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jueves, 18 de octubre de 2012

Eclesiología

¿Qué es la Iglesia? En el Catecismo
Conocer lo que es la Iglesia con lo que establece el Catecismo de la Iglesia Católica.
 
¿Qué es la Iglesia? En el Catecismo
¿Qué es la Iglesia? En el Catecismo
Creo en la Santa Iglesia Católica

La Iglesia en el designio de Dios

147. ¿Qué designamos con la palabra «Iglesia»?
751-752
777. 804

Con el término «Iglesia» se designa al pueblo que Dios convoca y reúne desde todos los confines de la tierra, para constituir la asamblea de todos aquellos que, por la fe y el Bautismo, han sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo.

148. ¿Hay otros nombres e imágenes con los que la Biblia designe a la Iglesia?
753-757

En la Sagrada Escritura encontramos muchas imágenes que ponen de relieve aspectos complementarios del misterio de la Iglesia. El Antiguo Testamento prefiere imágenes ligadas al Pueblo de Dios; el Nuevo Testamento aquellas vinculadas a Cristo como Cabeza de este pueblo, que es su Cuerpo, y las imágenes sacadas de la vida pastoril (redil, grey, ovejas), agrícola (campo, olivo, viña), de la construcción (morada, piedra, templo) y familiar (esposa, madre, familia).

149. ¿Cuál es el origen y la consumación de la Iglesia?
758-766
778

La Iglesia tiene su origen y realización en el designio eterno de Dios. Fue preparada en la Antigua Alianza con la elección de Israel, signo de la reunión futura de todas las naciones. Fundada por las palabras y las acciones de Jesucristo, fue realizada, sobre todo, mediante su muerte redentora y su Resurrección. Más tarde, se manifestó como misterio de salvación mediante la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Al final de los tiempos, alcanzará su consumación como asamblea celestial de todos los redimidos.

150. ¿Cuál es la misión de la Iglesia?
767-769

La misión de la Iglesia es la de anunciar e instaurar entre todos los pueblos el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo. La Iglesia es el germen e inicio sobre la tierra de este Reino de salvación.

151. ¿En qué sentido la Iglesia es Misterio?
770-773
779

La Iglesia es Misterio en cuanto que en su realidad visible se hace presente y operante una realidad espiritual y divina, que se percibe solamente con los ojos de la fe.

152. ¿Qué significa que la Iglesia es sacramento universal de salvación?
774-776
780

La Iglesia es sacramento universal de salvación en cuanto es signo e instrumento de la reconciliación y la comunión de toda la humanidad con Dios, así como de la unidad de todo el género humano.


La Iglesia: Pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, templo del Espíritu Santo 

153. ¿Por qué la Iglesia es el Pueblo de Dios?
781
802-804

La Iglesia es el Pueblo de Dios porque Él quiso santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sino constituyéndolos en un solo pueblo, reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

154. ¿Cuáles son las características del Pueblo de Dios?
782

Este pueblo, del que se llega a ser miembro mediante la fe en Cristo y el Bautismo, tiene por origen a Dios Padre, por cabeza a Jesucristo, por condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, por ley el mandamiento nuevo del amor, por misión la de ser sal de la tierra y luz del mundo, por destino el Reino de Dios, ya iniciado en la Tierra.

155. ¿En qué sentido el Pueblo de Dios participa de las tres funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey?
783-786

El Pueblo de Dios participa del oficio sacerdotal de Cristo en cuanto los bautizados son consagrados por el Espíritu Santo para ofrecer sacrificios espirituales; participa de su oficio profético cuando, con el sentido sobrenatural de la fe, se adhiere indefectiblemente a ella, la profundiza y la testimonia; participa de su función regia con el servicio, imitando a Jesucristo, quien siendo rey del universo, se hizo siervo de todos, sobre todo de los pobres y los que sufren.

156. ¿De qué modo la Iglesia es cuerpo de Cristo?
787-791
805-806

La Iglesia es cuerpo de Cristo porque, por medio del Espíritu, Cristo muerto y resucitado une consigo íntimamente a sus fieles. De este modo los creyentes en Cristo, en cuanto íntimamente unidos a Él, sobre todo en la Eucaristía, se unen entre sí en la caridad, formando un solo cuerpo, la Iglesia. Dicha unidad se realiza en la diversidad de miembros y funciones.

157. ¿Quién es la cabeza de este Cuerpo?
792-795
807

Cristo «es la Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 18). La Iglesia vive de Él, en Él y por Él. Cristo y la Iglesia forman el «Cristo total» (San Agustín); «la Cabeza y los miembros, como si fueran una sola persona mística» (Santo Tomás de Aquino).

158. ¿Por qué llamamos a la Iglesia esposa de Cristo?
796
808

Llamamos a la Iglesia esposa de Cristo porque el mismo Señor se definió a sí mismo como «el esposo» (Mc 2, 19), que ama a la Iglesia uniéndola a sí con una Alianza eterna. Cristo se ha entregado por ella para purificarla con su sangre, «santificarla» (Ef 5, 26) y hacerla Madre fecunda de todos los hijos de Dios. Mientras el término «cuerpo» manifiesta la unidad de la «cabeza» con los miembros, el término «esposa» acentúa la distinción de ambos en la relación personal.

159. ¿Por qué la Iglesia es llamada templo del Espíritu Santo?
797-798
809-810

La Iglesia es llamada templo del Espíritu Santo porque el Espíritu vive en el cuerpo que es la Iglesia: en su Cabeza y en sus miembros; Él además edifica la Iglesia en la caridad con la Palabra de Dios, los sacramentos, las virtudes y los carismas.

«Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros,
eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» (San Agustín).


La Iglesia es una, santa, católica y apostólica 

161. ¿Por qué la Iglesia es una?
813-815
866

La Iglesia es una porque tiene como origen y modelo la unidad de un solo Dios en la Trinidad de las Personas; como fundador y cabeza a Jesucristo, que restablece la unidad de todos los pueblos en un solo cuerpo; como alma al Espíritu Santo que une a todos los fieles en la comunión en Cristo. La Iglesia tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad.

162. ¿Dónde subsiste la única Iglesia de Cristo?
816
870

La única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste (subsistit in) en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sólo por medio de ella se puede obtener la plenitud de los medios de salvación, puesto que el Señor ha confiado todos los bienes de la Nueva Alianza únicamente al colegio apostólico, cuya cabeza es Pedro.

163. ¿Cómo se debe considerar entonces a los cristianos no católicos?
817-819

En las Iglesias y comunidades eclesiales que se separaron de la plena comunión con la Iglesia católica, se hallan muchos elementos de santificación y verdad. Todos estos bienes proceden de Cristo e impulsan hacia la unidad católica. Los miembros de estas Iglesias y comunidades se incorporan a Cristo en el Bautismo, por ello los reconocemos como hermanos.

164. ¿Cómo comprometerse en favor de la unidad de los cristianos?
820-822
866

El deseo de restablecer la unión de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu; concierne a toda la Iglesia y se actúa mediante la conversión del corazón, la oración, el recíproco conocimiento fraterno y el diálogo teológico.

165. ¿En qué sentido la Iglesia es santa?
823-829
867

La Iglesia es santa porque Dios santísimo es su autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por ella, para santificarla y hacerla santificante; el Espíritu Santo la vivifica con la caridad. En la Iglesia se encuentra la plenitud de los medios de salvación. La santidad es la vocación de cada uno de sus miembros y el fin de toda su actividad. Cuenta en su seno con la Virgen María e innumerables santos, como modelos e intercesores. La santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación de sus hijos, los cuales, aquí en la tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de conversión y de purificación.

166. ¿Por qué decimos que la Iglesia es católica?
830-831
868

La Iglesia es católica, es decir universal, en cuanto en ella Cristo está presente: «Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica» (San Ignacio de Antioquía). La Iglesia anuncia la totalidad y la integridad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada en misión a todos los pueblos, pertenecientes a cualquier tiempo o cultura.

167. ¿Es católica la Iglesia particular?
832-835

Es católica toda Iglesia particular, (esto es la diócesis y la eparquía), formada por la comunidad de los cristianos que están en comunión, en la fe y en los sacramentos, con su obispo ordenado en la sucesión apostólica y con la Iglesia de Roma, «que preside en la caridad» (San Ignacio de Antioquía).

168. ¿Quién pertenece a la Iglesia católica?
836-838

Todos los hombres, de modos diversos, pertenecen o están ordenados a la unidad católica del Pueblo de Dios. Está plenamente incorporado a la Iglesia Católica quien, poseyendo el Espíritu de Cristo, se encuentra unido a la misma por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión. Los bautizados que no realizan plenamente dicha unidad católica están en una cierta comunión, aunque imperfecta, con la Iglesia católica.

169. ¿Cuál es la relación de la Iglesia católica con el pueblo judío?
839-840

La Iglesia católica se reconoce en relación con el pueblo judío por el hecho de que Dios eligió a este pueblo, antes que a ningún otro, para que acogiera su Palabra. Al pueblo judío pertenecen «la adopción como hijos, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, los patriarcas; de él procede Cristo según la carne» (Rm 9, 4-5). A diferencia de las otras religiones no cristianas, la fe judía es ya una respuesta a la Revelación de Dios en la Antigua Alianza.

170. ¿Qué vínculo existe entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas?
841-845

El vínculo entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas proviene, ante todo, del origen y el fin comunes de todo el género humano. La Iglesia católica reconoce que cuanto de bueno y verdadero se encuentra en las otras religiones viene de Dios, es reflejo de su verdad, puede preparar para la acogida del Evangelio y conducir hacia la unidad de la humanidad en la Iglesia de Cristo.

171. ¿Qué significa la afirmación «fuera de la Iglesia no hay salvación»?
846-848

La afirmación «fuera de la Iglesia no hay salvación» significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por medio de la Iglesia, que es su Cuerpo. Por lo tanto no pueden salvarse quienes, conociendo la Iglesia como fundada por Cristo y necesaria para la salvación, no entran y no perseveran en ella. Al mismo tiempo, gracias a Cristo y a su Iglesia, pueden alcanzar la salvación eterna todos aquellos que, sin culpa alguna, ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan sinceramente a Dios y, bajo el influjo de la gracia, se esfuerzan en cumplir su voluntad, conocida mediante el dictamen de la conciencia.

172. ¿Por qué la Iglesia debe anunciar el Evangelio a todo el mundo?
849-851

La Iglesia debe anunciar el Evangelio a todo el mundo porque Cristo ha ordenado: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Este mandato misionero del Señor tiene su fuente en el amor eterno de Dios, que ha enviado a su Hijo y a su Espíritu porque «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 4)

173. ¿De qué modo la Iglesia es misionera?
852-856

La Iglesia es misionera porque, guiada por el Espíritu Santo, continúa a lo largo de los siglos la misión del mismo Cristo. Por tanto, los cristianos deben anunciar a todos la Buena Noticia traída por Jesucristo, siguiendo su camino y dispuestos incluso al sacrificio de sí mismos hasta el martirio.

174. ¿Por qué la Iglesia es apostólica?
857
869

La Iglesia es apostólica por su origen, ya que fue construida «sobre el fundamento de los Apóstoles» (Ef 2, 20); por su enseñanza, que es la misma de los Apóstoles; por su estructura, en cuanto es instruida, santificada y gobernada, hasta la vuelta de Cristo, por los Apóstoles, gracias a sus sucesores, los obispos, en comunión con el sucesor de Pedro.


Los fieles: jerarquía, laicos, vida consagrada 

177. ¿Quiénes son los fieles?
871-872

Los fieles son aquellos que, incorporados a Cristo mediante el Bautismo, han sido constituidos miembros del Pueblo de Dios; han sido hecho partícipes, cada uno según su propia condición, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, y son llamados a llevar a cabo la misión confiada por Dios a la Iglesia. Entre ellos hay una verdadera igualdad en su dignidad de hijos de Dios.

178. ¿Cómo está formado el Pueblo de Dios?
973
934

En la Iglesia, por institución divina, hay ministros sagrados, que han recibido el sacramento del Orden y forman la jerarquía de la Iglesia. A los demás fieles se les llama laicos. De unos y otros provienen fieles que se consagran de modo especial a Dios por la profesión de los consejos evangélicos: castidad en el celibato, pobreza y obediencia.

179. ¿Por qué Cristo instituyó la jerarquía eclesiástica?
874-876
935

Cristo instituyó la jerarquía eclesiástica con la misión de apacentar al Pueblo de Dios en su nombre, y para ello le dio autoridad. La jerarquía está formada por los ministros sagrados: obispos, presbíteros y diáconos. Gracias al sacramento del Orden, los obispos y presbíteros actúan, en el ejercicio de su ministerio, en nombre y en la persona de Cristo cabeza; los diáconos sirven al Pueblo de Dios en la diaconía (servicio) de la palabra, de la liturgia y de la caridad.

180. ¿En qué consiste la dimensión colegial del ministerio de la Iglesia?
877

A ejemplo de los doce Apóstoles, elegidos y enviados juntos por Cristo, la unión de los miembros de la jerarquía eclesiástica está al servicio de la comunión de todos los fieles. Cada obispo ejerce su ministerio como miembro del colegio episcopal, en comunión con el Papa, haciéndose partícipe con él de la solicitud por la Iglesia universal. Los sacerdotes ejercen su ministerio en el presbiterio de la Iglesia particular, en comunión con su propio obispo y bajo su guía.

181. ¿Por qué el ministerio eclesial tiene también un carácter personal?
878-879

El ministerio eclesial tiene también un carácter personal, en cuanto que, en virtud del sacramento del Orden, cada uno es responsable ante Cristo, que lo ha llamado personalmente, confiriéndole la misión.

182. ¿Cuál es la misión del Papa?
881-882
936-937

El Papa, Obispo de Roma y sucesor de san Pedro, es el perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad de la Iglesia. Es el Vicario de Cristo, cabeza del colegio de los obispos y pastor de toda la Iglesia, sobre la que tiene, por institución divina, la potestad plena, suprema, inmediata y universal.

183. ¿Cuál es la función del colegio de los obispos?
883-885

El colegio de los obispos, en comunión con el Papa y nunca sin él, ejerce también él la potestad suprema y plena sobre la Iglesia.

184. ¿Cómo ejercen los obispos la misión de enseñar?
886-890
939

Los obispos, en comunión con el Papa, tienen el deber de anunciar a todos el Evangelio, fielmente y con autoridad, como testigos auténticos de la fe apostólica, revestidos de la autoridad de Cristo. Mediante el sentido sobrenatural de la fe, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe, bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia.

188. ¿Cuál es la vocación de los fieles laicos?
897-900
940

Los fieles laicos tienen como vocación propia la de buscar el Reino de Dios, iluminando y ordenando las realidades temporales según Dios. Responden así a la llamada a la santidad y al apostolado, que se dirige a todos los bautizados. 


La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo
La Iglesia que Cristo fundó la formamos todos los que vivimos unidos a Él por medio del Bautismo. Cristo es la cabeza y nosotros somos sus miembros.
 
La Iglesia,  Cuerpo Místico de Cristo
La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo.

Tiene la función de extender el Reino de Dios en la tierra y fue fundada por Jesucristo, como consta en la Biblia.

Cada uno de los bautizados formamos parte de ese Cuerpo, de manera que todos dependemos de todos.

Todos debemos servir a la Iglesia a través de nuestros hermanos y mediante nuestra santificación personal.


A continuación presentamos este artículo donde se podrá conocer:

¿Por qué los cristianos decimos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo?
¿Por qué decimos que nosotros somos sus miembros?
¿En dónde habla la Biblia sobre la constitución de la Iglesia?
¿Cómo podemos expresar nuestro amor a la Iglesia?

La Iglesia que Jesucristo fundó

Cristo fundó la Iglesia. No tiene como fin ganar dinero; ni democracia o dictadura, porque no tiene fines políticos; tampoco es un sindicato, ni una cooperativa, ni una banda de música. Por lo tanto, vamos a llamarle club, aunque sea provisionalmente.

Los cuatro evangelistas nos dan la lista de los doce miembros fundadores del club —que al final quedaron en once, pues Judas fue expulsado por juego sucio y por venderse al adversario.

Ahora bien, decir que alguien funda un club con once miembros o socios puede sugerirnos que se trata de un club de fútbol. Pero en el siglo I no lo pensaban así, pues antes el deporte organizado no era tan importante para las personas como lo es el día de hoy.

Indudablemente no se trataba de un equipo de fútbol. Y no lo digo porque ser futbolista sea malo. En realidad, hoy ser un gran futbolista es ser una de las personas más célebres y admiradas del mundo.

Ser futbolista de primera división es francamente difícil y tampoco es fácil ser apóstol de primera división. Hay que tener capacidad, coraje, clase, cerebro y corazón… y todo eso se dice en la Sagrada Escritura y en la página de deportes.

A los once fundadores del club Cristo los sometió a un entrenamiento durísimo. Así es como salen las grandes figuras.

Lo digo porque después hemos llegado muchos a inscribirnos al club con pretensiones de ser titulares del equipo, pero sin coraje para aguantar los entrenamientos. Y luego nos lamentamos de que no pasemos de reservas… la culpa es nuestra.

Dice Cristo: el que quiera ser de primera división, “que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga” (Mt. 16, 24).
Duro. Ése es un entrenamiento muy duro. Pero Pedro, Santiago, Juan, Andrés y los otros fundadores aceptan y se entregan a ese entrenamiento. Claro, salen todos titulares del equipo de primera división y mueren con la camiseta puesta.

Más adelante Pablo se inscribe en el equipo y acepta también el entrenamiento. Llega a primera división y hace estas interesantes declaraciones:

“Todos juegan en el estadio, pero no todos reciben el premio. Jugad de forma que lo ganéis… No será coronado vencedor sino el que jugare con todas las de la ley” (cfr. 1 Cor. 9, 24; 2 Tim. 2, 5).

Poco antes de morir, el mismo Pablo dice: “He jugado buen juego, he sido fiel al club; ya no me queda sino recibir el trofeo que en justicia me dará el Señor, árbitro justo” (2 Tim. 4, 7-8).

Tanto Pablo como los otros once tuvieron mucho entrenamiento y mucho amor al club.

Tú también estás inscrito en este club, con la credencial y la camiseta que te dieron en el bautismo. De ti depende llegar a primera división, quedarte en la reserva o tal vez en las gradas como simple espectador.


Pedro Ma. De Irolagoitia, ¡Qué buenos son los santos!

¿Cuándo surgió la idea de formar el club de Cristo?

La historia del club de Cristo, la Iglesia, empieza desde la creación del mundo. Se puede decir que su fundación es la reacción de Dios ante el caos que ocasionó el pecado.

Dios prepara remotamente la fundación de la Iglesia con el llamado a Abraham, a quien le promete que será
padre de un gran pueblo (cfr. Gen. 12, 2; 15, 5-6).
Este gran pueblo simboliza a la Iglesia.

El pecado de Adán y Eva rompe la unión del hombre con Dios. Los planes de Dios para el hombre se desbaratan y entonces Dios reacciona con una convocatoria, con un llamado a los hombres para restaurar esa intimidad con Él. Esta «convocatoria» es la fundación del club de los apóstoles con Jesucristo, que es la Iglesia. La palabra «iglesia» viene del latín ecclesia, y ésta del verbo ekklesía, que quiere decir asamblea, congregación.
Más adelante, Dios elige al pueblo de Israel como pueblo de Dios (cfr. Ex. 19, 5-6; Deut. 7, 6). Convoca a un pueblo porque no desea que los hombres se salven individualmente y aislados, sino unidos entre sí y todos ellos unidos a Dios, lo cual no significa que Dios le pertenezca en exclusiva a ese pueblo, sino que Dios quiso formar un pueblo propio para hacer una alianza con sus integrantes, para irlos educando, para revelárseles poco a poco y prepararlos a fin de formar la Iglesia. Israel es el símbolo de la reunión de todas las futuras naciones en la Iglesia. Pero rompe la alianza con Dios y entonces los profetas anuncian una Alianza nueva y eterna (cfr. Jer. 31, 31-34; Is. 55, 3) que será instituida por Jesucristo.

Jesucristo viene a la tierra a instituir esta nueva Alianza entre Dios y los hombres y funda su Reino, que es la Iglesia. Desde ese momento se restablece la unión entre Dios y los hombres, se restablece el orden planeado por Dios desde el principio. En la Iglesia, mediante los sacramentos instituidos por Cristo, el hombre es de nuevo capaz de estar unido íntimamente a Dios por la vida de la gracia.

El momento culminante de la fundación de la Iglesia se lleva a cabo en Pentecostés, cuando Dios envía al Espíritu Santo para que actúe dentro de la Iglesia a través de sus miembros. Suena un poco increíble, pero eso es la Iglesia: una sociedad formado por personas unidas íntimamente con Dios, personas que forman un solo cuerpo entre sí, pues Dios habita en cada una de ellas; personas que actúan en nombre de Dios, pues el Espíritu Santo actúa a través de ellas. El Reino de Cristo, Dios y el hombre unidos por toda la eternidad.


¿Cuáles son las características de esta sociedad?

La Iglesia tiene características que la distinguen de cualquier grupo religioso, étnico, político o cultural:
• Es el Pueblo de Dios, la reunión de todos aquellos que viven en unión con Dios.
• Para inscribirse en esta sociedad no hay que llenar largos formatos, pagar cuotas ni entregar documento alguno. Basta con volver a nacer de lo alto, por el agua y el Espíritu (cfr. Jn. 3, 3-5). Esto se realiza en el bautismo, con el cual el hombre alejado de Dios vuelve a estar unido a Él y, por lo tanto, pasa a formar parte del Pueblo de Dios.
• Esta sociedad tiene por jefe a Cristo, cabeza de todo el cuerpo formado por los hombres unidos a Dios.
• La credencial que distingue a los miembros de la Iglesia es el Espíritu Santo que habita en sus corazones y les da la dignidad y la libertad de hijos de Dios.
• La ley que rige dentro de esta sociedad es el mandamiento nuevo: “amar a todos como el mismo Cristo nos amó”.
• La misión de cada miembro de la Iglesia es ser sal de la tierra y luz del mundo. Cada miembro de la Iglesia es una semilla de salvación para todo el género humano.
• El destino de la Iglesia es el Reino de Dios, que Cristo mismo empezó en este mundo pero que debe ser anunciado y extendido por sus miembros hasta lograr que reine Dios para siempre en el corazón de todos los hombres.

Hay muchas otras cosas que seguramente ya conoces de la Iglesia, como el hecho de que es una, porque es la única fundada por Cristo; santa, porque sus miembros y su misión son santos; católica, porque es universal; y apostólica, porque está fundada sobre el legado y autoridad de los apóstoles.

También sabrás que en la Iglesia hay una jerarquía, cuya cabeza es el Papa y que él, junto con los obispos, como sucesores directos de los apóstoles, son los encargados de enseñar, gobernar y dirigir a los demás miembros de la Iglesia.


¿Quiénes formamos la Iglesia?

La Iglesia, más que una sociedad, podría compararse con una gran familia formada por miles de miembros unidos entre sí, por estar cada uno de ellos unido a Dios.
En una familia cada miembro es diferente de los otros: tu hermana no es igual a tu hermano ni éste igual a tu primo. Tu padre y tu madre son diferentes de tus abuelos y tíos.

Cada miembro de una familia tiene una tarea que cumplir y también una personalidad diferente: tu mamá, encargada de la casa, cuida a los hijos; tu papá, responsable de trabajar para proveer lo necesario, los protege; tu abuela consiente a los nietos; tu tía los regaña; tu hermano hace reír a todos; el pequeño llora todo el día y tu hermana es maravillosa haciendo galletas. Cada uno es importante para el resto de la familia y su ausencia se siente cuando por cualquier razón no está en la casa.

Dentro de la Iglesia sucede lo mismo: tiene muchos miembros diferentes y tú eres uno de ellos. En ella encontramos sacerdotes, religiosos y laicos, cada uno con una misión diferente que cumplir y todos igual de importantes y necesarios dentro de la vida de la Iglesia.
Para explicar la importancia de cada miembro dentro de la Iglesia, podemos compararla con tu cuerpo, formado por diferentes miembros: manos, pies, cabeza, dedos, corazón, pulmones, estómago...

