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Teresa de Jesús (de Ávila), Santa |
Virgen Carmelita Doctora de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de santa Teresa
de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que nacida
en Ávila, ciudad de España, y agregada a la Orden
de los Carmelitas, llegó a ser madre y maestra de
una observancia más estrecha, y en su corazón concibió un
plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión
por grados del alma hacia Dios, pero a causa de
la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que
superó con ánimo esforzado, y compuso libros en los que
muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia
(1582).
Etimología: Teresa = Aquella que es experta en la caza,
viene del griego
Nacida en Ávila el año 1515, Teresa de
Cepeda y Ahumada emprendió a los cuarenta años la tarea
de reformar la orden carmelitana según su regla primitiva, guiada
por Dios por medio de coloquios místicos, y con la
ayuda de San Juan de la Cruz (quien a su
vez reformó la rama masculina de su Orden, separando a
los Carmelitas descalzos de los calzados). Se trató de una
misión casi inverosímil para una mujer de salud delicada como
la suya: desde el monasterio de San José, fuera de
las murallas de Avila, primer convento del Carmelo reformado por
ella, partió, con la carga de los tesoros de su
Castillo interior, en todas las direcciones de España y llevó
a cabo numerosas fundaciones, suscitando también muchos resentimientos, hasta el
punto que temporáneamente se le quitó el permiso de trazar
otras reformas y de fundar nuevas cases.
Maestra de místicos y
directora de conciencias, tuvo contactos epistolares hasta con el rey
Felipe II de España y con los personajes más ilustres
de su tiempo; pero como mujer práctica se ocupaba de
las cosas mínimas del monasterio y nunca descuidaba la parte
económica, porque, como ella misma decía: “Teresa, sin la gracia
de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de
Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho
dinero, una potencia”. Por petición del confesor, Teresa escribió la
historia de su vida, un libro de confesiones entre los
más sinceros e impresionantes. En la introducción hace esta observación:
“Yo hubiera querido que, así como me han ordenado escribir
mi modo de oración y las gracias que me ha
concedido el Señor, me hubieran permitido también narrar detalladamente y
con claridad mis grandes pecados. Es la historia de un
alma que lucha apasionadamente por subir, sin lograrlo, al principio”.
Por esto, desde el punto de vista humano, Teresa es
una figura cercana, que se presenta como criatura de carne
y hueso, todo lo contrario de la representación idealista y
angélica de Bernini. Desde la niñez había manifestado un temperamento
exuberante (a los siete años se escapó de casa para
buscar el martirio en Africa), y una contrastante tendencia a
la vida mística y a la actividad práctica, organizativa. Dos
veces se enfermó gravemente. Durante la enfermedad comenzó a vivir
algunas experiencias místicas que transformaron profundamente su vida interior, dándole
la percepción de la presencia de Dios y la experiencia
de fenómenos místicos que ella describió más tarde en sus
libros: “El camino de la perfección”, “Pensamientos sobre el amor
de Dios” y “El castillo interior”.
Murió en Alba de
Tormes en la noche del 14 de octubre de 1582,
y en 1622 fue proclamada santa. El 27 de septiembre
de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia.
Santa Teresa de Jesús
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila ( Ávila, 28 de marzo de 1515 – Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (o carmelitas).
Familia
Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, aunque
generalmente usó el nombre de Teresa de Ahumada hasta que comenzó la
reforma de la que se hablará más abajo, cambiando entonces su nombre por
Teresa de Jesús.
El padre de Teresa era Alonso Sánchez de Cepeda, descendiente de
familia judía conversa. Alonso tuvo dos mujeres. Con la primera,
Catalina del Peso y Henao, tuvo dos hijos: María y Juan de Cepeda. Con
su segunda esposa, Beatriz Dávila y Ahumada (emparentada con muchas
familias ilustres de Castilla),
que murió cuando Teresa contaba unos 12 años, tuvo otros diez:
Hernando, Rodrigo, Teresa, Juan (de Ahumada), Lorenzo, Antonio, Pedro,
Jerónimo, Agustín y Juana.
Según una tradición oral, su hermano Pedro Alonso Sánchez de Cepeda y Ahumada en 1562 llegó a lo que hoy día es Nicaragua, al puerto de El Realejo y de allí a El Viejo (actual departamento de Chinandega) con la imagen de la Virgen María en su advocación de la Inmaculada Concepción, para luego viajar a Perú. Los nativos se opusieron a que se llevara la imagen y ésta permanece hasta hoy en la Basílica Menor de El Viejo.
Infancia
Estatua de Santa Teresa al lado de la Puerta del Alcázar de la muralla de Ávila.
Según relata la propia Teresa en los escritos destinados a su confesor y reunidos en el libro Vida de Santa Teresa de Jesús,
desde sus primeros años mostró Teresa una imaginación vehemente y
apasionada. Su padre, aficionado a la lectura, tenía algunos romanceros;
esta lectura y las prácticas piadosas comenzaron a despertar el corazón
y la inteligencia de la pequeña Teresa con seis o siete años de edad.
En dicho tiempo pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y uno de sus hermanos, Rodrigo, un año mayor, trataron de ir a las «tierras de infieles»,
es decir, tierras ocupadas por los musulmanes, pidiendo limosna, para
que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a casa.
Convencidos de que su proyecto era irrealizable, los dos hermanos
acordaron ser ermitaños. Teresa escribe:
En una huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer
ermitas, poniendo unas piedrecitas, que luego se nos caían, y así no
hallábamos remedio en nada para nuestro deseo... Hacía (yo) limosna como
podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que
eran hartas, en especial el rosario... Gustaba (yo) mucho cuando jugaba
con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas.
Parece que perdió a su madre hacia 1527,
o sea a los 12 años de edad. Ya en aquel tiempo su vocación religiosa
había sido continuamente demostrada. Aficionada a la lectura de libros de caballerías,
Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, un mucho
cuidado de manos y cabello y olores, y todas las vanidades que en esto
podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa... Tenía primos
hermanos algunos... eran casi de mi edad, poco mayores que yo; andábamos
siempre juntos, teníanme gran amor y en todas las cosas que les daba
contento, los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y
niñerías, no nada buenas... Tomé todo el daño de una parienta (se cree
que una prima), que trataba mucho en casa... Con ella era mi
conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de
pasatiempo, que yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus
conversaciones y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de
catorce años... no me parece había dejado a Dios por culpa mortal.
Mudanza física y espiritual
Afectada por una grave enfermedad, volvió a casa de su padre, y ya
curada, la llevaron al lado de su hermana María de Cepeda, que con su
marido, don Martín de Guzmán y Barrientos, vivía en Castellanos de la Cañada, alquería de la dehesa que lleva dicho nombre, hoy sita en el término municipal de Zapardiel de la Cañada (Ávila).
Luchando consigo misma, llegó a decir a su padre que deseaba ser monja,
pues creía ella, dado su carácter, que el haberlo dicho bastaría para
no volverse atrás. Su padre contestó que no lo consentiría mientras él
viviera. Sin embargo, Teresa dejó la casa paterna, y entró el 2 de noviembre de 1533 en el convento de la Encarnación, en Ávila, y allí profesó el día 3 de noviembre de 1534.
Tras entrar al convento su estado de salud empeoró. Padeció desmayos,
una cardiopatía no definida y otras molestias. Así pasó el primer año.
Para curarla, la llevó su padre ( 1535) a Castellanos de la Cañada, con su hermana. En dicha aldea permaneció Teresa hasta la primavera de 1536. En Castellanos de la Cañada habría logrado (1535) la conversión de un clérigo concubinario. Entonces pasó a Becedas (Ávila). De vuelta en Ávila, el (Domingo de Ramos de 1537),
sufrió un paroxismo de cuatro días en casa de su padre, quedando
paralítica por más de dos años. Antes y después del parasismo, sus
padecimientos físicos fueron horribles.
Favores espirituales
A mediados de 1539 Teresa recuperó la salud, la tradición lo atribuyó en su día a la intercesión de San José.
Con la salud Teresa recuperó las aficiones mundanas, fáciles de
satisfacer, puesto que la clausura sólo se impuso como obligatoria, a
todas las religiosas, a partir de 1563. En esa época Teresa de Ávila vivió nuevamente en el convento, donde recibía frecuentes visitas.
Afligida un tiempo después, anbadonó la oración (1541). Según su testimonio se le apareció Jesucristo (1542)
en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar
con seglares. No obstante, la monja permaneció en él durante muchos
años, hasta que se movió a dejar el trato de seglares (1555) a la vista de una imagen de Jesús crucificado.
El padre de Teresa falleció en 1541, el sacerdote que le había
asistido en sus últimos momentos (el Dominico Vicente Barón), se encargó
de dirigir la conciencia de Teresa rememorando las últimas palabras del
padre de ésta. Posteriormente, impresionada por estas palabras, Teresa
enmendó su conducta y estuvo dispuesta a corregir sus faltas. Al cabo
Teresa se confortó con la lectura de las Confesiones, de San Agustín. Los Jesuitas Juan de Prádanos y Baltasar Álvarez fundaron en Ávila un colegio de la Compañía (1555).
Teresa confesó con Prádanos; al año siguiente ( 1556) comenzó a sentir grandes favores espirituales, y poco después se vio animada (1557) por San Francisco de Borja. Tuvo en 1558 su primer rapto y la visión del infierno;
tomó por confesor (1559) a Baltasar Álvarez, que dirigió su conciencia
durante unos seis años, y disfrutó, dice, de grandes favores
celestiales, entre los que se contó la visión de Jesús resucitado. Hizo
voto (1560) de aspirar siempre a lo más perfecto; San Pedro de Alcántara aprobó su espíritu, y San Luis Beltrán la animó a llevar adelante su proyecto de reformar la Orden del Carmen, concebido hacia dicho año.
Teresa quería fundar en Ávila un monasterio para la estricta
observancia de la regla de su orden, que comprendía la obligación de la
pobreza, de la soledad y del silencio. Por mandato de su confesor, el
dominico Pedro Ibáñez, escribió su vida ( 1561), trabajo que terminó hacia junio de 1562; añadió, por orden de fray García de Toledo, la fundación de San José; y por consejo de Soto volvió a escribir su vida en 1566.
Aquí es oportuno copiar al biógrafo francés Pierre Boudot:
En todas las páginas (del libro de su vida) se ven las huellas de una
pasión viva, de una franqueza conmovedora, y de un iluminismo
consagrado por la fe de fieles. Todas sus revelaciones atestiguan que
creía firmemente en una unión espiritual entre ella y Jesucristo; veía a
Dios, la Virgen, los santos y los ángeles
en todo su esplendor, y de lo alto recibía inspiraciones que
aprovechaba para la disciplina de su vida interior. En su juventud las
aspiraciones que tuvo fueron raras y parecen confusas; sólo en plena
edad madura se hicieron más distintas, más numerosas y también más
extraordinarias. Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez
primera vivió un éxtasis. Sus visiones intelectuales se sucedieron sin
interrupción durante dos años y medio (1559–1561).
Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron
que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para
ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos
arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar
de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía
interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de
ver a Dios, se sentía morir. En este estado singular tuvo en varias
ocasiones la visión que dio origen al establecimiento de una fiesta
particular en la Orden del Carmelo.
El biógrafo francés alude al suceso ( 1559) que refiere la santa en estas líneas:
Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No
era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que
parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan...
Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me
parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón
algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las
llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era
tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva
la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se
quite, ni se contenta el alma con menos que Dios.
No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el
cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el
alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare
que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera
ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor
gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.
Vida de Santa Teresa, cap. XXIX
Para perpetuar la memoria de dicha misteriosa herida, el Papa Benedicto XIII, a petición de los Carmelitas de España e Italia, estableció (1726) la fiesta de la transverberación del corazón de Santa Teresa. El biógrafo francés agrega:
Hasta exhalar el último suspiro Teresa gozó la dicha de conversar con
las personas divinas, que la consolaban o revelaban ciertos secretos
del cielo; la de ser transportada al infierno o al purgatorio, y aun la
de presentir lo venidero.
Inicio de las fundaciones a lo largo de España
A fines de 1561 recibió Teresa cierta cantidad de dinero que le remitió desde el Perú uno de sus hermanos, y con ella se ayudó para continuar la proyectada fundación del Convento de San José.
Para la misma obra contó con el concurso de su hermana Juana, a cuyo
hijo Gonzalo se dice que resucitó la Santa. Esta, a principios de 1562, marchó a Toledo
a casa de doña Luisa de la Cerda, en donde estuvo hasta junio. En el
mismo año conoció al padre Báñez, que fue luego su principal director, y
a fray García de Toledo, ambos dominicos.
Descontenta con la « relajación» de las normas que en 1432 habían sido mitigadas por Eugenio IV, Teresa decidió reformar la orden para volver a la austeridad, la pobreza y la clausura que consideraba el auténtico espíritu carmelitano. Pidió consejo a Francisco de Borja y a Pedro de Alcántara que aprobaron su espíritu y su doctrina.
Después de dos años de luchas llegó a sus manos la bula de Pío IV para la erección del convento de San José, en Ávila, ciudad a la que había regresado Teresa. Se abrió el monasterio de San José (24 de agosto de 1562); tomaron el hábito cuatro novicias en la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas de San José;
hubo alborotos en Ávila; se obligó a la Santa a regresar al convento de
la Encarnación, y, calmados los ánimos, vivió Teresa cuatro años en el
convento de San José con gran austeridad. Las religiosas adictas a la
reforma de Teresa, dormían sobre un jergón de paja; llevaban sandalias
de cuero o madera; consagraban ocho meses del año a los rigores del
ayuno y se abstenían por completo de comer carne. Teresa no quiso para
ella ninguna distinción, antes bien siguió confundida con las demás
religiosas no pocos años.
La reforma propugnada por Teresa junto a San Juan de la Cruz,
que, como se verá, comprendió también a los hombres, se llamó de los
Carmelitas Descalzos, y progresó rápidamente, no obstante los escasos
recursos de que disponía la santa. El padre Rossi, general del Carmen,
visitó (1567)
el convento de San José, lo aprobó, y dio permiso a Teresa para fundar
otros de mujeres y dos de hombres. La santa, en aquel año, marchó a Medina del Campo para posesionarse de otro convento; estuvo en Madrid, y en Alcalá de Henares
arregló el convento de descalzas fundado por su amiga María de Jesús.
Por entonces se empezó a tratar de la reforma para hombres. En 1562 llegó a Malagón y fundó otro monasterio de la reforma. El monasterio fue bendecido en su inauguración el día de Ramos (11 de abril) de 1568.
Como anécdota y dato curioso cabe decir que en la celda del monasterio
que ocupó Santa Teresa hay una imagen suya sentada escribiendo en una
pequeña mesa y que sólo se expone una vez cada 100 años en esa iglesia.
Actualmente, en el monasterio viven carmelitas de clausura.
De Malagón se trasladó Teresa a Toledo, a donde llegó enferma (1568), y tras una corta residencia en Escalona, regresó a la ciudad de Ávila. De ella salió para Valladolid; allí dejó establecido otro convento, y por Medina y Duruelo de Blascomillán (Ávila), volvió al de Ávila (1569). Pasó a Toledo y Madrid;
de aquí otra vez a Toledo, ciudad en la que experimentó muchas
dificultades para la fundación de un convento, la cual quedó hecha a 13
de mayo, y vencidos otros obstáculos, tomó posesión del Convento de la Concepción Francisca de Pastrana
(9 de julio). De vuelta en Toledo, allí permaneció un año, durante el
cual hizo algunas breves excursiones a Medina, Valladolid y Pastrana. En Duruelo de Blascomillan (Ávila) se había fundado el primer convento de hombres (1568). Se afirma que vio Teresa milagrosamente el martirio del Padre Acevedo y otros 40 Jesuitas asesinados (1570) por el pirata protestante Jacobo Soria. Tras una visita a Pastrana, de donde regresó a Toledo, entró en Ávila (agosto).
Poco después se fundaba en Alcalá el tercer convento de descalzos, y en Salamanca, ciudad en que estuvo la santa, el séptimo de descalzas, al que siguió otro de mujeres en Alba de Tormes (25 de enero de 1571). De Alba volvió Teresa a Salamanca, siendo hospedada en el palacio de los condes de Monterrey; pasó a Medina, y de vuelta en Ávila, aceptó el priorato del convento de la Encarnación, cuya reforma consiguió. El priorato duró tres años. Se fundaron varios conventos más de descalzos; algunos en Andalucía abrazaron la reforma, y comenzó la discordia entre calzados y descalzos, todo ello en 1572, año en que Teresa recibió muchos favores espirituales en el convento de la Encarnación: tales fueron su desposorio místico con Jesucristo y un éxtasis en el locutorio cuando conversaba con San Juan de la Cruz. Teresa, que en el transcurso de su vida escribió muchas cartas, estuvo en Salamanca en 1573. Allí, obedeciendo a su director, el jesuita Ripalda, redactó el libro de sus fundaciones.
Resultados de la reforma carmelitana y tribulaciones de Teresa
Vivió después en Alba ( 1574), de la que, a pesar de hallarse enferma y muy atribulada, pasó por Medina del Campo y Ávila a Segovia.
En esta ciudad fundó otro convento, al que pasaron las religiosas del
monasterio de Pastrana que fue abandonado debido al intento de doña Ana de Mendoza de la Cerda,
la princesa de Éboli, de convertirse en religiosa bajo el nombre de sor
Ana de la Madre de Dios, siguiendo un estilo de vida desapegado a la
norma de la orden.
