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viernes, 27 de septiembre de 2013

El quinto modo de amor.




Los siete modos de amor
Sucede a veces que amor se despierta en el alma como una tempestad, con gran estrépito y gran furor y parece como si el corazón fuera a quebrarse por la fuerza del asalto y el alma hubiera de salir de sí misma en la entrega al amor y en su irrupción. Es arrastrada entonces en el deseo de amor y el cumplimiento de sus obras, grandes y puras, y quiere satisfacer al amor en todas sus exigencias. O bien quiere esposarse en el dulce abrazo de amor, en la deliciosa bienaventuranza y en la posesión de todo bien, de modo que su corazón y todos sus sentidos lo desean, lo buscan con celo y lo reclaman con pasión.
Cuando se halla en este estado, [el alma] se encuentra tan fuerte de espíritu, abraza tantas cosas en su corazón, siente tal fortaleza  en su cuerpo, es tan ágil en sus actos, tan activa interior y exteriormente, que todo en ella, según le parece, es ocupación y trabajo, al mismo tiempo que su cuerpo permanece en calma. Se siente, no obstante, arrastrada desde el interior, arrebatada por el amor, presa de la impaciencia y de las múltiples penas de una profunda insatisfacción.
Ora es la propia experiencia de amor lo que la hace sufrir, sin un porqué, ora el deseo de esos bienes que reclama o la insuficiencia de la fruición de amor. A instantes el amor pierde en ella hasta tal punto la medida, brota con una tal vehemencia y agita el corazón con tal fuerza y tan furiosamente, que éste parece herido por todos lados y sus heridas no cesan de renovarse, cada día con dolor más amargo y con nueva intensidad.
Y le parece que sus venas se rompen, que su sangre se derrama, que u médula se marchita: sus huesos desfallecen, su pecho arde, su garganta se seca, su rostro y todos sus miembros sienten el calor interior y el furor de amor.
Otras veces es como una flecha que atraviesa su corazón hasta la garganta y más allá hasta el cerebro, y le hace perder el sentido, o como un fuego devorador que atrae cuanto puede consumir; tal es la violencia con la que experimenta el alma en su interior la acción de amor, implacable, sin medida, apoderándose de todo y devorándolo todo.
Así es atormentada y su corazón es herido y desfallecen sus fuerzas. Pero el alma es alimentada, su amor es amamantado y su espíritu, arrebatado por encima de sí mismo. Pues el amor está tan por encima de toda capacidad de comprensión, que no se lo puede aprehender. Y de ese sufrimiento desea a veces deshacer el lazo, quebrar la unión de amor. Pero ese lazo la estrecha tan de cerca, la inmensidad de amor la sujeta de tal manera, que no puede mantener medida ni razón, no puede atender al buen sentido, ni moderarse, ni esperar sabiamente.
Pues cuanto más recibe de lo alto, más reclama; cuanto más le es revelado, más la empuja el deseo de acercarse a la luz de la verdad, la pureza, la nobleza y la fruición del amor. Y atraída y estimulada siempre con más intensidad, nada la satisface o la calma. Lo que más la aflige y la atormenta es lo que más la cura y la consuela; lo que más profundamente la hiere es su única salud.

 
 
 

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