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Algunos efectos de la cohabitación |
Por cohabitación, nos referimos a las parejas que viven juntas
sin formalizar su unión ante la ley civil ni ante
la Iglesia.
Es un fenómeno que siempre ha existido, obedeciendo
a variadas causas, las que pueden ir desde modas en
ciertos grupos juveniles de posiciones acomodadas, presiones causadas por un
embarazo imprevisto, hasta lo más frecuente: el temor al fracaso
de contraer un compromiso mayor como lo es el matrimonial.
También, puede ser causado por un sentimiento originado en malas
experiencias vividas en el hogar paterno, o en un fenómeno
habitual que afecta a las personas de bajos recursos, quienes
padecen desprotección social y familiar. El sentimiento de gran inseguridad
ocasionado por la falta de recursos económicos para asegurar la
capacidad de sostener un hogar (no creer ser capaces de
poder mantener el deseado hogar estable). Al respecto el asesor
de organizaciones como ONU, OIT y OEA, B. Kiliksberg nos
dice: “Independientemente de su voluntad, numerosas parejas jóvenes no tienen
las oportunidades reales para conformar o mantener una familia. Muchas
familias son destruidas ante el embate de la pobreza y
la desigualdad, otras se degradan y otras ni siquiera llegan
a ser constituídas”.
Análisis económicos y sociológicos dan cuenta de
los siguientes efectos frecuentes de la cohabitación sobre los hijos
y los mismos convivientes, sean sus causas voluntarias o no:
· En
un estudio británico, la socióloga P. Morgan demostró que en
las parejas que conviven se incrementan los problemas de salud
(causado generalmente por abuso de alcohol, droga y tabaco), los
malos tratos, el desempleo y los problemas con los hijos.
· La
cohabitación es más frágil que el matrimonio: En Inglaterra menos
del 4% de las parejas que conviven duran 10 años
o más. El 20% se separa antes de tres años
contra el 3% en el caso de las parejas casadas.
La tasa de ruptura de las parejas convivientes con hijos
es en ese país 4 a 5 veces mayor que
la de matrimonios con hijos.
· Un estudio realizado por la Universidad
de Western Ontario demostró que las mujeres que convivieron antes
de casarse tienen un riesgo 33% superior de divorciarse que
las que no lo hicieron.
· La cohabitación suele ser la puerta
de entrada para formar madres solteras, con graves consecuencias para
ellas mismas y para sus hijos: peor rendimiento escolar, más
problemas psicológicos y un significativo aumento del riesgo de ser
objeto de malos tratos, de conductas delictivas y padecer desórdenes
adictivos (como la droga).
· Un alto porcentaje inicia la convivencia con
un primer embarazo en su adolescencia. Como consecuencia, la madre
posee menores estudios y menores posibilidades de trabajo e ingresos.
Se produce así una consolidación y profundización de la pobreza.
· En
familias de precaria constitución, como lo son las que cohabitan,
hay mayores índices de violencia. Estudios en varios países, han
demostrado que una inestable estructura familiar incrementa las conductas delictivas
juveniles.
· Los hijos de convivientes tienen menores índices de escolaridad. Lo
cual se traduce en menores expectativas futuras de ingresos para
cuando esos jóvenes sean adultos. · La primera escuela
del amor se desarrolla en la familia, donde podemos apreciar
sus efectos directos en la relación con los padres, pero
¿qué clase de relación pueden enseñar quienes no fundan sus
relaciones en la responsabilidad y el compromiso incondicional? Porque, donde
la relación está condicionada en un “hasta que queramos” o
“hasta que no disponga de alguien o algo mejor”, ¿dónde
está el amor? La cohabitación, cuando es voluntariamente aceptada como
opción de relación afectiva, fácilmente puede desviarse hacia el egoísmo,
el egocentrismo, o el individualismo; transformándose en una escuela de
lo opuesto al amor.
.Afortunadamente, sigue siendo para los jóvenes una
aspiración universal mayoritaria la unión para siempre entre un hombre
y una mujer que se aman, por medio de un
voluntario compromiso de responsabilidad mutua, al contraer el libre matrimonio.
Pero el matrimonio, como todo en la vida, conlleva sus
exigencias y necesidades, a las que toda persona generosa y
con la previa experiencia de haber conocido al amor en
el matrimonio que le dio origen, generalmente puede responder; más,
¿podrá responder igualmente por sus actos quién no ha sido
formado en los valores del compromiso total y de la
responsabilidad incondicional?
