|
El sentido e institución de la Confirmación |
Naturaleza
El sacramento de la Confirmación es uno de los
tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que
significa afirmar o consolidar, nos dice mucho.
En este sacramento
se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por
este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del
Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la
filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose
para ser testigo de Jesucristo, de palabra y
obra. Por él es capaz de defender su fe y
de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en
cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta,
más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y
que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.
El
día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia –
los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la
Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado –
creyendo que todo había sido en balde - se encontraban
tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron
transformados - y a partir de ese momento entendieron
todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se
lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro
Pentecostés personal”.
El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre
la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al
descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de
las formas en que Él se hace presente
al pueblo de Dios.
Institución
El Concilio de Trento declaró que
la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que
los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no
aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue
instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia
a un signo externo.
Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas
referencias por parte de los profetas, de la acción del
Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de
Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su
obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo.
El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento
de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando
el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia
del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén
de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les
enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron
por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía
no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido
bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las
manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8, 15-17;19, 5-6).
El cómo de la Confirmción |
El signo, materia, forma, ministro, sujeto y padrino. |
|
El Signo: La Materia y la Forma
En la materia
del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza, en
este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo
de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se
utilizaba el aceite para muchas cosa: para curar heridas, a
los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos,
también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción
va unido al nombre de “cristiano”, que significa ungido.
La materia
de este sacramento es el “santo crisma”, aceite
de oliva mezclado con bálsamo, que es consagrado por el
Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser
en la frente.
La forma de este sacramento, palabras que
acompañan a la unción y a la imposición individual de
las manos “Recibe por esta señal de la cruz el
don del Espíritu Santo” (Catec. no. 1300) . La cruz
es el arma conque cuenta un cristiano para defender su
fe.
El Rito y la Celebración
En la Confirmación el rito
es muy sencillo, básicamente es igual a lo que hacían
los apóstoles con algunas partes añadidas para que sea más
entendible.
El rito esencial es la unción con el santo crisma,
unida a la imposición de manos del ministro y
las palabras que se pronuncian. La celebración de este sacramento
comienza con la renovación de las promesas buatismales y la
profesión de fe de los confirmados. Demostrando así, que la
Confirmación constituye una prolongación del Bautismo. (Cfr. SC 71;
Catec. n. 1298). El ministro extiende las manos sobre
los confirmados como signo del Espíritu Santo e invoca a
la efusión del Espíritu. Sigue el rito esencial con
la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo
la mano y pronunciando las palabras que conforman la
forma. El rito termina con el beso de paz, que
representa la unión del Obispo con los fieles. (Catec. no.1304).
El
Ministro, el Sujeto y Padrino
El ministro de este sacramento debe
de ser el Obispo, aunque por razones especiales graves puede
concederle a un presbítero (sacerdote) el poder de confirmar (CIC
no.882). En peligro de muerte del sujeto cualquier sacerdote debe
de administrar el sacramento. El Obispo es sucesor de los
apóstoles, por ello es quien lo administra, al poseer
el grado del Orden en plenitud.
El sujeto es todo
bautizado que no ha sido confirmado, que libremente tenga las
disposiciones necesarias para recibirlo y que no tenga impedimentos. Se
debe de estar en estado de gracia.
La edad para recibir
este sacramento la marca el Obispo del lugar, preferentemente
el sujeto debe de haber llegado al uso de razón.
(Cfr. Catec. no. 1307). Se puede administrar válidamente a
niños pequeños, tal como es la tradición en
el rito oriental (Cfr. Catec. no. 1292). Ahora bien, en
caso de peligro de muerte deben de recibir este sacramento
los niños aun no confirmados.
Todo confirmado debe tener un padrino
o madrina que lo ayude espiritualmente, tanto en la preparación
para su recepción, como después de haberlo recibido. Las condiciones
para ser padrinos son las mismas que para los de
Bautismo.
Confirmación: efecto y necesidad |
El efecto principal es que recibimos al Espíritu Santo en plenitud. |
|
Efectos y Carácter
En la Confirmación el efecto principal es
que recibimos al Espíritu Santo en plenitud. (Cfr. Catec. no.
1302). Otros frutos son:
Recibimos una fuerza especial del Espíritu Santo,
tal como la recibieron los apóstoles el día de Pentecostés,
que nos permite defender y difundir nuestra fe con mayor
fuerza y ser verdaderos testigos de Cristo.
Nos une profundamente con
Dios y con Cristo.
Aumenta en nosotros los dones del Espíritu
Santo que son: Sabiduría, que nos comunica el gusto por las
cosas de Dios. Por medio de él vamos gustando de
todo lo relacionado con Dios. Inteligencia, que nos comunica el conocimiento
profundo de las verdades de fe, es decir, la capacidad
para entender las cosas de Dios. Ciencia, que nos enseña la
recta apreciación de las cosas terrenales, entender las cosas de
la tierra tal y cómo son. Consejo, nos ayuda para
formar un juicio sensato, acerca de las cosas prácticas de
la vida cristiana. Fortaleza, nos da fuerzas para trabajar con alegría
por Cristo, haciendo siempre el bien a los demás, tal
como Él lo hizo. Piedad, que nos relaciona con Dios como
Padre, ya que Él es el ser más perfecto que
existe en el universo y es nuestro Creador y nos
ayuda a aceptar la autoridad que tienen algunos sobre nosotros. Temor
de Dios, nos lleva a tener miedo de ofender a
Dios, por amor a Él y por lo tanto, a
tratar de no pecar para no alejarnos de Él.
Nos une
con un vínculo mayor a la Iglesia.
Aumenta la gracia santificante.
Se
recibe la gracia sacramental propia que es la fortaleza.
Imprime carácter,
la marca espiritual indeleble, que nos marca con el Espíritu
de Cristo. Es un sumergirse de manera más profunda en
la comunidad cristiana.
Necesidad
El Bautismo es el único sacramento absolutamente
necesario para la salvación. La Confirmación, no es absolutamente necesaria
para la salvación, pero sí para vivir correctamente una
vida cristiana, ya que da las ayudas necesarias
para lograrlo. Por eso, el derecho vigente, prescribe que todos
los bautizados, deben recibir este sacramento. El no hacerlo por
desprecio o por no darle importancia, será materia grave de
pecado.
|
|
Los frutos de la Confirmación obligan |
Debe dar en los que lo reciben, frutos interiores y
exteriores, los cuales ayudan a la Iglesia en su misión de extender el
Reino de Dios. |
|
Frutos
Como cualquier otro sacramento, la Confirmación debe
de dar en los que lo reciben frutos interiores y
exteriores. En este caso, los frutos ayudan a la Iglesia
en su misión de extender el Reino de Dios.
La Iglesia
es una Iglesia misionera, porque Cristo así la fundó, dándole
el mandato a los apóstoles de “Ir y predicad……”. A
partir del día de Pentecostés, con la venida del Espíritu
Santo, los apóstoles se lanzaron a predicar sin miedo, movidos
por la fuerza del Espíritu Santo.
Nosotros, por medio del Bautismo,
entramos a formar parte de la Iglesia, del Cuerpo Místico
de Cristo. Con la Confirmación somos llamados a vivir como
miembros responsables de este Cuerpo.
Como fruto de este sacramento, al
recibir el Espíritu Santo podemos construir el Reino de Dios
en la tierra, a través de nuestras buenas obras, de
nuestras familias, haciéndolas un semillero de fe, ayudando a nuestra
parroquia, venciendo las tentaciones del demonio y la inclinación
al mal.
El Espíritu Santo nos mueve a seguir las huellas
de Cristo, tomándolo como ejemplo en todo momento, ya sea
pública o privadamente. Nos ayuda a ser perseverantes, luchadores, generosos,
valientes, amorosos, llenos de virtudes y en caso de ser
necesario, hasta mártires.
Otro fruto del sacramento es que sostiene e
ilumina nuestra fe. Cuando lo recibimos estamos afirmando que creemos
en Cristo y su Iglesia, en sus enseñanzas y exigencias
y que, por ser la Verdad, lo queremos seguir libre
y voluntariamente.
También sostiene y fortalece nuestra esperanza. Por medio
de esta virtud creemos en las enseñanzas de Cristo, sus
promesas y esperamos alcanzar la vida eterna haciendo méritos aquí
en la tierra.
Así mismo, sostiene y incrementa nuestra caridad. El
día de la Confirmación recibimos el “don del amor eterno”
de Cristo, como un regalo de Dios. Este amor nos
protege y defiende de los amores falsos, como son el
materialismo, el placer, las malas diversiones, los excesos en bebida
y comida.
Obligaciones
El día de la Confirmación, el confirmado se convierte
en apóstol de la Palabra de Dios. Desde ese momento
recibe el derecho y el deber de ser misionero. Lo
cual no significa tenerse que ir lejos, a otros lados,
sino que desde nuestra propia casa debemos ser misioneros, llevando
la Palabra de Dios a los demás. Tenemos la obligación
de ser misioneros en el lugar que Dios nos ha
puesto.
La Iglesia de hoy necesita de todos sus miembros para
dar a conocer a Cristo, por medio de la palabra
y con el ejemplo, imitando a Cristo.
Los confirmados debemos de
compartir los dones recibidos y al compartirlos estamos cumpliendo con
el compromiso adquirido en la Confirmación de hacer "apostolado”, sirviendo
a los demás en nombre de Dios y transmitiendo la
Palabra de Cristo. Se puede hacer en todas las circunstancias
de vida: en la vida familiar, en el trabajo, con
los amigos ….. Es algo que todo confirmado tiene la
obligación de hacer.
Ser “confirmado” significa darse por amor a los
demás, sin fijarse en su sexo, cultura, conocimientos y creencias.
Se necesita una actitud de disponibilidad para dar a conocer
al Espíritu Santo en todos lados. En la Iglesia, el
apostolado de los laicos es indispensable. Cristo vino a servir,
no a ser servido.
También la Confirmación nos compromete a la
santidad. Tenemos la obligación de ser santos, el mismo Cristo
nos invita: “Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto”. (Mt. 5, 48). La santidad es una conquista humana,
ya que Dios nos da el empujón, pero depende de
nuestro esfuerzo y nuestro trabajo el alcanzarla.
El Espíritu Santo es
el empujón que Dios nos manda, por lo tanto,
sí lo tenemos a Él, no hay pretextos para no
ser santos y no ponernos al servicio de los demás.
La lucha es difícil, pero contamos con toda la ayuda
necesaria.
|
|
Dones y frutos del Espíritu Santo |
Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. |
|
|
Dones y frutos del Espíritu Santo |
Los siete dones del Espíritu Santo son: Don
de Ciencia, es el don del Espíritu Santo que nos
permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el
cristiano para sostener la fe del bautismo.
Don de Consejo,
saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y
en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.
Don de Fortaleza, es el don que el Espíritu Santo
concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza
sobrenatural.
Don de Inteligencia, es el del Espíritu Santo que
nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse
a Dios.
Don de Piedad, el corazón del cristiano no
debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la
fe y el cumplimiento del bien es el don de
la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
Don de Sabiduría, es concedido por el Espíritu Santo que
nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de
la obra divina.
Don de Temor, es el don que
nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a
la misericordia divina.
Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de
David. Completan y llevan a su perfección las virtudes de
quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer
con prontitud a las inspiraciones divinas.
Los frutos del Espíritu Santo
son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como
primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia
enumera doce:
Caridad. Gozo. Paz. Paciencia. Longanimidad. Bondad. Benignidad. Mansedumbre. Fe.
Modestia. Continencia. Castidad.
Faltas contra el Espíritu Santo:
Desesperar de la
misericordia de Dios. Presunción de salvarse sin ningún mérito. La
impugnación de la verdad conocida. La envidia de los bienes
espirituales del prójimo. La obstinación en el pecado. La impenitencia
final.
La Vida de unión con el Espíritu Santo |
El Espíritu Santo forma en nosotros a Jesucristo por medio de tres operaciones que requieren de nuestra voluntad. |
|
|
La Vida de unión con el Espíritu Santo |
"Si el Espíritu es el principio de nuestra vida,
que lo sea también de nuestra conducta." (Gal V,25)
El Espíritu
Santo, el espíritu de Jesús, ese Espíritu que vino el
a traer al mundo, es el principio de nuestra santidad.
La vida interior no es otra cosa que unión con
el Espíritu Santo, obediencia a sus mociones. Estudiemos
estas operaciones que realiza en nosotros.
El Espíritu Santo es
quien nos comunica a cada uno en particular los frutos
de la Encarnación y de la Redención. El Padre nos
ha dado a su Hijo; el Verbo se nos da
y en la Cruz nos rescata: tales son los efectos
generales de su amor. ¿Quién es el que nos hace
participar de estos efectos divinos? Pues el Espíritu Santo. Él
forma en nosotros a Jesucristo y le completa. Después de
la Ascensión, es el tiempo propio de la misión del
Espíritu Santo. Esta verdad es indicada por el Salvador cuando
nos dice; "Os conviene que yo me vaya, porque si
no el Espíritu Santo no vendrá a vosotros" (Jn XVI,
7) Jesús nos ha adquirido las gracias; ha reunido el
tesoro y ha depositado en la Iglesia el germen de
la santidad. Pues el oficio propio del Espíritu Santo
es cultivar este germen, conducirlo a su pleno desenvolvimiento acabando
y perfeccionando la obra del Salvador.
Por eso decía Nuestro Señor;
"Os enviare a mi Espíritu, el cual os lo enseñara
todo y os explicara cuantas cosas os tengo dichas; si
El no viniera os quedaríais flacos e ignorantes." Al principio
el Espíritu flotaba sobre las aguas para fecundarlas. Es lo
que hace con las gracias que Jesucristo nos ha dejado;
las fecunda al aplicárnoslas, porque habita y trabaja en nosotros.
El alma justa es templo y morada del Espíritu Santo,
quien habita en ella, no ya tan solo por la
gracia, sino personalmente; y cuanto mas pura de obstáculos está
el alma y mayor lugar deja al Espíritu Santo, tanto
mas poderosa es en ella esta adorable Persona.
No puede habitar donde hay pecado, porque entonces
estamos muertos, nuestros miembros están paralizados y no pueden cooperar
a su acción, siendo así que esta cooperación es siempre
necesaria.
Tampoco puede obrar con una voluntad perezosa
o con afectos desordenados, porque si bien en ese caso
habita en nosotros, se halla imposibilitado de obrar.
El Espíritu Santo es una llama que siempre va subiendo
y quiere hacernos subir consigo. Nosotros queremos pararlo, y
se extingue; o mas bien acaba por desaparecer del alma
así paralizada y pegada a la tierra, pues no tarda
ella en caer en pecado mortal. La pureza resulta
necesaria para que el Espíritu Santo habite en nosotros.
No sufre que haya en el corazón que posee ninguna
paja, sino que la quema al punto, dice san Bernardo.
Hemos dicho que
el oficio del Espíritu Santo consiste en formar en nosotros
a Jesucristo. Bien es verdad que tiene un oficio
general que consiste en dirigir y guardar la infalibilidad de
la Iglesia; pero su misión especial respecto al de las
almas es formar en ellas a Jesucristo. Esta nueva
creación, esta transformación la hace por medio de tres operaciones
que requieren de nuestra voluntad:
Primero
Nos inspira pensamientos y sentimientos conformes
con los de Jesucristo. Esta en nosotros personalmente, mueve
nuestros afectos, renueva nuestra alma, hace que Nuestro Señor acuda
a nuestro pensamiento. Es de fe que no podemos
tener un solo pensamiento sobrenatural sin el Espíritu Santo. Pensamientos
naturalmente buenos, razonables, honestos, si los podemos tener sin el;
pero ¿qué viene a ser eso? El pensamiento que el
Espíritu Santo pone en nosotros es al principio débil y
pequeño, crece y se desarrolla con los actos y el
sacrificio.
¿Qué hacer cuando se presentan estos pensamientos sobrenaturales? Pues
consentir en ellos sin titubeos. Debemos también estar atentos a
la gracia, recogidos en nuestro interior para ver si el
Espíritu Santo no nos inspira pensamientos divinos. Hay que oírle
y estar recogidos en sus operaciones. Pudiera objetarse a esto
que si todos nuestros pensamientos provinieran del Espíritu Santo seriamos
infalibles. A lo cual contesto: nosotros podemos caer en la
mentira o el error. Pero cuando estamos en nuestra gracia
y seguimos la luz que nos ofrece el Espíritu Santo,
entonces si, ciertamente que estamos en la verdad y en
la verdad divina. He ahí por qué el alma
recogida en Dios se encuentra siempre en lo cierto, pues
el que es sobrenaturalmente sabio no da falsos pasos. Lo
cual no puede atribuírsele a el porque no procede de
el; no se apoya en sus propias luces, sino en
las del Espíritu de Dios, que en el esta y
le alumbra. Claro que si somos materiales y groseros y
andamos perdidos en las cosas exteriores, no comprenderemos sus palabras;
pero si sabemos escuchar dentro de nosotros mismos la voz
del Espíritu Santo, entonces las comprenderemos fácilmente. ¿cómo se distingue
el buen manjar del malo? Pues gustándolo. Lo mismo pasa
con la gracia, y el alma que quiera juzgar sanamente
no tiene mas que sentir en si los efectos de
la gracia, que nunca engaña. Entre en la gracia, que
así comprenderá su poder, del propio modo que conoce la
luz porque la luz le rodea; son cosas que no
se demuestran a quienes no las han experimentado. Nos humilla
quizás el no comprender, porque es una prueba que no
sentimos a menudo las operaciones del Espíritu Santo, pues
el alma interior y bien pura es constantemente dirigida por
el Espíritu Santo, quien le revela sus designios directamente por
una inspiración interior e inmediata. Insisto sobre este punto,
el mismo Espíritu Santo guía al alma interior y pura,
siendo su maestro y director.
