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¿Hay que responder a cada mentira? |
Si Sócrates viviera hoy se quedaría afónico. O destrozaría sus
dedos en el teclado de una computadora. O, quizá, renunciaría
a ver y a oír mentiras divulgadas por mil pantallas
y altavoces para aislarse con un grupo de amigos deseosos
de encontrar algo de luz en medio de nubes de
tinieblas.
Porque Sócrates, según lo presenta Platón, no tenía permitido “ser
indulgente con lo falso ni obscurecer lo verdadero” (“Teeteto” 151d).
Por
lo mismo, ante tantos sofismas baratos, citas manipuladas, artículos donde
se mezclan gimnasia y magnesia, afirmaciones rimbombantes vacías de fundamento,
mentiras gratuitas y frases descontextualizadas, Sócrates acabaría desesperado si intentase
responder a cada falsedad, si quisiera denunciar las manipulaciones que
salen de tantas bocas o de tantos teclados.
No sabemos, desde
luego, cómo se comportaría Sócrates ante una situación tan peculiar
como la nuestra. La pregunta, entonces, se dirige a uno
mismo: ¿hay que responder a cada mentira? ¿Hay que denunciar
cada foto manipulada, cada mensaje lleno de falsedades sobre Marte
o sobre un cantante famoso, cada calumnia lanzada contra unos
o contra otros?
Vivimos en un mundo donde la libertad de
expresión es entendida por algunos como pretexto para arrojar al
viento cualquier mentira perfectamente calculada para engañar a los incautos,
o cualquier ocurrencia divulgada desde la imprudencia de quienes hablan
sobre lo que no saben.
Además, la frase según la cual
la primera víctima de una guerra es la verdad vale
también para el mundo de las finanzas, para los discursos
de algunos políticos, para los escritos de importantes literatos, para
los estudios de representantes de la ciencia que hablan de
filosofía sin tener ideas claras sobre el tema...
Vivimos en un
mundo donde millones de falsedades, medias verdades, mentiras avaladas por
prestigiosos personajes, y afirmaciones confusas que no se sabe exactamente
qué desean expresar, conviven con pocas verdades escondidas en hogares,
libros o páginas de Internet; verdades que no acaban de
brillar porque son pronunciadas desde voces discretas que se pierden
en la marejada de oscuridad que nos rodea.
De nuevo, la
pregunta: ¿hay que desenmascarar cada mentira? La respuesta no sería
fácil ni para Sócrates ni para nosotros. Pero lo que
sí podemos hacer es suscitar en nuestra mente y en
nuestro corazón un sano espíritu crítico. A través del mismo
seremos capaces de descubrir engaños, evidenciar errores, descorrer retazos de
falsedad que giran por aquí y por allá, no dar
por verdadero lo primero que leemos en una brillante página
de Internet o en un famoso periódico.
Luego, en positivo, abriremos
los ojos del alma hacia la verdad, venga de donde
venga y la diga quien la diga. Así lo verdadero
no quedará oscurecido, sino que se hará más luminoso; primero
en nosotros mismos, y luego en quienes se acerquen a
nuestro lado y escuchen palabras ponderadas, serenas y sazonadas con
un maduro y valiente amor a la verdad y a
la justicia.
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