Cada miembro de tu cuerpo desempeña una función específica y si falla, te afecta en toda tu persona. Si te duele la cabeza, no dices: “mi cabeza se siente mal”, sino “yo me siento mal”. Si te hieres en el dedo, no dices “le duele a mi dedo”, sino “me duele el dedo”.
La Iglesia es también un cuerpo: el Cuerpo místico de Cristo, y también está formado por miembros diversos entre sí. Entonces, lo que hagas dentro de la Iglesia afecta a todo el cuerpo en general. Si haces obras buenas, la Iglesia entera se fortalece. En cambio, si algún miembro pierde la vida de gracia, la Iglesia entera se debilita pues es como si le amputaran un dedo, una mano o un pie.

En la Iglesia encontramos miembros sanos. Son aquellos que viven unidos a Dios por la vida de la gracia y hacen crecer esa unión a través de los sacramentos. Cumplen con su función a través del testimonio y el apostolado. Son ojos que ven, oídos que oyen, piernas que caminan y manos que escriben.

También encontramos miembros atrofiados. Son aquellos que están ahí porque no han perdido la vida de gracia, pero que no sirven para nada, pues ni se preocupan por fortalecerse ni hacen algo para que la Iglesia crezca y se fortalezca. Son todos aquellos cristianos que se conforman con “no pecar” y se olvidan de hacer el bien.
Existen también en la Iglesia miembros débiles por falta de ejercicio. Son aquellos llenos de buenos propósitos que nunca llevan a cabo porque su fuerza de voluntad no les alcanza. Tienen grandes planes, son piernas que quieren correr en un maratón pero que se niegan a entrenar todos los días. Por supuesto, cuando llegan a la competencia, se quedan a mitad del camino por falta de fuerzas.

La Iglesia también tiene miembros enfermos, heridos y pisoteados. Son aquellos cristianos que conviven con los pecados veniales todos los días. Su unión con Dios es muy débil; son incapaces de trabajar en las virtudes porque están enfermos. Son como unos pulmones con cáncer, una rodilla con el menisco roto o una espalda con la columna desviada. El dolor que causan estas enfermedades los incapacita para desarrollar su función: los pulmones duelen al respirar, la rodilla duele al caminar y la espalda es incapaz de cargar peso.
Los miembros amputados son aquellos que han perdido la unión con Dios debido al pecado mortal. Así como quien ha sufrido la amputación de una pierna o un brazo dice que sigue “sintiendo” su pierna o su brazo, de la misma manera en la Iglesia se “siente” la ausencia de esos miembros que la han abandonado por el pecado mortal.

Hay otros miembros a los que podríamos llamar miembros desertores o mutilados; son aquellos que, al ver problemas o errores dentro de la Iglesia, deciden abandonarla y unirse a grupos sectarios. Son débiles; en vez de defender y fortalecer el Cuerpo al que pertenecen, prefieren huir e irse a otro lugar donde se requiera menos esfuerzo. Es como si un riñón decidiera por sí mismo donarse a otro cuerpo porque no le gusta la nariz del cuerpo al que pertenece. Eso no sucede en el cuerpo humano, pero sí en la Iglesia, pues cada uno de sus miembros es libre.


¿Qué debemos hacer los miembros de la Iglesia?

Conocer, cumplir, dar a conocer
Lo primero que debes hacer como miembro de la Iglesia es saber en qué clase de cuerpo estás y cuál es tu función dentro de él. Imagina que en una familia la madre quisiera cumplir las funciones del hijo en vez de las suyas o el padre las de la abuela… ¡sería un desastre! También lo sería si los miembros no supieran quién es quién en la familia y los bebés empezaran a dictar las reglas y los padres a obedecerlas.

Imagina que en un cuerpo humano los miembros no supieran a qué clase de cuerpo pertenecen ni cuál es su función dentro de él. Imagina a la mano queriendo cumplir las funciones del pie o a la boca tratando de cumplir las del oído. Imagina que la boca, al no saber a qué clase de cuerpo pertenece, supusiera que es parte del cuerpo de una vaca y empezara a emitir mugidos…
Imagina también que te inscribes en un club del cual no conoces las reglas ni su finalidad. Llegas a entrenar con tu uniforme completo de natación, con goggles y gorra y resulta que el club es de fútbol… ¡qué ridículo harías!

• Como miembro de la Iglesia, lo primero que debes hacer es conocerla: su origen, sus enseñanzas, sus reglas, su finalidad… ¡Suena muy lógico!, pero hay miles de católicos que no tienen idea de dónde están y por eso se dejan engañar tan fácilmente por el primero que toca a su puerta y les promete pertenecer al grupo elegido de los 144,000 o les promete la piedra mágica que les dará la “energía” de Dios.

• El segundo paso es cumplir con tu misión específica dentro de la Iglesia. Una vez que sepas si eres ojo, mano, riñón o arteria, ponte a trabajar para cumplir con tu función en el Cuerpo Místico de Cristo. De nada sirven los miembros atrofiados o enfermos. Es más, muchas veces son un estorbo. Trabaja por fortalecer tu unión con la cabeza, que es Cristo, a través de los sacramentos; trabaja por fortalecerte como miembro con el ejercicio diario de las virtudes; cumple con tu función sabiendo que eres indispensable e insustituible: si eres arteria y no cumples con tus funciones de arteria, habrá una parte del Cuerpo de Cristo que se quedará sin esa sangre que tú tenías que llevar. Nadie va a cumplir tu misión dentro de la Iglesia, pues cada quien tiene una función distinta.

• El tercer paso es dar a conocer las enseñanzas de la Iglesia a los demás. Dar a conocer a todos los que encuentres en tu camino la necesidad que la Iglesia tiene de ellos. Concientizar a todos los cristianos de que ellos son la Iglesia y de que es necesario que conozcan sus enseñanzas y su doctrina.


Medita y actúa
Para meditar personalmente
• ¿Por qué si San Pablo perseguía a los cristianos, cuando fue derribado mientras viajaba a caballo, Jesús le preguntó por qué razón lo perseguía a Él?
• ¿Qué clase de miembro de la Iglesia eres? ¿Sano, atrofiado, débil, enfermo, amputado o desertor? ¿Por qué?
• ¿Qué le responderías a alguien que llegara a tratar de convencerte de abandonar la Iglesia diciéndote que hay muchos errores dentro de ella?
• ¿Conoces los documentos de la Iglesia que se han escrito en el último año?

Ideas para recordar
• La idea de la fundación de la Iglesia surgió desde la creación del mundo.
• La palabra Iglesia viene del griego “ekklesía”, que significa "asamblea".
• La Iglesia es la unión de todos los hombres que acuden a la convocatoria de Dios y se unen a Él por la vida de gracia y los sacramentos.
• En la Iglesia hay muchos miembros con funciones diversas, pero cuando un miembro sufre, se ve afectada la Iglesia entera.
• Como miembros de la Iglesia tenemos el deber de conocer, cumplir y dar a conocer sus enseñanzas.

Decisiones
Como tú sabes, no es suficiente saber lo que ocurre ni por qué... es necesario que todos hagamos un esfuerzo de cambio para aplicar lo que vamos aprendiendo. Aquí te proponemos algunas líneas generales de compromiso: ¡la decisión es tuya!
• Me preocuparé por ser siempre un miembro sano de la Iglesia manteniendo mi unión con Dios mediante la oración y la práctica de los sacramentos, evitando el pecado venial, desterrando el pecado mortal y trabajando en el desarrollo de las virtudes.
• Me preocuparé por conocer siempre las enseñanzas de la Iglesia.
• Acudiré a las misiones que organice mi parroquia, grupo pastoral o escuela para acercar a la Iglesia a más personas y recuperar a aquellos miembros que han sido amputados o mutilados.
• Si no encuentro un grupo organizado que lleve a cabo misiones, puedo organizarlas con mis amigos o compañeros de grupo, yendo con nuestras propias familias a misionar el fin de semana a alguna colonia cercana.

Respuesta a algunas preguntas acerca de la Doctrina sobre la Iglesia
Respuestas a algunas preguntas de la Doctrina sobre la Iglesia. Documento de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe
 
Respuesta a algunas preguntas acerca de la Doctrina sobre la Iglesia
Respuesta a algunas preguntas acerca de la Doctrina sobre la Iglesia

El Papa Benedicto XVI, en la audiencia concedida al prefecto del citado dicasterio –el cardenal William Levada, firmante del documento-, ha aprobado y confirmado estas «Respuestas» y ha ordenado su publicación.

El texto original en latín –traducido a distintos idiomas, entre ellos español-, ha sido difundido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.





CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

RESPUESTAS A ALGUNAS PREGUNTAS ACERCA DE CIERTOS ASPECTOS DE LA DOCTRINA SOBRE LA IGLESIA



Introducción


El Concilio Vaticano II, con la Constitución dogmática Lumen gentium y con los Decretos sobre el Ecumenismo (Unitatis redintegratio) y sobre las Iglesias orientales (Orientalium Ecclesiarum), ha contribuido de manera determinante a una comprensión más profunda de la eclesiología católica. También los Sumos Pontífices han profundizado en este campo y han dado orientaciones prácticas: Pablo VI en la Carta Encíclica Ecclesiam suam (1964) y Juan Pablo II en la Carta Encíclica Ut unum sint (1995).

El sucesivo empeño de los teólogos, orientado a ilustrar mejor los diferentes aspectos de la eclesiología, ha dado lugar al florecimiento de una amplia literatura sobre la materia. La temática, en efecto, se ha mostrado muy fecunda, pero también ha necesitado a veces de puntualizaciones y llamadas de atención, como la Declaración Mysterium Ecclesiæ (1973), la Carta Communionis notio (1992) y la Declaración Dominus Iesus (2000), publicadas todas por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

La vastedad del argumento y la novedad de muchos temas siguen provocando la reflexión teológica, la cual ofrece nuevas contribuciones no siempre exentas de interpretaciones erradas, que suscitan perplejidades y dudas, algunas de las cuales han sido sometidas a la atención de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ésta, presuponiendo la enseñanza global de la doctrina católica sobre la Iglesia, quiere responder precisando el significado auténtico de algunas expresiones eclesiológicas magisteriales que corren el peligro de ser tergiversadas en la discusión teológica.


RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS

Primera pregunta: ¿El Concilio Ecuménico Vaticano II ha cambiado la precedente doctrina sobre la Iglesia?


Respuesta: El Concilio Ecuménico Vaticano II ni ha querido cambiar la doctrina sobre la Iglesia ni de hecho la ha cambiado, sino que la ha desarrollado, profundizado y expuesto más ampliamente.

Esto fue precisamente lo que afirmó con extrema claridad Juan XXIII al comienzo del Concilio.1 Pablo VI lo reafirmo,2 expresándose con estas palabras en el acto de promulgación de la Constitución Lumen gentium: «Creemos que el mejor comentario que puede hacerse es decir que esta promulgación verdaderamente no cambia en nada la doctrina tradicional. Lo que Cristo quiere, lo queremos nosotros también. Lo que había, permanece. Lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos, nosotros lo seguiremos enseñando. Solamente ahora se ha expresado lo que simplemente se vivía; se ha esclarecido lo que estaba incierto; ahora consigue una serena formulación lo que se meditaba, discutía y en parte era controvertido».3 Los Obispos repetidamente manifestaron y quisieron actuar esta intención.4


Segunda pregunta: ¿Cómo se debe entender a afirmación según la cual Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica?

Respuesta: Cristo «ha constituido en la tierra» una sola Iglesia y la ha instituido desde su origen como «comunidad visible y espiritual».5 Ella continuará existiendo en el curso de la historia y solamente en ella han permanecido y permanecerán todos los elementos instituidos por Cristo mismo.6 «Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica […]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él».7

En la Constitución dogmática Lumen gentium 8 la subsistencia es esta perenne continuidad histórica y la permanencia de todos los elementos instituidos por Cristo en la Iglesia católica,8 en la cual, concretamente, se encuentra la Iglesia de Cristo en esta tierra.

