- En el libro “La oración de Jesús” – Iniciación a la práctica - en la primera carta dice:
“Desde
el punto de vista de la psiquis el que esta oración abraza ha de irse
despidiendo de los pensamientos. La principal dificultad no es
acostumbrarse a la oración sino renegar de ellos. Y esto, porque solemos
identificar este discurrir de la mente con nosotros mismos”.
- Quisiera
si me puede aclarar más estos puntos. ¿Cómo es esto de que hay que
despedirse de los pensamientos? Pienso que sin ellos no podríamos
funcionar, seríamos semejantes a personas con severo retardo mental.
- Entiendo
perfectamente tus objeciones o interrogantes. Sucede que lo que hacemos
habitualmente no es pensar. Y, en ese sentido, se ha dicho allí que
debemos renegar de los pensamientos.
Debemos
abandonar un modo divagatorio de pensar, una manera errónea de organizar
nuestra experiencia a medida que vamos viviendo. Por lo general,
llamamos pensar a un cierto “etiquetar” los fenómenos que se nos van
presentando en los sentidos.
También,
consideramos pensamientos, a las asociaciones que se producen
automáticamente en nuestra mente entre lo que percibimos y lo que
recordamos.
Cada cosa
que vemos recibe desde nuestra mente un nombre y queda inmediatamente
relacionada con nuestros registros de memoria, con lo que hemos vivido.
Esto puede ser un muy interesante mecanismo de supervivencia, pero no
es pensar.
Estrictamente hablando, - pensar -
no es algo que nosotros hagamos, sino que “se hace”, del mismo modo que
la digestión, que la respiración, o que la renovación de las células de
la piel y otros fenómenos de similar característica en nuestro cuerpo.
Asimismo,
inevitablemente, se elabora en la mente una imaginación respecto de
aquello percibido; poniendo a lo que se ha visto en relación con
nuestros intereses a futuro. Nunca vemos la cosa, sino en función de
nuestras pretensiones, proyectos y temáticas de preferencia.
Esta
situación forma parte de nuestra condición humana actual y, en cierto
modo, tiene que ver con lo mencionado en los primeros capítulos del
libro del Génesis.
Esta forma
de funcionar la mente, nos desconecta de lo real, impidiéndonos ver lo
que ocurre y reteniéndonos en un mundo con grandes dosis de fantasía.
Además, nos hemos acostumbrado a “vivir dentro” de estos procesos
autómatas de la mente y la equiparamos con nosotros mismos.
Es decir,
nos identificamos con este suceder mental. Imagina que alguien tiene el
poder de seguir los procesos digestivos y de darse cuenta cuando se
segrega la bilis, de cuando se van disolviendo los alimentos, cuando se
incorporan los nutrientes y vitaminas al torrente sanguíneo… que esa
persona va con su atención detrás de los movimientos peristálticos del
intestino etc.
Mueve a
risa, más aun si esto sucede todos los días y la persona continúa
concentrada en seguir este discurrir metabólico. Imaginalo bien, día
tras día, toda su vida. Lo que hacemos cuando creemos que pensamos es
muy parecido.
Nos parece pensar, cuando en realidad vamos siendo llevados por una digestión mental de las experiencias que acontecen.
Cuando uno
deja de “vivir” allí con su atención, cuando se abandona la
identificación con estos procesos sicológicos, se abre un nuevo mundo
que nos resulta desconocido…
Acerca del pensamiento II
Comprendo lo que explica, pero ¿cómo salirse de la mente? O ¿cómo poder vivir desde el lugar en el que se percibe lo real?
Una vez que
uno ha aceptado al menos intelectualmente lo dicho, en cuanto a que uno
no es ese proceso continuo de discurrir divagatorio de diálogos y
consideraciones sin fin sobre todo y todas las cosas, es posible
dirigirse hacia otro modo de estar.
En este
cambio es decisivo orientar la atención hacia los sentidos, quitándola
en principio del acontecer mental. Aclaremos bien esto para que no se
mal entienda:
Lo común es
vivir “ensimismado”, es decir girando en torno a si mismo de manera
egoica, abrumado por los propios problemas y temáticas, absortos de
nuestros procesos sicológicos, esclavizados por lo que nos contraría,
pujando por alcanzar aquello que se nos antoja como la felicidad.
Por eso te
decía que es importante sacar la atención de ese discurrir mental y
empezar a atender a lo que percibimos. No podemos caer en cuenta de la
divina presencia en lo cotidiano mientras miremos sin mirar, escuchemos
sin escuchar, percibamos en general sin percibir.
Es como si
nunca estuviéramos realmente donde estamos. Tenemos mucho de simulación
porque nosotros en verdad queremos siempre estar en otro lugar, allá
donde nos tironean las ansias.
El
particular modo de hacer que se menciona también en el libro en la carta
3 y el llamado sacramento del momento presente, al que hiciéramos
referencia en los ejercicios espirituales en torno al peregrino ruso de
tiempo atrás, aluden a esta cuestión también. A la necesidad de
situarnos primero donde estamos antes de acometer cualquier intento de
mejorar nuestra situación de vida.
