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miércoles, 3 de octubre de 2012

¿Que es la atención?

En la Catedral de Mallorca
“Desde ese momento, con gozo abandona toda voluntad propia, que no sea según Dios, y cuida de los sentidos para que no hagan absolutamente nada contra el uso necesario…
Más es necesario que éste ponga atención, para no sufrir por negligencia u orgullo lo que sucedió al profeta… (ver Salmo 130)
“Libro segundo” en Filocalía.

Comentario

Estimado hermano, ¿qué es la atención?
En términos más o menos actuales, es la facultad de dirigir nuestros sentidos – externos o internos – hacia algún objeto de conciencia. Sin embargo, no sé si esto te aclara demasiado.
Digo objeto de conciencia, porque en nosotros hay algo que “se da cuenta” y a eso en general, le llamamos conciencia. No solo en cuanto “voz de la conciencia” que por supuesto es uno de los modos en los que se manifiesta; sino también como - estructura interior del advertir.
Pero como es un tema algo complicado, que requiere precisamente de nuestra atención, debemos avanzar despacio.
Existe un tipo de atención puramente reactiva: Estás sentado tranquilo leyendo y de pronto se escucha un ruido fuerte, una detonación en la calle y sin mediar voluntad de tu parte, por acto reflejo, giramos la cabeza sobresaltados y pegamos un salto o vamos rápidamente hacia la ventana para ver cual ha sido la causa del estampido.
Esto ha sido efectuado “sin conciencia” podríamos decir, ha sido algo no elegido, funcionó automáticamente. Esto es muy útil por ejemplo como mecanismo para preservar la vida. Ante cosas posiblemente amenazantes, se desencadena una reacción inmediata.
Existe también otro tipo de atención, a la que sicólogos y estudiosos han llamado “respuesta diferida” o “reacción reflexiva” y con otros nombres. Se trata  de los casos en los que -merced a un acto de atención hacia nosotros mismos, hacia nuestras propias reacciones – diferimos, hacemos más lenta  la respuesta que daremos a lo que sucede.
Es el tipo de atención necesario para seguir las enseñanzas que da Cristo y que transmiten los evangelios. Cuando El Señor dice: “Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también el manto” (Mateo 5, 40) por tomar solo un caso de las enseñanzas de los capítulos 5, 6 y 7 que figuran en el evangelio de Mateo; si queremos escucharle y seguir Su mensaje, necesitamos atender a nuestra reacción natural, instintiva, que sería la de la posesión y, difiriendo la respuesta automática, efectuar un acto de caridad.
Igual que cuando se dice “no opongáis resistencia al malvado” (Mateo 5, 39) u otras similares. Para no devolver la agresión con otra agresión es imprescindible un tipo de atención vigilante hacia si mismo, que permita tomar una distancia y dirigir nuestra propia conducta.
En Filocalía, la atención es entendida por muchos de los padres, como la herramienta necesaria para poder actuar evangélicamente. ¿Cómo encauzar las pasiones en dirección del crecimiento espiritual? ¿Cómo ir desterrando el egoísmo, la violencia, la cruda soberbia hacia la que tendemos apenas crecidos?
Podemos construir una ascética de la atención, que nos permita ser guardianes de nosotros mismos, hacernos dueños de “nuestra ciudadela”. Ya sabemos que “si El Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas” (Salmo 127, 1) pero es necesario que alguien vigile la ciudad, no podemos dejar todo en manos de la gracia divina, que por otra parte, tiende a manifestarse cuando encuentra a la humildad unida a una fuerte resolución del ánimo.

