jueves, 18 de abril de 2013

Esteban Harding, Santo


Abad, 17 de abril
 
Esteban Harding, Santo
Esteban Harding, Santo

Tercer abad de Cîster

En el actual Martirologio Romano su celebración es el 28 de marzo

Martirologio Romano: En el monasterio de Cister, en Borgoña (hoy Francia), san Esteban Harding, abad, que junto con otros monjes vino de Molesmes y, más tarde, estuvo al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce monasterios, que unió con el vínculo de la Carta de Caridad, para que no hubiese discordia alguna entre ellos, sino que los monjes actuasen con unidad de amor, de Regla y con costumbres similares (1134).

Etimológicamente: Esteban = Aquel que es laureado y victorioso, es de origen griego.
Nació en Sherborne en Dorsetshire, Inglaterra, a mediados del siglo XI; murió el 28 de Marzo de 1134.

Recibió su primera educación en el monasterio de Sherborne y más tarde estudió en París y Roma. Al regreso de esta última ciudad, se detuvo en el monasterio de Molesme y, quedó tan impresionado de la santidad de Roberto, el abad, que decidió unirse a esa comunidad. Aquí practicó grandes austeridades, llegó a ser uno de los principales partidarios de San Roberto y fue uno de los veintiún monjes que, por la autoridad de Hugo, arzobispo de Lyons, se retiró a Cîteaux para instituir una reforma en la nueva fundación en ese lugar.

Cuando San Roberto fue llamado nuevamente a Molesme (1099), Esteban llegó a ser prior de Cîteaux bajo Alberico, el nuevo abad. A la muerte de Alberico (1110), Esteban, que estaba ausente del monasterio en ese momento, fue electo abad. El número de monjes se había reducido mucho, dado que no habían ingresado nuevos miembros para reemplazar a los que habían fallecido.

Esteban, sin embargo, insistió en retener la estricta observancia instituida originalmente y, habiendo ofendido al Duque de Borgoña, gran promotor de Cîteaux, al prohibir a él y a su familia penetrar al claustro, se vio incluso forzado a pedir limosna de puerta en puerta.

Parecía que la fundación estaba condenada a morir cuando (1112) San Bernardo, con treinta compañeros, se unió a la comunidad. Esto resultó ser el inicio de una extraordinaria prosperidad. Al año siguiente Esteban fundó su primera colonia en La Ferté, y hasta antes de su muerte había establecido un total de trece monasterios.

Sus talentos como organizador eran excepcionales, instituyó el sistema de capítulos generales y visitas regulares para asegurar la uniformidad en todas sus fundaciones, redactó la famosa “Constitución o Carta dela Caridad”, una colección de estatutos para el gobierno de todos los monasterios unidos a Cîteaux, que fue aprobada por el Papa Calixto II en 1119.

En 1133 Esteban, ahora anciano, enfermo y casi ciego, renunció al puesto de abad, designando como su sucesor a Roberto de Monte, quién fue consecuentemente electo por los monjes. La elección del santo, sin embargo, resultó desafortunada y el nuevo abad retuvo el puesto sólo dos años.

Además de la “Constitución de la Caridad”, comúnmente se le atribuye la autoría del “Exordium Cisterciencis Cenobii” que, sin embargo, pudiera no ser suyo. Se conservan dos de sus sermones y también dos cartas (Nº 45 y 49) en el “Epp. S. Bernardi”.

Esteban fue sepultado en la tumba e Alberico, su predecesor, en el claustro de Cîteaux. La celebración de San Esteban ha sido movida de fecha con el tiempo, del 17 de abril al 16 de julio, luego al 26 de enero, fiesta de los santos Fundadores de la Orden Cisterciense: San Roberto, el beato Alberico y san Esteban. Finalmente, la reciente edición del "Martiriologio romano" muestra su celebración el 28 marzo, como ocasión del día de su muerte.
 

Esteban Harding


    
   

Esteban Harding
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Pintura con los tres fundadores de la Orden Cisterciense (Esteban, Roberto y Alberico)
Abad, Confesor
NacimientoSiglo XI,
Dorset (Inglaterra)
Fallecimiento28 de marzo de 1134
Abadía de Císter
Venerado enIglesia Católica, Iglesia anglicana
Canonización18 de enero de 1174, Roma por Alejandro III
ÓrdenesOrden cisterciense
Festividad28 de marzo
AtributosHábito cisterciense (blanco), con báculo; a menudo, con Roberto de Molesmes y Alberico de Císter; con la Carta charitatis en la mano.
San Esteban Harding (Dorset, Inglaterra, siglo XI - Abadía de Císter, 28 de marzo de 1134) fue un monje cisterciense, tercer abad de Císter y considerado el tercer cofundador de la Orden del Císter.

Biografía


 
María entrega el escapulario a Esteban Harding, en el altar de la iglesia de San Esteban Harding de Apátistvánfalva (Hungría).
Esteban Harding nació en Dorset (Inglaterra). Se sabe que hablaba inglés antiguo, normando y latín. Joven, ingresó en la abadía de Sherborne, pero la dejó y se convirtió en un estudiante itinerante que visitaba diversos monasterios donde aprendía y enseñaba.
Llegó a la abadía de Molesme, en la Borgoña, que había fundado Roberto de Molesme, que era el abad. Pronto, sin embargo, la comunidad tuvo problemas de convivencia y algunos monjes se rebelaron; Roberto se marchó, y el prior Alberico y Esteban se marcharon con él, hasta que los otros monjes los llamaron y Alberico volvió. Roberto y Esteban permanecieron solos y Alberico, viendo que a Molesme no podría llevar a término su ideal monástico, fue, con veintidós monjes más, a reencontrarlos. Los tres fueron hasta Cîteaux, en la diócesis de Châlons, donde en 1098 fundaron una comunidad con una forma de vida diferente a la benedictina de aquel entonces y que fue el origen de la Orden Cisterciense.[1]
Roberto fue el primer abad de Císter, pero el año siguiente se marchó de nuevo a Molesme y Alberico lo sucedió, hasta que murió en 1108. Esteban Harding se convirtió entonces en el tercer abad de Císter. Como abad condujo el monasterio a un periodo grande crecimiento. En 1112 recibió la visita de Bernardo de Claraval, que se quedó y se hizo monje. Entre 1112 y 1119, doce nuevas casas cistercienses fueron fundadas. Para ellas, Esteban escribió, en 1119, la Carta charitatis ("Carta del amor"), documento fundamental de la orden cisterciense, que establece los principios.
Durante veinticinco años, Esteban rigió la abadía y toda la orden cisterciense, siendo el responsable directo de la consolidación y crecimiento. Hacia 1125, fundó el primer monasterio femenino de la orden en Tart-l'Abbaye (Borgoña), dando origen a las congregaciones de monjas cistercienses. En 1133, renunció al cargo a causa de la edad y la mala salud y murió el año siguiente, el 28 de marzo de 1134.

 Referencias

  1. Raymond, M. (1999). Tres monjes rebeldes (6a. ed. edición). Barcelona: Herder. ISBN 9788425412622. 

 Enlaces externos

 
San Esteban Harding, abad
fecha: 28 de marzo
fecha en el calendario anterior: 17 de abril
n.: c. 1060 - †: 1134 - país: Francia
canonización: Conf. Culto: Gregorio XV 1623
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Cister, en Borgoña, san Esteban Harding, abad, que, junto con otros monjes, llegó de Molesmes y estuvo, más tarde, al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce nuevos monasterios, uniéndolos con el vínculo de la Carta de Caridad, para que no hubiese discordia alguna entre ellos, de modo que los monjes actuasen con unidad de amor, de Regla y con similares costumbres.
refieren a este santo: San Alberico, San Roberto de Molesmes

San Esteban Harding, el inglés que colaboró en la fundación del monasterio de Citeaux y dio la forma definitiva a las constituciones de la Orden Cisterciense, se educó en la abadía de Sherborne, en Dorsetshire. No sabemos nada sobre sus padres ni sobre su familia. Según parece, al salir de la abadía no estaba decidido a hacerse monje. Primero fue a Escocia y luego a París, probablemente a estudiar y a conocer el mundo. Hizo un viaje a Roma con un amigo; en realidad se trataba de una peregrinación propiamente dicha, pues ambos jóvenes recitaban diariamente juntos todo el salterio. A la vuelta, al pasar por un bosque de Borgoña, llegaron a una especie de aldea de toscas cabañas. Los habitantes eran monjes que llevaban vida de pobreza y dividían su tiempo entre la oración y el rudo trabajo manual. Su abnegación y austeridad conquistaron a san Esteban, quien se despidió de su amigo y se quedó a vivir con los monjes en Molesmes. Allí encontró Esteban en san Roberto, el abad, y san Alberico, el prior, espíritus semejantes al suyo; para los tres era motivo de consuelo la comunión de plegaria y mortificación y la pobreza en que vivían, que en ciertas ocasiones llegaba a la carencia absoluta de todo. Sin embargo, al cabo de algunos años, el espíritu de la comunidad había bajado y, en 1098, el abad Roberto, acompañado de Alberico, Esteban y otros cuatro monjes, fue a Lyon a ver al arzobispo Hugo, que era también el delegado pontificio en Francia, para pedirle permiso de abandonar Molesmes. El arzobispo comprendió sus razones y, en un documento cuyo contenido ha llegado hasta nosotros, les dio el permiso que solicitaban. San Roberto dispensó a los monjes del voto de obediencia a él y partió de Molesmes con veinte de los suyos. No sabemos exactamente si erraron al acaso, o si ya desde antes habían escogido para la nueva fundación el sitio más solitario y salvaje que conocían. Como quiera que fuese, llegaron a Citeaux, que no era entonces más que un prado perdido en el bosque, lejos de la civilización. Rainaldo, el señor de aquellas tierras, les regaló de buena gana el prado y Odón, el duque de Borgoña, a quien el arzobispo Hugo había puesto al tanto del asunto, les envió algunos albañiles para que los ayudasen en la construcción del monasterio.