Recientemente las autoras Linda Waite y Maggie Callager, en
“The Case of Marriage” nos demuestran en un completo estudio
sociológico que el compromiso matrimonial beneficia a las parejas y
a la sociedad. Con estadísticas y convincentes análisis demuestran la
correlación existente entre matrimonio y calidad de vida, según el
cual: En conjunto, los casados viven más años, gozan de
mejor salud, mantienen relaciones sexuales más satisfactorias y están más
estimulados a aumentar sus ingresos que los solteros, quienes cohabitan
o se han divorciado. Las estadísticas también señalan que los
hijos que nacen dentro de un matrimonio tienen menores riesgos
de fracaso, así como que la violencia doméstica es menos
frecuente en las parejas casadas, o que el divorcio reduce
la esperanza de vida de los hombres. Una vez más,
la postura que desde siempre ha sostenido y promovido la
Iglesia Católica sobre el valor del matrimonio, está siendo ratificada
por diversos estudios científicos sobre conductas sociales y su impacto
en la sociedad.
“The Case of Marriage” contradice con fundamentos
algunas suposiciones planteadas por organizaciones contrarias a la familia como
el eje de la sociedad, quienes han planteado que el
matrimonio es una trampa para las mujeres, o que el
divorcio es lo mejor para los hijos cuando sus padres
no se entienden y que el matrimonio es un asunto
privado y no una institución social y pública. El estudio
concluye que dado los beneficios que aporta el matrimonio, éste
debe ser tratado como una opción social preferente. Refuerza esta
tesis el estudio de George Gilder, titulado “Riqueza y Pobreza”,
donde se muestra la importancia enorme del matrimonio para la
economía: “ Los hombres casados trabajan un 50% más que
los solteros de igual edad, educación y capacidad”;”El mantenimiento de
una familia es factor clave para la reducción de la
pobreza; Cuando el matrimonio se mantiene firme y los hombres
aman y mantienen a sus hijos, el estilo clase baja
se convierte en porvenir de clase media”-. Resultados admirables, considerando
que en la actualidad la mayoría de los países del
mundo, y especialmente los hispanoamericanos, mantienen políticas de impuestos adversas
al matrimonio, donde los padres de familia deben cancelar igual
peso tributario sobre sus ingresos que los solteros; afectando seriamente
la estabilidad económica del núcleo familiar al reducir el ingreso
familiar con tasas de hasta 40% y desconocer sus mayores
necesidades reales, consecuencia del mayor número de personas dependientes de
un mismo ingreso.
Finalmente, será necesario estudiar si los mismos efectos
señalados para la cohabitación son extensivos a aquellas parejas que
creen poder prescindir del matrimonio responsable y comprometido para toda
la vida (como el ofrecido en la religión católica y
las principales religiones) por aquel simple contrato civil, llamado también
“matrimonial”, que hoy ofrece la legislación de una inmensa mayoría
de países que han aceptado el divorcio. Dicho contrato civil,
al llevar implícita en su aceptación la posibilidad de divorciarse
por cualquiera sea la causal o el deseo unilateral de
los contrayentes, constituye desde el punto de vista moral y
psicológico, una forma de cohabitación. Las causales de nulidad planteadas
por la religión, y especialmente, por la Iglesia Católica, son
precisas, puntuales, y plantean situaciones y condiciones pre-existentes al compromiso
matrimonial, como las únicas que pueden anular su legitimidad y
validez. A diferencia de las causales de divorcio que ofrecen
los contratos “matrimoniales” civiles, donde la causal es lo menos
importante frente a la voluntad de quienes desean el divorcio
al momento que lo solicitan (a la ley del hombre
parece interesar poco los fundamentos o consecuencias familiares y personales
para centrarse en los deseos). De esta forma, el “matrimonio”
civil, aún cuando se exprese como “para toda la vida”
al momento de aceptarlo, es una mentira, ya que la
misma ley que lo ampara, permite su disolución si alguno
de los contrayentes cambia de parecer. Aceptarlo conociendo sus alcances,
constituye una clara muestra de la voluntad de los contrayentes
para buscar una forma de cohabitación, cuando bajo estas condiciones
se rechaza al matrimonio religioso como el único válido ante
la ley natural y la ley de Dios.
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