 Diálogos en el locutorio
“…ocurre que lo que era creencia se transforma en experiencia.”
Fragmentos:
Me doy cuenta que la mayor parte de mis problemas e inquietudes derivan de la falta de fe, de mi falta de fe en Dios. Pido que crezca en mí la fe, pero esta oración es dubitativa, no convencida y entiendo que eso también influye en su eficacia. 
Esto de la fe, la duda y la certeza, desde un punto de vista, tiene que ver con el embotamiento de los sentidos. Cuando nos hemos acostumbrado a percibir solo con los sentidos físicos, se nos genera una dependencia de estos y nos parece real solo lo que vemos, oímos, gustamos… se nos hace indubitable aquello que percibimos “ahí delante”, siendo que por el contrario, la información que los sentidos físicos nos brindan es de lo más relativa y dudosa, como lo afirma incluso la ciencia actual.
En cambio, al irnos encaminando en un sendero espiritual, cuando con resolución adoptamos una ascesis hacia Cristo y la divina presencia, empiezan a despertar en nosotros los llamados sentidos espirituales. Estos captan otra franja de realidad, advierten otros sucesos que van transcurriendo en el devenir cotidiano y, sobre todo, descubren significado y sentido en lo aparentemente trivial o intrascendente.
Lo que ocurre a cada momento nos está “hablando”, el discurrir “nos dice” acerca de la vida, sus misterios y el designio de Dios, pero solemos permanecer cerrados a esta escucha del corazón, que se presenta espontánea cuando permanecemos atentos.
La situación es que permanecemos volcados hacia afuera de nosotros mismos, buscando en los objetos o situaciones placeres varios que nos hagan sentir vivos, que oculten el vacío interior o simplemente que nos saquen del tedio y el aburrimiento que tiende a imponerse cuando ponemos las expectativas en el lugar equivocado.
Entonces, tener fe desde esa posición del alma es muy difícil. Todo viene de la gracia  a ella todo le debemos, pero la gracia no impone, el Espíritu sopla pero no avasalla; es preciso que nos dispongamos íntimamente a percibir lo sagrado para que podamos darnos cuenta de su existencia.
En alguna parte del camino de interiorización, ocurre que lo que era creencia se transforma en experiencia. Desde la duda, se avanza hacia la fe y luego a la certeza. Se produce en el corazón humano “la percepción” de Dios, la íntima convicción de Su providencia, la contundente manifestación de Su amor en la propia vida. Se produce un vuelco en la mirada y un cambio muy importante en el modo que se visualiza la propia historia y el propio futuro.
Pero este advenimiento de Dios en la propia vida se da en el interior del corazón, en lo más profundo del alma y abre paso a la mirada espiritual. Uno se “despierta” a la realidad de su egocentrismo, de como se ha vivido enajenado por las propias apetencias y de como estas, incluso, han teñido las búsquedas que se creían espirituales.
Es una caída en cuenta, un rayo de claridad en medio de lo turbio. Se nos revela como vivíamos en un ciego “para mí”, mirando y haciendo para que todo se adaptara a nosotros mismos, queríamos torcer la marcha de las cosas en función de nuestras carencias.
Esta comprensión, es una cierta luz que nos muestra la acción de algo más grande que nosotros mismos. Advertimos que sin la intervención de Dios y de la gracia, esta metanoia no podría haberse producido, terminamos agradeciendo la cadena de sucesos plantados uno tras otro en nuestro camino, para mostrarnos aquello que necesitábamos ver.
Con sorpresa, entendemos al sufrimiento como el necesario impulso correctivo o la imprescindible alerta que nos avisa de la carrera hacia el abismo en la que estábamos empeñados. Uno agradece sin querer, son impulsos del corazón, es un maravillarse de que la armonía que se puede ver en el cosmos se manifieste también en los asuntos humanos, enderezando, mostrando, corrigiendo y enseñando.
Dios existe deja de ser una creencia, se transforma en evidencia interior. Si quieres emprender ese camino a la certeza, lo primero y más importante es dejar de mentirse acerca de uno mismo. Esto vendría a ser un dejar de decirse cosas sobre uno, o sobre el propio pasado o futuro. Dejar de vivir según la imagen de nosotros mismos que nos construimos. Mirarnos sin afeites, sin acomodos, asumirnos… y desde allí trabajar por el cambio, pidiendo la gracia de la conversión profunda.
La fe es un don, una virtud, una conquista del alma y también la antesala de la experiencia.

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