Esta mañana, como todos los miércoles, Benedicto XVI ha tenido la acostumbrada audiencia general, el tema de la catequesis de hoy ha sido la relación del ser humano con la naturaleza, que es creación de Dios. Ofrecemos su texto completo:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Nos acercamos ya a al final del mes de agosto, que para muchos significa la conclusión de las vacaciones de verano. Mientras se regresa a las actividades cotidianas ¡cómo no agradecer a Dios por el don precioso de la creación, del que es posible gozar, y no sólo durante el periodo de las vacaciones! Los diferentes fenómenos de degradación ambiental y las calamidades naturales, que lamentablemente no pocas veces registran las informaciones, nos recuerdan la urgencia del respeto debido a la naturaleza, recuperando y valorizando, en la vida de cada día, una correcta relación con el ambiente. En lo que respecta a estos temas, que suscitan la justa preocupación de las Autoridades y de la opinión pública, se va desarrollando una sensibilidad nueva, que se expresa en los encuentros que se van multiplicando también en ámbito internacional.
La tierra es don precioso del Creador, el cual ha diseñado sus ordenamientos intrínsecos, dándonos así las señales orientativas a las cuales atenernos como administradores de su creación. Es precisamente a partir de esta conciencia, que la Iglesia considera las cuestiones ligadas al ambiente y a su salvaguarda íntimamente enlazada con el tema del desarrollo humano integral. A estas cuestiones me he referido varias veces en mi última Encíclica Caritas in veritate, reiterando “la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad” (n. 49), no sólo en las relaciones entre los Países, sino también entre los individuos, puesto que el ambiente natural es dado por Dios para todos, y su uso comporta una responsabilidad personal nuestra hacia toda la humanidad, en particular hacia los pobres y las generaciones futuras (cfr ivi, 48). Percibiendo la responsabilidad común de la creación (cfr ivi, 51), la Iglesia no sólo está comprometida en promover la defensa de la tierra, del agua y del aire, don del Creador a todos, sino sobre todo se esmera en proteger al hombre contra la destrucción de sí mismo. En efecto, cuando se respeta la « ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia (ibid.). Acaso ¿no es verdad que el uso desconsiderado de la creación comienza allí donde Dios es marginado o incluso se llega a negar su existencia? Si llega a faltar la relación de la criatura humana con el Creador, la materia se reduce a posesión egoísta, el hombre se vuelve su “última instancia” y el objetivo de la existencia se reduce a ser una carrera con el afán de poseer lo más posible.
La creación, materia estructurada de forma inteligente por Dios, está confiada pues a la responsabilidad del hombre, el cual está en grado de interpretarla y de remodelarla activamente, sin que se considere su dueño absoluto. El hombre está llamado más bien a ejercer un gobierno responsable para custodiarla, con provecho y cultivarla, encontrando los recursos necesarios para una existencia digna de todos. Con la ayuda de la misma naturaleza y con el empeño del propio trabajo y de la propia inventiva, la humanidad tiene verdaderamente la capacidad de cumplir el grave deber de entregar a las nuevas generaciones una tierra que ellas también, a su vez, podrán abitar dignamente y cultivar ulteriormente (cfr Caritas in veritate, 50). Para que ello se realice, es indispensable el desarrollo de “aquella alianza entre ser humano y ambiente, que debe ser reflejo del amor creador de Dios” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7), reconociendo que todos nosotros provenimos de Dios y hacia Él nos encaminamos
¡Cuán importante es entonces que la comunidad internacional y los gobiernos sepan dar las orientaciones justas a sus propios ciudadanos para contrastar de forma eficaz las modalidades de empleo del ambiente que resulten dañinas para el mismo! Los costes económicos y sociales, que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes, reconocidos de manera transparente, deben ser sufragados por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones. La protección del entorno, de los recursos y del clima requiere que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente en el respeto de la ley y la solidaridad con las regiones más débiles del planeta (cfr Caritas in veritate, 50).
