas, los planetas, los vientos, los animales, y el hombre, son en sus visiones expresión de algo sobrenatural y espiritual, y como ellos vienen de Dios deben conducir a Él (Migne, el loc. cit.). Mansi, en "Baluzii Missell". (Lucca, 1761), II, 337, lo toma de un manuscrito perdido desde entonces. Su "Carta a los Prelados de Mainz (Maguncia)" con respecto al entredicho puesto sobre su convento es colocada aquí entre sus trabajos por el manuscrito de Wiesbaden; en otros manuscritos está ubicado entre sus cartas.
El manuscrito de Wiesbaden le anexa nueve pequeños ensayos: Sobre la Creación y la caída del hombre; el trato de Dios a los renegados; sobre el sacerdocio y la Santa Eucaristía; sobre la unión entre Cristo y la Iglesia; sobre la Creación y la Redención; sobre los deberes de los jueces seculares; sobre las alabanzas a Dios con oraciones entremezcladas. "Liber Epistolarum et Orationum"; el manuscrito de Wiesbaden contiene las cartas de y para Eugenio III, Anastasio V, Adrian IV, y Alejandro III, El Rey Conrad III, el Emperador Federico, San Bernardo, diez arzobispos, nueve obispos, cuarenta y nueve abades y prebostes de monasterios o capítulos, veintitrés abadesas, muchos sacerdotes, maestros, monjes, monjas, y comunidades religiosas (P. L., loc. cit.). Pitra pone muchas adiciones; L. Clarus las editó en una traducción alemana (Ratisbon, 1854). "Vita S. Disibodi" y "Vita S. Ruperti"; éstos "Vitae", los cuales además Hildegarda declara ser revelaciones, fueron probablemente producto de las tradiciones locales y siendo, sobre todo la de San Ruperto, de fuentes muy exiguas; tienen sólo valor de legenda. "Expositio Evangeliorum" cincuenta homilías en alegoría (Pitra, el loc. cit.). "Lingua Ignota"; el manuscrito, en once folios con una lista de novecientas palabras de un idioma desconocido, principalmente sustantivos y sólo unos pocos adjetivos, una explicación en latín, y en algunos casos en alemán, junto con un alfabeto desconocido de veintitrés letras impreso por Pitra. Una colección de setenta himnos y sus melodías. Un manuscrito de esto está también en Afflighem, impreso por Roth (Wiesbaden, 1880) y por Pitra. No sólo en este trabajo, sino en otros lugares Hildegarda exhibe elevados dotes poéticos, transfigurados por su persuasión íntima de una misión Divina. "Liber Simplicis Medicinae" y "Liber Compositae Medicinae"; el primero fue editado en 1533 por Schott en Strasburgo como "Physica S Hildegardis", El Dr. Jessen (1858) encontró un manuscrito de este en la biblioteca de Wolfenbuttel. Consiste de nueve libros que tratan de las plantas, de los elementos, de los árboles, de las piedras, de los peces, de los pájaros, de los cuadrúpedos, de los reptiles, de los metales, impresos por Migne como "Subtilitatum Diversarum Naturarum Libri Novem." En I859, Jessen logró obtener de Copenhague un manuscrito titulado "Hildegardis Curae et Causae", y examinándolo comprobó satisfecho que era el segundo trabajo médico de la santa. Consiste en cinco libros y tratados de las divisiones generales de las cosas creadas, del cuerpo humano y de sus dolencias, de las causas, síntomas, y tratamiento de enfermedades. "38 Solutiones Quaestionum" son las respuestas a preguntas propuestas por los monjes de Villars a través de Gilberto de Gembloux sobre varios textos de la Escritura (P. L., loc. el cit.). "Explanatio Regulae S. Benedicti", también declarado revelación, exhibe la regla tal como la entendía y aplicaba en esos días por un superior inteligente y moderado. "Explanatio Symboli S. Athanasii", una exhortación dirigida a sus hermanas en religión. El "Revelatio Hildegardis de Fratribus Quatuor Ordinum Mendicantium", y las otras profecías contra los Mendicantes, etc., son falsificaciones. El "Speculum futurorum temporum" es una adaptación libre de textos escogidos de sus escritos hecha por Gebeno, prior de Eberbach (Pentachronicon, 1220). Algunos impugnarán la autenticidad de sus escritos, entre otros Preger en su "Gesch. der deutchen Mystik", 1874, pero sin razones suficientes. (Ver Hauck en "Kirchengesch. Deutschl", IV,398 sqq). Su correspondencia es para ser leída con cautela; tres cartas de papas han sido probadas falsas por Von Winterfeld en "Neue Archiv", XXVII, 297.
