domingo, 15 de enero de 2012

San Juan de Rivera



Velas
18 de Enero

Juan de Ribera, Santo
Obispo

Juan de Ribera, Santo
Juan de Ribera, Santo

Obispo

Martirologio Romano: En la ciudad de Valencia, en España, san Juan de Ribera, obispo, que ejerció también las funciones de virrey. Fue muy devoto de la santísima Eucaristía, defendió la verdad católica y educó al pueblo con sus insistentes instrucciones (1611).

Fecha de canonización: 12 de junio de 1960 por el Papa Juan XXIII.
San Juan nació en Sevilla el 27 de Diciembre de 1532.

Sus padres se llamaban Pedro y Teresa, familia que se distinguía entre la nobleza por su generosidad.

Enviaron a Juan a estudiar a Salamanca, donde se convirtió en discípulo de Vitoria y de otros teólogos que brillaban a la vez en Trento.

No tenía aún 30 años cuando fue nombrado por el Papa Pio IV Obispo de Badajoz, dedicándose de lleno a la santificación de sus ovejas, enviando misioneros por toda la diócesis.

A la edad de 36 años fue trasladado a la sede de Valencia, donde pronto advirtió las necesidades de esta gran arquidiócesis.

Al santo, entre otras cosas, le tocó aplicar las reformas de Trento en su jurisdicción, así como también la catequización de los moriscos pero con pocos frutos, siendo éstos expulsados en 1609 por el rey Felipe III.

Frente a esto, San Juan fue nombrado virrey de Valencia; el santo aceptó este cargo a ruegos del rey, y Valencia disfrutó largos años de paz y de mejor administración de la justicia.

San Juan recorrió varias veces la diócesis y entre 1570 y 1610 llevó a cabo 2.715 visitas pastorales, y celebró siete sínodos. Fundó el Colegio de Corpus Christi para la formación del clero y honrar solemne al Santísimo Sacramento.

San Juan de Ribera falleció en enero de 1611.





Tan mal estaban las cosas en su época que los herejes y los infieles disfrutaban esperando la pronta disolución de la Iglesia. Juan sintió fervor por los santos reformadores que el Espíritu Santo suscitó, también en ese tiempo, para aliviar las penas de su pueblo.

Nace en Sevilla cuando era la puerta de entrada y salida para el Nuevo Mundo y pertenece a la mejor prosapia. Hijo de don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero, conde de los Molares, duque de Alcalá, Virrey de Nápoles y antes de Cataluña. Su madre, doña Teresa de los Pinelos, murió muy pronto. La familia, con sus títulos nobles, es conocida en la ciudad por su generosidad y amor a los pobres.

Estudia en la Universidad de Salamanca cuando el Claustro salmanticense vive un periodo áureo entre las lecciones de Vitoria y los teólogos que tienen mucho que ver con Trento, porque son tiempos en los que la infidelidad y la herejía se combaten con las espadas y con la pluma. Allí termina los estudios y tiene cátedra.

El papa Pío IV lo nombra obispo de Badajoz, cuando aún no ha cumplido treinta años; no hay que olvidar que es hijo del Virrey de Nápoles y esas cosas tenían mucho peso por aquel entonces. Da comienzo a su andadura como prelado enviando seis predicadores con San Juan de Ávila para preparar las almas a la reforma que se postula desde Trento. Por su parte, no se queda quieto: predica con entusiasmo, se pone como un confesor más en el confesonario, visita y atiende con los sacramentos a los enfermos y, a veces, le toca dormir sobre sacos de sarmientos. Y hasta vende la vajilla de plata para remediar a los pobres. Escribe normas para la reforma de la vida de los obispos, primeras en España en su género. Para disgusto de los pacenses, les dura poco este obispo como pastor.

