miércoles, 14 de noviembre de 2012

Acerca del pensamiento

Misterios sagrados de arte inadvertido
- En el libro “La oración de Jesús” – Iniciación a la práctica - en la primera carta dice:
“Desde el punto de vista de la psiquis el que esta oración abraza ha de irse despidiendo de los pensamientos. La principal dificultad no es acostumbrarse a la oración sino renegar de ellos. Y esto, porque solemos identificar este discurrir de la mente con nosotros mismos”.
- Quisiera si me puede aclarar más estos puntos. ¿Cómo es esto de que hay que despedirse de los pensamientos? Pienso que sin ellos no podríamos funcionar, seríamos semejantes a personas  con severo retardo mental.
- Entiendo perfectamente tus objeciones o interrogantes. Sucede que lo que hacemos habitualmente no es pensar. Y, en ese sentido, se ha dicho allí que debemos renegar de los pensamientos.
Debemos abandonar un modo divagatorio de pensar, una manera errónea de organizar nuestra experiencia a medida que vamos viviendo. Por lo general, llamamos pensar a un cierto “etiquetar” los fenómenos que se nos van presentando en los sentidos.
También, consideramos pensamientos, a las asociaciones que se producen automáticamente en nuestra mente entre lo que percibimos y lo que recordamos.
Cada cosa que vemos recibe desde nuestra mente un nombre y queda inmediatamente relacionada con nuestros registros de memoria, con lo que hemos vivido.  Esto puede ser un muy interesante mecanismo de supervivencia, pero no es pensar.
Estrictamente hablando, - pensar - no es algo que nosotros hagamos, sino que “se hace”, del mismo modo que la digestión, que la respiración, o que la renovación de las células de la piel y otros fenómenos de similar característica en nuestro cuerpo.
Asimismo, inevitablemente, se elabora en la mente una imaginación respecto de aquello percibido; poniendo a lo que se ha visto en relación con nuestros intereses a futuro. Nunca vemos la cosa, sino en función de nuestras pretensiones, proyectos y temáticas de preferencia.
Esta situación forma parte de nuestra condición humana actual y, en cierto modo, tiene que ver con lo mencionado en los primeros capítulos del libro del Génesis.
Esta forma de funcionar la mente, nos desconecta de lo real, impidiéndonos ver lo que ocurre y reteniéndonos en un mundo con grandes dosis de fantasía. Además, nos hemos acostumbrado a “vivir dentro” de estos procesos autómatas de la mente y la equiparamos con nosotros mismos.
Es decir, nos identificamos con este suceder mental. Imagina que alguien tiene el poder de seguir los procesos digestivos y de darse cuenta cuando se segrega la bilis, de cuando se van disolviendo los alimentos, cuando se incorporan los nutrientes y vitaminas al torrente sanguíneo… que esa persona va con su atención detrás de los movimientos peristálticos del intestino etc. 
Mueve a risa, más aun si esto sucede todos los días y la persona continúa concentrada en seguir este discurrir metabólico. Imaginalo bien, día tras día, toda su vida. Lo que hacemos cuando creemos que pensamos es muy parecido.
Nos parece pensar, cuando en realidad vamos siendo llevados por una digestión mental de las experiencias que acontecen. 
Cuando uno deja de “vivir” allí con su atención, cuando se abandona la identificación con estos procesos sicológicos, se abre un nuevo mundo que nos resulta desconocido…