Para
encontrar el rumbo debo partir desde donde estoy y no desde donde
ilusiono estar. ¿Y dónde está uno? Aquí y ahora. Con esto que percibo
afuera de mí y en mí. Debo atreverme a penetrar en el desierto del
presente, desnudo de ilusiones y abrirme al sol de lo que acontece. Para
ello, debo salirme del barullo y la agitación mental y situarme con
actitud alerta ante el instante.
La oración
de Jesús, cuando uno intenta practicarla con asiduidad, nos lleva
primero que nada a tomar conciencia de esta alteración mental
permanente, nos damos cuenta de que nos resulta imposible manejarla, de
que, aunque queremos no podemos. Nos sorprendemos cayendo en cuenta de
que la mente nos maneja a nosotros y que, por lo pronto, no somos dueños
de ella.
Nos sentimos
diferentes a la mente. Porque teniendo nosotros la intención de
acallarla y conducirla hacia la oración, nos vemos sometidos por la
distracción. Estos primeros descubrimientos son muy buenos, porque uno
comienza a des-identificarse de la mente.
Tu pregunta
inicial días atrás era acerca de lo dicho sobre la necesidad de dejar a
un lado los pensamientos y la de hoy un poco más en torno a cómo sería
posible hacer tal cosa. Y muy de a poco intento responderte con mayor
detalle de lo que se expresó en el libro.
El acceso a
la paz del corazón no es posible por la vía sicológica, esto es
deliberando y “acomodando” los contenidos de la mente. Esto solo
fortalece aquello que es preciso abandonar.
Cuando la
mente se silencia la paz queda, porque es lo que siempre está detrás. Y
la mente se silencia, cuando conduzco la atención. Cuando dirijo la
atención con una intención precisa, el silencio viene de la mano.
Sea que
dirija mi atención hacia la repetición de la oración de Jesús, como una
manera de centrar la mente, enlazando en torno a ella los contenidos de
la dispersión; sea que dirija mi atención a lo que perciben mis sentidos
en este instante, abriéndome por decirlo así a lo que ocurre en el
presente, en cualquier caso estaré permitiendo el surgimiento del
silencio.
Silencio que
siempre es el fondo de las cosas, silencio que es sostén y marco en el
que se producen los acontecimientos, silencio que es gracia proveniente
de lo alto y anticipo del soplo del Espíritu.
Acerca del pensamiento III
¿Porque se produce este siempre querer estar en un lugar o situación diferente de aquella en la que nos encontramos?
Principalmente
debido a que creemos que es lo exterior lo que nos brinda la felicidad
que difusamente buscamos en todo lo que hacemos. Este es nuestro error
básico.
A lo largo
de los años me encontré con una certeza: No hay nada afuera que pueda
llenar el vacío interno. El ser humano se completa a partir de la
interioridad o no se completa.
Este vacío se me hacía evidente cuando me quedaba en quietud.
Cuando me
negaba a seguir “corriendo” en pos de algo y me quedaba un poco quieto,
surgía rápidamente este desasosiego que me impulsaba a tapar y a llenar
de cualquier modo, una sensación de ausencia y de carencia que se
tornaba intolerable.
Esto esta en
la raíz de nuestra constante agitación en pos de logros exteriores. Hay
muchas cosas que realmente no se necesitan o actividades que tampoco
son necesarias, que encuentran su explicación en esta función que
cumplen, de acallar este dolor interno que produce la carencia.
La mente es
la que constantemente busca cambiar de situación y la que nos impulsa
para seguir siempre adelante, buscando el momento siguiente,
impidiéndonos permanecer en el presente.
La mente por
cierto es un mecanismo que al detectar tensiones corporales, va
tratando de poner las imágenes necesarias, en forma de proyectos o de
diálogos, que aflojen esas tensiones del cuerpo. Pero claro, en tanto
nos identificamos con esta actividad de la mente, padecemos mucho.
Si nos
dejamos llevar por lo que dice la mente, creemos que es esto o aquello
lo que nos intranquiliza y ese es el principal engaño. Porque a poco de
que logramos esto o aquello, la agitación vuelve.
Se trate de
un objeto material, de una relación afectiva, de un cargo, de un
reconocimiento social… el ansia vuelve y una vez más se apodera de
nosotros, tironeándonos hacia el futuro, acosándonos con su aguijón para
que desesperemos de alcanzar este nuevo espejismo, que se supone, ahora
si nos dará la felicidad buscada.
Dios vive en
el interior del hombre. Dios, está con nosotros. Y esa presencia divina
es la que colma todas nuestras ansias actuales y posibles. Pero para
que esto no sea solo un algo dicho o una creencia más, es necesario
aceptar que el problema esta en nosotros y no en lo exterior.
Por difícil que
parezca o resulte, mientras no me convenza de que “la perla” esta en mi
casa y no en otro lugar, será imposible encontrarla.
Pero hermano, usted habla desde una experiencia personal, ¿cómo hace quién no la tiene para encontrarse con ella?
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