martes, 16 de octubre de 2012

Sacramento de la Confirmación.

El sentido e institución de la Confirmación
En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo con el don del Espíritu Santo.
 
El sentido e institución de la Confirmación
El sentido e institución de la Confirmación


Naturaleza

El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho.

En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.


El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado – creyendo que todo había sido en balde - se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados - y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”.

El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios.


Institución

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.

Además encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo.

El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”. (Hech. 8, 15-17;19, 5-6).


El cómo de la Confirmción
El signo, materia, forma, ministro, sujeto y padrino.
 


El Signo: La Materia y la Forma

En la materia del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza, en este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo de la Confirmación es la “unción”. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosa: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unido al nombre de “cristiano”, que significa ungido.

La materia de este sacramento es el “santo crisma”, aceite de oliva mezclado con bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser en la frente.

La forma de este sacramento, palabras que acompañan a la unción y a la imposición individual de las manos “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo” (Catec. no. 1300) . La cruz es el arma conque cuenta un cristiano para defender su fe.


El Rito y la Celebración

En la Confirmación el rito es muy sencillo, básicamente es igual a lo que hacían los apóstoles con algunas partes añadidas para que sea más entendible.

El rito esencial es la unción con el santo crisma, unida a la imposición de manos del ministro y las palabras que se pronuncian. La celebración de este sacramento comienza con la renovación de las promesas buatismales y la profesión de fe de los confirmados. Demostrando así, que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo. (Cfr. SC 71; Catec. n. 1298). El ministro extiende las manos sobre los confirmados como signo del Espíritu Santo e invoca a la efusión del Espíritu. Sigue el rito esencial con la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano y pronunciando las palabras que conforman la forma. El rito termina con el beso de paz, que representa la unión del Obispo con los fieles. (Catec. no.1304).


El Ministro, el Sujeto y Padrino

El ministro de este sacramento debe de ser el Obispo, aunque por razones especiales graves puede concederle a un presbítero (sacerdote) el poder de confirmar (CIC no.882). En peligro de muerte del sujeto cualquier sacerdote debe de administrar el sacramento. El Obispo es sucesor de los apóstoles, por ello es quien lo administra, al poseer el grado del Orden en plenitud.

El sujeto es todo bautizado que no ha sido confirmado, que libremente tenga las disposiciones necesarias para recibirlo y que no tenga impedimentos. Se debe de estar en estado de gracia.

La edad para recibir este sacramento la marca el Obispo del lugar, preferentemente el sujeto debe de haber llegado al uso de razón. (Cfr. Catec. no. 1307). Se puede administrar válidamente a niños pequeños, tal como es la tradición en el rito oriental (Cfr. Catec. no. 1292). Ahora bien, en caso de peligro de muerte deben de recibir este sacramento los niños aun no confirmados.

Todo confirmado debe tener un padrino o madrina que lo ayude espiritualmente, tanto en la preparación para su recepción, como después de haberlo recibido. Las condiciones para ser padrinos son las mismas que para los de Bautismo.


Confirmación: efecto y necesidad
El efecto principal es que recibimos al Espíritu Santo en plenitud.
 


Efectos y Carácter

En la Confirmación el efecto principal es que recibimos al Espíritu Santo en plenitud. (Cfr. Catec. no. 1302). Otros frutos son:
  • Recibimos una fuerza especial del Espíritu Santo, tal como la recibieron los apóstoles el día de Pentecostés, que nos permite defender y difundir nuestra fe con mayor fuerza y ser verdaderos testigos de Cristo.
  • Nos une profundamente con Dios y con Cristo.
  • Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo que son:
    Sabiduría, que nos comunica el gusto por las cosas de Dios. Por medio de él vamos gustando de todo lo relacionado con Dios.
    Inteligencia, que nos comunica el conocimiento profundo de las verdades de fe, es decir, la capacidad para entender las cosas de Dios.
    Ciencia, que nos enseña la recta apreciación de las cosas terrenales, entender las cosas de la tierra tal y cómo son.
    Consejo, nos ayuda para formar un juicio sensato, acerca de las cosas prácticas de la vida cristiana.
    Fortaleza, nos da fuerzas para trabajar con alegría por Cristo, haciendo siempre el bien a los demás, tal como Él lo hizo.
    Piedad, que nos relaciona con Dios como Padre, ya que Él es el ser más perfecto que existe en el universo y es nuestro Creador y nos ayuda a aceptar la autoridad que tienen algunos sobre nosotros.
    Temor de Dios, nos lleva a tener miedo de ofender a Dios, por amor a Él y por lo tanto, a tratar de no pecar para no alejarnos de Él.
  • Nos une con un vínculo mayor a la Iglesia.
  • Aumenta la gracia santificante.
  • Se recibe la gracia sacramental propia que es la fortaleza.
  • Imprime carácter, la marca espiritual indeleble, que nos marca con el Espíritu de Cristo. Es un sumergirse de manera más profunda en la comunidad cristiana.


    Necesidad

    El Bautismo es el único sacramento absolutamente necesario para la salvación. La Confirmación, no es absolutamente necesaria para la salvación, pero sí para vivir correctamente una vida cristiana, ya que da las ayudas necesarias para lograrlo. Por eso, el derecho vigente, prescribe que todos los bautizados, deben recibir este sacramento. El no hacerlo por desprecio o por no darle importancia, será materia grave de pecado.

  • Los frutos de la Confirmación obligan
    Debe dar en los que lo reciben, frutos interiores y exteriores, los cuales ayudan a la Iglesia en su misión de extender el Reino de Dios.
     


    Frutos

    Como cualquier otro sacramento, la Confirmación debe de dar en los que lo reciben frutos interiores y exteriores. En este caso, los frutos ayudan a la Iglesia en su misión de extender el Reino de Dios.

    La Iglesia es una Iglesia misionera, porque Cristo así la fundó, dándole el mandato a los apóstoles de “Ir y predicad……”. A partir del día de Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo, los apóstoles se lanzaron a predicar sin miedo, movidos por la fuerza del Espíritu Santo.

    Nosotros, por medio del Bautismo, entramos a formar parte de la Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo. Con la Confirmación somos llamados a vivir como miembros responsables de este Cuerpo.

    Como fruto de este sacramento, al recibir el Espíritu Santo podemos construir el Reino de Dios en la tierra, a través de nuestras buenas obras, de nuestras familias, haciéndolas un semillero de fe, ayudando a nuestra parroquia, venciendo las tentaciones del demonio y la inclinación al mal.

    El Espíritu Santo nos mueve a seguir las huellas de Cristo, tomándolo como ejemplo en todo momento, ya sea pública o privadamente. Nos ayuda a ser perseverantes, luchadores, generosos, valientes, amorosos, llenos de virtudes y en caso de ser necesario, hasta mártires.

    Otro fruto del sacramento es que sostiene e ilumina nuestra fe. Cuando lo recibimos estamos afirmando que creemos en Cristo y su Iglesia, en sus enseñanzas y exigencias y que, por ser la Verdad, lo queremos seguir libre y voluntariamente.

    También sostiene y fortalece nuestra esperanza. Por medio de esta virtud creemos en las enseñanzas de Cristo, sus promesas y esperamos alcanzar la vida eterna haciendo méritos aquí en la tierra.

    Así mismo, sostiene y incrementa nuestra caridad. El día de la Confirmación recibimos el “don del amor eterno” de Cristo, como un regalo de Dios. Este amor nos protege y defiende de los amores falsos, como son el materialismo, el placer, las malas diversiones, los excesos en bebida y comida.


    Obligaciones

    El día de la Confirmación, el confirmado se convierte en apóstol de la Palabra de Dios. Desde ese momento recibe el derecho y el deber de ser misionero. Lo cual no significa tenerse que ir lejos, a otros lados, sino que desde nuestra propia casa debemos ser misioneros, llevando la Palabra de Dios a los demás. Tenemos la obligación de ser misioneros en el lugar que Dios nos ha puesto.

    La Iglesia de hoy necesita de todos sus miembros para dar a conocer a Cristo, por medio de la palabra y con el ejemplo, imitando a Cristo.

    Los confirmados debemos de compartir los dones recibidos y al compartirlos estamos cumpliendo con el compromiso adquirido en la Confirmación de hacer "apostolado”, sirviendo a los demás en nombre de Dios y transmitiendo la Palabra de Cristo. Se puede hacer en todas las circunstancias de vida: en la vida familiar, en el trabajo, con los amigos ….. Es algo que todo confirmado tiene la obligación de hacer.

    Ser “confirmado” significa darse por amor a los demás, sin fijarse en su sexo, cultura, conocimientos y creencias. Se necesita una actitud de disponibilidad para dar a conocer al Espíritu Santo en todos lados. En la Iglesia, el apostolado de los laicos es indispensable. Cristo vino a servir, no a ser servido.

    También la Confirmación nos compromete a la santidad. Tenemos la obligación de ser santos, el mismo Cristo nos invita: “Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt. 5, 48). La santidad es una conquista humana, ya que Dios nos da el empujón, pero depende de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo el alcanzarla.

    El Espíritu Santo es el empujón que Dios nos manda, por lo tanto, sí lo tenemos a Él, no hay pretextos para no ser santos y no ponernos al servicio de los demás.
    La lucha es difícil, pero contamos con toda la ayuda necesaria.


    Dones y frutos del Espíritu Santo
    Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
     
    Dones y frutos del Espíritu Santo
    Dones y frutos del Espíritu Santo


    Los siete dones del Espíritu Santo son:


    Don de Ciencia, es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.

    Don de Consejo, saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.

    Don de Fortaleza, es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.

    Don de Inteligencia, es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.

    Don de Piedad, el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.

    Don de Sabiduría, es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.

    Don de Temor, es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.

    Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.


    Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:

    Caridad.
    Gozo.
    Paz.
    Paciencia.
    Longanimidad.
    Bondad.
    Benignidad.
    Mansedumbre.
    Fe.
    Modestia.
    Continencia.
    Castidad.


    Faltas contra el Espíritu Santo:

    Desesperar de la misericordia de Dios.
    Presunción de salvarse sin ningún mérito.
    La impugnación de la verdad conocida.
    La envidia de los bienes espirituales del prójimo.
    La obstinación en el pecado.
    La impenitencia final. 



    La Vida de unión con el Espíritu Santo
    El Espíritu Santo forma en nosotros a Jesucristo por medio de tres operaciones que requieren de nuestra voluntad.
     
    La Vida de unión con el Espíritu Santo
    La Vida de unión con el Espíritu Santo



    "Si el Espíritu es el principio de nuestra vida, que lo sea también de nuestra conducta."
    (Gal V,25)

    El Espíritu Santo, el espíritu de Jesús, ese Espíritu que vino el a traer al mundo, es el principio de nuestra santidad. La vida interior no es otra cosa que unión con el Espíritu Santo, obediencia a sus mociones. Estudiemos estas operaciones que realiza en nosotros.

    El Espíritu Santo es quien nos comunica a cada uno en particular los frutos de la Encarnación y de la Redención. El Padre nos ha dado a su Hijo; el Verbo se nos da y en la Cruz nos rescata: tales son los efectos generales de su amor. ¿Quién es el que nos hace participar de estos efectos divinos? Pues el Espíritu Santo. Él forma en nosotros a Jesucristo y le completa. Después de la Ascensión, es el tiempo propio de la misión del Espíritu Santo. Esta verdad es indicada por el Salvador cuando nos dice; "Os conviene que yo me vaya, porque si no el Espíritu Santo no vendrá a vosotros" (Jn XVI, 7) Jesús nos ha adquirido las gracias; ha reunido el tesoro y ha depositado en la Iglesia el germen de la santidad. Pues el oficio propio del Espíritu Santo es cultivar este germen, conducirlo a su pleno desenvolvimiento acabando y perfeccionando la obra del Salvador.

    Por eso decía Nuestro Señor; "Os enviare a mi Espíritu, el cual os lo enseñara todo y os explicara cuantas cosas os tengo dichas; si El no viniera os quedaríais flacos e ignorantes." Al principio el Espíritu flotaba sobre las aguas para fecundarlas. Es lo que hace con las gracias que Jesucristo nos ha dejado; las fecunda al aplicárnoslas, porque habita y trabaja en nosotros. El alma justa es templo y morada del Espíritu Santo, quien habita en ella, no ya tan solo por la gracia, sino personalmente; y cuanto mas pura de obstáculos está el alma y mayor lugar deja al Espíritu Santo, tanto mas poderosa es en ella esta adorable Persona.

    No puede habitar donde hay pecado, porque entonces estamos muertos, nuestros miembros están paralizados y no pueden cooperar a su acción, siendo así que esta cooperación es siempre necesaria.

    Tampoco puede obrar con una voluntad perezosa o con afectos desordenados, porque si bien en ese caso habita en nosotros, se halla imposibilitado de obrar. El Espíritu Santo es una llama que siempre va subiendo y quiere hacernos subir consigo. Nosotros queremos pararlo, y se extingue; o mas bien acaba por desaparecer del alma así paralizada y pegada a la tierra, pues no tarda ella en caer en pecado mortal. La pureza resulta necesaria para que el Espíritu Santo habite en nosotros. No sufre que haya en el corazón que posee ninguna paja, sino que la quema al punto, dice san Bernardo.

    Hemos dicho que el oficio del Espíritu Santo consiste en formar en nosotros a Jesucristo. Bien es verdad que tiene un oficio general que consiste en dirigir y guardar la infalibilidad de la Iglesia; pero su misión especial respecto al de las almas es formar en ellas a Jesucristo. Esta nueva creación, esta transformación la hace por medio de tres operaciones que requieren de nuestra voluntad:

    Primero

    Nos inspira pensamientos y sentimientos conformes con los de Jesucristo. Esta en nosotros personalmente, mueve nuestros afectos, renueva nuestra alma, hace que Nuestro Señor acuda a nuestro pensamiento. Es de fe que no podemos tener un solo pensamiento sobrenatural sin el Espíritu Santo. Pensamientos naturalmente buenos, razonables, honestos, si los podemos tener sin el; pero ¿qué viene a ser eso? El pensamiento que el Espíritu Santo pone en nosotros es al principio débil y pequeño, crece y se desarrolla con los actos y el sacrificio.

    ¿Qué hacer cuando se presentan estos pensamientos sobrenaturales? Pues consentir en ellos sin titubeos. Debemos también estar atentos a la gracia, recogidos en nuestro interior para ver si el Espíritu Santo no nos inspira pensamientos divinos. Hay que oírle y estar recogidos en sus operaciones. Pudiera objetarse a esto que si todos nuestros pensamientos provinieran del Espíritu Santo seriamos infalibles. A lo cual contesto: nosotros podemos caer en la mentira o el error. Pero cuando estamos en nuestra gracia y seguimos la luz que nos ofrece el Espíritu Santo, entonces si, ciertamente que estamos en la verdad y en la verdad divina. He ahí por qué el alma recogida en Dios se encuentra siempre en lo cierto, pues el que es sobrenaturalmente sabio no da falsos pasos. Lo cual no puede atribuírsele a el porque no procede de el; no se apoya en sus propias luces, sino en las del Espíritu de Dios, que en el esta y le alumbra. Claro que si somos materiales y groseros y andamos perdidos en las cosas exteriores, no comprenderemos sus palabras; pero si sabemos escuchar dentro de nosotros mismos la voz del Espíritu Santo, entonces las comprenderemos fácilmente. ¿cómo se distingue el buen manjar del malo? Pues gustándolo. Lo mismo pasa con la gracia, y el alma que quiera juzgar sanamente no tiene mas que sentir en si los efectos de la gracia, que nunca engaña. Entre en la gracia, que así comprenderá su poder, del propio modo que conoce la luz porque la luz le rodea; son cosas que no se demuestran a quienes no las han experimentado. Nos humilla quizás el no comprender, porque es una prueba que no sentimos a menudo las operaciones del Espíritu Santo, pues el alma interior y bien pura es constantemente dirigida por el Espíritu Santo, quien le revela sus designios directamente por una inspiración interior e inmediata. Insisto sobre este punto, el mismo Espíritu Santo guía al alma interior y pura, siendo su maestro y director.

    Debe siempre obedecer a las leyes de la Iglesia y someterse a la ordenes de su confesor en cuanto concierne a sus practicas de piedad y ejercicios espirituales; pero cuanto a la conducta interior e intima, el mismo Espíritu Santo es quien la guía y dirige sus pensamientos y afectos, y nadie, aunque tenga la osadía de intentarlo, podrá poner obstáculos. ¿Quién quería inmiscuirse en el coloquio del divino Espíritu con su amada? Quien divisa un hermosos árbol, no trata de ver si sus raíces son sanas o no, pues se lo dicen la hermosura del árbol y su vigor. De igual modo, cuando una persona adelanta en el bien, sus raíces, por ocultas que estén, son sanas y mas vivas cuanto mas ocultas.

