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Bartolo o Bartolomé Buonpedoni, Beato |
Bartolo o Bartolomé Bompedoni de Mucchio nació en 1227 en
el castillo feudal de los Condes de Mucchio, cerca de
San Gimignano, en la provincia de Siena. Desde joven se
consagró al servicio de Dios contra la clara oposición de
su padre, que nunca toleró en su hijo este género
de vida. Bartolo se trasladó a Pisa y fue durante
un año huésped de los benedictinos de San Vito.
Habiendo
entrado en la Orden Franciscana Seglar fue a Volterra, donde
el Obispo quiso que fuera sacerdote y lo destinó primero
como capellán a Peccioli, luego como párroco en Pichena. Atacado
de lepra, se retiró al leprosorio de Celiole, cerca de
San Gimignano, donde vivió veinte años y mereció, por la
paciencia demostrada en soportar tanto tiempo el mal, el sobrenombre
de “Job de la Toscana”.
Nunca se acaba de admirar la
maravillosa florescencia espiritual que brotó en el siglo XIII tras
la palabra y el ejemplo de San Francisco, madurada en
la Primera Orden de los Hermanos Menores, en la Segunda
Orden de las Clarisas y sobre todo en la Terdcera
Orden, querida por el Santo de Asís para los laicos
y casados, gracias a la cual la enseñanza franciscana penetró
y renovó la vida espiritual de la sociedad de la
época, la vida civil y el tejido social.
A la Tercera
Orden de San Francisco pertenecieron personajes encumbrados en la historia
como San Luis IX rey de Francia, Santa Isabel de
Hungría, San Fernando, rey de Castilla, figuras excelsas en el
arte y en la cultura, como Giotto, pintor, y Dante,
poeta.
¿Qué decir de tantos que vivieron en un plano modesto
pero no menos tenaz a la sombra de estas grandes
plantas? Terciarios como el Beato Luquesio y su mujer Buonadonna,
comerciantes de Poggibonsi; San Ivo de Bretaña, abogado de los
pobres; Santa Margarita de Cortona, pecadora y penitente; la Beata
Humiliana dei Cerchi, asceta y sin mancha. ¿Qué decir de
figuras todavía más modestas y hasta pintorescas, como el Beato
Novelón, escrupuloso y devoto zapatero de Faenza; el Beato Pedro
Pettinaio, silencioso mercader sienés de los peines, y finalmente el
Beato Bartolo Buonpedoni de Mucchio, cerca de San Gemignano?.
Enviado como
párroco a Puchena, durante veinte años maravilló y conmovió al
pueblo por su celo excepcional, por la extraordinaria caridad para
con los pobres. A los cincuenta años enfermó de lepra,
se retiró a un leprosorio, donde se distinguió por su
paciencia en la desgracia, o más bien se podría decir
serenidad, felicidad y “perfecta alegría”, lograda en la dura tribulación.
Murió
a los 73 años en 1300, sepultado en San Gemignano
en la bella iglesia de San Agustín, Bartolo Buonpedoni de
San Gemignano sembró en el mundo, no los gérmenes de
su enfermedad, sino el gozo y la serenidad de su
alma franciscana.
San Pió X aprobó su culto el 27 de
abril de 1910.
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