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Ana Rosa Gattorno, Beata |
Fundadora de las Hijas de Santa Ana, Madre de María
Inmaculada
Martirologio Romano: En Roma, beata Ana Rosa Gattorno, religiosa, que
era madre de familia, pero, al quedar viuda, lo dejó
todo y se entregó totalmente a Dios y al prójimo,
fundando las Hijas de Santa Ana, Madre de María Inmaculada,
brillando por la gran labor que realizó en favor de
los enfermos, los débiles y los niños desamparados, en cuyo
rostro contemplaba a Cristo pobre (1900).
Etimológicamente: Ana = Aquella
con gracia y compasión, es de origen hebreo."Amor mio, ¿cómo puedo hacer para que todo
el mundo te ame?… Sírvete una vez más de este
tu miserable instrumento para reavivar la fe y la conversión
de los pecadores".
Este impulso generoso brotado a los pies
de su "Sumo Bien", que la atraía siempre más irresistiblemente
a sí, constituyó el anhelo profundo del corazón de Ana
Rosa Gattorno, hasta impulsarla a ofrecer totalmente su vida en
una continua inmolación por la gloria y complacencia del Padre.
Nació
en Génova el 14 de octubre de 1831, de una
familia de condición económica acomodada, de buena posición social y
de profunda formación cristiana. Fue bautizada el mismo día, en
la Parroquia de San Donato, con el nombre de Rosa
María Benedetta.
En el padre Francisco y en la madre Adelaida
Campanella, ella como sus otros cinco hermanos, encontró los primeros
formadores esenciales de su vida moral y cristiana. A los
doce años recibió la confirmación en Santa María de las
Viñas, de manos del Arzobispo Cardenal Plácido Tadini.
Durante su juventud,
le fue impartida la instrucción en casa, como era usanza
en las familias acomodadas del tiempo. De carácter sereno, amable,
abierto a la piedad y a la caridad, sin embargo
firme, supo reaccionar ante la conflictualidad del clima político y
anticlerical de la época, que afectó también a algunos componentes
de la familia Gattorno.
A los 21 años (5 de noviembre,
1852) , contrajo matrimonio con su primo Jerónimo Custo y
se trasladó a Marsella. Una imprevista crisis financiera turbó muy
pronto la felicidad de la nueva familia, obligada a volver
a Génova marcada por la pobreza. Desgracias aún mas graves
la amenazaban, su primera hija Carlota afectada de una improvisa
enfermedad quedó sordomuda para siempre; el tentativo de Jerónimo para
hacer fortuna en el extranjero se concluyó con el regreso,
agravado por una funesta enfermedad; el gozo de los otros
dos hijos fue profundamente turbado por el fallecimiento del marido,
que la dejó viuda a menos de seis años de
casada (9 de marzo, 1858) y después de algunos meses
la pérdida de su último hijito.
El apremiar de tantos acontecimientos
tristes, marcó en su vida un cambio radical que ella
llamará "su conversión" a la oferta total de sí al
Señor, a su amor y al amor del prójimo.
Purificada por
las pruebas, pero fuerte en el espíritu, comprendió el verdadero
sentido del dolor, enraizándose en la certeza de su nueva
vocación.
Bajo la guía del confesor don José Firpo emitió en
forma privada los votos perpetuos de castidad y obediencia en
la fiesta de la Inmaculada del 1858; enseguida también el
de pobreza (1861), en el espírirtu del pobrecito de Asis,
como terciaria franciscana. Desde el 1855 había obtenido el beneficio
de la comunión diaria, no común en aquel tiempo. A
tal manantial de gracia quedó constantemente anclada y sostenida por
una siempre mayor intimidad con el Señor, en la cual
encontró apoyo, ardor misionero, fuerza e impulso para el servicio
a los hermanos.
En 1862 recibió el don de los estigmas
ocultos, percibidos más intensamente los días viernes.
Ya esposa fiel y
madre ejemplar, sin sustraer nada a sus hijos, siempre tiernamente
amados y acompañados, con una mayor disponibilidad aprendió a compartir
los sufrimientos de los otros, prodigándose en apostólica caridad: "me
dediqué con mayor fervor a las obras piadosas y a
frecuentar los hospitales y a los pobres enfermos a domicilio,
socorriéndoles con cuanto podía y sirviéndoles en todo".
Las asociaciones católicas
en Génova la solicitaban y así, aún amando el silencio
y el anonimato, todos notaron el carácter genuinamente evangélico de
su tenor de vida. Progresando en este camino le fue
confiada la presidencia de la "Pía Unión de las nuevas
Ursulinas, Hijas de Santa María Inmaculada", fundada por Frassinetti y
por expreso deseo del Arzobispo Monseñor Charvaz, también la revisión
de las reglas destinadas a la Pía Unión.
Justamente en aquella
circunstancia (febrero 1864), en un clima de más intensa oración,
delante del Crucifijo, recibió la inspiración de una nueva regla
para una suya específica Fundación.
Temiendo ser obligada a abandonar los
hijos, reza, hace penitencia, pide consejo. Fray Francisco de Camporosso,
santo capuchino lego, aún mostrándose temeroso por las graves tribulaciones
que se perfilaban, la sostiene dándole valor; de igual manera
lo hacen el confesor y el Arzobispo de Génova.
Advirtiéndo siempre
más insistentes sus deberes de madre, quiso la confirmación competente
de la misma palabra de Pío IX, con la secreta
esperanza de ser aliviada. El Pontífice en la audiencia del
3 de enero de 1866, la exhorta en cambio a
iniciar de inmediato la fundación, agregando: "Este Instituto se extenderá
rápidamente en todas las partes del mundo; Dios pensará en
tus hijos, tú piensa a Dios en su obra". Aceptó,
entonces, cumplir la voluntad del Señor y como después escribió
en sus memorias: "con generosidad hice a Dios la oferta
y le repetía las palabras de Abraham: "Héme aquí para
cumplir tu voluntad "… me ofrecí víctima por su obra
y recibí consolaciones muy grandes…".
Superadas las resistencias de los parientes
y abandonadas las obras de Génova, no sin disgusto de
su Obispo, da inicio en Placencia a la nueva Familia
Religiosa que denominó definitivamente "Hijas de Santa Ana, Madre de
María Inmaculada" (8 diciembre 1866). Vistió el hábito religioso el
26 de julio de 1867 y el 8 de abril
de 1870 emitió la profesión religiosa junto a doce hermanas.
En
el desarrollo del Instituto recibió la colaboración del P. Juan
Baustista Tornatore, sacerdote de la Misión, a quien pidió expresamente
que escribiera las Reglas y que luego fue considerado Cofundador
del Instituto.
Confiada totalmente a la Providencia divina y animada desde
el principio de un valeroso impulso de caridad, Rosa Gattorno
dió inicio a la construcción de la "Obra de Dios",
como la había llamado el Papa y como la llamará
siempre también ella, elegida para cooperar, en espíritu de donación
materna, atenta y solícita hacia las diversas formas de sufrimiento
y de miseria moral o material, con la única intención
de servir a Jesús en sus miembros adoloridos y heridos
y de "evangelizar ante todo con la vida".
Da inicio a
varias obras de servicio para los pobres y enfermos de
cualquier enfermedad, para las personas solas, ancianas, abandonadas; los pequeños
e indefensos; las adolescentes y las jóvenes "en peligro" a
quienes proveía una instrucción adecuada y la sucesiva inserción en
el mundo del trabajo.
A estas formas, se agregan muy pronto
la apertura de escuelas populares para la instrucción de los
hijos de los pobres y otras obras de promoción humano-evangélica,
según las necesidades más urgentes de la época, con una
efectiva presencia en la realidad eclesial y civil. Llamaba a
sus hijas "Siervas de los pobres y ministras de la
misericordia" y las exhortaba a acoger como signo de predilección
del Señor el servicio a los hermanos, cumpliéndolo con amor
y humildad: "Sean humildes… piensen que son las últimas y
las más miserables de todas las creaturas que prestan su
servicio a la Iglesia, de la cual tienen la gracia
de formar parte".
A menos de diez años de fundación el
Instituto obtuvo el Decreto de Aprobación(1876), y la aprobación definitiva
en 1879, mientras que para la aprobación de las reglas
se tuvo que esperar hasta el 26 de julio de
1892.
Muy apreciada y estimada por todos, colaboró en Placencia con
el Obispo Monseñor Scalabrini, ahora beato, en modo particular en
la obra a favor de las sordomudas por él fundada.
A
pesar de todo, no fueron ahorradas a Madre Rosa Gattorno
pruebas, humillaciones, dificultades y tribulaciones de todo género. No obstante
esto, el Instituto se difundió rápidamente en Italia y en
el extranjero, realizando así el ardiente deseo misionero de la
fundadora: "Amor mío! Cómo me siento arder de deseo de
hacerte conocer y amar por todos; quisiera atraer a todo
el mundo, dar a todos, socorrer a todos… quisiera correr
por doquier y gritar fuerte para que todos vengan a
amarte". Ser "portavoz de Jesús" y hacer llegar a todos
los hombres el Amor que salva, fue siempre el anhelo
profundo de su corazón. En 1878 enviaba ya a las
primeras Hijas de Santa Ana en Bolivia, después Brasil, Chile,
Perú, Eritrea, Francia, España.
En Roma, donde había iniciado su obra
desde el 1873, organizó escuelas masculinas y femeninas para los
pobres, jardínes infantiles, asistencia a los hijos recién nacidos de
los obreros de la Manufactura de tabaco, casas para ex
prostitutas, mujeres de servicio doméstico, enfermeras a domicilio, surgió también
la Casa Generalicia, con la Iglesia anexa.
A su muerte dejó
368 casas, en las cuales desempeñaban su misión 3.500 hermanas.
El
secreto de su camino de santidad, del dinamismo de su
caridad y de la fuerza de ánimo con la cual
supo afrontar con fe robusta todos los obstáculos y guiar
por 34 años, con dedicción plena, valor y clarividencia el
Instituto, fue su continua unión con Dios y un total
y confiado abandono en El: "No obstante en medio de
tanto tumulto de un abismo de trabajo, nunca he quedado
privada de la unión con mi Bien"; la atención y
docilidad a los impulsos del Espíritu, la íntima y amorosa
participación a la pasión de Cristo; la incesante súplica por
la conversión de los pecadores y la santificación de todos
los hombres.
Nutrió hacia la Iglesia un vivo sentido de pertenencia
y fue siempre humilde, devota y obediente a las directivas
del Papa y de la Jerarquía.
En su predilección por Santa
Ana, vivió un amor especial hacia María en quien se
confió enteramente para ser toda de Dios y toda de
los hermanos.
Puro y simple instrumento en las manos del "
delicado Artífice", conformada a Cristo pobre y víctima de amor
con El, realizó en su vida el anhelo inculcado a
sus hijas : "Vivir por Dios y morir por El,
gastar la vida por amor".
Así vivió hasta febrero de 1900,
cuando afectada por una inesperada enfermedad, se agravó rápidamente. Sometida
a duras pruebas de penitencia, frecuentes y extenuantes viajes, una
intensa correspondencia epistolar, preocupaciones y grandes disgustos, su físico no
pudo más. El 4 de mayo recibió el sacramento de
los enfermos y dos días después el 6 de mayo,
a las 9 de la mañana, cumplido su peregrinaje terreno
se extingue santamente en la Casa General.
La fama de santidad
que ya había irradiado en vida, irrumpe en ocasión de
su muerte, creciendo ininterrumpidamente en todas partes del mundo.
Expresión de
un singular designio de Dios, en su triple experiencia de
esposa y madre, viuda y después religiosa- fundadora, Rosa Gattorno
ha honrado la dignidad y el "genio de la mujer"
en su misión al servicio de la humanidad y la
difusión del Reino. Siempre fiel a la llamada de Dios
y auténtica maestra de vida cristiana y eclesial, permaneció esencialmente
madre: de sus hijos, que constantemente acompañó; de las hermanas,
que profundamente amó; y de todos los necesitados, de los
sufridos y de los infelices, en cuyo rostro contempló al
mismo Cristo, pobre, llagado y crucificado.
Su carisma se ha difundido
en la Iglesia con el surgir de otras formas de
vida evangélica: Hermanas de vida contemplativa, Asociación religiosa de vida
sacerdotal, Instituto Secular y Movimiento eclesial de laicos, activamente operante
en la Iglesia en casi todas partes del mundo.
El
9 de abril del año 2000 fue beatificada por S.S.
Juan Pablo II.
Si usted tiene información relevante para la canonización
de la Beata Ana Rosa, contacte a: Sr.
Anna Angela Florio, FSA Figlie di S. Anna
Via Merulana, 177 00185 Roma, ITALIA
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