Ahora es Valencia la que disfrutará de su gobierno. Le ha precedido un santo que puso las metas muy altas. Fue Santo Tomás de Villanueva, el fraile que dio un vuelco a Valencia que por un siglo no ha disfrutado de la presencia de sus obispos. Allá va Juan como Arzobispo, después de haber dejado en Badajoz, repartidos entre los pobres, sus dineros, bienes y alhajas. Madruga, reza, estudia, recibe a la gente sin trabas ni excesos de respeto; es parco en la comida, rompe frecuentemente los moldes usuales de la época, siendo suficiente en ocasiones los higos secos, uvas, o frutas del tiempo. Va haciendo acopio de libros como intelectual sin remedio. La Misa le dura con frecuencia dos horas... y con lágrimas, después de despedir al acólito para estar a gusto con el Señor después de la consagración y entrar en diálogo íntimo, personal e intenso. Suenan las disciplinas y guarda los cilicios en lugar recóndito que siempre descubre su perspicaz asistente.

La meta marcada en su trabajo es poner en marcha la reforma de Trento. Sufre el problema de la abundante morisca a la que no consiguió convertir. Celebró siete sínodos. Las continuas visitas pastorales son el quicio de su pastoral junto con la atención a su clero al que adoctrina, anima, corrige o amonesta, siempre dándole ejemplo. Burjasot le ha visto en su plaza explicando el catecismo a los niños. En su propio palacio monta una escuela para los hijos de los nobles porque afirma que es obispo de todos: allí se forman bien los alumnos, se educan, pasan a la universidad, ayudan en los pontificales; aquello se parece por la piedad y los buenos modos a un seminario y, de hecho, salen de la institución cardenales, arzobispos y altos eclesiásticos.

Felipe III lo hace Virrey de Valencia y desde entonces las cosas marchan mejor, sobre todo la recta administración de la justicia.

Fundó en la ciudad el Colegio y Seminario del Corpus Christi. Y falleció en su amado colegio el 6 de Enero de 1611. En Valencia se festeja el día 14 y en Badajoz el 19, ambos en Enero.

Con hombres tan íntegros y apostólicos la Iglesia superó el obstáculo de herejes y de infieles. No hizo San Juan sino lo que es propio de un obispo, pero hacerlo en aquel tiempo fue mucho mérito.

San Juan de Rivera
Arzobispo de Valencia

San Juan de Rivera: ruega por los universitarios,
por los colegiales, por los sacerdotes y los obispos
para que se vuelvan santos y salgan vencedores
de los ataques de los enemigos de la salvación.

Jesús en la CruzNació en la ciudad de Sevilla, España. Su padre era virrey de Nápoles. Creció sin el amor materno, porque la madre murió cuando él era todavía muy niño. Pero en sus familiares aprendió los más admirables ejemplos de santidad. En su casa se repartían grandes limosnas a los pobres y se ayudaba a muchísimos enfermos muy abandonados. A una familiar suya, Teresa Enríquez. La llamaban "la loca por el Santísimo Sacramento", porque buscaba las mejores uvas de la región para fabricar el vino de la Santa Misa y escogía los mejores trigos para hacer las hostias, y trataba de entusiasmar a todos por la Eucaristía.

Juan de Rivera estudió en la mejor universidad que existía en ese entonces en España, la Universidad de Salamanca, y allá tuvo de profesores a muy famosos doctores, como el Padre Vitoria. El Arzobispo de Granada escribió después: "Cuando don Juan de Rivera fue a Salamanca a estudiar yo era también estudiante allí pero en un curso superior y de mayor edad que él. Y pude constar que era un estudiante santo y que no se dejó contaminar con las malas costumbres de los malos estudiantes".

Cuando tenía unos pocos años de ser sacerdote y contaba solamente con 30 años de edad, el Papa Pío IV lo nombró obispo de Badajoz. Allí se dedicó con toda su alma a librar a los católicos de las malas enseñanzas de los protestantes. Organizó pequeños grupos de jóvenes catequistas que iban de barrio en barrio enseñando las verdades de nuestra religión y previniendo a las gentes contra los errores que enseñan los enemigos de la religión católica. San Juan de Avila escribió: "Estoy contento porque Monseñor Rivera está enviando catequistas y predicadores a defender al pueblo de los errores de los protestantes, y él mismo les costea generosamente todos los gastos".

El joven obispo confesaba en las iglesias por horas y horas como un humilde párroco; cuando le pedían llevaba la comunión a los enfermos, y atendía cariñosamente a cuantos venían a su despacho. Pero sobre todo predicaba con gran entusiasmo. Los campesinos y obreros decían: "Vayamos a oír al santo apóstol".

En dos ocasiones vendió el mobiliario de su casa y toda la loza de su comedor para comprar alimentos y repartirlos entre la gente más pobre, en años de gran carestía.

El día en que partió de su diócesis en Badajoz para irse de obispo a otra ciudad, repartió entre los pobre todo el dinero que tenía y todos los regalos que le habían dado, y el mobiliario que su familia le había regalado.

Arzobispo de Valencia.

Cuando lo nombraron Arzobispo de esa ciudad, llegó allá sin un solo centavo. Muchas veces en la vida le sucedió quedarse sin ningún dinero, por repartirlo todo entre los pobres. Pero Dios nunca le permitió que le faltar lo necesario.

Su horario. Como Arzobispo se levantaba a las cuatro de la madrugada. Dedicaba dos horas a leer la Sagrada Escritura y otros libros religiosos. Otras dos horas las dedicaba a la celebración de la Santa Misa y rezar los Salmos. Luego durante dos o tres horas preparaba sus sermones. Desde mediodía hasta la noche atendía a las gentes. Todo el que quisiera hablar con él, hallaba siempre abierta la puerta de la casa Arzobispal.

Visitó once veces las 290 parroquias rurales de su arzobispado. Hasta los sitios más alejados y de más peligrosos caminos, allá llegaba a evangelizar y a visitar sus fieles católicos y a administrar el Sacramento de la Confirmación. Después de emplear todo el día en predicar, en confirmar y en atender a la gente, los párrocos notaban que en cada parroquia se quedaba hasta altas horas de la noche estudiando libros religiosos. Desde 1569 hasta 1610 hizo 2,715 visitas pastorales a las parroquias y los resultados de esas visitas los dejó en 91 volúmenes con 91,000 páginas.

Celebró siente Sínodos, o reuniones con todos los párrocos para estudiar los modos de evangelizar con mayor éxito a las gentes. Los decretos de cada Sínodo eran poquitos y bien prácticos para que no se les olvidaran o se quedaran sin cumplir. Todos estos sínodos tenían por objeto principal obtener que los sacerdotes se hicieran más santos.

Su trato con los sacerdotes.

Trataba a todos y cada uno de los sacerdotes con la más exquisita cortesía y amabilidad. Cada uno de ellos podía exclamar: "Lo aprecio porque tuvo tiempo para mí". Cada año les hacía dedicar unos diez días en silencio para hacer Retiros Espirituales. Siempre les advertía francamente los errores que debían corregir, pero las correcciones las hacía en privado y lejos de los demás. A un joven sacerdote que iba a comenzar a confesar y a dar dirección espiritual le dijo: "Mire hijo que usted es muy mozo, y su oficio es peligroso". Y es que él mismo recién ordenado de sacerdote tuvo sus peligros. Un día una joven penitente, con pretexto de que se iba a confesar, le declaró que estaba enamorada de él. Y Juan rechazó valientemente aquella trampa y después logró que aquella pobre pecadora se convirtiera.

En el colegio, en la Universidad y ahora como obispo, lo que lo libró siempre de caer en las trampas de la impureza fue practicar mucho la mortificación y el dedicar bastante tiempo a la oración. Se cumplía en su vida lo que dijo Jesús: "Ciertos malos espíritus sólo se alejan con la oración y la mortificación".

Le agradaba mucho dar clases de catecismo a los niños. El en persona los preparaba a la Primera Comunión. La gente veía con agrado al Arzobispo sentado en un taburete en la mitad del patio, rodeado de muchos niños, ensañándoles el catecismo. Les repartía dulces, monedas y otros regalitos a los que respondían mejor las preguntas del catecismo, y a los más pobres les regalaba el vestido de la Primera Comunión.

Para los jóvenes que tenían nobles ideas puso un colegio en su propia casa arzobispal, y allí los iba formando con todo esmero y muy buena disciplina. Del colegio de San Juan de Rivera salieron un cardenal, un Arzobispo, doce obispos, numerosos religiosos y muchos líderes católicos.

