lunes, 3 de marzo de 2014

“Pruébame tu amor… sin sexo”


me respetaras
A mis trece años inicié una relación afectiva con mi enamorado, una relación muy bonita y especial, una relación de niños. Solíamos vernos poco, pues mis padres no aceptaban que tuviese un enamorado por mi corta edad, pero eso de cierta forma hacía que nuestro cariño creciera, pues cada vez que nos veíamos se sentía una gran emoción. Siendo sincera, la relación inició demasiado rápido, ni siquiera fuimos grandes amigos antes de empezarla, pero después de que empezó, él conquistó una parte de mi corazón, y él también empezó a quererme.
Juntos nos sentíamos bien; una experiencia muy gratificante que compartimos fue pertenecer a un grupo de oración que fortalecía nuestro sentimiento y nuestro amor hacia Dios. Después de dos años mis papás por fin aceptaron mi relación con él, y simultáneo a eso, entre nosotros empezó a crearse más “química”. Ya podíamos salir un poco más juntos, compartir más espacios, y pasar tiempo solos. Los besos entonces no eran iguales, eran más apasionados, cosa que al principio consideré normal, pues “nos queríamos”, por lo tanto yo no le veía mayor problema a eso.
El tiempo siguió pasando y empecé a notar que en los dos existía deseo, sin embargo, yo ya tenía mi opción clara por vivir la castidad. En cambio él, que aunque también es muy apegado a Dios, consideraba que la intimidad entre enamorados era lo más normal. Él se estaba dejando llevar mucho por sus instintos, por el mundo, por sus amigos, por la TV, en fin, por todas esas cosas comunes en el diario vivir que nos tratan de dar a entender que en las relaciones sexuales antes del matrimonio no hay nada de malo.
Por problemas de desconfianza terminamos la relación, que después acepté continuar con la promesa de un noviazgo puro que él me ofrecía. Inicialmente él puso mucho de su parte por cumplirla, pero de nuevo sus instintos y la influencia del mundo lo hicieron cambiar de opinión. Otra vez estábamos cayendo en el mismo error,  la química que había entre nosotros era demasiado fuerte, pero en el fondo yo sabía que eso no era lo que yo quería. Por tanto, opté hablar con él, comentarle lo que pensaba, sentía y quería para mi vida (la castidad). Él no estuvo de acuerdo, pues seguía muy convencido de su perspectiva sobre la sexualidad.
Yo empecé a evitar momentos solos, besos apasionados, caricias más allá de lo debido. Era evidente que yo no quería que la relación siguiera igual, y para él no fue difícil notar mi incomodidad frente a sus actitudes de querer pasional. Su vida emocional y afectiva empezó a centrarse mucho en eso, en sus deseos de experimentar, y cada vez que yo me negaba a alguna muestra de su “amor”, era motivo de pelea.
En fin, una noche decidí dejar las cosas claras, expresarle hasta qué punto podía llegar, y que debía respetar la opción que yo quería vivir. Le pedí que por favor fuese sincero, y decidiera si en realidad iba a aceptarme así, o que si se consideraba incapaz, dejáramos la relación hasta ahí. Él me dijo que no me quería hacer daño, que sabía que su deseo era muy fuerte, y que no iba a ser capaz, que era mejor que nos diéramos un tiempo, y yo acepté.
El día después nos encontramos en el grupo de oración que juntos frecuentábamos, y me pidió que volviéramos, que su propósito era vivir un noviazgo puro. Ese día le dije que no, que pensara mejor las cosas, que si en ese momento me prometía eso, yo quería que fuese de corazón. Al día siguiente hablamos, y me dijo que yo tenía razón, que efectivamente él me proponía un noviazgo puro porque quería que siguiéramos siendo enamorados, pero que en realidad el seguía pensando que las relaciones sexuales en enamorados estaba bien, por lo tanto, probablemente después seguiría intentando experimentar más.
Pienso que vivir la castidad es una decisión personal, es una opción hermosa y posible si por mí mismo deseo llevarla a cabo. Si no la comprendo y la deseo firmemente, es muy fácil caer. Si se quiere llevar un noviazgo puro, es necesario que el deseo de vivirlo sea por parte de los dos, y los dos pongan el empeño suficiente en lograrlo.
A veces no me explico la realidad de la vida. Cuando la relación era pura, la parte de ser a escondidas dificultaba mucho todo, pero cuando empezaron a darse las cosas para iniciar una relación firme, tomó otro rumbo, más pasional y menos de Dios, que me hacía sentir mal y vacía.
Hoy en día, aunque no mantenemos contacto, nos topamos en el grupo de oración. Para mí no es cuestión fácil verlo, pues en realidad lo quiero; pero lastimosamente nuestro buen lazo de amor se estaba convirtiendo en un lazo destructivo por culpa de un mal concepto de la sexualidad. Por ahora lo que hago es orar, para que pronto él pueda reconocer lo especial de una relación en Dios. Una experiencia con Dios, llena y motiva tanto que la lejanía con aquella persona se ha hecho más llevadera. El oro necesita ser purificado en el fuego. A veces por seguir la corriente y elegir el camino más fácil, nos cegamos y echamos a perder las buenas cosas que hemos construido. Tengamos cuidado con ese ámbito de nuestro ser, la sexualidad. La sexualidad es grandiosa, pero también puede llegar a ser muy dañina si no sabemos llevarla. Usémosla a nuestro favor, cuando estemos a punto de caer, recordemos la hermosura de poder vivir una sexualidad plena, segura, cuando esté bendecida por Dios. No es fácil, pero entender que es por nosotros mismos, que es por el verdadero amor, que es por Dios, eleva nuestras ganas y voluntad de seguir adelante en este gran camino. Sentemos nuestras bases en la oración, tengamos presente siempre que nuestra espera lo vale, que La Opción V por la que hoy nos decidimos ¡también!
Agradezco a La Opción V, me ha servido de gran ayuda para mantenerme en pie y no desfallecer.

No hay comentarios: