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jueves, 17 de noviembre de 2011

de la Acción y el Sentimiento


El espíritu alumbra en el silencio

Ermita en el camino

…Respecto de la acción, importa mucho saber que es lo que busco con ella, el deseo que lleva inscripto en su interior. Lo que la motiva es en verdad lo que hacemos cuando actuamos.

Es fundamental la transparencia, la verdad en la acción. Debe coincidir la motivación interior con aquello que se ve en mi actuar, sino habrá doblez e hipocresía.

Lo que hagamos debe ser útil en el presente y en el futuro y no generarse nunca una contradicción entre estos tiempos. Porque de ninguna manera el fin justifica los medios y porque tampoco es importante solo el ahora sino también las consecuencias que derivan hacia el mañana.

Todo lo que hagamos ha de poder realizarse ante la vista de Dios y de los semejantes, de otro modo no se debe hacer, porque esconde en sí algo que nos avergüenza. Esta vergüenza es signo de un alerta de la conciencia.

Cuando Adán y Eva se cubren no esconden sus cuerpos sino el deseo que los posee y los avergüenza.

Toda acción que efectuemos debe acercarnos a Dios, debe acercar a Dios a un ocasional testigo y su sentido debe estar mas allá del resultado de la misma.

El precepto evangélico de Lucas 6, 31 es la regla de oro de toda conducta: “Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten”.

Aquí trabajamos para que nuestra acción sea adoración o servicio a los hermanos sin considerar claro las de necesidad ineludible.

Vivir orando permite unir los tres componentes.

Todo sentimiento o emoción es un movimiento interior que se revela en la acción.

Lo que sentimos ante el otro, al mirar al otro, al tratarlo, es un tipo de hacer profundo que aunque velado por las apariencias, constituye la verdadera acción que estamos efectuando.

…por eso, por ejemplo, dar limosna sintiendo asco, es en espíritu y en verdad, rechazar al otro; lo apartamos interiormente y solo secundariamente le estaríamos dando limosna.

Debemos llegar a sentir amor y esto enteramente como “deber-ser” supremo, no es mas que amar a Dios que se manifiesta en todo lo creado, mas allá del momento particular de ese ser que observamos o de dicha esfera de su obra.

Se debe llegar a sentir amor, por todo y todos sin impostación alguna, de dentro hacia afuera, siempre. Eso buscamos, por eso trabajamos y ello imploramos. Porque ese estado evidencia en uno la presencia de Cristo.

Ha de empezarse dejando de sostener los odios y las comparaciones. Esas afirmaciones mentales que me encumbran en detrimento de los demás, de esos que critico y acuso.

No sirve ceder por fuera y seguir sosteniendo la misma opinión interiormente. Es preciso renunciar a todo juicio, mirando siempre la viga en el propio ojo y solo en ello concentrarnos.

Si no siento amor, no veo a Dios en el otro. El Creador sabe que ese otro existe, sostiene y permite la continuidad de su vida y además esta permitiendo la ocurrencia de la situación que vivo y que me mortifica con ese prójimo.

Debemos preguntarnos siempre: ¿Para qué permite esta situación El Señor? Aunque no venga a nosotros una respuesta clara rápidamente, sabemos que no será para que convirtiéndonos en esclavos de la pasión la rechacemos coléricos.

¿Será para que manifestemos el amor de Cristo? ¿Será que me toca ser prisma de la luz redentora? o quizás a la inversa: ¿Me mostrará aquél que juzgo y rechazo un nuevo aspecto del rostro de Dios?

Si Dios permite y sostiene nuestras vidas y situaciones, no es creíble que Él ame a uno mas que a otro, porque sería creer en un Dios mudable, que sufre vaivenes de ánimo ante la conducta humana.

Una cosa son las alegorías y la simbología y la sígnica sagrada de La Biblia (part. del A. T.) y otra cosa es el inmutable Ser de Dios.

Debemos tratar de hacer según la enseñanza de Cristo y de actuar en la Presencia de Dios, que ve lo que oculta el corazón, sin doblez, con pureza de acción. Seguimos un camino recto y simple, por ello silencioso. La acción pura no estorba, es silencio.

Y tratemos de acercar nuestros sentimientos al amor, empezando por no defender antagonismos, no sostengamos la oposición o el rechazo, llevemos al “enemigo” al altar de nuestra oración. Cuando nos hincamos en adoración, antes que nada presentemos a los por nosotros rechazados, los odiados, los criticados, aquellos que hemos expulsado de nuestro corazón.

Muchas veces la mente emite juicios y el corazón arde en adhesión a ellos; entronizados en la soberbia, olvidamos nuestras propias debilidades.

Venir a vivir aquí lejos del mundo, implica para nosotros la necesidad de reconciliarnos con todo lo vivido. No se puede permanecer aquí sin amar todo aquello que vivimos y todo aquello que dejamos. No venimos aquí por odio al mundo sino por afán de Dios, por búsqueda de eternidad.

La crítica, la murmuración no deben formar parte de nuestra comunidad y de nuestro mundo espiritual. Es un hábito habitual en el mundo, ponerse a hablar de los demás, afirmándose así en el propio ego, descargando tensiones mientras se lapida al semejante con la lengua. Eso no sucede aquí.

…porque odiar es dar energía a aquello que se rechaza y en cierto modo sostenerlo vivo. No odiar, abandonar. Entonces el corazón se recupera íntegro.

Abandonemos entonces toda crítica, toda afirmación que niegue lo ajeno, dediquémonos a buscar, encontrar y abrazar al Señor que mora en nuestros corazones.

…porque si amo a Cristo, lo amo todo entero. Con su humanidad y su divinidad y con sus momentos difíciles al igual que en la resurrección y ascensión. Lo amamos en el esplendor de la gloria y también cuando gime por sentirse abandonado.

Un vil asesino: alguien que no ha encontrado a Cristo vivo en él y escondido en cada cosa.

Un santo: alguien que Lo ha encontrado y que ha develado como, cada paso biográfico, era un escalón hacia la gracia de la existencia espiritual.

Decimos entonces que la acción es una expresión del sentimiento y del pensamiento y que lo mental y lo emocional son en si mismos una forma de acción e influencia en los demás. Recordemos que ya desear es cometer adulterio… por lo cual, nos preocupamos aquí no solo de seguir la regla exteriormente sino en el espíritu.

Si encuentran dificultades, no teman, acudan al Hno. asignado para ayudarles en su camino de ascensión. La puerta es estrecha pero no tiene porqué atravesarse sin ayuda.

La palabra amor a sido dañada, vituperada, pisoteada. Suele confundírsela con apego, con compasión, con ternura, con mera lacrimosidad o sentimentalismo.

No somos quienes para definir correctamente la palabra amor, pero nos basamos en una concepción simple que dice:

Amo cuando deseo el bien del otro. Me amo a mi mismo cuando deseo mi propio bien. Ama al prójimo como a ti mismo…vive deseando el bien.

No hay mayor bien que encontrar a Dios en el corazón, escondido en nosotros mismos. Desear que El Espíritu Santo alumbre en nuestros corazones y en el de todos, esa es nuestra tarea principal y esta muy a la mano, es un movimiento de la emoción en dirección correcta.



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