miércoles, 16 de noviembre de 2011

Oración de quietud

Monje Trapense en oración

Monje Trapense en oración

Amado hijo en Cristo.

Me apresuro a responderte porque el invierno se torna inclemente con rapidez y no es justo que tengamos a nuestro buen novicio mensajero de aquí para allá con este clima.

Me dices que te aconseje sobre la meditación, que no te decides por un método y que aunque todavía no ves mucho fruto persistes en repetir el Santo Nombre. Que cuando estás solo en la celda o en el oratorio te cuesta más que cuando Lo invocas en medio de la actividad.

Te contesto inevitablemente desde mi propia experiencia en la confianza de que pueda servirte:

Antes que nada, déjame decirte que si andas esperando lo que llamas “los frutos” de la oración, estos van a tardarse en venir. La expectativa es un ruido en tu mente que impedirá el acceso al gozo, cuenta con ello. Es imprescindible que dejes el tema de “la cosecha” enteramente en manos de Dios. Debes aplicarte a la repetición de la frase elegida o del Santo Nombre, poniendo tu atención y esfuerzo en que lo que digas coincida con lo que sientas, llamando a la Sagrada Presencia y esperándola con el corazón.

Quiero decirte… si nombras a Jesucristo, al nombrarlo debes llamarlo, como llamas a un monje hermano en medio del campo de la siega; ¡hermano Raúl! ¡ven aquí! y ¿qué haces cuando llamas así? miras en su dirección y ves si te ha escuchado. Si lo ves que sigue sin percatarse de tu grito, vuelves a lanzarlo una y otra vez hasta que te escuche.

En el templo de tu interior, debe resonar el Santo Nombre y hacerse ecos sucesivos. Lo nombras suave, lo nombras fuerte, lo gimes, lo gritas, tu corazón debe ponerse al mando de la oración y desnudarse a través del nombre de Jesucristo.

Bien firme el cuerpo ante el icono en tu celda o ante el sagrario en la capilla, puedes comenzar atendiendo a tu respiración, a como se calma lentamente luego del ajetreo del que vienes. Sin querer casi escucharás latidos sordos, rumores de la sangre que viene y va dando vida a tu cuerpo.

Allí debe empezar a resonar la repetición continua del nombre de Cristo. Lo importante aquí es que el que repita sea tu corazón y me refiero a que tu emoción lo llame y no tu deber, tu intelecto o la obligación que te has impuesto. El nombre del Señor ha de decirse con el corazón en la mano, con el dolor o la alegría que padeces.

Si llegando al oratorio o recogido en la celda te sientas buscando la oración incesante y adviertes que la sequedad es total, que no tienes devoción alguna, que te agobia el sueño o alguna otra apetencia, en fin, que no tienes el estado que quisieras tener para orar; es allí, en ese momento, donde se hace más fácil la entrada en el corazón.

Porque tomando la conciencia de ese estado miserable en que te encuentras, no negándola o queriendo elevarte tirando hacia arriba de tus propios cabellos, sino asumiendo la pena que te da el verte así, empieza a llamarlo. Desde allí, repite el nombre, desde el dolor.

Sé humilde, debes aceptar que el estado de ruido de tu mente y de apetencias corporales en que te hallas, no permite que percibas al Espíritu, sin embargo no dudes de que introduciéndose en ti, te va haciendo de nuevo en una verdadera metanoia. Y esto es así aún cuando no lo notes. Muchos han sentido los beneficios de un solo golpe y otros poco a poco.

¿Cómo saber si está actuando en ti el espíritu? ¿Repites el nombre de Jesucristo cada vez que puedes o te acuerdas? Entonces esta actuando, no lo dudes. A medida que pasa el tiempo vas necesitando mas o menos cosas?

Si tu vida va haciéndose sencilla, si cada vez necesitas menos, en todo sentido, el espíritu está actuando, aún sino percibes ninguna manifestación extraordinaria.

