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jueves, 25 de septiembre de 2014

EL DIVORCIO EN EL MATRIMONIO





Nada de que a la primera disputa:“¡nos divorciamos!”
Matrimonios de hoy buscan ayuda espiritual para rescatar a toda costa su relación



Con ayuda de la Iglesia Católica y de algunas terapias profesionales muchos matrimonios alrededor del mundo lograron sortear situaciones que los tuvieron al borde del divorcio, hecho que amenazaba con traer más consecuencias devastadoras para la sociedad y, peor aún, para los hijos.

Esto lo explicó el especialista en estudios sociodemográficos Dr. Fernando Pliego, al dar a conocer una serie de tendencias a nivel mundial que establecen como prioridad mantener la estabilidad matrimonial, aun con las adversidades de la modernidad. El académico de la UNAM se refirió a que esas medidas cobran cada vez más auge como políticas públicas en varios países, y las resumió en cuatro consejos para los lectores del semanario Desde la fe:

1- Buscar apoyo espiritual y psicológico. En cuanto la pareja matrimonial detecte que aparecen algunos problemas porque empiezan a suceder discusiones y desacuerdos que duelen, hay que ir de inmediato en busca de ayuda espiritual con un sacerdote y, también, a una terapia profesional. No hay que pensar que uno puede resolver por sí mismo. En el momento en que se presenta la situación, es porque ya está a punto de desbordarse.

En algunos países, está volviéndose una práctica generalizada el recurrir a la ayuda de la Iglesia y de las terapias profesionales de especialistas en psicología y conducta humana. El Dr. Pliego citó que en varios estados de la Unión Americana, de Canadá y en Australia, se les aconseja a los matrimonios acudir a una conciliación matrimonial, y que agoten las alternativas antes de llegar al divorcio.

El especialista consideró que este primer punto cobra cada vez más importancia en aras de preservar la unidad familiar. Opinó además que la situación actual, abre a la Iglesia Católica la oportunidad de enseñar a los fieles a tener mejores noviazgos y matrimonios a través de cursos y programas, que ayuden más a prevenir que a remediar los catastróficos efectos del divorcio.

2.-Tomar decisiones de común acuerdo. Los puntos de vista del Dr. Pliego se basan en el estudio de las Ciencias Sociales y, con base en esto, se ha demostrado que el matrimonio brinda las mejores oportunidades de bienestar para sus participantes, y que los matrimonios más fuertes son aquellos que saben trabajar y tomar decisiones en equipo.

3.- Cultivar la inteligencia emocional. Este aspecto es considerado por el Dr. Pliego como de suma importancia, porque el hombre debe comprender que están presentes los ciclos emocionales de la mujer, y que ambos tienen diferencias definidas por la propia naturaleza de género. Como lo que plantea una hipótesis muy estudiada que señala que a la mujer le da por hablar mucho cuando está en problemas, y demanda que la escuchen;mientras que el hombre en problemas prefiere guardar silencio. Según el académico, existe una bibliografía diversa que ayuda a tratar de entender las diferencias entre ambos sexos, lo que a la postre mejora la relación matrimonial.

4.- Practicar la solidaridad. Que haya una genuina preocupación por el bienestar del esposo, y de él hacia la esposa y los hijos. Es que para tener una familia hay que esforzarse, igual que cuando uno practica un deporte o un trabajo. La familia también necesita dedicación lo mismo que el matrimonio, porque quien no sabe ser solidario no puede tener bien a su familia.

Lo más valioso de uno como persona es su tiempo, y los padres de familia deben darlo al igual que su esfuerzo y solidaridad, aunque esto implique dejar a un lado los gustos de corto plazo, llámense fiestas, fumar, manejar en estado inconveniente,o la cruda, y cambiar tales por otros gustos de largo plazo, que son el cuidarse el hígado, llevarse bien con la familia, ver crecer a los hijos, y tener una familia para quererla.

LA DOCTRINA Y LA PASTORAL DE LOS DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR

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La doctrina y la pastoral de los divorciados vueltos a casar
Cuando se plantea el tema de la Comunión de los divorciados vueltos a casar , con frecuencia se mezclan varias cuestiones, algunas doctrinales y otras pastorales. A continuación una aclaración
 
La doctrina y la pastoral de los divorciados vueltos a casar
La doctrina y la pastoral de los divorciados vueltos a casar
Abril 30, 2014

El Papa Francisco ha manifestado en varias ocasiones su preocupación –que es una preocupación de toda la Iglesia- por la situación de los católicos divorciados: en muchos casos se sienten excluidos de la Iglesia, sin lugar en ella. Los ha animado a acercarse, y espera que el próximo Sínodo de la Familia, encuentre soluciones para éste y tantos otros desafíos que la pastoral familiar presenta a la Iglesia.

En efecto, los divorciados son miembros de la Iglesia, de los que la Iglesia como buena madre debe ocuparse también. Sería un grave error confundir el hecho de que, en principio, no puedan comulgar, con que estuvieran excomulgados. Ambas cosas son muy diferentes. Están en plena comunión con la Iglesia.

Por otro lado, sería un reduccionismo enfocar el tema sólo desde la perspectiva de la posibilidad de que puedan recibir el sacramento de la Eucaristía. Nuevas soluciones pastorales para este tema, vendrán en el conjunto de una pastoral familiar general e integrada; y no de la búsqueda de parches puntuales para situaciones concretas.

Hay persona que entusiasmadas, piensan que el Papa cambiará la doctrina católica sobre el matrimonio. En otro campo, hay quienes tienen miedo a que lo haga… Pero si hay una cosa clara es que el Papa no quiere cambiar la doctrina: quiere encontrar soluciones pastorales auténticas para los problemas que plantea la crisis de la familia en el mundo actual.
Siendo que con frecuencia los medios de comunicación opinan sobre el asunto con cierta ligereza y sin fundamento teológico, en este artículo queremos presentar algunas ideas sobre el tema.

Cuando se plantea el tema de la Comunión de los divorciados vueltos a casar (1) , con frecuencia se mezclan varias cuestiones, algunas doctrinales y otras pastorales. Sería interesante una aclaración.

El tema doctrinal que está en la base es simple: para comulgar es necesario estar en gracia de Dios (es decir, tener la conciencia libre de pecados graves). La recuperamos –cuando la hemos perdido– con el sacramento de la penitencia. Y para recibirlo es necesario el propósito de enmienda (intención concreta de esforzarse por evitar los pecados de los que uno se confiesa).

En otros campos quien comete un pecado mortal, se confiesa, es perdonado y está en condiciones de comulgar. Nadie le exige que garantice que no vuelva a pecar, sino solamente que se esfuerce por no hacerlo.

Quien vive maritalmente con una persona que no es su esposa/o(2) (sea cual sea su situación civil: soltero, casado, viudo, separado o divorciado), vive en un estado que le impide acercarse a la confesión y, por tanto, a la Comunión. Quien quisiera hacerlo debería remover la causa que se lo impide (casarse, si es soltero o viudo; conseguir la nulidad matrimonial, si es casado, y casarse; separarse; comenzar a vivir como hermanos) o al menos esforzarse por hacerlo. De otro modo, no puede recuperar la gracia necesaria para comulgar. Estoy abierto a que el ingenio humano sea capaz de descubrir otros sistemas para hacerlo, pero hoy por hoy no los hemos encontrado.

Quien sin estar casado por la Iglesia vive maritalmente, si quiere comulgar no tiene otra solución que casarse, separarse o vivir como hermanos. Punto. Aquí reside todo el problema.

Quien tuviera un vínculo anterior no puede volver casarse por la Iglesia mientras este vínculo exista. Si el primer matrimonio ha sido válido, a quien quiera comulgar sólo le quedan la segunda y la tercera opción del párrafo anterior porque la confesión perdona los pecados pero no disuelve los vínculos matrimoniales.

Pero hay un problema pastoral bastante complicado: en nuestros días debido a la ignorancia religiosa, a la existencia de visiones alternativas del matrimonio que difieren esencialmente del cristiano, etc., es razonable suponer que haya muchos matrimonios que son nulos. Quienes los contrajeron de hecho no se casaron, porque su matrimonio fue nulo.

Cuando nos encontramos con matrimonios sospechosos de nulidad, en los que no hay manera de comprobar que lo sean… ¿qué hacer? Porque si el matrimonio fue válido, no hay nada que hacer, ya que el matrimonio es indisoluble. Pero si es nulo y no puede demostrarse…

Cómo saber si un matrimonio es válido o no, es problema difícil. A resolver estos problemas se dedican los tribunales eclesiásticos. Pero no sería razonable poner en duda automáticamente la validez de los matrimonios que sufren una crisis… Se crearía un problema pastoral peligrosísimo: se expondría a las parejas a que ante las dificultades que lleva consigo la vida en común, dieran su matrimonio por nulo… La presunción está por la validez, lo que habría que demostrar es su nulidad.