Debe siempre obedecer
a las leyes de la Iglesia y someterse a la
ordenes de su confesor en cuanto concierne a sus practicas
de piedad y ejercicios espirituales; pero cuanto a la conducta
interior e intima, el mismo Espíritu Santo es quien la
guía y dirige sus pensamientos y afectos, y nadie, aunque
tenga la osadía de intentarlo, podrá poner obstáculos. ¿Quién quería
inmiscuirse en el coloquio del divino Espíritu con su amada?
Quien divisa un hermosos árbol, no trata de ver
si sus raíces son sanas o no, pues se lo
dicen la hermosura del árbol y su vigor. De
igual modo, cuando una persona adelanta en el bien, sus
raíces, por ocultas que estén, son sanas y mas vivas
cuanto mas ocultas.
Mas, desgraciadamente, el Espíritu Santo solicita con
frecuencia nuestro consentimiento a sus inspiraciones y nosotros, no lo
queremos.No somos mas que maquinas exteriores y tendremos que sufrir
la misma confusión que los judíos por causa de Jesucristo;
en medio de nosotros está el Espíritu Santo y no
lo conocemos.
Segundo
El Espíritu Santo ora en nosotros y por nosotros.
La oración es toda la santidad, cuando menos en
principio, puesto que es el canal de todas las gracias.
Y el Espíritu Santo se encuentra en el
alma que ora. (Rom VII,26)
El ha levantado a nuestra alma a la
unión con Nuestro Señor. El es también el
sacerdote que ofrece a Dios Padre en el ara de
nuestro corazón el sacrificio de nuestros pensamientos y de nuestras
alabanzas. El presenta a Dios nuestras necesidades, flaquezas,
miserias, y esta oración, que es la de Jesús en
nosotros unida a la nuestra, la vuelve omnipotente.
Sois verdaderos templos del Espíritu Santo, y
como quiera que un templo no es mas que una
casa de oración, debéis orar incesantemente; hacedlo en unión con
el divino Sacerdote de este templo. Os podrán
dar métodos de oración, pero solo el Espíritu Santo os
dará la unción y la felicidad propia de la oración.
Los directores son como chambelanes que están a
la puerta de nuestro corazón; dentro solo el Espíritu Santo
habita. Hace falta que El lo penetre del
todo y por doquier para hacerlo feliz. Orad,
por consiguiente, con Él, que Él os enseñara toda verdad.
Tercero
Espíritu Santo es formarnos en las virtudes de Jesucristo, comunicándonos
para ello la inteligencia de las mismas. Es una gracia
insigne la de comprender las virtudes de Jesús, pues tienen
como dos caras. La una repele y escandaliza; es lo
que tienen ellas de crucifícante. Razón sobrada tiene el mundo,
desde el punto de vista natural, para no marlas.
Aun las virtudes mas amables, como la humildad
y la dulzura, son de suyo muy duras cuando han
de practicarse. No es fácil que continuemos siendo mansos
cuando nos insultan y, no teniendo fe, comprendo que las
virtudes del cristianismo sean repugnantes para el mundo.
Pero ahí
esta el Espíritu Santo para descubrirnos la otra cara de
las virtudes de Jesús, cuya gracia, suavidad y unción nos
hacen abrir la corteza amarga de las virtudes para dar
con la dulzura de la miel y aun con la
gloria mas pura. Queda uno asombrado entonces ante lo
dulce que es la cruz. Y es que en lugar
de la humillación y de la cruz, no se ve
en los sacrificios, mas que el Amor de Dios, su
gloria y la nuestra. A consecuencia del pecado las virtudes
resultan difíciles para nosotros; sentimos aversión a ellas, por
cuanto son humillantes y crucificantes. Mas el Espíritu Santo nos
hacer ver que Jesucristo les ha comunicado nobleza y gloria,
practicándolas el primero. Y así nos dice; ‘¿No queréis
humillaros? Bueno, sea así; ¿pero no habéis de asemejaros a
Jesucristo? Parecerle es, no ya bajar, sino
subir, ennoblecerse. Por manera que la pobreza y los harapos
se truecan en regios vestidos por haberlos llevado primero Jesucristo;
las humillaciones vienen a ser una gloria y los
sufrimientos una felicidad, porque Jesucristo ha puesto en ellos la
verdadera gloria y felicidad.
Mas no
hay nadie fuera del Espíritu Santo que nos haga comprender
las virtudes y nos muestre oro puro encerrado en minas
rocosas y cubiertas de barro. A falta de esta luz
se paran muchos hombres a medio andar en el camino
de la perfección; como no ven mas que una sombra
de las virtudes de Jesús, no llegan a penetrar sus
secretas grandezas. A este conocer intimo y sobrenatural añade el
Espíritu Santo una aptitud especial para practicarlas. Hasta tal
punto nos hace aptos, que bien pudiéramos creernos nacidos para
ellas. Vienen a sernos connaturales, pues nos da el instinto
de las mismas. Cada alma recibe una aptitud conforme
a su vocación.
El Espíritu Santo nos hace
adorar en espíritu y en verdad. Ora en nosotros y
nosotros oramos a una con Él; es, por encima
de todo, el Maestro de la Adoración. El dio a
los Apóstoles la fuerza y el espíritu de la oración;
(Zach XII, 10).
Unámonos, pues, con él. Desde Pentecostés cierne sobre
la Iglesia y habita en cada uno de nosotros para
enseñarnos a orar, para formarnos según las enseñanzas de
Jesucristo y hacernos en todo semejantes a Él, con objeto
de que así podamos estar un día unidos con Él
sin velos en la gloria.
Pentecostés en Nuestra Madre la Iglesia |
La Iglesia celebra el día de Pentecostés cincuenta días después de la Pascua de Resurrección de Cristo |
|
|
Pentecostés en Nuestra Madre la Iglesia |
El día de Pentecostés coincide con la
fiesta de las semanas o la fiesta de la siega
que nos ofrece el libro del Éxodo o el
día de los primeros frutos que nos ofrece el libro
de los Números:
"Celebrarás la fiesta de las Semanas, al comenzar
la siega del trigo, y la fiesta de la Cosecha,
al final del año"(Ex 34, 22).
" También celebrarás la fiesta
de la Siega, de las primicias de tus trabajos,
de lo que hayas sembrado en el campo; y la
fiesta de la Recolección al final del año, cuando hayas
recogido del campo los frutos de tu trabajo" (Ex 23,
16).
"«El día de las primicias, cuando ofrezcáis a Yahvé oblación
de frutos nuevos en vuestra fiesta de las Semanas, tendréis
reunión sagrada; no haréis ningún trabajo servil"(Núm 28, 26).
Así tenemos
que esta fiesta debía celebrarse a las siete semanas o
cincuenta días después del Sábado de Pascua:
"Comerás ázimos durante seis
días; y el día séptimo habrá reunión en honor de
Yahvé tu Dios; y no harás ningún trabajo.
Contarás siete semanas.
Desde el momento en que la hoz comience a segar
la mies comenzarás a contar estas siete semanas".(Det 16, 8-9)
La
Iglesia celebra el día de Pentecostés cincuenta días después
de la Pascua de Resurrección de Cristo:
"Al llegar el
día de Pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo"(Hech
2, 1).
Esta manifestación se consuma con la efusión del Espíritu
Santo que se manifiesta, se da y se comunica
como Persona divina (Catecismo de la Iglesia Católica #
731):
"Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo"(Jn
20, 22).
Como podemos notar, entre las fiestas de las semanas
que nos presenta el libro del Éxodo y la fiesta
de Pentecostés que nos presenta los Hechos de los Apóstoles,
hay una similitud o parecido.
La fiesta de las Semanas, esta
ligada a la liberación de Egipto: "Pascua-Azimos".
La fiesta de Pentecostés esta
ligada a la Pascua de la Resurrección de Cristo
o mejor dicho, nuestra liberación definitiva de la esclavitud del
pecado.
La Iglesia por tanto, es obra de la manifestación Gloriosa
de Jesús, él es su fundador y la pone en
la Divina presencia del Paráclito, el Espíritu Santo, que la
guía por todos los rincones del mundo:
"Jesús se acercó a
ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo"(Mt 28, 18- 19).
Catequésis del Espíritu Santo |
Audiencias del Papa Juan Pablo II acerca del Espíritu Santo. |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario