viernes, 14 de marzo de 2014

Consagración de la jornada



Consagrar la jornada
Extraído de conversaciones con el Padre espiritual
 Son muchas las actividades que ahora me han venido o que yo he buscado. Eso me impide rezar con atención. Me cuesta encontrar unción, deseos de orar, porque estas actividades ahogan ese deseo. Es como situarse en “el otro lugar”, en el mundo, con demasiada frecuencia y esto me hace salir de la ermita del corazón.
‒ Bueno, es importante en este caso, así como en otros, comprender bien la raíz del asunto, como suelo decir, para saber dónde está uno parado en realidad. Si uno se equivoca en la raíz, no resuelve, porque se dedica a mirar a otra parte y no donde está el problema.
¿Dónde estaría la raíz en este caso? Veamos… Las actividades no tienen intención, no pueden ahogar el deseo. La falta de unción, la dificultad para encontrar deseos de orar… tienen otro origen.
Las muchas actividades pueden molestar al que desea orar, no encuentra el tiempo y le gustaría estar más libre para la oración, pero el deseo estaría igualmente allí. Es como cuando uno desea comer, tiene hambre y no hay tiempo para ello, pero el hambre persiste.
Y entonces, el origen de lo que sucede ¿dónde está? Si dices que no has sabido parar a tiempo, que no sabías que eso te podía sacar de la ermita, o que lo hiciste por convivir con los que están junto a ti, ¿puedes ver por qué te implicaste en su momento?
Porque si los motivos por los que realizamos las actividades son buenos, éstas no tienen por qué perturbar la unción o el deseo de oración, por mucho tiempo y atención que las dediquemos. La raíz está, según creo, en otra parte.
Los monjes o monjas contemplativas que se encierran en un monasterio para encontrar así a Dios, han sentido un llamado a la consagración de vida y se agrupan en torno a un carisma, buscando a la vez un ambiente recogido. Pero los que han de vivir “en el mundo” deberían asimilar una cuestión que es importante: a pesar de las actividades, puede persistir el deseo de unción y el deseo de oración, y junto con esos deseos sostenidos, se generan los tiempos y espacios adecuados más tarde o más temprano. La unción es un modo de hacer, de sentir y estar entre las actividades; y la oración, junto al deseo de percibir la Presencia, puede efectuarse aun en medio de las tareas.
Ha de crecer la fe. Desde mi punto de vista, la raíz radica en la fe. Porque solemos oscilar en nuestra fe, y a veces nos afirmamos en otras cosas antes que en Dios… y luego nos encontramos en situaciones que no nos resultan convenientes.
Cuando uno tiene fe de que El Señor tiene un “oído” siempre presto a nuestra oración, o que cuando “hacemos” con unción actuamos en Su presencia, difícilmente se pierde el deseo de orar o se apresura uno en las tareas. Al menos es mi experiencia.
Cuando hacíamos la comunidad que describo un poco en “desde la ermita”, hubo momentos de mucha actividad afuera: había que hacer construcciones, implementaciones, organizar, etc… y era notable como, cuando ponía mi fe en mi actividad o en “el hacer las cosas”, se me iba la unción; cuando confiaba en los planes que hacíamos con los hermanos, la oración se enfriaba. Pero cuando desconcertado por algo, ponía toda la confianza en Él, volvía el fervor.
‒ Cuando lo que pido a Dios desde hace tiempo, algo que tanto necesito y que considero es bueno, no me es concedido… pierdo un poco mi fe. Pero sé que debo tener fe de todas maneras, porque Él sabe lo que hace.
‒ La fe, por supuesto, no puede depender de la concesión de los deseos, como dices. La fe es un acto independiente del resultado de la oración, es un convencimiento íntimo de la necesidad de Dios en la vida y de su presencia constante, aunque a veces incomprensible en sus acciones.
La verdad que nos hace libres (Jn 8, 31-32), requiere de comprensión profunda. Y para comprender profundamente, hay que estar abierto a la posibilidad de estar equivocado en lo que se cree, o ha creído, acerca de ciertas cosas. Digo que es importante comprender, insisto en esto.
Me dices que no se puede inventar esa fe que mueve montañas, que haría que sintieras de otra forma. Y me preguntas cómo aumentar la fe, aparte de pedírsela a Dios… Bien, no hay nada mejor que vivir experiencias que cimenten la fe. Pero para ello, se necesita entregarse a la fe antes, es decir saltar la seguridad.
Si nunca le damos la oportunidad a Dios de manifestar su gracia inigualable, nunca vemos sus actos, de tan mezclados que están con nuestras búsquedas de seguridades. Si controlas todo lo que puedes, eso impide el crecimiento de la fe.
Un ejemplo: vamos en un tren, hacia la casa del Padre. Uno puede viajar mirando por la ventanilla, orando, charlando con amigos, o permanecer de pie cargando los bultos todo el viaje. El tren llega a destino igualmente, aunque caminemos en pos del maquinista. A pesar de ello tiendes a cargar con los bultos, es decir, gustas innecesariamente de controlar, buscando seguridades. Esta es una actitud subyacente.
Realizar las actividades, acciones propias del que vive en el mundo no debe ser algo perturbador. Esa actitud subyacente es lo que hace que las actividades se vuelvan ingratas y que te extraigan de la ermita interior. Y esa actitud subyacente se alimenta de la falta de fe, es hija del temor.
Y si las actividades nos resultan gratas, es porque éstas son un regalo del Señor. Hacerlas bien, buscando lo mejor y la cercanía a la perfección, es un modo de orar y lleva rápido hacia la unción. Podían invadirte ciertos escrúpulos excesivos, asociados a una imagen fija que tienes de cómo debe ser tu relación con El Señor. “Hacer” en el mundo no es apartarse de Dios. Son etapas en las cuales tu relación con Dios ha mejorado. Él te regala dones, para que tu vida sea mejor.
Pero claro, todo exceso es malo si sientes que te vuelcas demasiado en las cosas exteriores. Mira de encontrar más tiempo para Jesucristo, para la oración. Pero no olvides encontrar ese tiempo, también durante las actividades.
Cuídate de no generar una falsa polaridad, entre el tiempo para Dios y el que no lo es. Toda la jornada es una consagración a Dios.
El tiempo del Señor, no es sólo el de la reclusión, o el de la oración ante el icono. Esos son momentos propicios, herramientas, pero cada minuto es para Él o debería serlo. Nuestra vida entera ha de ser un hacer con Él.

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