    Mas, desgraciadamente, el Espíritu Santo solicita con frecuencia nuestro consentimiento a sus inspiraciones y nosotros, no lo queremos.No somos mas que maquinas exteriores y tendremos que sufrir la misma confusión que los judíos por causa de Jesucristo; en medio de nosotros está el Espíritu Santo y no lo conocemos.


    Segundo

    El Espíritu Santo ora en nosotros y por nosotros. La oración es toda la santidad, cuando menos en principio, puesto que es el canal de todas las gracias. Y el Espíritu Santo se encuentra en el alma que ora. (Rom VII,26) El ha levantado a nuestra alma a la unión con Nuestro Señor. El es también el sacerdote que ofrece a Dios Padre en el ara de nuestro corazón el sacrificio de nuestros pensamientos y de nuestras alabanzas. El presenta a Dios nuestras necesidades, flaquezas, miserias, y esta oración, que es la de Jesús en nosotros unida a la nuestra, la vuelve omnipotente. Sois verdaderos templos del Espíritu Santo, y como quiera que un templo no es mas que una casa de oración, debéis orar incesantemente; hacedlo en unión con el divino Sacerdote de este templo. Os podrán dar métodos de oración, pero solo el Espíritu Santo os dará la unción y la felicidad propia de la oración. Los directores son como chambelanes que están a la puerta de nuestro corazón; dentro solo el Espíritu Santo habita. Hace falta que El lo penetre del todo y por doquier para hacerlo feliz. Orad, por consiguiente, con Él, que Él os enseñara toda verdad.


    Tercero

    Espíritu Santo es formarnos en las virtudes de Jesucristo, comunicándonos para ello la inteligencia de las mismas. Es una gracia insigne la de comprender las virtudes de Jesús, pues tienen como dos caras. La una repele y escandaliza; es lo que tienen ellas de crucifícante. Razón sobrada tiene el mundo, desde el punto de vista natural, para no marlas. Aun las virtudes mas amables, como la humildad y la dulzura, son de suyo muy duras cuando han de practicarse. No es fácil que continuemos siendo mansos cuando nos insultan y, no teniendo fe, comprendo que las virtudes del cristianismo sean repugnantes para el mundo.

    Pero ahí esta el Espíritu Santo para descubrirnos la otra cara de las virtudes de Jesús, cuya gracia, suavidad y unción nos hacen abrir la corteza amarga de las virtudes para dar con la dulzura de la miel y aun con la gloria mas pura. Queda uno asombrado entonces ante lo dulce que es la cruz. Y es que en lugar de la humillación y de la cruz, no se ve en los sacrificios, mas que el Amor de Dios, su gloria y la nuestra. A consecuencia del pecado las virtudes resultan difíciles para nosotros; sentimos aversión a ellas, por cuanto son humillantes y crucificantes. Mas el Espíritu Santo nos hacer ver que Jesucristo les ha comunicado nobleza y gloria, practicándolas el primero. Y así nos dice; ‘¿No queréis humillaros? Bueno, sea así; ¿pero no habéis de asemejaros a Jesucristo? Parecerle es, no ya bajar, sino subir, ennoblecerse. Por manera que la pobreza y los harapos se truecan en regios vestidos por haberlos llevado primero Jesucristo; las humillaciones vienen a ser una gloria y los sufrimientos una felicidad, porque Jesucristo ha puesto en ellos la verdadera gloria y felicidad.

    Mas no hay nadie fuera del Espíritu Santo que nos haga comprender las virtudes y nos muestre oro puro encerrado en minas rocosas y cubiertas de barro. A falta de esta luz se paran muchos hombres a medio andar en el camino de la perfección; como no ven mas que una sombra de las virtudes de Jesús, no llegan a penetrar sus secretas grandezas. A este conocer intimo y sobrenatural añade el Espíritu Santo una aptitud especial para practicarlas. Hasta tal punto nos hace aptos, que bien pudiéramos creernos nacidos para ellas. Vienen a sernos connaturales, pues nos da el instinto de las mismas. Cada alma recibe una aptitud conforme a su vocación.

    El Espíritu Santo nos hace adorar en espíritu y en verdad. Ora en nosotros y nosotros oramos a una con Él; es, por encima de todo, el Maestro de la Adoración. El dio a los Apóstoles la fuerza y el espíritu de la oración; (Zach XII, 10).

