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jueves, 17 de noviembre de 2011

Necesidad del Espíritu Santo


Christ in Gethsemane

Christ in Gethsemane

La religión Cristiana, de los que seguimos a Cristo Jesús, el redentor del mundo, es una religión del milagro. Una religión de la presencia del Espíritu Santo; de esa fuerza que primero en la actividad de Jesús y luego en la de los Apóstoles, irrumpe en medio de lo cotidiano de manera extraordinaria, mutando las leyes de lo posible.

Leer los Evangelios, es asistir a una permanente muestra del poder de Dios, actuando en el mundo habitual de los hombres, transformándolo.

Jesucristo cura a los enfermos y lo hace de una manera especialísima; limpiándolos de sus pecados. Que la enfermedad del cuerpo está asociada al pecado del alma queda muy claro y que la acción del Espíritu Santo puede trascender incluso las leyes de la vida y de la muerte también.

Nuestra religión, se expandió a costa de las persecuciones y luego gracias a ellas merced a la dispersión forzosa generada por la oposición. Se expandía sin remedio para los que se oponían, debido a esta acción del Espíritu Santo que provocaba curaciones y señales prodigiosas al paso de los apóstoles, dotándolos de diversos carismas, todos llamativos y sorprendentes, por no ser propios del plano de manifestación en el que nos movemos habitualmente.

La historia de la iglesia, muestra claramente una desaparición progresiva de esta acción del Espíritu Santo, salpicada aquí y allá de Su fuerte presencia, en unos pocos, depositarios de ese maravilloso don proveniente de La Santísima Trinidad.

Aquí un Santo y sus discípulos, allá una Santa, luego una fundación y otra, siempre puestas en marcha por eminencias espirituales que han sido receptores de esta gracia inestimable.

Pareciera ser, que se necesita en la persona cierta preparación que lo haga posible receptor del Espíritu Santo y, a la vez, este don es dado según la voluntad Divina donde quiere, mas allá de cualquier acción humana. El viento sagrado sopla donde quiere pero uno puede ponerse en posición de recibirlo también, en esa sutil disposición.

Pentecostés, no se produce inmediatamente, sino que hubo una permanencia previa en oración e intensa comunión entre los primeros cristianos. Luego, la imposición de manos muestra una vía para recibir el Espíritu, a través de aquellos que lo portan y que voluntariamente lo transmiten. Pero no a cualquiera, sino al que es apto moralmente, como se observa en el caso de Simón, el mago.

En el Pentecostés de los gentiles, parece ser la presencia de un inspirado por El Espíritu (Pedro) y la atenta y dispuesta escucha del centurión y sus amigos lo que “llama” la presencia o la que “permite” su descenso.

En síntesis, la lectura de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, deja muy en claro, sin necesidad de generar elípticas interpretaciones, que la persona de Cristo Jesús Mesías, evidenciaba su filiación divina mediante claros signos y señales, asociadas a la curación de los cuerpos y las almas, a una purificación de los pecados.

También, que El Espíritu Santo enviado por Cristo desde el seno mismo de la Santísima Trinidad, en comunión con la persona del Padre, desciende sobre los que le siguen permitiendo a estos; si actúan en Su Nombre, obrar los mismos carismas e incluso otros, numerosos, para edificación y conversión del prójimo.

Este espíritu que se manifiesta donde quiere, muestra sin embargo un patrón de manifestación, relacionado a la oración continua, a la comunión apostólica, a una profunda devoción por la persona de Cristo y a una identificación con su causa de redención.

Este Espíritu Santo provoca conversiones masivas, motivadas no solo por la manifestación de extraordinarios signos, sino también por la elocuencia que tienen aquellos que lo portan, verbosidad santa que penetra los corazones y los transforma. Esto es muy notorio en toda la tarea apostólica de Pedro y de Pablo, por ejemplo.

Pero sucede que cuando los hombres dejan de escuchar la inspiración del espíritu, a medida que su vida deja de adecuarse a la enseñanza de Cristo; este empieza a declinar en su presencia entre los hombres, mostrándose en la misma proporción, lo que podemos llamar línea de desvío de la enseñanza.

En ocasiones será una desviación teórica (múltiples herejías) en otra de la práctica (laxitud de vida).

No en vano, los Padres del desierto se apartaron del grueso de los fieles, huyendo literalmente al desierto, intentando conservar vivo el Espíritu originario. Y es posible ver en ellos, en su historia y relatos, como esta Presencia extraordinaria y salvífica actuaba todavía en sus vidas para bien de innumerables almas.

Mucho tiempo ha pasado desde entonces y múltiples quebrantos ha sufrido el cuerpo místico de Cristo, a través de cismas y reformas y mucha degradación muestra el mundo, dominado hoy mas que nunca por la oscuridad y el pecado.

Mi pregunta: ¿Es posible que nuestra Iglesia vuelva a Ser de Cristo? y con esto quiero decir…¿a que viva en ella el Santo Espíritu que la cohesionó e hizo expandirse en sus orígenes? Y, si esto es posible, ¿que debemos hacer nosotros para que lo sea?

Estas preguntas son fundamentales, hoy mas que nunca, en una época donde parece triunfar el nihilismo y la alienación consumista. Porque si en un grupo de cristianos actuales, irrumpiera un nuevo pentecostés, genuino; que mostrara claramente los signos que en los principios difundieron la Buena Nueva, se acabarían las discusiones y las divisiones en la iglesia.

Porque ya no sería cuestión de si tienen razón los tradicionalistas o los “progresistas”, de si hay que hacer esto o lo otro; ni siquiera sería un tema que pudieran manejar las jerarquías…si El Espiritu Santo habitara nuevamente entre nosotros, sería una experiencia profundamente conmovedora no sólo para los que lo recibieran sino para los que presenciaran sus manifestaciones.

Imaginen la autenticidad de ese bautismo…el poder legítimo de ese apostolado. Aunque la ciencia se ha entronizado como diosa, es una diosa débil que sucumbiría ante las verdaderas manifestaciones del Espíritu Santo. El problema no está en si este o aquél ritual, sino en si el rito efectivamente transmite lo que pretende transmitir.

Y ya sabemos lo que son los pseudo-carismas, nos basta la observacion de las iglesias protestantes en su vertiente evangélica, esa mezcla de show de circo con marketing de ventas piramidal…si el Espíritu Santo estuviera allí curando a los enfermos hace tiempo que el planeta entero hubiera abrazado esa vertiente.

Leyendo los Evangelios y los Hechos de los apóstoles, uno observa como había una conversión profunda de los oyentes gracias a la predicación inflamada por el Espíritu y una curación verdadera y sin trucos operada por esa misma fuerza santa.

Se curaba el alma y el cuerpo; se convertían las gentes a una vida nueva porque los transmisores vivían una vida nueva en ellos mismos, que les venía de Dios. Ellos vivían en sí mismos una experiencia de lo Divino…

¡Oh Señor…envía tu espíritu !

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