En dicho año se denunció a la Inquisición por vez primera la autobiografía de Teresa, que, de regreso en Ávila, terminado (6 de octubre) su priorato en la Encarnación, volvió a su convento de San José. A fines de año marchó a Valladolid. En principios de enero de 1575 por Medina del Campo, llegó a Ávila, y deteniéndose en Fontiveros, fue a Beas de Segura (Jaén) por Toledo, Malagón y Torre de Juan Abad, donde tomo ceniza el día 16 de febrero, en el trayecto se perdió en Sierra Morena, llegando esa misma tarde para la fundación del décimo Convento de Carmelitas Descalzas (Beas de Segura), (24 de febrero), después se trasladó Teresa a Sevilla
el 18 de mayo, estando enferma, y pasó grandes incomodidades en el
viaje. Sufrió también grandes contradicciones en Sevilla, aunque logró
fundar en ella el undécimo convento de descalzas.
Estalló la discordia entre carmelitas calzados y descalzos en el capítulo general celebrado por aquellos días en Plasencia;
en virtud de las bulas pontificias se acordó tratar con rigor a los
descalzos, que se habían extralimitado en sus fundaciones, y como fuera
el padre Gracián (21 de noviembre),
por comisión del nuncio, a visitar a los carmelitas calzados de
Sevilla, estos resistieron la visita con gran alboroto. El padre
Salazar, provincial de Castilla, intimó a Teresa que no hiciera más
fundaciones y que se retirase a un convento sin salir de él. Trató la
santa de retirarse a Valladolid, pero se opuso Gracián. En Sevilla estaba Teresa al fundarse en Caravaca (1 de enero de 1576)
el duodécimo convento de descalzas. Delatada a la Inquisición por una
religiosa salida del convento, eligió para su residencia el convento de
Toledo. Dejó Sevilla (4 de junio), llegó a Malagón (11 de junio),
y de allí a Toledo, donde ya estaba a principios de julio. Antes de
establecerse, marchó al convento de Ávila para arreglar varios asuntos;
pero regresó rápidamente a Toledo en compañía de Ana de San Bartolomé, a la que había tomado por secretaria. Allí concluyó el libro de Las fundaciones,
las cuales se suspendieron en los cuatro años que duraron las
persecuciones y conflictos entre calzados y descalzos. Eligió en Toledo
por confesor a Velázquez.
Propaladas muchas calumnias contra Teresa, se trató de enviarla a un
convento americano. Hizo la santa un viaje de Toledo a Ávila (julio de 1577),
para someter a la Orden del Carmen el convento de San José, antes
sujeto al ordinario. Miguel de la Columna y Baltasar de Jesús,
desertores de la reforma, extendieron las calumnias contra los
descalzos, a los que con tal motivo persiguió el nuncio Felipe Sega.
Acudió Teresa al rey,
que tomó en sus manos el asunto. Las monjas de la Encarnación, en
Ávila, la eligieron priora, a pesar de las censuras del padre Valdemoro
(octubre de 1577). La santa escribió (julio a noviembre) el libro de Las moradas. Sostuvo luego (1578)
una polémica con el padre Suárez, provincial de los Jesuitas, y el
nuncio redobló sus persecuciones hasta el punto de pretender destruir la
reforma, desterrando a los principales descalzos y confinando a Toledo a
Teresa, por él calificada de «fémina inquieta y andariega». En
Sevilla un confesor delató a la Inquisición las supuestas faltas de la
priora de las descalzas y de Teresa misma, sobre lo cual se formó un
ruidoso expediente que puso en claro la inocencia de ambas.
Aquel año de ( 1578)
la santa lo pasó en Ávila, y fue el más triste para Teresa, pues en una
de sus cartas decía que le hacían guerra todos los demonios. Por
entonces se hizo otra denuncia del Libro de su Vida. Desde principios de
1579 comenzó a calmarse la tempestad contra Teresa y su reforma. La santa escribió en Ávila (6 de junio) los cuatro avisos que dijo haber recibido del mismo Dios para aumento y conservación de su orden, los cuales publicó Fray Luis de León al fin del libro de la Vida. De Ávila salió (25 de junio)
para visitar sus conventos. Sucesivamente estuvo en Medina del Campo,
Valladolid, otra vez en Medina, en Alba de Tormes y Salamanca. De
regreso en Ávila (noviembre), salió para Malagón, a pesar de estar
enferma, y llegó a dicho pueblo (día 19) pasando por Toledo. En Villanueva de la Jara asistió a la fundación (25 de febrero de 1580)
del decimotercer convento de descalzas. Regresó a Toledo, a pesar del
mal estado de su salud y de los dolores de un brazo que se había roto (1577)
resultado de una caída. En Toledo tuvo una parálisis y fallas
cardíacas, que la pusieron a las puertas de la muerte. De allí pasó a Segovia y volvió a la ciudad de Ávila. Por aquellos días Gregorio XIII expidió las bulas (22 de junio)
para la formación de provincia aparte para los descalzos. Teresa visitó
Medina y Valladolid, donde cayó gravemente enferma. En Palencia fundó otro convento, al que siguieron dos de descalzos, uno en Valladolid y otro en Salamanca, ambos fundados en 1581. El decimoquinto de descalzas quedó fundado por la santa en Soria (3 de junio de 1581). Luego Teresa pasó por el Burgo de Osma, Segovia y Villacastín
a la ciudad de Ávila, en la que las monjas del convento de San José la
eligieron priora, cargo que hubo de aceptar. Después estuvo (1582) en Medina del Campo, Valladolid, Palencia y Burgos, casi siempre enferma.
Últimas fundaciones y muerte
Vidriera del Convento de Santa Teresa.
Supo que en Granada se había fundado el decimosexto convento de carmelitas, y uno de descalzos en Lisboa. El decimoséptimo de descalzas lo fundó ella en Burgos,
donde escribió sus últimas fundaciones, incluyendo la de dicha ciudad.
Saliendo de Burgos pasó por Palencia, Valladolid, cuya priora la echó
del convento, Medina del Campo, cuya priora también la despreció, y Peñaranda. Al llegar a Alba de Tormes (20 de septiembre) su estado empeoró. Recibido el viático y confesada, murió en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de octubre de 1582 (día en que el calendario juliano fue sustituido por el calendario gregoriano en España, por lo que ese día pasó a ser, viernes, 15 de octubre).
Su cuerpo fue enterrado en el convento de la Anunciación de esta
localidad, con grandes precauciones para evitar un robo. Exhumado el 25 de noviembre de 1585,
quedó allí un brazo y se llevó el resto del cuerpo a Ávila, donde se
colocó en la sala capitular; pero el cadáver, por mandato del Papa, fue devuelto al pueblo de Alba, habiéndose hallado incorrupto (1586). Se elevó su sepulcro en 1598; se colocó su cuerpo en la capilla Nueva en 1616, y en 1670, todavía incorrupto, en una caja de plata. Beatificada Teresa en 1614 por Paulo V, e incluida entre las santas por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, fue designada (1627) para patrona de España por Urbano VIII. En 1626 las Cortes de Castilla la nombraron copatrona de los Reinos de España, pero los partidarios de Santiago Apóstol lograron revocar el acuerdo. Fue nombrada Doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca y posteriormente fue designada patrona de los escritores.
En 1970 se convirtió (junto con Santa Catalina de Siena) en la primera mujer elevada por la Iglesia Católica a la condición de Doctora de la Iglesia, bajo el pontificado de Pablo VI. La Iglesia Católica celebra su fiesta el 15 de octubre.
Obra literaria
Cultivó además Teresa la poesía lírico-religiosa. Llevada de su
entusiasmo, se sujetó menos que cuantos cultivaron dicho género a la
imitación de los libros sagrados, apareciendo, por tanto, más original.
Sus versos son fáciles, de estilo ardiente y apasionado, como nacido del
amor ideal en que se abrasaba Teresa, amor que era en ella fuente
inagotable de mística poesía.
Las obras místicas de carácter didáctico más importantes de cuantas escribió la santa se titulan: Camino de perfección ( 1562–1564); Conceptos del amor de Dios y Castillo interior o Las moradas. Además de estas tres, pertenecen a dicho género las tituladas: Vida de Santa Teresa de Jesús (1562–1565) escrita por ella misma y cuyos originales se encuentran en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del El Escorial; Libro de las relaciones; Libro de las fundaciones (1573–1582); Libro de las constituciones (1563); Avisos de Santa Teresa; Modo de visitar los conventos de religiosas; Exclamaciones del alma a su Dios; Meditaciones sobre los cantares; Visita de descalzas; Avisos; Ordenanzas de una cofradía; Apuntaciones; Desafío espiritual y Vejamen.
También escribió Teresa poesías, escritos breves y escritos sueltos
sin considerar una serie de obras que se le atribuyen. Escribió Teresa
también 409 Cartas, publicadas en distintos epistolarios. Los escritos
de la Santa Católica se han traducido a varios idiomas. El nombre de
Santa Teresa de Jesús figura en el Catálogo de autoridades de la lengua
publicado por la Real Academia Española.
Características físicas
Este retrato de Teresa es probablemente el retrato más fiel a su
apariencia. Es una copia de un original pintado de ella en 1576 a la
edad de 61 años. Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa
sobre lienzo, que es el cuadro más parecido al aspecto original, por
realizarlo con la protagonista delante de sus ojos, y con los pinceles
en la mano.
Su confesor, Francisco de Ribera, trazó así el retrato de Teresa:
Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de
vieja parecía harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro
redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y
encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía
hermosísima, todo él limpio y apacible; el cabello, negro y crespo, y
frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba
algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas;
los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien
puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban
alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el
rostro gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía
la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella
arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba
delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena
gracia y color; los dientes muy buenos; la barba bien hecha; las orejas
ni chicas ni grandes; la garganta ancha y no alta, sino antes metida un
poco; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares
pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de
la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo
de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar,
y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban
comúnmente aplacía mucho.
Enseñanzas
Teresa transmite con espontaneidad su experiencia personal. Primero más de 20 años de oración estéril ( sequedad o acedía), coincidiendo con enfermedades por las que padece tremendos sufrimientos.
Después, a partir de los 41 años, fuertes y vivas experiencias
místicas, a las que sus confesores califican como imaginarias o incluso
como obra del demonio, aunque Teresa confía en su origen divino por el efecto que dejan de paz, refuerzo de las virtudes (especialmente de la humildad) y anhelo de servir a Dios y a los otros. La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir la reforma iniciada ya en Europa.
Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo esta vigilancia. Su
manuscrito "Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares" fue quemado
por ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba
prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance. La
experiencia vivida y transmitida por Teresa en todos sus escritos se
basa en la oración como el modo por excelencia de relación y comunicación con Dios.
Grados de oración
Los capítulos 11 a 23 del libro de La Vida son un tratado de oración
clásico y único, donde compara los niveles de oración con cuatro formas
de regar un huerto. Las flores que este dará son las virtudes:
1.- Riego acarreando el agua con cubos desde un pozo.
Corresponde con la oración mental, interior o meditativa, que es un
discurso intelectual sin repetición de oraciones aprendidas. Se trata de
recoger el pensamiento en el silencio, y evitar las continuas distracciones. La definición de Teresa de oración mental está recogida en el Catecismo de la Iglesia católica:
“…que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de
amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos
ama.” (Vida, 8, 5). Es la etapa que más esfuerzo personal requiere para
tomar la decisión de iniciar este camino.
2.- Riego trasegándola con una noria.
Oración de quietud: también llamada contemplativa. La memoria,
la imaginación y razón experimentan un recogimiento grande, aunque
persisten las distracciones ahonda la concentración y la serenidad. El esfuerzo sigue siendo personal, se comienza a gustar de los frutos de la oración, lo que nos anima a perseverar.
3.- Riego con canales desde una acequia.
Oración de unión: El esfuerzo personal del orante es ya muy pequeño: memoria, imaginación y razón son absorbidas por un intenso sentimiento de amor y sosiego: “El gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado.” (Vida 16,1)
4.- Riego con la lluvia que viene del cielo.
Éxtasis o arrobamiento: Se pierde el contacto con el mundo por
los sentimientos. “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se
goza“ (Vida 18, 1), se pierde incluso la sensación de estar en el
cuerpo y cualquier posible control sobre lo que nos acontece.
Corresponden con las descripciones de levitación.
En el libro Camino de Perfección (también llamado el Castillo
Interior o Las Moradas) detalla las etapas de la oración en 7 pasos.
Describiendo el alma como un castillo de cristal o diamante al que se entra por medio de la oración y en el que se van recorriendo diversas moradas.
Teresa insiste en perseverar en la oración con humildad frente a Dios
sin exigir o buscar experiencias sobrenaturales: “…importa mucho
entender que no a todos lleva Dios por un camino; y, por ventura, el que
le pareciere va por muy más bajo está más alto…” (Camino de Perfección
27,2).
O dicho de otra forma: “El verdadero humilde ha de ir contento por el
camino que le llevare el Señor" (Camino de Perfección 15, 2).
Reliquias y traslados
Nueve meses después de su muerte abrieron el ataúd y comprobaron que
el cuerpo estaba entero y los vestidos podridos. Antes de devolver el
cuerpo al cofre de enterramiento le diseccionaron una mano que
envolvieron en una toquilla y la llevaron a Ávila. De esa mano cortó el
padre Gracián el dedo meñique y, según su propio relato, lo mantuvo con
él hasta que fue hecho prisionero por los turcos. Lo rescató a cambio de
unas sortijas y 20 reales de la época.
Reunido el capítulo de los descalzos, acordó que el cuerpo de Teresa
debía volver a Ávila y ser custodiado en el convento de san José. Se
hizo el traslado un sábado de noviembre de 1585, casi en secreto. Las
monjas del convento de Alba de Tormes pidieron quedarse con un brazo
como reliquia. Cuando el duque de Alba se enteró del traslado, envió sus
quejas a Roma e hizo negociaciones para recuperarlo. El cuerpo volvió
de nuevo a Alba de Tormes.
Después de estos hechos no la volvieron a trasladar más, pero se sacaron varias reliquias:
- El pie derecho y parte de la mandíbula superior están en Roma.
- La mano izquierda, en Lisboa.
- El ojo izquierdo y la mano derecha, en Ronda (España). Esta es la famosa mano que Francisco Franco conservó hasta su muerte, tras recuperarla las tropas franquistas de manos republicanas durante la Guerra Civil Española.
- El brazo izquierdo y el corazón, en sendos relicarios en el museo de
la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes. Y el cuerpo incorrupto
de la santa en el altar mayor, en un arca de mármol jaspeado custodiado
por dos angelitos, en dicha iglesia.
- Un dedo, en la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París.
- Otro dedo en Sanlúcar de Barrameda.
- Dedos y otros restos santos, esparcidos por España y toda la cristiandad.
Títulos
- Capitana de los Reinos de España. Este título fue proclamado por las Cortes en 1626 pero los partidarios de Santiago apóstol consiguieron revocar el acuerdo.
- Doctora Honoris Causa por la Universidad de Salamanca.
- Patrona de los escritores españoles.
- Alcaldesa de la Villa de Alba de Tormes (título honorífico) desde el año 1963.
- Doctora de la Iglesia Católica, declarada en 1970.
Véase también
Bibliografía
- Boudot, Pierre: la Jouissance de Dieu ou le Roman courtois de Thérèse d'Avila (préface de Xavier Tilliette). Cluny: A contrario, coll. « La sœur de l'ange. Les classiques méconnus », 2005 ISBN 2-7534-0032-6.
- Etxeberri, Xabier: Vida y obra de Santa Teresa de Ávila. Barcelona: Cartes, 1955.
- García Valdés, Olvido: Santa Teresa de Jesús. Barcelona: Ediciones Omega S.A., 2001. ISBN 84-282-1235-X.
- Lope de Vega, Félix: Santa Teresa de Jesús. Barcelona: Linkgua ediciones, 2005. ISBN 84-96428-91-5.
- Martínez-Blat, Vicente: La andariega: Biografía íntima de Santa Teresa de Jesús. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005. ISBN 84-7914-779-2.
- Ribera, Francisco: La vida de la madre Teresa de Jesús: Fundadora de las descalzas y descalzos carmelitas. Madrid: Edibesa, 2005. ISBN 84-8407-427-7.
- Dževad Karahasan: El ángel extasiada: Viena, Salzburgo y Klagenfurt: Arbos, 2005.
- Santa Teresa de Jesús: Castillo interior, o Las moradas. Madrid: Aguilar, 1957.
- Santa Teresa de Jesús: Exclamaciones del alma a su Dios. Madrid: Aguilar, 1957. Colección Crisol.
- Santa Teresa de Jesús: Poesías. Madrid: Aguilar, 1957. Colección Crisol.
Enlaces externos
"Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo". (Santa Teresa de Jesús)
BreveNace
Teresa en Ávila el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho años, entra en
el Carmelo. A los cuarenta y cinco años, para responder a las gracias
extraordinarias del Señor, emprende una nueva vida cuya divisa será: «O
sufrir o morir». Es entonces cuando funda el convento de San José de
Ávila, primero de los quince Carmelos que establecerá en España. Con san
Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Sus escritos
son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y de la perfección.
Murió en Alba de Tormes, al anochecer del 4 de octubre de 1582. Pablo VI
la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.
Vida de Santa Teresa
Se
cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se
traduce por "cultivar"; cultivadora. O de la palabra "terao" que
significa "cazar", "la cazadora". Como bien dice el Padre Sálesman en
su biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella
"Cultivadora" de las virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al
cielo.
Sus
padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La
santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de
su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al
referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por
la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto
yo".
Teresa
nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los
siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de
santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que
acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el
pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al
conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios
para siempre, para siempre, para siempre . . ."
Busca el martirio
Teresa
y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a
un precio muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la
esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a
escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo;
pero en Adaja se toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los
brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la
culpa a su hermana.
En
vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir
como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir una celda en el
jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces
la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al
Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa
imagen: "Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".
Toma a la Virgen como Madre
La
madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto empecé
a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a
entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra
Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya".
El peligro de la mala lectura y las modas
Por
aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías
y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su
"Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y
me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de
caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía
una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a
tomar gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis
manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo
aconsejaba a las personas de mi condición". El cambio que paulatinamente
se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a
los quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de
Avila, en el que solían estudiar las jóvenes de su clase.
Enfermedad y conversión
Un
año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa.
La joven empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le
atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a una
decisión fue la colección de "Cartas" de San Jerónimo, cuyo fervoroso
realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que
quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que
esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa,
temiendo flaquear en su propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga
íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la
Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le dejaba
quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de
su padre. "Recuerdo . . . que, al abandonar mi casa, pensaba que la
tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que
experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no era
suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis
amigos".
La
santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía
entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a
su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco después,
se agravó un mal que había comenzado a molestarla desde antes de
profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a
hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos.
Desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad,
probablemente una fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por
vencidos, y el estado de la enferma se agravó.
Teresa
consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que
era muy piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de
Osuna, titulado: "El tercer alfabeto espiritual". Teresa siguió las
instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental,
aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director
espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa
recobró la salud.
Disipaciones, lucha con la oración y justificaciones
Su
prudencia, amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto
personal, le ganaron la estima de todos los que la rodeaban. Según la
reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las
religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba
gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la
llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al
inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida
disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además,
la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de
pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y
justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose que sus
enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa, "el
pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el
abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más
importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede
hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en
la soledad".
Poco
después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el
peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la
práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás desde entonces.
Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a
renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al
intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de
indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba jamás de
oír sermones "por malos que fuesen"; pero el tiempo que empleaba en la
oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la
campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las
cosas santas".
La penitencia y la cruz
Convencida
cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los
grandes santos penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con
quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la
santa. El primero, fue la lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento a la penitencia
que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: "Sentí
que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he
progresado mucho en la vida espiritual".
A
la santa le atraían mas los Cristos ensangrentados y manifestando
profunda agonía. En una ocasión, al detenerse ante un crucifijo muy
sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?, y le pareció que una
voz le decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad.
Visiones y comunicaciones
Una
vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras
ocasiones de disipación y de faltas (los santos son capaces de ver sus
faltas), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de
quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo periodo de su
vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a
visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó,
porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el
demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque
estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad
la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no
todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la
noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran
confusión suya.
Una
de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un
hombre casado que era un modelo de virtud. Este la presentó al Padre
Daza, doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que Teresa era
víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios
concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta
como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco
de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la
animó en sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de
los padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una
confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los
favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de
gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento
de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de
que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir
durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en
vano.
Otro
jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda
para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese
fin, recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo
Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en
éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que converses con los hombres sino con los ángeles".
…Ella dirá después: "El
Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la
navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros
habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".
La
santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras
divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice
también que las primeras son operativas, ya que producen en el alma una
tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de
la verdad de lo que ha escuchado.
Persecuciones
En
la época en que el P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves
persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos años, atravesó
por un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos
de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que
Dios le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la
rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la
acusaron de hipocresía y presunción.
El
P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor
suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió
confesándola. Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría.
Estos se molestan ante la auténtica santidad porque no saben como lidiar
con las intervenciones sobrenaturales por claras que sean. Prefieren
descartarlas o ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o
el desequilibrio. Para justificar su posición apelan a las verdaderas
exageraciones y desequilibrios y agrupan lo auténtico con lo falso. En
otras palabras, carecen de discernimiento espiritual.
En
1557, San Pedro de Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a
visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente
que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las
persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas
que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores
extraordinarios le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de
las cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios.
Extasis
En
algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción
detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas
visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que
muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece
contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este
cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En
esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de
su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de
Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El
deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde
entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me
atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las
alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación:
"Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma
humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en
muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los
ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido
más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro
estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son
todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba
en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua
encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y
me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que
las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande
amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al
mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan
extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El
anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado
por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito
escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El
año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el
voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a
Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas
naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo.
Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
Escritora Mística
El
relato que la santa nos dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y
experiencias espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de
estilo y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La
Iglesia califica de "celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la
oración del día de su fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al
descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa
explica con una claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y
debe hacerse notar que Teresa era una mujer relativamente inculta, que
escribió sus experiencias en la común lengua castellana de los
habitantes de Avila, que ella había aprendido "en el regazo de su
madre"; una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber
estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir,
porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió
sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al
juicio de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por
mandato de su confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por
otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la
paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los
desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y
dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró
en todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa
subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y
los frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época
en que estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de
carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y
contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de
recogimiento.
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el libro de las "Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior",
puede considerarse que lo escribió para instrucción de todos los
cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora de
la vida espiritual.
Fundadora
Las
carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del
primer fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los
recibidores de los conventos de Avila eran una especie de centro de
reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las
religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte
que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y
sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a
la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de
Avila había 140 religiosas.
Santa
Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una
casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de
cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en
la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus
fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también
religiosa en el convento de la Encarnación de Avila, le sugirió la idea
de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie
de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que
llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica
la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era
una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.
San
Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el
proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas,
autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que
provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el
permiso y Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias
hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar
de eso, el P. Ibañez, dominico, alentó a la santa a proseguir la
empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de
Santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en
Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en
la que pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del
futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño
Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando. Santa Teresa
tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso en
oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano,
según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo
solía repetir a su tía que estaba obligada a pedir por su salvación,
puesto que a sus oraciones debía el verse privado del cielo.
Por
entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo
convento. San Pedro de Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr.
Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se
inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la
misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo la
sobrina de la santa y otras tres novicias.
La
inauguración causó gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora
del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió
con cierto temor, "pensando que iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo
que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar,
provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a
sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que
podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la
excitación del pueblo.
La
fundación no era bien vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de
las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se
convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y
los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no
los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa
Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió
encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.
Entre
tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación
enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el
rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al
provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses
más tarde, el P. Salazar dio permiso a Santa Teresa de volver al
convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.
Convento de San José
La
santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo.
El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las
religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos
(por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la perpetua
abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a
trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de
limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa,
la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía
según era necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el
servicio de Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la gracia de Dios es
una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de
Dios y mucho dinero, una potencia".
Mas fundaciones
En
1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio
(Rossi), visitó el convento de Avila y quedó encantado de la superiora y
de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para
fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José
había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos
conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en
Castilla.
Santa
Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san
José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los
trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de
esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles
de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi
alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin
que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos
veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La
santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos
menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino
por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo
que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo,
donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades
que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundo un convento
en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".
Una
joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida
en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia.
Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en
nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo
sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare
la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un
pretexto para faltar en humildad.
La reforma de los religiosos carmelitas
La
santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que
estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de
Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes,
más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.
Aprovechando
la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un
convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió,
en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y
austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos
de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.
Nuevas fundaciones, dificultades y gracias extraordinarias
La
santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas.
Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la
fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse
carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando
el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible
reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas
que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de
Pastrana.
En
1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una
casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes
"que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande,
complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la
santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en
sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo
monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa
preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba
yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y
su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la
idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la
vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin
embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de
pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En
julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión
del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus
compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy.
La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber
presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió
detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas
del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión
de la santa.
Nombrada superiora de La Encarnación
Por
entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que
hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes
religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de
Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto
que le produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo, e
inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del
mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto
porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de
dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo
sus actividades de reformadora.
Al
principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora,
cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa
comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y
guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de
ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz
de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado
y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es
serviros . . . No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo
entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por
la misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De
esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue
menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas,
de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente
las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos
caballeros de Avila), puso en orden las finanzas del convento e
introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella
una realización característicamente teresiana.
Sevilla
En
Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P.
Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su
campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma
carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera
de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más
difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que
había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la
Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
La persecución lleva a la separación entre calzados y descalzos
Los
carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en
España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues
comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P.
Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había
favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en
Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la
reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P.
Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló
a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa
Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese
de fundar otros nuevos.
La
santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió
valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio
Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al
nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del
Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa
separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida,
pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más
persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora
estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a
distraernos del servicio de Dios".
Aguila y paloma
Indudablemente
Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural,
su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia,
equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda
intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos.
Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los
símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le
parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas
autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le
hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar:
"Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una
histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió
a tratar con dureza implacable a una superiora que se había
incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la
paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que
llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha
guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis
pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos
mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a
su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía
entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener siempre con
nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
El
ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni
siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un
caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se
echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a
verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de
mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el
realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando
un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía:
"El señor Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y
termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que
voy a denunciarle a la Inquisición".
Selección de novicias
La
intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de
las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que
fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que
es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona
inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que
tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de
ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está
satisfecha de sí misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta
joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser
inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad".
¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"
Últimos años
En
1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del
Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba
muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos
conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la
santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino
también una especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en
los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y
Alemania.
Dios
tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba
cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su
hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid.
Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó:
"Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin
embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta
entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del
convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la
santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a
vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al
contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no
puedo seros de ninguna utilidad".
En
la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las
dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba
ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero
se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a
visitar a la duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé
refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se
hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo
pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa
tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata
Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio
de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó donde quería
que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: "¿Tengo que decidirlo
yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de
Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y
exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!"
Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le
mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de
octubre de 1582.
Precisamente
al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario,
que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada,
más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en 1622.
El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció el título de Doctora de la Iglesia.
En
la actualidad, las carmelitas descalzas son aprox. 14.000 en 835
conventos en el mundo. Los carmelitas descalzos son 3.800 en 490
conventos.
Mi Amado para mí Ya toda me entregué y di Y de tal suerte he trocado Que mi Amado para mi Y yo soy para mi Amado.
Cuando el dulce Cazador Me tiró y dejó herida En los brazos del amor Mi alma quedó rendida, Y cobrando nueva vida De tal manera he trocado Que mi Amado para mí Y yo soy para mi Amado.
Hirióme con una flecha Enherbolada de amor Y mi alma quedó hecha Una con su Criador; Ya yo no quiero otro amor, Pues a mi Dios me he entregado, Y mi Amado para mí Y yo soy para mi Amado.
Muero porque no mueroVivo sin vivir en mí Y tan alta vida espero Que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí Después que muero de amor, Porque vivo en el Señor Que me quiso para Sí. Cuando el corazón le di Puso en él este letrero: Que muero porque no muero.
Esta divina prisión Del amor con que yo vivo Ha hecho a Dios mi cautivo Y libre mi corazón; Y causa en mí tal pasión Ver a Dios mi prisionero, Que muero porque no muero.
¡Ay, que larga es esta vida, Qué duros estos destierros, Esta cárcel y estos hierros En que el alma esta metida! Sólo esperar la salida Me causa dolor tan fiero, Que muero porque no muero.
iAy, que vida tan amarga Do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, No lo es la esperanza larga: Quíteme Dios esta carga Más pesada que el acero, Que muero porque no muero.
Sólo con la confianza Vivo de que he de morir, Porque muriendo el vivir Me asegura mi esperanza. Muerte do el vivir se alcanza, No te tardes, que te espero, Que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte; Vida, no me seas molesta, Mira que sólo te resta, Para ganarte, perderte; Venga ya la dulce muerte, Venga el morir muy ligero, Que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba, Que es la vida verdadera, Hasta que esta vida muera No se goza estando viva. Muerte, no seas esquiva; Viva muriendo primero, Que muero porque no muero.
Vida, ¿que puedo yo darle A mi Dios que vive en mí, Si no es perderte a ti Para mejor a El gozarle? Quiero muriendo alcanzarle, Pues a El solo es al que quiero. Que muero porque no muero.
Búscate en mí Alma, buscarte has en Mí, Y a Mí buscarme has en ti.
De tal suerte pudo amor, Alma, en Mí te retratar, Que ningún sabio pintor Supiera con tal primor Tal imagen estampar.
Fuiste por amor criada Hermosa, bella, y ansí En mis entrañas pintada, Si te pierdes, mi amada, Alma, buscarte has en Mí.
Que Yo sé que te hallarás En mi pecho retratada Y tan al vivo sacada, Que si te ves te holgarás Viéndote tan bien pintada.
Y si acaso no supieres Donde me hallarás a Mí, No andes de aquí para allí, Sino, si hallarme quisieres A Mí, buscarme has en ti.
Porque tú eres mi aposento, Eres mi casa y morada, Y ansí llamo en cualquier tiempo, Si hallo en tu pensamiento Estar la puerta cerrada.
Fuera de ti no hay buscarme, Porque para hallarme a Mí, Bastará solo llamarme, Que a ti iré sin tardarme Y a Mí buscarme has en ti.
Vuestra SoyVuestra soy, para Vos nací, ¿Qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
Eterna sabiduría,
Bondad buena al alma mía,
Dios, alteza, un ser, bondad,
La gran vileza mirad
Que hoy os canta amor ansí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes;
Vuestra, pues me redimistes;
Vuestra, pues que me sufristes;
Vuestra, pues que me llamastes;
Vuestra, pues me conservastes;
Vuestra, pues no me perdí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
¿Que mandáis, pues, buen Señor,
Que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le havéis dado
A este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
Yo le pongo en vuestra palma
Mi cuerpo, mi vida y alma,
Mis entrañas y afición;
Dulce Esposo y redención,
Pues por vuestra me ofrecí
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
Dad salud o enfermedad,
Honra o deshonra me dad,
Dadme guerra o paz cumplida,
Flaqueza o fuerza a mi vida,
Que a todo digo que sí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
Dadme consuelo o desconsuelo,
Dadme alegría o tristeza,
Dadme infierno o dadme cielo,
Vida dulce, sol sin velo,
Pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
Si no, dadme sequedad,
Si abundancia y devoción,
Y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
Sólo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
O por amor ignorancia.
Dadme años de abundancia
O de hambre y carestía,
Dad tiniebla o claro día,
Revolvedme aquí o allí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que este holgando,
Quiero por amor holgar,
Si me mandáis trabajar,
Morir quiero trabajando.
Decid, dónde, cómo y cuándo.
Decid, dulce Amor, decid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
Desierto o tierra abundosa,
Sea Job en el dolor,
O Juan que al pecho reposa;
Sea viña fructuosa
O estéril, si cumple ansí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Sea Josef puesto en cadenas
O de Egipto Adelantado,
O David sufriendo penas,
O ya David encumbrado.
Sea Jonás anegado,
O libertado de allí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
Haga fruto o no le haga,
Muéstreme la Ley mi llaga,
Goce de Evangelio blando,
Esté penando o gozando,
Sólo Vos en mí vivid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para Vos nací, ¿Qué mandáis hacer de mí?
|
Hermosura de Dios ¡Oh, Hermosura que excedéis a todas las hermosuras! Sin herir dolor hacéis, Y sin dolor deshacéis El amor de las criaturas.
¡Oh, ñudo que así juntáis Dos cosas tan desiguales! No sé por qué os desatáis, Pues atado fuerza dais A tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser Con el Ser que no se acaba: Sin acabar acabáis, Sin tener que amar amáis, Engrandecéis vuestra nada
Carrera muy larga Es la de este suelo, Morada penosa, Muy duro destierro. ¡Oh dueño adorado, Sácame de aquí!Ansiosa de verte Deseo morir.
Lúgubre es la vida, Amarga en estremo; Que no vive el alma Que está de ti lejos.¡Oh dulce bien mío, Que soy infeliz!Ansiosa de verte Deseo morir.
iOh muerte benigna, Socorre mis penas! Tus golpes son dulces, Que el alma libertan. iQue dicha, oh mi amado, Estar junto a Ti!Ansiosa de verte Deseo morir.
El amor mundano Apega a esta vida; El amor divino Por la otra suspira. Sin ti, Dios eterno, ¿Quien puede vivir?Ansiosa de verte Deseo morir.
La vida terrena Es continuo duelo; Vida verdadera La hay sólo en el cielo. Permite, Dios mío, Que viva yo allí.Ansiosa de verte Deseo morir.
¿Quien es el que teme La muerte del cuerpo, Si con ella logra Un placer inmenso? ¡Oh, sí, el de amarte, Dios mío, sin fin!Ansiosa de verte Deseo morir.
Mi alma afligida Gime y desfallece. iAy! ¿Quien de su amado Puede estar ausente? Acabe ya, acabeAqueste sufrir.Ansiosa de verte Deseo morir.
El barbo cogido En doloso anzuelo Encuentra en la muerte El fin del tormento. iAy!, también yo sufro, Bien mío, sin ti.Y Ansiosa de verte Deseo morir.
En vano mi alma Te busca, ioh mi dueño!; Tu siempre invisible No alivias su anhelo. iAy!, esto la inflama Hasta prorrumpir:Ansiosa de verte Deseo morir.
iAy!, cuando te dignas Entrar en mí pecho, Dios mío, al instanteEl perderte temo. Tal pena me aflige Y me hace decir:Ansiosa de verte Deseo morir.
Haz, Señor, que acabe Tan larga agonía, Socorre a tu sierva Que por ti suspira. Rompe aquestos hierros Y sea feliz.Ansiosa de verte Deseo morir.
Mas no, dueño amado, Que es justo padezca; Que expíe mis yerros, Mis culpas inmensas. iAy!, logren mis lágrimas Te dignes oírAnsiosa de verte Deseo morir.
Loas a la Cruz Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida.
iOh bandera, en cuyo amparo El más flaco será fuerte! iOh, vida de nuestra muerte, Que bien la has resucitado! AI león has amansado, Pues por ti perdió la vida. Vos seáis la bienvenida.
Quien no os ama está cautivo Y ajeno de libertad; Quien a vos quiere allegar No tendrá en nada desvío. iOh dichoso poderío Donde el mal no halla cabida!Vos seáis la bienvenida.
Vos fuisteis la libertad De nuestro gran cautiverio; Por vos se reparó mi mal Con tan costoso remedio, Para con Dios fuiste medio De alegría conseguida. Vos seáis la bienvenida.
La Cruz En la cruz esta la vida Y el consuelo,Y ella sola es el camino Para el cielo.
En la cruz esta el Señor De cielo y tierra Y el gozar de mucha paz, Aunque haya guerra, Todos los males destierra En este suelo,Y ella sola es el camino Para el cielo.
De la cruz dice la Esposa A su Querido Que es una palma preciosa Donde ha subido, Y su fruto le ha sabido A Dios del cielo,Y ella sola es el camino Para el cielo.
Es una oliva preciosa La santa cruz, Que con su aceite nos unta Y nos da luz. Toma, alma mía, la cruz Con gran consuelo,Y ella sola es el camino Para el cielo.
Es la cruz el árbol verde Y deseadoDe la Esposa que a su sombra Se ha sentado Para gozar de su Amado, El Rey del cielo,Y ella sola es el camino Para el cielo.
El alma que a Dios está Toda rendida, Y muy de veras del mundo Desasida La cruz le es árbol de vida Y de consuelo,Y un camino deleitoso Para el cielo.
Después que se puso en cruz El Salvador,En la cruz esta la gloria Y el honor, Y en el padecer dolor Vida y consuelo, Y el camino mas seguro Para el cielo.
|
Poesías tomadas del libro "Santa Teresa de Jesús, Obras Completas". BAC, Madrid, 1986.
DICHOS DE SANTA TERESA DE JESÚS
"...Procuremos
siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros y
tapar sus defectos con nuestros grandes pecados... tener a todos por
mejores que nosotros..."
"Para
mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo,
un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías."
"Tener gran confianza... Quiere su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza e sí."
"Guíe su Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros, sino suyos."
"Tu
deseo sea de ver a Dios; tu temor, si le has de perder; tu dolor, que
no le gozas, y tu gozo, de lo que te puede llevar allá, y vivirás con
gran paz."
"Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo".
"Quizás
no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el
mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear en todo a Dios y
procurar en cuanto pudiéremos, no ofenderle".
"Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en le portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió".
"Harta
misericordia nos hace a todos los que quiere Su Majestad entendamos que
es El, el que está en el Santísimo Sacramento. Mas que le vean
descubiertamente y comunicar sus grandezas y dar de sus tesoros, no
quiere sino a los que entiende que mucho desean, porque estos son sus
verdaderos amigos".
"No hay que menester alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí".
"Quienes
de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno favorecen, todo
lo bueno lo dan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y
defienden. "
"El amor de Dios no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras."
"No le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama."
"Mire yo a mi Amado y mi Amado a mí; mire El por mis cosas y yo por las suyas. "
"Sólo amor es el que da valor a todas las cosas. "
"Siempre he visto en mi Dios harto mayores y más crecidas muestras de amor de lo que yo he sabido pedir ni desear. "
"¿Quien no temerá habiendo gastado gastado parte de la vida en no amar a su Dios? "
"¡Oh Señor y verdadero Dios mío! Quien no os conoce, no os ama. "
"Considero
yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se
muestran vuestros ojos a quien os ama, y Vos, Bien mío, queréis mirar
con amor. "
"Use siempre hacer muchos actos de amor, porque encienden y enternecen el alma. "
"La perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo. "
"Quien no amare al prójimo no os ama, Señor mío. "
"El amor de Dios es el árbol de la vida en medio del paraíso terrenal. "
El amor de Dios se adquiere resolviéndonos a trabajar y a sufrir por Él. "
"La mejor manera de descubrir si tenemos el amor de Dios es ver si amamos a nuestro prójimo. "
"No sabemos amar... no está en el mayor gusto sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios..."
"Darse del todo al Todo, sin hacernos partes"
"Juntos andemos Señor, por donde fuisteis, tengo que ir; por donde pasastes, tengo que pasar"
"Todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en Vos, que si no mirásemos otra cosa que el camino, pronto llegaríamos..."
"Es imposible... tener ánimo para cosas grandes, quien no entiende que está favorecido de Dios"
Bibliografía: Butler, Vida de los Santos Sálesman, Eliécer; Vida de los Santos. Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini, Un Santo Para Cada Dia
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Santa Teresa de Jesús
"Nada te turbe, nada
te espante.
Todo se pasa. Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Sólo Dios basta."
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Virgen y
Doctora de la Iglesia
(1515-1582)
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"En
la cruz está la gloria, Y el honor,
Y en el padecer dolor, Vida y consuelo,
Y el camino más seguro para el cielo."
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Reformadora
del Carmelo, Madre de las Carmelitas Descalzas y de los Carmelitas
Descalzos; "mater spiritualium" (título debajo de su
estatua en la basílica vaticana); patrona de los escritores católicos y
Doctora de la Iglesia (1970): La primera mujer, que junto a Santa Catalina
de Sena recibe este título.
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Nació
en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515.
Su nombre, Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de
Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila Ahumada. En su casa
eran 12 hijos. Tres del primer matrimonio de Don Alonso y nueve del
segundo, entre estos últimos, Teresa. Escribe en su autobiografía:
"Por la gracia de Dios, todos mis hermanos y medios hermanos se
asemejaban en la virtud a mis buenos padres, menos yo".
De niños, ella y Rodrigo, su hermano, eran muy aficionados a leer
vidas de santos, y se emocionaron al saber que los que ofrecen su vida por
amor a Cristo reciben un gran premio en el cielo. Así que dispusieronse
irse a tierras de mahometanos a declararse amigos de Jesús y así ser
martirizados para conseguir un buen puesto en el cielo. Afortunadamente,
por el camino se encontraron con un tío suyo que los regresó a su hogar.
Entonces dispusieronse construir una celda en el solar de la casa e irse a
rezar allá de vez en cuando, sin que nadie los molestara ni los
distrajese.
La mamá de Teresa murió cuando la joven tenía apenas 14 años. Ella
misma cuenta en su autobiografía: "Cuando empecé a caer en la
cuenta de la pérdida tan grande que había tenido, comencé a
entristecerme sobremanera. Entonces me arrodillé delante de una imagen de
la Santísima Virgen y le rogué con muchas lágrimas que me aceptara como
hija suya y que quisiera ser Ella mi madre en adelante. Y lo ha hecho
maravillosamente bien".
Sigue
diciendo ella: "Por aquel tiempo me aficioné a leer novelas.
Aquellas lecturas enfriaron mi fervor y me hicieron caer en otras faltas.
Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta. Ya no estaba
contenta sino cuando tenía una novela entre mis manos. Pero esas lecturas
me dejaban tristeza y desilusión".
Afortunadamente el papá se dio cuenta del cambio de su hija y la llevó a
los 15 años, a estudiar interna en el colegio de hermanas Agustinas de
Ávila. Allí, después de año y medio de estudios enfermó y tuvo que
volver a casa.
Providencialmente una persona piadosa puso en sus manos "Las Cartas
de San Jerónimo", y allí supo por boca de tan grande santo, cuán
peligrosa es la vida del mundo y cuán provechoso es para la santidad el
retirarse a la vida religiosa en un convento. Desde entonces se propuso
que un día sería religiosa.
Comunicó
a su padre el deseo que tenía de entrar en un convento. Él, que la
quería muchísimo, le respondió: "Lo harás, pero cuando yo ya me
haya muerto". La joven sabía que el esperar mucho tiempo y quedarse
en el mundo podría hacerla desistir de su propósito de hacerse religiosa.
Y entonces se fugó de la casa. Dice en sus recuerdos: "Aquel día,
al abandonar mi hogar sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar
que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba
yo en aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí
para ahogar el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".
La santa determinó quedarse de monja en el convento de Ávila. Su padre
al verla tan resuelta a seguir su vocación, cesó de oponerse. Ella
tenía 20 años. Un año más tarde hizo sus tres juramentos o votos de
castidad, pobreza y obediencia y entró a pertenecer a la Comunidad de
hermanas Carmelitas.
Poco
después de empezar a pertenecer a la comunidad carmelitana, se agravó de
un mal que la molestaba. Quizá una fiebre palúdica. Los médicos no
lograban atajar el mal y éste se agravaba. Su padre la llevó a su casa y
fue quedando casi paralizada. Pero esta enfermedad le consiguió un gran
bien, y fue que tuvo oportunidad de leer un librito que iba a cambiar su
vida. Se llamaba "El alfabeto espiritual", por Osuna, y
siguiendo las instrucciones de aquel librito empezó a practicar la
oración mental y a meditar. Estas enseñanzas le van a ser de inmensa
utilidad durante toda su vida. Ella decía después que si en este tiempo
no hizo mayores progresos fue porque todavía no tenía un director
espiritual, y sin esta ayuda no se puede llegar a verdaderas alturas en la
oración.
A los tres años de estar enferma encomendó a San José que le
consiguiera la gracia de la curación, y de la manera más inesperada
recobró la salud. En adelante toda su vida será una gran propagadora de
la devoción a San José, Y todos los conventos que fundará los
consagrará a este gran santo.
Teresa tenía un gran encanto personal, una simpatía impresionante, una
alegría contagiosa, y una especie de instinto innato de agradecimiento
que la llevaba a corresponder a todas las amabilidades. Con esto se ganaba
la estima de todos los que la rodeaban. Empezar a tratar con ella y
empezar a sentir una inmensa simpatía hacia su persona, eran una misma
cosa.
En aquellos tiempos había en los conventos de España la dañosa
costumbre de que las religiosas gastaban mucho tiempo en la sala
recibiendo visitas y charlando en la sala con las muchas personas que iban
a gozar de su conversación. Y esto le quitaba el fervor en la oración y
no las dejaba concentrarse en la meditación y se llegó a convencer de
que ella no podía dedicarse a tener verdadera oración con Dios porque
era muy disipada. Y que debía dejar de orar tanto.
A ella le gustaban los Cristos bien chorreantes de sangre. Y un día al
detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién
te puso así?", y le pareció que una voz le decía: "Tus
charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así,
Teresa". Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada.
Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en
amistades que no llevan a la santidad. Y Dios en cambio le concederá
enormes progresos en la oración y unas amistades formidables que le
ayudarán a llegar a la santidad.
Teresa tuvo dos ayudas formidables para crecer en santidad: su gran
inclinación a escuchar sermones, aunque fueran largos y cansones y su
devoción por grandes personajes celestiales. Además de su inmensa
devoción por la Santísima Virgen y su fe total en el poder de
intercesión de san José, ella rezaba frecuentemente a dos grandes
convertidos: San Agustín y María Magdalena. Para imitar a esta santa que
tanto amó a Jesús, se propuso meditar cada día en la Pasión y Muerte
de Jesús, y esto la hizo crecer mucho en santidad. Y en honor de San
Agustín leyó el libro más famoso del gran santo "las Confesiones",
y su lectura le hizo enorme bien.
Como las sequedades de espíritu le hacían repugnante la oración y el
enemigo del alma le aconsejaba que dejara de rezar y de meditar porque
todo eso le producía aburrimiento, su confesor le avisó que dejar de
rezar y de meditar sería entregarse incondicionalmente al poder de
Satanás y un padre jesuita le recomendó que para orar con más amor y
fervor eligiera como "maestro de oración" al Espíritu Santo y
que rezara cada día el Himno "Ven Creador Espíritu". Ella
dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace
adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad,
que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con
nuestras solas fuerzas".
Y el Divino Espíritu empezó a concederle Visiones Celestiales. Al
principio se asustó porque había oído hablar de varias mujeres a las
cuales el demonio engañó con visiones imaginarias. Pero hizo confesión
general de toda su vida con un santo sacerdotes y le consultó el caso de
sus visiones, y este le dijo que se trataba de gracias de Dios.
Nuestro Señor le aconsejó en una de sus visiones: "No te dediques
tanto a hablar con gente de este mundo. Dedícate más bien a comunicarte
con el mundo sobrenatural". En algunos de sus éxtasis se elevaba
hasta un metro por los aires (Éxtasis es un estado de contemplación y
meditación tan profundo que se suspenden los sentidos y se tienen
visiones sobrenaturales). Cada visión le dejaba un intenso deseo de ir al
cielo. "Desde entonces – dice ella – dejé de tener medio a la
muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Después de una de
aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida
espero que muero porque no muero".
Teresa quería que los favores que Dios le concedía permanecieran en
secreto, pero varias personas de las que la rodeaban empezaron a contar
todo esto a la gente y las noticias corrían por la ciudad. Unos la
creían loca y otros la acusaban de hipócrita, de orgullo y presunción.
San
Pedro Alcántara, uno de los santos más famosos de ese tiempo, después
de charlar con la famosa carmelita, declaró que el Espíritu de Dios
guiaba a Teresa.
La transverberación. Esta palabra significa: atravesarlo a uno con una gran
herida. Dice ella: "Vi un ángel que venía del tronco de Dios, con
una espada de oro que ardía al rojo vivo como una brasa encendida, y
clavó esa espada en mi corazón. Desde ese momento sentí en mi alma el
más grande amor a Dios".
Desde
entonces para Teresa ya no hay sino un solo motivo para vivir: demostrar a
Dios con obras, palabras, sufrimientos y pensamientos que lo ama con todo
su corazón. Y obtener que otros lo amen también.
Al
hacer la autopsia del cadáver de la santa encontraron en su corazón una
cicatriz larga y profunda.
Para
corresponder a esta gracia la santa hizo el voto o juramento de hacer
siempre lo que más perfecto le pareciera y lo que creyera que le era más
agradable a Dios. Y lo cumplió a la perfección. Un juramento de estos no
lo pueden hacer sino personas extraordinariamente santas.
En aquella época del 1500 las comunidades religiosas habían decaído de
su antiguo fervor. Las comunidades eran demasiado numerosas lo cual
ayudaba mucho a la relajación. Por ejemplo el convento de las carmelitas
de Ávila tenía 140 religiosas. Santa Teresa exclamaba: "La
experiencia me ha demostrado lo que es una casa llena de mujeres. Dios me
libre de semejante calamidad".
Un día una sobrina de la santa le dijo: "Lo mejor sería fundar una
comunidad en que cada casa tuviera pocas hermanas". Santa Teresa
consideró esta idea como venida del cielo y se propuso fundar un nuevo
convento, con pocas hermanas pero bien fervorosas. Ella llevaba ya 25
años en el convento. Una viuda rica le ofreció una pequeña casa para
ello. San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de la ciudad
apoyaron la idea. El Provincial de los Carmelitas concedió el permiso.
Sin embargo la noticia produjo el más terrible descontento general y el
superior tuvo que retirar el permiso concedido. Pero Teresa no era mujer
débil como para dejarse derrotar fácilmente. Se consiguió amigos en el
palacio del emperador y obtuvo una entrevista con Felipe II y este quedó
encantado de la personalidad de la santa y de las ideas tan luminosas que
ella tenía y ordenó que no la persiguieran más. Y así fue llenando
España de sus nuevos conventos de "Carmelitas Descalzas",
poquitas y muy pobres en cada casa, pero fervorosas y dedicadas a
conseguir la santidad propia y la de los demás.
Se ganó para su causa a San Juan de la Cruz, y con él fundó los
Carmelitas descalzos. Las carmelitas descalzas son ahora 14,000 en 835
conventos en el mundo. Y los carmelitas descalzos son 3,800 en 490
conventos.
Por
orden expresa de sus superiores Santa Teresa escribió unas obras que se
han hecho famosas. Su autobiografía titulada "El libro de la vida";
"El libro de las Moradas" o Castillo interior; texto
importantísimo para poder llegar a la vida mística. Y "Las
fundaciones: o historia de cómo fue creciendo su comunidad. Estas obras
las escribió en medio de mareos y dolores de cabeza. Va narrando con
claridad impresionante sus experiencias espirituales. Tenía pocos libros
para consultar y no había hecho estudios especiales. Sin embrago sus
escritos son considerados como textos clásicos en la literatura española
y se han vuelto famosos en todo el mundo.
Santa
Teresa murió el 4 de octubre de 1582 y la enterraron al día siguiente,
el 15 de octubre. ¿Por qué esto? Porque en ese día empezó a regir el
cambio del calendario, cuando el Papa añadió 10 días al almanaque
para corregir un error de cálculo en el mismo que llevaba arrastrándose
ya por años.
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Oración
a Santa Teresa de Jesús
- de San Alfonso de Ligorio
Oh,
Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu Señor Crucificado, tú,
quien en la tierra ardió con un amor tan intenso
hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama
resplandeciente en el paraíso, obtén para mi también,
te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardiente
y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas,
aún yo mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado
por todos los hombres.
Concédeme que
todos mis pensamientos, deseos y afectos
sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios,
la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor,
porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre.
Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios,
que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios.
Amén.
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Poemas
de Santa Teresa
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Otros Escritos:
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