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viernes, 26 de agosto de 2011

La conversión



CONVERSION
(Etim. Del Latín clásico converto, conversio, cambiar).
Conversión es la vuelta al Padre del que se había alejado por el pecado. También se aplica a los que descubren y entran en la Iglesia Católica.

Ver también: Testimonios de Conversos
Sacramento de la Penitencia |
vida de los santos son importantes testimonios de conversión.
Convertíos con sinceridad, san Francisco de Paula


Convertirse a Cristo, hacerse cristiano quiere decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible a la pasión y al sufrimiento de los demás. -Benedicto XVI. Viernes Santo 2007


La conversión es cambio de vida fruto de un encuentro con Jesucristo que nos lleva a ver la vida centrada en El y ordenada en la moral. La conversión es una gracia de Dios otorgada por los méritos de la redención de Cristo que murió en la cruz para reconciliarnos con el Padre. La conversión es esencial para ser discípulos de Cristo y salvarnos.

Ya que todos somos pecadores, todos necesitamos continua conversión.


No lo dejes para mañana...
San Agustín retaba a los paganos que retrasaban su conversión con semejantes palabras: ‘Si ya lo has pensado, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar? Hoy es el día, ahora mismo; no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy’. Dejarlo para luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora estás preparado para este paso’.

Pero no daban el paso, por temor a un cambio demasiado brusco; y, al verlos indecisos y afirmando que lo harían cualquier día, arremetía con una lógica de espada filosa: ‘Si ahora no te animas, ¿por qué dices y crees que lo harás algún día? No estés tan seguro, te costará más que hoy; quizás no tengas ya deseos del cambio; las fuerzas contrarias volverán a la carga’. ¿Por qué dices que alguna vez lo harás?, ¿tendrás oportunidad?, ¿seguirás con vida mañana?, ¿te dará Dios la gracia de la conversión? Teme a Cristo que pasa y no vuelve.

Al demonio le encanta ilusionar a la gente y engañarla con la conversión de mañana; a Dios le gustan las cosas hoy y ahora: Hoy es el día de la conversión. “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón”.

Ver testimonio de San Expedito


Conversión
Benedicto XVI, 21 Feb, 2007

la Cuaresma es una oportunidad para «volver a ser» cristianos, a través de un proceso constante de cambio interior y de avance en el conocimiento y en el amor de Cristo. La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida. Ciertamente este itinerario de conversión evangélica no puede limitarse a un período particular del año: es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida.

Desde este punto de vista, para cada cristiano y para todas las comunidades eclesiales, la Cuaresma es la estación espiritual propicia para entrenarse con mayor tenacidad en la búsqueda de Dios, abriendo el corazón a Cristo.

San Agustín dijo en una ocasión que nuestra vida es un ejercicio único del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar a Dios en nuestro ser. «Toda la vida del cristiano fervoroso –dice– es un santo deseo». Si esto es así, en Cuaresma se nos invita aún más a arrancar «de nuestros deseos las raíces de la vanidad» para educar el corazón en el deseo, es decir, en el amor de Dios. «Dios –dice san Agustín– es todo lo que deseamos» (Cf. «Tract. in Iohn.», 4). Y esperamos que realmente comencemos a desear a Dios, y de este modo desear la verdadera vida, el amor mismo y la verdad.

Es particularmente oportuna la exhortación de Jesús, referida por el evangelista Marcos: «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Cf. Marcos 1, 15). El deseo sincero de Dios nos lleva a rechazar el mal y a realizar el bien. Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de Dios, que nos ha creado para sí y en Jesucristo nos ha redimido: nuestra felicidad consiste en permanecer en Él (Cf. Juan 15, 3). Por este motivo, Él mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de conversión.

Pero, ¿qué es en realidad convertirse? Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su Hijo, Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo para realizarse uno mismo, porque el ser humano no es el arquitecto del propio destino. Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la autorrealización es una contradicción y es demasiado poco para nosotros. Tenemos un destino más alto. Podríamos decir que la conversión consiste precisamente en no considerarse «creadores» de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos.

Conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador, que dependemos del amor. Esto no es dependencia, sino libertad. Convertirse significa, por tanto, no perseguir el éxito personal, que es algo que pasa, sino, abandonando toda seguridad humana, seguir con sencillez y confianza al Señor para que Jesús se convierta para cada uno, como le gustaba decir a la beata Teresa de Calcuta, en «mi todo en todo». Quien se deja conquistar por él no tiene miedo de perder la propia vida, porque en la Cruz Él nos amó y se entregó por nosotros. Y precisamente, al perder por amor nuestra vida, la volvemos a encontrar.

