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Verónica Giuliani, Santa |
Abadesa
Martirologio Romano: En Città del Castello, de la Umbría, santa
Verónica Giuliani, abadesa de la Orden de las Clarisas Capuchinas,
quien, dotada de singulares carismas, participó corporal y espiritualmente de
la pasión de Cristo, siendo por ello encerrada y vigilada
durante cincuenta días, dando siempre pruebas de admirable paciencia y
obediencia (1685).
Etimológicamente: Verónica = Aquella que es la verdadera imagen,
es de origen griego y latino,Mientras vivió en casa Giuliani, con su familia, todos la
llamaron con el nombre de bautismo, Orsola (ltalianización de Ursula),
Más tarde, entrada a los diecisiete años en las capuchinas
de clausura, tomará el nombre de Verónica. Será una de
las más grandes santas en el firmamento vivo de la
Iglesia, resplandeciendo en perfección cristiana, doctrina y carismas. Su luz
continúa iluminando el mundo.
Nació el 27 de diciembre de 1660
en Mercatello, un pueblecito tranquilo junto al cual corre límpido
el Metauro en tierras de Pésaro. Nos hallamos en las
Marcas, Mercatello formaba parte entonces del Estado Pontificio.
La vida de
Verónica concluirá en el monasterio de las capuchinas de Cittá
di Castello, en la Umbria, el 9 de julio de
1727. Dos fechas y dos lugares bien definidos y, podemos
decir, angostos para encerrar la excepcional experiencia de un alma
singularmente privilegiada de Dios.
Padre y madre. Una encomienda
El padre,
Francisco, es alférez de la guarnición local. La madre, Benedetta
Mancini, es una mujer de casa, de profundos sentimientos religiosos.
De su unión nacen siete niñas, de las cuales dos
no sobreviven. Las cinco hijas quedan huérfanas de madre cuando
ésta no cuenta más de cuarenta años. Antes de morir,
Benedetta las reúne en torno a su cama y las
encomienda a las cinco llagas del Señor. A Orsola, pequeña
de siete años, le tocó en suerte la llaga del
costado. Será su camino, por toda la vida, hasta el
punto de fundirse con el Corazón de su Esposo, Jesús.
Infancia
de predilección
La pequeña Orsola, desde los primeros meses de
vida, se comporta de un modo singular.
Los ojos vivaces de
la niña van en busca de las imágenes sagradas, que
adornan profusamente la casa Guillan. Ella misma explicará un día
en su diario: "Todavía no andaba, pero cuando veía las
imágenes donde estaba pintada la Virgen santísima con el Niño
en brazos, yo me agitaba hasta que me acercaban a
ellas para poder darles un beso. Esto lo hice varias
veces. Una vez me pareció ver al Niño como criatura
viviente que me extendía la mano; y me acuerdo que
me quedó tan al vivo este hecho que, dondequiera que
me llevaban, miraba por si podía ver a aquel niño".
Contaba
aún pocos meses cuando, el 12 de junio de 1661,
día en que caía la fiesta de la Santísima Trinidad,
de improviso la pequeña Orsola se deslizó de los brazos
de su madre y se puso a caminar dirigiéndose hacia
un cuadro que representaba el misterio de la Trinidad divina.
Ante
una imagen de la Virgen con Jesús en brazos, Jesús
y Orsola entablan coloquios infantiles: ¡Yo soy tuya y tú
eres todo para mí..." Y el divino infante responde: -
¡Yo soy para ti y tú toda para mí!
"Me parecía
a veces que aquellas figuras no fueran pintadas como eran,
sino que, tanto la Madre como el Hijo, yo los
veía presentes como criaturas vivientes, tan hermosas que me consumía
de ganas de abrazarlas y besarlas".
"Yo soy la verdadera flor"
Todavía una experiencia en su maravilloso mundo infantil, Refiere: "Paréceme
que, de tres o cuatro años, estando una mañana en
el huerto entretenida gustosamente en coger flores, me pareció ver
visiblemente al niño Jesús que cogía las flores conmigo; me
fui hacia el divino Niño para tomarlo, y me pareció
que me decía:
- Yo soy la verdadera flor.
Y desapareció. Todo
esto me dejó cierta luz para no buscar ya más
gusto en las cosas momentáneas; me hallaba toda centrada en
el divino Niño. Se me había quedado tan fijo en
la mente, que andaba como loca sin darme cuenta de
lo que hacía. Corría de un lado para otro por
ver si lograba encontrarlo. Y recuerdo que mi madre y
mis hermanas trataban de detenerme para que estuviese quieta y
me decían:
- ¿ Qué te pasa?, ¿estás loca?
Yo me reía
y no decía nada; y sentía que no podía estar
quieta. Me paraba y luego volvía al huerto para ver
si volvía. Todo mí pensamiento estaba fijo en el niño
Jesús.
Todos me llamaban "fuego"
Orsola posee un carácter vivaz y
ardoroso. La madre le decía: "Tú eres aquel fuego que
yo sentía en mis entrañas cuando aún estabas en mi
vientre". Y Verónica recuerda: "En casa todos me llamaban "Fuego",y
precisa: "De todos los daños que ocurrían en casa era
yo la causa". Pero reconoce con sinceridad: "Todos me querían
mucho".
Llena de vida y de creatividad, expresa la riqueza de
sus sentimientos religiosos en gestos concretos, casi plásticos, de los
que transpiran fuertes emociones.
Así será también de mayor.
ADOLESCENCIA - JUVENTUD
EN CRISTO
El encuentro con Jesús Eucarístico: la primera Comunión
Cuando el padre de Orsola se trasladó a Piacenza, en
calidad de jefe de aduanas del duque de Parma, fueron
a vivir con él también sus hijas y, de 1669
a 1672, permanecieron por tres años en aquella ciudad. Orsola tenía
entonces sólo nueve años. Su más grande deseo era recibir
a Jesús en la santa Comunión. El Señor la atraía con
gracias especiales. Ya de pequeña, cuando por primera vez, hacia
los dos años, su mamá la llevó a la iglesia
para tomar parte en la Misa, la niña había gozado
de una extraordinaria manifestación, que recuerda en estos términos: "Yo
vi al niño Jesús y traté de correr hacia el
sacerdote, pero nuestra madre me detuvo".
