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miércoles, 28 de agosto de 2013

VIVIR EN LA PRESENCIA DE DIOS AQUÍ EN LA TIERRA

 
Ahora, pues, hijos, yo os recomiendo que sirváis a Dios en verdad y hagáis lo que es agradable en su presencia.  (Tobías (SBJ) 14,18)
 

1.      BUSCANDO EL ROSTRO DE DIOS
“¡Se alegre el corazón de los que buscan al Señor! , ¡Buscad al Señor  y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, (Salmos (SBJ) 105, 34-4)
El Rostro del Señor dice San Agustín, no es otra cosa que la presencia del Señor. Y así, buscar el Rostro del Señor siempre es andar siempre en su presencia convirtiendo el corazón a Él con deseo y con amor. Muchos santos, cuando hablan de su experiencia, como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o San Buenaventura, comentan que andar siempre en este ejercicio de la presencia de Dios es vivir aquí en nuestra vida terrenal muy bendecidos, esto porque la bienaventuranza de los Santos consiste en buscar el Rostro de Dios por siempre y en todas partes, es decir por nada del mundo perderle de vista, en el sentido que en todo sentir su presencia, lo que de seguro, andaremos con el alma engrandecida de gusto. San Juan de la Cruz dice; “El Alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa”. (Avisos 96)
Pues ya que en esta vida no podemos ver a Dios visiblemente, ni sabemos como es fisicamente y nadie lo ha visto para que nos cuente,  ni tampoco sabemos bien como es andar siempre en El, porque eso es propio de los bienaventurados, a lo menos trataremos de imitarle, a nuestro modo, según lo experimente nuestra fragilidad, procurando estar siempre mirando, respetando y amando a Dios. De manera que así como Dios nuestro Señor nos crió para estar eternamente delante de el en el Cielo y gozarle, así El ha querido que tuviésemos acá en la tierra un retrato grabado de El en nuestro corazón con la imagen que mejor llegue a nuestra mente, a modo de ensayo de aquella bienaventuranza que el nos regala, andando siempre delante de Él mirándole y reverenciándole, aunque a sea de noche (porque no lo vemos), como canta San Juan de la Cruz
San Pablo a los Corintios; Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara.  (1 Corintios (SBJ) 13, 12). Ahora miramos y vemos a Dios por la fe como por espejo; después le veremos descubiertamente y cara a cara.
2.      ESTAR EN PRESENCIA DE DIOS, EN TODO LO QUE HACEMOS
Pues los caminos del hombre están en la presencia del Señor, él vigila todos sus senderos. (Proverbios (SBJ) 5, 21)
Ciertamente, la búsqueda del Rostro de Dios hay que hacerla desde nuestra propia vida, es decir en los quehaceres y experiencias íntimas de cada uno de nosotros. Quizá en esto no sea fácil dar una receta, pero las experiencia son validas para ir en la búsqueda de una propia. San Juan de la Cruz las describe bellamente, el nos propone que si queremos buscar a Dios, tenemos que buscar en el Alma, porque allí está escondido y así el santo le pregunta a Dios; ¿Adonde te escondiste amado? (Cántico Espiritual CB 1,6)
El no perder de vista, es decir, el no perder el estar en presencia de Dios en todo lo que hacemos, es confianza además de que El tampoco pierde de vista todo cuanto hacemos, un ejemplo de esto es lo que le ocurrió a Tobías cuando se la aparece el Arcángel; “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor, .. Y luego le dijo; “No temáis. La paz sea con vosotros. Bendecid a Dios por siempre. Si he estado con vosotros no ha sido por pura benevolencia mía hacia vosotros, sino por voluntad de Dios. A él debéis bendecir todos los días, a él debéis cantar.  (Tobías (SBJ) 12, 15-18) Esto nos dice que Dios envía a sus santos ángeles en nuestra ayuda para guardarnos y defendernos. También esto es motivo, para cuidarnos de no ofender a los mas débiles, como a los niños, tema que esta hoy muy en boca de muchos, el mismo Señor nos ha pedido;”Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”. (Mateo (SBJ) 18), Por tanto, cualquier cosa que hagamos, es deseable estar siempre mirando al cielo, es decir en la constante búsqueda de Dios y por sobre todo, haciendo su voluntad. Como el canto del salmista; “Bendigo al Señor  que me aconseja; aun de noche mi conciencia me instruye; pongo a Dios  ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa;  (Salmos (SBJ) 16, 7-9)
3.      LO BIEN QUE NOS HACE SABER QUE ESTAMOS EN SU PRESENCIA
Caminaré en la presencia del Señor por la tierra de los vivos.  (Salmos (SBJ) 116, 9)
