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Juan de Licópolis, Santo |
Ermitaño
Martirologio Romano: En Licópolis, de Egipto, san Juan, eremita, que
entre sus muchas virtudes se distinguió por su espíritu profético
(s. IV).
Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia, es de
origen hebreo.
Nació en Licópolis, hoy
Asiut, en los comienzos del siglo IV y pasó la
mayor parte de su vida en la Tebaida, dedicado a
la oración y a la penitencia. Parece ser que nació
en el seno de una familia pobre y que tuvo
en la juventud la profesión de carpintero.
Muy joven marcha a
buscar la soledad del desierto; se pone bajo el amparo
de santo monje que le orienta en las difíciles sendas
de la imitación de Jesucristo, siguiéndole en la soledad. El
maestro pone a prueba su disposición mandándole, de modo insólito,
que riegue una rama de árbol seca y podrida que
ha plantado en la tierra. El joven aprendiz de anacoreta
no se complica la vida con disquisiciones por muy razonadas
que parezcan; va y viene dos veces al día a
por el agua escasa que tiene a distancia y moja
y riega su pobre leño. No sabemos cuál fue el
resultado de su prueba, pero a él -entonces inexperto- le
sirvió para mortificarse y enraizar la obediencia.
Come hierbas y raíces;
bebe agua abundante; es de poco dormir, hace mucha oración
y extremada penitencia. Las pocas gentes que conoce lo ven
lleno de buen humor, servicial, parco en las palabras, acertado
en las sentencias que salen de su boca siempre dispuesta
a enseñar a Cristo; lo describen barbudo con figura alargada
y seca. No daba para otra apariencia aquella vida de
ayuno con sol y aire abundante.
Con el paso del tiempo,
se aproxima a él gente más apartada. Al correrse las
voces sobre la santidad de Juan, el solitario anacoreta, vienen
desde lejos a rezar y aprender cosas de Dios. Algunos
consultan problemas personales, mientras que otros buscan arreglos de asuntos
enconados y con poca solución entre clanes y familias. Algún
militar se acerca a exponer sus temores ante los bárbaros
que se acercan. Profetiza victorias que se cumplen. Hasta en
mismo emperador Teodosio manda embajada de consultas sobre acciones políticas
y militares que está a punto de comenzar y requieren
prudencia. Nunca permite que una mujer mire ni se acerque
a su celda.
En la pobreza del desierto, aunque no dispone
de espacio digno donde recibir visitas ilustres, van a verle
también monjes como Evagrio del Ponto y su discípulo Paladio
del monasterio que está en el desierto de Nitria; en
esa ocasión, profetiza a Paladio su futura elección de obispo
y las cruces que va a llevar anejas. ¡Y uno
de sus visitantes es también Alipio, gobernador de Tebaida!
Juan vivió
hasta el año 394, habiendo pasado 75 en el desierto.
Que
se sepa, Juan no escribió cosa alguna. Pero quienes le
conocieron quedaron tan impresionados de su vida y tan vivamente
conmovidos por sus palabras que sí aumentaron su fama. Dicen
de él que le oyeron hablar de algún solitario que
conoció un fantasma de mujer que le llevó al abandono
del desierto -la imaginación descontrolada siempre fue mala consejera-; comentan
que hablaba de otros que se dejaron seducir por la
sensualidad, se enterraron en la impureza, y arruinaron la vida
de entrega en el desierto; y también narran que hablaba
de otros a los que el buen Dios les concedió
la vuelta por el arrepentimiento. Quizá los testigos y biógrafos
querían contar con esto que su larga vida en años
fue también larga en experiencia.
La escena del fresco que está
en el camposanto de Pisa, pintada por el sienés Pietro
Lorenzetti, mostrando a una mujer de extraña hermosura que clava
su glacial mirada en el monje barbudo que aprieta su
mano, bien pudiera ser un eco artístico de las tentaciones
que, como cualquier mortal, hubieron de superar los ermitaños; así,
abajados del pedestal de gloria que envuelve sus repetidas historias
de santidad, nos los aproxima a la cotidiana vulgaridad de
los pecadores mostrándonos el camino tan frecuentado del arrepentimiento.
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