Aunque se puede afirmar rectamente, según la doctrina católica, que la Iglesia de Cristo está presente y operante en las Iglesias y en las Comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica, gracias a los elementos de santificación y verdad presentes en ellas,9 el término "subsiste" es atribuido exclusivamente a la Iglesia católica, ya que se refiere precisamente a la nota de la unidad profesada en los símbolos de la fe (Creo en la Iglesia "una"); y esta Iglesia "una" subsiste en la Iglesia católica.10


Tercera pregunta: ¿Por qué se usa la expresión "subsiste en ella" y no sencillamente la forma verbal "es"?

Respuesta:
 El uso de esta expresión, que indica la plena identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica, no cambia la doctrina sobre la Iglesia. La verdadera razón por la cual ha sido usada es que expresa más claramente el hecho de que fuera de la Iglesia se encuentran "muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica».11

«Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia».12


Cuarta pregunta: ¿Por qué el Concilio Ecuménico Vaticano II atribuye el nombre de "Iglesias" a las Iglesias Orientales separadas de la plena comunión con la Iglesia católica?

Respuesta:
 El Concilio ha querido aceptar el uso tradicional del término. "Puesto que estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con vínculos estrechísimos",13 merecen el título de «Iglesias particulares o locales»14, y son llamadas Iglesias hermanas de las Iglesias particulares católicas.15

"Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios".16
Sin embargo, dado que la comunión con la Iglesia universal, cuya cabeza visible es el Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, no es un simple complemento externo de la Iglesia particular, sino uno de sus principios constitutivos internos, aquellas venerables Comunidades cristianas sufren en realidad una carencia objetiva en su misma condición de Iglesia particular.17
.

Por otra parte, la universalidad propia de la Iglesia, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, halla precisamente en la división entre los cristianos un obstáculo para su plena realización en la historia.18
.


Quinta pregunta: ¿Por qué los textos del Concilio y el Magisterio sucesivo no atribuyen el título de "Iglesia" a las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma del siglo XVI?

Respuesta:
 Porque, según la doctrina católica, estas Comunidades no tienen la sucesión apostólica mediante el sacramento del Orden y, por tanto, están privadas de un elemento constitutivo esencial de la Iglesia. Estas Comunidades eclesiales que, especialmente a causa de la falta del sacerdocio sacramental, no han conservado la auténtica e íntegra sustancia del Misterio eucarístico,.19
según la doctrina católica, no pueden ser llamadas "Iglesias" en sentido propio.20

¿Cuáles son las características de la Iglesia?
Tiene características que la distinguen de cualquier grupo religioso, étnico, político o cultural.
 
¿Cuáles son las características de la Iglesia?
¿Cuáles son las características de la Iglesia?

La Iglesia tiene características que la distinguen de cualquier grupo religioso, étnico, político o cultural:

  • Es el Pueblo de Dios, la reunión de todos aquellos que viven en unión con Dios.
  • Para formar parte de la Iglesia basta con volver a nacer de lo alto, por el agua y el Espíritu (cfr. Jn. 3, 3-5). Esto se realiza en el bautismo, con el cual el hombre alejado de Dios vuelve a estar unido a Él y, por lo tanto, pasa a formar parte del Pueblo de Dios.
  • Tiene por jefe a Cristo, cabeza de todo el cuerpo formado por los hombres unidos a Dios.
  • Lo que distingue a los miembros de la Iglesia es el Espíritu Santo que habita en sus corazones y les da la dignidad y la libertad de hijos de Dios.
  • La ley que rige dentro de la Iglesia es el mandamiento nuevo: “amar a todos como el mismo Cristo nos amó”.
  • La misión de cada miembro de la Iglesia es ser sal de la tierra y luz del mundo. Cada miembro de la Iglesia es una semilla de salvación para todo el género humano.
  • El destino de la Iglesia es el Reino de Dios, que Cristo mismo empezó en este mundo pero que debe ser anunciado y extendido por sus miembros hasta lograr que reine Dios para siempre en el corazón de todos los hombres.

    La Iglesia, es una, porque es la única fundada por Cristo; santa, porque sus miembros y su misión son santos; católica, porque es universal; y apostólica, porque está fundada sobre el legado y autoridad de los apóstoles.

    En la Iglesia hay una jerarquía, cuya cabeza es el Papa y que él, junto con los obispos, como sucesores directos de los apóstoles, son los encargados de enseñar, gobernar y dirigir a los demás miembros de la Iglesia.
  • La Iglesia es Madre
    Todos los bautizados somos el mayor tesoro de la Santa Madre Iglesia. En ella nacimos a la vida de Dios .
     
    La Iglesia es Madre
    La Iglesia es Madre

    Cuando se habla de las riquezas de la Iglesia, muchos piensan que la Iglesia es rica de bienes materiales, lo cual es falso, y nunca hablan de la riqueza verdadera de la cual la Iglesia está bien orgullosa.

    Es un lenguaje nuevo que, gracias a Dios, estamos aprendiendo a usar. Los valores del espíritu, y que durarán después para siempre, son los únicos que nos interesan y queremos defender y acrecentar.

    Al hablar del matrimonio decimos, con frase ya muy hecha, que la gran riqueza de los padres son los hijos. En comparación de los hijos, no significan nada los otros bienes de fortuna.

    Así también, cuando hablamos de la Iglesia hemos de decir, sin restricción ninguna, que la gran riqueza con que cuenta son sus hijos.

    Todos los bautizados somos el mayor tesoro de la Santa Madre Iglesia.
    En ella nacimos a la vida de Dios. En ella se desarrolla, se perfecciona y llega a su plenitud nuestra vida espiritual.
    En ella alcanzamos la vida eterna.
    En la Iglesia tenemos todos los bienes de Dios, y nosotros correspondemos al amor de nuestra Madre la Iglesia siendo su honor y su corona.
    Este modo de hablar no es expresión de una admiración vana ni de un amor romántico.
    Por una parte, la Iglesia es lo más grande que existe en el mundo. Es la gran obra de Jesucristo, y no hay institución humana que la pueda superar.

    Por otra parte, la Iglesia ha sido para nosotros una madre verdadera, al habernos dado la vida divina que Jesucristo le comunicó y le confió. Por lo grande que la hizo Jesucristo, y por lo mucho que ha hecho y hace por nosotros, la Iglesia es digna de toda nuestra admración, de todo nuestro agradecimiento, de todo nuestro amor. Como mi Madre, la Iglesia, no hay...

    Y la Iglesia, al sentirse Madre, acrece cada día más su felicidad. En ella se cumple, en orden muy superior al de cualquier mujer, aquello del salmo: que Dios la ha hecho madre gozosa de muchos hijos...
    Conocida la riqueza de la Iglesia, hay ricos en el mundo que saben renunciar a todo por hacerse de esos bienes que la Iglesia les ofrece. Y la Iglesia, a su vez, se siente orgullosa de tener hijos tan formidables dentro de su casa.

    Son casos que se hicieron famosos en su tiempo, pero cuyo recuerdo perdura.
    Por ejemplo, el de la joven que queda desheredada de varios millones de dólares por haberse hecho católica, millones que, según el testamento del papá, puede recobrar apenas abandone la Iglesia Católica en que se metió. Ante esta cláusula del testamento, responde la joven:
    "Mi Padre del Cielo es más rico y me dará mejor herencia. Yo no abandono la Iglesia."
    ¿Cómo no va a estar orgullosa la Iglesia de una hija así?...

    A lo mejor se trata de un hijo de la Iglesia que se descarrió y avanzó muy lejos en el mal y en el crimen. La Madre Iglesia lloraba al hijo extraviado. Pero, gracias a la solicitud de la Iglesia su Madre, ese hijo perdido se regeneró a tiempo. Como ocurrió con aquellos dos condenados a muerte, que le hablan al santo capellán.
    El uno:
    "Padre, entre esta multitud que me sigue hacia la horca, ¿cómo es que el más tranquilo soy yo?..."
    Y el otro:
    "¡Quién puede creer, que entre todos los que me miran yo soy el más feliz!..."
    ¿No va a estar orgullosa la Iglesia de estas joyas que vuelve a recuperar?...
    No decimos nada de esos grandes Santos y Santas, que forman una lista interminable, y que son lo más excelso que en el orden moral ha tenido el mundo. Son todos ellos una riqueza sin igual de la Iglesia. Desde una Mónica y un Francisco de Asís, hasta un Javier o una Teresa de Jesús...

    Además, no olvidamos la respuesta de Lorenzo al Prefecto de Roma, que le condenaba a morir quemado vivo sobre las parrillas por no haber querido entregar los tesoros de la Iglesia. Mostrándole los pobres, enfermos e imposibilitados a los cuales mantenía la Iglesia de Roma, le dice: "Éstas son las riquezas de la Iglesia. No tengo ni administro otras".

    El Papa Pablo VI, que con su doctrina ha sido modernamente el Papa que más ha profundizado en el misterio de la Iglesia, nos dice:
    "Es necesario que se esclarezca cada vez más en vosotros la conciencia de lo que significa pertenecer a la Iglesia; conciencia de dignidad, pues en la Iglesia somos hijos de Dios y hermanos de Cristo; conciencia de riqueza, ¿pues hay riqueza mayor que ser admitidos a esta sociedad de salvación?; conciencia de compromiso, porque un miembro de la Iglesia es un fiel que se apega, se compenetra y persevera".
    Esta es la verdad. Nosotros somos ricos en la Iglesia y por la Iglesia. Y si somos hijos dignos de la Iglesia, nos convertimos en su riqueza mayor, en su corona espléndida, en su orgullo más legítimo...

    Le cantamos con el salmo a la Iglesia:
    "Todas las fuentes de de mi riqueza están en ti".
    Y ella nos contesta con otras palabras bíblicas:
    "¡Estos son los hijos que el Señor me ha dado!...."
    Sal.112 y 86. Gen. 48,9 - Grace Minford (en Perardi) - Condenados, asistidos por San José Cafasso - Pablo VI,1-6-1966.

    Apostolicidad en la Eucaristía y la Iglesia
    ¿Qué significa que la Iglesia es "apostólica"?
     
    Apostolicidad en la Eucaristía y la Iglesia
    Apostolicidad en la Eucaristía y la Iglesia

    La Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, afirma Juan Pablo II en el tercer capítulo de Ecclesia de Eucharistia. La relación tan estrecha que existe entre ambas realidades permite que se prediquen de la Eucaristía las propiedades que en el Credo se predican de la Iglesia: Una, santa, católica y apostólica.


    ¿Qué significa que la Iglesia es “apostólica”? Siguiendo el Catecismo, el Papa explica tres sentidos de esta expresión:

  • La Iglesia es apostólica, en primer lugar, porque está edificada sobre el fundamento de los Apóstoles, testigos escogidos y enviados por Cristo.
  • En segundo lugar, la Iglesia es apostólica porque guarda y transmite la enseñanza de los Apóstoles.
  • En tercer lugar, la Iglesia es apostólica porque los Obispos son los sucesores de los Apóstoles, los continuadores de su ministerio pastoral.

    De modo semejante, la Eucaristía es “apostólica”. Se celebra en continuidad con la acción de los Apóstoles; en conformidad con la fe transmitida por ellos; y presidida por aquellos que, en virtud del sacramento del orden, participan del ministerio pastoral.

    Se da, por consiguiente, en la Iglesia, una unión entre el don de la Eucaristía y el don del sacerdocio. El sacerdocio ministerial recuerda permanentemente a la Iglesia su dependencia de Cristo, su Cabeza y Señor. La prioridad de Cristo sobre su Iglesia se pone de manifiesto en la incapacidad de ésta para darse a sí misma la Eucaristía e, igualmente, el ministerio ordenado.

    Es el Señor quien se ofrece a Sí mismo en el Sacrificio eucarístico, uniendo a su entrega la entrega de la Iglesia. Por consiguiente, el sacerdote, en la Santa Misa, no obra a título personal, sino “in persona Christi”; es decir, en la identificación sacramental con Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote.

    La principalidad de Cristo hace también que la comunidad cristiana no pueda darse a sí misma el sacerdocio, sino que ha de recibirlo como un don de su Señor a través de la sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles. En ambos casos se pone de manifiesto que la Iglesia no se autoedifica, sino que es una creación de Dios.

    El Santo Padre extrae las consecuencias que de la apostolicidad de la Eucaristía se derivan para la actividad ecuménica, para la vida sacerdotal y para la pastoral vocacional. Las acciones ecuménicas han de evitar toda ambigüedad que desfigure la naturaleza de la Eucaristía. El ministerio sacerdotal encuentra en la Eucaristía su centro y su cumbre; más aún, su razón de ser.

    De esta centralidad de la Eucaristía para la vida de los sacerdotes y de la Iglesia, deriva su papel en la pastoral de las vocaciones sacerdotales. Ninguna solución de urgencia - forzosamente provisional - motivada por la escasez de ministros ordenados, debe hacer olvidar la necesidad de la Eucaristía y, en consecuencia, del sacerdocio ministerial.

    La función insustituible del sacerdocio ministerial “no significa menoscabo alguno para el resto del Pueblo de Dios, puesto que la comunión del único cuerpo de Cristo que es la Iglesia es un don que redunda en beneficio de todos” (Ecclesia de Eucharistia, 30). 
    1.  JUAN XXIII, Discurso del 11 de octubre de 1962: «… el Concilio… quiere transmitir pura e íntegra la doctrina católica, sin atenuaciones o alteraciones… Sin embargo, en las circunstancias actuales, es nuestro deber que la doctrina cristiana sea por todos acogida en su totalidad, con renovada, serena y tranquila adhesión…; es necesario que el espíritu cristiano, católico y apostólico del mundo entero dé un paso adelante, que la misma doctrina sea conocida de modo más amplio y profundo…; esta doctrina cierta e inmutable, a la cual se le debe un fiel obsequio, tiene que ser explorada y expuesta en el modo que lo exige nuestra época. Una cosa es la sustancia del "depositum fìdei", es decir, de las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa, siempre, sin embargo, con el mismo sentido y significado»: AAS 54 [1962] 791; 792.regresar

    Jesucristo concedió a su Iglesia la infalibilidad
    Se expresa en declaraciones del Romano Pontífice cuando habla ex cathedra.
     
    Jesucristo concedió a su Iglesia la infalibilidad
    Jesucristo concedió a su Iglesia la infalibilidad

    Jesucristo concedió a su Iglesia el carisma de la infalibilidad; y en ciertas ocasiones, la infalibilidad de la Iglesia se expresa en declaraciones del Romano Pontífice cuando habla ex cathedra, es decir, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal (1). Esta es la definición dogmática del Concilio Vaticano I, incuestionable para cualquier católico.

    Ahora bien, hay bastantes católicos que sólo se sienten vinculados en conciencia a las declaraciones del Papa cuando éstas revisten especial solemnidad. Sin embargo, la definición dogmática del Concilio Vaticano I no menciona la solemnidad como condición necesaria para que una declaración del Romano Pontífice pueda llamarse ex cathedra. Basta que un lunes cualquiera, en cualquier lugar, el Papa como tal, se dirija a toda la Iglesia y diga con claridad: "esto" (una doctrina sobre fe o moral) debe ser sostenido por todos.

    Puede arrojar luz sobre el asunto lo que el Concilio Vaticano II enseña acerca del Magisterio de los obispos. Dice que «aunque cada uno de los prelados por sí solo no posea la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, si todos ellos, aun estando dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de San Pedro, convienen en un mismo parecer como maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en las cosas de fe y costumbres, en ese caso anuncian infaliblemente la doctrina de Cristo» (2). Hay por tanto un magisterio episcopal no solemne, no extraordinario, sino ordinario pero infalible, que se da cuando los obispos enseñan: 1°, en materia de fe y costumbres; 2°, sujetos a la autoridad del Romano Pontífice; 3°, en plena concordia entre sí; y 4°, queriendo actuar usando el grado supremo de su autoridad.

    No siempre aparecen claras en la práctica las condiciones requeridas para que nos conste la infalibilidad de ese magisterio ordinario episcopal. Por ello a veces recurren al Magisterio extraordinario para evitar toda posible tergiversación y para mayor claridad (Cfr. Vat. II, LG, 25). Pero el hecho es que ese Magisterio existe como posibilidad que, sin duda, se ha realizado muchas veces en la historia de la lglesia.

    EL MAGISTERIO DEL ROMANO PONTIFICE ORDINARIO E INFALIBLE 

    Pues bien, si el colegio episcopal es infalible no sólo cuando ejerce su Magisterio de modo extraordinario en concilio ecuménico, sino también como recuerda el Vaticano II, cuando lo ejercita de manera ordinaria disperso por el orbe católico, ¿cabe pensar que el Papa sea también infalible cuando ejerce su Magisterio ordinario, si éste es universal y supremo?.

    Dos cosas hay que decir sobre este tema: 

    1. De la definición dogmática del Concilio Vaticano I resulta indudable la infalibilidad del Papa cuando habla ex cathedra, pero no se puede deducir de ella la infalibilidad del Romano Pontífice en su Magisterio ordinario.

    2. La analogía con el magisterio episcopal de una parte, y de otra, la expresión utilizada por el propio concilio Vaticano I al afirmar que el Papa tiene la misma infalibilidad que Cristo quiso para su Iglesia, induce lógicamente a mantener que existe un Magisterio ordinario infalible del Papa.

    Es esta una conclusión teológica muy de tener en cuenta y que manifiesta como altamente sospechosa la actitud de quienes se profesan "católicos" porque admiten la infalibilidad del Papa cuando habla ex cathedra, y están dispuestos - en teoría, al menos- a obedecerle en tales ocasiones, pero menosprecian su Magisterio ordinario, o no se consideran vinculados a él en conciencia. Esta actitud comporta riesgos evidentes de herejía, y siempre supone al menos ignorancia teológica.

    Hay que tener en cuenta que, tal como lo definió el Concilio Vaticano I, es doctrina de fe divina y católica (dogma de fe) «Todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio» (3). Es decir, es dogma de fe no sólo lo que ha sido declarado como tal por el Magisterio de modo solemne.

    Por otra parte y en toda hipótesis, conviene dejar bien asentado que si el Papa, enseñando en materia de fe y costumbres a los fieles en general, no hace constar su intención de imponer la máxima obligatoriedad, es decir, si no habla ex cathedra, su Magisterio no deja por ello de ser auténtico y universal, al cual - recuerda el Vaticano II- «se debe de modo particular una religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento, de manera que se reconozca y reverencie ese Magisterio supremo y con sinceridad se le preste adhesión».

    Es claro que no se podría imponer una religiosa sumisión del entendimiento, si las doctrinas propuestas, aunque no constituyan definiciones dogmáticas, no fueran ciertas, y aunque eventualmente mejorables, no fueran estrictamente verdaderas. Pues en los documentos doctrinales del Papa, que pueden emanar de él mismo (cartas encíclicas, o cartas y escritos con destinatarios de diversa índole) o emanar de las Congregaciones Romanas (interesando al caso sólo los documentos que llevan una aprobación específica del Papa), hemos de distinguir dos clases de aserciones:

    Los principios permanentes, integrados por verdades y valores absolutos, que conservarán siempre su valor de verdad y su fuerza vinculante.

    2. Las afirmaciones de connotación histórica y de carácter prudencial, que, aunque no sean falsos, pueden variar si cambian las circunstancias; de modo que si consta con claridad que las circunstancias son distintas, pierden su fuerza vinculante.

    EL "ESCANDALO" DEL "CASO GALILEO" 

    Frente a estos principios claros, se ha hecha ya clásica la objeción que se basa en la "lamentable condena a Galileo" - propagador del sistema llamado copernicano- en tiempos del Papa Urbano VIII. Mucho habría que decir sobre el desarrollo de aquellos acontecimientos, que Juan Pablo II ha mandado investigar a fondo. Pero una cosa es cierta, que es lo más importante por lo que aquí interesa: aun admitiendo el error de la Congregación del Santo Oficio, Dios no permitió que el Papa Urbano VIII condenase públicamente una teoría que él, personalmente, pudo estimar entonces como errónea.

    En rigor, "el caso Galileo" es una manifestación más de cómo el Espíritu Santo, que es en última instancia, quien gobierna la Iglesia, triunfa también sobre las limitaciones personales de los papas, y los asiste siempre eficazmente en la tarea que Cristo mismo les confió en la persona de Pedro, cuando - cercana ya su muerte, instituido el Sacrificio de la Nueva Alianza- el Señor renovó la promesa del Primado: "Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú cuando te conviertas (Jesús predice la negación y la conversión de Pedro) confirma a tus hermanos" (Lc. 22,31).

    El Señor ha rogado - con su infalible oración- no para que Pedro no le niegue, sino para que su fe no desfallezca y confirme en ella a los demás Apóstoles, a todos los fieles. Pedro y sus sucesores serán roca firme y luz certísima, sin sombras, para toda la Iglesia. En cuestiones de fe y de moral, la autoridad del Papa es singular. Y no la podrían alcanzar siquiera diez mil millones de teólogos unánimes; menos aún diez mil millones de sociólogos, psicólogos, médicos, biólogos, etc. Porque la autoridad del Papa es de orden superior, y se sostiene no sobre razonamientos humanos, siempre limitados y falibles, sino en su misión divina, en la asistencia del Espíritu Santo, garantizada por la oración de Jesucristo. Tal garantía no se encuentra en nadie más; ni siquiera en los más competentes teólogos: sólo en el Papa, y en los obispos con el Papa, en las circunstancias ya señaladas.

    Los teólogos también han de ser confirmados en la fe. "En efecto - advertía Juan Pablo II- , se puede conocer perfectamente la Sagrada Escritura, se puede ser docto en filosofía y teología, y no tener fe, naufragar en la fe" (5). Precisamente los artículos de la fe son el principio de la teología, y un pequeño error en el principio, al final llega a ser enorme. Y así se explican las aberrantes conclusiones a las que algunos teólogos - hoy como ayer- han llegado, cuando han prescindido del Magisterio de la Iglesia. "El sagrado Magisterio - aseveraba Pío XII en su encíclica Humani generis-- ha de ser para cualquier teólogo, en materia de fe y costumbres, la norma próxima y universal d e la verdad"; y también "todos los fieles deben guardar las constituciones y decretos con que las opiniones erróneas han sido prohibidas y proscritas por la Santa Sede".

    EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA POTENCIA LA LIBERTAD

    Si se entiende bien lo que llevamos dicho, resulta obvio que el Magisterio del Romano Pontífice y, en general, el Magisterio de la Iglesia tanto el extraordinario como el ordinario, no es un inoportuno intermediario entre Dios y los hombres, ni lastra el espíritu humano en el libre progreso en el conocimiento de la palabra de Dios. No nos movemos en un terreno de hipótesis, sino de realidades divinas, claramente manifestadas en la misma Sagrada Escritura. No somos los hombres quienes hemos de imponer nuestros criterios a Dios, sino que es El quien manifiesta su verdad y voluntad a los hombres. Es claro y patente que Dios ha querido fundar la Iglesia como intermediaria de la salvación y depositaria de su mensaje redentor. Lo cual, por cierto, supone una paternal providencia al preservar la palabra divina de toda interpretación subjetiva, interponiendo la garantía del Magisterio, cuya finalidad no se cifra en manipular la palabra de Dios, sino en conservarla y explicarla en toda su integridad y pureza originales, sin menoscabo de la acción inmediata del Espíritu Santo en las almas. Espíritu que es el mismo que asiste a la Iglesia en su Magisterio y del que éste recibe toda su autoridad. En otros términos: sujetarse al Magisterio es sujetarse al mismo Espíritu de Dios.

    Además, el Magisterio de la Iglesia, lejos de coartar la libertad y de frenar el legitimo progreso científico, facilita la libertad para una legitima investigación, al fijar con precisión los limites de la verdad, y fomenta el avance científico al advertir los caminos ciertamente erróneos y señalar con pauta infalible nuevos e insospechados horizontes.

