San Bernardo podría haber sido en esta vida lo que él hubiera querido. Poseía cualidades humanas sobresalientes, encanto, dulzura, inteligencia, un alma tierna y afectiva. Hubiera sido un grande de este mundo, o un señor feudal, o gran soldado, o... Pero en un determinado momento, habiendo convencido a varios parientes suyos y amigos -¡qué capacidad de persuasión!-, la gracia de Cristo lo condujo al monasterio, acompañado de ellos. No buscó Cluny, la gran y fastuosa abadía benedictina, sino que se encaminó a la rama nueva de los tres monjes rebeldes, el Císter, que pretendía vivir pobre y austeramente, trabajando con sus propias manos, siguiendo la Regla benedictina con total fidelidad.
Pronto despuntó su personalidad. Es enviado a fundar a Claraval y pronto elegido abad, crece el monasterio en virtud y en vocaciones, bajo la doctrina espiritual de Bernardo hasta tal punto que Claraval se convierte en madre de muchísimas abadías nuevas, extendiendo la reforma del Císter por toda Europa 68 monasterios llegó a fundar. De salud delicada, enfermizo y débil, se ve envuelto en la vida eclesiástica como consejero de papas, obispos y sínodos. Su palabra es potente y marca directrices en su época. Le tocará viajar por toda Europa, siempre soñando con volver al claustro de su monasterio, donde orar y meditar. Sus predicaciones son alimento sustancioso para los suyos, donde expone aquello que él ha orado y contemplado: misterios del año litúrgico, la exposición más o menos ordenada y completa del Cantar de los Cantares, diversos tratados (El amor de Dios, La humildad, La consideración...), etc.
El alma de san Bernardo era tiernamente afectiva (no hay que tener miedo a la afectividad, sino centrarla en Cristo) y ama a sus amigos con los que se comunica frecuentemente –su epistolario es buena prueba de ello-. Pero sobre todo la afectividad de san Bernardo se dirige a un punto focal: la santísima humanidad de Jesús, o en lenguaje posterior, el Corazón de Cristo o la Persona de Cristo. Siente un amor tierno y pasional por Jesucristo, su Humanidad le es fuente de mérito y de paz, de consuelo y de gozo, de luz y suavidad. ¡Cristo lo era todo para san Bernardo!, ¡Cristo en su Humanidad!, ¡Cristo Hombre!, cuya humanidad lo convierte en cercano, misericordioso y compasivo con todo hombre.
San Bernardo es una existencia teológica para nosotros, católicos del siglo XXI. Nos remite a vivir tiernamente la espiritualidad, sin rigorismos ni miedos, sino con un contenido de amor afectivo a Jesucristo y a volcar en Él nuestra afectividad, lo cual nos dará madurez y equilibrio al mismo tiempo que plenitud. Nos remite a ser contemplativos en medio del mundo, esto es, a vivir nuestro espacio de tiempo inquebrantable y diario en trato con Cristo para luego ser fecundo en las tareas y apostolados. Nos remite a valorar la amistad sincera y fiel, la confidencia, y la comunicación cristiana y espiritual de nuestras vivencias con los amigos, situando a Cristo en el centro de toda amistad. Nos remite a trabajar por Cristo y por su Iglesia (todos: sacerdotes, religiosos, seglares) sin ahorrar esfuerzo alguno, sin reservarnos nada, con ánimo ferviente.
“San Bernardo, cuya alma fue iluminada con los resplandores del Verbo eterno, irradió por toda la Iglesia la luz de la fe y de la doctrina” (ant. Ben.).
“San Bernardo, doctor melífluo, amigo del Esposo, pregonero admirable de la Virgen María, destacó en Claraval como pastor insigne” (ant. Magn.).
Pronto despuntó su personalidad. Es enviado a fundar a Claraval y pronto elegido abad, crece el monasterio en virtud y en vocaciones, bajo la doctrina espiritual de Bernardo hasta tal punto que Claraval se convierte en madre de muchísimas abadías nuevas, extendiendo la reforma del Císter por toda Europa 68 monasterios llegó a fundar. De salud delicada, enfermizo y débil, se ve envuelto en la vida eclesiástica como consejero de papas, obispos y sínodos. Su palabra es potente y marca directrices en su época. Le tocará viajar por toda Europa, siempre soñando con volver al claustro de su monasterio, donde orar y meditar. Sus predicaciones son alimento sustancioso para los suyos, donde expone aquello que él ha orado y contemplado: misterios del año litúrgico, la exposición más o menos ordenada y completa del Cantar de los Cantares, diversos tratados (El amor de Dios, La humildad, La consideración...), etc.
El alma de san Bernardo era tiernamente afectiva (no hay que tener miedo a la afectividad, sino centrarla en Cristo) y ama a sus amigos con los que se comunica frecuentemente –su epistolario es buena prueba de ello-. Pero sobre todo la afectividad de san Bernardo se dirige a un punto focal: la santísima humanidad de Jesús, o en lenguaje posterior, el Corazón de Cristo o la Persona de Cristo. Siente un amor tierno y pasional por Jesucristo, su Humanidad le es fuente de mérito y de paz, de consuelo y de gozo, de luz y suavidad. ¡Cristo lo era todo para san Bernardo!, ¡Cristo en su Humanidad!, ¡Cristo Hombre!, cuya humanidad lo convierte en cercano, misericordioso y compasivo con todo hombre.
San Bernardo es una existencia teológica para nosotros, católicos del siglo XXI. Nos remite a vivir tiernamente la espiritualidad, sin rigorismos ni miedos, sino con un contenido de amor afectivo a Jesucristo y a volcar en Él nuestra afectividad, lo cual nos dará madurez y equilibrio al mismo tiempo que plenitud. Nos remite a ser contemplativos en medio del mundo, esto es, a vivir nuestro espacio de tiempo inquebrantable y diario en trato con Cristo para luego ser fecundo en las tareas y apostolados. Nos remite a valorar la amistad sincera y fiel, la confidencia, y la comunicación cristiana y espiritual de nuestras vivencias con los amigos, situando a Cristo en el centro de toda amistad. Nos remite a trabajar por Cristo y por su Iglesia (todos: sacerdotes, religiosos, seglares) sin ahorrar esfuerzo alguno, sin reservarnos nada, con ánimo ferviente.
“San Bernardo, cuya alma fue iluminada con los resplandores del Verbo eterno, irradió por toda la Iglesia la luz de la fe y de la doctrina” (ant. Ben.).
“San Bernardo, doctor melífluo, amigo del Esposo, pregonero admirable de la Virgen María, destacó en Claraval como pastor insigne” (ant. Magn.).
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