La primera biografía de Santa Hildegarda fue escrita por los monjes contemporáneos Godofredo y Teodorico. Guilberto de Gembloux comenzó otra.
El 7 de octubre de 2012 su nombre fue agregado a la lista de Doctores de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI.

Santa Hildegardis, virgen y doctora de la Iglesia
fecha: 17 de septiembre n.: 1098 - †: 1179 - país: Alemania otras formas del nombre: Hildegarda de Bingen canonización: PC: - Doctora por Benedicto XVI, 7 oct 2012 hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Rupertsberg, cerca de Bingen, en Hesse, santa Hildegardis, virgen y doctora de la Iglesia, que expuso y describió piadosamente en libros los conocimientos conseguidos experimentalmente, tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística.
patronazgo: patrona de los lingüistas y científicos de la naturaleza.

Santa Hildegarda, abadesa de Ruperstberg, llamada en su tiempo la «Sibila del Rin», fue una de las grandes figuras del siglo doce y una de las mujeres más notables de la historia. Fue la primera en el grupo de los grandes místicos alemanes, poetisa y profetisa, médico y moralista política que rebatió a los papas y a los príncipes, a los obispos y hombres de ciencia, con un valor a toda prueba y una justicia invencible. Vino al mundo en 1098, en la población de Böckelheim, de la región de Nahe y, apenas cumplidos los ocho años de edad, sus padres la confiaron al cuidado de la beata Jutta [no inscripta en el MR], hermana del conde Meginhardo de Spanheim, que vivía recluida en una cabaña vecina a la iglesia de la abadía fundada por san Disibod en Diessenberg, no lejos de su propio hogar. La niña era enfermiza, pero eso no impidió que continuase con su educación y que aprendiese a leer y a cantar en latín, todas las ciencias que cultivaban las monjas de aquellos tiempos, así como todos los oficios y las artes que adornaban a las mujeres de la Edad Media, desde las reinas hasta las campesinas. Cuando Hildegarda tuvo la edad necesaria para recibir el velo monjil, la ermita de la beata Jutta contaba ya con el suficiente número de reclusas para formar una comunidad, que adoptó la regla de San Benito. En ella recibió el hábito Hildegarda cuando tenía quince años y, durante diecisiete años más, llevó en el convento una existencia tranquila, desprovista de acontecimientos trascendentales, pero sólo en el aspecto exterior, porque en lo interno creció ante la gracia de Dios, aumentaron y se multiplicaron las extraordinarias experiencias espirituales que había tenido desde pequeña y, como ella misma dice, «llegó a ser natural en mí predecir el futuro en el curso de las conversaciones. Y, muchas veces, cuando estaba completamente absorbida por lo que pensaba o lo que veía, acostumbraba decir muchas cosas que parecían extrañas o sin sentido a los que me escuchaban. En esas ocasiones, yo solía turbarme, me echaba a llorar y, a menudo, hubiera querido morir de vergüenza. Tenía miedo de revelar a alguien lo que veía y no se lo confiaba a nadie más que a la noble mujer a cuyo cuidado había sido entregada, y ella se lo dijo a su vez a un monje que conocía». En el año de 1136 murió la beata Jutta, y entonces Hildegarda ocupó su lugar como priora.
A partir de entonces, sus revelaciones y sus visiones la acosaban de continuo. Una voz interior le instaba a que escribiera sobre ellas, pero siempre se sentía cohibida por lo que pudieran decir las gentes, por las posibles burlas y su propia incapacidad para expresarse por escrito. Sin embargo, la voz de Dios insistía y parecía decirle: «Yo soy la vida y la luz inaccesible con la que iluminaré a quien sea mi voluntad. Según mi voluntad, yo puedo mostrar, a través de cualquiera de los seres humanos, mayores maravillas de las que se han visto en los tiempos pasados». Por fin, se decidió Hildegarda a abrir su corazón a su confesor, el monje Godofredo, y lo autorizó a referir el asunto a su abad Conon, quien, luego de un detenido estudio, ordenó a Hildegarda que pusiera por escrito lo que ella creyese que Dios le decía. Así lo hizo la monja y comenzó a escribir sobre la caridad de Cristo, la continuidad del Reino de Dios, los santos ángeles, el demonio y el infierno. El abad Conon sometió esos escritos a la atención del arzobispo de Mainz, quien los examinó en compañía de sus teólogos para alcanzar un veredicto favorable: «Esas visiones provienen de Dios». El abad escogió entonces a un monje llamado Volmar para que actuara como secretario de Hildegarda que, en seguida, comenzó a dictar la principal de sus obras: un libro que tituló «Scivias», al hacer un apócope de las palabras latinas «Nosce vias» (Domini, caminos del conocimiento del Señor). Nos dice Hildegarda que, en el año de 1141, «un rayo de luz de brillantez deslumbrante bajó del cielo a iluminar mi mente y a penetrar en mi corazón como una llama que calienta sin quemar, como el sol que nos da la tibieza de sus rayos. Y súbitamente supe y entendí las explicaciones de los salmos, los Evangelios y otros libros de la Iglesia católica y del Antiguo y el Nuevo Testamento, pero no la interpretación de los textos y las palabras, ni la división de las sílabas o los tiempos de las frases». Tardó diez años en completar el libro de las «Scivias», que comprende veintiséis visiones sobre las relaciones entre Dios y los hombres por la Creación, la Redención y la Iglesia, junto con algunas profecías apocalípticas, advertencias y alabanzas, expresadas en forma simbólica. Una y otra vez reitera que ella contemplaba todas esas cosas en repetidas visiones que eran la inspiración de toda su obra y su trabajo activo. En 1147, el papa beato Eugenio III visitó Tréveris, y el arzobispo de Mainz le hizo entrega de los escritos de santa Hildegarda. El Pontífice nombró a una comisión para que examinara los escritos y a la autora y, tan pronto como recibió un informe favorable, los leyó él mismo y los discutió con sus consejeros, entre los que figuraba san Bernardo de Claraval, quien manifestó sus deseos de que el Papa aprobara las visiones de la santa y las declarase genuinas. El Pontífice escribió una carta a Híldegardis para expresarle su admiración y su contento por los favores que le había dispensado el cielo y para aconsejarle que no se dejase llevar por el orgullo. Además, la autorizaba a escribir y a publicar, con prudencia, todo lo que el Espíritu Santo le inspirase, y terminaba con una exhortación para que siguiera viviendo con sus hermanas en el lugar que había escogido y en la fiel observancia de la regla de San Benito. Santa Hildegarda escribió una extensa carta de respuesta, llena de alusiones parabólicas sobre las calamidades de los tiempos y con ciertas advertencias al papa Eugenio respecto a las ambiciones de sus propios colaboradores y servidores.
El lugar al que se refería el Papa en su carta, era la nueva casa que Hildegarda había tomado para hospedar a su comunidad, mucho más amplia y cómoda que el local de Diessenberg. Los monjes de san Disibod, cuyo monasterio había adquirido importancia gracias a la vecindad con el convento de Hildegarda, con sus reliquias de la beata Jutta y la creciente reputación de la abadesa, se opusieron enérgicamente a la emigración de las monjas. El abad llegó a acusar a Hildegarda de haberse dejado dominar por el orgullo, sin embargo, ella sostuvo en todo momento que Dios le había revelado la necesidad de trasladar su comunidad y el lugar al que debían ir. Aquel lugar era el Rupertsberg, un monte solitario y árido a orillas del Rin, cerca de Bingen. En el curso de la disputa con los monjes de san Disibod, Hildegarda sufrió mucho, perdió la salud y se debilitó grandemente. El abad Conon, quizá al sospechar que no estaba realmente enferma, le hizo una visita por sorpresa y, al comprobar que no fingía, le dijo que en cuanto se pusiera bien, iría con ella a visitar Rupertsberg. Inmediatamente se sintió curada y se levantó para irse con el abad. Esto bastó para que Conon retirara sus objeciones, pero no así el resto de los monjes que se mantenían firmes en su actitud, a pesar de que el jefe de la oposición, un monje llamado Arnoldo, se puso en favor de Hildegarda, luego de haber sanado de una dolorosa enfermedad tras de orar en la iglesia de la abadesa. El traslado se llevó a cabo entre los años 1147 y 1150, cuando las monjas abandonaron la casa, el jardín y el huerto de Diessenberg para ir a habitar en una construcción mayor pero inconclusa, con su iglesia casi en ruinas y en un lugar desierto.