Podemos asegurar bajo nuestra propia experiencia de Dios, como acogiendo lo que nos relatan los Santos, que son grandes los bienes y el buen provecho que tiene andar siempre delante de Dios, considerando que nos está mirando, de ahí que lo se proponían tanto los Santos, porque basta esto para que andemos muy de acuerdo a lo que Dios espera de nosotros y ante todo, muy compuesto en todas las obras. Si no fuera así, ¿qué buen hijo hay que ante los ojos de su padre  no ande muy en los recto?, o  ¿qué empelado  hay tan atrevido que en presencia de su jefe no haga lo que le manda?, o ¿quien se atreve a ofender en su cara a un superior? Y ¿qué ladrón hay que se atreva a robar si sabe que el juez le está mirando a las manos? Pues Dios nos está mirando, y es nuestro Padre, nuestros superior y nuestro juez, y todopoderoso, y El tiene las atribuciones de de hacer que se abra la tierra y trague al que le indignare. Esto, a pesar de su misericordia, leemos en las escrituras que lo ha hecho algunas veces: ¿quién se atreverá entonces a molestarle?
Y así decía San Agustín: “Cuando yo, Señor, considero con atención que me estás mirando siempre y velando sobre mí, de noche y de día, con tanto cuidado, como si en el Cielo y en la tierra no tuvieras otra criatura que gobernar, sino a mí solo; cuando considero bien que todas mis obras, pensamientos y deseos están patentes y claros delante de Ti, todo me lleno de temor y me cubro de vergüenza”. Ciertamente, es muy grande esta obligación que nos pone de vivir siendo justo con todos y rectamente considerar que hacemos todas las cosas delante de los ojos de Dios, que todo lo mira y a quien nada se puede encubrir. Si acá la presencia de un hombre grave nos hace estar compuestos, ¿qué será la de estar en la presencia de Dios? Con todo, creo que es bueno que tengamos conciencia que si consideramos que Dios está presente y nos está mirando, nunca nos atreveríamos a hacer algo que a El le desagradase. Escribe Job; ¿No ve él mis caminos, no cuenta todos mis pasos? (Job (SBJ) 31,4)
Cuando Abraham tenía 99 años, se le apareció el Señor y le dijo: “anda en mi presencia y sé perfecto”.  (Génesis (SBJ) 17). Y todos experimentamos de algún modo, que es muy cierto que seremos mejores si andamos siempre mirando a Dios y advirtiendo que Él nos está mirando, como el poeta lo canta; “y Mis ojos están fijos en el Señor, que él sacará mis pies de la trampa”.  (Salmos (SBJ) 25) Y Como en otro salmo reza que el Señor le dijo; “Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijos en ti los ojos, seré tu consejero”. (Salmos (SBJ) 32, 8)
4.      DIOS ESTA EN TODO LUGAR, PRINCIPALMENTE DENTRO DE NOSOTROS
Los que temen al Señor tienen corazón dispuesto, y en su presencia se humillan. (Eclesiástico (Sirácida) (SBJ) 2,17)
Al respecto, escribe el Jesuita Padre Alonso Rodríguez, (Virtudes Cristianas), que hay fijarse en dos puntos, uno, del entendimiento; otro, de la voluntad, donde el primer acto es del entendimiento, que siempre se requiere y presupone para cualquier acto de la voluntad, como enseña la filosofía. Pues lo primero ha de ser con el entendimiento considerar que Dios está aquí y en todo lugar, que llena todo el mundo, y que está todo en todo, y todo en cualquiera parte y en cualquiera criatura, por pequeña que sea; hacer un acto de fe porque ésa es una verdad que nos propone la fe para que la creamos, escribe Lucas atribuyendo palabra  a San Pablo; “por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos,  (Hechos (SBJ) 17,27-28)
Continua el Padre Alonso Rodríguez, exponiendo que no nos imaginemos a Dios lejos de nosotros, ni tampoco fuera, porque está dentro de nosotros. Decía San Agustín; “Buscaba yo, Señor fuera de mí al que tenía dentro de mí”. Por eso insiste en que están dentro de nosotros, más presentes y más íntima e intrínsecamente está Dios en mí que yo mismo, es decir en Él vivimos y nos movemos y tenemos el ser. Porque Dios es el que da vida a todo lo que vive y el que da fuerza a todo lo que algo puede y el que da el ser a todo lo que es; y si Él no estuviese presente sustentando las cosas, todas dejarían de ser y se volverían en nada. Pues considerad que estáis todo lleno de Dios, cercado y rodeado de Dios, nadando en Dios, como dice el Profeta Isaías (Y que repetimos en cada Eucaristía); “Santo, santo, santo, es El Señor: llena está toda la tierra de su gloria.  (Isaías (SBJ) 6,3).
Algunos, para ayudarse más en esto, consideran todo el mundo lleno de Dios. Canta el salmista; “¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el seol me acuesto, allí te encuentras. Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende.”  (Salmos (SBJ) 139, 8-10)
Todas esta sabias escrituras de los entendidos nos ayudan y son buenas para que juzguemos en alguna manera la inmensidad infinita de Dios, y cómo está presente e íntimamente dentro de nosotros y en todas las cosas.
5.      DESEOS ENCENDIDOS DEL CORAZÓN, CON QUE EL ALMA DESEA UNIRSE CON DIOS
“…el alma (El amante de Dios) que desea a Dios, la compañía de ninguna cosa le hace consuelo”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 35,3)
San Buenaventura, en su Mística Teología, dice que; “los actos de voluntad con que en este santo ejercicio habemos de levantar el corazón a Dios, son unos deseos encendidos del corazón, con que el alma desea unirse con Dios con perfecto amor, unos afectos inflamados, unos suspiros vivos de las entrañas, con que llama a Dios, unos movimientos piadosos y amorosos de la voluntad con que como con alas espirituales se extiende y levanta hacia arriba y se va allegando y uniendo más con Dios”. Estos deseos y afectos vehementes y encendidos del corazón llaman los Santos anhelos, porque con ellos el alma se levanta a Dios, que es lo mismo que anhelar a Dios.
San Juan de la Cruz, dice que; El alma (El amante de Dios) que anda en amor, ni cansa ni se cansa” (Avisos 96), y mas adelante dice que; “El amor no consistes en sentir grandes cosas, sino tener gran desnudez y padecer por el Amado (Dios)” (Avisos 114), y agrega que; “El alma que quiere a Dios se le entregue del todo y se ha de entregar toda, sin nada para si” (Avisos 127) y también dice que; “…el alma (El amante de Dios) que desea a Dios, la compañía de ninguna cosa le hace consuelo”. (Cántico Espiritual 35,3)
Dice San Buenaventura: “porque de la manera que respirando sacamos sin deliberación el aire y respiración de lo interior de nuestro cuerpo, así con grande presteza y algunas veces sin deliberación o casi sin ella, sacamos estos deseos encendidos de lo interior del corazón”. Estas aspiraciones y deseos los declara el hombre con unas oraciones breves y frecuentes, como las llamadas jaculatorias [oraciones expresada con rapidez], dice San Agustín de estas jaculatorias, que son como unos dardos y saetas encendidas que salen del corazón y en un punto se arrojan y se envían a Dios. De estas oraciones usaban mucho aquellos monjes de Egipto, como dice San Juan Casiano que; “las estimaban y tenían en mucho: lo uno, porque, como son breves, no cansan la cabeza; lo otro, porque se hacen con fervor y espíritu levantado, y en un punto se hallan en el acatamiento de Dios, y así no dan lugar al demonio de perturbar al que las hace, ni ponerle impedimento alguno en el corazón.” Dice San Agustín unas palabras dignas de consideración para los que tratan de oración: Porque aquella vigilante y viva atención, que es menester (necesario) para orar con la reverencia y respeto debido, no se vaya remitiendo y perdiendo, como suele acontecer en la larga oración. Pues con estas oraciones jaculatorias procuraban aquellos santos monjes andar siempre en este ejercicio levantando muy frecuentemente el corazón a Dios, tratando y conversando con Él y como un amigo. Como enseña Teresa de Jesús: "A mi parecer (orar), no es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama". (Libro Vida)
6.      EL BENEFICIO DE ESTAR EN PRESCENCIA DE DIOS Y TODO CUANTO HAGÁMOS, NOS ACORDEMOS DE  EL
“¡Oh Dios, ven a librarme, Señor, date prisa en socorrerme!  (Salmos (SBJ) 70,2)
Este modo de caminar  en la presencia de Dios, como lo hacen lo Santos con frecuencia, parece lejano a nuestra forma de vivir en Dios y para Dios, pero tampoco es tan difícil si nos proponemos a practicar este ejercicio de no sólo acordarnos de Señor cuando lo necesitamos, porque como hijos de Dios, en todo tipo de circunstancias podemos exclamar como lo hace el salmista y lo repetimos en la Liturgia de las Hora; “¡Oh Dios, ven a librarme, Señor, date prisa en socorrerme!  (Salmos (SBJ) 70,2)
Jesús nos ha dicho: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.  (Mateo (SBJ) 7, 7). El Señor nos ha dado la confianza para que cada vez que comencemos algo, en especial si es un asunto con dificultad para los hombres, debemos pedir a Dios su ayuda. Sólo, nada podemos hacer, y para todas las cosas tenemos necesidad del favor del Señor, y así siempre se lo habemos de andar pidiendo. Y continuando con el verso del salmo; “¡Oh Dios, ven a librarme, Señor, date prisa en socorrerme!  (Salmos (SBJ) 70,2), nos recomiendan los hombres de Dios, tenerlo siempre presente, porque declarara todos nuestros afectos en cualquier estado y en cualquiera ocasión o acontecimiento que nos veamos, porque con él invocamos el auxilio de Dios, con él nos humillamos y reconocemos nuestra necesidad y miseria, con él nos levantamos y confiamos ser oídos y favorecidos de Dios, con él nos encendemos en el amor del Señor, que es nuestro refugio y protector. San Juan Casiano al respecto nos dice de este verso; “Para todos cuantos combates y tentaciones se os pueden ofrecer, tenéis aquí une escudo fortísimo y una cota impenetrable y un muro inexpugnable. Y así siempre le habéis de traer en la boca y en el corazón, y ésa ha de ser vuestra perpetua y continua oración, y vuestro andar siempre en la presencia de Dios”.
San Basilio, Doctor de la Iglesia, dice que hay que poner en la práctica de esta costumbre, donde para todo cuanto hagamos, nos acordemos de Dios y lo expresa así; “¿Coméis?, dad gracias a Dios; ¿vestís?, dad gracias a Dios; ¿salís al campo o a la huerta?, bendecid a Dios que lo crió: ¿miráis al Cielo?, ¿miráis al sol y a todo lo demás?, alabad al Criador de todo: cuando durmáis, todas las veces que despertareis, levantad el corazón a Dios”.Continua el Padre Alonso Rodríguez, diciendo; “Otros, porque en el camino espiritual hay tres vías: una purgativa, que pertenece a los principiantes; otra iluminativa, que pertenece a los que van aprovechando; otra unitiva, que pertenece a los perfectos; ponen tres géneros de aspiraciones y oraciones jaculatorias: unas, que se enderezan a alcanzar perdón de pecados y purgar el alma de vicios y aficiones terrenas, que pertenecen a la vía purgativa; otras, que se enderezan a alcanzar virtudes y vencer tentaciones y abrazar dificultades y trabajos por la virtud, que pertenecen a la vía iluminativa; otras, que se enderezan a alcanzar la unión del alma con Dios con vínculo de perfecto amor, que pertenecen a la vía unitiva: para que cada uno se ejercite en este ejercicio conforme al estado y disposición que tuviere. Pero cuanto a esto, por muy perfecto que sea uno, se puede ejercitar en dolor de pecados, y en pedir a Dios perdón de ellos y gracia para nunca ofenderle, y será muy buen ejercicio y muy agradable a Dios; y éste, y el que trata de purgar su ánima de vicios y pasiones desordenadas y alcanzar virtudes, se podrá también ejercitar en actos de amor de Dios para hacer eso mismo con más facilidad y suavidad.” Y lo bueno, es que todos nos podemos educar en este ejercicio, unas veces con estos actos: ¡Oh Señor, quién nunca te hubiera ofendido! no permitas, Señor, que yo te ofenda jamás; morir, sí, pero pecar no; Te ruego mi Señor, que antes muera yo mil veces que caiga en pecado mortal. Otras veces puede uno levantar su corazón a Dios dándole gracias por los beneficios recibidos, generales y particulares, o pidiendo algunas virtudes; unas veces profunda humildad, otras veces perfecta obediencia, otras caridad, otras paciencia”. Otras veces puede uno levantar su corazón a Dios con actos de amor y conformidad con su santísima voluntad, como diciendo “Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado”  (Cantar de los Cantares (SBJ) 2, 16), junto las palabras que dijo Jesús a su Padre: no se haga mi voluntad, sino la tuya.  (Lucas (SBJ) 22,42)
7.      ANDAR EN LA PRESENCIA DE DIOS EN ORACION CONSTANTE
¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra.  (Salmos (SBJ) 73,5  )
Indudablemente, estas y otras cosas semejantes que se han expuesto, son muy buenos anhelos y oraciones jaculatorias para andar siempre en esta vida a la presencia de Dios, pero las mejores y más eficaces suelen ser las que el corazón, movido de Dios, concibe de sí mismo, aunque no sea con palabras tan compuestas y tan ordenadas como las que habemos dicho. Y no es necesario tampoco que sean muchas y diversas estas oraciones, porque una sola repetida muy a menudo y con gran afecto le puede bastar a uno para andar en este ejercicio muchos días y aun toda la vida.
Me parece que para este propósito de caminar en la presencia de Dios, a modo de jaculatorias, podemos usar las palabras de San Pablo,  de la primera epístola a los de Corinto; “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”.  (1 Corintios (SBJ) 10, 31
Por tanto, lo mejor que podemos hacer, es proponernos en todas las cosas que hagamos, o lo más frecuentemente que podamos, es levantar el corazón a Dios, diciendo: “Por ti, Señor, hago esto, para contentarte y agradarte, porque tu así lo quieres, tu voluntad, Señor, es la mía, y tu alegría, Señor,  es la mía, y no tengo otro ideal de hacer lo que tu voluntad, esa es toda mi alegría y todo mi contento y regocijo”
Éste es muy buen modo de andar siempre en la presencia de Dios, y muy fácil y provechoso y de mucha perfección, porque es vivir el día a día en un continuo ejercicio de amor de Dios. Conociendo la experiencia de los hombres de Dios, nuestro dialogo con Dios a través de la oración debe ser permanente, como lo pide el mismo Jesús cuando les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.  (Lucas (SBJ) 18, 1).
¿Qué mejor oración puede ser que estar uno siempre deseando la mayor gloria y honra de Dios y estar siempre conformándose con su voluntad, no teniendo otro deseo de hacer lo que Dios quiere, y que todo su contento y gozo sea el contento y gozo de Dios? Es así como los Padres de la Iglesia, nos insisten y con razón, que el que perseverare con cuidado en esta forma de vida con estos afectos y deseos interiores, sacará tanto fruto de él, que en breve tiempo sentirá cambiado o renovado su corazón, y hallará en él antipatía particular al mundo, y afición singular a Dios. Esto es comenzar a ser ciudadanos del Cielo y continuos de la casa de Dios como dice San Pablo; Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios,  (Efesios (SBJ) 2,19)  Estos son aquellos gentiles hombres que vio San Juan en el Apocalipsis; “Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente”.  (Apocalipsis (SBJ) 22,4), porque que tenían el nombre de Dios escrito en sus frentes, que es la continua memoria y presencia de Dios, o como lo expresa San Pablo; “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo”,  (Filipenses (SBJ) 3, 20), porque su trato y conversación ya no es en la tierra, sino en el Cielo; “a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas. (2 Corintios (SBJ) 4,18) (2 Cor 4, 18)
Muchas Bendiciones
Unidos en la oración
 
Fuentes de inspiración de este articulo, el Libro Ejercicios de Perfección y Virtudes Cristianas, Editorial Testimonio, escrito en el siglo XV por el venerable Jesuita Padre Alonso Rodríguez
Textos Bíblicos tomados de la Sagrada Biblia de Jerusalén (SBJ)
Conceptos: Diccionario Teológico RAVASI
 

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