*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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viernes, 6 de julio de 2012
San Benito Abad.
Abad, Patrón de Europa y Patriarca del monasticismo occidental, Julio 11
Benito, Santo
Abad, Patrón de Europa y Patriarca del monasticismo occidental
Benito de
Nursia, conocido como San Benito, nació en (Nursia, cerca de
la ciudad italiana de Spoleto, 480 – Montecasino, 547), fundó
la orden de los benedictinos y es considerado patrón de
Europa y patriarca del monaquismo occidental. Benito escribió una Regla
para sus monjes que fue llamada "La Santa Regla" y
que ha sido inspiración para los reglamentos de muchas otras
comunidades religiosas.
Su hermana gemela, Escolástica, también alcanzó la santidad.
Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, estudiando
la retórica y la filosofía.
Se retiró de la ciudad a
Enfide (la actual Affile), para dedicarse al estudio y practicar
una vida de rigurosa disciplina ascética. No satisfecho de esa
relativa soledad, a los 20 años se fue al monte
Subiaco bajo la guía de un ermitaño y viviendo en
una cueva.
Tres años después se fue con los monjes
de Vicovaro. No duró allí mucho ya que lo eligieron
prior pero después trataron de envenenarlo por la disciplina que
les exigía.
Con un grupo de jóvenes, entre ellos Plácido
y Mauro, fundo su primer monasterio en en la montaña
de Cassino en 529 y escribió la Regla, cuya difusión
le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Fundó
numerosos monasterios, centros de formación y cultura capaces de propagar
la fe en tiempos de crisis.
Vida de oración disciplina
y trabajo Se levantaba a las dos de la madrugada a
rezar los salmos. Pasaba horas rezando y meditando. Hacia también
horas de trabajo manual, imitando a Jesucristo. Veía el trabajo
como algo honroso. Su dieta era vegetariana y ayunaba diariamente,
sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para
dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus
monjes a predicar. Era famoso por su trato amable con
todos.
Su gran amor y su fuerza fueron la Santa
Cruz con la que hizo muchos milagros. Fue un poderoso
exorcista. Este don para someter a los espíritus malignos lo
ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito.
San
Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió
el 21 de marzo del 547, pocos días después de
la muerte de su hermana, santa Escolástica. Desde finales del
siglo VIII muchos lugares comenzaron a celebrar su fiesta el
11 de julio.
San Benito de Nursia (Nursia, 480 – Montecasino, 21 de marzo de 547) es considerado el iniciador de la vida monástica en Occidente. Fundó la orden de los benedictinos cuyo fin era establecer monasterios basados en la autarquía, es decir, autosuficientes. Éstos comúnmente estaban organizados en torno a la iglesia de planta basilical y el claustro. Es considerado patrón de Europa y patriarca del monacato occidental. Benito escribió una regla para sus monjes que fue llamada "La Santa Regla" y que ha sido inspiración para las de muchas otras comunidades religiosas.
Biografía
La única fuente con información sobre la vida de San Benito de Nursia es el libro segundo de los Diálogos, escritos por san Gregorio Magno
(c. 540-604). Para estos relatos, el pontífice se basó en el testimonio
de algunos monjes que conocieron al santo. Este libro, en algunos
pasajes, carece del rigor histórico tal como se entiende en la
actualidad.
Era hijo de un noble romano. Su hermana se llamaba Escolástica y también fue reconocida como santa. Su infancia se desarrolla en Nursia donde realiza sus primeros estudios. Es enviado a Roma
para capacitarse en filosofía y retórica, pero decepcionado por el
desorden moral de los habitantes de la ciudad y deseando una vida más
espiritual, pronto abandona la capital para retirarse a Enfide (actual Affile),
de donde huyó, según la leyenda, tras realizar un milagro. Con ayuda
del abad de un monasterio cercano llamado Román (San Román Abad, Romain de Condat), se instaló en una gruta de difícil acceso, en un lugar cercano llamado Subiaco,
para vivir allí como un ermitaño. Después de pasar tres años en ese
lugar, dedicado a la oración y el sacrificio, fue descubierto por unos
pastores, quienes extendieron su fama de santidad.
Icono de tradición ortodoxa griega de san Benito de Nursia
A partir de allí, y especialmente gracias a sus supuestas dotes de
taumaturgo, fue visitado constantemente por personas que buscaban su
consejo y dirección espiritual. Es elegido abad de un monasterio en
Vicovaro, en el norte de Italia,
pero dado que los monjes no aceptan su régimen de vida exigente,
intentan envenenarlo. Según la leyenda, Benito descubre las intenciones
de los monjes porque, en el momento de impartir la bendición, el
recipiente se hace pedazos. Tras esto, el abad decide abandonar la
comunidad. Vuelve a Subiaco, donde, debido a una gran afluencia de
discípulos, funda allí varios monasterios. En 529, a causa de la envidia de un sacerdote de la región, se refugia en Montecasino donde funda un monasterio y desde donde se extiende la Orden Benedictina. En 540 escribe su famosa Regula monasteriorum (Regla de los monasterios). Murió en el año 547.
A Benito se le representa habitualmente con el libro de la Regla,
una copa rota, y un cuervo con un trozo de pan en el pico, en memoria
del pan envenenado que recibió Benito de parte de un sacerdote de la
región de Subiaco que le envidiaba. San Gregorio cuenta que, por orden del santo, el cuervo se llevó el pan adonde no pudiera ser encontrado por nadie.
Devoción
Algunos creyentes invocan a san Benito para protegerse contra las
picaduras de las ortigas, el veneno, la erisipela, la fiebre y las
tentaciones.
Es patrono de los archiveros, agricultores, ingenieros, curtidores, moribundos, granjeros, de la villa Heerdt cerca de Düsseldorf en Alemania,
de enfermedades inflamatorias, de los arquitectos italianos, de los que
padecen enfermedades de riñón, de los monjes, de la villa de Nursia (su
ciudad natal), de Italia,
de los religiosos (entiéndase pertenecientes a congregaciones
religiosas), de los escolares, de los criados, de los espeleólogos.
Las reliquias de San Benito están conservadas en la cripta de la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire (Fleury), cercana a Orleans y de Germigny-des-Prés, donde se encuentra una iglesia carolingia, en el centro de Francia.
Se creó un galardón con su nombre, que fue recibido por el entonces cardenal Joseph Ratzinger (ahora Benedicto XVI) el 1 de abril de 2005.
San Benito de Nursia. Fresco del claustro del monasterio de Subiaco (Italia), realizado hacia el siglo VI.
La Regula monasteriorum, que consta de 73 capítulos y un prólogo, fue retomada por Benito de Aniano en el siglo IX, antes de las invasiones normandas; él la estudió y la codificó dando origen a su expansión por toda la Europa
carolingia, aunque fue adaptada para restar importancia a los trabajos
manuales, en relación a la liturgia y a los monjes. Posteriormente, la
Regla de San Benito adquirió gran importancia en la vida religiosa
europea durante la Edad Media, gracias a la Orden de Cluny
y a la centralización de todos los monasterios bajo esta Regla,
encabezados por los cluniacenses. En el siglo XI apareció la reforma del
Císter, que buscaba recuperar un régimen benedictino más ajustado a la Regula. Otras reformas (como la camaldulense, la olivetana o la silvestrina) han buscado también revivir diferentes aspectos de la Regla de San Benito.
A pesar de diferentes momentos históricos, en los cuales la
indisciplina, las persecuciones o las agitaciones políticas han hecho
decaer la práctica de la Regla de San Benito o han diezmado la población
monástica, los monasterios benedictinos han mantenido en todos los
tiempos un gran número de religiosos y religiosas. Actualmente siguen la
Regla de San Benito alrededor de 700 monasterios masculinos y unos 900
monasterios y casas religiosas femeninas, ubicados en los cinco
continentes. Se incluyen en esta cifra monasterios de confesión protestante, tanto anglicanos como luteranos.
Su influencia en el monacato es considerable tanto en occidente como
en el mundo, especialmente en lo que concierne a la vida intelectual del
cristianismo. Esta Regla es un modelo de vida colectiva, tomada como
ejemplo en la organización de algunas empresas.
Sobre las diferentes ediciones de la Regla, el padre García M. Colombàs (†2010), monje de Montserrat (Cataluña, España),
registra en su edición de la misma, el siguiente dato: "Entre 1930 y
1968-69, según datos provisionales, vieron la luz 60 ediciones en latín,
32 en alemán, 31 en inglés, 30 en francés, 21 en italiano, 9 en
holandés, 4 en español, 2 en checo, croata húngaro, portugués y japonés,
y 1 en catalán, irlandés, árabe y coreano" (p. 24)
480 dC - San Benito nació en Nursia (Italia, cerca de Roma) en el
año 480.De padres acomodados, fue enviado a Roma a estudiar filosofía y
letras, y se nota que aprendió muy bien el idioma nacional (que era el
latín) porque sus escritos están redactados en muy buen estilo.San
Benito nació en Nursia (Italia, cerca de Roma) en el año 480. De padres
acomodados, fue enviado a Roma a estudiar filosofía y letras, y se nota
que aprendió muy bien el idioma nacional (que era el latín) porque sus
escritos están redactados en muy buen estilo. Todos los datos de su
biografía los tomamos de la Vida de San Benito, escrita por San Gregorio
Magno, que fue monje de su comunidad benedictina
540 dC - Hacia el año 540, San Benito (480-547) escribió su famosa
Regula Monasteriorum, que habría de tener una influencia decisiva en el
futuro del monacato y la vida religiosa en Occidente. Por obra de San
Benito de Aniano (750-821), la Regla benedictina fue ...Por obra de San
Benito de Aniano (750-821), la Regla benedictina fue imponiéndose en
toda Europa, hasta que a principios del siglo X surgió la Orden de
Cluny.En el siglo XII, los cluniacenses contaban con alrededor de dos
mil prioratos.Tenian gran enriquecimiento mental, y gran poder temporal
1098 dC - En el momento de la fundación del Nuevo Monasterio
(Cister) en el año 1098 los primeros monjes Cistercienses quisieron
vivir en toda su pureza la Regla de San Benito.Desde los inicios, la
Comunidad se ha dedicado fundamentalmente a la búsqueda de Dios, siendo
fiel así al carisma Cisterciense, que por fidelidad a la Regla de San
Benito, se traduce en un ponderado equilibrio entre oración y ,
como se ha ido realizando a lo largo de la historia desde que San
Benito en el Siglo VI escribiera la Regla y fuera cauce paravivir el
Evangelio. En el momento de la fundacióndel Nuevo Monasterio (Cister) en el año 1098 se instan los primeros monjes
12 Mar 1742 - El 12 de marzo de 1742 el Papa Benedicto XIV otorgó indulgencia plenaria a la de San Benito si la persona se confiesa, recibe la Eucaristía, ora por el Padre en las grandes fiestas y durante esa semana reza el santo rosario, visita a los enfermos
1964 - San Benito (c. 480-543) fue proclamado por Pablo VI Patrono
de Europa en 1964. En latín y en otras lenguas Benito y Benedicto
constituyen la misma palabra. Si bien la Iglesia celebra el 11 de julio a
San Benito,la Orden que él fundó celebra su «nacimiento» al cielo en
el primer día de la primavera. Padre de la vida monástica en occidente,
INTRODUCCION:
En el siglo XIX se dió un renovado fervor por la Medalla de San
Benito. En los trabajos escritos de Dom Prosper Guéranger, abad de
Solesmes, y de Dom Zelli Iacobuzzi, de la Abadía de San Pablo Extramuros
(Roma), se estudiadetenidamente el origen y la historia de la medalla. Desde este ultimo monasterio, verdadero foco de irradiación benedictina
en aquella época, se difundió también la devoción a la Medalla. La
representación más popular de la misma es la llamada “medalla del
jubileo”, diseñada en la Abadía de Beuron (Alemania), y acuñada especialmente para el Jubileo benedictino del año 1880, conmemoración
del XIV centenario del nacimiento de San Benito. Los superiores
benedictinos de todo el mundo se reunieron para aquella ocasión en la
Abadía de Montecasino, y desde allí la Medalla se diseminó por todo el
mundo
En la vida de San Benito escrita por San Gregorio Magno, el santo
abad muestra una especial devoción hacia la Cruz de Nuestro Señor
Jesucristo, signo de nuestra salvación. En uno de los milagros narrados
por su biógrafo, un vaso que contenía veneno se quiebra cuando San
Benito hace la señal de la cruz sobre él. En otra oportunidad, uno de
sus discípulos fue perturbado por el maligno, y el santo le manda hacer
la señal de la cruz sobre su corazón para verse librado. En su Regla de los monjes, San Benito indica que cuando un monje iletrado presenta su
carta de profesión monástica ante el altar, debe usar como firma una
cruz. Estos y otros indicios invitaban a los discípulos del abad San
Benito a considerar la Cruz como una señal bienhechora que simboliza la
pasión salvadora de Cristo, por la cual fue vencido el poder del mal y
de la muerte.
LA MEDALLA
No cabe duda que la medalla-cruz de San Benito es una de las más
apreciadas por los cristianos. A ella se le atribuyen poder y remedio,
ya sea contra ciertas enfermedades de hombre y animales, ya contra los
males que pueden afectar al espíritu, como las tentaciones del poder del
Mal. Es frecuente también colocarla en los cimientos de nuevos
edificios como garantía de seguridad y bienestar de sus habitantes.
El origen de esta medalla se fundamenta en una verdad y experiencia
del todo espiritual que aparece en la vida de san Benito, tal como nos
la describe el papa san Gregorio en el Libro II de los Diálogos. El
Padre de los monjes usó con frecuencia del signo de la cruz como signo
de salvación, de verdad, y purificación de los sentidos. San Benito
quebró el vaso que contenía veneno con la sola señal de la cruz hecha
sobre él. Cuando los monjes fueron perturbados por el maligno, el santo
manda que hagan la señal de la cruz sobre sus corazones. Una cruz era la
firma de los monjes en la carta de su profesión cuando no sabían
escribir. Todo ello no hace más que invitar a sus discípulos a
considerar la santa cruz como señal bienhechora que simboliza la pasión
salvadora del Señor, por la que se venció el poder del mal y de la
muerte.
LA MEDALLA COMO HOY LA CONOCEMOS
La medalla tal como hoy la conocemos, se puede remontar al siglo XII
o XIV o quizá a época anterior y tiene su historia. En el siglo XVII,
en Nattenberg de Baviera, en un proceso contra unas mujeres acusadas de
brujería, ellas reconocieron que nunca habían podido influir
malignamente contra el monasterio benedictino de Metten porque estaba
protegido por una cruz. Hechas, con curiosidad, investigaciones sobre
esa cruz, se encontró que en las tapias del monasterio se hallaban
pintadas varias cruces con unas siglas misteriores que no supieron
descifrar. Continuando la investigación entre los códices de la antigua biblioteca del monasterio, se encontró la clave de las misteriosas siglas en un libro miniado del siglo XIV. En efecto, entre las figuras
aparece una de san Benito alzando en su mano derecha una cruz que
contenía parte del texto que se encontrabasólo en sus letras iniciales
en las astras cruzadas de las cruces pintadas en las tapias del
monasterio de Metten, y en la izquierda portaba una banderola con la
continuación del texto quecompletaba todas las siglas hasta aquel
momento misteriosas.
Mucho más tarde, ya en el siglo XX, se encontró otro dibujo en un
manuscrito del monasterio de Wolfenbüttel representando a un monje que
se defiende del mal, simbolizado en una mujer con una copa llena de
todas las seducciones del mundo. El monje levanta contra ella una cruz
que contiene la parte final del texto consabido. Es posible que la
existencia de tal creencia religiosa no sea fruto del siglo XIV sino muy
anterior.
APROBACION DE LA IGLESIA COMO SIMBOLO CRISTIANO
Benedicto XIV, en marzo de 1742, aprobó el uso de la medalla que
había sido tachada anteriormente, por algunos, de superstición, y mandó
que la oración usada para bendecirla se incorporase al Ritual Romano. Dom Gueranger, liturgista y fundador de la Concregación Benedictina de
Solesmes, comentó que el hecho de aparecer la figura de san Benito con
la santa Cruz, confirma la fuerza que su signo obtuvo en sus manos. La
devoción de los fieles y las muchas gracias obtenidas por ella es la
mejor muestra de su auténtico valor cristiano.
LOS SIMBOLOS DE LA MEDALLA - CRUZ DE SAN BENITO
La medalla presenta, por un lado, la imagen del Santo Patriarca, y
por el otro, una cruz, y en ella y a su alrededor, las letras iniciales
de una oración o exorcismo, que dice así (en latín y en castellano):
Crux Sancti Patris Benedicti
Cruz del Santo Padre Benito
Crux Sacra Sit Mihi Lux
Mi luz sea la cruz santa
Non Draco Sit Mihi Dux
No sea el demonio mi guía
Vade Retro Satana
¡Apártate, Satanás!
Numquam Suade Mibi Vana
No sugieras cosas vanas
Sunt Mala Quae Libas
Pues maldad es lo que brindas
Ipse Venena Bibas
Bebe tú mismo el veneno.
Como se puede apreciar por las iniciales distribuidas en la cruz, a
ésta el texto de la plegaria la acompaña siempre, y a la vez es una
ayuda para la recitación de la misma. El texto latino se compone
-después del título: Crux Sancti Patris Benedicti (C.S.P.B.) – de tres
dísticos, que encierran una invocación a la Santa Cruz, con el deseo suplicante de tenerla como guía y apoyo, y la expresión del rechazo a
Satanás, a quien se manda que se aparte – con las palabras de Jesús,
cuando fue tentado por él (Mt. 4,10) -, manifestando que no va a
escuchar sus sugerencias, pues es malo lo que ofrece. Es una auténtica
confesión de fe y de; amor a Cristo, y una renuncia al diablo.
INDULGENCIAS
El 12 de marzo de 1742 Benedicto XIV otorgó indulgencia plenaria a
la medalla de San Benito si la persona cumple las siguientes
condiciones:
Si realiza el Sacramento de la Reconciliación, recibe la Eucaristía, ora por el Santo Padre en las grandes fiestas y durante esa semana reza
el santo rosario, visita a los enfermos, ayuda a los pobres, enseña la
Fe Cristina o participa en la Santa Misa.
Las grandes fiestas de las que se habla arriba son: Navidad,
Epifanía, Pascua de Resurrección, Ascensión, Pentecostés, la Santísima
Trinidad, Corpus Christi, La Asunción, La Inmaculada Concepción, el
nacimiento de María, todos los Santos y fiesta de San Benito.
Quienes lleven la medalla de San Benito a la hora de la muerte serán
protegidos siempre que se encomienden al Padre, se confiesen y reciban la comunión o al menos invoquen el nombre deJesús con profundo
arrepentimiento.
UN SIGNO SAGRADO
Desde hace muchos siglos, la cruz y la medalla de San Benito han
sido muy difundidas aun más allá de los círculos más comprometidos con
la fe de la Iglesia. La medalla de San Benito es un sacramental
reconocido por la Iglesia con gran poder de exorcismo. Como todo
sacramental, su poder está no en sí misma sino en Cristo, quien lo
otorga y en la fe y la fervorosa disposición de quien usa la medalla.
Además, quienes a la hora de la muerte lleven la medalla de San
Benito o el crucifijo con esta última, serán protegidos siempre que se encomienden al Padre, se confiesen y reciban la comunión o al menos
invoquen el nombre de Jesús con profundo arrepentimiento. El Crucifijo
de la Buena Muerte y la Medalla de San Benito han sido reconocidos por
la Iglesia como una ayuda para el cristiano frente a la tentación, el
peligro, el mal, y principalmente en la hora de la muerte, y la misma
Iglesia le ha conferido también al Crucifijo con la Medalla la
Indulgencia Plenaria.Esta cruz también ayuda a los enfermos para unir sus sufrimientos a los de Nuestro Salvador.
ORACION A SAN BENITO
Señor Dios Nuestro, que hiciste al abad Benito,
esclarecido maestro del Divino Servicio, concédeme por su intercesión
la gracia que te pido. También te pido, que prefiriéndote a a ti sobre
todos los lujos, avancemos por la senda de tus mandamientos con el
corazón contrito, y rezando y trabajando con amor como él hizo.
Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
La fecha de San Benito es el 21 de marzo, pero por ser período de cuaresma se festeja el día 11 de Julio
Es el fundador del monacato occidental. Nació en Nursia
alrededor del
año 480. Murió en Montecasino en 543.
La única auténtica vida de Benito
de Nursia es la que está
contenida en los “Diálogos” de San Gregorio, y
es más
bien un bosquejo de su carácter que una biografía.
Consistente
mayoritariamente de eventos milagrosos que,
si bien iluminan la vida del
Santo, poco ayudan para hacer
una descripción cronológica de su vida.
Las fuentes de
san Gregorio fueron, según lo que él mismo cuenta,
algunos
discípulos del Santo: Constantino, que lo sucedió como
abad de
Montecasino, y Honorato, que era abad de Subiaco
cuando san Gregorio
escribía los “Diálogos”.
Benito fue hijo de un noble romano de Nursia,
pequeña población
cercana a Espoleto. Hay una tradición,
aceptada por san Beda, que afirma
que Benito fue gemelo
de su hermana Escolástica. Pasó su niñez en Roma,
donde vivió con sus padres y asistió a la escuela hasta
que llegó a la
educación superior. Fue en este punto cuando
“habiendo regalado a otros
sus libros, y dejando la casa y
la riqueza de su padre, deseoso de
servir sólo a Dios,
se dio a la búsqueda de un sitio donde pudiera
lograr ese
santo propósito. Fue así que abandonó Roma, instruido
por una
ignorancia culta y provisto de una sabiduría no
aprendida” (“Diálogos”,
san Gregorio, II, Introducción,
en Migne, P.L. LXVI). No hay
concordancia de
opiniones acerca de la edad de Benito en ese momento.
Generalmente se ha afirmado que fue a los catorce años,
pero un examen
minucioso de la narración de san Gregorio
hace imposible suponer que eso
sucedió antes de los 19 ó 20 años.
Tenía edad suficiente para haber
estado en medio de sus
estudios literarios, para entender el significado
real y el valor
de las vidas disolutas y licenciosas de sus compañeros,
y para haber sido él mismo afectado profundamente
por el amor de una
mujer (Ibid. II, 2). Era perfectamente
capaz de sopesar todos esos
elementos y compararlos
con la vida que se aconsejaba en los Evangelios,
y de
optar por esta última. Estaba iniciando su vida; tenía a
su
alcance los medios para hacer una carrera en la
nobleza romana. No era
ciertamente un chiquillo.
San Gregorio afirma: “estaba en el mundo y era
libre
de disfrutar de las ventajas que el mundo le ofrecía,
pero dio un
paso atrás del mundo, en donde ya
había puesto el pie” (Ibid.
Introducción). Si se acepta
el año 480 como la fecha de su nacimiento,
podremos pensar que el abandono de sus estudios y
de su hogar sucedió
alrededor del año 500 d.C.
No parece que Benito haya salido de Roma con el objeto
de
convertirse en eremita, sino simplemente de encontrar
un lugar alejado
de la vida de la gran ciudad. Basta
observar que se llevó con él a su
anciana nodriza para que
lo sirviera, y se estableció en Enfide, cerca
de un templo
dedicado a san Pedro, en compañía de “hombres virtuosos”
que compartían sus sentimientos y su perspectiva sobre la vida.
La
tradición de Subiaco identifica Enfide como la actual Affile,
que se
encuentra en las montañas Simbrucini, alrededor de
cuarenta millas de
Roma y dos de Subiaco. Está sobre la cima
de un risco que se levanta
abruptamente desde el valle hacia
una cadena de montañas, y que vista
desde el valle se asemeja
a una fortaleza. Según describe la narrativa
de san Gregorio,
y lo confirman las ruinas del pueblo antiguo y las
inscripciones
encontradas en los alrededores, Enfide era un sitio de
mayor
importancia que la población actual. Fue en Enfide donde Benito
operó su primer milagro restaurando a su condición original una
criba de
trigo hecha de barro que su anciana sierva había roto
accidentalmente.
El renombre que ese milagro le dio a Benito
hizo que éste buscara irse
más lejos aún de la vida social y
“escapó secretamente de su nodriza y
buscó el rincón más
apartado de Subiaco”. Había sido transformado el
propósito
de su vida. Originalmente había escapado de los males de la
gran ciudad; ahora estaba determinado a ser pobre y a vivir
de su propio
trabajo. “Por Dios escogió deliberadamente
las durezas de la vida y el
cansancio del trabajo” (Ibidem 1).
A una corta distancia de Efide está la entrada de un valle
angosto y oscuro que penetra en la montaña y conduce
directamente a
Subiaco. Al otro lado del río Anio y
desviándose a la derecha, el
sendero asciende siguiendo
la cara izquierda del precipicio y pronto
llega al sitio de la villa
de Nerón y de la enorme masa formada por el
extremo inferior
del lago central. En el otro extremo del valle están
las ruinas de
los baños romanos de los cuales aún subsisten algunos
grandes
arcos y trozos de los muros. Sobresale de entre veinticinco
arcos bajos, cuyos cimientos pueden ser perceptibles aún hoy día,
el
puente que une la villa y los baños, y bajo el cual fluye en cascada
el
agua del lago central al lago inferior. Las ruinas de esos amplios
edificios y el ancho caudal de la cascada cerraban el paso
de Benito al
llegar éste de Enfide. Hoy día el valle yace
abierto ante nosotros,
cerrado solamente por las lejanas montañas.
El sendero continúa
ascendiendo mientras el lado del precipicio,
sobre el que corre, se hace
más y más empinado hasta llegar
a una cueva sobre la que la montaña se
eleva casi perpendicularmente.
A su lado derecho desciende rápidamente
hasta donde estaban,
en tiempos de san Benito, las azules aguas del
lago.
La boca de la cueva es de forma triangular y tiene unos
diez pies
de profundidad. De camino desde Efide,
Benito encontró a un monje,
Romano, cuyo monasterio
estaba en la montaña sobre el precipicio donde
estaba la cueva.
Romano discutió con Benito el propósito del viaje que
había
llevado este último a Subiaco, y le dio un hábito monacal.
Por
consejo de Romano, Benito se convirtió en eremita y
así vivió por tres
años, desconocido de la gente, en esa cueva
sobre el lago. San Gregorio
dice poco de ese tiempo,
pero ya no dice que Benito era un joven (puer)
sino un
hombre (vir) de Dios. Dos veces nos dice que Romano
sirvió al
Santo en todo lo que pudo. Parece ser que el monje
visitaba
frecuentemente a Benito y le llevaba comida en ciertos días.
Durante
esos años de soledad, rotos sólo por algunos encuentros
casuales con el
mundo exterior y por las visitas de Romano,
maduró en mente y en
carácter, en el conocimiento de si mismo
y de sus hermanos hombres, y al
mismo tiempo no solamente
su nombre se fue haciendo famoso sino que
conquistó el respeto
de quienes vivían a su alrededor. Su nombre era tan
respetado
que, a la muerte del abad de un monasterio vecino
(identificado por algunos como Vicovaro), la comunidad
lo buscó para
pedirle que aceptara ser el nuevo abad.
Benito conocía la vida y la
disciplina de ese monasterio
y también sabía que “su estilo de vida era
distinto al suyo
y que nunca podrían estar totalmente de acuerdo, pero,
después de un tiempo, vencido por su insistencia, aceptó” (Ibid. 3).
La
experiencia fracasó. Los monjes intentaron envenenarlo,
de modo que
Benito volvió a su cueva. A partir de ese
tiempo sus milagros se
hicieron más frecuentes,
y muchas personas, atraídas por su santidad y
su carácter,
llegaron a Subiaco para ponerse bajo su guía.
Benito
construyó doce monasterios en el valle para
acomodar a esas personas. En
cada uno de ellos puso
a un superior con doce monjes. El vivía en el
treceavo,
con “unos cuantos, a los que él consideraba que su
presencia
sería más útil y podrían ser instruidos mejor” (Ibid., 3).
Pero él se
convirtió en el abad y el padre de todos.
Con el establecimiento de esos
monasterios comenzaron
las escuelas para niños, y entre éstos,
unos de
los primeros fueron Mauro y Plácido.
El resto de la vida de Benito fue dedicada a llevar a cabo
el
ideal de monacato que nos ha dejado plasmado en su Regla.
Antes de
seguir con la breve narración cronológica de su
vida que nos transmite
san Gregorio, será mejor examinar
el ideal que, para san Gregorio,
constituye la verdadera
biografía de Benito (Ibid. 36). Aquí trataremos
de la
Regla solamente en cuanto que ésta es un elemento
primordial en la
vida de san Benito. Para considerar
la influencia que la Regla tuvo en
el monacato
de las épocas anteriores y en los gobiernos civiles y
religiosos occidentales, y sobre la vida de los cristianos,
(vease
MONACATO y SAN BENITO)
LA REGLA BENEDICTINA
1. Antes de ponernos a estudiar la Regla de san Benito
hace falta
señalar que fue escrita para seglares,
no para clérigos. No era el
propósito del
Santo establecer una orden de clérigos con
obligaciones y
funciones clericales, sino una
organización y unas normas apropiadas
para la vida
doméstica de los seglares que quisiesen vivir en la
forma
más plena posible la vida sugerida por el Evangelio.
“Mis palabras- dice
san Benito- se dirigen a ti que,
renunciando a tu propia voluntad, te
revistes de la
fuerte y brillante armadura de la obediencia para pelear
por nuestro Señor Cristo, nuestro verdadero Rey”
(Prólogo a la Regla).
Más tarde, la Iglesia impuso
el estado clerical a los benedictinos, y
con él se
impusieron las obligaciones de las funciones clericales
y
sacerdotales, pero siempre ha permanecido la impronta
del origen seglar
de los benedictinos, y ello constituye
quizás una de las señales
distintivas de esa orden frente
a otras de origen posterior.
2. Otra característica de la Regla del Santo es su perspectiva
del trabajo. La así llamada orden no se estableció para
llevar a cabo
algún trabajo en particular ni para solucionar
alguna crisis de la
Iglesia en particular, como sucedió en otras órdenes.
Para Benito, el
trabajo de sus monjes era simplemente un medio
para llegar a lo bueno de
la vida. La gran fuerza disciplinaria de
la naturaleza humana es el
trabajo; el ocio es su ruina.
El objetivo de su Regla era llevar a los
hombres
“de regreso a Dios por el trabajo obediente, del que se
habían
alejado por el ocio de la desobediencia”. El trabajo
es la primera
condición de crecimiento en el bien.
Fue precisamente para que su propia
vida se
“fatigara con el trabajo en nombre de Dios”
que san Benito dejó
Enfide para ir a la cueva de Subiaco.
San Gregorio comenta que es
necesario que los
elegidos de Dios se “fatiguen con labores y penas” al
inicio,
cuando las tentaciones son más fuertes. En el proceso de
regeneración de la naturaleza humana en el orden de la
disciplina,
incluso la oración tiene un segundo
lugar, detrás del trabajo, ya que en
el alma del
ocioso la gracia se encuentra con el rechazo. Cuando
“el
Godo” (uno del que habla san Gregorio) “dejó el mundo”
y subió a
Subiaco, san Benito le entregó un azadón y
lo envió a desbrozar un campo
para hacer un jardín.
“Ecce!, Labora!”, ve y trabaja. El trabajo no
era,
como afirmaban las civilizaciones contemporáneas,
una condición
peculiar de los esclavos.
Es el destino de todo hombre, necesario para
su bienestar
como persona humana y esencial como cristiano.
3. La vida religiosa, según la concibió san Benito,
es
esencialmente social. Una vida alejada de los demás,
la vida de los
eremitas, si quiere ser sana e integral, sólo
es buena para unos
cuantos, y éstos deben haber alcanzado
una etapa avanzada de auto
disciplina a través de la vida
comunitaria (Regla, 1). La Regla se ocupa
totalmente de la
reglamentación de la vida de una comunidad de varones
que oran,
comen y trabajan juntos y sirve no solamente como
estrategia
didáctica, sino como un elemento permanente
de su vida. La Regla concibe
al superior como
alguien siempre presente y en continuo contacto
con
cada miembro del gobierno, el cual es descrito
como patriarcal o
paternal (Ibid. 2, 3, 64). El superior
es la cabeza de la familia. Todos
son miembros permanentes
de un hogar. Gran parte de la enseñanza
espiritual
de la Regla queda escondida entre una normatividad
que parece
ser simplemente social y la organización doméstica
(Ibid. 22-23,
35-41). Todo el marco y la enseñanza de la
Regla están de tal modo
conectados con la vida doméstica
que se puede pensar que un benedictino,
más que entrar
a una orden religiosa parece entrar a una familia.
El
carácter social de la vida benedictina ha encontrado
su expresión en un
tipo fijo de monasterios y en la clase
de trabajos emprendidos por los
benedictinos. Además,
stá asegurado por un absoluto comunismo en las
posesiones
(Ibid. 33, 34, 54, 55), por la rigurosa supresión de
todo
rango mundano- “nadie de noble cuna puede ser
(por esa razón) ser puesto
en una posición superior a
quien antes era esclavo” (Ibid., 2)-, y por
la presencia
forzada de todos en las rutinas diarias de la casa.
4. Si bien la Regla prohíbe estrictamente la propiedad privada,
en el concepto que san Benito tenía de la vida monástica no
entraba el
que los mojes, como cuerpo, debieran desprenderse
de toda riqueza y
vivir de las limosnas de los fieles. Su propósito
era más bien limitar
los requerimientos individuales a sólo aquello
que es estrictamente
necesario y simple, y asegurar que el
uso y administración de las
posesiones comunes se realizaran
de acuerdo al Evangelio. La idea
benedictina de pobreza es
muy distinta de la franciscana. Los
benedictinos no hacen
un voto explícito de pobreza. Su único voto es de
obediencia
según la Regla. La Regla permite todo lo que es necesario
al
individuo, junto con ropa suficiente y variada, comida abundante
(excepción hecha de carne de cuadrúpedos),
vino y suficiente sueño
(Ibid. 39, 40, 41, 55).
Las posesiones pueden ser tenidas en común,
pueden ser muchas,
pero siempre deben ser administradas a favor del
trabajo
de la comunidad y para el beneficio de otros.
El monje
individual es pobre, pero el monasterio debe
estar en posibilidad de dar
limosnas y no obligado a recibirlas.
Hay que aliviar al pobre, vestir
al desnudo, visitar al enfermo,
enterrar a los muertos, auxiliar a los
afligidos (Ibid. 4),
acoger a los forasteros (Ibid. 3). Los pobres se
acercaban
a Benito para obtener medios de pagar sus deudas
(Dial. San
Gregorio, 27); se acercaban a él para
saciar su hambre (Ibid. 21, 28).
5. San Benito diseñó una forma de gobierno que merece
atención.
Está contenido en los capítulos
2, 3, 31, 64, 65 de la Regla y en
ciertas frases
claves dispersas en los demás capítulos. Al igual
que la
Regla, también su modelo de gobierno no
está diseñado para una orden
sino para una comunidad.
Presupone que los miembros de la comunidad
se
han unido, por la promesa de estabilidad,
comprometidos a pasar sus
vidas juntos bajo la Regla.
El superior es elegido por medio de sufragio
universal
y libre. Se puede decir que su gobierno es una monarquía,
pero sometida a la Regla como constitución. Todo se
deja a la discreción
del abad, dentro del marco de la Regla,
y cualquier posible abuso de
autoridad es controlado por
la religión (Regla, 2), por el debate
abierto sobre los asuntos
importantes en la comunidad, y por la
discusión con los
ancianos acerca de los asuntos menores (Ibid. 3).
La
realidad de esta vigilancia sobre la voluntad del
gobernante sólo se
puede apreciar debidamente
cuando se recuerda que tanto el gobernante
como
la comunidad están unidos de por vida, que todos
están inspirados
por el propósito común de llevar a cabo
la concepción de la vida que
aparece en el Evangelio,
y que la relación de los miembros de la
comunidad entre
si y con el abad, y del abad hacia ellos, está sublimada
y espiritualizada por un misticismo que se inspira en las
enseñanzas
del Sermón de la Montaña, acogidas éstas
como verdades que deben ser
vividas en la vida real.
6. (a) Cuando un hogar cristiano, o una comunidad,
ha sido
organizada sobre la aceptación voluntaria
de los deberes y
responsabilidades sociales de
cada miembro, sobre la obediencia a una
autoridad y,
más aún, sobre la disciplina continua de trabajo y auto
negación,
el siguiente paso en la regeneración de los miembros,
en su
conversión a Dios, es la oración.
La Regla habla directa y
explícitamente de la
oración pública. A ella le asigna Benito los
salmos
y cánticos, con lecturas de la
Sagrada Escritura y de los Padres.
Dedica 11 de los 27 capítulos de su Regla a la normatividad
de la
oración pública. Es característico de la libertad de
su Regla, y de la
“moderación” del Santo, que él concluye
sus cuidadosas enseñanzas
diciendo que si algún superior
no está de acuerdo con lo que él indica
puede libremente
modificarlo. Únicamente insiste en que todo el salterio
debe ser recitado en una semana. Añade que la práctica
de los Santos
Padres era indiscutiblemente
“recitar en un solo día lo que nosotros,
los tibios monjes,
apenas hacemos en una semana” (Ibid. 18).
Por otra
parte, advierte en contra del celo excesivo
al establecer la regla
general de que “la oración hecha
en comunidad siempre debe ser breve”
(Ibid.. 20).
Es muy difícil sistematizar la enseñanza de san Benito
acerca de la oración, sobre todo porque, desde su
perspectiva acerca del
carácter cristiano, la oración es
algo que debe coexistir con la vida
toda, y la vida,
a su vez, no es completa si no está empapada por la
oración.
(b) San Benito llama “el primer grado de humildad”
a la oración
que cubre todas nuestras horas de vigilia.
Consiste en estar en
presencia de Dios (Ibid. 7).
El primer paso se da cuando lo espiritual
se une a lo
meramente humano, o, como lo expresa el Santo,
es el primer
escalón de una escalera que va del cuerpo
al alma. La habilidad para
practicar este tipo de oración
se refuerza con el cuidado del “corazón”,
sobre el que
insiste frecuentemente el Santo. El corazón se libra de
la
disipación resultante de las relaciones sociales gracias
al hábito
mental de ver a Jesucristo en todos los demás.
“Hay que servir en todo
al enfermo como si fuera el
mismo Cristo” (Ibid.. 36). “Que los
visitantes que se
acerquen a nosotros sean recibidos como
Cristo”
(Ibid.. 53). “Ya seamos libres, ya esclavos,
todos somos uno en Cristo y
tenemos
igual rango en el servicio de Nuestro Señor” (Ibid.. 2)
(c) En segundo lugar está la oración. Esta debe ser breve
y se
debe decir en intervalos durante la noche y en siete
distintas ocasiones
durante el día, de modo que,
de ser posible, no se darán largos
intervalos sin que
haya una llamada a la oración formal, vocal (Ibid..
16).
El lugar que Benito da a la oración pública, común,
se puede
describir diciendo que él la estableció como
el centro de la vida
comunitaria a la que se vinculan sus monjes.
Se trata nada menos que de
la consagración, no del individuo,
sino de la comunidad entera a Dios a
través de la
repetición diaria de actos públicos de fe, de alabanza y
de
adoración al Creador. Este acto público de culto a
Dios, este “opus
Dei”, debería ser la tarea principal
de sus monjes, a la vez que la
fuente de la que todas las
demás faenas tomaran su inspiración,
dirección y fuerza.
(d) En último lugar está la oración privada. Sobre ella no
da
ninguna norma el Santo. Debe apegarse a los dones
personales: “Si alguno
desea orar en privado, déjesele
ir en silencio al oratorio a orar, no
en voz alta, sino con
lágrimas y fervor de corazón” (Ibid.. 52).
“Nuestra oración debe ser breve y con pureza de corazón,
aunque puede
ser prolongada por la inspiración de
la gracia divina” (Ibid.. 20). Si
san Benito no da más
normas acerca de la oración privada es porque toda
la condición y el modo de vida asegurado por la Regla,
así como el
carácter derivado de la observancia de esta última,
conduce naturalmente
a estados más elevados de oración.
El Santo escribe: “Tú, quienquiera
que tengas prisa por
ir hacia la Patria Celestial, cumple con la ayuda
de Cristo
esta pequeña regla que he escrito para los principiantes,
y a
la larga llegarás, bajo la protección de Dios, a las
altas cimas de la
doctrina y virtud de las que hablamos
más arriba” (Ibid. 73). Refiere
Benito al lector a los
Padres, a Basilio y a Casiano para guía acerca de
esos estados más elevados.
De este corto examen de la Regla y su sistema de oración,
parece
obvio que describir la orden benedictina como contemplativa es un error,
si es que se usa el término en su acepción técnica moderna, que excluye
el trabajo activo. Lo “contemplativo” indica una forma de vida marcada
por diferentes circunstancias y con un propósito distinto al de san
Benito. La Regla, incluyendo su sistema de oración y la salmodia
pública, está hecha para toda clase de mentes y para cada grado de
conocimiento. No sólo fue redactada para los cultos y para las almas
avanzadas en la perfección, sino que organiza y dirige completamente la
vida de las personas sencillas y los pecadores, para que puedan cumplir
los mandamientos y comenzar una vida de bien. “Hemos escrito esta Regla-
escribe san Benito- para que a base de cumplirla en los monasterios
podamos demostrarnos a nosotros mismos que tenemos un cierto grado de
bondad en la vida y el inicio de la santidad. Pero para aquellos que
desean acelerar su camino a la perfección de la religión, ahí están las
enseñanzas de los Santos Padres, cuyo seguimiento puede llevar a los
hombres al culmen de la perfección” (Ibid.. 73). Antes de abandonar el
tema de la oración será bueno señalar de nuevo que al ordenar la
recitación pública y el canto del salterio, san Benito no estaba
poniendo sobre sus monjes obligaciones claramente clericales. El
salterio era la forma común de oración de todos los cristianos. No
debemos ver en la Regla algunas características que edades posteriores y
la disciplina han convertido en algo inseparable de la recitación
pública del Oficio Divino.
Podemos ahora retomar la historia de san Benito. No sabemos
cuánto tiempo permaneció en Subiaco. El Abad Tosti conjetura que debe
haber sido hasta el año 529. De esos años san Gregorio se contenta con
narrar algunas historias que describen la vida de los monjes y el
carácter y gobierno de san Benito. Esta última función la realizó san
Benito al intentar llevar a cabo en los doce monasterios su concepto de
vida monástica. A partir de la Regla podemos intentar completar muchos
detalles. Por experiencia propia y por su conocimiento de la historia
del monacato, Benito sabía que la regeneración del individuo, fuera de
casos excepcionales, no se logra a través de la soledad, ni de la
austeridad, sino siguiendo el camino trillado del instinto social del
hombre, con sus condiciones necesarias de obediencia y trabajo. Sabía
también que ni la mente ni el cuerpo pueden ser sobrecargados en su
esfuerzo de evitar el mal (Ibid.. 64). Por eso en Subiaco no encontramos
solitarios, ni eremitas conventuales, ni grandes austeridades, sino
únicamente varones reunidos en comunidades organizadas con el objeto de
llevar vidas buenas, trabajando en lo que les llegaba a sus manos:
portando agua hasta la cima de pronunciadas montañas, haciendo faenas de
casa, construyendo los doce claustros, limpiando el terreno, haciendo
jardines, enseñando a los niños, predicando a los campesinos, leyendo y
estudiando al menos cuatro horas diarias, acogiendo a los forasteros,
recibiendo y entrenando a los nuevos monjes, participando en las horas
regulares de oración, recitando y cantando el salterio. La vida de
Subiaco y el carácter de san Benito atrajeron a muchos a los nuevos
monasterios, pero con los números cada vez mayores, y su creciente
influencia, llegaron también inevitablemente los celos y las
persecuciones, que alcanzaron su punto culminante cuando un sacerdote
vecino intentó escandalizar a los monjes llevándoles una mujer desnuda
para que bailara en el patio del monasterio donde residía san Benito
(Dial. San Gregorio, 8). Para proteger a sus seguidores de ulteriores
persecuciones, Benito abandonó Subiaco y se dirigió a Monte Casino. .
Sobre la cima de Monte Casino “había una antigua capilla en la
que la gente simple del campo, según la costumbre de los antiguos
gentiles, daba culto al dios Apolo. Alrededor y sobre ella, en todos
lados, había madera para el servicio de los demonios, y en ella, hasta
ese día, la loca multitud de infieles ofrecían los más perversos
sacrificios. El hombre de Dios, acercándose, hizo pedazos el ídolo,
destruyó el altar y puso fuego a la madera, y en lo que había sido el
templo de Apolo construyó el oratorio de san Martín; donde había estado
el altar del mismo Apolo construyó un oratorio para san Juan. Gracias a
su continua predicación llevó a los pobladores de la región a abrazar la
fe cristiana” (Ibid.. 8). Fue en este sitio que el Santo edificó su
monasterio. Su experiencia de Subiaco le había aconsejado cambiar sus
planes, por lo que en esta ocasión en vez de construir varias casas, con
una comunidad pequeña en cada una, puso a todos los monjes en el mismo
monasterio y cuidó de su gobierno nombrando a un prior y varios decanos
(Regla, 65, 21). En la Regla- que probablemente fue redactada en
Montecasino- no encontramos pista alguna que nos ayude a entender porqué
construyó esos doce monasterios en Subiaco. La vida de la que hemos
sido testigos en Subiaco se reanudó en Montecasino, pero el cambio de la
situación y de las condiciones locales produjeron una modificación en
el trabajo adoptado por los monjes. Subiaco es un valle lejano, perdido
en las montañas y de difícil acceso. Casino está en una de las
carreteras más transitadas del sur de Italia, y no está lejos de Capua.
Eso ocasionó que el monasterio estuviera más en contacto con el mundo
exterior. Pronto se convirtió en un centro de gran influencia en un
distrito muy poblado, en el que había varias diócesis y otros
monasterios. Los abades llegaban a consultar a Benito. Había visitas
continuas de gentes de toda clase, y entre los amigos de Benito se
contaban nobles y obispos. Había también en la cercanía monasterios de
monjas a los que los monjes acudían para predicar y enseñar. Hay un
poblado cercano en el que Benito predicó e hizo muchos conversos
(Dialog. San Gregorio, 19). El monasterio se convirtió en un protector
de los pobres y su garante (Ibid.. 13), su refugio en la enfermedad, en
las angustias, en los accidentes y en la necesidad.
Durante la vida del Santo hay una cosa que siempre ha permanecido
como una característica inmutable de las casas benedictinas: sus
miembros aceptan cualquier trabajo que se adapte a sus circunstancias
peculiares; el que sea dictado por sus necesidades. Así encontramos a
los benedictinos enseñando en escuelas pobres y en universidades,
practicando las bellas artes y haciendo faenas de agricultura, teniendo
cuidado de las almas o consagrándose enteramente al estudio. Ninguna
labor es ajena al benedictino, con la condición de que sea compatible
con la vida comunitaria y con el rezo del Oficio Divino. Tal libertad de
elección laboral es indispensable en una Regla que tenía el propósito
de ser útil para en tiempo y lugar, pero sobre todo era el fruto natural
de la perspectiva de san Benito, lo que lo hace diferente de los
fundadores de órdenes religiosas posteriores. Éstos tenían en mente un
trabajo especializado al que deseaban que se dedicaran sus seguidores.
El objetivo de san Benito era crear una Regla que pudiera ser observada
por cualquiera que quisiera seguir los consejos evangélicos, en la vida,
en la oración y en el trabajo, para salvar su alma. La narración que
hace san Gregorio del establecimiento de Montecasino únicamente nos da
pequeñas pinceladas desconectadas de escenas que dibujan la vida diaria
de la vida monacal. Hay algunos datos biográficos novedosos. Desde
Montecasino san Benito fundó otro monasterio cerca de Terracina, en la
costa, como a cuarenta millas de distancia (Ibid.. 22). Añadiremos el
don de la profecía a la sabiduría de la larga experiencia y a las
maduras virtudes de la santidad. San Gregorio nos da muchos ejemplos.
Entre estos, el caso más celebrado es el de la visita de Totila, Rey de
los Godos, en el año 543, cuando el Santo lo “regañó por sus malas
acciones y en pocas palabras le advirtió sobre todo lo que le iba a
suceder, diciéndole: “Haces diariamente mucho mal, y has cometido muchos
pecados; abandona ya tu vida de pecado. Entrarás a la ciudad de Roma, y
cruzarás el mar; has de reinar nueve años y al décimo dejarás esta vida
mortal”. Al oír esas palabras, el Rey se atemorizó, y se alejó,
deseando que el santo varón hiciera oración a Dios por él. Desde
entonces nuca fue tan cruel como antes. Poco después fue a Roma, viajó
por mar a Sicilia, y al décimo año de su reinado perdió el reino y la
vida (Ibid.. 15).
La fecha de la visita de Totila a Montecasino, 543, es la única
fecha de la vida del Santo de la que tenemos certeza. Debe haber
acontecido cuando Benito ya era de edad avanzada. Como otros biógrafos,
el Abad Tosti data la muerte del Santo en ese mismo año. Poco antes de
su muerte oímos hablar por primera vez de su hermana Escolástica. “Ella
había sido dedicada al Señor desde su infancia, y llegaba a visitar a su
hermano cada año. Y el hombre de Dios se alejaba un poco de la puerta, a
un sitio que pertenecía a la abadía, para platicar con ella” (Ibid..
33). Su último encuentro sucedió tres días antes de la muerte de
Escolástica, en un día “en que el cielo estaba tan claro que no se veía
ninguna nube”. La hermana le rogó a Benito que pasaran la noche juntos,
pero “nada lo hizo acceder a ello, diciendo que por ningún motivo podía
él pasar la noche fuera de la abadía... La monja, habiendo oído la
negación de su hermano, juntó sus manos, las colocó sobre la mesa e,
inclinándose sobre ellas, oró a Dios Todopoderoso. Al levantar la cabeza
de la mesa, súbitamente se desató una terrible tempestad de rayos y
truenos, y tan copiosa lluvia, que ni el venerable Benito, ni los monjes
que lo acompañaban, pudieron sacar la cabeza fuera de la puerta”
(Ibid.. 33).Tres días después “Benito observó cómo el alma de su
hermana, separada de su cuerpo, en forma de paloma, ascendía al cielo.
Lleno de regocijo de ver su gran gloria, dio gracias Dios todopoderoso
con himnos y alabanzas, y comunicó la noticia de la muerte de su hermana
a los monjes, a quienes mandó llevar su cadáver a la abadía, para
enterrarlo en la tumba que él había preparado para si mismo” (Ibid..
34). Debe haber sido por ese mismo tiempo que Benito tuvo esa
maravillosa visión, en la cual él estuvo tan cerca de ver a Dios cuanto
es posible a un ser humano en esta vida. Los santos Gregorio y
Buenaventura dicen que Benito vio a Dios y que en esa visión de Dios
también vio todo el mundo. Santo Tomás niega que eso haya sido posible.
Sin embargo, Urbano VIII no duda en afirmar que “el Santo, aún estando
en esta vida, merecía ver a Dios en persona y, en Él, todo lo que está
bajo Él”. Si no fue al Creador a quien vio, ciertamente vio la luz que
reside en el Creador, y en esa luz, dice san Gregorio: “vio todo el
mundo reunido como si estuviera bajo un rayo de sol. Al mismo tiempo vio
el alma de Germano, Obispo de Capua, siendo llevado por los ángeles al
cielo en un globo de fuego” (Ibid. 35). Una vez más se le revelaron las
cosas escondidas de Dios, y él avisó a sus hermanos, tanto “a los que
habían vivido con él diariamente como a los que vivían lejos” de su
próxima muerte. “Seis días antes de morir dio órdenes de que se abriera
su sepulcro y siendo preso de una calentura, con tremenda fiebre comenzó
a perder el sentido. Como la enfermedad empeorase día a día, al sexto
día ordenó a sus monjes que lo llevaran al oratorio, en donde se armó
por la recepción del Cuerpo y sangre de Nuestro Salvador Jesucristo.
Sostenido por los brazos de sus discípulos, se irguió con los brazos
hacia el cielo, y orando de esa manera entregó su espíritu” (Ibid, 37).
Fue sepultado en la misma tumba que su hermana “en el oratorio de San
Juan Bautista, que él mismo había edificado cuando derribó el altar de
Apolo” (Ibid). Existen ciertas dudas sobre si los restos del Santo
reposan en Montecasino, o si fueron llevados a Fleury. El Abad Tosti, en
su “Vida de San Benito”, discute ese punto con profundidad (cap. XI) y
decide la controversia a favor de Montecasino.
Quizás los rasgos más notables de san Benito sean su profundo y
amplio sentimiento humano y su moderación. Lo primero se revela en
muchas anécdotas registradas por san Gregorio. Lo vemos en su simpatía y
cuidado por el más sencillo de los monjes; su prisa por ayudar al pobre
godo que había perdido su azada; su pasar horas durante la noche en la
montaña para evitar a sus monjes la carga de acarrear agua y así quitar
de sus vidas una “causa justa de molestia”; quedarse tres días en un
monasterio para enseñar a uno de los monjes a “quedarse quieto durante
la oración como los demás monjes”, en vez de salirse de la capilla y
vagar por ahí “buscando ocuparse en asuntos terrenales y pasajeros”.
Permite al cuervo del bosque vecino acercarse diariamente, mientras los
demás están cenando, para alimentarlo él mismo. Su pensamiento siempre
está con los ausentes. Sentado en su celda sabe que Plácido ha caído en
un lago; tiene una visión en la que acontece un accidente a unos
constructores y les manda avisar; en espíritu y en una especie de
presencia real, está con sus monjes “comiendo y refrescándose” durante
un viaje de estos últimos, con su amigo Valentiniano de camino al
monasterio, con un monje recibiendo de las monjas un regalo, con la
nueva comunidad de Terracina. A lo largo de la narración de san
Gregorio, siempre aparece como el mismo hombre amante de la paz, quieto,
gentil, digno, fuerte, que gracias a la sutil fuerza de su simpatía se
convierte en el centro de las vidas e intereses de todos los que lo
rodean. Lo vemos en el templo con sus monjes, durante la lectura, a
veces en los campos, pero más normalmente en su celda donde los
mensajeros frecuentemente lo hallan “llorando silenciosamente en su
oración”, y durante las horas de la noche de pie “junto a su ventana en
la torre, ofreciendo a Dios sus oraciones”. A veces también, como lo
descubrió Totila, está sentado fuera de la puerta de su celda, o “ante
el portón del monasterio, leyendo un libro”. Benito nos ha dejado un
retrato de si mismo en su descripción del abad ideal (Regla, 64):
“Es propio del abad estar siempre haciendo algo bueno a favor de
sus hermanos, en vez de presidir sobre ellos. Debe por tanto, estar
educado en la ley de Dios, para saber cuándo debe sacar cosas nuevas y
viejas; debe ser casto, sobrio y misericordioso, siempre prefiriendo la
misericordia que la justicia, para que él también obtenga misericordia.
Odie el pecado y ame a sus hermanos. Aún al corregirlos, actúe con
prudencia, sin ir muy lejos, porque un afán desmedido de quitar aprisa
la herrumbre puede causar que se rompa el vaso. Nunca pierda de vista su
propia fragilidad y recuerde que no se debe romper la vara raspada. Con
lo cual no queremos decir que se debe soslayar el vicio, sino que debe
erradicarlo con prudencia y caridad, en la forma más conveniente a cada
persona, como ya dijimos. Busque mejor ser amado que temido. Que no sea
violento o demasiado ansioso; ni exigente u obstinado; ni celoso o
suspicaz. Porque si no lo hace así, jamás podrá descansar. Al dar
órdenes, ya temporales ya espirituales, siempre hágalo en forma prudente
y considerada. Cuando deba imponer trabajos, sea discreto y moderado,
teniendo en mente la discreción del santo Jacob cuando dijo: “Si canso
demasiado a mi rebaño, todas las ovejas perecerán en un día”. Con tales
testimonios sobre la discreción, la madre de todas las virtudes, sacados
de estas o parecidas palabras, siempre actúe moderadamente, de modo que
el fuerte siempre tenga algo porque luchar y el débil nada de que
temer”.
San Benito de Nursia en las audiencias de Benedicto XVI.
Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del
miércoles 9 de abril de 2008, dedicada a presentar la figura de San
Benito de Nursia
Hoy voy a hablar de san Benito, fundador del monacato occidental y
también patrono de mi pontificado. Comienzo citando una frase de san
Gregorio Magno que, refiriéndose a san Benito, dice: «Este hombre de
Dios, que brilló sobre esta tierra con tantos milagros, no resplandeció
menos por la elocuencia con la que supo exponer su doctrina» ( Dial. II,
36). El gran Papa escribió estas palabras en el año 592; el santo monje
había muerto cincuenta años antes y todavía seguía vivo en la memoria
de la gente y sobre todo en la floreciente Orden religiosa que fundó.
San Benito de Nursia, con su vida y su obra, ejerció una influencia
fundamental en el desarrollo de la civilización y de la cultura europea.
La fuente más importante sobre su vida es el segundo libro de los
Diálogos de san Gregorio Magno. No es una biografía en el sentido
clásico. Según las ideas de su época, san Gregorio quiso ilustrar
mediante el ejemplo de un hombre concreto —precisamente san Benito— la
ascensión a las cumbres de la contemplación, que puede realizar quien se
abandona en manos de Dios. Por tanto, nos presenta un modelo de vida
humana como ascensión hacia la cumbre de la perfección.
En el libro de los Diálogos, san Gregorio Magno narra también
muchos milagros realizados por el santo. También en este caso no quiere
simplemente contar algo extraño, sino demostrar cómo Dios, advirtiendo,
ayudando e incluso castigando, interviene en las situaciones concretas
de la vida del hombre. Quiere mostrar que Dios no es una hipótesis
lejana, situada en el origen del mundo, sino que está presente en la
vida del hombre, de cada hombre.
Esta perspectiva del «biógrafo» se explica también a la luz del
contexto general de su tiempo: entre los siglos V y VI, el mundo sufría
una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el
derrumbamiento del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos
y por la decadencia de las costumbres. Al presentar a san Benito como
«astro luminoso», san Gregorio quería indicar en esta tremenda
situación, precisamente aquí, en esta ciudad de Roma, el camino de
salida de la «noche oscura de la historia» (cf. Juan Pablo II, Discurso
en la abadía de Montecassino , 18 de mayo de 1979, n. 2: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 27 de mayo de 1979, p. 11).
De hecho, la obra del santo, y en especial su Regla, fueron una
auténtica levadura espiritual, que cambió, con el paso de los siglos,
mucho más allá de los confines de su patria y de su época, el rostro de
Europa, suscitando tras la caída de la unidad política creada por el
Imperio Romano una nueva unidad espiritual y cultural, la de la fe
cristiana compartida por los pueblos del continente. De este modo nació
la realidad que llamamos «Europa».
La fecha del nacimiento de san Benito se sitúa alrededor del año
480. Procedía, según dice san Gregorio de la región de Nursia, ex
provincia Nursiae. Sus padres, de clase acomodada, lo enviaron a
estudiar a Roma. Él, sin embargo, no se quedó mucho tiempo en la ciudad
eterna. Como explicación totalmente creíble, san Gregorio alude al hecho
de que al joven Benito le disgustaba el estilo de vida de muchos de sus
compañeros de estudios, que vivían de manera disoluta, y no quería caer
en los mismos errores. Sólo quería agradar a Dios: «soli Deo placere
desiderans» (Dial . II, Prol. 1).
Así, antes de concluir sus estudios, san Benito dejó Roma y se
retiró a la soledad de los montes que se encuentran al este de la ciudad
eterna. Después de una primera estancia en el pueblo de Effide (hoy
Affile), donde se unió durante algún tiempo a una «comunidad religiosa»
de monjes, se hizo eremita en la cercana Subiaco. Allí vivió durante
tres años, completamente solo, en una gruta que, desde la alta Edad
Media, constituye el «corazón» de un monasterio benedictino llamado
«Sacro Speco» (Gruta sagrada).
El período que pasó en Subiaco, un tiempo de soledad con Dios,
fue para san Benito un momento de maduración. Allí tuvo que soportar y
superar las tres tentaciones fundamentales de todo ser humano: la
tentación de autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el
centro; la tentación de la sensualidad; y, por último, la tentación de
la ira y de la venganza.
San Benito estaba convencido de que sólo después de haber vencido
estas tentaciones podía dirigir a los demás palabras útiles para sus
situaciones de necesidad. De este modo, tras pacificar su alma, podía
controlar plenamente los impulsos de su yo, para ser artífice de paz a
su alrededor. Sólo entonces decidió fundar sus primeros monasterios en
el valle del Anio, cerca de Subiaco.
En el año 529, san Benito dejó Subiaco para asentarse en
Montecassino. Algunos han explicado que este cambio fue una manera de
huir de las intrigas de un eclesiástico local envidioso. Pero esta
explicación resulta poco convincente, pues su muerte repentina no
impulsó a san Benito a regresar (Dial. II, 8). En realidad, tomó esta
decisión porque había entrado en una nueva fase de su maduración
interior y de su experiencia monástica.
Según san Gregorio Magno, su salida del remoto valle del Anio
hacia el monte Cassio —una altura que, dominando la llanura
circunstante, es visible desde lejos—, tiene un carácter simbólico: la
vida monástica en el ocultamiento tiene una razón de ser, pero un
monasterio también tiene una finalidad pública en la vida de la Iglesia y
de la sociedad: debe dar visibilidad a la fe como fuerza de vida. De
hecho, cuando el 21 de marzo del año 547 san Benito concluyó su vida
terrena, dejó con su Regla y con la familia benedictina que fundó, un
patrimonio que ha dado frutos a través de los siglos y que los sigue
dando en el mundo entero.
En todo el segundo libro de los Diálogos, san Gregorio nos
muestra cómo la vida de san Benito estaba inmersa en un clima de
oración, fundamento de su existencia. Sin oración no hay experiencia de
Dios. Pero la espiritualidad de san Benito no era una interioridad
alejada de la realidad. En la inquietud y en el caos de su época, vivía
bajo la mirada de Dios y precisamente así nunca perdió de vista los
deberes de la vida cotidiana ni al hombre con sus necesidades concretas.
Al contemplar a Dios comprendió la realidad del hombre y su
misión. En su Regla se refiere a la vida monástica como «escuela del
servicio del Señor» (Prol. 45) y pide a sus monjes que «nada se
anteponga a la Obra de Dios» (43, 3), es decir, al Oficio divino o
Liturgia de las Horas. Sin embargo, subraya que la oración es, en primer
lugar, un acto de escucha ( Prol. 9-11), que después debe traducirse en
la acción concreta. «El Señor espera que respondamos diariamente con
obras a sus santos consejos», afirma (Prol. 35).
Así, la vida del monje se convierte en una simbiosis fecunda
entre acción y contemplación «para que en todo sea glorificado Dios»
(57, 9). En contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, que
hoy con frecuencia se exalta, el compromiso primero e irrenunciable del
discípulo de san Benito es la sincera búsqueda de Dios (58, 7) en el
camino trazado por Cristo, humilde y obediente (5, 13), a cuyo amor no
debe anteponer nada (4, 21; 72, 11), y precisamente así, sirviendo a los
demás, se convierte en hombre de servicio y de paz. En el ejercicio de
la obediencia vivida con una fe animada por el amor (5, 2), el monje
conquista la humildad (5, 1), a la que dedica todo un capítulo de su
Regla (7). De este modo, el hombre se configura cada vez más con Cristo y
alcanza la auténtica autorrealización como criatura a imagen y
semejanza de Dios.
A la obediencia del discípulo debe corresponder la sabiduría del
abad, que en el monasterio «hace las veces de Cristo» (2, 2; 63, 13). Su
figura, descrita sobre todo en el segundo capítulo de la Regla, con un
perfil de belleza espiritual y de compromiso exigente, puede
considerarse un autorretrato de san Benito, pues —como escribe san
Gregorio Magno— «el santo de ninguna manera podía enseñar algo diferente
de lo que vivía» (Dial. II, 36). El abad debe ser un padre tierno y al
mismo tiempo un maestro severo (2, 24), un verdadero educador. Aun
siendo inflexible contra los vicios, sobre todo está llamado a imitar la
ternura del buen Pastor (27, 8), a «servir más que a mandar» (64, 8), y
a «enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras» (2,
12). Para poder decidir con responsabilidad, el abad también debe
escuchar «el consejo de los hermanos» (3, 2), porque «muchas veces el
Señor revela al más joven lo que es mejor» (3, 3). Esta disposición hace
sorprendentemente moderna una Regla escrita hace casi quince siglos. Un
hombre de responsabilidad pública, incluso en ámbitos privados, siempre
debe saber escuchar y aprender de lo que escucha.
San Benito califica la Regla como «mínima, escrita sólo para el
inicio» (73, 8); pero, en realidad, ofrece indicaciones útiles no sólo
para los monjes, sino también para todos los que buscan orientación en
su camino hacia Dios. Por su moderación, su humanidad y su sobrio
discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual,
ha mantenido su fuerza iluminadora hasta hoy.
Pablo VI, al proclamar el 24 de octubre de 1964 a san Benito
patrono de Europa, pretendía reconocer la admirable obra llevada a cabo
por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y
de la cultura europea. Hoy Europa, recién salida de un siglo herido
profundamente por dos guerras mundiales y después del derrumbe de las
grandes ideologías que se han revelado trágicas utopías, se encuentra en
búsqueda de su propia identidad.
Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son
importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es
necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se
inspire en las raíces cristianas del continente. De lo contrario no se
puede reconstruir Europa. Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto
al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por
sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX,
como puso de relieve el Papa Juan Pablo II, provocó «una regresión sin
precedentes en la atormentada historia de la humanidad» (Discurso a la
asamblea plenaria del Consejo pontificio para la cultura, 12 de enero de
1990, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de
enero de 1990, p. 6). Al buscar el verdadero progreso, escuchemos
también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino. El
gran monje sigue siendo un verdadero maestro que enseña el arte de vivir
el verdadero humanismo.
San Benito de Nursia 480-547Abad, Patrón de Europa y Patriarca del monasticismo occidental.Lema: "Ora y Labora", representado emblemáticamente por el arado y la cruz.Fiesta: 11 de julioEtimología: Benito: "bendecido"
Oración a San BenitoSantísimo
confesor del Señor; Padre y jefe de los monjes, interceded por nuestra
santidad, por nuestra salud del alma, cuerpo y mente.
Destierra de nuestra vida, de nuestra casa, las asechanzas del maligno espíritu. Líbranos de funestas herejías, de malas lenguas y hechicerías.
Pídele al Señor, remedie nuestras necesidades espirituales, y corporales. Pídele
también por el progreso de la santa Iglesia Católica; y porque mi alma
no muera en pecado mortal, para que así confiado en Tu poderosa
intercesión, pueda algún día en el cielo, cantar las eternas alabanzas.
Amén. Jesús, María y José os amo, salvad vidas, naciones y almas.
Se rezan 3 Padres Nuestros, Ave Marías y Glorias.
Con licencia eclesiástica.
El ejemplo de San Benito: “Ora et labora”Juan Pablo II, Nursia, 23-3-1980
San
Benito supo interpretar con perspicacia y de modo certero los signos de
los tiempos de su época, cuando escribió su Regla en la que la unión de
la oración y del trabajo llega a ser para los que la aceptan el
principio de la aspiración a la eternidad: “Ora et labora, ora y
trabaja”...Interpretando los signos de los tiempos, Benito vio que era
necesario realizar el programa radical de la santidad evangélica...de
una forma ordinaria, en las dimensiones de la vida cotidiana de todos
los hombres. Era necesario que “lo heroico” llegara a ser lo normal, lo
cotidiano, y que lo normal y lo cotidiano llegue a ser heroico. De este
modo, como padre de los monjes, legislador de la vida monástica en
Occidente, llegó a ser también pionero de una nueva civilización. Por
todas partes donde el trabajo humano condicionaba el desarrollo de la
cultura, de la economía, de la vida social, añadía Benito el programa
benedictino de la evangelización que unía el trabajo a la oración y la
oración al trabajo...
En nuestra época, San Benito es el patrón
de Europa. No lo es únicamente por sus méritos particulares de cara a
este continente, su historia y su civilización. Lo es también en
consideración a la nueva actualidad de su figura de cara a la Europa
contemporánea. Se puede desligar el trabajo de la oración y hacer de él
la única dimensión de la existencia humana. La época actual tiene esta
tendencia... Se tiene la impresión de una prioridad de la economía sobre
la moral, de una prioridad de lo material sobre lo espiritual. Por una
parte, la orientación casi exclusiva hacia el consumo de bienes
materiales quita a la vida humana su sentido más profundo. Por otra
parte, en muchos casos, el trabajo ha llegado a ser un peso alienante
para el hombre...y casi contra su propia voluntad, el trabajo se ha
separado de la oración, quitando a la vida humana su dimensión
trascendente...
No se puede vivir de cara al futuro sin
comprender que el sentido de la vida es más grande que lo material y
pasajero, que este sentido está por encima de este mundo. Si la sociedad
y las personas de nuestro continente han perdido el interés por este
sentido, tienen que recobrarlo... Si mi predecesor Pablo VI llamó a San
Benito de Nursia patrón de Europa, es porque podía ayudar a este
respecto a la Iglesia y a las naciones de Europa. .
Benito de Nursia, San -benedictinos. Sbenito.org.ar San Benito nació de familia rica en Nursia, región de Umbría, Italia, en el año 480. Su hermana gemela, Escolástica, también alcanzó la santidad. Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, estudiando la retórica y la filosofía. Se
retiró de la ciudad a Enfide (la actual Affile), para dedicarse al
estudio y practicar una vida de rigurosa disciplina ascética. No
satisfecho de esa relativa soledad, a los 20 años se fue al monte
Subiaco bajo la guía de un ermitaño y viviendo en una cueva. Tres
años después se fue con los monjes de Vicovaro. No duró allí mucho ya
que lo eligieron prior pero después trataron de envenenarlo por la
disciplina que les exigía. Con
un grupo de jóvenes, entre ellos Plácido y Mauro, fundo su primer
monasterio en en la montaña de Cassino en 529 y escribió la Regla, cuya
difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Fundó numerosos monasterios, centros de formación y cultura capaces de propagar la fe en tiempos de crisis.
Vida de oración disciplina y trabajoSe levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas rezando y meditando. Hacia también horas de trabajo manual, imitando a Jesucristo. Veía el trabajo como algo honroso. Su dieta era vegetariana y ayunaba
diariamente, sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para
dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus monjes a
predicar. Era famoso por su trato amable con todos.
Su gran amor y su fuerza fueron la Santa Cruz con la que hizo muchos milagros. Fue un poderoso exorcista. Este don para someter a los espíritus malignos lo ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito.
San
Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió el 21 de marzo
del 547, pocos días después de la muerte de su hermana, santa
Escolástica. Desde finales del siglo VIII muchos lugares comenzaron a celebrar su fiesta el 11 de julio.
Biografía de San BenitoAdaptada de "Vidas de los Santos" de Butler.
Si
atendemos a la enorme influencia ejercida en Europa por los seguidores
de San Benito, es desalentador comprobar que no tenemos biografías
contemporáneas del padre del monasticismo occidental. Lo poco que
conocemos acerca de sus primeros años, proviene de los "Diálogos" de San
Gregorio, quien no proporciona una historia completa, sino solamente
una serie de escenas para ilustrar los milagrosos incidentes de su
carrera.
Benito
nació y creció en la noble familia Anicia, en el antiguo pueblo de
Sabino en Nurcia, en la Umbría en el año 480. Esta región de Italia es
quizás la que mas santos ha dado a la Iglesia. Cuatro
años antes de su nacimiento, el bárbaro rey de los Hérculos mató al
último emperador romano poniendo fin a siglos de dominio de Roma sobre
todo el mundo civilizado. Ante aquella crisis, Dios tenía planes para
que la fe cristiana y la cultura no se apagasen ante aquella crisis. San
Benito sería el que comienza el monasticismo en occidente. Los
monasterios se convertirán en centros de fe y cultura.
De
su hermana gemela, Escolástica, leemos que desde su infancia se había
consagrado a Dios, pero no volvemos a saber nada de ella hasta el final
de la vida de su hermano. El fue enviado a Roma para su "educación liberal", acompañado de una "nodriza", que había de ser, probablemente, su ama de casa. Tenía entonces entre 13 y 15 años, o quizá un poco más. Invadido por los paganos de las tribus arias, el mundo
civilizado parecía declinar rápidamente hacia la barbarie, durante los
últimos años del siglo V: la Iglesia estaba agrietada por los cismas,
ciudades y países desolados por la guerra y el pillaje, vergonzosos
pecados campeaban tanto entre cristianos como entre gentiles y se ha hecho notar que no existía un solo soberano o legislador que no fuera ateo, pagano o hereje. En
las escuelas y en los colegios, los jóvenes imitaban los vicios de sus
mayores y Benito, asqueado por la vida licenciosa de sus compañeros y
temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo, decidió abandonar Roma. Se fugó, sin que nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo acompañó. Existe
una considerable diferencia de opinión en lo que respecta a la edad en
que abandonó la ciudad, pero puede haber sido aproximadamente a los
veinte años. Se dirigieron al poblado de Enfide, en las montañas, a treinta millas de Roma. No sabemos cuanto duró su estancia, pero fue suficiente para capacitarlo a determinar su siguiente paso. Pronto se dio cuenta de que no era suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma; Dios
lo llamaba para ser un ermitaño y para abandonar el mundo y, en el
pueblo lo mismo que en la ciudad, el joven no podía llevar una vida
escondida, especialmente después de haber restaurado milagrosamente un
objeto de barro que su nodriza había pedido prestado y accidentalmente
roto.
En
busca de completa soledad, Benito partió una vez más, solo, para
remontar las colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco
(llamado así por el lago artificial formado en tiempos de Claudio,
gracias a la represión de las aguas del Anio). En
esta región rocosa y agreste se encontró con un monje llamado Romano,
al que abrió su corazón, explicándole su intención de llevar la vida de
un ermitaño. Romano mismo vivía
en un monasterio a corta distancia de ahí; con gran celo sirvió al
joven, vistiéndolo con un hábito de piel y conduciéndolo a una cueva en
una montaña rematada por una roca alta de la que no podía descenderse y
cuyo ascenso era peligroso, tanto por los precipicios como por los
tupidos bosques y malezas que la circundaban. En
la desolada caverna, Benito pasó los siguientes tres años de su vida,
ignorado por todos, menos por Romano, quien guardó su secreto y
diariamente llevaba pan al joven recluso, quien lo subía en un
canastillo que izaba mediante una cuerda. San
Gregorio dice que el primer forastero que encontró el camino hacia la
cueva fue un sacerdote quien, mientras preparaba su comida un domingo de
Resurrección, oyó una voz que le decía: "Estás preparándote un
delicioso platillo, mientras mi siervo Benito padece hambre". El sacerdote, inmediatamente, se puso a buscar al ermitaño, al que encontró al fin con gran dificultad. Después
de haber conversado durante un tiempo sobre Dios y las cosas
celestiales, el sacerdote lo invitó a comer, diciéndole que era el día
de Pascua, en el que no hay razón para ayunar. Benito,
quien sin duda había perdido el sentido del tiempo y ciertamente no
tenía medios de calcular los ciclos lunares, repuso que no sabía que era
el día de tan grande solemnidad. Comieron juntos y el sacerdote volvió a casa. Poco
tiempo después, el santo fue descubierto por algunos pastores, quienes
al principio lo tomaron por un animal salvaje, porque estaba cubierto
con una piel 9de bestia y porque no se imaginaban que un ser humano
viviera entre las rocas. Cuando descubrieron que se trataba de un siervo de Dios,
quedaron gratamente impresionados y sacaron algún fruto de sus
enseñanzas. A partir de ese
momento, empezó a ser conocido y mucha gente lo visitaba, proveyéndolo
de alimentos y recibiendo de él instrucciones y consejos.
Aunque
vivía apartado del mundo, San Benito, como los padres del desierto,
tuvo que padecer las tentaciones de la carne y del demonio, algunas de
las cuales han sido descritas por San Gregorio. "Cierto día, cuando estaba solo, se presentó el tentador. Un
pequeño pájaro negro, vulgarmente llamado mirlo, empezó a volar
alrededor de su cabeza y se le acercó tanto que, si hubiese querido,
habría podido cogerlo con la mano, pero al hacer la señal de la cruz el
pájaro se alejó. Una violenta tentación carnal, como nunca antes había experimentado, siguió después. El
espíritu maligno le puso ante su imaginación el recuerdo de cierta
mujer que él había visto hacía tiempo, e inflamó su corazón con un deseo
tan vehemente, que tuvo una gran dificultad para reprimirlo. Casi
vencido, pensó en abandonar la soledad; de repente, sin embargo,
ayudado por la gracia divina, encontró la fuerza que necesitaba y,
viendo cerca de ahí un tupido matorral de espinas y zarzas, se quitó sus
vestiduras y se arrojó entre ellos. Ahí se revolcó hasta que todo su cuerpo quedó lastimado. Así, mediante aquellas heridas corporales, curó las heridas de su alma", y nunca volvió a verse turbado en aquella forma.
En
Vicovaro, en Tívoli y en Subiaco, sobre la cumbre de un farallón que
domina Anio, residía por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad
había muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su
lugar. Al principio rehusó,
asegurando a la delegación que había venido a visitarle que sus modos de
vida no coincidían --quizá él había oído hablar de ellos--. Sin embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con ellos para hacerse cargo del gobierno. Pronto se puso en evidencia que sus estrictas nociones de
disciplina monástica no se ajustaban a ellos, porque quería que todos
vivieran en celdas horadadas en las rocas y, a fin de deshacerse de él,
llegaron hasta poner veneno en su vino. Cuando
hizo el signo de la cruz sobre el vaso, como era su costumbre, éste se
rompió en pedazos como si una piedra hubiera caído sobre él. "Dios os perdone, hermanos", dijo el abad con tristeza. "¿Por qué habéis maquinado esta perversa acción contra mí? ¿No os dije que mis costumbres no estaban de acuerdo con las vuestras? Id y encontrad un abad a vuestro gusto, porque después de esto yo no puedo quedarme por más tiempo entre vosotros". El
mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de
retiro, sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios
lo había preparado durante estos años de vida oculta.
Empezaron
a reunirse a su alrededor los discípulos atraídos por su santidad y por
sus poderes milagrosos, tanto seglares que huían del mundo, como
solitarios que vivían en las montañas. San
Benito se encontró en posición de empezar aquel gran plan, quizás
revelado a él en la retirada cueva, de "reunir en aquel lugar, como en
un aprisco del Señor, a muchas y diferentes familias de santos monjes
dispersos en varios monasterios y regiones, a fin de hacer de ellos un
sólo rebaño según su propio corazón, para unirlos más y ligarlos con los
fraternales lazos, en una casa de Dios bajo una observancia regular y
en permanente alabanza al nombre de Dios". Por lo tanto, colocó a todos los que querían obedecerle en los doce monasterios hechos de madera, cada uno con su prior. El
tenía la suprema dirección sobre todos, desde donde vivía con algunos
monjes escogidos, a los que deseaba formar con especial cuidado. Hasta
ahí, no tenía escrita una regla propia, pero según un antiguo
documento, los monjes de los doce monasterios aprendieron la vida
religiosa, "siguiendo no una regla escrita, sino solamente el ejemplo de
los actos de San Benito". Romanos
y bárbaros, ricos y pobres, se ponían a disposición del santo, quien no
hacía distinción de categoría social o nacionalidad. Después
de un tiempo, los padres venían para confiarles a sus hijos a fin de
que fueran educados y preparados para la vida monástica. San
Gregorio nos habla de dos nobles romanos, Tértulo, el patricio y
Equitius, quienes trajeron a sus hijos, Plácido, de siete años y Mauro
de doce, y dedica varias páginas a estos jóvenes novicios. (Véase San Mauro, 15 de enero y San Plácido, 5 de octubre).
En
contraste con estos aristocráticos jóvenes romanos, San Gregorio habla
de un rudo e inculto godo que acudió a San Benito, fue recibido con
alegría y vistió el hábito monástico. Enviado
con una hoz para que quitara las tupidas malezas del terreno desde
donde se dominaba el lago, trabajó tan vigorosamente, que la cuchilla de
la hoz se salió del mango y desapareció en el lago. El
pobre hombre estaba abrumado de tristeza, pero tan pronto como San
Benito tuvo conocimiento del accidente, condujo al culpable a la orilla
de las aguas, le arrebató el mango y lo arrojó al lago. Inmediatamente, desde el fondo, surgió la cuchilla de hierro y se ajustó automáticamente al mango. El abad devolvió la herramienta, diciendo: "¡Toma! Prosigue tu trabajo y no te preocupes". No
fue el menor de los milagros que San Benito hizo para acabar con el
arraigado prejuicio contra el trabajo manual, considerado como
degradante y servil. Creía que
el trabajo no solamente dignificaba, sino que conducía a la santidad y,
por lo tanto, lo hizo obligatorio para todos los que ingresaban a su
comunidad, nobles y plebeyos por igual. No
sabemos cuanto tiempo permaneció el santo en Subiaco, pero fue lo
suficiente para establecer su monasterio sobre una base firme y fuerte. Su partida fue repentina y parece haber sido impremeditada. Vivía
en las cercanías un indigno sacerdote llamado Florencio quien, viendo
el éxito que alcanzaba San Benito y la gran cantidad de gente que se
reunía en torno suyo, sintió envidia y trató de arruinarlo. Pero
como fracasó en todas sus tentativas para desprestigiarlo mediante la
calumnia y para matarlo con un pastel envenenado que le envió (que según
San Gregorio fue arrebatado milagrosamente por un cuervo), trató de
seducir a sus monjes, introduciendo una mujer de mala vida en el
convento. El abad, dándose
perfecta cuenta de que los malvados planes de Florencio estaban
dirigidos contra él personalmente, resolvió abandonar Subiaco por miedo
de que las almas de sus hijos espirituales continuaran siendo asaltadas y
puestas en peligro. Dejando todas sus cosas en orden, se encaminó desde Subiaco al territorio de Monte Cassino. Es
esta una colina solitaria en los límites de Campania, que domina por
tres lados estrechos valles que corren hacia las montañas y, por el
cuarto, hasta el Mediterráneo, una planicie ondulante que fue alguna vez
rica y fértil, pero que, carente de cultivos por las repetidas
irrupciones de los bárbaros, se había convertido en pantanosa y malsana. La
población de Monte Cassino, en otro tiempo lugar importante, había sido
aniquilada por los godos y los pocos habitantes que quedaban, habían
vuelto al paganismo o mejor dicho, nunca lo habían dejado. Estaban acostumbrados a ofrecer sacrificios en un templo dedicado a Apolo, sobre la cuesta del monte. Después de cuarenta días de ayuno, el santo se dedicó, en primer lugar, a predicar a la gente y a llevarla a Cristo. Sus
curaciones y milagros obtuvieron muchos conversos, con cuya ayuda
procedió a destruir el templo, su ídolo y su bosque sagrado. Sobre
las ruinas del templo, construyó dos capillas y alrededor de estos
santuarios se levantó, poco a poco, el gran edificio que estaba
destinado a convertirse en la más famosa abadía que el mundo haya
conocido. Los cimientos de este edificio parecen haber sido echados por San Benito, alrededor del año 530. De
ahí partió la influencia que iba a jugar un papel tan importante en la
cristianización y civilización de la Europa post-romana. No fue solamente un museo eclesiástico lo que se destruyó durante la segunda Guerra Mundial, cuando se bombardeó Monte Cassino.
Es
probable que Benito, de edad madura, en aquel entonces, pasara
nuevamente algún tiempo como ermitaño; pero sus discípulos pronto
acudieron también a Monte Cassino. Aleccionado
sin duda por su experiencia en Sabiaco, no los mandó a casas separadas,
sino que los colocó juntos en un edificio gobernado por un prior y
decanos, bajo su supervisión general. Casi
inmediatamente después, se hizo necesario añadir cuartos para
huéspedes, porque Monte Cassino, a diferencia de Subiaco, era fácilmente
accesible desde Roma y Cápua. No
solamente los laicos, sino también los dignatarios de la Iglesia iban
para cambiar impresiones con el fundador, cuya reputación de santidad,
sabiduría y milagros habíase extendido por todas partes. Tal
vez fue durante ese período cuando comenzó su "Regla", de la que San
Gregorio dice que da a entender "todo su método de vida y disciplina,
porque no es posible que el santo hombre pudiera enseñar algo distinto
de lo que practicaba". Aunque
primordialmente la regla está dirigida a los monjes de Monte Cassino,
como señala el abad Chapman, parece que hay alguna razón para creer que
fue escrita para todos los monjes del occidente, según deseos del Papa
San Hormisdas. Está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su
propia voluntad, tomen sobre sí "la fuerte y brillante armadura de la
obediencia para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero
Rey", y prescribe una vida de oración litúrgica, estudio, ("lectura
sacra") y trabajo llevado socialmente, en una comunidad y bajo un padre
común. Entonces y durante mucho
tiempo después, sólo en raras ocasiones un monje recibía las órdenes
sagradas y no existe evidencia de que el mismo San Benito haya sido
alguna vez sacerdote. Pensó en
proporcionar "una escuela para el servicio del Señor", proyectada para
principiantes, por lo que el ascetismo de la regla es notablemente
moderado. No se alentaban austeridades anormales ni escogidas por
uno mismo y, cuando un ermitaño que ocupaba una cueva cerca de Monte
Cassino encadenó sus pies a la roca, San Benito le envió un mensaje que
decía: "Si eres verdaderamente un siervo de Dios, no te encadenes con hierro, sino con la cadena de Cristo". La
gran visión en la que Benito contempló, como en un rayo de sol, a todo
el mundo alumbrado por la luz de Dios, resume la inspiración de su vida y
de su regla. El santo abad,
lejos de limitar sus servicios a los que querían seguir su regla,
extendió sus cuidados a la población de las regiones vecinas: curaba a
los enfermos, consolaba a los tristes, distribuía limosnas y alimentó a
los pobres y se dice que en más de una ocasión resucitó a los muertos. Cuando la Campania sufría un hambre terrible, donó todas las provisiones de la abadía, con excepción de cinco panes. "No tenéis bastante ahora", dijo a sus monjes, notando su consternación, "pero mañana tendréis de sobra". A la mañana siguiente, doscientos sacos de harina fueron depositados por manos desconocidas en la puerta del monasterio. Otros
ejemplos se han proporcionado para ilustrar el poder profético de San
Benito, al que se añadía el don de leer los pensamientos de los hombres. Un noble al que convirtió, lo encontró cierta vez llorando e inquirió la causa de su pena. El abad repuso: "este monasterio que yo he construido y
todo lo que he preparado para mis hermanos, ha sido entregado a los
gentiles por un designio del Todopoderoso. Con dificultad he logrado obtener misericordia para sus vidas". La profecía se cumplió cuarenta años después, cuando la abadía de Monte Cassino fue destruida por los lombardos.
Cuando
el godo Totila avanzaba trinfante a través del centro de Italia,
concibió el deseo de visitar a San Benito, porque había oído hablar
mucho de él. Por lo tanto, envió aviso de su llegada al abad, quien accedió a verlo. Para
descubrir si en realidad el santo poseía los poderes que se le
atribuían, Totila ordenó que se le dieran a Riggo, capitán de su
guardia, sus propias ropas de púrpura y lo envió a Monte Cassino con
tres condes que acostumbraban asistirlo. La
suplantación no engañó a San Benito, quien saludó a Riggo con estas
palabras: "hijo mío, quítate las ropas que vistes; no son tuyas". Su visitante se apresuró a partir para informar a su amo que había sido descubierto. Entonces, Totila, fue en persona hacia el hombre de Dios y, se dice que se atemorizó tanto, que cayó postrado. Pero
Benito lo levantó del suelo, le recriminó por sus malas acciones y le
predijo, en pocas palabras, todas las cosas que le sucederían. Al punto, el rey imploró sus oraciones y partió, pero desde aquella ocasión fue menos cruel. Esta
entrevista tuvo lugar en 542 y San Benito difícilmente pudo vivir lo
suficiente para ver el cumplimiento total de su propia profecía.
Anuncia su muerte
El santo que había vaticinado tantas cosas a otros, fue advertido con anterioridad acerca de su próxima muerte. Lo notificó a sus discípulos y, seis días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba. Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por la fiebre. El 21 de marzo del año 543, durante las ceremonias del Jueves Santo, recibió la Eucaristía. Después,
junto a sus monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de
pie en la capilla, con las manos levantadas al cielo. Sus
últimas palabras fueron: "Hay que tener un deseo inmenso de ir al
cielo". Fue enterrado junto a Santa Escolástica, su hermana, en el
sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había
destruido.
Dos
de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron una luz
esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron: "Seguramente es
nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad". Era el momento preciso en el que moría el santo.
Que Dios nos envíe muchos maestros como San Benito, y que nosotros también amemos con todo el corazón a Jesús.
En 1964 Pablo VI declara a san Benito patrono principal de Europa.
QUE DE TAL MANERA BRILLE ANTE LOS DEMAS LALUZ DE VUESTRO BUEN EJEMPLO, QUE ELLOS AL VER VUESTRAS BUENAS OBRAS, GLORIFIQUEN AL PADRE CELESTIAL. (S. Mateo 5)
LA SANTA REGLA
Inspirado por Dios, San Benito escribió un Reglamento para sus monjes que llamó "La Santa Regla"
y que ha sido inspiración para los reglamentos de muchas comunidades
religiosas monásticas. Muchos laicos también se comprometen a vivir los
aspectos esenciales de esta regla, adaptada a las condiciones de la
vocación laica.
La síntesis de la Regla es la frase "Ora et labora" (reza y trabaja), es decir, la vida del monje ha de ser de contemplación y de acción, como nos enseña el Evangelio.
Algunas recomendaciones de San Benito:
La primera virtud que necesita un religioso (después de la caridad) es la humildad.
La casa de Dios es para rezar y no para charlar.
Todo superior debe esforzarse por ser amable como un padre bondadoso.
El ecónomo o el que administra el dinero no debe humillar a nadie.
Cada uno debe esforzarse por ser exquisito y agradable en su trato
Cada comunidad debe ser como una buena familia donde todos se aman
Evite cada individuo todo lo que sea vulgar. Recuerde lo que decía San Ambrosio: "Portarse con nobleza es una gran virtud".
El
verdadero monje debía ser "no soberbio, no violento, no comilón, no
dormilón, no perezoso, no murmurador, no denigrador… sino casto, manso,
celoso, humilde, obediente".
Milagros de San Benito.
He aquí algunos de los muchos milagros relatados por San Gregorio, en su biografía de San Benito
El muchacho que no sabía nadar. El joven Plácido cayó en un profundo lago y se estaba ahogando. San Benito mandó a su discípulo preferido Mauro: "Láncese al agua y sálvelo". Mauro se lanzó enseguida y logró sacarlo sano y salvo hasta la orilla. Y al salir del profundo lago se acordó de que había logrado atravesar esas aguas sin saber nadar. La obediencia al santo le había permitido hacer aquel salvamento milagroso.
El edificio que se cae. Estando construyendo el monasterio, se vino abajo una enorme pared y sepultó a uno de los discípulos de San Benito. Este se puso a rezar y mandó a los otros monjes que
removieran los escombros, y debajo de todo apareció el monje sepultado,
sano y sin heridas, como si hubiera simplemente despertado de un sueño.
La piedra que no se movía. Estaban sus religiosos constructores tratando de quitar
una inmensa piedra, pero esta no se dejaba ni siquiera mover un
centímetro. Entonces el santo le envió una bendición, y enseguida la pudieron remover de allí como si no pesara nada. Por
eso desde hace siglos cuando la gente tiene algún grave problema en su
casa que no logra alejar, consigue una medalla de San Benito y le reza
con fe, y obtiene prodigios. Es que este varó de Dios tiene mucho influjo ante Nuestro Señor.
Panes que se multiplican.
Muertes anunciadas. Un día exclamó: "Se murió mi amigo el obispo de Cápua, porque vi que subía al cielo un bello globo luminoso". Al día siguiente vinieron a traer la noticia de la muerte del obispo. Otro día vió que salía volando hacia el cielo una blanquísima paloma y exclamó: :Seguramente se murió mi hermana Escolástica". Los monjes fueron a averiguar, y sí, en efecto acababa de morir tan santa mujer. El,
que había anunciado la muerte de otros, supo también que se aproximaba
su propia muerte y mandó a unos religiosos a excavar……..
BIBLIOGRAFIA
Butler; Vida de los SantosSálesman, P. Eliécer, "Vidas de los Santos" Sgarbossa, Mario; Giovannini, Luigi, "Un santo para cada día"
La Medalla de San Benito La medalla de San Benito es un sacramental reconocido por la Iglesia con gran poder de exorcismo.
Como todo sacramental, su poder está no en si misma sino en Cristo
quien lo otorga a la Iglesia y por la fervorosa disposición de quién usa
la medalla. Descripción de la medalla: En
el frente de la medalla aparece San Benito con la Cruz en una mano y el
libro de las Reglas en la otra mano, con la oración: "A la hora de
nuestra muerte seamos protegidos por su presencia". (Oración de la
Buena Muerte). El reverso muestra la cruz de San Benito con las letras: C.S.P.B.: "Santa Cruz del Padre Benito" C.S.S.M.L. : "La santa Cruz sea mi luz" (crucero vertical de la cruz) N.D.S.M.D.: "y que el Dragón no sea mi guía." (crucero horizontal)
En círculo, comenzando por arriba hacia la derecha: V.R.S. "Abajo contigo Satanás" N.S.M.V. "para de atraerme con tus mentiras" S.M.Q.L. "Venenosa es tu carnada" I.V.B. "Trágatela tu mismo". PAX "Paz" Bendición de la medalla de San Benito (deber ser por hecha por un sacerdote) Exorcismo de la medalla-Nuestra ayuda nos viene del Señor -Que hizo el cielo y la tierra. Te
ordeno, espíritu del mal, que abandones esta medalla, en el nombre de
Dios Padre Omnipotente, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo
que en ellos se contiene. Que desaparezcan y se alejen de esta
medalla toda la fuerza del adversario, todo el poder del diablo, todos
los ataques e ilusiones de satanás, a fin de que todos los que la usaren
gocen de la salud de alma y cuerpo. En el nombre del Padre
Omnipotente y de su Hijo, nuestro Señor, y del Espíritu Santo Paráclito,
y por la caridad de Jesucristo, que ha de venir a juzgar a los vivos y a
los muertos y al mundo por el fuego. Bendición-Señor, escucha mi oración -Y llegue a tí mi clamor
Oremos: Dios
omnipotente, dador de todos los bienes, te suplicamos humildemente que
por la intercesión de nuestro Padre San Benito, infundas tu bendición
sobre esta sagrada medalla, a fin de que quien la lleve, dedicándose a
las buenas obras, merezca conseguir la salud del alma y del cuerpo, la
gracia de la santificación, y todas la indulgencias que se nos otorgan, y
que por la ayuda de tu misericordia se esfuerce en evitar la acechanzas
y engaños del diablo, y merezca aparecer santo y limpio en tu
presencia.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén IndulgenciasEl 12 de marzo de 1742 el Papa Benedicto XIV otorgó indulgencia plenaria
a la medalla de San Benito si la persona se confiesa, recibe la
Eucaristía, ora por el Santo Padre en las grandes fiestas y durante esa
semana reza el santo rosario, visita a los enfermos, ayuda a los pobres,
enseña la Fe o participa en la Santa Misa. Las grandes fiestas son
Navidad, Epifanía, Pascua de Resurrección, Ascensión, Pentecostés, la
Santísima Trinidad, Corpus Christi, La Asunción, La Inmaculada
Concepción, el nacimiento de María, todos los Santos y fiesta de San
Benito. Número de indulgencias parciales: por ejemplo: 1) 200 días de indulgencia, si uno visita una semana a los enfermos o visita la Iglesia o enseña a los niños la Fe. 2) 7
años de indulgencia , si uno celebra la Santa Misa o esta presente, y
ora por el bienestar de los cristianos, o reza por sus gobernantes. 3) 7 años si uno acompaña a los enfermos en el día de todos los Santos. 4) 100 días si uno hace una oración antes de la Santa Misa o antes de recibir la sagrada Comunión. 5)
Cualquiera que por cuenta propia por su consejo o ejemplo convierta a
un pecador, obtiene la remisión de la tercera parte de sus pecados. 6) Cualquiera
que el Jueves Santo o el día de Resurrección, después de una buena
confesión y de recibir la Eucaristía, rece por la exaltación de la
Iglesia, por las necesidades del Santo Padre, ganará las indulgencias
que necesita. 7) Cualquiera que rece por la exaltación de la
Orden Benedictina, recibirá una porción de todas la buenas obras que
realiza esta Orden. Quienes
lleven la medalla de San Benito a la hora de la muerte serán protegidos
siempre que se encomienden al Padre, se confiesen y reciban la comunión o
al menos invoquen el nombre de Jesús con profundo arrepentimiento. El Crucifijo con medalla de San Benito El
Crucifijo de la Buena Muerte y la Medalla de San Benito han sido
reconocidos por la Iglesia como una ayuda para el cristiano en la hora
de tentación, peligro, mal, principalmente en la hora de la muerte. Le
ha dado al Crucifijo con la medalla Indulgencia Plenaria. La
indulgencia plenaria de la Cruz de la Buena Muerte, quien realmente
crea en la santa Cruz, no será apartado de El, ganará indulgencia
plenaria en la hora de la muerte. Si este se confiesa, recibe la
Comunión o por lo menos con el arrepentimiento previo de sus pecados,
llamando el Santo nombre de Jesús con devoción y aceptando
resignadamente la muerte como venida de las manos de Dios. Para la
indulgencia no basta la Cruz, debe representarse a Cristo crucificado.
Esta cruz también ayuda a los enfermos para unir nuestros sufrimientos a
los de Nuestro Salvador.
La regla benedictina es una regla monástica que Benito de Nursia escribió a principios del siglo VI destinada a los monjes. Cuando le destinaron al norte de Italia como abad
de un grupo de monjes, éstos no aceptaron la Regla y además hubo entre
ellos un conato de conspiración para envenenarle. Benito se trasladó
entonces al monte Cassino, al noroeste de Nápoles, donde fundó el monasterio que sería conocido más tarde como Montecassino.
Allí le siguieron algunos jóvenes, formando una comunidad que acató y
siguió la Regla, conocida por las generaciones futuras como Regula Sancti Benedicti,
de 73 capítulos, algunos añadidos y modificados después por sus
seguidores. Esta regla benedictina será acogida por la mayoría de los
monasterios fundados durante la Edad Media.
El principal mandato es el ora et labora, con una especial
atención a la regulación del horario. Se tuvo muy en cuenta el
aprovechamiento de la luz solar según las distintas estaciones del año,
para conseguir un equilibrio entre el trabajo (generalmente trabajo
agrario), la meditación, la oración y el sueño. Se ocupó San Benito de
las cuestiones domésticas, los hábitos, la comida, bebida, etc. Una de
las críticas que tuvo esta regla al principio fue la "falta de
austeridad" pues no se refería en ningún capítulo al ascetismo puro sino que se imponían una serie de horas al trabajo, al estudio y a la lectura religiosa, además de la oración.
La regla daba autoridad de patriarca al abad del monasterio que al
mismo tiempo tenía la obligación de consultar con el resto de la
comunidad los temas más importantes. Los discípulos de Benito se
encargaron de difundir la Regla por toda Europa y durante siglos (hasta la adopción de la regla de San Agustín por los premostratenses en el siglo XII y los dominicos en el siglo XIII), fue la única ordenanza a seguir por los distintos monasterios que se fueron fundando.
Siguiendo los preceptos, el hábito benedictino debía estar formado por una túnica y un escapulario,
cubiertas ambas piezas por una capa con capucha. No se dice el color
que deban llevar dichas prendas, aunque se cree que seguramente serían
de la coloración de la lana
sin teñir, que era lo más fácil en los primeros tiempos. Después, el
color negro fue el predominante hasta que llegó la reforma de los cistercienses, que volvieron a adoptar el blanco; de ahí la diferencia que se hace entre monjes negros y monjes blancos, ambos descendientes y seguidores de la orden benedictina. Carlomagno en el siglo VIII
encargó una copia e invitó a seguir esta regla a todos los monasterios
de su imperio. Dio orden de que los monjes se aprendiesen de memoria
todos los capítulos para estar siempre listos a recitar cualquiera de
ellos cuando así se lo demandasen.
Capítulo I: De los diversos géneros de monjes.
Cap II: De cuál debe ser el abad.
Cap III: De cómo los monjes han de ser llamados a Consejo.
Cap IV: De los instrumentos de las buenas obras.
Cap V: De la obediencia.
Cap VI: Del silencio.
Cap VII: De la humildad.
Cap VIII: De los oficios divinos por la noche.
Cap IX: Cuántos salmos se han de decir en la hora de la noche.
Cap X: Cómo debe celebrarse el oficio nocturno en tiempo de estío.
Cap XI: Cómo se han de decir las Vigilias en los domingos.
Cap XII: Cómo se han de celebrar Laudes.
Cap XIII: Cómo se han de celebrar las Laudes en días feriales.
Cap XIV: Cómo han de celebrarse las viligias en las fiestas de los santos.
Cap XV: En qué tiempo se ha de decir Aleluya.
Cap XVI: Cómo se han de celebrar los oficios divinos durante el día.
Cap XVII: Cuántos salmos se han de decir cada hora del día.
Cap XVIII: Con qué orden se han de decir los salmos.
Cap XIX: Del modo del que se han de cantar.
Cap XX: De la reverencia en la oración.
Cap XXI: De los decanos del monasterio.
Cap XXII Cómo se han de dormir los monjes.
Cap XXIII: De la excomunión por las culpas.
Cap XXIV: Qué modo se ha de guardar en la excomunión.
Cap XXV: De las culpas más graves.
Cap XXVI: De los que sin orden del abad se juntan con los excomulgados.
Cap XXVII: De la solicitud con la que debe cuidar el abad de los excomulgados.
Cap XXVIII: De los que muchas veces corregidos no se enmiendan.
Cap XXIX: Si deben volverse a recibir a los monjes que han salido del monasterio.
Cap XXX: Cómo han de ser corregidos los de menor edad.
Cap XXXI: Del mayordomo del monasterio.
Cap XXXII: De las herramientas y demás del monasterio.
Cap XXXIII: Si deben los monjes tener alguna cosa propia.
Cap XXXIV: Si todos deben recibir igualmente lo necesario.
Cap XXXV: De los semaneros de cocina.
Cap XXXVI: De los monjes enfermos.
Cap XXXVII: De los viejos y de los niños.
Cap XXXVIII: Del lector semanero.
Cap XXXIX: De la tasa de la comida.
Cap XL: De la tasa de la bebida.
Cap XLI: A qué horas deben comer los monjes.
Cap XLII: Que nadie hable después de completas.
Cap XLIII: De los que llegan tarde al Oficio Divino o al Refectorio.
Cap XLIV: Cómo han de satisfacer los excomulgados.
Cap XLV: De los que yerran en el coro.
Cap XLVI: De los que caen en otras cualesquiera faltas.
Cap XLVII: Del que ha de hacer señal para el Oficio Divino.
Cap XLVIII: Del trabajo de manos.
Cap XLIX: De la observancia de la Cuaresma.
Cap L: De los monjes que trabajan lejos del monasterio o van de camino.
Cap LI: De los monjes que no van muy lejos.
Cap LII: Del oratorio del monasterio.
Cap LIII: Cómo se han de recibir a los huéspedes.
Cap LIV: Que no debe el monje recibir cartas ni presentes.
Cap LV: Del vestido y calzado de los monjes.
Cap LVI: De la mesa del Abad.
Cap LVII: De los artifices del monasterio.
Cap LVIII: Del modo de recibir a los novicios.
Cap LIX: Del modo de recibir los niños, así de nobles como de pobres.
Cap LX: De los sacerdotes que quisieren ser monjes.
Cap LXI: Cómo han de ser recibidos los monjes extranjeros.
Cap LXII: De los sacerdotes del monasterio.
Cap LXIII: Del orden de la comunidad.
Cap LXIV: De la elección del abad.
Cap LXV: Del prior del monasterio.
Cap LXVI: Del portero del monasterio.
Cap LXVII: De los monjes que van de camino.
Cap LXVIII: Qué deben hacer los monjes si les mandan cosas imposibles.
Cap LXIX: Que ninguno se atreva en el monasterio a defender a otro.
Cap LXX: Que ninguno se atreva a castigar a otro.
Cap LXXI: Que los monjes se obedezcan unos a otros.
Cap LXXII: Del buen celo que deben tener los monjes.
Cap LXXIII: Que no se incluye en esta Regla la práctica de todas las virtudes.
Con el monje Roberto de Molesmes llegó la gran reforma de los monasterios benedictinos cluniacenses
cuyas costumbres se habían relajado bastante. Los nuevos monjes
llamados cistercienses volvieron a la verdadera regla de San Benito,
añadiendo más disposiciones en la Carta de la Caridad, escrita por el
monje inglés Esteban Harding, obra maestra de la prosa latina. En esta
ampliación se volvía a prohibir el lujo y se recomendaba la alabanza a
Dios, la lectura de las Sagradas Escrituras y el trabajo físico.
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