El rey lo nombró Virrey de Valencia, y así llegó a ser al mismo tiempo jefe religioso y jefe civil. Y la tranquilidad que en mucho tiempo no reinaba en aquella región, llegó como por encanto. El personalmente se preocupaba porque se administrara justicia con toda seriedad.

Una vez vino alguien a decirle que un juez le estaba haciendo injusticia en un pleito. El Sr. Arzobispo se fue donde el juez y le pidió que revisara todo el expediente. Y el inocente fue absuelto. Después el juez contaba: "un rico me había ofrecido dinero para que fallara en contra del inocente. Pero vino el Sr. Arzobispo y me convenció y me obligó a hacer justicia y logré que mi conciencia quedara en paz".

La Santa Misa la celebraba con tal devoción que al acólito le decía que después de la elevación podía retirarse, pues él duraba hasta dos horas en éxtasis allí ante Jesús Sacramentado, después de elevar la Santa Hostia.

Cansado de ver que la gente era muy indiferente para la religión le pidió al Papa que le quitara de aquel cargo, pero el Sumo Pontífice le pareció que él era el más indicado para ese arzobispado y le rogó que hiciera el sacrificio de seguir en ese sagrado oficio. Y así por 42 año estuvo de Arzobispo de Valencia obteniendo enormes frutos espirituales.

Murió en enero de 1611. Cuando se supo la noticia de su muerte, los niños recorrían las calles cantando: "El señor Arzobispo está en la gloria obteniendo el premio de sus victorias".

Durante los funerales, en el momento de la elevación de la Santa Hostia en la misa, los que estaban junto al cadáver vieron que abría los ojos y que el rostro se le volvía sonrosado por unos momentos, como adorando al Santísimo Sacramento.

El Papa San Pío Quinto lo llamaba "La lumbrera de todos los obispos españoles". Hizo muchos milagros. Fue beatificado en 1796 y fue declarado Santo por el Papa Juan XXIII en 1960.



La iglesia celebra este 14 de enero el recuerdo de este gran santo
Cuando media Europa ha sido ganada por el protestantismo, en plena crisis durísima, nace Juan de Ribera. La confusión y el dolor reina en el mundo católico, pero el Espíritu Santo suscita una pléyade de santos en España e Italia. Juan de Ribera será amigo de todos, de Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Francisco de Borja, Teresa de Jesús, Luis Beltrán, Alonso Rodríguez, San Pío V, San Carlos Borromeo, San Francisco de Borja, San Lorenzo de Brindis, San Pascual Bailón. Mantuvo noble discrepancia con Santa Teresa de Jesús.

SEVILLA


Natural de Sevilla, hijo del ilustre don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero, conde de los Molares, marqués de Tarifa, duque de Alcalá, virrey de Nápoles y antes de Cataluña. Su madre, doña Teresa de los Pinelos, falleció muy pronto. Sevilla era la puerta de América, por donde llegaba a Europa un torrente de riquezas, de conocimientos nuevos, de sustancias desconocidas: oro, plata, perlas, cacao, maíz, animales raros, hombres y mujeres de razas exóticas. Don Perafán envió a Juan a la Universidad de Salamanca, que vivía un periodo áureo: lecciones de Vitoria, y de Soto, envía teólogos a Trento, introduce el método teológico salmanticense en Italia. Y en suma, foco del prestigio hispano que batalla con la espada y con la pluma frente a turcos y herejes. Ribera salió discípulo aventajado en aquellas aulas, sacó sus títulos y regentó cátedra en la Atenas española.

OBISPO DE BADAJOZ


Estaba para terminar el concilio de Trento y el papa Pío IV le designa obispo de Badajoz a Juan de Ribera, que a sus virtudes y alcurnia unía ser hijo del virrey de Nápoles. Aún no tiene treinta años. Para la reforma y santificación de sus ovejas reclutó misioneros y recabó la ayuda del Maestro Ávila, quien dice con gran consuelo en una de sus cartas: "EI obispo de Badajoz ha enviado seis predicadores por el obispado, según él me ha escrito”. El mismo administra los sacramentos a los enfermos y confiesa en su iglesia. Dormía muchas veces sobre haces de sarmientos y seguía el mismo rigor que en Salamanca. El arzobispo de Granada, respondió por carta a una que el mismo don Juan le había escrito: "Me pide V. S. Ilma. que le dé cuenta de mi vida; eso deseo saber de V. S. Ilma., que siempre desde su niñez fue santo, pues cuando V. S. Ilma. vino a Salamanca, de poca edad, yo era estudiante, y ya entonces erais santo." Los avisos que él dio, a petición de los padres y del concilio provincial Compostelano, en 1565, han pasado a las actas. Señala remedios prácticos para la reforma personal de los obispos, primer intento de aplicación de los decretos Tridentinos. En la predicación puso tal fuego y acierto, que la gente decía: "Vamos a oír al apóstol." Vendió dos veces la vajilla de plata para comprar trigo para los pobres en años de carestía. El divino Morales nos ha transmitido la imagen del obispo de Badajoz: sus facciones revelan a un hombre de nervio, pero limpio de excitación exterior, contemplativo y apóstol, con aires de alta nobleza y finos modales.

ARZOBISPO DE VALENCIA


El día que saló de su obispado, siendo ya patriarca de Antioquia, para regir la diócesis valentina, dio a los pobres todas sus alhajas, dinero y bienes. Más de una vez había quedado sin un maravedí, pero siempre contó con la bolsa paterna. En Valencia, como en Badajoz, se sujetó a un horario que recuerda hábitos estudiantiles. Se levantaba a las de tres o las cuatro de la mañana y comenzaba el estudio y meditación de la Biblia hasta las siete; dedicaba cuatro horas para el rezo del oficio divino, santa misa, preparar sermones y un breve descanso. A la una de la tarde, audiencia. Se retiraba a las tres, y en la comida sólo tomaba algunos higos secos, uvas o fruta del tiempo. Bebía muy poco, raramente vino con agua. Por la tarde recibía visitas. Después, marchaba a un jardín donde iba acumulando libros y más libros. Volvía a palacio al anochecer, y dedicaba tres horas a la oración. Antes de acostarse tenía unos momentos de recreo con los suyos.

ORACION Y AYUNO


Al rigor ordinario en la comida, añadía ayunos, como en los días de Semana Santa, que se pasaba cuarenta horas sin probar alimento, y, mientras fue joven, tres veces por semana ayunaba a pan y agua. Su criado, Pedro Pascual, se maravillaba muchas mañanas al entrar en su alcoba porque veía la cama como el día anterior, y, para cerciorarse, metía las manos entre las sábanas, y al sentirlas frías, deducía que el patriarca no se había acostado durante la noche. Tenía don Juan ciertos lugares secretos en sus habitaciones, en palacio, en el colegio y en su jardín - biblioteca de la calle de Alboraya, donde escondía las disciplinas y cilicios, que la curiosidad de Pedro Pascual descubría, ensangrentados. Tal vida presagiaba un pontificado santo, como el de Santo Tomás de Villanueva, predecesor suyo, que había fallecido quince años antes, que todos recordaban, y que cuando murió fue tan general el llanto y la pena, que el espectáculo causaba la mayor tristeza. Le llamaban "el arzobispo santo". Vestía un hábito humilde y apedazado, guardó en todo gran pobreza voluntaria. No hizo testamento, porque no tenía de qué. Y para morir totalmente desprendido, renunció en favor de su iglesia los derechos que le correspondían.

ANCIANO EN DOCTRINA Y VIRTUD


Los valencianos se percataron pronto que don Juan de Ribera, su nuevo pastor, aunque joven - llegaba a esta sede a los treinta y seis años -, era viejo en doctrina, virtud y prudencia. Decían los que le trataban que de sus palabras fluía un no sé qué misterioso que infundía juntamente respeto y gozo. Fray Tomás había dejado abiertos con sus fatigas los primeros surcos para la reforma de esta diócesis, que por más de cien años estuvo huérfana de la presencia de sus pastores. Cierto que Ribera tenía ante sí las trazas y el ejemplo del arzobispo limosnero. Pero también una perspectiva ardua: aplicar a sus ovejas la doctrina reformista del concilio de Trento, que acababa de ser aceptado en España: un plan salvador, intenso, y cuyos frutos no se tocarían sino a largo plazo. Estaba también la cuestión morisca, con todos los anteriores fracasos de evangelización y apaciguamiento. Meditaba don Juan cuál sería el método adecuado para aquella tan general y variada misión entre cristianos viejos e infieles astutos, que no otra cosa eran los moros bautizados unas veces por la fuerza, otras voluntariamente, aunque para mayor amparo y encubrimiento de su infidelidad.

SUS VISITAS PASTORALES


Abrió el buen pastor su campaña con las visitas pastorales. Lo mismo aparecía en los fragosos lugares del arciprestazgo de Villahermosa del Río, como en los de la región alicantina. Salía cada año durante tres o cuatro meses a visitar la diócesis (500 pueblos y ciudades y 290 parroquias rurales) predicando en todas las iglesias. Entre los años 1569 y 1610 hizo 2.715 visitas pastorales. Celebró siete sínodos. Los decretos eran pocos, breves y prácticos, para evitar que se dejaran de leer. Son de carácter marcadamente sacerdotal. Fray Luís de Granada le consideraba «perfecta imagen del predicador evangélico». Fue comisionado para intervenir en la reforma de mercedarios, mínimos, cistercienses, dominicos y servitas. Fue fundador de la Provincia de la capuchina de la Sangre de Cristo y de las Agustinas Descalzas de Agullent y ayudó a todos los religiosos, pues supo ver en ellos importantes elementos de revitalización espiritual de donde saldrían los grandes brazos para sembrar la reforma.

VIRTUDES PASTORALES


Por la gran entereza de su carácter, huía de la adulación y protestaba virilmente ante la injusticia. Pero era tierno y espléndido, alargando la mano con un sentido social que entonces no se conocía: al terminar las obras de su Colegio-Seminario, jubiló al maestro de obras con una pensión vitalicia; a los demás operarios les costeó los estudios para conseguir el magisterio en su propio arte. Educado siempre con grandeza, usaba para su persona vajilla modesta y cama pobre. Las bases de su espiritualidad eran las virtudes pastorales, la oración, la penitencia corporal y los estudios bíblicos hasta en su extrema vejez. Pero su característica más peculiar fue su devoción a Jesús Sacramentado. El papa San Pío V pensó hacerle cardenal, y San Carlos Borromeo, que le amaba entrañablemente, aunque no se habían visto nunca, pedía consejo a Ribera para gobernar su vastísima diócesis de Milán.

EL PATRIARCA ESTUDIA


Aun en medio de penosas ocupaciones halla tiempo para el estudio, hurtando horas al descanso. Alojaba en su casa el cura de Carcagente al patriarca durante la visita pastoral. Y muy entrada la noche, vio luz en la alcoba del prelado. Atisbó el rector por los resquicios de la puerta y vio al arzobispo en la cama, sentado y estudiando rodeado de libros. El cura se conmovió recordando que lo mismo hacía San Ambrosio. Exegeta notable, comentó toda la Biblia, que él mismo anotó.

Del clero, en estrecha comunión con su obispo, cabía esperar la enmienda del pueblo y una vida cristiana floreciente. Los trataba con exquisita cortesía, tanto en los retiros a puerta cerrada en la parroquia de Santo Tomás, como en privado con advertencias paternales. Jerónimo Martínez de la Vega recordó las palabras del arzobispo cuando le otorgaba licencia de confesar: "Mirad, hijo, lo que hacéis; que sois mozo y el oficio es peligroso." Y hablaba el bueno del patriarca aleccionado por la experiencia. En Badajoz rechazó a una joven, que simulando confesión, le descubrió los torpes deseos que hacia él sentía, Ribera huyó del lazo y ganó aquella alma para Dios.

CON LOS NIÑOS Y LOS JOVENES


Sabía tratar a los pequeños. Acostumbraba a ponerse en una sillita en la plaza de Burjasot, cercano a la capital, y enseñaba por sí la doctrina cristiana a los niños. Y luego repartía dulces, monedas, ropas y otras cosas que necesitaban. Cuidadoso de la juventud, estableció en su palacio una escuela para los hijos de los nobles, en número de unos treinta, pues él afirmaba que se debía a todos como pastor. Desde muy niños estaban en casa del señor patriarca aprendiendo la piedad y las letras. Se servia de ellos para el mayor esplendor de los pontificales. Cuando ya cursaban estudios superiores acudían a la Universidad. Aquella escuela parecía más bien un seminario. De ella salieron un cardenal, un arzobispo, doce obispos, y un buen número de religiosos, canónigos y rectores de iglesias.

VIRREY Y CAPITAN GENERAL


A petición de Felipe III aceptó el cargo de virrey de Valencia y capitán general (1602-04), y acabó con el bandidaje en su jurisdicción, que era una plaga general e inveterada en la cuenca del Mediterráneo. El punto más discutido de su actuación como pastor y consejero de los monarcas Felipe II y Felipe III es el de la expulsión de los moriscos, después de su fracaso en atraerlos a la convivencia nacional y a la fe cristiana, en lo que había trabajado lo indecible durante 40 años. Eso dificultó su canonización, que estuvo detenida cuatro siglos. La tranquilidad, largos años perturbada, vino como por encanto y la justicia se aplicaba con rectitud. Nada escapaba al ojo vigilante del virrey arzobispo. Una viuda que llevaba pleito de importancia, se quejó alegando sospecha de parcialidad en el juez. Se personó al día siguiente en el consejo y preguntó: "-¿Quién de vuestras mercedes tiene la causa?"- "Yo, señor", -respondió el oidor. -"¿En qué punto está?", siguió el patriarca. -"Ya está acordado sentenciar y entregados los memoriales de ambas partes". Y mirando a los otros oidores insistió el patriarca: - "¿Por qué no se da sentencia?" Y como todos guardasen silencio, prosiguió: -"Venga el proceso mañana y estudien la causa, porque quiero que se dé sentencia". Cuando terminó el pleito dijo el oidor a un amigo: -"Verdaderamente este señor es un santo. Yo estaba ciego con favorecer a una persona, y con sola la visita del patriarca y dos palabras que habló en consejo, cobré luz y descargué mi conciencia".

COLEGIO SEMINARIO DEL CORPUS CRISTI


En 1583 fundó ante notario el Real Colegio, y tres años después, puso la primera piedra del edificio. En el acta notarial dice: “Hemos determinado fundar e instituir en la presente ciudad de Valencia, a nuestra costa y de nuestros propios bienes y hacienda, un Seminario y Colegio, así para descargo de nuestra conciencia como para provecho y utilidad de nuestros feligreses, para que en él se instruyan personas en la disciplina eclesiástica”. El domingo 8 de febrero de 1604, aunque el edificio del Colegio no se encontraba completamente terminado, san Juan de Ribera, aprovechó la presencia en Valencia del rey Felipe III, para inaugurar su fundación, trasladando el Santísimo Sacramento desde la Catedral hasta la Capilla del Colegio. Él asumió la responsabilidad de ser arzobispo de Valencia con solo treinta y seis años, pero con una gran madurez humana, intelectual y espiritual. La santidad se reflejaba en su vida y en sus obras. No ahorró esfuerzos ante los grandes retos de su pontificado. No se desalentó ante los graves problemas que tenía planteados: la conversión de los moriscos, la renovación de la Iglesia, mediante la reforma del clero, la dignificación del culto divino y la propagación de la piedad eucarística. Los Sínodos diocesanos, las frecuentes visitas pastorales por toda la geografía de la archidiócesis, la fundación de conventos y monasterios, la renovación de estructuras eclesiales y la difusión de una auténtica religiosidad fundada en la doctrina de la Iglesia, dieron vida a una de las etapas más creativas de la historia de la Iglesia particular de Valencia. Fue el suyo un largo y fecundo pontificado de más de 40 años. Todo con una inquebrantable fidelidad a la Iglesia, al Papa y al Magisterio de los Concilios.