    SIEMPRE "ROCA"; SIEMPRE "LUZ" 

    En las cosas que conciernen a la fe y a la moral, el Papa ha sido y será siempre roca, siempre luz. Como decía San Agustín, al instituir el primado del Romano Pontífice, Jesucristo "quiso fortalecer de antemano nuestros oídos contra los que, según El mismo advirtió, se habrían de levantar a lo largo de los tiempos, diciendo ved aquí a Cristo, miradlo allá (Mt. 24, 23). Y nos mandó que no les diésemos crédito. No tendríamos excusa alguna si no hiciéramos caso a la voz del Pastor, tan clara, tan abierta, tan palmaria, que ni el más miope o torpe de inteligencia puede decir: no he entendido" (6).

    Palabras de asombrosa actualidad. El Papa, hoy Juan Pablo II, no cesa de transmitirnos la palabra de Dios en toda su pureza, con toda claridad. Recorre el mundo jugándose la vida, llenándolo de luz, disipando tinieblas, despertando esperanzas que parecían imposibles, encendiendo la fe de los jóvenes y menos jóvenes. Es muy de agradecer. Y es también una gran responsabilidad: Dios nos pedirá estrecha cuenta de cómo hemos oído al Papa de cómo lo hemos recibido, de cómo hemos dejado que penetre en nuestra mente y en nuestro corazón su palabra inequívoca, fidelísima a la enseñanza del Maestro.

    El Papa es principio, fundamento y unidad de todo el pueblo de Dios. Es lógico que sea así; es de sentido común. El conocido profesor luterano W. Pannenberg, en un coloquio celebrado en una Facultad teológica española, contestaba así a una pregunta sobre el papado: "la necesidad de un ministerio de unidad en la Iglesia es algo tan evidente que las negativas protestantes no debían mantenerse por más tiempo" (7).

    Pero el amor del cristiano al Papa ha de estar inspirado por la fe y el amor teologal. La recepción entusiasta, exultante - incluso clamorosa, multitudinaria- al Papa no es culto a la personalidad de un hombre excepcional, sino - como se ha dicho con acierto- "el vehículo del amor a Cristo, el amor a lo esencial o la esencialidad del amor".

    De este modo no hay que tener miedo a amar "demasiado" al Papa ni a manifestarlo con entusiasmo. Lo haríamos aunque su aspecto no fuese tan amable; aunque su mirada fuese menos tierna y no tan recio, viril, el timbre de su voz. Porque el Papa, sea quien sea - Juan o Pablo, o Juan Pablo- , es Pedro, es "el dulce Cristo en la tierra", como decía Santa Catalina de Siena y recordaba con gratitud Juan Pablo II, en su Alocución del 14-lX-1980.

    QUÉ HACER POR EL PAPA 
    Obras son amores. La primera obra del amor es la oración. El Papa necesita la oración de todos sus hijos. En cierta ocasión, Pablo VI abría su alma en público, exclamando: "¡Qué pesadas son estas llaves que vienen de manos de Pedro a nuestras débiles manos! ¡qué pesadas de llevar y cuanto más de manejar! " (8). Muy dura debe de resultar la tarea, sobre todo en un mundo en el que tantas veces se suelen preferir las tinieblas del error a la luz de la verdad (9). "Rogad por mí, mis muy queridos en el Señor", suplicaba Juan Pablo II en la catedral de Brazzaville (10).

    Todos podemos facilitar la colosal tarea del Papa con nuestra oración, que tiene múltiples manifestaciones: la Santa Misa, de infinito valor; el Santo Rosario, arma poderosa contra las fuerzas del mal y vigoroso imán de la gracia divina; ratos más o menos largos de petición ante el Sagrario; horas de trabajo bien hecho, esforzado, sacrificado y ofrecido por la persona e intenciones del Romano Pontífice; etc. etc.

    Todo ello con una voluntad decidida de conversión profunda, de purificación interior, para que la luz de su palabra penetre hasta el fondo del alma y despierte el hambre de Dios que todos llevamos dentro. Nada mejor para lograrlo que acudir al Sacramento de la Penitencia, sin el cual "la conversión no es plenamente auténtica" (11). Ha hablado tanto y de tal modo del valor de la confesión individual que no parece que se le pueda hacer mejor regalo al Papa que una buena confesión.

    ¿Cómo se podría penetrar a fondo en los misterios divinos de salvación, de gracia - de los que el Papa ha nos habla- sin estar en gracia de Dios? ¿Cómo entender el mensaje de Cristo sin la sincera disposición de poner en coherencia conducta y fe? ¿Cómo alcanzar la fortaleza necesaria sin la gracia que se dispensa sobre todo por medio de los sacramentos?.

    "Mediante el Sacramento de la Penitencia - decía Juan Pablo II en su homilía en el Quezon Circle, de Manila- Jesús nos ofrece el perdón y la paz. Precisamente a causa de su importancia como Sacramento de la reconciliación, subrayé en mi primera Encíclica el derecho del hombre a un encuentro más personal con Cristo crucificado que perdona (Redemptor hominis, 20), y recomendé encarecidamente la fiel observancia de la secular costumbre de la confesión individual. Hoy quiero presentar una vez más el Sacramento de la Penitencia como un don de la paz y del amor de Cristo, y os pido que os esforcéis por beneficiaros de esta ocasión de gracia" (12).

    ANTONIO OROZCO
    (1) Vaticano 1. Pastor aeternus, 2; Cfr. Vaticano II, LG, 25; (2) Vat. II, LG, 25, (3) Vat. I, Dz 1792; (4) Vat. II, LG, n. 4; (5)Alocución, 24-III- 1979; (6) S. AGUSTIN, De unitate Ecclesiae, II, 28; (7) P. RODRIGUEZ, Iglesia y Ecumenismo, Madrid 1979 p. 221; (8) PABLO V I, Aloc., 18-VII- 1965; (9) Jn (10) JUAN PABLO II Hom., 5-V-1980; (11) JUAN PABLO II, Hom., 28-VIII-1980; (12) JUAN PABLO II, Hom., 19-II-1981. 
    1.  Cf. PABLO VI, Discurso del 29 de septiembre de 1963: AAS 55 [1963] 791; 792.regresar

    La Iglesia es visible
    Cristo quiso que la conocieran, que estuviera patente a los ojos de todos y que la pudieran distinguir, por la Jerarquía que le puso al frente para darle seguridad, estabilidad y perpetuidad.
     
    La Iglesia es visible
    La Iglesia es visible


    La Iglesia hoy, como siempre, es atacada por todos cuantos se oponen al Reino de Dios. Y las peores armas que se emplean contra ella no son las espadas o las balas, sino la mentira y la calumnia, sobre todo cuando provienen no de enemigos externos, sino cuando nacen de enemigos internos, de hijos suyos que han fallado en la fidelidad a Jesucristo.

    Una de esas mentiras que hoy están haciendo mucho mal es el decir de muchos:
    - Yo estoy conforme con la Iglesia y la quiero; pero no estoy conforme ni quiero a la Iglesia institución.

    En esta palabra institución está la clave del error moderno.
    Muchos quisieran una Iglesia que no es la que soñó y fundó Jesucristo. Ellos quieren una Iglesia invisible de corazones, una sociedad puramente espiritual de fe y de amor, una sociedad que no se manifiesta externamente.
    De este modo, sobran los Sacramentos, sobran los templos, sobra el culto organizado, sobra, de un modo especial, la jerarquía de la Iglesia, y sobran por eso mismo las leyes con que se nos gobierna.
    Para esa manera de pensar, habría bastante con unas comunidades de base, formadas libremente, y con una conciencia que acepta el Evangelio a la propia medida y al gusto de cada uno.

    ¿Es ésta la Iglesia que quiso e instituyó Jesucristo? Ciertamente que no.
    Jesucristo quiso una Iglesia compuesta de hombres y para los hombres. Por eso la quiso visible, que la conocieran todos, que estuviera patente a los ojos de todos y que el mundo entero la pudiera distinguir, en especial por la Jerarquía que le puso al frente para darle seguridad, estabilidad y perpetuidad.

    Un Papa del siglo diecinueve recibió en audiencia a un sabio protestante, y le preguntó cordialmente y con algo de ironía:
    - ¿Qué tal? ¿Qué le ha parecido la Basílica de San Pedro en el Vaticano?
    El interrogado dio una respuesta que dan muchos cuando la ven por primera vez:
    - Santidad, debo decirle la verdad. Al mirarla desde la entrada miré un edificio colosal, que me dejó abrumado, pero no me atrajo especialmente. Sin embargo, al entrar, al recorrerlo y al someter a examen todas sus partes, me quedé asombrado de tanta maravilla.
    El Papa sonreía maliciosamente, y repuso:
    - Esto es lo que pasa con la Iglesia. Si quiere conocer a la Iglesia no se detenga en la entrada. Procure conocer la Iglesia Católica por dentro.

    Jesucristo es el fundamento de su propia Iglesia, pero, al ausentarse de nosotros visiblemente para irse al Cielo, la constituye sobre una roca visible: sobre Pedro --roca, piedra-- y los Apóstoles. Le da una Jerarquía con autoridad: Id, predicad. Enseñad a guardar todo lo que yo os he mandado. Quien a vosotros escucha me escucha a mí, y me rechaza a mí quien os rechaza a vosotros.

    Jesucristo no pudo ser más claro: quiso Magisterio y Autoridad en su Iglesia.
    Y el Espíritu Santo, guía de la Iglesia, la ha llevado siempre por caminos visibles y bien conocidos.

    La Doctrina de la Iglesia es clara, patente a todos, enseñada con autoridad, refrendada siempre por un Magisterio que la custodia sin permitir un error.

    Los Sacramentos que Jesucristo dejó como conductos ordinarios de la Gracia los ven todos y todos los comprueban. No hay nada oculto, todo se hace a la luz del sol.

    El culto, que nace del Espíritu y brota del corazón, se manifiesta en la Liturgia oficial, en los templos, en las fiestas, en todo lo que une a la Comunidad.
    Esta Comunidad eclesial es, con la comparación del mismo Jesús, la ciudad colocada sobre el monte, contemplada por todos y que no se puede ocultar...

    Por fortuna nuestra, Jesús se encargó de decirnos bien a las claras lo que era su Iglesia: es algo que todos los hombres pueden ver para que todos corran a ella en busca de la salvación.
    Con la Iglesia, Cuerpo de Cristo, pasa lo mismo que con Jesucristo cuando vivía entre los hombres.
    Nadie veía en Él a Dios, pero Dios estaba en Jesús y Jesús manifestaba a Dios. Quien veía a Jesús corporalmente, veía al Padre invisiblemente.
    La Iglesia de Cristo es así: el cuerpo visible del Cristo invisible.
    En la Iglesia vemos a Jesucristo y sentimos su acción.
    Por eso, alejarse de la Iglesia es alejarse de Jesucristo.
    Decir que se está con la Iglesia de Jesucristo, pero no con la Iglesia institución, es un error demasiado peligroso.

    Habrá cosas humanas en el elemento humano de la Iglesia que quizá no nos gusten. Pero, a pesar de los fallos humanos, Jesucristo está y actúa en su Iglesia, que sólo al final de los tiempos llegará a su perfección definitiva.

    Nosotros, que creemos en la Iglesia y la amamos, queremos ser el reflejo visible de ese Cristo invisible que es su vida. Quien nos mira, ve en nosotros a la Iglesia, ve por nosotros a Cristo, y por el Cristo ve al Padre...

    Gregorio XVI
    1.  PABLO VI, Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 [1964] 847-851.regresar

    Dominus Iesus
    Declaración sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia.
     
    Dominus Iesus
    Dominus Iesus
    "Dominus Iesus" es el título de la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia.

    La declaración, expresamente aprobada por S.S. Juan Pablo II y firmada por el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de dicha Congregación, goza del status de Magisterio universal y responde a la idea errada, propia de una mentalidad relativista, de que "todas las religiones pueden ser por igual caminos válidos de salvación".

    El documento consta de los siguientes seis capítulos:

    I. Plenitud y definitividad de la revelación de Jesucristo.
    II. El Logos Encarnado y el Espíritu Santo en la obra de la salvación.
    III.Unicidad y universalidad del misterio salvífico de Cristo.
    IV. Unicidad y unidad de la Iglesia.
    V. Iglesia, Reino de Dios y Reino de Cristo.
    VI. La Iglesia y las religiones en relación con la salvación.

    Puede consultar el texto completo de la declaración en:VE Multimedios,Tecnología al servicio de la Nueva Evangelización 
    1.  El Concilio ha querido expresar la identidad de la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica. Esto se encuentra en las discusiones sobre el Decreto Unitatis redintegratio. El Esquema del Decreto fue propuesto en aula el 23/09/1964 con una Relatio (Act. Syn. III/II 296-344). A los modos enviados por los obispos en los meses siguientes el Secretariado para la Unidad de los Cristianos responde el 10/11/1964 (Act. Syn. III/VII 11-49). De esta Expensio modorum se citan cuatro textos concernientes a la primera respuesta:

      A) [In Nr. 1 (Prooemium) Schema Decreti: Act Syn III/II 296, 3-6]
      «Pag. 5, lin. 3 - 6: Videtur etiam Ecclesiam Catholicam inter illas Communiones comprehendi, quod falsum esset.
      R(espondetur): Hic tantum factum, prout ab omnibus conspicitur, describendum est. Postea clare affirmatur solam Ecclesiam catholicam esse veram Ecclesiam Christi» (Act. Syn. III/VII 12).

      B) [In Caput I in genere: Act. Syn. III/II 297-301]
      «4 - Expressius dicatur unam solam esse veram Ecclesiam Christi; hanc esse Catholicam Apostolicam Romanam; omnes debere inquirere, ut eam cognoscant et ingrediantur ad salutem obtinendam...
      R(espondetur): In toto textu sufficienter effertur, quod postulatur. Ex altera parte non est tacendum etiam in alliis communitatibus christianis inveniri veritates revelatas et elementa ecclesialia» (Act. Syn. III/VII 15). Cf. también ibidem punto 5.

      C) [In Caput I in genere: Act. Syn. III/II 296s]
      «5 - Clarius dicendum esset veram Ecclesiam esse solam Ecclesiam catholicam romanam...
      R(espondetur): Textus supponit doctrinam in constitutione ‘De Ecclesia’ expositam, ut pag. 5, lin, 24 - 25 affirmatur" (Act. Syn. III/VII 15). Por lo tanto, la comisión que debía evaluar las enmiendas al Decreto Unitatis redintegratio expresa con claridad la identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia católica, y su unicidad, y fundada esta doctrina en la Constitución dogmática Lumen gentium.

      D) [In Nr. 2 Schema Decreti: Act. Syn. III/II 297s]
      «Pag. 6, lin, 1 – 24 Clarius exprimatur unicitas Ecclesiæ. Non sufficit inculcare, ut in textu fit, unitatem Ecclesiæ.
      R(espondetur): a) Ex toto textu clare apparet identificatio Ecclesiæ Christi cum Ecclesia catholica, quamvis, ut oportet, efferantur elementa ecclesialia aliarum communitatum».
      «Pag. 7, lin.5 Ecclesia a successoribus Apostolorum cum Petri successore capite gubernata (cf. novum textum ad pag. 6. lin.33-34) explicite dicitur ‘unicus Dei grex’ et lin. 13 ‘una et unica Dei Ecclesia’» (Act. Syn. III/VII).
      Las dos expresiones citadas son las de Unitatis redintegratio 2.5 e 3.1.regresar
    El sentido eclesial: unidos a la vid
    La Iglesia es : una, santa, católica y apostólica. La pertenencia a la Iglesia.
     
    El sentido eclesial: unidos a la vid
    El sentido eclesial: unidos a la vid

    Conocí una joven que se acercó a hablar con el sacerdote de mi parroquia, el motivo era tratar de aclarar algunas dudas que una secta protestante le había suscitado. En cuanto hablé con ella, lo primero que me dijo fue: "ellos dicen ser la verdadera Iglesia, dicen cumplir fielmente con la Biblia, dicen poseer la verdad". La invité a reflexionar acerca de esas palabras: hace 300 años esa secta no existía, entonces no fue fundada por Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo es muy claro: "Si alguien no sigue conmigo no puede dar fruto solo, todo aquel que no es mío, que no da fruto, mi Padre que es el labrador lo corta" (Cf. Jn 15,1-4). Sin Jesús, sin su Iglesia no es posible tener la verdad ni la autoridad divino-apostólica, ni la presencia viva y total de Jesús: "Miren que yo estoy con ustedes cada día, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

    a) Pertenencia a la Iglesia

    La conciencia de la misión del catequista es genuina y completa cuando es conciencia de la misión eclesial. Al enviarlo al mundo, Cristo lo envía a edificar su Iglesia. La misión del catequista tiene sentido solamente en la Iglesia, para la Iglesia y a partir de la misión sobrenatural y humana de la Iglesia.

    Por otra parte, la Tradición y el Magisterio han declarado sin interrupción el origen divino de la Iglesia como objeto de nuestra fe, y la Iglesia ha visto especialmente en la cruz su propio nacimiento del costado de Jesucristo, quien, después de la resurrección, entregó a los apóstoles el poder que les había prometido: "Como mi Padre me envió, así los envío también a ustedes", (Jn 20,21s). Momentos antes de su ascensión, les encargó: "vayan por todo el mundo, prediquen el Evangelio a todas las criaturas", (Mc 16,15). Instruyan a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado (Mt 28,19-20).

    Después, los apóstoles recibieron el Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, (Hechos 2,41). Es el nacimiento de la Iglesia ante el mundo: la gracia de Dios comienza a actuar en los hombres y a través de los hombres que componen la Iglesia.

    A esa misión conferida a los apóstoles, corresponde en los catequistas una grave obligación: El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. (Mc 16,16).

    a) La Iglesia fundada por Jesucristo tiene las siguientes características:

    Quiso Jesús que su Iglesia fuera una. Efectivamente nunca habla de las Iglesias o de sus Iglesias, sino de la Iglesia y de su Iglesia. Él dio a su Iglesia un vínculo común de fe y de bautismo, la confió a un solo jefe y rogó en la última cena para que los fieles sean una sola cosa, como lo es Él con el Padre. La verdadera Iglesia debe tener entonces la unidad como característica: unidad de doctrina, unidad de sacramentos y unidad bajo una sola cabeza.

    Quiso Jesús que su Iglesia fuese santa, esto es, quiso santificar por medio de la Iglesia a todos los hombres, prometiendo que confirmaría la santidad de sus discípulos con milagros y con dones extraordinarios (Jn 14,12; Mc 16,17). Por esto sólo será entre las confesiones cristianas, la Iglesia verdadera, aquella que pueda gloriarse de contar con santos que hayan sido heroicos en virtudes y haya obrado milagros. Tal es la Iglesia católica. Al contrario, las confesiones separadas no han sido fecundas en santos, no han dado nacimiento a nuevas formas de espiritualidad, no han mantenido la integridad de la doctrina, y carecen así mismo, del divino sello de los milagros.

    Quiso Jesús que la Iglesia fuese también católica o universal, enviando a los Apóstoles a predicar a todos los pueblos hasta los últimos confines de la tierra (Hechos 1,8). Por consiguiente, será verdadera aquella que, manteniéndose una en sí misma, cuente con mayor catolicidad en cuanto al espacio y con mayor catolicidad en cuanto al número. No son, pues, la verdadera Iglesia las iglesias nacionales.

    Quiso Jesús que la Iglesia fuese apostólica. La fundó sobre los apóstoles y a ellos dio el encargo de predicar (Mt 28,16) y les prometió su asistencia hasta el fin del mundo. Será por tanto, verdadera aquella Iglesia que cuente con la apostolicidad del ministerio -o sea, con pastores que provengan de los apóstoles- y con la apostolicidad de la doctrina. Tal es la Iglesia católica.

    El amor del catequista a su Iglesia debe llevar a transmitir a la comunidad el amor a la Iglesia universal; que conozcan los documentos y directrices del Magisterio, entiendan su significado y acepten su doctrina; que conozcan y amen con fe al Papa; que conozcan, amen y se interesen por evangelizar en su parroquia, unidos siempre al Obispo.

    b) Un solo cuerpo en Cristo

    El Bautismo significa y produce una incorporación mística pero real al cuerpo crucificado y glorioso de Jesús. Mediante este sacramento, Jesús une al bautizado con su muerte para unirlo a su resurrección (Cf. Rom 6,3-5); lo despoja del “hombre viejo” y lo reviste del Hombre nuevo”, es decir, de Él mismo: "Todos los que han sido bautizados en Cristo -proclama el apóstol Pablo- se han revestido de Cristo (Gal 3,27; Ef 4,22-24; Col 3,9-10). De ello resulta que nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo" (Rom 12,5).

    Volvemos a encontrar en las palabras de Pablo el eco fiel de las enseñanzas del mismo Jesús que nos ha revelado la misteriosa unidad de sus discípulos con Él y entre sí, presentándola como imagen y prolongación de aquella eterna comunión que liga al Padre al Hijo y el Hijo al Padre en la unión amorosa del Espíritu (Cf. Jn 17,21).

    Todos los catequistas participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio -sacerdotal, profético y real - de Jesucristo.

    c) Parte activa de nuestra madre la Iglesia

    “Todo el que quiere vivir tiene de dónde vivir y de qué vivir. Que venga y crea. Que se incorpore para ser vivificado, que no le atemorice la unión con los demás miembros. Que no sea un miembro gangrenado que haya que avergonzarse. Que sea un miembro robusto, adaptado, sano. Que se abrace firmemente al cuerpo”,(San Agustín).

    Cristo concede a los catequistas “el sentido de la fe” y la “gracia de la palabra” (Lumen Gentium, 35), para estar al servicio de los hombres.

    Es el catequista el que está abierto a los problemas del hombre de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, así como a la persona concreta y comunidad a quien sirve.

    El catequista conoce a los cristianos de su grupo catequético: su modo de ser, sus circunstancias personales, su entorno familiar, el ambiente y medio en que viven, etc.

    De igual forma conoce no sólo el presente del cristiano sino también su pasado, para poder integrarlo en el proceso de la catequización.

    Procura que todo ese pasado, sea tenido en cuenta por el cristiano para discernirlo, purificarlo, asumirlo y reorganizarlo a la luz del Evangelio.

    Este conocimiento de los destinatarios lleva al catequista a establecer un diálogo con los miembros de su comunidad, no dudando en ser generoso con el tiempo que les dedica.

    El catequista está consciente que su función es facilitar que esa vivencia comunitaria vaya creciendo y madurando, movida por ese motor vitalizador que es el amor fraterno.

    El catequista se relaciona con otros educadores en una clara unión fraterna: padres, maestros, profesores de religión, responsables de movimientos, sacerdotes.

    Nuestro Señor Jesucristo es muy claro y muy lógico en sus acciones, sabiendo que en tanto humanos, necesitamos de una institución divina que nos guíe hacia el Padre con la autoridad y la revelación del Hijo; dejó establecida su Iglesia, otorgó su autoridad, su misión, su persona al prometer que está con la Iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos (Cf. Mt 28,20). Esta Iglesia es una, Jesús dijo “Mi Iglesia” (Cf. Mt 16,18), ha de ser católica es decir “Universal” (Cf. Mc 16,15; Mt 28,19; Lc 2,31-32,), ha de ser apostólica, es decir fundada en los apósteles siendo la piedra angular Cristo Jesús (Cf. Ef 2,20; Mt 10,15-42; Mc 6,7-12; Lc 9,1-6), ha de ser Santa, produciendo verdaderos frutos de santidad (Cf. Jn 17,17; Ef 1,3-4; 5,27). Esta Iglesia, por éstas y muchas otras razones, es la Iglesia católica, convéncete y vive tu fe unido realmente a la Palabra de Dios y unido a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    Te recomendamos el siguiente material:

    1. Exhortación apostólica “Cristifideles Laici”
    S.S. Juan Pablo II
    2. Antología de textos
    Francisco Fernández Carvajal
    Edit. Palabra, 1997
    3. El catequista y su formación
    Comisión Episcopal de Enseñanza y catequesis
    España, 1985
    4. La formación Integral del Sacerdote
    Marcial Maciel
    BAC, 1994

    1.  Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.1.regresar
    ¡La Iglesia! ¡Mi Iglesia!...
    Pertenecer a la Iglesia, vivir en ella y perseverar en la misma, es la garantía más fuerte que existe para asegurarse la salvación.
     
    ¡La Iglesia! ¡Mi Iglesia!...
    ¡La Iglesia! ¡Mi Iglesia!...

