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viernes, 27 de septiembre de 2013

Sentencias Espirituales de San Bernardo de Claraval

 


San Bernardo. Juan Correa de Vivar S XVI. Museo del Prado. Madrid
  1. Peligra la castidad en las delicias, la humildad en las riquezas, la piedad en los negocios, la verdad en el mucho hablar, y la caridad en este mal siglo.
  2. No hay cosa más preciosa que el tiempo, ¡mas ay de mí, que en el día ninguna se estima menos!.
  3. Pasan los días de la salud, y ninguno lo considera; ninguno siente haber perdido unos momentos que ya no volverán.
  4. No hay cosa tan dura que no ceda a otra que todavía sea más fuerte.
  5. Cúlpate a ti mismo, cuando te hace mal un enemigo que no te puede dañar sin ti.
  6. ¿De que te servirá ser sabio, sino lo eres para ti?.
  7. Al que piensa que nada le falta, le falta todo.
  8. Observa el medio sino quieres perder la moderación en las cosas.
  9. Para los incautos es la prosperidad como el fuego para la cera, y el rayo del sol para la nieve.
  10. No es cosa grande ser humilde entre los desprecios, pero es rara virtud una humildad entre las honras.

 



San Bernardo Flemish Scholl 1480 Museo de Arte Religioso Liege
11. No hay miseria más verdadera que la falsa alegría.
12. Convencidos estamos de que queremos, cuando hacemos lo que no se haría sino quisiéramos.
13. El ánimo distraído y derramado no siente los daños interiores.
14. Huir de la persecución, no es culpa del que huye, sino del le persigue.
15. Cuando se deja de hacer alguna cosa por necesidad, la voluntad de ejecutarlo se reputa por hecho.
16. Ninguno merece mejor el enojo que aquel enemigo que se finge amigo.
17. Los que atesoran en el cielo, no tienen porque temer a los ladrones.
18. El que no tiene la felicidad de agradar, no puede reconciliar ni aplacar.
19. Es necesario condescender con los amigos, más no para contribuir a su perdición.
20. Si el agua de un rio se estanca, se corrompe.
 
 

 


San Bernardo. Alonso Cano 1650. Museo del Prado (Madrid)
21. Todas las cosas de este mundo han de tener fin; y su fin no tendrá fin.
22. Darás a tu voz, voz de virtud, si primero te persuades a ti mismo de lo que quieres persuadir a otros.
23. Oigo con gusto la voz de aquel Doctor que no solamente mueve al aplauso, sino también al llanto.
24. La voz de la tortolilla no resuena dulce, pero enseña cosas dulces (quiero decir, el amor de su igual).
25. Quieras o no quieras, dentro de tus términos habita el Jebuseo, le podrás sujetar, más no exterminar.
26. El poco haber podado una vez; es preciso podar muchas veces, o siempre, por mejor decir (porque los vicios a cada instante retoñan)
27.  No puede crecer la virtud juntamente con los vicios: reprímase la concupiscencia para que tome fuerza la virtud.
28. Quita las cosas superfluas, y nacerán las saludables; porque cuando quitas a la concupiscencia se añade a la utilidad.
29. El Pastor docto, pero que no es bueno, no aprovecha tanto con su abundante doctrina, cuando perjudica con lo estéril de la   vida.
30. Tal vez es menos perniciosa la ambición satisfecha en sus deseos, que frustrada es sus pretenciones (porque en esta caso se vale de medios violentos). 


Síntesis de la doctrina espiritual de San Bernardo de Claraval
 Voluntad propia y voluntad común
 
 El trabajo de la conversión, que es, como hemos visto, un camino ascensional, una escala hacia la libertad, hacia la verdad y hacia el amor, tiene como fin la unión del alma con Dios: la unidad de espíritu con él mediante la unión de voluntades, a través de lo que Bernardo llama voluntas communis, voluntad común, es decir, caridad. Fuera del paraíso, en la región de la desemejanza y la deformidad, lo que existe es la voluntas propria, egoísta, codiciosa , curvada, centrada en sí misma, que nació cuando Adán dejó libremente de querer lo que Dios quería, y así diferenció su voluntad de la divina. La región de la desemejanza es la región del proprium, del amor propio y su compañero el propio consejo (proprium consilium), nacido de una autosuficiencia altanera, y propio de los no aceptan más juicio que el suyo y lo impone a los demás como si él sólo tuviera el Espíritu de Dios. Es decir, está en la línea de un juicio obstinado:
 En el corazón existe una doble lepra: la voluntad propia y el propio consejo. Ambas con pésimas, y además muy perniciosas porque son internas (Res 3,3).
Y a continuación da esta definición:
 Llamo voluntad propia a la que no es común con Dios y con los hombres, sino únicamente nuestra; cuando lo que queremos no lo hacemos por el honor de Dios ni por la utilidad de nuestros hermanos, sino para nosotros mismos, sin pretender agradar a Dios y aprovechar a los hermanos, sino satisfacer las propias pasiones del alma. Cosa diametralmente opuesta es la caridad, que es Dios (Res 3,3).
 Bernardo ve en ella la fuente de todo mal, pues vicia todo el comportamiento ético del hombre. Al ser lo opuesto a la caridad, es lo opuesto a Dios, al volverse independiente y autónoma de él. Y como está movida por la cupiditas, su avidez y ambición no conoce límite, como hemos visto al tratar de la insaciabilidad, de modo que “al que se deja llevar de la voluntad propia no le basta el mundo entero” (Ibid.). Por eso es semejante al diablo y hasta se hace una con él (Sal 90, 11,5). De ahí que escriba:
 Lo único que Dios odia y castiga es la voluntad propia. Cese la voluntad propia y no habrá infierno para nadie (Res 3,3).
La voluntad propia hace relación directa a términos como cupiditas, proprium, proprietas, singularitas, angulus: codicia, propio, apropiación, singularidad, indivudualismo o automarginación:
Donde hay amor propio, allí hay individualismo (singularitas). Donde hay individualismo hay rincones. Y donde hay rincones, hay basura e inmundicia (AmD XII, 34).
Y para evitar confusiones, Bernardo aclara que voluntad propia no es sinónimo de voluntad sin más, ni de libre albedrío, sino que éste se somete a ella. Por tanto, se trata de una corrupción del uso de la voluntad, que va tras sus deseos y concupiscencias. Ahora bien, si esa voluntad se convierte y se deja purificar podrá llegar hasta la pureza de corazón, como hemos visto en el tratado Sobre la conversión, y entonces volverá a ser voluntad común (Res 3,3), caridad partícipe de Dios, porque Dios es Caridad. Y porque cuando cesa lo propio, aparece lo participado: “cuando el hombre no tiene nada propio, todo lo que tiene es de Dios” (AmD XII, 35).
En el tratado Sobre el amor de Dios define la caridad en estos términos:
La caridad auténtica y verdadera, la que procede de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera, es aquella por la que amamos el bien del prójimo como el nuestro propio. Porque quien sólo ama lo suyo, o lo ama más que a los demás, es evidente que no ama el bien por el bien, sino por su propio provecho… En cambio, la caridad convierte las almas y las hace también libres (AmD XII,34).
 

 


Entrega de San Bernado a Hugo de Payns
31. En vano oye o lee el cantico del amor el que no ama.
32. El corazón frio no percibe unas palabras que están llenas de fuego, así como el que no sabe el griego, no entiende a que habla en esta lengua.
33. No puede la fama agregar a la virtud lo que la conciencia arguye, que es vicio.
34. La virtud se contenta con el candor de la conciencia, aun cuando no la acompañe el olor de la buena fama.
35. Muchas cosas te fastidian en la ociosidad, que tomarás con deseo después del trabajo (porque la mejor salsa es el hambre).
36. Más atrevido es el enemigo para envestir por la espalda, que para resistir cara a cara.
37. Hacer el mal, sea quien fuere el que lo mande, no tanto será obediencia, cuanto desobediencia (porque se falta a la que debemos a Dios).
38. Aquello que cualquiera ama sobre todas las cosas, se demuestra, sino es Dios, en lo que se propuesto en lugar de Dios.
39. No correrían muchos con tanto gusto a los cargos si conocieran que son cargas.
40. Que no se desvanezca el que está colocado en alto, es difícil.
 

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