Pero gracias a la inagotable energía de santa Hildegarda, no tardó en surgir en Rupertsberg un verdadero monasterio, «con agua corriente en todas las dependencias», según dicen las crónicas, con capacidad para alojar cómodamente a cincuenta monjas. Para su recreo, la versatilidad de Hildegarda les proporcionó, una serie de nuevos himnos, cánticos y motetes, para los que ella escribía letra y música, así como una especie de juego moral o cantata sacra, llamada Ordo Virtutum, y también escribió unas cincuenta homilías alegóricas para que fueran leídas en la casa capitular y en el refectorio. Cuando escribió las biografías de san Disibod y de san Ruperto, se dijo que lo había hecho por revelación (lo mismo que para otras muchas de sus obras que, probablemente, fueron escritas de manera natural), aunque esto se puede desmentir fácilmente al demostrar que las dos biografías contienen todos los datos comunes a las tradiciones que circulaban por aquel entonces. Entre las diversiones a que se entregaba en sus horas de ocio -es difícil imaginar que Santa Hildegarda tuviese horas de ocio-, se encuentra el juego llamado «lenguaje desconocido», una especie de esperanto del que se conservan hasta hoy unas novecientas palabras y un alfabeto. Parece que esas palabras son sencillamente versiones asonantes de términos latinos y algunos alemanes con la agregación de sufijos formados con la letra «z». Desde Rupertsberg, la abadesa mantuvo abundante correspondencia, y unas trescientas de sus cartas han sido coleccionadas e impresas, no obstante que los investigadores han declarado sus dudas sobre la autenticidad de algunas de las que supuestamente escribió o recibió. Aparte de las epístolas dirigidas a una u otra de las muchas abadesas que la consultaban, el resto de sus cartas parecen homilías, profecías o tratados alegóricos. Estaban destinadas a papas, emperadores y reyes (incluso Enrique II de Inglaterra, antes de que asesinara a Tomás Becket), a obispos y abades. Una vez escribió a san Bernardo y tuvo respuesta; también mandó cartas a san Eberardo de Salzburgo y, con mucha frecuencia, a la mística del Cister, santa Isabel de Schönau. En dos cartas dirigidas a los clérigos de Colonia y de Tréveris, se refiere a la indiferencia, el descuido y la avaricia de numerosos sacerdotes y vaticina, en términos que para ella deben haber sido claros, las calamidades que habrían de ocurir por esta causa.
Sus cartas están llenas de esas profecías y advertencias, por lo cual adquirió gran fama y popularidad en poco tiempo. Las gentes de todas las clases sociales y de las más diversas fortunas, acudían de todas partes para consultarla; sin embargo, otras gentes la denunciaron como fraudulenta, bruja y demoníaca. Si bien lo que decía iba casi siempre envuelto en complicados simbolismos, cuando alababa o reprobaba (lo que era muy frecuente) recurría a la más absoluta claridad. Cierta vez, Enrique, el arzobispo de Mainz, le escribió en un tono seco y autoritario para que autorizara a una de sus monjas, una tal Richardis, a que fuera abadesa de otro monasterio. Ella respondió con estas palabras: «Todas las razones que se me den para la promoción de esa joven mujer carecen de valor delante de Dios. El espíritu de ese Dios que nos vigila con celo, dice: `Llorad y gemid vosotros, pastores, por no saber lo que hacéis al distribuir los puestos santos para satisfacer vuestros propios intereses y los echáis a perder al entregarlos a hombres perversos, ajenos de virtud' ... En cuanto a vos, ¡alerta! Vuestros días están contados». A decir verdad, el arzobispo fue depuesto y murió poco después. Al obispo de Speyer le escribió para advertirle que sus actos encerraban tanta maldad, que su alma se hallaba agonizante, y al emperador Conrado III le aconsejó que reformara su vida antes de que tuviera que avergonzarse por ella. Pero Hildegarda no pretendía hacer aquellas declaraciones por iniciativa o ideas propias. «Yo no soy más que un pobre vaso de tierra y si digo esas cosas, no es por mí misma, sino por la luz serena», confesaba en una carta a Santa Isabel de Schönau. Sin embargo, aquellas seguridades no la salvaban de las críticas y siempre estaba en dificultades con alguien, incluso sus propias monjas que eran, por lo general, jóvenes de la nobleza alemana, en las que aún conservaban su fuerza, el orgullo y la vanidad. «Muchas de ellas -admitía la santa- persisten en mirarme con malos ojos y, a mis espaldas, me despedazan con sus malignas lenguas: dicen que no pueden tolerar mi insistencia sobre la disciplina que trato de imponerles y que nunca permitirán que yo las gobierne».

A pesar de su mucho trabajo y sus continuas enfermedades, las actividades de santa Hildegarda no se limitaban a su convento y, entre los años de 1152 y 1162, hizo numerosos viajes por toda la región del Rhineland. Fundó una segunda casa en Eibingen, cerca de Rudesheim, y en sus frecuentes visitas a los conventos, no se mordía la lengua para reconvenir con dureza a los monjes o monjas, si había descubierto alguna relajación en la disciplina de sus monasterios. En realidad, sus viajes por las tierras del Rin fueron un antecedente de los que hicieron posteriormente las «abadesas inspectoras». En Colonia, Tréveris y otras ciudades, se dirigía a las personalidades más eminentes y representativas del clero para impartirles las divinas advertencias que hubiese recibido y para exhortar con el mismo rigor y firmeza a obispos y laicos por igual. Es posible que el primero de aquellos viajes haya sido el que realizó a Ingelheim para encontrarse con Federico Barbarroja. La entrevista tuvo lugar, pero desgraciadamente nunca se ha sabido lo que se trató en ella. También visitó Metz, Würzburg, Ulm, Werden, Bamberg y, entre uno y otro de sus incontables viajes que la llevaron, no obstante sus enfermedades y su debilidad, a lugares remotos e inaccesibles donde hubiera un monasterio, se daba tiempo para escribir. Entre sus numerosas obras figuran dos libros de medicina e historia natural. Uno de ellos versa sobre las plantas, los elementos, árboles, minerales, peces, pájaros, cuadrúpedos, reptiles, metales, y se distingue por sus minuciosas observaciones científicas; el segundo de los temas que aborda es el cuerpo humano y las causas, síntomas y tratamientos de sus enfermedades. Lo extraordinario es que la santa, en sus tratados, llega a insinuar por lo menos, algunos de los modernos métodos para el diagnóstico y se aproxima a varios de los grandes descubrimientos posteriores a su tiempo, como la circulación de la sangre, por ejemplo. También trata la psicología normal y la morbosa; se refiere al frenesí, a la locura, a los temores, las obsesiones e idiotez y dice que «si el dolor de cabeza, los vapores y los mareos atacan al paciente simultáneamente, le hacen disparatar y trastornan su razón. Por eso muchas gentes creen que el paciente está poseído por un espíritu maligno, pero no es cierto».
Durante los últimos años de su vida, santa Hildegarda anduvo envuelta en grandes complicaciones y dificultades, en relación con un joven que había estado excomulgado y que, al morir, recibió cristiana sepultura en el cementerio de la abadía de San Ruperto. El vicario general de Mainz ordenó que el cadáver fuese exhumado para trasladarlo a otro sitio. Santa Hildegarda se opuso en base a que el joven había recibido los últimos sacramentos y, además, en que ella había tenido una visión para revelarle que su acción había sido justificada. Por aquel conflicto, la abadía fue puesta en un entredicho. Por aquel entonces, Hildegarda dirigió al capítulo de Mainz una extensa carta sobre música sacra que es, según dice, «el único recuerdo, casi olvidado, de aquel estado primitivo que perdimos al perder el Paraíso. Es el símbolo de la armonía que rompió Satanás, la armonía que ayuda al hombre a tender un puente de santidad entre este mundo y el Mundo de plena Belleza. Por lo tanto, aquéllos que sin una razón valedera imponen el silencio en las iglesias donde debería oírse sin cesar el canto en honor de Dios, no serán dignos de escuchar los gloriosos coros de los ángeles que alaban al Señor en los cielos». Al parecer, la santa tenía dudas sobre el efecto que habría de producir su conmovedora elocuencia entre los canónigos de Mainz, puesto que al mismo tiempo escribió una carta en tono mucho más enérgico al arzobispo, que a la sazón se encontraba en Italia. A raíz de aquella misiva, el arzobispo dejó sin efecto la prohibición de la música sacra en las iglesias de Mainz, pero, en cambio, no accedió a otro pedido de Hildegarda, a pesar de haberlo prometido, en el sentido de abandonar las luchas y las intrigas en Roma para volver y gobernar su propia diócesis. Ya para entonces, Hildegarda estaba quebrantada por las enfermedades y las mortificaciones; no podía mantenerse en pie y se hacía llevar de un lugar a otro. Pero «aquel instrumento desgastado y roto», según la frase de su amigo y capellán, Martín Guihert, aún producía bellos sonidos; hasta el último momento estuvo a la disposición del que quisiera algo de ella, dio consejos a los que se los requerían, respondió a complicadas interrogaciones, escribió, instruyó a sus monjas, alentó a los pecadores y no tuvo un instante de descanso. Muy poco tiempo después de su controversia con el capítulo de Mainz, el 17 de septiembre de 1179, murió pacíficamente.

Los numerosos milagros que realizó en vida, se multiplicaron en su tumba, según consta en el proceso de beatificación que, por dos veces, se inició ante la Santa Sede y nunca llegó a concluirse. Sin embargo, el Martirologio Romano la nombra como santa y su fiesta se celebra hasta hoy en varias diócesis de Alemania. Las visiones y revelaciones que santa Hildegarda afirmó haber recibido o que se atribuyen a ella, se encuentran entre los más famosos de esos fenómenos, y su don de actualizar las ideas con símbolos e imágenes ha permitido que se la compare con Dante y con William Blake. Por ejemplo, la caída de los ángeles la describe de esta manera: «Ví una gran estrella, con mucho esplendor y hermosura, de la que caían una multitud enorme de chispas incandescentes que la seguían en su carrera hacía el sur. Y todos le miraban a Él en su trono, con un aire de hostilidad hasta que, de pronto, le dieron la espalda y se dirigieron hacia el norte. Repentinamente, todos quedaron aniquilados y se convirtieron en carboncillos negros ... Y así cayeron al abismo donde los perdí de vista». En los dibujos que ilustran algunas hojas del manuscrito, los ángeles caídos se representan con estrellas negras que ostentan un punto luminoso en el centro y están rodeadas, por un halo dorado que despide puntitos blancos.. Encima de las estrellas negras, lejos en el horizonte, relucen todavía algunas estrellitas de luz dorada que se agrupan en caudas ondulantes y que, según los intérpretes de los símbolos, representan ojos flamígeros que vigilan ... A menudo, las representaciones de las estrellas luminosas, las muestran como si estuviesen en movimiento o en efervescencia, tal como las describieron muchos visionarios, de Ezequiel en adelante. «Esas visiones las tuve -escribe santa Hildegarda-, no dormida ni en sueños, ni en momentos de locura, ni con los ojos del cuerpo, ni los oídos de mi cabeza, ni en lugares escondidos; pero las vi plenamente, de acuerdo con la voluntad de Dios, cuando estaba despierta y vigilante, con los ojos del espíritu y los oídos internos. Y la pobre carne humana debe tener muchas dificultades en investigar y en explicar cómo sucedió eso que digo». Las visiones relatadas en la «Scivias» obtuvieron la aprobación cautelosa del papa Eugenio III, pero debe tenerse en cuenta que ni éstas ni otras aprobaciones de revelaciones particulares, imponen la obligación de creerlas. La Iglesia las recibe como probables y nunca corno ciertas; por eso, los individuos deben recurrir a la prudencia y rechazar la veracidad hasta de las más dignas de fe.
Fue proclamada Doctora de la Iglesia por SS Benedicto XVI el 7 de octubre de 2012.
Gran parte de nuestras informaciones en relación con la vida y hechos de santa Hildegarda, proviene de su propia correspondencia y de sus escritos, pero también hay dos o tres biografías de acuerdo con el concepto que se tenía sobre las biografías en la Edad Media. La más notable es la que escribieron los dos monjes Godofredo y Teodorico, que se halla impresa en el Acta Sanctorum, sept., vol. v. Hay otra, la de Guiberto de Gembloux, editada por el cardenal Pitra en su Analecta Sacra, vol. VIII. También hay datos de una investigación realizada en 1233 con vistas a su canonización, que fueron publicados por los bolandistas. Además, en los tiempos presentes ha surgido una abundante literatura en torno a la eminente mística alemana. En castellano hay desde hace algunos años un renovado interés en su obra, que llevó a la edición de las obras en nuestro idioma, y a la publicación de algunos interesantes sitios web; las referencias pueden encontrarse en la Brújula de ETF y en la Biblioteca; allí mismo se encuentran los links para descargar la reciente película de M. von Trotta «Visión, acerca de la vida de Hildegarda de Bingen». El Papa Benedicto XVI ha dedicado unas interesantes catequesis a la santa (primera parte y segunda parte). Las tres ilustraciones superiores están tomadas del códice Lucca (1220/1230) del «Libro de las Obras Divinas», la cuarta es fotografía del relicario actual, en el monasterio de Bingen.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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