    Aquel Obispo llevaba una vida inexplicable y heroica. Trabajaba sin cesar. No se daba reposo en recorrer su vasta diócesis, lo mismo en las ciudades que en los campos. Predicaba, sufría, se agotaba. Comía pobremente, dormía poco. Y se le preguntó:

    - Pero, Monseñor, ¿por qué se mata así? No va a poder resistir, y nosotros le necesitamos. Piense en la Iglesia.
    - ¡Precisamente! ¡La Iglesia es lo único en que pienso! Porque quiero tener el corazón de Cristo, quiero hacer lo que hizo Él. Si, como nos dice San Pablo, “Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”, a mí no me queda otro remedio que hacer lo que Jesucristo hizo. ¡La Iglesia! ¡Mi Iglesia! Por ella vivo y muero.

    Este Obispo santo, gloria de nuestra Iglesia Católica, no hace otra cosa, con sus palabras y su vida, que señalarnos un ideal: ¡La Iglesia! ¡Conocer nuestra Iglesia! ¡Amar a la Iglesia! ¡Llenarnos de la vida de la Iglesia! ¡Ser Iglesia! Hasta tener la dicha de morir en la Iglesia como hijos suyos, cuando dejemos la Iglesia de la tierra para pasar definitivamente a la Iglesia del Cielo.

    La Iglesia fue el gran designio de Dios Padre, que dispuso convocar a los creyentes en Cristo dentro de la Iglesia santa.

    La Iglesia fue la ilusión de Jesucristo, que la amó hasta morir por ella, ¡por su Esposa!...
    La Iglesia fue la gran obra del Espíritu Santo, que se derramó sobre ella en Pentecostés, y la lanzó al mundo para extender por todas partes el Reino de Dios.

    La Iglesia, nacida del costado de Cristo dormido en el árbol de la Cruz, y manifestada por el Espíritu, es la congregación de todos los creyentes, que saben cantar el misterio eterno escondido en Dios, y revelado por el mismo Dios en los últimos tiempos.

    Todos unidos, formando un solo cuerpo, un pueblo que en la Pascua nació; miembros de Cristo, en sangre redimidos, Iglesia peregrina de Dios.

    La Iglesia tiene la gran misión de vivir y de anunciar a Cristo en el mundo, para que el mundo viva de Cristo y se salve.

    La Iglesia no se encierra en sí misma. Dentro de sus entrañas lleva la vida que Cristo le ha comunicado, para que la alumbre a todas las naciones.

    La Iglesia, Jerusalén celestial, ve cumplida en sí la profecía bíblica de Isaías:

    El monte del templo del Señor será elevado sobre todas las montañas y colinas. Lo verán las naciones, y dirán: ¡Venid, subamos al monte del Señor! ¡Venid, caminemos a la luz del Señor!

    Hoy el mundo mira a la Iglesia como una esperanza. No hay institución con la autoridad moral de que disfruta la Iglesia de Cristo. Y esto, para nosotros, católicos, es una seguridad y un compromiso.
    Una seguridad, porque vemos la firmeza de nuestra vocación.
    Y un compromiso, porque nos impone el vivir acordes con nuestra vocación cristiana, ya que de nuestra fidelidad depende la salvación del mundo.

    Lo sigue diciendo nuestra canción:

    Somos en la tierra semilla de otro Reino, somos testimonio de amor. Paz para las guerras, y luz entre las sombras, ¡Iglesia peregrina de Dios!.
    La Iglesia, conforme a una comparación tan antigua como el Evangelio, es la barca en que se salvan del naufragio los que navegan por el mar del mundo. Los grandes Doctores de la Iglesia lo dijeron hace ya muchos siglos.

    Así, un San Ambrosio nos enseña:

    Cuando las tempestades amenazan tragar a todos, la nave de la Iglesia ofrece a todos un puerto seguro de salvación.

    Y San Agustín decía de sí mismo: 

    La nave es la Iglesia; el mar es el mundo; mi seguridad está en no salirme jamás de la nave.
    Esta seguridad propia se convierte en un deber: trabajar para que todos entren en la nave, sin que nadie se salga de ella.

    De tal manera nos han de ver seguros los que se sienten tentados a abandonar la embarcación, que por nada se les ocurra salirse de la barca de la Iglesia Católica, para nadar por su cuenta, o montarse en otros barquitos, tal vez bonitas y pintadas muy a la moda, pero inseguras completamente.

    Nos han de ver de tal manera contentos los que están fuera de la Iglesia Católica, que sientan verdaderas ganas de asaltar nuestra nave, porque la ven segura del todo.

    Es cierto que la salvación de una persona puede venir por medios para nosotros desconocidos. Dios es poderoso para hacer llegar la redención de Jesucristo por caminos para nosotros totalmente ignorados. Pero siempre será cierto que la Iglesia ha sido puesta por Dios en el mundo como sacramento universal de salvación. Y que pertenecer a la Iglesia, vivir en ella y perseverar en la misma, es la garantía más fuerte que existe para asegurarse esa salvación que es la meta de nuestra existencia.

    Muchas veces vamos a hablar de nuestra querida Iglesia en estos mensajes. Hoy, nos quedamos con este consejo que el gran San Agustín prende en nuestros pechos, como un dije de oro y piedras preciosas:
    - ¡Amad a la Iglesia! ¡Sed fieles a la Iglesia! ¡Sed Iglesia!....
    Ef. 5, 25. Is. 2, 1-5.

    1.  Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 3.2; 3.4; 3.5; 4.6.regresar
    Sentir con la Iglesia
    Es decir que creemos, aceptamos y defendemos todo lo que Dios nos ha revelado.
     

    Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para instaurar el Reino de Dios, Reino que crece y se va desarrollando aquí en la tierra, hasta que, completado el número de los elegidos, lo entregue al Padre, para ser Dios todo en los ángeles y hombres y en todas las cosas...

    El Reino lo instituía Jesucristo en su propia Persona, y lo confiaba a su Iglesia para que lo llevara hasta su consumación final. A esa Iglesia, que nacía de su costado rasgado por la lanza mientras pendía del árbol de la cruz, como Eva salía del costado de Adán dormido en el paraíso. Desde entonces la Iglesia es la niña de los ojos de Jesús. Es la Esposa adorada. Es la Madre que con el Bautismo nos engendra a la vida de Dios. Nosotros miramos a la Iglesia como una Madre con la cual vamos siempre a sintonizar, porque en ella nos quiere salvar Nuestro Señor Jesucristo.

    San Ignacio de Loyola tiene una expresión célebre, y que abre todo un mundo delante de nuestros ojos de católicos, cuando nos dice que hay que Sentir con la Iglesia.
    Si desentrañamos esta expresión magnífica, pronto veremos que encierra todo lo que significa la vida cristiana.
    Sentir con la Iglesia es decir que la Iglesia es un verdadero ideal en nuestras mentes.

    Sentir con la Iglesia es decir que la Iglesia está metida en lo más hondo del corazón.

    Sentir con la Iglesia es decir que creemos, aceptamos y defendemos todo lo que Dios nos ha revelado.

    Sentir con la Iglesia es decir que estamos siempre con el Papa y los Obispos, Pastores puestos por el Espíritu Santo al frente del Pueblo de Dios.

    Sentir con la Iglesia es decir que estamos con todo lo que ella nos dicta, en una obediencia gozosa prestada al mismo y único Señor Jesucristo.

    Sentir con la Iglesia es decir que oramos con las preces de la Liturgia en la Misa y en las Horas, porque son las plegarias de todo el Pueblo Santo y Sacerdotal.
    Sentir con la Iglesia es decir que nos reunimos gozosos en torno al Altar, donde la Iglesia se encuentra de modo especial con Jesucristo su Esposo.

    Sentir con la Iglesia es decir que aceptamos y aprobamos todas esas prácticas sencillas de la religiosidad popular, como procesiones y peregrinaciones que mantienen la fe de nuestras gentes.

    Sentir con la Iglesia es venerar y apoyar todas las Instituciones donde se vive de modo especial la perfección cristiana, como las Comunidades de Religiosos y Religiosas.
    Sentir con la Iglesia es decir que nos amamos todos como hermanos, entre los brazos de nuestra Madre la Santa Iglesia Católica.

    Sentir con la Iglesia es decir que ardemos en celo apostólico y llevamos a todos la salvación de Jesucristo.

    Sentir con la Iglesia es decir que nuestra fidelidad es inquebrantable, y que antes nos arrancarán la piel que la fe en que fuimos bautizados.

    Sentir con la Iglesia es decir que no tenemos más que un sueño dorado: llegar a morir en el seno de la Iglesia, sabiendo que de la Iglesia de la Tierra subimos sin más a la Iglesia del Cielo, porque es la misma y única Iglesia de Jesucristo.
    Va resultando muy larga esta letanía del ignaciano Sentir con la Iglesia. Y pudiéramos extenderla todavía más, porque el Sentir con la Iglesia, aparte de llenarnos de un gran ideal, nos lleva a la fidelidad más absoluta y hace de nosotros unos perfectos cristianos.

    El Papa Pablo VI, que vivió obsesionado con este ideal de la Iglesia, hablaba en audiencia particular con un grupo de Sacerdotes y Religiosos muy escogido. Había preparado su discurso en una lengua que no era la suya, y, dejado el papel en que leía, añade:

    - Así, ahora así, en mi lengua propia, para decir con más espontaneidad lo que me dicta el corazón.

    Y soltó emocionado estas palabras:
    - Cuando me preguntan qué tenemos que hacer, cuál es hoy el deber más urgente en estas circunstancias, mi respuesta es: ¡Fidelidad a la Iglesia! Fidelidad a la Iglesia, que después quiere decir otra fidelidad trascendente: ¡Fidelidad a Jesucristo! ¡Fidelidad al Evangelio! Fidelidad a todo el patrimonio de fe, de esperanza y de amor que nos da nuestra religión.

    No podemos negar la importancia que hoy adquiere este sentimiento de adhesión y de fidelidad a la Iglesia.

    La fidelidad total que Jesucristo exige a su Persona no se puede dar sin fidelidad también total a su Iglesia, que Él dejó en el mundo para ser el signo de su presencia y la dispensadora de su salvación.
    Estar con la Iglesia es estar plenamente con Jesucristo, mientras que el apartarse de la Iglesia es apartarse del Señor. Esto suscita un problema serio, porque si Jesucristo ha dejado su salvación con-fiada a su Iglesia, dejar conscientemente la Iglesia de Jesucristo --la suya, no otra-- es poner en contingencia la propia salvación. Y sabemos que con la salvación no se puede jugar...

    Nosotros, con la gracia de Dios, seguiremos cantando nuestra fe: En ti, Iglesia Santa, - vivo la fe del Señor, - fe que ilumina mi senda, - fe de gracia y salvación. - En ti, Iglesia Santa, - tengo puesto el corazón, - en ti vivo y en ti muero: - ¡tú me llevas a mi Dios!.

    Pablo VI, a los Capitulares Claretianos, 1973. P.G. Cmf

    1.  CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2regresar

    1.  Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Mysterium Ecclesiæ, 1.1: AAS 65 [1973] 397; Declaración Dominus Iesus, 16.3: AAS 92 [2000-II] 757-758; Notificación sobre el volumen «Iglesia: Carisma y poder», del P. Leonardo Boff, O.F.M. : AAS 77 [1985] 758-759.regresar

    1. Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ut unum sint, 11.3: AAS 87 [1995-II] 928.regresar

    1.  Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2.regresar

    1.  CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2.regresar

    1.  CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 3.4.regresar

    1.  CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, DECRETO UNITATIS REDINTEGRATIO, 15.3; CF. CONGREGACIÓN para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 17.2: AAS 85 [1993-II] 848.regresar

    1.  CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 14.1.regresar

    1.  Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 14. 1; JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ut unum sint, 56 s: AAS 87 [1995-II] 954 s.regresar

    1.  CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 15.1.regresar

    1.  CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Communionis notio, 17.3: AAS 85 [1993-II] 849.regresar

    1.  Cf. Ibidem.regresar

    1.  Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 22.3.regresar

    1.  Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Dominus Iesus, 17.2: AAS 92 [2000-II] 758.regresar



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