    Unámonos, pues, con él. Desde Pentecostés cierne sobre la Iglesia y habita en cada uno de nosotros para enseñarnos a orar, para formarnos según las enseñanzas de Jesucristo y hacernos en todo semejantes a Él, con objeto de que así podamos estar un día unidos con Él sin velos en la gloria.


    Pentecostés en Nuestra Madre la Iglesia
    La Iglesia celebra el día de Pentecostés cincuenta días después de la Pascua de Resurrección de Cristo
     
    Pentecostés en Nuestra Madre la  Iglesia
    Pentecostés en Nuestra Madre la Iglesia


    El día de Pentecostés coincide con la fiesta de las semanas o la fiesta de la siega que nos ofrece el libro del Éxodo o el día de los primeros frutos que nos ofrece el libro de los Números:

    "Celebrarás la fiesta de las Semanas, al comenzar la siega del trigo, y la fiesta de la Cosecha, al final del año"(Ex 34, 22).

    " También celebrarás la fiesta de la Siega, de las primicias de tus trabajos, de lo que hayas sembrado en el campo; y la fiesta de la Recolección al final del año, cuando hayas recogido del campo los frutos de tu trabajo" (Ex 23, 16).

    "«El día de las primicias, cuando ofrezcáis a Yahvé oblación de frutos nuevos en vuestra fiesta de las Semanas, tendréis reunión sagrada; no haréis ningún trabajo servil"(Núm 28, 26).

    Así tenemos que esta fiesta debía celebrarse a las siete semanas o cincuenta días después del Sábado de Pascua:

    "Comerás ázimos durante seis días; y el día séptimo habrá reunión en honor de Yahvé tu Dios; y no harás ningún trabajo.

    Contarás siete semanas. Desde el momento en que la hoz comience a segar la mies comenzarás a contar estas siete semanas".(Det 16, 8-9)

    La Iglesia celebra el día de Pentecostés cincuenta días después de la Pascua de Resurrección de Cristo:

    "Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo"(Hech 2, 1).

    Esta manifestación se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, se da y se comunica como Persona divina (Catecismo de la Iglesia Católica # 731):

    "Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo"(Jn 20, 22).

    Como podemos notar, entre las fiestas de las semanas que nos presenta el libro del Éxodo y la fiesta de Pentecostés que nos presenta los Hechos de los Apóstoles, hay una similitud o parecido.

    La fiesta de las Semanas, esta ligada a la liberación de Egipto:
    "Pascua-Azimos".

    La fiesta de Pentecostés esta ligada a la Pascua de la Resurrección de Cristo o mejor dicho, nuestra liberación definitiva de la esclavitud del pecado.

    La Iglesia por tanto, es obra de la manifestación Gloriosa de Jesús, él es su fundador y la pone en la Divina presencia del Paráclito, el Espíritu Santo, que la guía por todos los rincones del mundo:

    "Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"(Mt 28, 18- 19).


    Catequésis del Espíritu Santo
    Audiencias del Papa Juan Pablo II acerca del Espíritu Santo.
     
    Catequésis del Espíritu Santo
    Catequésis del Espíritu Santo

    Con motivo de la preparación para el Jubileo 2000, en el año del Espíritu Santo 1998, Su Santidad, Juan Pablo II dedicó varias audiencias de los miércoles al Espíritu Santo.

    Con el fin de conocer mejor a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, veamos que nos dice el Papa:


    El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

    El Espíritu Santo en el Nuevo Testamento

    El Espíritu Santo en la Encarnación

    El Espíritu Santo en el bautismo y en la vida

    El Misterio Pascual

    El Espíritu Santo, protagonista de la Evangelización

    El Espíritu Santo, alma de la Iglesia

    El Espíritu Santo principio de santificación

    El Espíritu Santo fuente de comunión

    El Espíritu Santo va más allá de los confines visibles de la Iglesia

    El Espíritu Santo y los dolores de parto de la Creación

    El Espíritu de Dios y las semillas de la verdad

    El Espíritu y las semillas de la verdad en el pensamiento humano

    El Espíritu Santo y los signos de los tiempos

    La Confirmación como culminación de la gracia bautismal

    El sello en el Espíritu y el testimonio hasta el martirio

    La vida en el Espíritu

    El Espíritu dador de vida

    El Espíritu y el cuerpo espiritual resucitado

    El Espíritu Santo esperanza que no defrauda

    Signos de esperanza presentes en nuestro tiempo

    La esperanza como espera y preparación

    María, Madre animada por el Espíritu Santo


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