La conversión es la respuesta más eficaz al mal
S.S. Benedicto XVI, 11 de Marzo

«Cristo invita a responder al mal ante todo con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida»
«En definitiva: la conversión vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias».
«Hacer penitencia y corregir la propia conducta no es simple moralismo, sino el camino más eficaz para mejorarnos tanto a nosotros mismos como a la sociedad»
«es mejor encender una cerilla que maldecir la oscuridad».


Llamado misionero y respuesta de conversión


La Cuaresma es un tiempo de conversión y cambio de actitud, por lo que resulta actual volver a leer sobre un tema ya publicado que tiene que ver al respecto.

Hay un libro en el Antiguo Testamento, interesante y breve; consta de 4 capítulos (unas tres páginas, dependiendo de los tamaños de letra y página). Está narrado a modo de cuento, o más bien como un corto y ameno relato. Es el libro de Jonás, y en él se nos habla del llamado misionero y del llamado a la conversión; así como de la respuesta que se espera a cada uno de esos llamados.

Llamado misionero:

Dios le pide a Jonás que vaya a Nínive (la capital de Asiria) y que, a modo de advertencia, les anuncie a sus habitantes que “En 40 días Nínive será destruida”. Jonás rehusando a cumplir el mandato misionero encomendado por Dios, se embarcó hacia Tarsis, en dirección contraria a donde se le estaba enviando.

Durante el viaje hubo grandes tormentas, y ante su admisión de que su actitud era la causa del fenómeno, los marineros lo arrojaron al agua para calmar la ira del mar. Para que no muriera, Dios hizo que un gran pez lo tragara. Allí permaneció tres días y tres noches, hasta que fue vomitado en la playa por el pez.

Luego de haberse negado a responder al llamado misionero, Jonás decidió finalmente efectuar la tarea que se le había encomendado, y se dirigió a Nínive.

Después de que Jonás les anunciara la destrucción inminente debido al pecado, el libro nos habla de la penitencia y el arrepentimiento mostrado por los habitantes de la ciudad.

Respuesta de conversión:

La respuesta de los ninivitas al llamado fue:
• Creyeron en Dios.
• Hicieron ayunos.
• Vistieron ropa de sayal (tela rústica de lana).
• El Rey se sentó sobre cenizas y ordenó un ayuno de alimentos y agua de todas las personas, e incluso de los animales.

Dios por su parte, al ver la actitud de arrepentimiento, no castigó a la comunidad con la destrucción anunciada.

Dicen que Dios escribe derecho con líneas torcidas, aunque Jonás no lo esperaba, los ninivitas respondieron con un cambio de actitud ante la amenaza que tenían sobre ellos. Eso es conversión.

El propio Jesús condenaría después la incredulidad de sus contemporáneos comparándola con la conversión de los ninivitas ante el anuncio de Jonás.

La conversión es una respuesta positiva al llamado de Dios. Ese llamado puede ser mediante:
• Una advertencia: como el anuncio a los ninivitas.
• Una aparición: como a San Pablo.
• Una enfermedad.
• Una carencia o necesidad.
• Un favor recibido: una curación.
• Una prédica, un retiro, una charla, una lectura en una página de internet como esta, por ejemplo.

Dios rechaza el pecado, pero se compadece del pecador:

Continuando con el libro, Jonás se molestó porque Dios, ante el arrepentimiento de los ninivitas, los había perdonado. Razonó que Dios era ‘demasiado bueno’, que su predicación no había tenido sentido y que esa era la razón por por lo que intentó no realizarla, porque ya sabía que eso iba a pasar.
Le dijo a Dios: “Más me vale morir que seguir viviendo”. Entonces se colocó a la sombra de un arbusto que se secó luego que un gusano lo picara, se puso triste y dijo: “Estoy que me muero de rabia”.

Dios le hizo saber que el se compadece de las personas: le dijo: tu te compadeces de un arbusto que se seca, el cual no sembraste, “Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas?”.

En esta expresión se manifiesta que:
• Dios es compasivo.
• Está pendiente y se preocupa de cada uno de nosotros.
• Siente lástima por los pecadores y está dispuesto a perdonar y ayudar.

Nosotros hoy:

Como comentario final, diremos que en esta narración el pueblo que recibió la predicación acogió el llamado, se arrepintió de sus pecados; sin embargo la actitud del misionero o predicador tuvo aspectos completamente negativos. Como aplicación actual, relacionada con el llamado misionero que todos tenemos debido a la dimensión profética que hemos recibido como bautizados, cabe decir que para realizar cabalmente esta función, se requiere que primero estemos realmente convertidos nosotros mismos, que hayamos tenido previamente un encuentro con Cristo. De ese modo habrá una concordancia entre el mensaje y el mensajero; para que no nos suceda como a las campanas del templo, que invitan a asistir a la palabra de Dios que va a ser proclamada en el interior, pero se quedan fuera y no la escuchan.



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