LAS CONSTITUCIONES


En el capítulo I de las Constituciones de la Capilla, escribe san Juan de Ribera: “Ante todas las cosas presuponemos que lo que nos ha movido a escoger esta obra, fue considerar lo que el Concilio de Trento dice en la sesión 23 Cáp. 18, a lo cual, por ser ordenado por el Espíritu Santo, se le debe humilde y pronta observancia”. “Esta nuestra casa se llama y se ha de llamar Colegio o Seminario, por ser éstos los términos con que dicho Concilio los nombra; y por fundarse para el mismo y principal fin que el santo Concilio pretendió, que es criarse sujetos tales que con virtud y letras ministren en la casa de Dios”. En el capítulo 11 de las Constituciones del Colegio, refiriéndose a los seminaristas, san Juan de Ribera escribe: “Y porque nuestra intención es que de estos tales se provean las iglesias de nuestro Arzobispado y que abunden en ella sacerdotes ejemplares y doctos: encargamos a los rectores que, correspondiendo a nuestro deseo, procuren con gran cuidado y diligencia que los dichos colegiales se críen y eduquen con tan buena y santa disciplina que donde quiera que les vean den noticia de nuestra intención y de su diligencia, y muestren por su comportamiento interior y exterior el provecho que sacan de estar en esta congregación”.

FUNDACION DE LA CAPILLA


“Aunque nuestro primer intento ha sido fundar este dicho Colegio-Seminario, siempre ha estado firme en nuestro ánimo un vivo deseo de fundar juntamente una Capilla, o Iglesia, donde se celebren los oficios divinos con veneración del Santísimo Sacramento y de la benditísima Virgen María, Señora y Abogada nuestra. Capilla hermosísima que refleja la personalidad del Patriarca, austero pero con un sublime gusto artístico.

Y que en tal Capilla o Iglesia se observe en la celebración de los oficios divinos lo que está dispuesto en los santos Concilios y ha sido observado en los tiempos que florecía la disciplina eclesiástica, y lo que enseñan los autores que escriben de esta materia, a saber, que se digan y canten con toda pausa y atención, de manera que se conozca que los que cantan consideran que están delante de Dios, hablando con la Suprema Majestad suya: que asimismo mueva a los oyentes a devoción y veneración de este Señor y de su santo Templo”. Fundó en la ciudad el Colegio y Seminario de Corpus Christi para atender a la formación del clero y en esta misma casa, una capilla - institución famosa de la Iglesia - donde se adora al Santísimo Sacramento con un ceremonial y una liturgia llena de majestad y de sosiego, aun en nuestros días. Con frecuencia celebraba el santo sacrificio en una capilla de su propia iglesia y, luego de alzar a Dios, se iba el ayudante, hasta que le avisaba el patriarca con una campanilla. Esta misa le duraba de dos a tres horas por el arrobamiento y las lágrimas. San Juan de Ribera, vio hecho realidad un gran deseo y proyecto pastoral: la inauguración del Real Colegio-Seminario de Corpus Christi. Éstos y otros más españoles.

EL SEÑOR PATRIARCA ESTÁ EN LA GLORIA

Falleció en su colegio donde se venera su cuerpo, el 6 de enero de 1611. A las pocas semanas se iniciaron las diligencias con vistas a su glorificación. Lo beatificó Pío VI (30 ag. 1796); Juan XXIII le canonizó (12 jun. 1960). Le retrataron El Greco, Morales y Ribalta. Aún pudo ver la expulsión de los moriscos por mandato de Felipe III en 1609. Cuando el anciano pastor murió, los niños cantaban por las calles de la ciudad: "El señor patriarca está en la gloria, con la palma y corona de la victoria." En sus funerales abrió los ojos y se le encendió el rostro para adorar al Señor desde la consagración hasta la comunión del celebrante. San Pío V le había llamado, hacía cuarenta años, "lumen totius Hispaniae", "lumbrera de toda España".



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