El 21 de marzo de 1098, se inauguró la nueva abadía; Roberto era el abad, Alberico el prior y Esteban el subprior. Pero el año siguiente, los monjes de Molesmes, que necesitaban mucho a su antiguo abad, pidieron a Roma que mandase volver a Roberto. En realidad, Roberto no había sido nunca la cabeza del movimiento de Citeaux y parece que volvió con gusto a Molesmes, a juzgar por la alusión que se encuentra en una carta de la época a la «habitual versatilidad» de Roberto. Alberico fue nombrado abad de Citeaux y Esteban prior. Pero las dificultades de la nueva fundación estaban apenas empezando. La transformación del bosque en tierra laborable tomó cierto tiempo y los monjes atravesaron algunos períodos de gran estrechez; pero no perdieron el ánimo y siguieron sirviendo a Dios en la práctica de la regla de san Benito, con algunas modificaciones que tendían a hacerla aún más rigurosa.

En 1109, murió san Alberico y Esteban le sucedió en el cargo de abad. En su primer decreto prohibió que los magnates tuviesen cortes en Citeaux, aunque con ello privaba a la abadía de su principal apoyo humano y se malquistó, durante algún tiempo, con el duque Hugo, el sucesor de Odón. Su segundo decreto fue todavía más severo, pues prohibió el uso de objetos costosos en la liturgia y suprimió toda pompa; los cálices debían ser simplemente plateados, las casullas de tejido ordinario, etc. El efecto inmediato de estas medidas fue disminuir el número de visitantes y, sobre todo, el número de novicios, cosa que ya desde antes preocupaba a los monjes. Así, llegó el día en que el monasterio se hallaba prácticamente en la miseria, pero los monjes permanecieron leales a su superior. Entonces el abad, en un acto de total confianza en Dios, mandó a uno de los monjes al mercado de Vézelay a comprar tres carros y tres caballos y le ordenó que los cargase con víveres. Cuando el monje le pidió el dinero necesario, el abad replicó que sólo tenía tres céntimos. El monje partió obedientemente; al llegar a Vézelay contó a un amigo suyo la situación en que se hallaba. El buen hombre corrió al punto a la cabecera de un rico vecino, que estaba en su lecho de muerte y consiguió que éste pagase toda la mercancía. Sin embargo, el número de monjes seguía disminuyendo en Citeaux. Una misteriosa epidemia empezó a diezmar a los que quedaban, de suerte que Esteban, a pesar de su heroico valor, no pudo menos de preguntarse si estaba haciendo realmente la voluntad de Dios. En esa situación, pidió a un monje moribundo que, si Dios se lo permitía, volviese de la tumba a iluminarle sobre la voluntad del Señor. Poco después de su muerte, el monje se apareció a Esteban, cuando éste iba a partir al campo, y le dijo que Dios no sólo estaba contento de su manera de proceder, sino que el monasterio se vería muy pronto lleno de monjes que, «como abejas afanosas que revolotean alrededor de la colmena, irían a fundar nuevas colonias en diversas partes del mundo». Satisfecho con esa respuesta del cielo, Esteban aguardó pacientemente el cumplimiento de la profecía. ¡Pero nadie hubiera podido prever hasta qué punto se iba a cumplir!

Un día se presentaron a la puerta del monasterio treinta jóvenes, quienes manifestaron al asombrado portero que habían ido a solicitar la admisión en la vida religiosa. Todos eran de noble linaje, en el pleno vigor de la juventud. El que capitaneaba al grupo, era un mozo de singular apostura, llamado Bernardo. Sintiéndose llamado a la vida religiosa y no queriendo separarse de sus amigos y parientes, se había ganado, uno tras otro, a sus hermanos, a un tío y a varios de sus conocidos. Después de ese momento culminante, el monasterio no tuvo que temer ya ni la falta de novicios, ni el hambre, pues Francia entera empezó a admirar al Cister. También fue el momento culminante en la vida de san Esteban. A partir de ese momento, casi desapareció de los ojos del mundo, entregado como estaba a dos grandes tareas: la formación de san Bernardo y la redacción de las constituciones de la Orden Cisterciense. El número de novicios obligó pronto a los monjes a fundar una nueva abadía en Pontigny, a la que siguieron las de Morimond y Claraval. Para gran sorpresa de todos, Esteban nombró a Bernardo abad de Claraval, aunque éste no tenía más que veinticuatro años. Con el objeto de mantener los lazos entre Citeaux y sus filiales, san Esteban dispuso que todos los abades se reuniesen cada año en capítulo general. En 1119, había ya nueve abadías dependientes de Citeaux y Claraval. Entonces, san Esteban redactó los estatutos, conocidos con el nombre de «Carta de Caridad», que organizaban la Orden Cisterciense y determinaban su modo de vida.

Siendo ya muy viejo y casi ciego, san Esteban renunció al báculo abacial para prepararse a morir. Ya en su lecho de muerte, oyó a unos monjes decir, en tono de alabanza, que sin duda iba a presentarse sin temor al juicio de Dios; irguiéndose entonces en el lecho, les dijo: «Os aseguro que voy a presentarme ante Dios con temor y temblor, como si ninguna cosa buena hubiese hecho en mi vida, porque lo que pude haber hecho de bueno y el fruto que haya podido recoger, son obra de la gracia de Dios. Tengo miedo de haber administrado la gracia con menos celo y humildad de lo que debiera». Esas fueron sus últimas palabras. Nunca hubo, propiamente hablando, una canonización formal, pero el Card. Baronio inscribió su nombre en el Martirologio Romano, y el capítulo general de la Orden confirmó su culto en 1623.

Los materiales para el estudio de la primitiva historia de la Orden del Cister son relativamente numerosos. Los principales son el Exordium Parvum, el Exordium Magnum, las crónicas de Guillermo de Malmesbury y Ordericus Vitalis y una vida de san Roberto de Molesmes. El P. Dalgairns publicó en la colección Lives of English Saints, una excelente biografía de san Esteban Harding, reeditada en 1898 con algunas notas por el P. Herbert Thurston, y en 1946, en los Estados Unidos, Gregor Müller escribió varios artículos importantes sobre los primeros años de Citeaux en Die Cistercienser-Chronik; ver sobre todo eI que se titula Citeaux unter dem Abte Alberich, vol. XXI (1909), nn. 239-243. Sobre la Carta de Caridad, véase D. Knowles, The Monastic Order in England (1949), pp. 208-216.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
 

Los Santos Abades Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding dieron su propia forma a la tradición benedictina cuando, en el año de salvación 1098, construyeron el Nuevo Monasterio de Císter.
El Exordio Parvo y la Carta de Caridad exponen la vocación y la misión que los Fundadores recibieron de Dios. La Iglesia, con su autoridad, la sancionó y confirmó para su tiempo y el nuestro.
Roberto, ya desde su juventud, fue monje benedictino. Hombre inquieto y deseoso siempre de mayor perfección, hizo varios intentos de fundación y reforma, entre ellos Molesmes. Finalmente encabezó la comunidad fundadora de Císter y al poco tiempo, por orden del Papa, tuvo que volver a Molesmes, donde falleció en 1111.
Alberico, prior con Roberto, es el segundo abad de Císter. A él se debe la primera organización de la observancia cisterciense, la dependencia directa de Roma y la redacción de los Estatutos primitivos de Císter. Falleció en 1109.
Esteban Harding,  sucesor de Alberico, fue el creador, mediante la Carta de Caridad, del organigrama de la Orden Cisterciense, que la constituye como tal. Cuando muere el 28 de marzo de 1134, La Orden está extendida por el Occidente europeo.

Prefacio
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor Nuestro.
Porque has llamado a los santos abades, Roberto, Alberico y Esteban, inflamados por un mismo amor, a la imitación de Cristo pobre, y los hiciste padres y maestros de una multitud de hijos en la escuela del servicio divino.
Por eso, nosotros, mientras seguimos el camino que nos enseñaron, en unión con la Jerusalén celeste y con la Iglesia peregrina en la tierra, te alabamos, llenos de alegría, diciendo:
Santo…
 
 

San Esteban Harding

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Confesor, tercer abad de Citeaux, nació en Sherborne en Dorsetshire, Inglaterra, a mediados del siglo XI y murió el 28 de marzo 1134. Recibió su primera educación en el monasterio de Sherborne y más tarde estudió en París y Roma.
Al regreso de esta última ciudad se detuvo en el monasterio de Molesmes, y quedó tan impresionado por la santidad de San Roberto, abad, se unió a la comunidad. Aquí se practica grandes austeridades, se convirtió en uno de los principales partidarios de San Roberto y fue uno de la banda de los veintiún monjes que, por la autoridad de Hugo, arzobispo de Lyon, se retiró a Cîteaux para instituir una reforma en la nueva fundación allí.
Cuando San Roberto fue llamado a Molesmes (1099), Esteban llegó a ser prior de Cîteaux bajo Alberico, el nuevo abad. A la muerte de Alberico (1110) de Stephen, que estaba ausente del monasterio en el momento, fue elegido abad. El número de monjes se había reducido mucho, ya que no habían ingresado nuevos miembros para cubrir los puestos de los que habían muerto. Esteban, sin embargo, insistió en mantener la estricta observancia instituida originalmente y, habiendo ofendido al Duque de Borgoña, gran mecenas de Citeau, al prohibir a él oa su familia para entrar en el claustro, se vio obligado incluso a pedir limosna de puerta en puerta.
Parecía como si la fundación estaba condenada a morir cuando (1112) San Bernardo con treinta compañeros se unieron a la comunidad. Esto resultó ser el comienzo de una extraordinaria prosperidad. Al año siguiente Esteban fundó su primera colonia en La Ferté, y antes de su muerte había establecido un total de trece monasterios. Sus poderes como organizador eran excepcionales, instituyó el sistema de capítulos generales y visitas regulares y, para asegurar la uniformidad en todas sus fundaciones, redactó la famosa “Carta de la Caridad” o la colección de estatuas para el gobierno de todos los monasterios unidos a Cîteaux , el cual fue aprobado por el Papa Calixto II en 1119 (ver cistercienses).
En 1133 Esteban, ahora anciano, enfermo y casi ciego, renunció al cargo de abad, designando como su sucesor a Roberto de Monte, quién fue consecuentemente electo por los monjes. La elección del santo, sin embargo, resultó desafortunada y el nuevo abad sólo ocupó el cargo durante dos años. Esteban fue sepultado en la tumba de Alberico, su predecesor, en el claustro del Císter. En el calendario romano su fiesta es el 17 de abril, pero los cistercienses se mantenerlo el 15 de julio, con una octava, con respecto a él como el verdadero fundador de la orden. Además de la “Carta Caritatis” que comúnmente se le atribuye la autoría del “Exordium Cisterciencis cenobii”, que sin embargo no puede ser la suya. Dos de sus sermones se conservan y también dos cartas (Nos. 45 y 49) en el “Epp Bernardi. S.”.

San Esteban Harding

Carta caritatis prior


P R O L O G O
Antes de que las abadías cistercienses comenzasen a florecer, el Abad Dom Esteban y sus hermanos, para evitar tensiones entre los obispos y los monjes, establecieron que de ningún modo se fundasen abadías en la diócesis del obispo que no aprobase y ratificase el Decreto elaborado y aprobado por la comunidad de Císter y las que de ella procedían.
En este Decreto dichos hermanos, preocupados por la paz futura aclararon, establecie ron y legaron a las futuras generaciones cómo, de qué manera y con qué caridad permanecerían indisolublemente unidos sus monjes, dispersos físicamente en las abadías de las diversas regiones.
También pensaban que este Decreto debía llamarse CARTA DE CARIDAD, porque no pretendían en absoluto otro tipo de impuesto que no fuera la caridad, ni otro beneficio más que el bien espiritual y temporal de todos los hermanos.

COMIENZA LA CARTA DE CARIDAD

CAPITULO   I
La iglesia madre no exigirá a la
hija ningún impuesto
Puesto que todos nos recocemos siervos inútiles del único y verdadero Rey, Señor y Maestro, no queremos imponer ninguna obligación económica ni ningún impuesto a nuestros abades o a nuestros hermanos los mojes, a los que, por nuestro medio -aunque seamos los más míseros de los hombres- la piedad divina estableció en diversos lugares bajo la disciplina regular.
Deseosos de serles útiles, así como a todos los hijos de la santa Iglesia, determinamos que no queremos hacer nada con relación a ellos que les resulte gravoso, ni nada que disminuya su haber, por miedo a que deseando enriquecernos con su pobreza no podríamos evitar el vicio de la avaricia, que, según el apóstol, es una idolatría. Sin embargo, movidos por la caridad, hemos querido conservar la solicitud por sus almas a fin de que puedan volver a la rectitud de  vida, caso que  -lo que Dios no permita- se hubieren apartado, por poco que sea, de su santo proyecto de vida y observancia de la santa Regla.
CAPITULO   II
Uniformidad en la interpretación
y en la observancia de la Regla
Esto es lo que queremos y les mandamos: que observen en todo la Regla de san Benito tal y como es observada en el Nuevo Monasterio, y que no introduzcan en su interpretación un sentido distinto sino que, como nuestros predecesores y santos padres, es decir, los monjes del Nuevo Monasterio la comprendieron y observaron, y como nosotros la comprendemos y observamos hoy, también la comprendan y observen ellos.
CAPITULO   III
Los mismos libros y las mismas
costumbres para todos
Puesto que nosotros acogemos en nuestro monasterio a todos los monjes que vienen, y lo mismo hacen ellos con los nuestros, nos parece oportuno -y es también nuestra voluntad- que guarden las costumbres, el canto y todos los libros necesarios para las Horas diurnas y nocturnas y para las Misas conformes con las costumbres y libros del Nuevo Monasterio, para que no haya ninguna diferencia en nuestro modo de obrar, sino que todos vivamos en una única caridad, bajo la única Regla y con idénticas costumbres.
CAPITULO   IV
Norma general para todas las abadías
Cuando el Abad del Nuevo  Monasterio visite alguno de estos monasterios, el Abad local, como reconocimiento de que la iglesia del Nuevo Monasterio es madre de la suya, le cederá el puesto en todas partes. Cuando llegue este Abad ocupará el puesto del Abad local mientras dure su estancia, pero comerá en el refectorio con los hermanos y no en la hospedería, para mantener la disciplina, a no ser que esté ausente el Abad local.
Todos los abades de nuestra Orden se comportarán de la misma forma cuando pasen por un monasterio. Si son varios y estuviese el Abad local, el más antiguo coma en la hospede ría.
Hay una particularidad: en presencia de un Abad más antiguo corresponde al Abad local bendecir a sus novicios después de la prueba regular.
Además, el Abad del Nuevo Monasterio se guardará muy mucho de disponer, ordenar o cambiar alguna cosa relativa al lugar que visita contra la voluntad del Abad y de los hermanos; 6pero si se da cuenta de que allí no se observan los preceptos de la Regla o de nuestra Orden, trate de corregirlo caritativa mente, contando con el Abad local. Si éste estuviese ausente, a pesar de ello corrija lo que encuentre defectuoso.
CAPITULO   V
Visita anual de la madre a la hija
El Abad de la iglesia principal visite una vez al año todos los monasterios que haya fundado. Y los hermanos se alegrarán si los visita más a menudo.
CAPITULO   VI
Reverencia debida a la hija cuando
visita la iglesia madre
Cuando algún Abad de las iglesias hijas visite el Nuevo Monasterio désele la debida reverencia; ocupe la silla del Abad local; reciba a los huéspedes y coma con ellos sólo si éste está ausente; y si está presente no hará nada de esto, sino que comerá en el refectorio, y será el prior local quien se preocupe de los asuntos del monasterio.
CAPITULO   VII
Capítulo General de Abades en Císter
Todos los abades de estas iglesias vayan al Nuevo Monasterio una vez al año, el día que ellos establezcan. Allí tratarán de la salvación de sus almas; verán si hay algo que enmendar o corregir o añadir en la observancia de la santa Regla o de la Orden, y para que se restablezca el bien de la paz y de la caridad mutua.
Si se hallase algún abad poco celoso de la Regla o demasiado absorbido por los asuntos temporales, o vicioso en algo, será allí acusado con caridad. Ese tal pida perdón y cumpla la penitencia que se le imponga por su culpa. Solamente hagan acusaciones los Abades.
Si alguna iglesia cayese en extrema pobreza, el Abad de tal comunidad expondrá la situación ante todo el Capítulo. Entonces, todos los abades, movidos por una ardiente caridad, se apresurarán, cada uno según sus posibilidades, a socorrer la pobreza de esta iglesia con los recursos que Dios les hubiese dado.
CAPITULO   VIII
Estatuto que regula las relaciones
entre los monasterios fundados
por Císter y sus fundaciones
Obligación que tienen todos de asistir
al Capítulo General
Petición de perdón y penitencia
de los que no acuden
Cuando por la gracia de Dios, alguna de nuestras iglesias creciera hasta poder fundar otro monasterio, estas dos iglesias observarán también entre sí las normas que nosotros seguimos con las nuestras. Con todo, una cosa queremos se mantenga y nos reservamos: que todos los abades de todas partes, el día que ellos establezcan,  vengan al Nuevo Monasterio y allí obedezcan en todo al Abad del mismo y a su capítulo en la observancia de la santa Regla o de la Orden y en la corrección de las faltas; pero ellos no tendrán capítulos anua les con sus filiales.
Si alguno de los abades no pudiera asistir al mencionado lugar de nuestra reunión en las fechas establecidas a causa de enfermedad física o por la consagración de novicios, envíe  a su prior para que explique al Capítulo las causas de la ausencia y además comunique a su Abad y hermanos de su casa lo  que hayamos establecido o cambiado.
Si por cualquier otra circunstancia alguno se atreve a dispensarse del Capítulo General, pedirá perdón en el próximo Capítulo y cumplirá la penitencia que corresponde a las faltas leves durante el tiempo que considere oportuno el presidente del Capítulo.
CAPITULO   IX
Los Abades que desprecian la Regla
y los Estatutos de la Orden
Si hay algún abad que menosprecia la santa Regla o los estatutos de nuestra Orden, o transige los vicios de los hermanos a él confiados, el Abad del Nuevo Monasterio, por sí mismo o por su prior o por carta, trate de amonestarle hasta cuatro veces, para que se enmiende. Si no hiciese caso, el Abad de la iglesia madre denuncie el delito al obispo de la diócesis y al cabildo de su iglesia. Estos haciéndole comparecer, discutirán el caso con el Abad de la iglesia madre, para corregirlo o para destituirlo del ministerio pastoral si resulta incorregible.
Si el obispo y el cabildo, no dando importancia al desprecio de la santa Regla en aquel monasterio, no quieren corregir o destituir al Abad del mismo, entonces el Abad del Nuevo Monasterio y algunos otros abades de nuestra Congregación, a los que llevará consigo, irán al monasterio en cuestión y destituirán de su cargo al transgresor de la santa Regla. Después los monjes de ese monasterio, en presencia y con  consejo de los mencionados abades, elegirán un abad que sea digno.
Pero si el Abad y los monjes no reciben a los abades que les visitan y no se dejan corregir por ellos, sean entonces excomulgados por las personas presentes. Si después  alguno de esos obstinados recapacitase y quiere evitar la muerte de su alma y enmendar su vida, vaya a vivir al Nuevo Monasterio y sea recibido como monje hijo de aquella iglesia.
Fuera de estas circunstancias, que deben evitarse cuidadosamente por todos nuestros hermanos, no recibiremos para vivir con nosotros a monjes de ninguna de nuestras iglesias sin el consentimiento de su Abad. Tampoco ellos recibirán los nuestros. Nosotros no enviaremos a nuestros monjes a vivir en sus iglesias contra su voluntad, ni ellos a los suyos en la nuestra.
Si los abades de nuestras iglesias vieran decaer de su santo propósito a su madre, es decir, al Nuevo Monasterio, y apartarse del rectísimo camino de la santa Regla o de los estatutos de nuestra Orden, amonestarán hasta cuatro veces al Abad de este lugar sus tres co abades, es decir, el de la Ferté, Pontigny y Claraval, en nombre de los demás abades,  para que se corrija.
Pongan en práctica cuidadosamente todo lo que se ha dicho sobre los abades que se apartan de la Regla, excepto que si dimite no le sustituirán ellos por otro, y si se resiste, tampoco le excomulguen.
Si no acepta se sus advertencias notifiquen inmediatamente al obispo de Chalon y a su cabildo tal contumacia, pidiéndoles que le hagan comparecer y, tras juzgar los motivos de la acusación, le corrijan seriamente y, si se muestra incorregible, le destituyan de su cargo.
Después de la destitución, los hermanos del Nuevo Monasterio envíen tres mensajeros, o cuantos quisieren, a las abadías directamente fundadas por aquél y, en un plazo de quince días, convoquen a todos los abades que puedan. Con su consejo y ayuda elegirán al Abad que Dios les tenga destinado.
El Abad de la Ferté presidirá la iglesia de Císter hasta que le sea devuelto su pastor, bien porque por la misericordia de Dios se convierta de su error o porque en su lugar se ponga otro canónicamente elegido.
Si el obispo y el cabildo de Chalon se niegan a juzgar al transgresor en cuestión, según el procedimiento que dijimos antes, los Abades de las fundaciones directas del Nuevo Monasterio, yendo al lugar de los hechos, destituirán de su cargo al transgresor de la santa Regla, y a continuación, en presencia de esos abades y con su consejo, los monjes de aquella iglesia elegirán un Abad.
Caso de que ni el Abad ni los monjes quisieran recibir a nuestros abades ni aceptarles, no duden ni teman éstos herirlos con la espada de la excomunión y separarlos del cuerpo de la Iglesia católica. Si después de esto alguno de aquellos rebeldes, deseando salvar su alma, se arrepiente y quiere refugiarse en cualquiera de nuestras tres iglesias -La Ferté, Pontigny o Claraval- sea recibido como uno de casa y coheredero de tal iglesia, hasta que vuelva un día a la suya, como es justo, cuando a aquélla le haya sido levantada la excomunión.
Entre tanto, el Capítulo anual de abades no se celebrará en el Nuevo Monasterio, sino en el lugar determinado por los tres Abades  citados.
CAPITULO   X
Normas para las abadías sin vínculo de
filiación
Las abadías que no tienen entre sí vínculo de filiación se atendrán a las normas siguientes:
El Abad local cederá el puesto en todos los lugares de su monasterio al coabad que le visita, para que se cumpla el mandato: “Adelantaos mutuamente con muestras de honor”. Si los visitantes fuesen dos o más, el más antiguo ocupará el lugar más digno; pero todos comerán en el refectorio, como hemos dicho, excepto el Abad local. En todos los lugares en donde se reúnan manténgase el orden de antigüedad de sus abadías, de forma que sea el primero el de la iglesia más antigua, salvo que uno de ellos esté revestido de alba. En este caso, aunque sea el más joven, ocupará el primer lugar, delante de los demás, en el lado izquierdo del coro, cumpliendo su oficio.
En todos los lugares donde se sienten juntos ofrézcanse el saludo mutuo de rigor.
CAPITULO   XI
Muerte y elección de los abades
Los hermanos del Nuevo Monasterio, muerto su Abad, enviarán, como dijimos antes, tres mensajeros, o más si quieren, y en el plazo de quince días convoquen a tantos abades cuan tos puedan; con el consentimiento de éstos elijan al pastor que Dios les haya destinado.
Sede vacante, el Abad de La Ferté, como ya dijimos anteriormente para otro asunto, ocupará en todo el lugar del Abad difunto, hasta que el nuevo Abad elegido reciba, con la ayuda de Dios, el cargo y la responsabilidad pastoral de aquel lugar.
En los demás cenobios, privados de su pastor por cualquier circunstancia, los herma nos del lugar convocarán al Abad de la
iglesia que les engendró y, en su presencia y con su consejo, elegirán un Abad entre ellos, los del Nuevo Monasterio o los de otro de los nuestros.
Se prohíbe a los cistercienses elegir como abad a monjes de iglesias ajenas a la Orden, y dar a éstas nuestros monjes para ello; pero la persona elegida de cualquier cenobio de nuestra Orden sea aceptada sin oposición.
Extraído de:

Vida monástica

Vida monásticaArrancamos de un tronco común con los benedictinos. La época que nos vio nacer fue de gran inquietud y búsqueda espiritual (s.XI-XII). Cluny estaba en su momento de máximo esplendor. Aun así, algunos monjes no conseguían calmar sus ansías de volver a las fuentes del monacato y revisar la autenticidad de la Regla que estaban viviendo. Nos referimos a la Regla de San Benito (RB). El punto en discusión de esta época era la pobreza.
Ese fue el motivo por el cual un grupo de 21 monjes, liderados por su abad San Roberto, se aventuró a abandonar la seguridad de su Monasterio benedictino de Molesmes, en respuesta al deseo que el Espíritu Santo encendió en ellos, de recuperar la integridad de su compromiso de seguimiento a Cristo, según la RB. En el año 1098 fundaron el Nuevo Monasterio, que en lo sucesivo tomó el nombre del lugar ‘Citeaux' (Cister). Sus comienzos fueron muy duros. San Roberto fue requerido para regresar a Molesmes, y se sucedieron en el abadiato dos de sus más cercanos discípulos, los santos Alberico y Esteban Harding. Así pues, nuestra Orden venera a estos tres monjes como sus fundadores. Durante el abadiato de san Esteban ingresó San Bernardo que contribuyó decisivamente a la expansión de la Orden.

La elección de un enclave rural, apartados para favorecer la escucha interior; la vuelta a la simplicidad de vida, viviendo del trabajo de sus manos y absteniéndose de los diezmos y ofrendas para desligarse del poder económico y político; la convivencia en una misma comunidad fraterna de miembros de toda condición social y diferente compromiso monástico (p.e: la creación de ‘hermanos conversos' en tiempos de Alberico, como trabajadores dignificados, que era ajeno a la mentalidad de clases de esa época); fueron dando cuerpo a la búsqueda de integridad que pretendían.
San Esteban, gracias a su espíritu jurídico, nos legó la Carta de Caridad, quedando constituida la Orden. En ella ante todo ‘se busca' la unidad de la dimensión espiritual y material, la unidad de lo individual y lo del grupo, la unidad de Dios y del hombre...
Y es el mismo Espíritu Santo el que hace que, a día de hoy, nosotras sigamos siendo ‘buscadoras' que respondemos a esa llamada a la vida monástica según el patrimonio legado por los primeros cistercienses.
 
Ocso

NN. SS. PP. Roberto, Alberico y Esteban, Abades y Fundadores de la Orden Cisterciense


Los Santos Abades Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding dieron su propia forma a la tradición benedictina cuando, en el año de salvación 1098, construyeron el Nuevo Monasterio de Císter.     

El Exordio Parvo y la Carta de Caridad exponen la vocación y la misión que los Fundadores recibieron de Dios. La Iglesia, con su autoridad, la sancionó y confirmó para su tiempo y el nuestro.

Roberto, ya desde su juventud, fue monje benedictino. Hombre inquieto y deseoso siempre de mayor perfección, hizo varios intentos de fundación y reforma, entre ellos Molesmes. Finalmente encabezó la comunidad fundadora de Císter y al poco tiempo, por orden del Papa, tuvo que volver a Molesmes, donde falleció en 1111.

Alberico, prior con Roberto, es el segundo abad de Císter. A él se debe la primera organización de la observancia cisterciense, la dependencia directa de Roma y la redacción de los Estatutos primitivos de Císter. Falleció en 1109.

Esteban Harding, sucesor de Alberico, fue el creador, mediante la Carta de Caridad, del organigrama de la Orden Cisterciense, que la constituye como tal. Cuando muere el 28 de Marzo de 1134 La Orden está extendida por el Occidente Europeo.

HIMNO

La agitada existencia de este mundo

va perdiendo el sentido del misterio;

los hombres huyen de su yo profundo,

rehusan encontrarse en el silencio.

Inquietos buscadores de la vida,

que está escondida en la quietud de Dios;

pregón y buena nueva que fascina

a todo el que por la verdad camina.

Por una soledad que no es vacío,

sino presencia oculta y plenitudque nos inunda,

y colma de sentidolo que es provisional y finitud.

Jesús vive y actúa entre nosotros;

mantengamos ardientes el anhelo.

Seamos testigos para todosde

que ya está llegando el Mundo Nuevo.

La entraña atada de la historia gime,

sollozando por la verdad del Padre,

la libertad del Hijo que redime y

el gozo que el Espíritu reparte.

Oración

Dios todopoderoso y eterno, que te das como premio incomparable a los que abandonan todo por amor a tu Hijo Jesucristo, concédenos, por intercesión de nuestros Santos Padres Roberto, Alberico y Esteban, correr con todas nuestras fuerzas a la unión contigo en la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo. Movidos por el Espíritu,la soledad eligieronpara contemplar a Diosy a él darse por entero.El Císter nació, movidode ansias de verdad, anhelosde pobreza y sencillez,gran amor a Dios y al silencio.Ya sólo agradar a Dioses su firme pensamiento,y hacer de la caridadsu estímulo verdadero.El carisma monacalcrece lozano en el tiempo;la vida comunitariaes su clima y es su centro.Haced, Padre, que seamoslos más fieles herederosde esta fe, para que al Hijoy al Espíritu alabemos. Amén.

Del libro del Exordio de Císter.(Cîteaux. Documents Primitifs, pp. 113ss. Commentarii Cistercienses). Comienzos del Monasterio de Císter

El año 1098 de la Encarnación del Señor, en la soledad que habían descubierto, comenzaron a construir una abadía, animados por los consejos y confirmados por la autoridad del venerable Hugo, arzobispo de Lyon. Roberto recibió del obispo de Châlon la investidura y el báculo, y los otros monjes le prometieron estabilidad en este mismo lugar. Pero poco después ocurrió que el abad Roberto, reclamado por los monjes de Molesmes, volvió allí por orden del Papa Urbano II.

Lo reemplazó Alberico, hombre religioso y santo. El Nuevo Monasterio, gracias a la solicitud y habilidad de su nuevo abad, y con la ayuda de Dios, en poco tiempo avanzó en la piedad, adquirió gran renombre y acrecentó los bienes necesarios. En cuanto al hombre de Dios Alberico, el décimo año conquistó la recompensa de la vida eterna a que estaba llamado, y que no en vano había tratado de conquistar durante nueve años.

Le sucedió Esteban, inglés, que amaba ardientemente la vida monástica, la pobreza y la disciplina regular. En su tiempo se manifestó con toda evidencia lo que dice la Escritura: Los ojos del Señor miran a los justos y sus oídos escuchan sus gritos. Porque cuando este pequeño rebaño se desolaba por ser tan pocos, y los pobres de Cristo temían más y más (casi hasta la desesperación) no poder dejar herederos de su pobreza, pues las gentes de los alrededores honraban su santidad de vida, pero se horrorizaban ante su austeridad, y sufrían los monjes al ver apartarse de imitarles aquellos mismos que se les acercaban para venerarles, Dios, para quien es fácil hacer grande lo pequeño y sacar mucho de lo poco, más allá de toda esperanza, movió los corazones de un gran número para imitarlos, de suerte que en el noviciado se encontraron treinta a la vez.

Tras esta visita del cielo tan inesperada, pero tan feliz y que bien la merecía, la mujer estéril y sin hijos comenzó a sentir gran alegría. Y Dios no cesó de multiplicar su linaje, de aumentar su gozo, hasta el punto de que, en doce años aproximadamente, la feliz madre pudo ver, entre sus hijos y los hijos de sus hijos, hasta veinte abades. Y decidieron imitar el ejemplo de San Benito, cuya Regla se había adoptado. Así, en el mismo momento en que el árbol comenzaba a echar nuevas ramas, el venerable Padre Esteban redactó un escrito maravilloso, lleno de discernimiento, que cortara los brotes de discordia, que si nacían un día, podían ahogar los frutos nacientes de la paz común. Y quiso que este escrito se llamara con toda razón Carta de Caridad, pues todo en él trata de la caridad y parece no buscar ninguna otra cosa fuera de ella, y así dice: A nadie debáis más que amor.

EVANGELIO

†Lectura del Santo Evangelio según San Juan15,9-17

COMENTARIO AL EVANGELIODe los tratados de Guillermo de Saint-Thierry$De la contemplación de Dios (Col. Padres Cistercienses n. 1, Azul - Argentina 1976, pp. 67ss.) La verdadera filosofía

Tu Verdad, que es también la Vida a la que vamos y por la que vamos, nos describe la pura, cierta y simple forma de la verdadera filosofía, cuando dice a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

He aquí el amado del amado, como leemos en el salmo, pues el Padre ama al Hijo, y el Hijo permanece en el amor del Padre hasta el pleno cumplimiento de sus mandatos. Es también el amado del amado cuando el discípulo amado ama a Cristo, su maestro, hasta observar por su amor todos sus mandamientos y conserva esta voluntad hasta la muerte. Iluminado por su verdad y por su amor usa bien y para el bien todas las cosas, tanto las que son de suyo idóneas para el bien como las que llevan al mal, y también las que son de suyo indiferentes. Todo lo cual es propio de la virtud cristiana.

Como dijo alguien, la virtud "es el buen uso de la voluntad libre", y el acto virtuoso "es el que usa bien de las cosas que podríamos usar malamente".

En consecuencia, para que la caridad no sea manca, nos enseña el amor al prójimo según la ley pura de la caridad, para que así como Dios en nosotros se ama sólo a sí mismo, y nosotros aprendimos a amar en nosotros solamente a Dios, de igual manera comencemos a amar al prójimo como a nosotros mismos, para que tanto en él como en nosotros amemos sólo a Dios.

Hacia ti sólo, Fuente de Vida, debo levantar mis ojos, para que, sólo en tu luz, vea la luz.

Hacia ti, Señor, hacia ti se vuelven hoy -y se vuelven siempre- mis ojos. Que hacia ti, en ti y por ti progresen todos los progresos de mi alma.

San Esteban Harding, abad
fecha: 28 de marzo
fecha en el calendario anterior: 17 de abril
n.: c. 1060 - †: 1134 - país: Francia
canonización: Conf. Culto: Gregorio XV 1623
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Cister, en Borgoña, san Esteban Harding, abad, que, junto con otros monjes, llegó de Molesmes y estuvo, más tarde, al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce nuevos monasterios, uniéndolos con el vínculo de la Carta de Caridad, para que no hubiese discordia alguna entre ellos, de modo que los monjes actuasen con unidad de amor, de Regla y con similares costumbres.
refieren a este santo: San Alberico, San Roberto de Molesmes

San Esteban Harding, el inglés que colaboró en la fundación del monasterio de Citeaux y dio la forma definitiva a las constituciones de la Orden Cisterciense, se educó en la abadía de Sherborne, en Dorsetshire. No sabemos nada sobre sus padres ni sobre su familia. Según parece, al salir de la abadía no estaba decidido a hacerse monje. Primero fue a Escocia y luego a París, probablemente a estudiar y a conocer el mundo. Hizo un viaje a Roma con un amigo; en realidad se trataba de una peregrinación propiamente dicha, pues ambos jóvenes recitaban diariamente juntos todo el salterio. A la vuelta, al pasar por un bosque de Borgoña, llegaron a una especie de aldea de toscas cabañas. Los habitantes eran monjes que llevaban vida de pobreza y dividían su tiempo entre la oración y el rudo trabajo manual. Su abnegación y austeridad conquistaron a san Esteban, quien se despidió de su amigo y se quedó a vivir con los monjes en Molesmes. Allí encontró Esteban en san Roberto, el abad, y san Alberico, el prior, espíritus semejantes al suyo; para los tres era motivo de consuelo la comunión de plegaria y mortificación y la pobreza en que vivían, que en ciertas ocasiones llegaba a la carencia absoluta de todo. Sin embargo, al cabo de algunos años, el espíritu de la comunidad había bajado y, en 1098, el abad Roberto, acompañado de Alberico, Esteban y otros cuatro monjes, fue a Lyon a ver al arzobispo Hugo, que era también el delegado pontificio en Francia, para pedirle permiso de abandonar Molesmes. El arzobispo comprendió sus razones y, en un documento cuyo contenido ha llegado hasta nosotros, les dio el permiso que solicitaban. San Roberto dispensó a los monjes del voto de obediencia a él y partió de Molesmes con veinte de los suyos. No sabemos exactamente si erraron al acaso, o si ya desde antes habían escogido para la nueva fundación el sitio más solitario y salvaje que conocían. Como quiera que fuese, llegaron a Citeaux, que no era entonces más que un prado perdido en el bosque, lejos de la civilización. Rainaldo, el señor de aquellas tierras, les regaló de buena gana el prado y Odón, el duque de Borgoña, a quien el arzobispo Hugo había puesto al tanto del asunto, les envió algunos albañiles para que los ayudasen en la construcción del monasterio.

El 21 de marzo de 1098, se inauguró la nueva abadía; Roberto era el abad, Alberico el prior y Esteban el subprior. Pero el año siguiente, los monjes de Molesmes, que necesitaban mucho a su antiguo abad, pidieron a Roma que mandase volver a Roberto. En realidad, Roberto no había sido nunca la cabeza del movimiento de Citeaux y parece que volvió con gusto a Molesmes, a juzgar por la alusión que se encuentra en una carta de la época a la «habitual versatilidad» de Roberto. Alberico fue nombrado abad de Citeaux y Esteban prior. Pero las dificultades de la nueva fundación estaban apenas empezando. La transformación del bosque en tierra laborable tomó cierto tiempo y los monjes atravesaron algunos períodos de gran estrechez; pero no perdieron el ánimo y siguieron sirviendo a Dios en la práctica de la regla de san Benito, con algunas modificaciones que tendían a hacerla aún más rigurosa.

En 1109, murió san Alberico y Esteban le sucedió en el cargo de abad. En su primer decreto prohibió que los magnates tuviesen cortes en Citeaux, aunque con ello privaba a la abadía de su principal apoyo humano y se malquistó, durante algún tiempo, con el duque Hugo, el sucesor de Odón. Su segundo decreto fue todavía más severo, pues prohibió el uso de objetos costosos en la liturgia y suprimió toda pompa; los cálices debían ser simplemente plateados, las casullas de tejido ordinario, etc. El efecto inmediato de estas medidas fue disminuir el número de visitantes y, sobre todo, el número de novicios, cosa que ya desde antes preocupaba a los monjes. Así, llegó el día en que el monasterio se hallaba prácticamente en la miseria, pero los monjes permanecieron leales a su superior. Entonces el abad, en un acto de total confianza en Dios, mandó a uno de los monjes al mercado de Vézelay a comprar tres carros y tres caballos y le ordenó que los cargase con víveres. Cuando el monje le pidió el dinero necesario, el abad replicó que sólo tenía tres céntimos. El monje partió obedientemente; al llegar a Vézelay contó a un amigo suyo la situación en que se hallaba. El buen hombre corrió al punto a la cabecera de un rico vecino, que estaba en su lecho de muerte y consiguió que éste pagase toda la mercancía. Sin embargo, el número de monjes seguía disminuyendo en Citeaux. Una misteriosa epidemia empezó a diezmar a los que quedaban, de suerte que Esteban, a pesar de su heroico valor, no pudo menos de preguntarse si estaba haciendo realmente la voluntad de Dios. En esa situación, pidió a un monje moribundo que, si Dios se lo permitía, volviese de la tumba a iluminarle sobre la voluntad del Señor. Poco después de su muerte, el monje se apareció a Esteban, cuando éste iba a partir al campo, y le dijo que Dios no sólo estaba contento de su manera de proceder, sino que el monasterio se vería muy pronto lleno de monjes que, «como abejas afanosas que revolotean alrededor de la colmena, irían a fundar nuevas colonias en diversas partes del mundo». Satisfecho con esa respuesta del cielo, Esteban aguardó pacientemente el cumplimiento de la profecía. ¡Pero nadie hubiera podido prever hasta qué punto se iba a cumplir!

Un día se presentaron a la puerta del monasterio treinta jóvenes, quienes manifestaron al asombrado portero que habían ido a solicitar la admisión en la vida religiosa. Todos eran de noble linaje, en el pleno vigor de la juventud. El que capitaneaba al grupo, era un mozo de singular apostura, llamado Bernardo. Sintiéndose llamado a la vida religiosa y no queriendo separarse de sus amigos y parientes, se había ganado, uno tras otro, a sus hermanos, a un tío y a varios de sus conocidos. Después de ese momento culminante, el monasterio no tuvo que temer ya ni la falta de novicios, ni el hambre, pues Francia entera empezó a admirar al Cister. También fue el momento culminante en la vida de san Esteban. A partir de ese momento, casi desapareció de los ojos del mundo, entregado como estaba a dos grandes tareas: la formación de san Bernardo y la redacción de las constituciones de la Orden Cisterciense. El número de novicios obligó pronto a los monjes a fundar una nueva abadía en Pontigny, a la que siguieron las de Morimond y Claraval. Para gran sorpresa de todos, Esteban nombró a Bernardo abad de Claraval, aunque éste no tenía más que veinticuatro años. Con el objeto de mantener los lazos entre Citeaux y sus filiales, san Esteban dispuso que todos los abades se reuniesen cada año en capítulo general. En 1119, había ya nueve abadías dependientes de Citeaux y Claraval. Entonces, san Esteban redactó los estatutos, conocidos con el nombre de «Carta de Caridad», que organizaban la Orden Cisterciense y determinaban su modo de vida.

Siendo ya muy viejo y casi ciego, san Esteban renunció al báculo abacial para prepararse a morir. Ya en su lecho de muerte, oyó a unos monjes decir, en tono de alabanza, que sin duda iba a presentarse sin temor al juicio de Dios; irguiéndose entonces en el lecho, les dijo: «Os aseguro que voy a presentarme ante Dios con temor y temblor, como si ninguna cosa buena hubiese hecho en mi vida, porque lo que pude haber hecho de bueno y el fruto que haya podido recoger, son obra de la gracia de Dios. Tengo miedo de haber administrado la gracia con menos celo y humildad de lo que debiera». Esas fueron sus últimas palabras. Nunca hubo, propiamente hablando, una canonización formal, pero el Card. Baronio inscribió su nombre en el Martirologio Romano, y el capítulo general de la Orden confirmó su culto en 1623.

Los materiales para el estudio de la primitiva historia de la Orden del Cister son relativamente numerosos. Los principales son el Exordium Parvum, el Exordium Magnum, las crónicas de Guillermo de Malmesbury y Ordericus Vitalis y una vida de san Roberto de Molesmes. El P. Dalgairns publicó en la colección Lives of English Saints, una excelente biografía de san Esteban Harding, reeditada en 1898 con algunas notas por el P. Herbert Thurston, y en 1946, en los Estados Unidos, Gregor Müller escribió varios artículos importantes sobre los primeros años de Citeaux en Die Cistercienser-Chronik; ver sobre todo eI que se titula Citeaux unter dem Abte Alberich, vol. XXI (1909), nn. 239-243. Sobre la Carta de Caridad, véase D. Knowles, The Monastic Order in England (1949), pp. 208-216.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
Velas

17 de abril
San Esteban Harding
San Esteban Harding vivió entre los siglos XI y XII. Nacido en Inglaterra, de padres ricos y nobles, se educó con los monjes en el condado de Dorset. Al salir de la abadía, viajó a Escocia, a París y a Roma. Vuelto a Francia con un amigo, en Lyón tuvo noticias del monasterio benedictino de Molesmes, fundado por san Roberto en 1076, en Langres. Se encontró allí con el fundador y con Alberico, con quienes más adelante había de fundar la orden del Císter. Los tres tenían el mismo ideal: consagrarse a la oración, la penitencia y la pobreza. Unos pocos hombres se les habían unido, formando una comunidad. Con la tala de algunos árboles habían erigido un oratorio y con ramas, unas cabañas para descansar. Comían hierbas y raíces y se sentían contentos en la pobreza más extrema.
Con el tiempo, el espíritu ascético de la comunidad fue decayendo. Roberto, Albernico y Esteban, y algunos más, abandonaron Molesmes y erraron, buscando un sitio desierto, hasta llegar a la aldea de Citeaux, cerca de Dijon, donde encontraron un espeso bosque. Allí se afincaron; levantaron algunas chozas para alojarse y construyeron una capilla, que dedicaron a la Virgen. En 1098, el 21 de marzo, día entonces de san Benito, quedó fundada la orden del Císter (que es el nombre castellano de Citeaux). Roberto fue el abad, Alberico  el prior y Esteban el subprior. Pero un año más tarde Roberto regresó a Molesmes, llamado por los monjes, y Alberico murió poco después. De tal modo Esteban lo sucedió como abad. Pero fue tan exigente que las vocaciones disminuyeron. 
Inesperadamente le llegó un providencial auxilio. Unos treinta jóvenes se acercaron al monasterio; querían ser admitidos como novicios; los dirigía un joven noble borgoñón, de nombre Bernardo, y los demás eran amigos y parientes suyos.
A partir de este momento, la orden cisterciense tuvo un pujante desarrollo. De todas partes afluyeron postulantes con ansias de penitencia y sacrificio. Gentes de distintas condiciones y estados fueron golpeando las puertas de la abadía. Se multiplicaron las fundaciones: Pontigny, Morimond, Claraval ...
En 1119 dependían de Citeaux y Claraval nueve abadías, y ese mismo año san Esteban promulgó la Carta de caridad, que reglamenta la vida de la orden cisterciense. Las abadías debían estar fuera de los centros urbanos y ofrecer una imagen de pobreza y sencillez; no tendrían otras tierras que las que pudiesen explotar, y la única ocupación que podían tener los monjes eran la oración y el trabajo manual; sus conocimientos se ceñirían a lo necesario para el sacerdocio. Se suprimiría todo ornato y magnificencia en el culto y los monjes se abstendrían de poseer propiedades o rentas; la comunidad debería sostenerse con el trabajo propio.
A pesar de todas estas restricciones, los cistercienses se vieron obligados, por los problemas de la Iglesia y del siglo, a salir de los claustros, para combatir la herejía, para predicar en los países eslavos, para mediar en la lucha entre el Papado y el Imperio,  para abogar las cruzadas. Casi ciego, Esteban murió en 1134.
Otros santos cuya fiesta se celebra hoy:  Santos: Landricio, abad; Elías, Pablo, Isidoro, Mapálico, Marciano, Fortunato, Hermógenes, mártires; Inocencio, Pantágato, obispos; Pedro, diácono; Roberto, abad; Acacio, confesor; Aniceto, papa; Mariana de Jesús Navarro, virgen (beata).
 
Historia de la orden Cisterciense

 



El movimiento monástico Cisterciense nace en Francia a comienzos del siglo XI (1098), cuando un grupo de monjes del monasterio Cluniacense de Molesmes, abandona su comunidad para formar una nueva, en la localidad de Citeaux (Cister), al frente de ellos el abad Roberto, pretende restaurar la estricta Regla de San Benito de Nursia, que en el año 545 había fundado la orden de los Benedictinos. La nueva orden se basa en los principios de abandonar todo signo externo de riqueza y en el propio trabajo para conseguir su subsistencia, será el famoso "ora et labora"que distinguirá a los monjes del Cister. El abad Roberto es obligado por el Papa a regresar a su comunidad, y será su sucesor, Alberico, el que consiga el reconocimiento de la orden por el Papa Pascual II. Por último el tercer abad Esteban Harding, promulga la Carta de Caridad que recoge las normas por las que se regirán todas las comunidades de la orden y funda las comunidades de La Ferté, Pontigny, Morimond y Claraval que serán las casas madre del resto de los cenobios cistercienses posteriores. En 1113 comienza la expansión de la orden en Francia. Será Bernardo de Claraval el sucesor de Esteban el que favorezca la expansión de la orden primero en Francia y posteriormente al resto de Europa.

A la muerte de Bernardo en 1153, prosigue la expansión de la orden aunque con menos intensidad, pasando de trescientas cincuenta abadías a alrededor de seiscientas cincuenta en 1250. La orden refuerza su presencia fuera de Francia, en países, como Inglaterra, Alemania, Italia y la península Ibérica, Grecia y Oriente Medio. El vigor inicial de Claraval es sustituido por Morimond y Citeaux esperará hasta la segunda mitad del siglo XIII para crear nuevas abadías como Royaumont o L'Épau. A partir de 1200, se añade la proliferación de casas femeninas, con la creación de numerosas filiales de Tart y Las Huelgas, llegando a contar con mas de cuatrocientas abadías a finales del siglo XIII.

En estos cien años se producen factores que supondrán una desestabilización de la orden, unos internos como el crecimiento en número de abadías y su dispersión territorial, además de la incorporación de cenobios que ya tienen su funcionamiento propio, y otros externos como diversos acontecimientos que afectan a la iglesia en general, la elección de dos Papas en 1159, Alejandro III y Víctor IV apoyado por Federico I Barbarroja, que producirá la división de los abades de Cister, cuyas abadías anglosajonas, incluida la propia Citeaux apoyarán al segundo, hasta que los abades de Claraval y Pontigny le obligan a dimitir en 1161. La duración de los mandatos de los abades, se acorta, bien por la elección de hermanos muy ancianos, o bien porque son llamados a desempeñar otras labores dentro de la iglesia. Además los cistercienses que inicialmente se habían mantenido al margen de la iglesia regular, se integran en ella, multiplicándose el nombramiento de obispos y cardenales, así como legados papales para diferentes misiones, como ocurre para luchar contra la herejía cátara. Todo esto, junto con la riqueza creciente de las abadías, hace que empiece a perderse el rigor de los monasterios. Los abades mas importantes y el Capítulo General de 1151 pide a Eugenio III una nueva aprobación de la regla, y en 1152, la bula Sacro Santa, ratifica la Carta Posterior, que es una Carta de Caridad actualizada, con una recopilación de los estatutos de la orden. En 1169 Alejandro III, concede el privilegio de exención. A este respecto es interesante la información recogida sobre esta cuestión y que puede ser leida en la siguiente dirección (ir).

En 1262, la discrepancia entre la abadía de CIteaux y la otras cuatro principales, es de tal intensidad, que los abades de estas últimas no participan en la elección de Jaime II como abad de Cister, produciéndose la intervención del Papa Clemente IV para restablecer el orden, confiando la elección del abad de Citeaux solo a los miembros de la abadía. Todo esta hace que la jerarquía eclesiástica tenga cada vez mas poder e influencia sobre la orden.

EL concilio de Vienne de 1311 y 1312, cuestiona la capacidad de los abades de ser nombrados por la misma comunidad y Juan XXII comienza a nombrarlos abades, anulando la capacidad de la comunidad de monjes para su elección. Esta capacidad será restablecida por Benedicto XII, que había sido monje y abad de Fontfroide, que intenta recuperar la disciplina mediante la bula Fulgens sicut stella de 1335.

Clemente VI (1342-1352) desarrolla el sistema de encomienda, por el que el Papa nombra como abades ya no a monjes sino a miembros del clero secular , que estarán mas interesados por sus propios intereses que por el de sus abadías.

Los siguientes años, con occidente azotado por una epidemia de peste 1335 a 1340 y por una grave crisis económica, acompañada de la guerra de los Cien años, permiten la desolación de las abadía e incluso en 1360, la soldadesca desmovilizada tras la paz de Calais, arrasan la abadía de Citeaux y obliga a los monjes a refugiarse en Dijon.

El Gran Cisma de 1378 divide a la cristiandad y también a las abadías unos de ellas apoyaran a Clemente VII y otras a Urbano VI hasta que el concilio de Constanza en 1414 reunifica el papado bajo Martín V

El Capítulo General de 1433, reorganiza la orden según un esquema geográfico en lugar del sistema de filiaciones, el de 1439 promulga estatutos nuevos , la Rúbricas de los definidores, que intentan imponer un mínimo de disciplina.

Comienzan a producirse movimientos de reforma locales o regionales, como el de 1427, cuando Martín de Vargas, en España, quiere introducir mas rigor en los monasterios castellanos, produciendo una excisión no reconocida por el capítulo general de Cister, constituyendo la "Observancia Regular de San Bernardo" que tendrá mas de 50 monasterios asociados. Se formará en Italia la "Congregación Italiana de San Bernardo" apoyada por el Papa Alejandro VI.

En 1494, Juan de Cirey, abad de Citeaux, reune a los principales abades de la orden, aprobando los dieciséis "Artículos de París", un programa mínimo de disciplina monacal.

A partir de 1521 la aparición de la reforma protestante, supone un nuevo ataque a la orden, en los Países Bajos y Alemania, los monjes seguidores de Lutero, abandonan los monasterios, condenándolos a su cierre. Enrique VIII de Inglaterra, se proclama jefe de la Iglesia Anglicana, suprimiendo todas las órdenes religiosas y confiscando sus bienes.

Las Guerras de Religión, producen la invasión de Citeaux por los hugonotes en 1574 y por la liga en 1598, desaparecen mas de 200 abadías, quedando las restantes en situación desesperada desde el punto de vista económico y de efectivos.

El concilio de Trento dicta un decreto en 1563, para restaurar la disciplina en los monasterios. la orden de Cister aunque conserva las filiaciones, cada vez se organiza mas en congregaciones nacionales. Se seguirá de una etapa en la que los nuevos abades de Citeaux serán reformadores convencidos, promulgandose las "Ordenanzas de 1570" y el Capítulo General de 1584 recuerda lo que es la disciplina en sus Definiciones.

En 1601 el Gran Capítulo, que reune a miles de abades y religiosos, prepara un gran proyecto de restauración, que no llega a ponerse en marcha. en 1606, el abad de Claraval Denis Largentier, y algunos abades de sus abadías filiales, sientan las bases de los que será en 1618, el nacimiento de la "Estrecha Observancia", a la que se adhieren otras abadías, pero no llegan a separarse del resto de la orden, por la oposición del Capítulo General. Claudio Largentier, sustituye a su tío al frente de Claraval, optando por una postura mas conservadora, llamada la "Común Observancia", conviviendo ambas reglas hasta que el cardenal Richelieu las unifica, al nombrar vicario general a Carlos Boucherat, partidario de la estrecha observancia. La división renace al morir Richelieu, hasta que en 1666, Alejandro VII mediante la Bula In Suprema, legítima la existencia de ambas observancias, bajo la autoridad de Cister. En 1675 nace el movimiento de la Trapa, con el abad Rancé a la cabeza, dentro de la estricta observancia, contagiando a otras abadías.

En 1766, Luis XV reune en Francia a la Comisión de Regulares, que controlaba a mas de doscientas abadías, pertenecientes a ambas observancias, emiten un informe muy crítico sobre la situación de los monasterios, excepto para los pertenecientes a la corriente trapense, incluso treinta y seis de los obispos asistentes, se pronuncian a favor de la disolución de la orden. No se tomará ninguna resolución, pero será la revolución francesa la encargada de terminar con la existencia de la orden en Francia.

Organización del monasterio

Todos los monasterios cistercienses se organizan de manera muy similar, todos están dirigidos por un abad, que es el encargado de ordenar la vida de la comunidad, es elegido por los monjes y será el que represente a la comunidad en las reuniones generales de la orden (capitulo general). Está auxiliado por el prior que es nombrado por el abad, y es el primero (prior) de los monjes. El tesorero, es el encargado de llevar las cuentas de la abadía. El cillero, es el responsable del almacén de alimentos (cilla). El sacristán es el encargado de la realización de las actividades del culto y es el que llama a la oración. El hospedero, adjunto al cillero, es el encargado de acoger y atender a los huéspedes. Durante los rezos del día el chantre dirigirá el coro de los monjes y dirigirá las procesiones y en caso de no existir bibliotecario, se encargará de la custodia de los libros. El portero es el que guarda la entrada de la abadía. Completará la plantilla el enfermero encargado de la atención a los enfermos y de elaborar las fórmulas con las plantas medicinales.

Los monjes

La vida del monje del Cister se basa en el retiro y la pobreza para llegar a través de la oración, a la comunión con Dios. Las abadías cistercienses se ponen bajo la advocación de la Virgen, a la que profesan una devoción especial. La comunidad monástica vive en regimen de autarquía, fuera de las costumbres y modas de la época, rechazando los beneficios eclesiásticos, aunque con el paso del tiempo, los abades del cister llegaron a tener una gran influencia dentro de la iglesia, incluso llegando alguno de ellos al papado (Eugenio III). El propio Bernardo de Claraval tuvo una gran influencia en su época, llegando a ser llamado por el Papa para predicar la segunda cruzada. La entrada en el monasterio se produce como novicio, que es dirigido en el aprendizaje por algún monje anciano, conviviendo juntos dentro del monasterio los monjes y los novicios, excepto en las reuniones del capítulo cuando los monjes entrarán en la sala capitular y tomarán asiento en torno al abad, quedando los novicios en el exterior, asistiendo a la reunión a través de las ventanas, pero sin poder participar en el. Al termino del noviciado, pronuncia solemnemente delante del abad y la comunidad, los votos de estabilidad, obediencia y conversión de costumbres, tras lo que se convierte en monje profeso. Tendrá como único vestido una túnica de color crudo, que es la que dará a los cistercienses el sobrenombre de "monjes blancos". Estará sometido a la regla de San Benito y vivirá en silencio. La jornada estará marcada por la liturgia de las horas, y el resto del tiempo lo dedica a la lectura de textos sagrados y al trabajo manual. Una particularidad de los cistercienses es la reunión diaria del capítulo conventual, donde tras la lectura y comentario de algún capítulo de la regla, se produce la confesión pública de las culpas. El monje no puede vivir fuera de la clausura, no puede desplazarse a las granjas. En el monasterio no pueden entrar mujeres.

Las monjas

Si bien cuando se escribe el Novum Monasterium, no se hace mención de las mujeres, e incluso se descarta cualquier presencia femenina dado que en la regla de San Benito, no se mencionaba que mujeres hubieran accedido a sus monasterios, el problema de las monjas se plantea a partir de 1112, con la llegada de Bernardo junto con sus treinta compañeros, algunas de sus esposas y familiares, también desean entrar en la vida monástica, pero no existe ninguna estructura para acogerlas. Bernardo se encarga de interceder en la abadía de Molesme, y se crea un priorato de monjas en Jully, donde Molesme posee una iglesia y el Conde de Milon de Bar les dona un castillo. Allí se trasladan las religiosas de Molesme y allí toman el hábito. El primer reglamento del priorato, se lo da el sucesor de Roberto de Molesme, el Abad Guido de Châtel-Censoir. En un segundo reglamento escrito entre 1118 y 1132, se establece la clausura estricta y la abstinencia de carne. Una monja de Jully será la primera abadesa de Tart que formará la primera abadía cisterciense femenina, que dependerá orgánicamente del abad de Cister. La abadía de Tart pronto tendrá otras abadías hijas, y se reunirán anualmente en la casa madre bajo la presidencia de la abadesa de Tart y del abad de Cister. La primera actuación del capítulo general sobre una abadía de monjas, se produce en 1187, y tiene como objeto la de las Huelgas, a la que se autoriza a ser la casa madre que agrupe a todas las monjas del reino, cumpliendo la voluntad del rey Alfonso VIII de Castilla.


Las granjas

Los monasterios primitivos se fundan en zonas apartadas de los núcleos de población, en medio de campos, bosques o en el centro de valles, siempre cerca de un curso de agua. La orden del cister siempre da valor al trabajo manual de los monjes que inicialmente se dedican a cultivar las tierras que rodean el monasterio, con el tiempo, estas tierras van creciendo gracias a las donaciones, con lo que los terrenos de cultivo se alejan del monasterio. Para resolver este problema los monasterios cistercienses fundan granjas, donde trabajan legos, bajo la supervisión del cillerero de la abadía . Las granjas no pueden estar a mas de un día de camino de la abadía, y normalmente tiene a su cargo terrenos de unas docenas de hectáreas, donde se cultivan cereales, prados de pastos, bosques que proporcionan madera y en algunos monasterios, viñedos que permiten elaborar el vino que formará parte de las dieta de los monjes. Para ayudar a los conversos, mano de obra religiosa y gratuita, pero no siempre abundante, la orden prevé la contratación de mano de obra asalariada o mercenarii. La organización de las granjas permite a los cistercienses tener grandes conocimientos de agricultura, ganadería e hidráulica, lo que permite una organización capaz de aportar una gran contribución al desarrollo y revalorización de los terrenos en toda Europa y especialmente en la Península Ibérica, donde la falta de población y la adquisición de nuevas tierras durante la reconquista, harán de su capacidad un bien deseado por los reyes y nobles de los reinos ibéricos. Los cistercienses no se limitaban al trabajo agrícola, en algunas abadías se explotaban salinas, fabricaban cerámica y en aquellas donde vivían monjes de elevada formación cultural existían scriptorium, donde los monjes copiaban libros.

Los Conversos

Inicialmente los conversos o legos son laicos reclutados para ayudar a los monjes en las tareas mas pesadas, participan en los oficios de la mañana y de la tarde. Posteriormente se publican reglamentos relativos a ellos y su actividad. Finalmente los conversos son religiosos, tras un noviciado en el que son formados en la regla benedictina, renuncian a los bienes materiales y se someten a la autoridad del Abad. Los conversos llevan barba, visten hábito marron y viven en las granjas o en los monasterios en zonas reservadas a ellos. En la iglesia entran por una puerta distinta a los monjes y se sitúan en una zona separada de los profesos por una galería. Los conversos no pueden hacerse monjes. No se puede entender, desde la estructura de la sociedad actual, esta división entre profesos y legos, pero en la edad media, los monjes eran en general hijos de familias nobles o adineradas, que entraban desde jóvenes a profesar en la religión. Por tanto los legos eran gente del pueblo llano, sin recursos, y que a cambio de manutención y cobijo, se sometían a la disciplina de la orden y trabajaban para ellos.

Fundación de nuevas abadías

Se pueden producir de dos maneras, por la creación "ex novo", es decir donde no existía previamente ninguna estructura, en este caso se suele producir por la donación de tierras y bienes por parte de reyes y nobles, que lo hacen a los monjes de un monasterio ya consolidado, solicitando la formación de uno nuevo, del monasterio, saldrán generalmente doce monjes, que ocuparán los terrenos y iniciarán la construcción de los edificios necesarios para la supervivencia de la comunidad. Algunas de estas fundaciones, se hacían donde ya existían previamente comunidades de anacoretas, o en terrenos donde se han producido fenómenos religiosos, como aparición de imágenes, o visiones de luces. La otra forma de fundación es la de adhesión, por la que una comunidad ya formada, solicita la inclusión en la orden de Cister. En este caso, la orden cisterciense envía un emisario para comprobar la disposición de la comunidad y si la zona es adecuada para la supervivencia de la comunidad futura, una vez dado el visto bueno puede que algunos monjes de otro monasterio pasen a formar parte del nuevo. La abadía de donde saldrán los monjes será la abadía madre de la nueva y su abad tendrá que ir una vez al año a supervisar la situación de la nueva. Como ya se ha dicho las cuatro casas madre fundadoras de todas las demás fueron Citeaux, La Ferté, Pontigni, Morimond y Claraval, todas las demás abadías son hijas o filiales de estas en primer, segundo o tercer grado. Así por ejemplo, Poblet es una filiación de Fontfroide, que a su vez es filial de Grandselve y a su vez filial de Claraval.
 

APUNTES DEL LIBRO : TRES MONJES REBELDES
M.Raymond OCSA – Ed.herder
1.- San Roberto de Molesme “el rebelde” - iniciador de la reforma - su fiesta el 29/04
2.- San Alberico “el radical” - continuó la reforma - su fiesta el 26/01
3.- San Esteban Harding “el racionalista” - Fundador de la Orden Cisternce - su fiesta el 17/04
 
    Sobre la santidad :
     Los santos no son omniscientes, infalibles, infinitamente sabios. Nada de eso. Son amigos de Dios; pero no son Dios. Pueden cometer y cometen errores. (140) Todos cuantos quieran ser valerosos y galantes con Dios, cuantos deseen dar mas de lo que dan otros deben vaciarse de sí mismos como Jesucristo se vació. (154)   
     Sin soledad no existe verdadero recogimiento; sin verdadero recogimiento no existe oración; y sin verdadera oración no somos mas que cáscaras de huevo vacías. (252)
     Siempre una gran calma precede a la tempestad y en las horas placidas se prepara el alma para las de desolación.(284) Las estrellas salen después que oscurece (264)  Debemos acostumbrarnos a que se nos destroce el corazón porque esta es la técnica empleada por Dios para el modelado de sus santos. Destroza una y otra vez el corazón humano, pero solo para volver a darle una forma cada vez mas parecido al suyo. (281)
    La santidad cuesta mucho, pero siempre tenemos su precio en la bolsa. No llegamos a adquirirla por nuestra mezquindad, porque somos unos roñosos que nos negamos a pagar el precio. Debemos aceptar gustosos el dolor que tortura el alma y lo utiliza como incienso para quemarlo en el incensiario de su Sagrado Corazón y ofrecerlo a Dios Padre como alabanza y reparación. Esto no mitiga el dolor y a veces lo aumenta por negarse al alivio que produce la expresión externas del dolor humano. La santidad cuesta, pero siempre tenemos a mano el importe para pagarla. La santidad no es algo muy distante e inalcanzable. Puedo adquirirla con la moneda acuñada con el metal de mis acciones y reacciones diarias. La santidad es un producto del corazón y de la inteligencia, no solo del corazón. (282)
 
    Sobre el seguimiento de Jesucristo :
    Seguir a Cristo en un mundo que no se arrepiente es ser diferentes a los demás; es ayudar a salvar este mundo. Tenemos que convertirnos en escudos para proteger al Sagrado Corazón; por todas partes las lanzas mas afiladas apuntan a su Sagrado Corazón. (189) Debemos orientar a los hombres hacia Dios (273). Concéntrate en la labor del momento, Entrega tu corazón, tu mente y todas tus fuerzas a lo que hagas, con exclusión de todo lo demás (274)
    Al mundo lo devora la ambición. No tendríamos tantos males si la ambición no residiera en el fondo de la naturaleza humana (301) Pero en definitiva la raiz de todos los males es la falta de fe. La verdad es que la gente no cree lo que profesa creer. (302) Dios nos creó para adorarlo. Esa es la primera función del hombre. La adoración está en nuestros huesos, en la sangre, en lo mas profundo de nuestro ser. Lo mismo que la llama sube naturalmente deben elevarse nuestras almas para adorar. Lo que asombra al mundo no es la austeridad, la penitencia ni el vivir fuera del mundo, sino la ardiente sinceridad de hombres que viven  la creencia que profesan. Los trabajos duros, los ayunos, la extrema pobreza no son mas que la cáscara. La pulpa, la parte comestible y sabrosa de la fruta está debajo. (303) Si la contemplación de la cruz no cambia a los hombres, no habrá nada capaz de cambiarlos. Cristo padeció todo eso, todos los golpes, toda esa sangre, todos esos clavos, todos esos salivazos, todas esas espinas por mí. ¡ Por mi, porque me amaba ! (304)
ü Ellos querían ser valerosos con Dios. Querían ser lo que Cristo quería que fuesen.
ü Hermanos en Cristo ¡ hagamos las cosas juntos !
ü Debemos inflamar las almas hasta hacerlas resplandecer.
 
*    Sobre el crecimiento y la fundación de nuevas sedes :
    No debemos agrandar la abadía, sino la Orden. (276) Hemos crecido y ya es tiempo de que se echen a volar y se diseminen por otros sitios.(277)  La unión es fundamental para el grupo, pero también la expansión.
     Que cada sede se gobierne por si sola, pero es importante que todas sean parte de la misma familia.  Cada sede debe ser autónoma, pero para que tengan el mismo espíritu deben estar ligadas fuertemente a través de una mutua vigilancia, y un consejo general que tome decisiones en conjunto. Este debe ser designado por un Capitulo General (Asamblea) integrado por todos los responsables de sedes. No debemos depositar toda la autoridad en una persona porque eso seria una monarquía. (290)   Las sedes deben ubicarse en las fronteras de las parroquias y en los límites de varios departamentos, pero lo mas cercanos posibles a los centros poblados. (280)
     En el año 1132 San Esteban fundó el primer convento femenino : ¡ Y las mujeres superaron a los hombres ¡ Sus casas se multiplicaron con mayor rapidez y llegaron aún mas lejos (298)  En 1133 existían 75 abadias a cargo de abades de entre 40 y 80 años.
 
*    Sobre la elección de jefes y personas para asumir desafíos :
     Existe un punto secreto en el alma del hombre y de la mujer, que una vez alcanzado, hace de ellos mucho mas que un hombre y una mujer, Los hombres y las mujeres aman el reto, les encanta realizar lo mas arriesgado, lo mas difícil y lo mas diferente de todo (298)  En particular a los jóvenes les fascinan el reto, la aventura, lo romántico, que suelen suceder en caminos poco frecuentados. Uno de los mayores atractivos de la juventud es enfrentarse con algo que signifique un reto a lo vulgar. (188)  Para levar a cabo una nueva fundación la osadía es indispensable, por lo que se debe acudir a los jóvenes como jefes. Los viejos en cambio son demasiados prudentes. (283)
     El verdadero jefe es el que logra persuadir a los demás de que lo acompañen y no de que lo sigan. Es el hombre lo bastante prudente para reconocer, respetar y mostrarse diferente con la condición humana de los demás. Es el hombre que sabe ganar la confianza de los otros demostrando tenerla en ellos. Los jefes deben tener una verdadera superioridad, pero no exibirla porque a las personas les molesta que los hagan sentir inferiores. El verdadero superior será el que haga a los inferiores sentirse iguales a el, aunque en el fondo de sus corazones estén convencidos de que no lo son. (278)
    Los jefes no se forman, se aprende a mandar mandando. El mejor aprendizaje es a fuerza de cometer errores. Los tropiezos, las caídas y las heridas de la infancia fueron nuestros mejores maestros en el arte de caminar. Nuestros errores de juicio, nuestras ordenes precipitadas y nuestras mas humillantes derrotas son las lecciones que mejor nos enseñan a mandar. (280)
    Cuando un jefe pierde una batalla no hay que echar la culpa a las tropas. Cuando un caudillo no sabe inspirar la fe a sus seguidores no culpéis a estos
 
*    Pensamientos :
San Roberto se preguntaba ¿Por qué no lograba conseguir que los demás oyesen el llamado como él ?  ¿ Porque no podía hacer monjes heroicos de aquellos hombres corrientes ?  Nunca perdí la fe. Hubo errores, malicia jamás. Sigo creyendo que debería haber logrado objetivos y éxitos mas evidentes para El.(161) Tras muchos tormentos, Dios me asegura una gloriosa puesta de sol. (163)
San Esteban : “Si hubo algo bueno en mis actos…Si ha resultado algún bien de mis trabajos…. Todo se debe a la gracia de Dios. Yo temo mucho no haber correspondido plenamente a esa gracia y no haberle recibido con la debida humildad” (310)
 
 
*    Reflexiones a la luz de los textos :
¿ Creemos nosotros verdaderamente que nos hallamos al servicio de Cristo ?
¿ Creemos que recibimos a Cristo en la Sagrada Comunión ?
Nosotros sacudiremos al mundo si testimoniamos nuestra fe y la ponemos en práctica.
Debemos ser amantes de los Corazones de Jesús y María : ese es el secreto.
Debemos estar completamente orientados a Dios.


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