Cada vez que su madre
o sus hermanas comulgaban, ella gustaba de ponerse junto a
ellas, y dice que le "parecían entonces más bellas de
rostro".
Finalmente el 2 de febrero de 1670 se acercó por
vez primera al banquete Eucarístico. Refiere: "Recuerdo que la noche
antes no pude dormir ni un momento. A cada instante
pensaba que el Señor iba a venir a mí. Y
pensaba qué le iba a pedir cuando viniese, qué le
iba a ofrecer. Hice el propósito de hacerte -el don
de toda mí misma; de pedirle su santo amor, para
amarle y para hacer su voluntad divina.
Cuando fui a comulgar
por primera vez, paréceme que en aquel momento quedé fuera
de mí. Paréceme recordar que, al tomar la sagrada Hostia,
sentí un calor tan grande que me encendió toda. Especialmente
en el corazón sentía como quemárseme y no volvía en
mí misma ."
Un deseo Desde la edad de nueve años Orsola
nutría un vivo deseo de consagrarse al Señor. "A medida
que crecía en edad, mayores ansias me venían de ser
religiosa. Lo decía, pero no había nadie que me creyera;
todos me llevaban la contraria. Sobre todo mi padre, el
cual hasta lloraba y me decía absolutamente que no quería;
y, para quitarme de la cabeza semejante pensamiento, con mucha
frecuencia llevaba a otros señores a casa y luego me
llamaba en presencia de ellos; me prometía toda clase de
entretenimientos".
El conflicto espiritual y psicológico entre la jovencita atraída por
el amor de Jesús y la resistencia provocada por la
ternura del padre, que no quería separarse de la hija,
duró largo tiempo. Orsola no logró el permiso paterno para
entrar en el monasterio hasta los diecisiete años.
Destinada a Otro Pero
el corazón estaba ya entregado al Esposo divino. Ella misma refiere
de aquella edad juvenil: "En la casa había un joven
pariente nuestro que me hacía mucho daño, si bien creo
que provenía de mi poca virtud y poca mortificación. La
verdad es que no me dejaba vivir en paz. Me
llevaba al huerto a pasear con él mientras me hablaba
de mil cosas del mundo; me traía recados ora de
uno ora de otro, y me iba diciendo que estos
tales querían casarse conmigo. Yo a veces le decía muy
enfadada:
¡Si no te callas me marcho! Deja de traerme tales
embajadas, porque yo no conozco a ninguno y no quiero
a ninguno. Mi esposo es Jesús: a El sólo quiero,
El es mío.
Algunas veces me traía un ramo de flores:
yo no quería ni siquiera tocarlo y lo hacía tirar
por la ventana".
LLAMAMIENTO ESPECIAL
En las Capuchinas
Vuelta a Mercatello
en 1672, Orsola ha sido con fiada por su padre,
que sigue en Piacenza, al tío Rasi. Las órdenes que
éste ha recibido de él son bien precisas: conceder la
entrada en el convento a las hijas mayores, pero hacer
desistir absolutamente a la predilecta de su propósito de vida
consagrada.
La jovencita, contrariada en su más viva aspiración, sufre aun
físicamente por esta causa y desmejora. La noticia llega al
padre, el cual finalmente da su beneplácito. Orsola salta de
alegría y en breve tiempo recobra el vigor.
Tres monasterios de
la zona habrían podido recibirla. Los lugares eran: Mercatello, Sant´Angelo
en Vado y Cittá di Castello. Este era de clarisas
capuchinas. De ellas se hablaba con veneración por su grande
austeridad. Y hacia ellas se sentía fuertemente atraída.
No era fácil
para ella hallar una ocasión para ir a Cittá di
Castello y, sobre todo, para ser recibida entre las hermanas
de aquella comunidad. Pero la providencia dispuso las cosas de
modo que pudiese realizar aquel viaje y que la autoridad
eclesiástica fuese benévola con ella. En efecto, mientras la joven
Orsola conversaba en el monasterio de las capuchinas, llegó monseñor
Giuseppe Sebastiani, el santo obispo de la ciudad, que quiso
examinar a la candidata a la vida religiosa. Orsola superó
la prueba respondiendo con fe viva a cada una de
las preguntas y, con la ayuda del Señor, logró leer
con facilidad - ante los ojos maravillados del tío Ras
- las páginas del breviario escrito en latín.
Arrodillada ante el
obispo, Orsola Giuliani pidió entonces con fervor la gracia de
entrar en las capuchinas. Tan ardorosa fue su petición, que
el obispo se sintió inspirado de conceder al punto el
documento con el cual él mismo invitaba a las monjas
a acoger a la postulante.
La joven fue inmediatamente a dar
gracias a Jesús en la iglesita del monasterio. Mientras esperaba
allí a que la superiora la llamase, ya el Señor
la había arrebatado en éxtasis. Y hubo que aguardar a
que "recobrase los sentidos".
Recuerdos de Verónica
Vestida con el pesado
sayal color marrón de las capuchinas, se llamará con otro
nombre: ya no Orsola, sino Verónica. Un nombre programa: el
de la mujer que, durante la Pasión, conforta y enjuga
el rostro de Jesús.
La suya será una vocación para la
cruz, el camino por el cual había sido llamada desde
la más tierna edad. Sor Verónica recuerda que, desde niña, anhelaba
imitar los padecimientos de los santos cuyas vidas oía leer
en casa.
Para imitar a los mártires, sometidos al tormento del
fuego, una vez se le ocurrió tomar brasas en sus
tiernas manos. Refiere: "Una mano se me abrasó toda y,
si no me llegan a quitar el fuego, ya se
asaba. En aquel momento ni siquiera sentí el dolor de
la quemazón, porque estaba fuera de mí por el gozo.
Pero luego sentí el dolor; los dedos se habían contraído.
Mis ojos lloraban, pero yo no me acuerdo haber derramado
ni una lágrima".
En otra ocasión se las arreglará para que,
en el momento que una de sus hermanas va a
cerrar la puerta de un cuarto, pueda quedar su manita
aplastada contra el marco: tal era su deseo de sufrir,
para imitar en esto a santa Rosa de Lima que,
de niña, se había sometido a un tormento semejante. Fue
llamado al punto el médico, con grande disgusto de Orsola,
que hubiera querido soportarlo todo sin los gritos de las
hermanas espantadas y sin las curas necesarias.
A la edad en
que comúnmente se atribuye a los niños apenas el uso
de la razón, Jesús reserva para ella extraordinarias enseñanzas con
visiones particulares.
"Cuando tenía unos siete años - escribe Verónica -
me parece que por dos veces vi al Señor todo
llagado; me dijo que fuese devota de su Pasión y
en seguida desapareció. Esto sucedió por la Semana Santa. Me
quedó todo tan grabado que no me acuerdo haberlo olvidado
nunca.
"La segunda vez que se me apareció el Señor llagado
de la misma manera me dejó tan impresas en el
corazón sus penas, que no pensaba yo en otra cosa".
¡A
la guerra, a la guerra!"
Era todavía una niña y
ya el Señor la llamaba a grandes empresas: la imitación
de Jesús paciente.
Un día, mientras estaba rezando ante una imagen
sagrada, escuchó estas palabras: " ¡A la guerra, a la
guerra!"
¿Invitación parecida a la dirigida a santa Juana de Arco?
La joven heroína de Mercatello tomó a la letra -
como san Francisco ante el Crucifijo que le hablaba -
las palabras escuchadas. El joven caballero de Asís se había
puesto a restaurar la iglesita de San Damián; Orsola, en
cambio, quiso aprender de un primo suyo el arte militar
de la esgrima.
Mientras, entre la admiración de sus entusiastas coetáneos,
se adiestraba en el manejo de las armas, le pareció
ver al mismo Jesús que le decía: - No es
ésta la guerra que yo quiero de ti.
Quedó de improviso
como desarmada y vencida, en tanto que Jesús le abría
el corazón al significado, totalmente espiritual, de la lucha que
le esperaba.
MONJA -CAPUCHINA
En el gozo del Espíritu
¡A los
diecisiete años en un convento! Monja de clausura en Cittá
di Castello.
No es posible describir la felicidad del todo espiritual
que experimenta una joven en esa edad en que el
corazón vive la emoción del amor -, cuando ha elegido
solo a Jesús.
Quien desee comprobar de cerca ese ardor, vaya
a dialogar con una de esas almas ardorosas que también
hoy se encierran, jóvenes de veinte años, en las capuchinas
de Mercatello o de Cittá di Castello, donde vivió santa
Verónica, o en cualquier otro monasterio de su Orden.
Por vía
de "comunicación" gozará de una de las maravillas más dulces
del Espíritu. También ésta es comunión de los Santos.
¿Por qué?
¿Por qué monja. ¿Por qué entre las capuchinas? ¿Qué es
lo que quería de ella el Señor?
La vida de cada
uno de nosotros oculta un proyecto de Dios Padre, o
mejor, de toda la santísima Trinidad.
El encuentro con Dios está
jalonado de etapas importantes. Para Orsola Giuliani, el 28 de
octubre de 1677, señala la fecha de la vestición del
hábito religioso. Desde ahora se llamará Verónica. En ese día
le dio el Señor una manifestación más clara de su
amor. Oigamos de ella misma cómo vivió aquella jornada y
lo que le comunicó el Señor:
"La primera vez que fui
vestida de este santo hábito yo me hallaba un poco
desasosegada por la novedad. Cuando me vi entre estas paredes,
mi humanidad no acertaba a apaciguarse; pero por otra parte
el espíritu estaba todo contento. Todo me parecía poco por
amor de Dios.
Al cabo de una larga batalla entre la
humanidad y el espíritu, me pareció de pronto experimentar un
no sé qué - no sé si fue recogimiento o
rapto - que me sacó de mis sentidos. Pero yo
no podría decir qué es lo que fue. En aquel
mismo momento me parece que me vino la visión del
Señor, el cual me llevaba con El; y me parece
que me tomó de la mano. Oía una armonía de
sonidos y cantos angélicos. De hecho me parecía hallarme en
el paraíso.
Me acuerdo que veía tanta variedad de cosas; pero
todas parecían delicias de paraíso. Veía una multitud de santos
y santas. Me parece haber visto también a la santísima
Virgen.
Recuerdo que el Señor me hacía gran fiesta. Decía a
todos: "Esta es ya nuestra". Y luego, dirigiéndose a mí,
me decía: "Dime, ¿qué es lo que quieres? ". Yo
le pedía como gracia el amarle; y El en el
mismo momento me parecía que me comunicaba su amor. Varias
veces me preguntó qué es lo que más deseaba.
Ahora recuerdo
que le pedí tres gracias. Una fue que me otorgase
la gracia de vivir como lo requería el estado que
yo había abrazado, la segunda, que yo no me separase
jamás de su santo querer; la tercera, que me tuviese
siempre crucificada con El.
Me prometió concederme todo. Y me dijo:
"Yo te he elegido para grandes cosas; pero te esperan
grandes padecimientos por mi amor".
Programa
Al comienzo de la vida
religiosa estaba, pues, trazado el programa para Verónica: padecer por
amor.
El sufrimiento marcará con señales profundas la vida de Verónica,
en todo tiempo. El Señor la llama a "completar en
su carne lo que falta a la Pasión de Cristo"
en favor de toda la Iglesia. El Señor la purifica
con el sufrimiento, como el oro que se prueba con
el fuego. Por ese camino Jesús la asimila a sí
hasta concederle la unión en el desposorio místico.
Las pruebas
El
sufrimiento rebosa, como un río siempre en crecida, en la
vida de sor Verónica.
El año del noviciado - el primero
de vida religiosa - es una verdadera prueba. El Señor
permite que una compañera novicia la atormente previniendo contra ella
a la maestra, que es su guía espiritual. Verónica siente
con vehemencia la tentación de reaccionar contra la compañera y
contra la maestra. Toda la persona se le rebela. Afirma
con fuerza en una página del Diario: "Sentía que me
estallaba el estomago por la violencia" Y declarará todavía: "En
mi interior ¡cómo me retorcía para vencerme!
El asalto del enemigo
Otras pruebas venían directamente del espíritu del mal, de Satanás.