Acerca del pensamiento II

“A cada paso que doy te encuentro y donde miro te muestras Señor…!”
Comprendo lo que explica, pero ¿cómo salirse de la mente? O ¿cómo poder vivir desde el lugar en el que se percibe lo real?
Una vez que uno ha aceptado al menos intelectualmente lo dicho, en cuanto a que uno no es ese proceso continuo de discurrir divagatorio de diálogos y consideraciones sin fin sobre todo y todas las cosas, es posible dirigirse hacia otro modo de estar.
En este cambio es decisivo orientar la atención hacia los sentidos, quitándola en principio del acontecer mental. Aclaremos bien esto para que no se mal entienda:
Lo común es vivir “ensimismado”, es decir girando en torno a si mismo de manera egoica, abrumado por los propios problemas y temáticas, absortos de nuestros procesos sicológicos, esclavizados por lo que nos contraría, pujando por alcanzar aquello que se nos antoja como la felicidad.
Por eso te decía que es importante sacar la atención de ese discurrir mental y empezar a atender a lo que percibimos. No podemos caer en cuenta de la divina presencia en lo cotidiano mientras miremos sin mirar, escuchemos sin escuchar, percibamos en general sin percibir.
Es como si nunca estuviéramos realmente donde estamos. Tenemos mucho de simulación porque nosotros en verdad queremos siempre estar en otro lugar, allá donde nos tironean las ansias.
El particular modo de hacer que se menciona también en el libro en la carta 3 y el llamado sacramento del momento presente, al que hiciéramos referencia en los ejercicios espirituales en torno al peregrino ruso de tiempo atrás, aluden a esta cuestión también. A la necesidad de situarnos primero donde estamos antes de acometer cualquier intento de mejorar nuestra situación de vida.
Para encontrar el rumbo debo partir desde donde estoy y no desde donde ilusiono estar. ¿Y dónde está uno? Aquí y ahora. Con esto que percibo afuera de mí y en mí. Debo atreverme a penetrar en el desierto del presente, desnudo de ilusiones y abrirme al sol de lo que acontece. Para ello, debo salirme del barullo y la agitación mental y situarme con actitud alerta ante el instante.
La oración de Jesús, cuando uno intenta practicarla con asiduidad, nos lleva primero que nada a tomar conciencia de esta alteración mental permanente, nos damos cuenta de que nos resulta imposible manejarla, de que, aunque queremos no podemos. Nos sorprendemos cayendo en cuenta de que la mente nos maneja a nosotros y que, por lo pronto, no somos dueños de ella.
Nos sentimos diferentes a la mente. Porque teniendo nosotros la intención de acallarla y conducirla hacia la oración, nos vemos sometidos por la distracción. Estos primeros descubrimientos son muy buenos, porque uno comienza a des-identificarse de la mente.
Tu pregunta inicial días atrás era acerca de lo dicho sobre la necesidad de dejar a un lado los pensamientos y la de hoy un poco más en torno a cómo sería posible hacer tal cosa. Y muy de a poco intento responderte con mayor detalle de lo que se expresó en el libro.
El acceso a la paz del corazón no es posible por la vía sicológica, esto es deliberando y “acomodando” los contenidos de la mente. Esto solo fortalece aquello que es preciso abandonar.
Cuando la mente se silencia la paz queda, porque es lo que siempre está detrás. Y la mente se silencia, cuando conduzco la atención. Cuando dirijo la atención con una intención precisa, el silencio viene de la mano.
Sea que dirija mi atención hacia la repetición de la oración de Jesús, como una manera de centrar la mente, enlazando en torno a ella los contenidos de la dispersión; sea que dirija mi atención a lo que perciben mis sentidos en este instante, abriéndome por decirlo así a lo que ocurre en el presente, en cualquier caso estaré permitiendo el surgimiento del silencio.
Silencio que siempre es el fondo de las cosas, silencio que es sostén y marco en el que se producen los acontecimientos, silencio que es gracia proveniente de lo alto y anticipo del soplo del Espíritu.

Acerca del pensamiento III

No hay detalle que no muestre tu amor…

¿Porque se produce este siempre querer estar en un lugar o situación diferente de aquella en la que nos encontramos?
Principalmente debido a que creemos que es lo exterior lo que nos brinda la felicidad que difusamente buscamos en todo lo que hacemos. Este es nuestro error básico.
A lo largo de los años me encontré con una certeza: No hay nada afuera que pueda llenar el vacío interno. El ser humano se completa a partir de la interioridad o no se completa.
Este vacío se me hacía evidente cuando me quedaba en quietud.
Cuando me negaba a seguir “corriendo” en pos de algo y me quedaba un poco quieto, surgía rápidamente este desasosiego que me impulsaba a tapar y a llenar de cualquier modo, una sensación de ausencia y de carencia que se tornaba intolerable.
Esto esta en la raíz de nuestra constante agitación en pos de logros exteriores. Hay muchas cosas que realmente no se necesitan o actividades que tampoco son necesarias, que encuentran su explicación en esta función que cumplen, de acallar este dolor interno que produce la carencia.
La mente es la que constantemente busca cambiar de situación y la que nos impulsa para seguir siempre adelante, buscando el momento siguiente, impidiéndonos permanecer en el presente.
La mente por cierto es un mecanismo que al detectar tensiones corporales, va tratando de poner las imágenes necesarias, en forma de proyectos o de diálogos, que aflojen esas tensiones del cuerpo. Pero claro, en tanto nos identificamos con esta actividad de la mente, padecemos mucho.
Si nos dejamos llevar por lo que dice la mente, creemos que es esto o aquello lo que nos intranquiliza y ese es el principal engaño. Porque a poco de que logramos esto o aquello, la agitación vuelve.
Se trate de un objeto material, de una relación afectiva, de un cargo, de un reconocimiento social… el ansia vuelve y una vez más se apodera de nosotros, tironeándonos hacia el futuro, acosándonos con su aguijón para que desesperemos de alcanzar este nuevo espejismo, que se supone, ahora si nos dará la felicidad buscada.
Dios vive en el interior del hombre. Dios, está con nosotros. Y esa presencia divina es la que colma todas nuestras ansias actuales y posibles. Pero para que esto no sea solo un algo dicho o una creencia más, es necesario aceptar que el problema esta en nosotros y no en lo exterior.
Por difícil que parezca o resulte, mientras no me convenza de que “la perla” esta en mi casa y no en otro lugar, será imposible encontrarla.
Pero hermano, usted habla desde una experiencia personal, ¿cómo hace quién no la tiene para encontrarse con ella?



No hay comentarios: