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miércoles, 31 de agosto de 2011

Apóstoles de Jesús



ApóstolesEtimología: del latín, apostolus; griego, apostolos, uno que es enviado.

Apóstol: Un mensajero autorizado para representar a quien lo envía.

12 Apóstoles

Según su uso mas amplio en el Nuevo Testamento, se refiere a los seguidores de Jesucristo que comunican su Evangelio. En el sentido mas preciso, se refiere a la comunidad de los 12 que El escogió como discípulos íntimos durante su vida pública. Estos son llamados discípulos hasta la Ascensión, y después se les llama siempre Apóstoles.

Los Apóstoles fueron ordenados por Jesús en la Ultima Cena como sacerdotes y recibieron de El la comisión de predicar el Evangelio en todo el mundo (Mateo 28, 19-20). Todos lo abandonaron ese mismo día, cuando unos de entre ellos, Judas, lo traicionó. Mas tarde fueron testigos de la Resurrección de Jesús y en Pentecostés recibieron poder para entender y actuar según el Evangelio. Judas fue remplazado por Matías como Apóstol.

Los Apóstoles son los primeros pastores de la Iglesia, bajo Pedro, el jefe de los Apóstoles. Ellos a su vez eligieron a otros pastores, dando así comienzo la sucesión apostólica que es uno de los signos de la verdadera Iglesia.

Apóstoles de Jesús


San Pedro
(Príncipe de los Apóstoles)

I. HASTA LA ASCENCIÓN DE CRISTO

Betsaida

El nombre verdadero y originario de San Pedro era Simón, que aparece a veces como Simeón. (Hechos 15:14; II Pedro 1:1). Era hijo de Jonás (Juan) y nacido en Betsaida (Juan 1:42, 44), un pueblo junto al Lago de Genesaret, de cuya ubicación no hay certeza, aunque generalmente se lo busca en el extremo norte del lago. El Apóstol Andrés era su hermano, y el Apóstol Felipe provenía del mismo pueblo.


Cafarnaúm

Simón se estableció en Cafarnaúm, donde vivía con su suegra en su propia casa (Mateo 8:14; Lucas 4:38) al tiempo de comenzar el ministerio público de Cristo (alrededor del 26-28 D.C.). Por ende, Simón era casado y, según Clemente de Alejandría (Stromata, III, vi, ed. Dindorf, II, 276), tenía hijos. Por el mismo escritor nos llega la tradición sobre que la esposa de Pedro sufrió el martirio (ibid., VII, xi ed. cit., III, 306). Respecto de estos hechos, adoptados por Eusebio (Hist. Eccl., III, xxxi) a partir de Clemente, la antigua literatura Cristiana que ha llegado hasta nosotros guarda silencio. Simón se dedicó en Cafarnaúm al lucrativo quehacer de pescador en el Lago de Genesaret, poseyendo su propio barco (Lucas 5:3).

Encuentro de Pedro con Nuestro Señor

Al igual que tantos de sus contemporáneos Judíos, a él lo atraía la prédica de penitencia del Bautista y junto a su hermano Andrés, estaba entre los seguidores de Juan en Betania, sobre la margen oriental del Jordán. Cuando, luego que el Alto Consejo hubo mandado por segunda vez enviados al Bautista, éste señaló a Jesús que pasaba, diciendo, "He ahí al Cordero de Dios", siguiéndolo Andrés y otro discípulo al Salvador a su residencia y permaneciendo por un día con Él.

Más tarde, encontrando a su hermano Simón, Andrés le dijo "Hemos hallado al Mesías", y lo llevó hasta Jesús, quien, fijando su mirada en él, le dijo: "Tú eres Simón el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas, que se interpreta como Pedro". Ya en este primer encuentro, el Salvador anticipó el cambio del nombre de Simón por Cefas (Kephas; Arameo Kipha, roca), que es traducido como Petros (Latín, Petrus), probando que Cristo tenía ya miras especiales respecto de Simón. Más adelante, probablemente al tiempo de su llamado definitivo al Apostolado junto a los otros once Apóstoles, Jesús dio a Simón el nombre de Cefas (Petrus), tras lo cual era llamado generalmente Pedro, en especial por Cristo en la ocasión solemne que siguió a la profesión de fe de Pedro (Mateo 16:18; cf. abajo). Los Evangelistas suelen combinar ambos nombres, mientras que San Pablo usa el nombre Cefas.

Pedro se convierte en discípulo

Luego del encuentro inicial, Pedro y los otros primitivos discípulos permanecieron con Jesús por algún tiempo, acompañándolo a Galilea (Bodas de Caná), Judea y Jerusalén, para volver por Samaría a Galilea (Juan, ii-iv). Aquí Pedro retomó su tarea de pescador por un breve lapso, pero pronto recibió el llamado definitivo del Salvador para ser uno de Sus discípulos permanentes. Pedro y Andrés estaban trabajando en el momento de ser convocados cuando Jesús los halló y dijo: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres". En la misma ocasión fueron convocados los hijos de Zebedeo (Mateo 4:18-22; Marcos 1:16-20; Lucas 5:1-11; se asume que Lucas aquí se refiere a la misma ocasión que los otros Evangelistas). Desde entonces Pedro permaneció siempre en la vecindad inmediata de Nuestro Señor. Luego del Sermón de la Montaña y de curar al hijo del Centurión en Cafarnaúm, Jesús vino a casa de Pedro y sanó a la madre de su esposa, que estaba enferma de una fiebre (Mateo 8:14-15; Marcos 1:29-31). Poco después Cristo eligió a Sus Doce Apóstoles como compañeros constantes al predicar el Reino de Dios.

Creciente elevación de entre los Doce

Pedro pronto sobresalió de entre los Doce. Aunque de carácter indeciso, se aferra al Salvador con la mayor fidelidad, firmeza de fe y amor íntimo; atropellado tanto de palabra como en sus actos, está lleno de fervor y entusiasmo, aunque de momento fácilmente accesible a influencias externas e intimidable por las dificultades. Cuanto mayor relieve toman los Apóstoles en la narrativa Evangélica, tanto más se destaca Pedro como el primero entre ellos. En la lista de los Doce en ocasión de ser llamados solemnemente al Apostolado, no sólo aparece siempre a la cabeza Pedro, sino que se enfatiza el apodo Petrus que Cristo le diera (Mateo 10:2): "Duodecim autem Apostolorum nomina haec: Primus Simon qui dicitur Petrus. . ."; Marcos 3:14-16: "Et fecit ut essent duodecim cum illo, et ut mitteret eos praedicare . . . et imposuit Simoni nomen Petrus"; Lucas 6:13-14: "Et cum dies factus esset, vocavit discipulos suos, et elegit duodecim ex ipsis (quos et Apostolos nominavit): Simonem, quem cognominavit Petrum . . .". En varias ocasiones Pedro habla en nombre de los demás Apóstoles (Mateo 15:15; 19:27; Lucas 12:41, etc.). Cuando las palabras de Cristo son dirigidas a todos los Apóstoles, Pedro responde en nombre de ellos (e.g., Mateo 16:16). Con frecuencia el Salvador se dirige en especial a Pedro (Mateo 26:40; Lucas 22:31, etc.).
Muy característica es la expresión de verdadera fidelidad a Jesús que Pedro le dirige en el nombre de los otros Apóstoles. Luego de haber hablado sobre el misterio de la recepción de Su Cuerpo y de Su Sangre (Juan 6:22 sqq.) y de ver que muchos de Sus discípulos lo dejaban, Cristo preguntó a los Doce si ellos también lo abandonarían; La respuesta de Pedro surge de inmediato "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tu tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Vulg. "tú eres el Cristo, el Hijo de Dios "). Cristo mismo inconfundiblemente acuerda una precedencia especial a Pedro y el primer lugar entre los Apóstoles, designándolo así en varias ocasiones. Pedro fue uno de los tres Apóstoles (con Santiago y Juan) que estuvieron con Cristo en ciertas ocasiones especiales, la elevación de la hija de Jairo de entre los muertos (Marcos, v, 37; Lucas, viii, 51); la Transfiguración de Cristo (Mateo., xvii, 1; Marcos, ix, 1; Lucas, ix, 28), la Agonía en el Huerto de Getsemaní (Mateo. xxvi, 37; Marcos, xiv, 33). También en varias ocasiones Cristo lo prefirió por encima del resto: sube a la barca de Pedro en el Lago Genesaret para predicar a la multitud en la orilla (Lucas, v, 3); cuando Él caminaba milagrosamente sobre las aguas, llamó a Pedro para que cruzase hacia Él por el Lago (Mateo, xiv, 28 sqq.); Él lo mandó al lago a capturar el pez en cuya boca Pedro encontró el estáter para pagar como tributo (Mateo, xvii, 24 sqq.).

Pedro se vuelve Cabeza de los Apóstoles

De una manera especialmente solemne, Cristo acentuó la precedencia de Pedro entre los Apóstoles cuando, luego que Pedro lo reconoció como el Mesías, Él le prometió que encabezaría a Su rebaño. Jesús moraba entonces con Sus Apóstoles en la proximidad de Cesarea de Filipo, ocupado en su tarea de salvación. Como la venida de Cristo coincidía tan poco en poder y gloria con las expectativas del Mesías, circulaban muchos criterios respecto de Él. Al viajar con Sus Apóstoles, Jesús les pregunta: "Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre" Los Apóstoles contestaron: "Unos, que Juan el Bautista, otros, que Elías, otros que Jeremías, o uno de los profetas". Jesús les dijo: "Pero ¿quién dicen ustedes que soy yo?" Simón dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús replicando le dijo: "Bienaventurado eres Simón Bar-Jona, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro [Kipha, una roca], y sobre esta piedra [Kipha] edificaré mi iglesia [ekklesian], y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo (Mateo, xvi, 13-20; Marcos, viii, 27-30; Lucas, ix, 18-21).

Mediante la palabra "piedra" el Salvador no debe haberse referido a Sí mismo, sino sólo a Pedro, como es mucho más evidente en Arameo, donde la misma palabra (Kipha) se usa para "Pedro" y "roca". Su expresión sólo admite entonces una sola explicación, que es, que Él desea hacer de Pedro la cabeza de toda la comunidad de aquéllos que creyeran en Él como el verdadero Mesías, que por este cimiento (Pedro) el Reino de Cristo sería inconquistable; la guía espiritual de los fieles fue puesta en manos de Pedro, como el representante especial de Cristo. Este significado se torna tanto más claro cuando recordamos que las palabras "atar" y "desatar" no son metafóricas, sino términos jurídicos Judíos. También queda claro que la posición de Pedro entre los otros Apóstoles y en la comunidad cristiana era la base del Reino de Dios en la tierra, es decir, la Iglesia de Cristo. Pedro fue instalado por Cristo en Persona como Cabeza de los Apóstoles. Este fundamento creado para la Iglesia por su Fundador no podía desaparecer con la persona de Pedro, sino que la intención era que continuase, y continuó (como lo demuestra la historia real) en el primado de la Iglesia Romana y sus obispos. Es completamente incongruente e insostenible en sí misma la posición de los Protestantes que (a la manera de Schnitzer en tiempos recientes) afirman que la primacía de los obispos Romanos no puede ser deducida de la precedencia que Pedro guardaba entre los Apóstoles. Así como la actividad esencial de los Doce Apóstoles de construir y extender la Iglesia no desapareció completamente con sus muertes, es seguro que tampoco se desvaneció por completo la Primacía Apostólica de Pedro. Según la intención de Cristo, debe haber continuado su existencia y desarrollo en una forma apropiada al organismo eclesiástico, así como el oficio de los Apóstoles continuó de una manera apropiada. Se han levantado objeciones respecto de la autenticidad de las palabras en el pasaje, pero el testimonio unánime de los manuscritos, los pasajes paralelos en los otros Evangelios, y el credo firme en la literatura pre-Constantina aportan las pruebas más seguras de autenticidad y de lo inalterable del texto de Mateo (cf. "Stimmen aus MariaLaach", I, 1896,129 sqq.; "Theologie und Glaube", II, 1910,842 sqq.).

Su dificultad con la Pasión de Cristo

No obstante su fe firme en Jesús, Pedro no tenía aún claro conocimiento de la misión y labor del Salvador. En especial los padecimientos de Cristo, contradictorios con su concepción mundana del Mesías, le resultaban inconcebibles, y esta concepción errónea produjo ocasionalmente la aguda reprobación de Jesús (Mateo, xvi, 21-23, Marcos, viii, 31-33). El carácter indeciso de Pedro, que continuó no obstante su fidelidad entusiasta a su Maestro, se reveló claramente en conexión con la Pasión de Cristo. El Salvador ya le había dicho que Satanás había deseado que fuese él cribado como trigo. Pero Cristo había rogado por él, para que su fe no desfallezca y, habiendo sido convertido, confirme a sus hermanos (Lucas, xxii, 31-32). La afirmación de Pedro, sobre que estaba listo para acompañar a su Maestro a prisión y muerte, provocó que Cristo predijera que Pedro lo negaría (Mateo, xxvi, 30-35; Marcos, xiv, 26-31; Lucas, xxii, 31-34; Juan, xiii,3338). Cuando Cristo procedió a lavar los pies de Sus discípulos antes de la Última Cena y se dirigió primero a Pedro, éste protestó al principio, pero al declarar Cristo que de otro modo no tendría parte con Él, dijo de inmediato: "Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza " (Juan, xiii, 1-10). En el huerto de Getsemaní Pedro debió soportar el reproche del Salvador por haber dormido como los otros, mientras su Maestro sufría una angustia mortal (Marcos, xiv 37). Al ser prendido Jesús, en un arranque de ira Pedro quiso defender a su Maestro por la fuerza, pero se le prohibió. De manera que al principio huyó con los otros Apóstoles (Juan, xviii, 10-11; Mateo, xxvi, 56); entonces volviendo siguió a su Señor cautivo al patio del Sumo Sacerdote, negando allí a Cristo, afirmando en forma explícita y jurando que no lo conocía (Mateo, xxvi, 58-75; Marcos, xiv, 54-72; Lucas, xxii, 54-62; Juan, xviii, 15-27). Esta negativa se debía, por cierto, no a una falta de fe interior en Cristo, sino a miedo y cobardía exterior. Su pesar fue de esta forma mayor, cuando al dirigirle la mirada su Maestro, reconoció claramente lo que había hecho.

El Señor Resucitado confirma la precedencia de Pedro

A pesar de su debilidad, su lugar como cabeza de los Apóstoles fue confirmado más adelante por Jesús, y su precedencia no fue menos destacada luego de la Resurrección que antes. Las mujeres que fueron primeras en hallar el sepulcro de Cristo vacío, recibieron del ángel un recado especial para Pedro (Marcos, xvi, 7). Sólo a él de entre los Apóstoles se le apareció Cristo en el primer día luego de la Resurrección (Lucas, xxiv,34; I Cor., xv, 5). Pero lo más importante de todo, cuando se apareció junto al Lago de Genesaret, Cristo renovó la comisión especial a Pedro de alimentar y defender a su rebaño, después que Pedro hubo afirmado por tres veces su amor especial por su Maestro (Juan, xxi, 15-17). En conclusión, Cristo predijo la muerte violenta que habría de sufrir Pedro y, de esta manera, lo invitó a seguirlo de un modo especial (ibid., 20-23). De este modo Pedro fue llamado y entrenado para el Apostolado, e investido con el primado entre los Apóstoles, que ejerció de manera inequívoca luego de la Ascensión de Cristo al Cielo.


II. SAN PEDRO EN JERUSALÉN Y PALESTINA LUEGO DE LA ASCENSIÓN

Nuestra información sobre la temprana actividad Apostólica de San Pedro en Jerusalén, Judea y los distritos hacia el norte hasta Siria, se deduce principalmente de la primera parte de los Hechos de los Apóstoles, y es confirmada por las incidentales menciones colaterales en las Epístolas de San Pablo. De entre los muchos de Apóstoles y discípulos que, luego de la Ascensión de Cristo a los Cielos desde el Monte de los Olivos, retornaron a Jerusalén para aguardar el cumplimiento de Su promesa de enviar al Espíritu Santo, Pedro se destaca inmediatamente como el líder de todos, y es constantemente reconocido en adelante como cabeza de la comunidad Cristiana en Jerusalén. Él toma la iniciativa en la designación al Colegio Apostólico de otro testigo de la vida, muerte y resurrección de Cristo para sustituir a Judas (Hechos, i, 15-26). Luego de la venida del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés, Pedro imparte a la cabeza de los Apóstoles el primer sermón público para proclamar la vida, muerte y resurrección de Jesús, y gana un gran número de Judíos como conversos a la comunidad Cristiana (ibid. ii, 14-41). El primero de los Apóstoles en operar un milagro público, cuando entró al templo y curó a un hombre tullido en la Puerta Hermosa. A la gente que se amontonaba en su asombro alrededor de los dos Apóstoles, les predica un largo sermón en el Pórtico de Salomón y trae un nuevo incremento en el rebaño de creyentes (ibid., iii, 1-iv, 4).

En los subsiguientes interrogatorios a los dos Apóstoles ante el Gran Sanedrín de los Judíos, Pedro defiende de manera intrépida e impresionante la causa de Jesús y la obligación y libertad de los Apóstoles de predicar el Evangelio (ibid., iv, 5-21). Cuando Ananías y Safira intentan engañar a los Apóstoles y a la gente, Pedro se presenta como juez de su acción y Dios ejecuta la sentencia de castigo dictada por el Apóstol, causando la muerte súbita a los dos culpables (ibid., v, 1-11). Mediante numerosos milagros Dios confirma la actividad Apostólica de los creyentes en Cristo, habiendo también aquí mención especial de Pedro, ya que se registra que los habitantes de Jerusalén y ciudades vecinas llevaban a sus enfermos en sus lechos a las calles para que pudiese caer sobre ellos la sombra de Pedro y por ello ser curados (ibid., v 12-16). El siempre creciente número de fieles provocó que el supremo consejo Judío adoptara nuevas medidas contra los Apóstoles, pero "Pedro y los Apóstoles" responden que "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (ibid., v, 29 sqq.). No sólo en Jerusalén mismo fue que Pedro trabajó para cumplir la misión que le confió su Maestro. También retuvo conexión con otras comunidades Cristianas en Palestina y predicó el Evangelio tanto allí como en las tierras ubicadas más al norte. Cuando Felipe el Diácono había ganado una gran cantidad de creyentes en Samaría, Pedro y Juan fueron enviados a dirigirse allí desde Jerusalén para organizar la comunidad e invocar al Espíritu Santo que descendiera sobre los fieles. Pedro de presenta por segunda vez como juez en el caso del mago Simón, que desea adquirir de los Apóstoles el poder de invocar también él al Espíritu Santo (ibid., viii, 14-25). En el camino de regreso a Jerusalén los dos Apóstoles predicaban las gozosas nuevas del Reino de Dios. En adelante, luego de la partida de Pablo de Jerusalén y su conversión antes de Damasco, las comunidades Cristianas en Palestina fueron dejadas en paz por el consejo Judío.

Pedro encaró ahora un extenso viaje misionero, que lo llevó a las ciudades marítimas Lida, Joppe y Cesarea. En Lida curó al paralítico Eneas, en Joppe elevó a Tabitá (Dorcás) de entre los muertos, y en Cesarea, instruido por una visión tenida en Joppe, bautizó y recibió en la Iglesia a los primeros Cristianos no Judíos, al Centurión Cornelio y a su gente (ibid., ix, 31-x, 48). Al regreso de Pedro a Jerusalén un poco más adelante, los Judeo Cristianos estrictos que consideraban la adhesión estricta a la ley Judía como obligatoria para todos, le preguntaron por qué había entrado y comido en la casa de los incircuncisos. Pedro habla de su visión y defiende su acción, que fue ratificada por los Apóstoles y los fieles de Jerusalén (ibid., xi, 1-18).


Una confirmación del lugar acordado por Lucas en los Hechos a Pedro, lo aporta el testimonio de San Pablo (Gál. i, 18-20). Luego de su conversión y de tres años de residencia en Arabia, Pablo fue a Jerusalén "a conocer a Pedro". Aquí el Apóstol de los Gentiles claramente designa a Pedro como la cabeza autorizada de los Apóstoles y de la temprana Iglesia Cristiana. La larga residencia de Pedro en Jerusalén y Palestina pronto tocó a su fin. Herodes Agripa I inició (A.D. 42-44) una nueva persecución a la Iglesia en Jerusalén; después de la ejecución de Santiago, el hijo de Zebedeo, este gobernante hizo poner a Pedro en prisión, con la intención de también hacerlo ejecutar cuando hubiere pasado la Pascua Judía. Pedro, no obstante, fue liberado de manera milagrosa, y dirigiéndose a casa de la madre de Juan Marcos, donde muchos de los fieles estaban reunidos para la oración, les informó sobre su liberación de manos de Herodes, les mandó que comunicasen el hecho a Santiago y los hermanos y entonces salió de Jerusalén para marchas "a otro lugar" (Hechos 12:1-18). Sobre la posterior actividad de San Pedro no recibimos más información desde las fuentes existentes, aunque poseemos breves noticias sobre ciertos episodios individuales de su ulterior vida.


III. VIAJES MISIONEROS EN ORIENTE; EL CONCILIO DE LOS APÓSTOLES

San Lucas no nos dice adónde fue Pedro luego de su liberación de la prisión en Jerusalén. De comentarios casuales sabemos que subsecuentemente él hizo largas giras misioneras en Oriente, aunque no se nos da pista alguna sobre la cronología de sus viajes. Es seguro que permaneció durante un tiempo en Antioquía; hasta puede haber retornado más allá varias veces. La comunidad Cristiana de Antioquía fue fundada por Judíos Cristianizados que habían sido sacados de Jerusalén por la persecución (ibid., xi, 19 sqq.). La residencia de Pedro entre ellos se prueba mediante el episodio que concierne a la observancia de la ley aún entre paganos Cristianizados, relatado por San Pablo (Gál., ii, 11-21). Los Apóstoles principales en Jerusalén-los "pilares", Pedro, Santiago y Juan-habían aprobado sin reservas el Apostolado de San Pablo a los Gentiles, mientras ellos por su parte tenían la intención de trabajar principalmente entre los Judíos. Mientras Pablo vivía en Antioquía (la fecha no puede ser determinada con certeza), San Pedro fue allá y se mezcló libremente con los Cristianos no-Judíos de la comunidad, frecuentando sus hogares y compartiendo sus comidas. Pero cuando los Cristianos Judíos llegaron a Jerusalén, Pedro, por temor a que por ello se escandalizasen estos rígidos observantes de la ley ceremonial Judía y su influencia con los Cristianos Judíos peligrase, evitó en lo sucesivo comer con los incircuncisos.
Su conducta impresionó grandemente a los otros Cristianos Judíos de Antioquía, al punto que hasta Bernabé, el compañero de San Pablo, ahora evitó comer con los paganos Cristianizados. Por ser esta acción totalmente opuesta a los principios y prácticas de Pablo y podría llevar a confusión entre los paganos conversos, este Apóstol reprochó públicamente a San Pedro, porque su conducta parecía indicar un deseo de impulsar a los conversos paganos a hacerse Judíos y aceptar la circuncisión y la ley Judía. Todo el incidente es otra prueba de la ubicación autoritaria de San Pedro en la temprana Iglesia, desde que su ejemplo y su conducta eran considerados decisivos. Pero Pablo, que acertadamente vio la incoherencia en la conducta de Pedro y los Cristianos Judíos, no titubeó en defender la inmunidad de los paganos conversos ante la ley Judía. Respecto de la actitud subsiguiente de Pedro en este tema, San Pablo no nos proporciona información explícita. Aunque es altamente probable que Pedro haya ratificado la contención del Apóstol de los Gentiles y se haya, en adelante, comportado como al principio hacia los paganos Cristianizados. Como principales opositores de su visión al respecto, Pablo menciona y combate en todos sus escritos solamente a los Cristianos Judíos extremos venidos "de Santiago" (i.e., de Jerusalén). Mientras que la fecha de este suceso, si antes o después del Concilio de los Apóstoles, no puede determinarse, es probable que haya ocurrido después (ver abajo).

La tradición tardía que existió tan atrás como a fines del siglo segundo (Orígenes, "Hom. vi in Lucam"; Eusebio, "Hist. Eccl.", III, xxxvi), sobre que Pedro fundó la Iglesia de Antioquía, indica el hecho que él trabajó por un largo período allí y quizá, vivió allí hacia el fin de sus días y entonces designó cabeza de la comunidad a Evodrius, el primero de la línea de obispos de Antioquía. Esta última versión explicaría de la mejor manera la tradición que se refiere a la fundación de la Iglesia de Antioquía por San Pedro.
Es también probable que Pedro haya proseguido sus trabajos Apostólicos en varios distritos del Asia Menor, porque sería raro suponer que pasó todo el período entre su liberación de la prisión y el Concilio de los Apóstoles ininterrumpidamente en una ciudad, fuere Antioquía, Roma u otra. Y dado que después dirigió la primera de sus Epístolas a los fieles en las Provincias del Ponto, Galacia, Capodocia y Asia, uno puede razonablemente presumir que él había trabajado personalmente en al menos ciertas ciudades de estas provincias, dedicándose principalmente a la Diáspora. La Epístola, no obstante, es de un carácter general y da poco indicio de relaciones personales con las personas a quienes a quienes está dirigida. No puede ser totalmente rechazada la tradición relatada por el Obispo Dionisio de Corinto (en Eusebio, "Hist. Eccl.", II, xxviii) en su carta a la Iglesia Romana bajo el Papa Sotero (165-74), sobre que Pedro (al igual que Pablo) había vivido en Corinto y plantado allí la Iglesia. Aún cuando la tradición debiera no recibir apoyo de la existencia del "bando de Cephas", que Pablo menciona entre otras divisiones de la Iglesia de Corinto (I Cor., i, 12; iii, 22), la estada de Pedro en Corinto (hasta en conexión con el plantar y gobierno de la Iglesia por Pablo) no es imposible. Que San Pedro realizó varios viajes Apostólicos (sin duda en este tiempo, especialmente ciando él no residía ya permanentemente en Jerusalén) se establece claramente por la afirmación genérica de San Pablo en (I Cor., i, 12; iii, 22), respecto del "resto de los apóstoles, y los hermanos [primos] del Señor, y Cephas", que estaban viajando por los alrededores en el ejercicio de su Apostolado.

Pedro retornó ocasionalmente a la inicial Iglesia Cristiana de Jerusalén, cuya guía fuera encomendada a Santiago, el pariente de Jesús, luego de la partida del Príncipe de los Apóstoles (A.D. 42-44). La última mención de San Pedro en los Hechos (xv, 1-29; cf. Gál., ii, 1-10) surge en la reseña del Concilio de los Apóstoles en ocasión de una visita tan efímera. Como consecuencia de los problemas causados a Pedro y Bernabé por los extremos Cristianos Judíos en Antioquía, la Iglesia de esa ciudad envió a estos dos Apóstoles con otros enviados a Jerusalén para obtener una decisión definitiva respecto de las obligaciones de los paganos conversos (ver JUDAIZANTES). Además de Santiago, estaban entonces (A.D. 50-51) en Jerusalén, Pedro y Juan. En el tratamiento y la decisión de esta importante cuestión, Pedro ejerció naturalmente una influencia decisiva. Cuando se había manifestado en la asamblea un gran divergencia de opiniones, Pedro pronunció la palabra decisiva. Mucho antes, de acuerdo al testimonio Divino, él había anunciado el Evangelio a los gentiles (conversión de Cornelio y los suyos); ¿por qué, entonces, intentar aplicar el yugo Judío al cuello de los paganos conversos? Después que Pablo y Bernabé relataron cómo Dios había trabajado entre los Gentiles a su alrededor, Santiago, el principal representante de los Cristianos Judíos, adoptó el criterio de Pedro y de acuerdo con él hizo propuestas que fueron expresadas en una encíclica a los paganos conversos.


Los sucesos de Cesarea y Antioquía, así como el debate en el Concilio de Jerusalén, revelan claramente la actitud de Pedro hacia los conversos del paganismo. Lo mismo que los otros once Apóstoles originales, él se consideraba llamado a predicar la Fe en Jesús primero entre los Judíos (Hechos, x, 42), de manera que el pueblos elegido por Dios pudiera compartir la salvación en Cristo, prometida primariamente a ellos y surgiendo de su seno. La visión en Joppe y la efusión del Espíritu Santo sobre Cornelio, el pagano convertido y su gente, determinaron que Pedro los admitiese de inmediato en la comunidad de los creyentes sin imponerles la ley Judía. En sus viajes Apostólicos fuera de Palestina, él reconoció en la práctica la igualdad entre los conversos Judíos y los Gentiles, tal como lo prueba su proceder original en Antioquía. Su distanciamiento de los conversos Gentiles, por consideración a los Cristianos Judíos de Jerusalén, de ninguna manera fue un reconocimiento oficial del criterio de los Judaizantes extremistas, tan opuestos a San Pablo. Esto es clara e indiscutiblemente establecido por su actitud en el Concilio de Jerusalén. Entre Pedro y Pablo no había diferencias dogmáticas en su concepción de la salvación para los Cristianos Judíos y Gentiles. El reconocimiento de Pablo como el Apóstol de los Gentiles (Gál., ii, 1-9) fue totalmente sincero y excluye todo interrogante sobre una divergencia fundamental de criterios. San Pedro y los otros Apóstoles reconocían a los conversos del paganismo como hermanos Cristianos en un pié de igualdad; Cristianos Judíos y Gentiles formaban un solo Reino de Cristo. Si Pedro dedicó la parte preponderante de su actividad Apostólica a los Judíos, esto surgió principalmente de consideraciones prácticas y de la posición de Israel como el pueblo elegido. La hipótesis de Baur sobre la existencia de corrientes opuestas de "Pedrismo" y de "Paulismo" en la primitiva Iglesia es absolutamente insostenible y totalmente rechazada hoy por los Protestantes.


IV. ACTIVIDAD Y MUERTE EN ROMA; SEPULCRO

Es un hecho histórico indisputablemente establecido que San Pedro trabajó en Roma durante la última parte de su vida y finalizó su vida terrenal por el martirio. En cuanto a la duración de su actividad Apostólica en la capital Romana, la continuidad o no de su residencia allí, los detalles y éxito de sus trabajos y la cronología de su arribo y de su muerte, todas estas cuestiones son inciertas y pueden resolverse solamente mediante hipótesis más o menos bien fundadas. El hecho esencial es que Pedro murió en Roma: esto constituye el fundamento histórico del reclamo de los Obispos de Roma sobre el Primado Apostólico de Pedro.

La residencia y la muerte de San Pedro en Roma son establecidas más allá de toda disputa como hechos históricos por una serie de claros testimonios, que se extienden desde el final del primer siglo hasta el final del segundo, proviniendo de varios países.
  • Que el modo y, por ende, el lugar de su muerte hayan sido conocidos en círculos Cristianos muy extendidos hacia el final del siglo primero, resulta claro a partir de la observación introducida en el Evangelio de San Juan, respecto de la profecía de Cristo sobre que Pedro le estaba ligado a Él y sería conducido adonde no quisiera -- "Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios" (Juan, xxi, 18-19, ver arriba). Tal observación presupone el conocimiento de la muerte de Pedro por los lectores del Cuarto Evangelio.

  • La Primera Epístola de San Pedro fue escrita casi indudablemente en Roma, dado que el saludo final reza: "Os saluda la (iglesia) que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos" (v, 13). Babilonia debe ser identificada aquí como la capital Romana, desde que no puede referirse a Babilonia sobre el Eufrates, que yacía en ruinas o a la Nueva Babilonia (Seleucia) sobre el Tigris, o a la Babilonia Egipcia cerca de Menfis, o a Jerusalén, debe referirse a Roma, la única ciudad que es llamada Babilonia en otra parte por la antigua literatura Cristiana (Apoc., xvii, 5; xviii, 10; "Oracula Sibyl.", V, versos 143 y 159, ed. Geffcken, Leipzig, 1902, 111).

  • A partir del Obispo Papias de Hierápolis y de Clemente de Alejandría, ambos quienes apelan al testimonio de los antiguos presbíteros (i.e., los discípulos de los Apóstoles), conocemos que Marcos escribió su Evangelio en Roma a pedido de los Cristianos Romanos, que deseaban un memorial escrito de la doctrina predicada a ellos por San Pedro y sus discípulos (Eusebio, "Hist. Eccl.", II, xv; III, xi; VI, xiv); esto es confirmado por Irineo (Adv. haer., III, i). En conexión con esta información relativa al Evangelio de San Marcos, Eusebio, fiándose quizá de una fuente anterior, dice que Pedro en su Primera Epístola describió a Roma en forma figurada como a Babilonia.

  • Otro testimonio sobre el martirio de Pedro y Pablo es proporcionado por Clemente de Roma en su Epístola a los Corintios (escrita alrededor del A.D. 95-97), donde afirma (v): "Mediante el ardor y la astucia, los mayores y más rectos sustentos [de la Iglesia] han sufrido la persecución y han sido guerreados hasta la muerte. Coloquemos ante nuestra mirada a los buenos Apóstoles-San Pedro, quien a consecuencia de un injusto ardor sufrió, no uno o dos, sino numerosos agravios y, habiendo dado así testimonio (martyresas), ha ingresado al merecido lugar de gloria". Después menciona a Pablo y un número de elegidos, que estaban reunidos con los otros y sufrieron el martirio "entre nosotros" (en hemin, i.e., entre los Romanos, sentido que la expresión también tiene en el capítulo iv). Indudablemente habla, como lo prueba el párrafo completo, de la persecución Nerónica, refiriendo de esa manera el martirio de Pedro y Pablo a esa época.

  • En su carta escrita a comienzos del siglo segundo (antes del 117), mientras era llevado a Roma para ser martirizado, el venerable Obispo Ignacio de Antioquía procura por todos los medios refrenar a los Cristianos Romanos de pugnar por lograr el perdón para él, señalando: "Ninguna cosa les mando, como Pedro y Pablo: ellos eran Apóstoles, mientras que yo soy sólo un cautivo" (Ad. Rom., iv). El significado de esta expresión debe ser, que los dos Apóstoles trabajaron personalmente en Roma, predicando allí el Evangelio con autoridad Apostólica.

  • El Obispo Dionisio de Corinto en su carta a la Iglesia Romana en tiempos del Papa Sotero (165-74), dice: "Por lo tanto, usted mediante su urgente exhortación ha ligado muy estrechamente la siembra de Pedro y Pablo en Roma y en Corinto. Pues ambos plantaron la semilla del Evangelio también en Corinto y juntos nos instruyeron, tal como en forma similar enseñaron en el mismo lugar de Italia y sufrieron el martirio al mismo tiempo" (En Eusebio, "Hist. Eccl.", II, xxviii).

  • Irineo de Lyon, un nativo del Asia Menor y discípulo de Policarpo de Esmirna (un discípulo de San Juan), pasó un tiempo considerable en Roma poco después de la mitad del Siglo II y luego siguió a Lyon, donde devino Obispo en el 177; describió a la Iglesia Romana como la más destacada y principal conservadora de la tradición Apostólica, como "la más grande y más antigua iglesia, conocida por todos, fundada y organizada en Roma por los dos más gloriosos Apóstoles, Pedro y Pablo" (Adv. haer., III, iii; cf. III, i). De este modo apela al hecho, conocido y reconocido universalmente, de la actividad Apostólica de Pedro y Pablo en Roma, para hallar en ello una prueba de la tradición en contra de los herejes.

  • En sus "Hypotyposes" (Eusebio, "Hist. Eccl.", IV, xiv), Clemente de Alejandría, maestro en la escuela de catequesis de esa ciudad desde alrededor del año 190, afirma con la fuerza de la tradición de los presbíteros: "Después que Pedro hubo anunciado la Palabra de Dios en Roma y predicado el Evangelio en el espíritu de Dios, la multitud de los oyentes pidió a Marcos, que había acompañado extensamente a Pedro en todos su viajes, que escriba lo que los Apóstoles les habían predicado" (ver arriba).

  • Como Irineo, Tertuliano apela en sus escritos contra los herejes a la prueba aportada por las labores Apostólicas de Pedro y Pablo en Roma acerca de la veracidad de la tradición eclesiástica. En "De Praescriptione", xxxv, dice: "Si están cerca de Italia, tienen a Roma, en donde la autoridad está siempre a mano. Qué afortunada es esta Iglesia para la cual los Apóstoles han volcado toda su enseñanza con su sangre, donde Pedro ha emulado la Pasión del Señor y donde Pablo ha sido coronado con la muerte de Juan" (el Bautista). En "Scorpiace", xv, él también habla de la crucifixión de Pedro. "El retoño de fe ensangrentado primero por Nerón en Roma. Allí Pedro fue ceñido por otro, dado que fue ligado a la cruz". Como una ilustración de la falta de importancia sobre qué agua se utiliza para administrar el bautismo, sostiene en su libro ("Sobre el Bautismo", cap. v) que no hay "ninguna diferencia entre aquélla con la que Juan bautizó en el Jordán y aquélla con la que Pedro bautizó en el Tiber"; y contra Marcion apela al testimonio de los Cristianos de Roma, "a quienes Pedro y Pablo han legado el Evangelio, sellado con su sangre" (Adv. Marc., IV, v).

  • Cayo, el Romano que vivió en Roma en tiempos del Papa Ceferino (198-217), escribió en su "Diálogo con Proclus" (en Eusebio, "Hist. Eccl", II, xxviii) dirigido en contra de los Montanistas: "Pero yo puedo mostrar los trofeos de los Apóstoles. Si tienen a bien ir al Vaticano o al camino a Ostia, hallarán los trofeos de aquéllos que han fundado esta Iglesia". Por trofeos (tropaia) Eusebio entiende las tumbas de los Apóstoles, pero su óptica es confrontada por investigadores modernos que consideran que se refiere al lugar de la ejecución. Para nuestro propósito no es importante cuál opinión es correcta, pues el testimonio retiene su valor total en ambos casos. De cualquier modo, los lugares de ejecución y de entierro de ambos estaban próximos; San Pedro, que fue ejecutado en el Vaticano, recibió también allí su sepultura. Eusebio se refiere también a "la inscripción de los nombres de Pedro y Pablo, que han sido preservados hasta hoy allí en las sepulturas" (en Roma).

  • Existía por ende en Roma un antiguo memorial epigráfico conmemorando la muerte de los Apóstoles. La lóbrega cita en el Fragmento Muratorio ("Lucas optime theofile conprindit quia sub praesentia eius singula gerebantur sicuti et semote passionem petri evidenter declarat", ed. Preuschen, Tubingen, 1910, p. 29) presupone también una definida tradición antigua con respecto a la muerte de Pedro en Roma.

  • Los apócrifos Hechos de San Pedro y Hechos de los Santos Pedro y Pablo, pertenecen de manera similar a la serie de testimonios sobre la muerte de los dos Apóstoles en Roma.
En oposición a este testimonio claro y unánime de la temprana Cristiandad, unos pocos historiadores Protestantes en tiempos recientes han tratado de descartar como legendaria la residencia y muerte de Pedro en Roma. Estos intentos han resultado un completo fracaso. Se aseveraba que la tradición respecto de la residencia de Pedro en Roma se inició primero en los círculos Ebionitas y formaba parte de la Leyenda de Simón el Mago, en la que Pablo es enfrentado por Pedro como un falso Apóstol debajo de Simón; al tiempo que esta pelea fuera transplantada a Roma, también surgió en fecha temprana la leyenda de la actividad de Pedro en esa capital (así en Baur, "Paulus", 2da ed., 245 sqq., seguida por Hase y especialmente Lipsius, "Die quellen der romischen Petrussage", Kiel, 1872). Pero esta hipótesis se ha visto fundamentalmente insostenible por el carácter íntegro y la importancia puramente local del Ebionitismo, siendo refutada directamente por los antedichos testimonios genuinos y enteramente independientes, que son de al menos una antigüedad similar. Más aún, ha sido enteramente abandonado por historiadores Protestantes serios (cf., e.g., los comentarios de Harnack en "Gesch. der altchristl. Literatur", II, i, 244, n. 2). Un más reciente intento de demostrar que San Pedro fue martirizado en Jerusalén fue realizado por Erbes (Zeitschr. fur Kirchengesch., 1901, pp. 1 sqq., 161 sqq.). Él apela a los apócrifos Hechos de San Pedro, en los que dos Romanos, Albino y Agripa, son mencionados como perseguidores de los Apóstoles. A éstos identifica como Albino, Procurador de Judea y sucesor de Festus, y a Agripa II, Príncipe de Galilea, de donde llega a la conclusión que Pedro fue condenado a muerte y sacrificado por el Procurador de Jerusalén. Lo insostenible de esta hipótesis se hace inmediatamente visible por el mero hecho que nuestro más antiguo testimonio definido sobre la muerte de Pedro en Roma antedata por mucho los Hechos apócrifos; además, nunca en toda la extensión de la antigua Cristiandad se ha sido designada otra ciudad fuera de Roma como el lugar del martirio de los Santos Pedro y Pablo.

Aunque la actividad y muerte de San Pedro en Roma sea tan claramente establecida, no tenemos información precisa sobre los detalles de su estancia Romana. Las narraciones contenidas en la literatura apócrifa del siglo segundo, sobre la supuesta contienda entre Pedro y Simón el Mago, pertenecen al dominio de la leyenda. De lo ya dicho sobre el origen del Evangelio de San Marcos, podemos deducir que Pedro trabajó durante un largo período en Roma. Esta conclusión es avalada por la voz unánime de la tradición, que desde la segunda mitad del siglo segundo designa al Príncipe de los Apóstoles como fundador de la Iglesia Romana. Se sostiene ampliamente que Pedro hizo una primera visita a Roma luego de ser milagrosamente liberado de la prisión en Jerusalén; que Lucas se refería a Roma por "otro lugar", pero omitió el nombre por razones especiales. No es imposible que Pedro haya realizado un viaje de misión a Roma alrededor de esta época (después del 42 AD), pero este viaje no puede ser establecido con certeza. De cualquier forma, no podemos, en apoyo de esta teoría, apelar a las notas cronológicas de Eusebio y Jerónimo, dado que, aún cuando estas notas se retrotraen a las crónicas del siglo tercero, no son tradiciones de antiguo sino el resultado de cálculos basados en las listas episcopales. En la lista de obispos de Roma que data del siglo segundo, se introdujo en el siglo tercero (como sabemos por Eusebio y la "Cronografía de 354") la nota sobre veinticinco años de pontificado de San Pedro, pero no podemos rastrear su origen. Este agregado, en consecuencia, no sustenta la hipótesis de una vista de San Pedro a Roma luego de su liberación de la prisión (alrededor del 42). Por lo tanto, podemos admitir solamente la posibilidad de una visita tan anterior a la capital.

La tarea de determinar el año de la muerte de San Pedro está rodeada de dificultades similares. En el siglo cuarto y aún en las crónicas del tercero, hallamos dos notas distintas. En las "Crónicas" de Eusebio se da la muerte de Pedro y Pablo como en los años decimotercero y decimocuarto de Nerón (67-68); esta fecha, aceptada por Jerónimo, es la sostenida generalmente. El año 67 también es avalado por la afirmación aceptada al igual por Eusebio y Jerónimo, sobre que Pedro fue a Roma en el reinado del Emperador Claudio (según Jerónimo, en el 42), así como por la tradición antedicha de los veinticinco años de episcopado de Pedro (cf. Bartolini, "Sopra l'anno 67 se fosse quello del martirio dei gloriosi Apostoli", Roma, 1868). Una versión distinta es provista por la "Cronografía de 354" (ed. Duchesne, "Liber Pontificalis", I, 1 sqq.). Ésta refiere el arribo de San Pedro en Roma al año 30, y su muerte como la de San Pablo al año 55. Duchesne ha mostrado que las fechas en la "Cronografía" fueron insertadas en una lista de los Papas que contiene solamente sus nombres y la duración de sus pontificados, de donde, bajo la suposición cronológica de ser el año de la muerte de Cristo el 29, se insertó el año 30 como el comienzo del pontificado de Pedro y su muerte referida al 55 sobre la base de los veinticinco años de pontificado (op. cit., introd., vi sqq.). Esta fecha, sin embargo, ha sido defendida recientemente por Kellner ("Jesus von Nazareth u. seine Apostel im Rahmen der Zeitgeschichte", Ratisbon, 1908; "Tradition geschichtl. Bearbeitung u. Legende in der Chronologie des apostol. Zeitalters", Bonn, 1909). Otros historiadores han aceptado el año 65 (e. g., Bianchini, en su edición del "Liber Pontilicalis" en P. L.. CXXVII. 435 sqq.) o el 66 (e. g. Foggini, "De romani b. Petri itinere et episcopatu", Florencia, 1741; también Tillemont). Harnack procuró establecer el año 64 (i . e . el comienzo de la persecución Neroniana) como el de la muerte de Pedro ("Gesch. der altchristl. Lit. bis Eusebius", pt. II, "Die Chronologie", I, 240 sqq.). Esta fecha, que ya había sido sustentada por Cave, du Pin y Wiesler, ha sido aceptada por Duchesne (Hist. ancienne de l'eglise, I, 64). Erbes refiere la muerte de San Pedro al 22 febrero de 63 y la de San Pablo a 64 ("Texte u. Untersuchungen", nueva serie, IV, i, Leipzig, 1900, "Die Todestage der Apostel Petrus u. Paulus u. ihe rom. Denkmaeler"). Por ende la fecha de la muerte de Pedro no ha sido decidida aún; el período entre julio de 64 (inicio de la persecución Neroniana) y comienzos de 68 (el 9 de julio Nerón huyó de Roma y se suicidó) debe dejarse abierto para la fecha de su muerte. El día de su martirio también se desconoce; 29 de junio, el día aceptado de su fiesta desde el siglo cuarto, no puede ser probado como el día de su muerte (ver abajo).

Con respecto a la forma en que Pedro murió, contamos con la tradición-atestiguada por Tertuliano a fines del siglo segundo (ver arriba) y por Orígenes (en Eusebio, "Hist. Eccl.", II, i)-sobre que sufrió crucifixión. Orígenes sostiene que: "Pedro fue crucificado en Roma con su cabeza hacia abajo, como él mismo había deseado sufrir". Como el lugar de la ejecución pueden muy probablemente aceptarse los Jardines Neronianos en el Vaticano, dado que según Tácito allí se representaban en general las horrendas escenas de la persecución Neroniana; y en este distrito, en la vecindad de la Vía Cornelia y al pié de las Colinas Vaticanas, el Príncipe de los Apóstoles halló su sepultura. De esta tumba (dado que la palabra tropaion era, como ya se dijo, correctamente interpretada como tumba) Cayo ya habla en el siglo tercero. Por un tiempo los restos de Pedro descansaron con los de Pablo en una cripta en la Vía Apia en el lugar ad Catacumbas, donde ahora está la Iglesia de San Sebastián (que en su erección en el siglo cuarto fue dedicada a los dos Apóstoles). Los restos habrían sido probablemente llevados allí a comienzos de la persecución Valeriana en 258, para protegerlos de la amenaza de profanación cuando fueron confiscados los sepulcros Cristianos. Fueron más tarde restituidos a su previo lugar de reposo y Constantino el Grande hizo erigir una magnífica basílica sobre la tumba de San Pedro al pié de la Colina Vaticana. Esta basílica fue reemplazada por la actual de San Pedro en el siglo dieciséis. La cripta con el altar construido sobre ella (confessio) ha sido el más venerado santuario de un mártir en Occidente. En la estructura inferior del altar, sobre la cripta que contenía el sarcófago con los restos de San Pedro, se hizo una cavidad. Ésta fue cerrada por medio de una puerta en el frente del altar. Al abrir esta puerta el peregrino disfrutar del gran privilegio de arrodillarse justo encima del sarcófago del Apóstol. Se solían dar llaves de esta puerta como recuerdos (cf. Gregorio de Tours, "De gloria martyrum", I, xxviii).

La memoria de San Pedro está íntimamente relacionada con la Catacumba de Santa Priscilla en la Vía Salaria. Según la tradición corriente en la tardía antigüedad Cristiana, en este lugar San Pedro instruía a los fieles y administraba el bautismo. Esta tradición parece haber estado basada en testimonios de monumentos aún anteriores. La catacumba situada debajo del jardín de una villa de la antigua familia Cristiana y senatorial Acilii Glabriones y su fundación, se retrotrae hacia fines de siglo primero; y dado que Acilio Glabrio (q. v.) cónsul en 91, fue bajo Domiciano condenado a muerte por ser Cristiano, es bastante posible que la fe Cristiana de la familia datase de los tiempos Apostólicos y que al Príncipe de los Apóstoles se le haya otorgado recepción hospitalaria en la casa de ellos durante su residencia en Roma. Las relaciones entre Pedro y Prudencio, cuya casa estaba en el sitio del actual templo de Prudencio (ahora Santa Prudentiana) parecen recostarse más bien en una leyenda.


En relación con las Epístolas de San Pedro, ver EPÍSTOLAS DE SAN PEDRO; respecto de los varios apócrifos que llevan el nombre de Pedro, especialmente el Apocalipsis y el Evangelio de San Pedro, ver APÓCRIFOS. El sermón apócrifo de Pedro (kerygma), que data de la segunda mitad del siglo segundo, era probablemente una colección de supuestos sermones del Apóstol; varios fragmentos son preservados por Clemente de Alejandría (cf. Dobschuts, "Das Kerygma Petri kritisch untersucht" en "Texte u. Untersuchungen", XI, i, Leipzig, 1893).


V. FIESTAS DE SAN PEDRO

Tan atrás como en el siglo cuarto se celebraba una fiesta en memoria de los Santos Pedro y Pablo en el mismo día, aunque el día no esa el mismo en Oriente que en Roma. El Martirologio Sirio de fines del siglo cuarto, que es un extracto de un catálogo Griego de santos del Asia Menor, indica las siguientes fiestas en conexión con la Navidad (25 de diciembre): 26 dic. San Estéban; 27 dic. Santos Santiago y Juan; 28 dic. Santos Pedro y Pablo. En el panegírico de San Gregorio Nacianzeno a San Basilio también se nos dice que estas fiestas de los Apóstoles y San Esteban siguen inmediatamente a la Navidad. Los Armenios celebraban la fiesta también el 27 dic.; los Nestorianos el segundo viernes después de Epifanía. Es evidente que el 28 (27) de diciembre era (como el 26 dic. para San Esteban) elegido arbitrariamente, sin que hubiera tradición alguna respecto de la proximidad con la fecha de la muerte de los santos. La fiesta principal de los Santos Pedro y Pablo se mantuvo en Roma el 29 de junio tan atrás como en el tercero o cuarto siglo. La lista de fiestas de mártires en el Cronógrafo de Filócalo coloca esta nota en la fecha - "III. Kal. Jul. Petri in Catacumbas et Pauli Ostiense Tusco et Basso Cose." (=el año 258) . El "Martyrologium Hieronyminanum" tiene, en el Berne MS., la siguiente nota para el 29 de junio: "Romae via Aurelia natale sanctorum Apostolorum Petri et Pauli, Petri in Vaticano, Pauli in via Ostiensi, utrumque in catacumbas, passi sub Nerone, Basso et Tusco consulibus" (ed. de Rossi--Duchesne, 84).

La fecha 258 en las notas revela que a parir de ese año se celebraba la memoria de los dos Apóstoles el 29 de junio en la Vía Apia ad Catacumbas (cerca de San Sebastiano fuori le mura), pues en esta fecha los restos de los Apóstoles fueron trasladado allí (ver arriba). Más tarde, quizá al construirse la iglesia sobre las tumbas en el Vaticano y en la Vía Ostiensis, los restos fueron restituidos a su anterior lugar de descanso: los de Pedro a la Basílica Vaticana y los de Pablo la iglesia en la Vía Ostiensis. En el sitio Ad Catacumbas se construyó, tan atrás como en el siglo cuarto, una iglesia en honor de los dos Apóstoles. Desde el año 258 se guardó su fiesta principal el 29 de junio, fecha en la que desde tiempos antiguos se celebraba el Servicio Divino solemne en las tres iglesias arriba mencionadas (Duchesne, "Origines du culte chretien", 5ta ed., París, 1909, 271 sqq., 283 sqq.; Urbano, "Ein Martyrologium der christl. Gemeinde zu Rom an Anfang des 5. Jahrh.", Leipzig, 1901, 169 sqq.; Kellner, "Heortologie", 3ra ed., Freiburg, 1911, 210 sqq.). La leyenda procuró explicar que los Apóstoles ocupasen temporalmente el sepulcro Ad Catacumbas mediante la suposición que, enseguida de la muerte de ellos los Cristianos del Oriente deseaban robarse sus restos y llevarlos al Este. Toda esta historia es evidentemente producto de la leyenda popular (Con respecto a la Sede de Pedro, ver SEDE DE PEDRO)


Una tercera festividad de los Apóstoles tiene lugar el 1 de agosto: la fiesta de las Cadenas de San Pedro. Esta fiesta era originariamente la de dedicación de la iglesia del Apóstol, erigida en la Colina Esquilina en el siglo cuarto. Un sacerdote titular de la iglesia, Filipo, fue delegado papal al Concilio de Éfeso en el año 431. La iglesia fue reconstruida por Sixto II (432) a costa de la familia imperial Bizantina. La consagración solemne pudo haber sido el 1 de agosto, o este fue el día de la dedicación de la anterior iglesia. Quizá este día fue elegido para sustituir las fiestas paganas que se realizaban el 1 de agosto. En esta iglesia, aún en pié (S. Pietro en Vincoli), probablemente se preservaron desde el siglo cuarto las cadenas de San Pedro que eran muy grandemente veneradas, siendo considerados como reliquias apreciadas los pequeños trozos de su metal. De tal modo, la iglesia desde muy antiguo recibió el nombre in Vinculis, convirtiéndose la fiesta del 1 de agosto en fiesta de las cadenas de San Pedro (Duchesne, op. cit., 286 sqq.; Kellner, loc. cit., 216 sqq.). El recuerdo de ambos Pedro y Pablo fue más tarde relacionado con dos lugares de la antigua Roma: la Vía Sacra, en las afueras del Foro, adonde se decía que fue arrojado al suelo el mago Simón ante la oración de Pedro y la cárcel Tullianum, o Carcer Mamertinus, adonde se supone que fueron mantenidos los Apóstoles hasta su ejecución. También en ambos lugares se erigieron santuarios de los Apóstoles y el de la cárcel Mamertina aún permanece en casi su estado original desde la temprana época Romana. Estas conmemoraciones locales de los Apóstoles están basadas en leyendas y no hay celebraciones especiales en las dos iglesias. Sin embargo, no es imposible que Pedro y Pablo hayan sido confinados en la prisión principal de Roma en el fuerte del Capitolio, de la cual queda como un resto la actual Carcer Mamertinus.


VI. REPRESENTACIONES DE SAN PEDRO

La más antigua que existe es el medallón de bronce con las cabezas de los Apóstoles; esto data de fines del siglo segundo o principios del tercero y se conserva en el Museo Cristiano de la Biblioteca Vaticana. Pedro tiene una cabeza fuerte y redondeada, mandíbulas prominentes, una frente retrotraída, cabello crespo grueso y barba (ver la ilustración en CATACUMBAS). Los rasgos son tan distintivos, que semejan la naturaleza de un retrato. Esto también se encuentra en dos representaciones de San Pedro en la cámara de la Catacumba de Pedro y Marcelino que data de la segunda mitad del siglo tercero (Wilpert, "Die Malerein der Katakomben Rom", placas 94 y 96). En las pinturas de las catacumbas los Santos Pedro y Pablo frecuentemente aparecen como intercesores y abogados de los difuntos, en las representaciones del Juicio Final (Wilpert, 390 sqq.), y como introduciendo a un Orante (una figura que reza y representa a los muertos) en el Paraíso.

En las numerosas representaciones de Cristo en medio de Sus Apóstoles, que aparece en las pinturas de las catacumbas y labradas en los sarcófagos, Pedro y Pablo siempre ocupan los lugares de honor a derecha e izquierda del Salvador. En los mosaicos de las basílicas Romanas, que datan del siglo cuarto al noveno, Cristo aparece como figura central, con los Santos Pedro y Pablo a Su derecha e izquierda y aparte de ellos los santos especialmente venerados en cada iglesia en particular. En los sarcófagos y otros memoriales, aparecen escenas de la vida de San Pedro: su caminata sobre el Lago de Genesarét desde el bote cuando Cristo lo llamó; la profecía de sus negaciones; el lavatorio de los pies; el elevar a Tabitá de entre los muertos; la captura de Pedro y ser llevado al lugar de su ejecución. En dos copas doradas se lo representa como a Moisés haciendo brotar agua de la roca con su vara; el nombre de Pedro bajo la escena demuestra que es visto como el guía del pueblo de Dios en el Nuevo Testamento.
En el período que vas del cuarto al sexto siglo es particularmente frecuente la escena de la entrega de la Ley a Pedro, lo que ocurre en varias clases de monumento. Cristo entrega a Pedro un escrito enrollado o abierto, en el que a menudo está la inscripción Lex Domini (Ley del Señor) o Dominus legem dat (El Señor da la Ley). En el mausoleo de Constantina en Roma (S. Constanza en la Vía Nomentana) esta escena se da como un paralelo a la entrega de la Ley a Moisés. En representaciones en los sarcófagos del siglo quinto el Señor entrega a Pedro las llaves (en lugar del escrito). En labrados del siglo cuarto, Pedro suele llevar una vara en su mano (luego del siglo quinto una cruz con una larga vara, portada por el Apóstol sobre su hombro) como una suerte de cetro indicativo del oficio de Pedro. Desde fines del siglo sexto se sustituye esto por las llaves (usualmente dos, aunque a veces tres) que de allí en más se convirtieron en los atributos de Pedro. Hasta la renombrada y grandemente venerada estatua de bronce en San Pedro las posee; esta, que es la más conocida representación del Apóstol, data del último período de la antigüedad Cristiana (Grisar, "Analecta romana", I, Roma, 1899, 627 sqq.).

BIRKS Studies of the Life and character of St. Peter (LONDON, 1887), TAYLOR, Peter the Apostle, new ed. by BURNET AND ISBISTER (London, 1900); BARNES, St. Peter in Rome and his Tomb on the Vatican Hill (London, 1900): LIGHTFOOT, Apostolic Fathers, 2nd ed., pt. 1, VII. (London, 1890), 481sq., St. Peter in Rome; FOUARD Les origines de l'Eglise: St. Pierre et Les premières années du christianisme (3rd ed., Paris 1893); FILLION, Saint Pierre (2nd ed Paris, 1906); collection Les Saints; RAMBAUD, Histoire de St. Pierre apôtre (Bordeaux, 1900); GUIRAUD, La venue de St Pierre à Rome in Questions d'hist. et d'archéol. chrét. (Paris, 1906); FOGGINI, De romano D. Petr; itinere et episcopatu (Florence, 1741); RINIERI, S. Pietro in Roma ed i primi papi secundo i piu vetusti cataloghi della chiesa Romana (Turin, 19O9); PAGANI, Il cristianesimo in Roma prima dei gloriosi apostoli Pietro a Paolo, e sulle diverse venute de' principi degli apostoli in Roma (Rome, 1906); POLIDORI, Apostolato di S. Pietro in Roma in Civiltà Cattolica, series 18, IX (Rome, 1903), 141 sq.; MARUCCHI, Le memorie degli apostoli Pietro e Paolo in Roma (2nd ed., Rome, 1903); LECLER, De Romano S. Petri episcopatu (Louvain, 1888); SCHMID, Petrus in Rome oder Aufenthalt, Episkopat und Tod in Rom (Breslau, 1889); KNELLER, St. Petrus, Bischof von Rom in Zeitschrift f. kath. Theol., XXVI (1902), 33 sq., 225sq.; MARQUARDT, Simon Petrus als Mittel und Ausgangspunkt der christlichen Urkirche (Kempten, 1906); GRISAR, Le tombe apostoliche al Vaticano ed alla via Ostiense in Analecta Romana, I (Rome, 1899), sq.


¿Cómo murieron los apóstoles?
Recorrido por sus últimas horas de católicas proezas y santos atrevimientos

¿Cómo murieron los apóstoles?
¿Cómo murieron los apóstoles?

El camino de los apóstoles a la Patria celestial

¿Cómo murieron los santos apóstoles? Para el lector probablemente se trate de un enigma de gran interés para resolver. Acompáñenos en nuestro recorrido por la últimas horas de católicas proezas y santos atrevimientos de quienes tuvieron la honra de acompañar estrechamente al Divino Redentor integrando el Sagrado Colegio Apostólico.


A pesar de que los católicos nos hemos hecho muchas preguntas concernientes a nuestra fe, una de las más evidentes no ha sido formulada con frecuencia, o en todo caso, no es común toparse con un lugar que reúna esta información. Nos referimos a: ¿cómo fue la muerte de los Apóstoles del Señor?

Cercana la fiesta de San Pedro y San Pablo, éste es un momento maravilloso para preguntarnos sobre el momento en que iremos a reunirnos con Dios haciendo agradecido uso de la gracia que Él mismo nos alcanzó, o nos reprobaremos por haberlo rechazado. Y cuando meditamos, los católicos tenemos la gracia adicional de contar con los modelos de virtud que fueron nuestros santos. Por eso veremos en las altísimas vocaciones de los apóstoles ese fin que debiéramos desear e intentar alcanzar rogando por la gracia de la penitencia final y la unión con Dios que ellos lograron en grado magnífico.

Pero cuando hablamos de modelos de virtud se nos hace imposible olvidar a los "ejemplos de decrepitud" que han sido quienes deliberadamente quisieron apartarse y dañar la Fe en alguna de sus expresiones.

Dada la santa curiosidad que nos ha nacido al darnos cuenta de nuestro desconocimiento al respecto, el tiempo que atravesamos, la necesidad de la gracia de penitencia final y la contemplación de las maravillas de Dios, relataremos a continuación según la Tradición de la Santa Iglesia, el momento previo a la vida eterna de estos grandes santos y algo de quienes quisieron ser sus opositores, para que, cada quien desde su lugar, esperamos nos produzcan siquiera en parte el fruto del deseo de santificación que Nuestro Señor quiso encender en nosotros cada uno de los días que transitó por este mundo.


- San Andrés

- Santo Tomás

- San Juan

- San Matías

- San Felipe

- Santiago el Menor

- San Pedro y San Pablo

- Santiago el Mayor

- San Bartolomé

- San Mateo

- San Simón y San Judas Tadeo


La luz de la gracia y la vida de fe

Nuestro Señor nos abrió las puertas del Cielo, y así, convirtió nuestra muerte en un nacimiento a la Vida eterna. Los apóstoles, habiéndole servido durante su vida en la tierra, quedaron totalmente desprendidos de todo anhelo de este mundo, y comprendieron que nada podía valer más que llevar a Dios a todos los rincones de la tierra predicando las Verdades inmutables, desterrando al demonio de los lugares que tenía dominados, curando almas y cuerpos e incluso muriendo por defender la Fe. Sus apostólicas vidas fueron tan gratas a Dios, que aún en los casos en que hubo una violenta muerte, siguió un premio inigualable en parámetros de esta tierra, y que sólo comprenderemos cabalmente el día que ingresemos en el Reino Celestial, y una constante gracia, siempre fluyente, que los acompañó hasta que exhalaron el último suspiro.

Asimismo, por oposición, quienes quisieron abiertamente dañar a Dios o a su Santa Esposa siempre recibieron un fin que, violento o no, mostraba la decadencia de sus naturalezas corrompidas, como en el caso de Enrique VIII, Lutero, Voltaire, Lenín y tantos otros.

¡Qué ganas de ser como los primeros! ¿Verdad? Cuando somos caritativos, cuando pensamos en el bien de las almas, cuando buscamos satisfacer la voluntad de Dios antes que la nuestra, Nuestro Señor encuentra un albergue en nuestra alma desde el cual podemos irradiarlo. Por eso los santos convertían a miles de personas: porque Dios estaba allí, obrando a través de sus fidelísimos siervos.




Jesús y los apóstoles.
¿Quiénes son los apóstoles? ¿Qué misión les encomendó? ¿Cómo trataba a sus amigos, a los pecadores, a las mujeres? ¿Qué dice de su enemigo: Satanás? ¿Es tentado? ¿Cómo vence la tentación?...

Jesús y los apóstoles.
Jesús y los apóstoles.


Jesús, desde el inicio de su vida pública, atrae a muchas personas que se convierten en sus discípulos. Los discípulos lo siguen, quieren escuchar, aprender. Unos serán fieles siempre, otros en un momento dado le darán la espalda.

Jesús escoge de entre sus discípulos a los doce apóstoles, a quienes les dará una misión muy importante: continuar la misión.

Conozcamos cómo fue la relación de Jesús con sus discípulos:



Juan y Andrés.

Pedro y Santiago.

Felipe y Natanael.

El sígueme de Simón, Andrés, Santiago y Juan.

El resto de los apóstoles.

La vocación de Leví, el publicano.

El primado de Pedro.

Textos tomados del libro Vida de Cristo con permiso del autor P. Enrique Cases

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LOS APOSTOLES - Caminando con Jesús


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