Me dices que vives esperando la luz tabórica, la manifestación extraordinaria, la luminosidad del espíritu según has leído que sucede a algunos. Debes preguntarte: ¿Soy digno de esas gracias? Solamente quién con toda sinceridad se considera indigno por la conciencia de su debilidad y mezquindad, estaría en condiciones de recibirlas; pero ese, ya no las espera, porque no concibe que a él se le concedan. Ese, solo espera la purificación, el perdón de las faltas. Espera quedar limpio.

Vivimos en la ignorancia de nosotros mismos. Por eso es muy útil quedarse quieto, para poder vislumbrar el caótico mundo interno y darnos cuenta del estado en que nos hallamos. A muchos les causa tal horror el primer vistazo, que corren presurosos a embarcarse en alguna actividad extenuante para no tener ni tiempo de mirarse.

Han dicho varios santos, que cuando uno llega a conocerse a si mismo, se vuelve humilde, necesariamente.

Orando en quietud, uno se conoce y al conocerse se espanta y al espantarse ruega por redención y misericordia. Pero, ¿cómo conocerse?

Debes tratar de inmovilizar al cuerpo. Si verdaderamente lo intentas verás el mundo interior que bulle por moverlo. Verás lo difícil que es mantenerlo quieto.

Primero por innumerables escozores, dolores, molestias, pulsiones, deseos de acomodarse de otro modo… Después, cuando acostumbras al cuerpo a cierta posición y cuando acostumbrado a ignorar esas sensaciones, permaneces quieto, surgirán ante tu vista los movimientos de la mente, cantidades enormes de constantes movimientos de deseos, consideraciones, diálogos interiores, imágenes de todo tipo, recuerdos y demás cuestiones que desfilarán ante tu vista interna compensando la quietud del cuerpo con movimiento mental; pero al igual que lo hiciste con el físico, no debes ahora ceder al movimiento de lo mental, no sigas sus caminos. Ignora esas divagaciones y vuelve a la oración con mayor énfasis.

Repite el nombre o la oración que hayas elegido y ante cada tendencia de la mente por apartarse de ella, vuelve a la repetición. No te reproches, no te enojes, no te quejes, solo vuelve al Nombre.

Te pido que tengas en cuenta algo fundamental en esta lucha: No es con tensión que ganarás la batalla sino al contrario, con entrega y abandono y distensión. Parece contradictorio pero no lo es. Debes mantener inmóvil al cuerpo o lo más inmóvil que puedas, pero habiéndote abandonado antes a la voluntad divina, te relajas. Es un decir “aquí estoy Señor, tu sabes lo que quiero intentar, ayúdame…y te relajas, te entregas a la inmovilidad creciente.

El enfrentamiento esta en sostener tu intención de permanecer en oración. A veces mirar fijamente los ojos del Señor en el icono o la luz del sagrario me han ayudado, a modo de anclas, para retener ese impulso.

La oración continua de la repetición del Nombre de Jesús, también llamada la oración del corazón, es sin duda el método que te sugiero, porque es el camino que a mi me ha servido para situarme en Su Presencia.

Verás si tienes paciencia, que llega un momento en el que hasta dejas de repetir el Nombre de Cristo, porque te sentirás junto a Él. Un nuevo estado, evidenciado por una inequívoca sensación de calma profunda a la vez que de fuerte vitalidad se instalará y ese modo de ser y estar será uno con el Nombre, que ni dirás ni dejarás de decir, porque en cierto modo tu y el nombre serán lo mismo.

No quiero despedirme sin hacer mención a lo que me comentas sobre tu abatimiento debido a esas calumnias que han llegado a tus oídos y que te tienen por objeto. ¡Ignóralas! No seas eco de la futilidad ajena. Ni te opongas, ni aceptes, nada digas sobre lo que no te incumbe. Porque no te incumbe lo que digan de ti, sino lo que vivas ante el Señor.

Tu abatimiento muestra que sitúas el contento en la imagen que tienen de ti y no en tu certeza de la vida eterna. Sigue construyendo como hasta ahora una iglesia en tu interior donde se canten perpetuas alabanzas. Esa es tu única y verdadera obra, lo demás aún en justicia, distrae.

Me despido sabedor de que pasarás este mal trago, convencido que Su misericordia te abarca como nos abarca a todo

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