Había
experimentado va la reacción del demonio cuando, niña de apenas
diez años, decidió imitar la vida de los santos practicando
algunas penitencias. "Haciendo estas penitencias me parece que tuve varios
embates. Donde quiera que yo iba, de día y de
noche, el tentador hacía gran estrépito, como si quisiera tirar
todo abajo".
La lucha con el enemigo se prolongó en los
años de 1a vida religiosa, hasta tomar a veces aspectos
dramáticos violentos. El enemigo tomó la figura de monjas para
acusarla, le produjo moraduras y heridas, se le apareció en
formas obscenas y tentadoras, tomando el aspecto de monstruos horribles.
La
santa, fuerte con la gracia de Dios segura de la
victoria, afirma: "Estaba sin temor; más aún, me hacían reír
sus extravagancias y sus estupideces".
Aridez y abandono
El ánimo se
templa en la lucha. Pero existen para los santos pruebas
todavía más angustiosas: si es duro el deber pasar a
través de la noche de los sentidos, es mucho más
terrible el paso por la noche del espíritu. Es la
purificación más íntima, que comprende la arrancadura y el disgusto,
la aridez espiritual y el abandono, esto es, la impresión
de estar separados de Dios.
Oigamos - como de su misma
voz - la experiencia de Verónica: "A veces, cuando me
hallaba con alguna aridez y, desolación y, no podía hallar
al Señor, y me venían las ansias de El, salía
fuera de mi, corría ya a un lugar ya a
otro, lo llamaba bien fuerte, le daba toda clase de
nombres magníficos, repitiéndoselos muchas veces. Algunas veces me parecía sentirlo,
pero de un modo que no sé explicar. Sólo sé
que entonces enloquecía más que nunca, me sentía como abrasar,
especialmente aquí, en la parte del corazón. Me ponía paños
mojados en agua fría, pero en seguida se secaban.
Las múltiples
experiencias místicas la aproximaban cada vez más a la intimidad
del Señor. Por otra parte, cada vez que le eran
retiradas estas gracias particulares quedaba en una sed mayor de
volver a las delicias del Señor. Le parecía entonces que
Dios la había olvidado, incluso que la rechazaba, experimentaba un
tormento tan grande que era en realidad purificación de amor.
Así
se expresa en una carta: "Muchas veces me hallo con
la mente tan ofuscada, que no sé y no puedo
hacer nada; me hallo toda revuelta; no parece que haya
ni Dios ni santos; no se encuentra apoyo alguno. Parece
que la pobre alma está en las manos del demonio,
sin tener a dónde dirigirse en medio de sus temores".
Refrigerio:
la guía espiritual y la confesión Los santos son los que
más se engolfan en el mar de la redención. Son
purificados continuamente en la sangre de Cristo y gozan de
la abundancia de sus gracias.
Verónica, herida del rayo luminosisimo de
la luz de Dios, siente continuamente la necesidad de renovarse.
Se humilla y recurre a la confesión con frecuencia, hasta
cuatro o cinco veces al día, anhelando ser "lavada con
la sangre de Cristo". Es la vía ascética y sacramental
para llegar a la unión perfecta con Dios.
El mismo Jesús,
después de haberla conducido a altísimas nietas y antes de
imprimirle las llagas, quiere que Verónica realice ante toda la
corte del cielo su confesión general. Escribe la santa del
Viernes Santo de 1697: Tuve un recogimiento con la visión
de Jesús resucitado con la santísima Virgen y con todos
los santos, como las otras veces. El Señor me dijo
que comenzase la confesión. Así lo hice. Y cuando hube
dicho: "Os he ofendido a Vos y me confieso a
Vos, mi Dios", no podía hablar por el dolor que
me vino de las ofensas hechas a Dios. El Señor
dijo a mi ángel custodio que hablase él por mí.
As, en persona mía, decía...
La Virgen se puso delante, a
los pies de su hijo, lo hizo todo en un
instante. Mientras ella rogaba por mi, me vino una luz
y un conocimiento sobre mi nada; esta luz me hacía
penetrar conocer que todo aquello era obra de Dios. Aquí
me hacía ver con qué amor ama Ella las almas
y, en particular, las ingratas como la mía...
En ese acto
me vino una grande contrición de todas las ofensas hechas
a Dios y pedía de corazón perdón por ellas. Ofrecía
mi sangre, mis penas y dolores, en especial sus santísimas
llagas; y, sentía un dolor íntimo de cuanto había cometido
en todo el tiempo de mi vida. El Señor me
dijo: -Yo te perdono, pero quiero fidelidad en adelante".
Verónica camina
con seguridad por el camino de Dios, principalmente por el
que pasa por el don de los sacramentos, ofrecidos a
todos por la Iglesia y dados a ella por los
ministros del Señor. Así es como se siente segura y
constantemente renovada en el espíritu.
Impulsada por sus directores espirituales a
escribir su diario, afirma: -Experimento un sentimiento íntimo y quisiera
que el mismo confesor penetrase todo mínimo pensamiento mío, no
sólo como está en mí, sino como está delante de
Dios. Es tal el dolor que siento, que no sé
cómo logro proferir una sola palabra. Se me representa ese
vice-Dios en la tierra con tal sentimiento, que no puedo
expresarlo con palabras.
En la confesión halla paz y gozo, renacimiento
aumento de amor divino: "En el acto de darme la
absolución el confesor, me pareció sentirme toda renovada y, con
tanta ligereza, que no parecía sino que me hubiera quitado
de encima una montaña de plomo. Experimenté también en el
alma que Dios le dio un tierno abrazo y comenzó,
al mismo tiempo, a destilar en ella su amor divino".
VERÓNICA
Y LOS PECADORES
Dolor y expiación Es difícil hablar, sobre todo
hoy, de las penitencias y del dolor en la vida
de santa Verónica. El tema del sufrimiento nos resulta duro,
porque supone, además de la experiencia de amor en quien
lo vive, una experiencia de fe no menos grande en
quien recibe su mensaje. Y el hedonismo, en que se
halla sumergido el hombre de hoy, impide percibir el fuerte
lenguaje de la teología de la cruz.
Verónica tiene una vocación
peculiar en la Iglesia. EL Señor la escoge como víctima
por los pecadores. Y ella acepta colocarse como medianera -mezzana
-entre Dios y, sus hermanos que viven en el pecado.
Después
de haber comprendido el amor de Dios a las almas
y después de haber contemplado a Jesús llagado y crucificado,
Verónica queda enriquecida con una sensibilidad excepcional para inserirse en
la obra de la salvación en favor de todos sus
hermanos. Quiere salvarlos y comprende que el medio es la
expiación medianera.
Quiere obstruir el infierno Verónica pide a Jesús los sufrimientos
que E1 ha, padecido, los desea con una sed de
dolor superior a cuanto es accesible a la simple naturaleza.
Jesús
la asocia a los varios momentos de su Pasión. Una
testigo, que la observó en esos sufrimientos, declara: "La vi
un día clavada en el aire derramaba lágrimas de sangre
que tenían el velo. Supe después de ella que Dios
era muy ofendido por los pecadores y que ella, en
ese arrobamiento, había visto la fealdad del pecado y de
la ingratitud de los pecadores.
La Santa quiere impedir que tantas
almas caigan en el infierno: "En aquel momento me fue
mostrado de nuevo el infierno abierto y parecía que bajaban
a él muchas almas, las cuales eran tan feas y
negras que infundía terror. Todas se precipitaban tina detrás de
otra; Y, una vez entradas en aquellos abismos, no se
veía otra cosa que fuego y llamas". Entonces Verónica se
ofrece para contener la justicia divina: "Señor mío, yo me
ofrezco a estar aquí de puerta, para que ninguno entre
aquí ni os pierda a Vos. Al mismo tiempo me
parecía extender los brazos decir: Mientras esté o en esta
puerta no entrará ninguno. ¡OH almas, volved atrás! Dios mío,
no os pido otra cosa que la salvación de los
pecadores. ¡Envíame más penas, más tormentos, más cruces.
El Señor, para
saciar su sed de padecimientos, le permitirá experimentar las pertas
del purgatorio y aun las del Infierno. La Virgen, que
la instruye y la sostiene, le habla así: "Hay muchos
que no creen que haya infierno, y yo te digo
que tú misma, que has estado en él, no has
entendido nada de lo que es.
Verónica y la Pasión
de Jesús Quien no hubiera sido introducido en la comprensión de
los valores cristianos, podría quedar desconcertado al leer el Diario
de la Santa. Sentiría tal vez la tentación de recurrir
a explicaciones de naturaleza patológica y de entrever formas de
extraño masoquismo. Pero nos hallamos en esferas mucho más elevadas,
donde la naturaleza obedece a la sobre naturaleza. Sólo la
fe mas viva puede dar sus explicaciones.
Jesús la atrae y
la quiere del todo semejante a El. Verónica experimentará en
su carne la coronación de espinas, la flagelación, la crucifixión
y la muerte de Jesús. Le será atravesado el corazón
por la lanza y le serán impresas las llagas como
señal definitiva de conformidad y de amor.
Recuerda la impresión de
las llagas. Era el 5 de abril de 1697: "En
un instante vi salir de sus llagas cinco rayos resplandecientes
y vinieron a mí. Los veía convertirse en pequeñas llamas.
En cuatro de estas habla clavos y en una la
lanza, como de oro, toda rusiente, y me atravesó el
corazón; y los clavos perforaron las manos y los pies".
Verónica puede repetir ya con san Pablo: "He sido crucificada
con Cristo".
Penitencias Junto con estos dones místicos, mediante los cuales es
confirmada, en el dolor, esposa crucificada de Cristo, Verónica añade
sus ofrecimientos espontáneos.
Para tener una idea del empeño de penitencia
que habla en su corazón habría que visitar el monasterio
de Citta di Castello en el que ella vivió. Los
instrumentos de penitencia hablan allí todavía de ella, de su
amor a Jesús y de su voluntad de conducir a
El a los pecadores.
Para seguir a Jesús por el camino
del Calvario, Verónica se cargaba con una pesada cruz y,
por la noche, se movía bajo su peso extenuante por
las calles del huerto y dentro del monasterio. A veces
cargaba un grueso leño de roble.
Frecuentemente realizaba sus "procesiones" cubierta
con una "vestidura recamada": era en realidad una túnica de
penitencia a la que ella misma habla cosido por dentro
innumerables espinas durísimas. Se la ponla sobre la carne viva
y con la cruz sobre los hombros.
Muchas veces usará tenazas
rusientes para sellar con el dolor sus carnes y grabará
sobre su propio pecho el nombre de Jesús. Le agrada,
además, escribir con su sangre cartas de fidelidad y de
amor a su Esposo divino. Jesús sabe que puede fiarse
de ella: su vida le pertenece. Le pedirá un riguroso
ayuno por tres anos y ella obtiene poder alimentarse en
todo ese tiempo de sólo pan y agua. Estas son sólo
algunas muestras de su desmesurada necesidad de padecer con Jesús.
El
corazón como un sello En esta fase de purificación y de
ofrenda vivirá hasta el 25 de diciembre de 1698, cuando
la Santa entra en otro período de su ascensión espiritual:
la del puro padecer. Desde esa fecha el Diario no
contiene ya descripciones de padecimientos externos asumidos por Verónica. Todo
resultará como interiorizado: el padecer estará reservado a las facultades
más íntimas del alma, como si fuera una purificación del
mismo dolor.
Pero su corazón registrará todavía aventuras de sufrimiento y
de amor divino y quedará como sello de la autenticidad
de tanto padecer. Tal como ella lo había descrito -
y aun dibujado - en el Diario, su corazón, en
el examen necroscópico llevado a cabo a raíz de su
muerte, presentará misteriosas figuraciones. Son las que reproducen los instrumentos
de la Pasión de Jesús: la cruz, la lanza, las
tenazas, el martillo, los clavos, los azotes, la columna de
la flagelación, las siete espadas de la Virgen y algunas
letras que significan las virtudes. Su vida resumida en el
corazón.
Acontecimientos exteriores
Al mismo tiempo que el Señor la conduce por
el surco profundo del dolor y del amor, se entrelazan
en la vida religiosa de Verónica varios sucesos, que sin
embargo quedan en un segundo plano frente a su camino
interior, si bien muchas veces coinciden con las cruces que
el Señor concede a su esposa.
Verónica será maestra de novicias
varias veces. Pero ella misma deberá estar sometida a otros
y será guiada con firmeza y austeridad no comunes por
sacerdotes, confesores y obispos, que la pondrán a dura prueba.
Su propia superiora y el mismo Santo Oficio la harán
pasar por repetidas y prolongadas humillaciones: segregación por muchos días
en la enfermería, prohibición de ir al locutorio, exámenes y
controles.
Sólo el 7 de marzo de 1716 el Santo Oficio
revoca para ella la prohibición de ser elegida abadesa. Un
mes después es elegida superiora por toda la comunidad. Bajo
su gobierno el Señor bendice la casa y la llena
de vocaciones. Se preocupará entonces de hacer construir una nueva
ala del monasterio y de aliviar la fatiga cotidiana de
las monjas realizando una conducción de tubos de plomo para
hacer llegar el agua al interior de la casa.
Pero estos
hechos se pierden ante la admirable aventura del espíritu. Su
vocación es otra: el amor a Dios para expiar el
desamor de los hombres.
Al término de su aventura espiritual llegará
a pedir al Señor "no morir, sino padecer", repitiendo, por
lo que hace al sufrimiento un nuevo estribillo: "más, más
y más", segura de este camino: el del Amor Redentor.
EL
CAMINO ESPIRITUAL DE VERÓNICA
El Diario: mina del Espíritu
El Diario, que
Verónica nos ha dejado y en el que, por voluntad
de sus confesores y superiores, nos ha descrito sus variadas
experiencias místicas, está -compuesto por veintidós mil páginas manuscritas. Es
una riqueza espiritual inagotable para las almas ganosas de conocer
el camino de Dios.
Los santos son como senderos luminosos en
el firmamento de la Iglesia; a través de ellos Dios
nos indica cómo hemos de subir hasta El.
La vida cristiana
alcanza su vértice en la unión con Dios. El itinerario
místico, resultado de experiencias extraordinarias - a través de las
cuales pasó santa Verónica - coincide de hecho con el
progreso en la santidad a la cual todos estamos llamados.
La perfección cristiana consiste esencialmente en la experiencia del Amor
divino. El crecimiento del amor - aun el que deriva
de particulares gracias de carácter místico -, si conduce al
progreso efectivo de las virtudes teologales y morales, conduce a
la meta común de la santidad.
Es poco menos que imposible,
tratándose de Verónica, compendiar la experiencia riquísima sea de los
hechos místicos vividos por ella, sea del progreso en el
itinerario de las virtudes realizado en una vida espiritual de
tanta intensidad, Sin embargo no podemos dejar de poner en
resalto las únicas esenciales, para poder captar la admirable enseñanza,
dada por Dios en beneficio nuestro por medio de ella.
La
meta: llegar a ser esposa de Jesús
En el lenguaje de
la perfección cristiana se emplean las expresiones más delicadas del
amor humano para entender algo del amor divino.
El amor lleva
al desposorio. Así ocurre con el alma. Verónica vive esta
realidad espiritual del comienzo al fin de su vida.
Jesús se
enamora de esta criatura, la mira con afecto, la atrae
a sí y la quiere esposa suya. Se lo viene
diciendo desde que tenía tres años. Con ella entabla coloquios
y correspondencia, para ella expresa invitaciones y promesas, a ella
va con visitas y dones.
La Santa afirma refiriéndose al periodo
de su adolescencia en la familia: "Pocas veces salía de
la oración sin que el Señor me dijese internamente que
había de ser su esposa". Ella misma, siendo tan joven,
no intuía todo lo que el Señor deseaba en seguida
de ella, por lo cual le respondía con ingenuidad: "Dios
mío, habéis de tener paciencia, a su tiempo tendréis todo.
Entonces veréis que digo la verdad".
El momento culminante para estas
promesas de amor, en su tempranísima edad, fue aquel en
que recibió por primera vez la Eucaristía. Escribe: "En la
primera Comunión me parece que el Señor me hizo entender
que yo debía ser su esposa. Experimenté un no sé
qué de particular; quedé como fuera de mí, pero no
entendí nada. Pensaba que en la Comunión sucedía siempre así.
Al recibir aquella santísima Hostia me pareció que entraba en
mi corazón un fuego. Me sentía quemar". El día de
la primera Comunión! Es el 2 de febrero de 1670.
La pequeña tiene solo diez años, pero siente que su
amor a Jesús se debe expresar en una ofrenda total,
Es un lenguaje ya maduro y fuerte: "Señor, no tardéis
más: ¡crucificadme con Vos! ¡Dadme vuestras espinas, vuestros clavos: aquí
tenéis mis manos, mis pies y mi corazón! ¡Heridme, oh
Señor! "
Del desposorio místico a la divinización
Todo esto se realizará.
Jesús la irá conduciendo, por experiencias extraordinarias, hasta el desposorio
místico, hasta la transformación y la divinización. La ascensión estará
modulada por fases espirituales que los teólogos han llamado de
unión suave, de unión árida y de unión activa. Mientras
tanto un raudal de dones y carismas se derrama sobre
ella en cada momento.
Un mensaje importante para todos. El Señor
parece decir, a través de la experiencia espiritual de Verónica,
que la vida de gracia es "naturalmente" todo esto, si
bien misteriosamente oculto en las almas de sus fieles. Pero
lo que causa maravilla es que en Verónica la realidad
divina es evidente, es manifiesta, casi sin velos.
Gracias, dones y
carismas
Jesús atrae a sí a Verónica y transforma, adapta y
plasma su íntima constitución interior: le da un "corazón amoroso"
y un "corazón herido", la hace arrimarse a su costado
para darle a beber de la fuente de su Corazón
divino, le comunica un plan ascético de vida y la
perfecciona aun en el nombre: "Verónica de Jesús y de
María".
Verónica debe beber también el "cáliz amargo"; Jesús le clava
cinco dardos en el corazón junto con los instrumentos de
la Pasión.
La Virgen es intermediaria de tales gracias y la
reconoce como "discípula". Por intermedio de María santísima Verónica hace
su consagración a Jesús. Los tres corazones - de Jesús,
de María y de Verónica -se funden en uno.
En un
alternarse divino de purificación y de gracias la Santa ve
añadirse en su corazón otras sena les, como las llamas
del Amor de Dios, el sello "Fuente de gracias" y
las letras VFO que corresponden a la virtudes de la
Voluntad de Dios, de la Fidelidad y de la Obediencia.
Verónica,
además, saboreará dos misterioso cálices: uno con la sangre de
Cristo, el otro con las lágrimas de María. Revivirá, por
mandato de su confesor, la Pasión de Jesús reproducida en
cada uno de los tormentos.
Pero el Señor la sostiene y
la conforta. Nos place mencionar aquí también alguna gracia especial
con la que se siente confortada: la Virgen le concede
la ayuda constante de un segundo ángel de la guarda
y la consuela con una peregrinación - ¡en visión! -
al santuario de la Santa Casa de Loreto.
La vida divina
fluye en su alma. Se le concede la que Verónica
llama "la gracia de las tres gracias":unión, transformación y desposorio
celeste. Es una gracia que, desde 1714, recibe cada vez
que se acerca a la sagrada Comunión y diviniza cada
vez más su espíritu.
Es ya la "Verónica de la voluntad
de Dios. Hija y profesa de María santísima".
La Virgen María
en la vida espiritual de santa Verónica A medida que Verónica
avanza en el camino de la perfección, aumenta también la
presencia de la Madre de Dios hasta el punto de
sustituir casi la de Jesús. La Virgen santa la atrae
a la propia vida, a fin de que, identificada con
ella, pueda conducirla a su divino Hijo y a la
adoración de la santísima Trinidad. Cada día con mayor frecuencia
Verónica se siente confirmada - y lo registra en su
Diario - "hija del Padre, esposa del Verbo y discípula
del Espíritu Santo".
Se puede hablar de un "camino mariano" de
santa Verónica. Y es ésta tal vez la tonalidad más
destacada, mientras sube a las cimas de la perfección. Esta
presencia central de María santísima tuvo comienzo en el año
1700, cuando la "querida Mamá" le ofrecía suave refugio en
su regazo acogedor: la sostenía en las pruebas y le
prodigaba su guía segura y su luminoso magisterio. Es introducida
primero como "discípula" y después como "novicia de María". Se
funde con su corazón.
El 21 de noviembre de 1708 Verónica
se ofrece con un solemne acto de donación a María
y se declara su "sierva". Esto equivale a la total
consagración mariana. A partir de aquel momento se desarrolla rápidamente
un proceso de Profunda identificación entre María y su hija
espiritual Verónica.
Desde 1715 las gracias de unión mística son experimentadas
a través de la compenetración con el alma de María.
A
partir del 14 de agosto de 1720 Verónica comienza a
escribir bajo el dictado de la Virgen. María vive con
ella el presente: es la verdadera guía del monasterio. Le
dice: "Hija, estate tranquila. Yo soy la superiora y corre
por mi cuenta el necesario sustento para ti y para
tus hermanas. Es mi oficio; tú no tienes que preocuparte
de nada".
Y Verónica va constatando cosas admirables. La «nueva superiora"
la sustituye hasta en el guiar el capítulo de las
hermanas. Escribe la Santa: "Cada viernes yo me postro a
los pies de María santísima, le pido que tenga a
bien guiarme y enseñarme lo que tengo que decir a
cada hermana, y siempre experimento su ayuda especial. Paréceme que
María santísima está allí personalmente como superiora y que yo
voy diciendo, de parte suya, todo cuanto me dicta ella.
Pero hoy ha sucedido algo insólito: apenas comenzado el capítulo,
me he encontrado fuera de los sentidos, de modo sin
embargo que nadie ha podido darse cuenta, porque ha sido
entre mí y Dios...
Al terminar me he dado cuenta de
que había hecho el capítulo. ¡Sea todo a gloria de
Dios y de María santísima! Ella ha dicho y hecho
todo".
Identificada con María santísima Las paginas de Verónica que se refieren
a los aspectos marianos de su vida son de las
más bellas y significativas por lo que hace al camino
espiritual de ella y de todo cristiano. Contienen doctrina y
práctica luminosa y se imponen a la atención de cualquiera
que reconozca la importancia de la consagración a la Virgen
como medio de la más alta perfección,
Escribe: "Paréceme que, en
ese momento, la santísima Virgen se ha transformado a sí
misma en mí; pero para hacer entender esto no hallo
modo de declararlo, ya que mi alma se ha hecho
una misma cosa con María santísima, del modo que yo
experimento cuando recibo la gracia de la transformación de Dios
con el alma y del alma en Dios".
La Virgen la
llama afectuosamente "corazón de mi corazón" y, mediante ella, adora
a la santísima Trinidad. Nuevamente se inclina sobre los pliegos
del Diario y apunta: "Me ha venido el recogimiento con
la visión de María santísima. Me he comportado como suelo;
y ella me ha hecho hacer aquella adoración a la
santísima Trinidad. Entonces han venido tres rayos, con tres dardos,
a este corazón. Me ha parecido que las tres divinas
Personas, en señal de amor, han confirmado lo que tantas
veces han tenido a bien hacerme comprender. María santísima me
ha dicho: "El Padre eterno te confirma por hija, el
Verbo eterno por esposa suya, el Espíritu Santo por discípula
suya". Y, mientras tanto, los tres dardos que estaban en
el corazón han ido derechos al corazón de María santísima
y del corazón de María santísima ha venido uno a
este corazón, el cual lanzaba el mismo corazón al corazón
de ella. Aquellos tres dardos luego semejaban centellas, y ya
volvían a este corazón ya al de la santísima Virgen.
Aquí
he experimentado un no sé qué de nuevo: me parecía
que mi alma y este corazón eran una misma cosa
con María santísima".
Por medio de la Madre de Dios se
le comunican gracias cada vez más especiales. Se lo recuerda
la misma Virgen: "Y de nuevo, en el momento en
que ha venido a ti el Dios sacramentado, el alma
de mi alma (Verónica) ha quedado identificada con la voluntad
de Dios y mía, porque en ese momento ha comenzado
un modo de obediencia más exacta: es que yo he
hecho participar al alma de mi alma mi misma obediencia.