Siendo algo público no cabe la solución propuesta por algunos de que cada uno vea en conciencia si su matrimonio fue nulo o no. Esto, no sólo atentaría contra la estabilidad del matrimonio, sino que lo haría posible sujeto de una condena de nulidad –unilateral y sin proceso– por parte de alguno de los cónyuges. Además no solucionaría nada, ya que esa persona –aunque estuviera subjetivamente libre del vínculo anterior– para poder comulgar debería casarse por la Iglesia. Para esto, la Iglesia tendría que dar a ese juicio de conciencia validez legal, cosa que parece ser contraria al derecho: una cosa es el fuero interno y otra el fuero externo, una cosa es la conciencia y otra los juicios canónicos y la validez de los sacramentos. El matrimonio tiene una dimensión pública.

Recientemente un artículo publicado en el diario La Nación planteó que nos encontramos en una encrucijada entre la doctrina y la pastoral. Como si la doctrina impidiera la pastoral. Pero esto no es cierto. La pastoral es la forma de llevar a la práctica la doctrina. La doctrina no es un corsé que impide la vida, sino la explicación de la vida cristiana. No tendría sentido plantear una pastoral que negara la doctrina.

Un error frecuente es presentar la cuestión en términos antagónicos, como si la misericordia llevara en una dirección y la justicia en otra diferente. Es necesario tener en cuenta todas las circunstancias, para no caer en una falsa disyuntiva: comunión o excomunión, pues no es real. Misericordia y justicia.

La misericordia no se opone a la justicia. No tendría sentido faltar a la misericordia en nombre de la justicia, ni en nombre de la misericordia, faltar a la justicia. Un justicia inmisericorde y una misericordia injusta son inmorales. Ambas atentan contra la caridad y la justicia.

La preocupación por los divorciados, que rezan, quieren formar cristianamente a sus hijos y sufren la no recepción de la Comunión, etc., necesita una pastoral concreta (obviamente los divorciados que viven al margen de la Iglesia no tienen ninguna intención de comulgar, su interés en el tema podría venir a lo sumo del deseo de que la Iglesia apruebe su opción de vida).

Los divorciados tienen lugar y un papel en la Iglesia, aún aquellos que no puedan recibir la comunión. Como todos pueden y deben rezar, asistir a Misa, educar cristianamente a sus hijos, participar en grupos de oración, de formación, de ayuda social, catequesis, etc. La comunión es importante, pero no es la única forma de participar de la vida de la Iglesia.

Al ocuparnos de los divorciados, debemos hacerlo en el contexto de todos los fieles y de la realidad de la situación de cada uno. No podemos olvidar, por ejemplo, a los tantísimos cónyuges que, una vez separados en su matrimonio, han permanecido fieles al vínculo conyugal. A nadie se le ocurriría decir que han sido víctimas de la doctrina, ni que deberían buscar alguien con quien rehacer su vida.

Defender la indisolubilidad del matrimonio y buscar el acercamiento de los divorciados a la Iglesia no son cuestiones alternativas, sino ambas exigencias de la misión de la Iglesia.

Pienso que una época de crisis familiar es muy importante ayudar a entender la indisolubilidad matrimonial, y ayudar a vivir la fidelidad. Y que la necesaria misericordia para con los divorciados vueltos a casar, no contradiga la misericordia con los separados fieles al vínculo, ni socave la estabilidad de los matrimonios en crisis. Y que la promoción de la estabilidad matrimonial no signifique la exclusión de los divorciados. Este es uno de los desafíos que tendrá en próximo Sínodo.

Algunos medios pretenden transmitir el mensaje de que la Iglesia va hacia aprobación del divorcio o a –lo que es lo mismo– abrir el acceso a la comunión a todos los divorciados. Esto, además de no ser cierto, da lugar a un problema muy serio, y no sólo porque crea falsas expectativas. No hay soluciones mágicas para la cuestión.

Cuidemos de no simplificar cuestiones tan complejas. La Iglesia busca una pastoral hacia los divorciados que esté en perfecta sintonía con su pastoral matrimonial general, en la que se pide –y se exige– el esfuerzo para sacar adelante el propio matrimonio. Si consideráramos el divorcio superficialmente ¿con qué cara le vamos a pedir a los casados que cuiden su matrimonio?

Quien buscara soluciones pastorales que negaran la doctrina, estaría creando nuevos grandes problemas pastorales. En nombre de la misericordia con los divorciados vueltos a casar, agravaríamos el terremoto que sufre la familia en nuestros días.

El gran desafío pastoral que tenemos no reside en conseguir dar la comunión a los divorciados a cualquier precio (bendito sean los casos que se pueda resolver, ya sea por vía de una nulidad auténtica o por vía de abstención de vida marital), sino que es triple: cómo ayudar a que los jóvenes quieran casarse y se casen con las debidas disposiciones –que sus matrimonios sean válidos–; a que los matrimonios duren toda la vida; y el acercamiento a Dios de los divorciados, acercamiento que para cada persona supone un camino que toca a cada uno recorrer.



Notas
(1) Los divorciados que no han formado una nueva pareja no tienen ningún problema para comulgar (deben cumplir las mismas condiciones que los demás fieles).
(2) Se sobrentiende que nos referimos a su esposa/o en un matrimonio canónico (lo que comúnmente se llama “casados por la Iglesia”).

LOS CATÓLICOS DIVORCIADOS Y LA EUCARISTÍA



Los católicos divorciados y la Eucaristía
Orientaciones del Papa en la reciente Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis (22 de enero 2007)

Entre los temas abordados por el Santo Padre en este importante documento, que recoge las conclusiones del Sínodo de los Obispos del 2005, publicamos las reflexiones e indicaciones pastorales sobre este doloroso asunto, acerca del cual se preguntan muy a menudo los católicos cómo se debe actuar

Eucaristía e indisolubilidad del matrimonio

Puesto que la Eucaristía expresa el amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, se entiende por qué ella requiere, en relación con el sacramento del Matrimonio, esa indisolubilidad a la que aspira todo verdadero amor.(91) Por tanto, es más que justificada la atención pastoral que el Sínodo ha dedicado a las situaciones dolorosas en que se encuentran bastantes fieles que, después de haber celebrado el sacramento del Matrimonio, se han divorciado y contraído nuevas nupcias. Se trata de un problema pastoral difícil y complejo, una verdadera plaga en el contexto social actual, que afecta de manera creciente incluso a los ambientes católicos. Los Pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las diversas situaciones, para ayudar espiritualmente de modo adecuado a los fieles implicados.(92) El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía. Sin embargo, los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea educativa de los hijos.

Donde existan dudas legítimas sobre la validez del Matrimonio sacramental contraído, se debe hacer lo que sea necesario para averiguar su fundamento. Es preciso también asegurar, con pleno respeto del derecho canónico,(93) que haya tribunales eclesiásticos en el territorio, su carácter pastoral, así como su correcta y pronta actuación.(94) En cada diócesis ha de haber un número suficiente de personas preparadas para el adecuado funcionamiento de los tribunales eclesiásticos. Recuerdo que « es una obligación grave hacer que la actividad institucional de la Iglesia en los tribunales sea cada vez más cercana a los fieles ».(95) Sin embargo, se ha de evitar que la preocupación pastoral sea interpretada como una contraposición con el derecho. Más bien se debe partir del presupuesto de que el amor por la verdad es el punto de encuentro fundamental entre el derecho y la pastoral: en efecto, la verdad nunca es abstracta, sino que « se integra en el itinerario humano y cristiano de cada fiel ».(96) Por esto, cuando no se reconoce la nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la convivencia irreversible de hecho, la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse en vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana; así podrán acercarse a la mesa eucarística, según las disposiciones previstas por la praxis eclesial. Para que semejante camino sea posible y produzca frutos, debe contar con la ayuda de los pastores y con iniciativas eclesiales apropiadas, evitando en todo caso la bendición de estas relaciones, para que no surjan confusiones entre los fieles sobre del valor del matrimonio.(97)

(número 29 del Documento)
Debido a la complejidad del contexto cultural en que vive la Iglesia en muchos países, el Sínodo recomienda tener el máximo cuidado pastoral en la formación de los novios y en la verificación previa de sus convicciones sobre los compromisos irrenunciables para la validez del sacramento del Matrimonio. Un discernimiento serio sobre este punto podrá evitar que los dos jóvenes, movidos por impulsos emotivos o razones superficiales, asuman responsabilidades que luego no sabrían respetar.(98) El bien que la Iglesia y toda la sociedad esperan del Matrimonio, y de la familia fundada sobre él, es demasiado grande como para no ocuparse a fondo de este ámbito pastoral específico. Matrimonio y familia son instituciones que deben ser promovidas y protegidas de cualquier equívoco posible sobre su auténtica verdad, porque el daño que se les hace provoca de hecho una herida a la convivencia humana como tal.

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