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lunes, 28 de octubre de 2013

Carta sobre la utilidad de fijar y anotar los pensamientos provechosos.


 



I

¡Hermano amadísimo en Cristo!
No hay nada que aleje tan fácilmente el espíritu humano de la comunión con Dios como el no pensar en Él. Este olvido, sofocando la atención, hace al alma insensible al propio destino o bien termina por entregarla a la dispersión, anclándola en la vanidad de las cosas materiales.

¡Ah! Qué  necesario es velar y vigilar el corazón. ¡Custodiar las puertas del alma de todo lo que le es extraño a su naturaleza y seduce los sentidos exteriores!

Débil es la voluntad humana. El hombre está siempre pronto para cambiar las propias disposiciones interiores. Si se dedicase día a día a cuidar de sí mismo, conocería por experiencia la propia inconstancia y olvido, su creciente tibieza y la siempre mayor fragilidad de sus propias persuasiones. ¿Qué hacer con este hombre? En la relación con Dios es necesario persistir en el pedido de la ayuda de su gracia. Mirándose a sí mismo, es necesario ponerse a trabajar: buscar todos los medios posibles para vencer el extravío de la atención, para recordar todo lo que conduce a la humildad, y persuadirse de la necesidad de la atención. ¡Es así! Hay innumerables ejemplos, de absoluta evidencia, entre los antiguos ascetas. Uno tenía siempre consigo el evangelio; otro una carabera [1]; otro un cuadernos para la memoria [2]. Siguiendo este último ejemplo, para reavivar  la memoria y exhortar el corazón con la transcripciones de las experiencias de vida, también yo, a causa de mi habitual pereza, más de una vez en la vida he decidido transcribir mis pensamientos y propósitos, a fin que, alejándome de las atracciones de las pasiones, pudiese más a menudo recordarme la vocación de permanecer siempre en la presencia de Dios y orar incesantemente. Esta artimaña para prestar atención, la he adoptado por largo tiempo. Cuando era un muchacho de trece años y ardía por el deseo de una vida contemplativa, comencé a anotar mis propósitos para recordarlos. Muchas veces en los últimos tiempos he vuelto a escribirlos. Y ¿qué ha sucedido? Al principio estos apuntes inflamaban el espíritu, convencían el corazón, consolaban y exhortaban a las acciones reavivando la memoria. Pero después recaían inutilizados. Raramente los renovaba, y a veces los olvidaba del todo. ¿Qué utilidad puede tener todo esto? En realidad estas anotaciones, si bien podemos apenarnos de no tenerlas en cuenta por nuestra disipación, son importantes, porque ponen al descubierto nuestra pereza e inconstancia, nos hacen conocer nuestra debilidad e impotencia, humillándonos de este modo, mostrándonos la ineludible necesidad de invocar la ayuda de Dios. Y pues, a veces, cayendo sin querer bajo los ojos, vuelven a realizar el fin y nos obligan a volver nuestra mirada a nosotros mismos. Por esto es utilísimo anotar los pensamientos, exhortaciones y experiencias de vida: son como una campana que suena, un sostén para el alma, el resplandor de un fuego lejano para el caminante que atraviesa la noche!...

 




[1] Una carabera, símbolo de la mortalidad del hombre exterior.

[2] En el cuarto grado de la Escala de Juan Clímaco (o Juan el Sinaíta) leemos: “Miraba con atención la persona que estaba encargada  del servicio del refectorio, y notaba… que tenía colgado a la cintura una pequeña tabla y… descubrí que iba anotando cada día sus propios pensamientos, para después revelarlos todos al pastor. Y no sólo él sino también muchísimos otros del monasterio se comportaban de aquel modo”. (Juan Clímaco, Escala, 4, 32, a cargo de L. d’ Ayala Valva, Qiqajon, Bose, 2005, p. 139).

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