Juntos podemos construir un desarrollo humano integral en beneficio de los pueblos, presentes y futuros, un desarrollo inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Para que ello suceda es indispensable convertir el actual modelo de desarrollo global hacia una responsabilidad mayor y más compartida en relación con la creación: lo requieren no sólo las emergencias ambientales, sino también el escándalo del hambre y de la miseria.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor y hagamos nuestras las palabras de san Francisco en el Cántico de las criaturas: “Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición… Alabado seas mi Señor, con todas tus criaturas”. Así rezaba san Francisco. También nosotros queremos rezar y vivir en el espíritu de estas palabras.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Nos acercamos ya a al final del mes de agosto, que para muchos significa la conclusión de las vacaciones de verano. Mientras se regresa a las actividades cotidianas ¡cómo no agradecer a Dios por el don precioso de la creación, del que es posible gozar, y no sólo durante el periodo de las vacaciones! Los diferentes fenómenos de degradación ambiental y las calamidades naturales, que lamentablemente no pocas veces registran las informaciones, nos recuerdan la urgencia del respeto debido a la naturaleza, recuperando y valorizando, en la vida de cada día, una correcta relación con el ambiente. En lo que respecta a estos temas, que suscitan la justa preocupación de las Autoridades y de la opinión pública, se va desarrollando una sensibilidad nueva, que se expresa en los encuentros que se van multiplicando también en ámbito internacional.
La tierra es don precioso del Creador, el cual ha diseñado sus ordenamientos intrínsecos, dándonos así las señales orientativas a las cuales atenernos como administradores de su creación. Es precisamente a partir de esta conciencia, que la Iglesia considera las cuestiones ligadas al ambiente y a su salvaguarda íntimamente enlazada con el tema del desarrollo humano integral. A estas cuestiones me he referido varias veces en mi última Encíclica Caritas in veritate, reiterando “la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad” (n. 49), no sólo en las relaciones entre los Países, sino también entre los individuos, puesto que el ambiente natural es dado por Dios para todos, y su uso comporta una responsabilidad personal nuestra hacia toda la humanidad, en particular hacia los pobres y las generaciones futuras (cfr ivi, 48). Percibiendo la responsabilidad común de la creación (cfr ivi, 51), la Iglesia no sólo está comprometida en promover la defensa de la tierra, del agua y del aire, don del Creador a todos, sino sobre todo se esmera en proteger al hombre contra la destrucción de sí mismo. En efecto, cuando se respeta la « ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia (ibid.). Acaso ¿no es verdad que el uso desconsiderado de la creación comienza allí donde Dios es marginado o incluso se llega a negar su existencia? Si llega a faltar la relación de la criatura humana con el Creador, la materia se reduce a posesión egoísta, el hombre se vuelve su “última instancia” y el objetivo de la existencia se reduce a ser una carrera con el afán de poseer lo más posible.
La creación, materia estructurada de forma inteligente por Dios, está confiada pues a la responsabilidad del hombre, el cual está en grado de interpretarla y de remodelarla activamente, sin que se considere su dueño absoluto. El hombre está llamado más bien a ejercer un gobierno responsable para custodiarla, con provecho y cultivarla, encontrando los recursos necesarios para una existencia digna de todos. Con la ayuda de la misma naturaleza y con el empeño del propio trabajo y de la propia inventiva, la humanidad tiene verdaderamente la capacidad de cumplir el grave deber de entregar a las nuevas generaciones una tierra que ellas también, a su vez, podrán abitar dignamente y cultivar ulteriormente (cfr Caritas in veritate, 50). Para que ello se realice, es indispensable el desarrollo de “aquella alianza entre ser humano y ambiente, que debe ser reflejo del amor creador de Dios” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7), reconociendo que todos nosotros provenimos de Dios y hacia Él nos encaminamos
¡Cuán importante es entonces que la comunidad internacional y los gobiernos sepan dar las orientaciones justas a sus propios ciudadanos para contrastar de forma eficaz las modalidades de empleo del ambiente que resulten dañinas para el mismo! Los costes económicos y sociales, que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes, reconocidos de manera transparente, deben ser sufragados por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones. La protección del entorno, de los recursos y del clima requiere que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente en el respeto de la ley y la solidaridad con las regiones más débiles del planeta (cfr Caritas in veritate, 50).
Juntos podemos construir un desarrollo humano integral en beneficio de los pueblos, presentes y futuros, un desarrollo inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Para que ello suceda es indispensable convertir el actual modelo de desarrollo global hacia una responsabilidad mayor y más compartida en relación con la creación: lo requieren no sólo las emergencias ambientales, sino también el escándalo del hambre y de la miseria.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor y hagamos nuestras las palabras de san Francisco en el Cántico de las criaturas: “Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición… Alabado seas mi Señor, con todas tus criaturas”. Así rezaba san Francisco. También nosotros queremos rezar y vivir en el espíritu de estas palabras.
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