Así
es como la Virgen le comunica sus virtudes. Entre éstas
resplandece la pureza. "Mi corazón y mi alma hicieron sentir
penetrantemente en el corazón de mi corazón (Verónica) el valor
de mi pureza. Hija, haz aprecio de esta gracia, que
es tan agradable a Dios. El alma sencilla y pura
atrae la mirada de Dios, El la llena de sus
divinas gracias y dones. Hija, la mirada divina santifica y
vivifica a las almas inocentes y puras". Así en todas
las virtudes: "Te hice participar del mérito de todas las
virtudes que había ejercitado yo y con ellas te presenté
a Dios".
En la cima se halla siempre la caridad, el
amor. Sólo éste crea y renueva. Y la Virgen le
dice que le "renovó todo el corazón por medio de
un rayo de amor que te comunicó mi corazón". Por
ese camino el alma de Verónica viene a ser confirmada
y "elegida
entre los elegidos", comenzando el "anticipado paraíso" para quedar
unida siempre en el "Espíritu Santo Amor".
Un compendio de tantas
gracias Para gozar con las maravillas que Dios obró en santa
Verónica Giuliani, leamos todavía una página de su Diario escrita
en 1701. Verónica viviría aún muchos años - moriría en
1727 -, ¡pero ya el Señor la había colmado de
tantas gracias!
"En un instante se me dio luz clara sobre
todas las gracias particulares que Dios ha concedido a mi
alma. Han sido tantas, tantas, que no me es posible
decir el número. Sólo diré lo que comprendí en particular.
Me hizo, comprender queme había renovado 500 veces el dolor
del corazón y me había renovado en él muchas veces
la herida; que, al mismo tiempo, me había concedido la
gracia particular de darme el dolor de mis pecados, añadiendo
el conocimiento de mí misma y de las propias culpas
y haciéndome comprender toda clase de virtudes y el modo
como había de ejercitarlas; que me había concedido tantísimas luces
y amaestramientos: sería cosa de nunca acabar si quisiera referirlos
todos.
Hízome comprender también que había renovado 60 veces el desposorio
con mi alma; que me había hecho experimentar 33 veces,
de manera especial, su santísima Pasión y, comprender penas que
sólo son conocidas de las almas más queridas de El;
que se me había hecho ver 20 , veces todo
llagado y ensangrentado, y que me pedía que siguiese su
santa voluntad; pero yo hacía todo lo opuesto. ¡OH Dios!
¡Qué confusión era la mía en ese momento! No puedo
con la pluma decir nada de lo que yo experimentaba
mientras me era manifestada cada cosa al detalle.
Tres veces me
había dado un tiernísimo abrazo desclavando su brazo de la
cruz y haciéndome llegar a su costado; 5 veces me
había dado a gustar el licor .que salía de su
costado; 15 veces había lavado de modo especial mi corazón
en su preciosa sangre, que manaba en forma de rayo
de su costado y se dirigía a mi corazón; 12
veces me lo había sacado, haciéndome la gracia de purificarlo
y de quitar de él toda suciedad, la podredumbre de
las imperfecciones y los residuos de mis pecados; 9 veces
me había hecho acercar la boca a la llaga de
su santísimo costado; 200 veces había dado tiernísimos abrazos a
mi alma, de modo especial, sin contar los demás que
me da continua- y 100 heridas había hecho a mi
corazón de mente, modo secreto.
Basta con lo dicho. No tiene
número todo cuanto Dios ha obrado en esta alma ingrata.
Me hizo entender todas estas cosas en un momento; y,
de un modo que no sé referir, me renovó todo
asignándome sus santos méritos, su pasión, todas sus obras, en
satisfacción por haber correspondido mal a todas esas cosas. De
nuevo me hizo saber que me había perdonado todas mis
culpas, pero que ahora debo ser toda suya. En ese
momento me concedió el dolor de mis pecados. En el
acto de dolor volví en mí, más muerta que viva.
Me duró el dolor por poco tiempo y me sentía
como expirar. Me parece que todo esto que tuve después
de la comunión, sobre las gracias y los dones concedidos
por Dios a mi alma, fue un nuevo juicio; y
por esto comprendí el número de cada uno más en
particular y su especie. ¡Sea todo a gloria de Dios!
"
"El Amor se ha dejado hallar"
Acompañada en el camino de
la perfección por la presencia continua de la Virgen, que
la llama "corazón de mi corazón" y "alma de mi
alma", Verónica transcurre los últimos años de su vida en
unión constante con Dios. Declara ella misma: "Cuando Dios me
concede las dos gracias de la unión y de la
transformación, éstas son las mismas que gozan las almas bienaventuradas
allá en el paraíso. Gozan de Dios en Dios; y
es un continuo convite de amor con amor".
Verónica recibe el
don de ser confirmada en la gracia santificante, por lo
que repite llena de gozo: " ¡Eternamente! ¡eternamente!". Puede afirmar:
"El amor ha vencido y el mismo amor ha quedado
vencido".
Es ya el paraíso. Pero es preciso dejar esta vida,
es preciso poner punto final. La Virgen, que en los
últimos años le ha dictado el Diario, le sugiere estas
simpáticas palabras que ella transcribe fielmente; "Pon punto". Es el
25 de marzo de 1727, fiesta de la Anunciación del
Señor.
El 6 de junio, en el momento de la santa
Comunión, Verónica sufre un ataque de hemiplejia. Desde entonces transcurren
treinta y tres días de un triple purgatorio: dolores físicos,
sufrimientos morales y tentaciones diabólicas, como lo había predicho.
Al alba
del 9 de julio, recibida la obediencia de su confesor
para poder dejar este mundo, vuela al encuentro con Dios.
"
¡El Amor se ha dejado hallar! " Son sus últimas
palabras dichas a sus hermanas. Así terminó su padecer por
amor y comenzó su paraíso.
La Iglesia la declaró Beata en
1804 y Santa en 1839. Hoy quien ha tenido la
gracia de conocer de cerca a santa Verónica Giuliani -
a través de la lectura del Diario, de las Relaciones
y de las Cartas - abriga la esperanza de que
en la Iglesia se le reconozca, además de la santidad,
ese magisterio espiritual que resuma de todos sus escritos y
se halla confirmado por una excepcional vida mística.
Verónica figura de
hecho entre los grandes maestros de la perfección que iluminan
y guían al pueblo cristiano.
Ver también: Los Dos Corazones
en la experiencia mística de Véronica Giuliani.
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