Debemos conocer a Dios, leer su Palabra y meditar en los Misterios de la Fe, porque muchas veces nos puede pasar que nos formamos una idea equivocada de Dios, lo pensamos a nuestra medida, y para seguir una vida cómoda nos escudamos en que Dios es bueno y misericordioso y no tendrá en cuenta ciertas fechorías que hemos hecho o que hacen los hombres.
Sin embargo éste es un engaño, porque Dios no cambia ni puede cambiar. Dios es el mismo siempre, y podemos conocer su forma de obrar si leemos las Sagradas Escrituras.
De modo que no hay que hacerse un Dios a medida, sino adaptar la propia vida a Dios, para que en el Juicio no estemos faltos de méritos y pasemos bien el “examen”.
Muchos dicen amar a Dios, amar a Jesús, pero sin embargo viven como se les da la gana, sin tener en cuenta los Mandamientos, sin cumplirlos ellos y sin enseñárselos a cumplir a los demás. Éstos tales no aman a Dios, aunque se llenen la boca diciendo que sí Lo aman, pues ya ha dicho el Señor en el Evangelio que el que verdaderamente Lo ama es aquél que cumple sus palabras, sus mandatos, es decir, los Diez Mandamientos.
Y son diez los mandamientos, no cinco, ni dos, sino diez. Y quien no cumple alguno de ellos ya no está en regla.
Por eso no hagamos un Dios a nuestra medida, sino adaptémonos y corrijamos lo que sea necesario para conformarnos a Dios, porque algunos incluso creen que en el Juicio Dios hará la “vista gorda” dejando pasar muchas cosas malas que se hicieron. Sin embargo el Señor ha dicho en su Evangelio que en el Juicio se pedirá cuenta hasta de la menor palabra ociosa.
Estamos engañados por el Maligno si creemos que Dios no nos juzgará hasta las últimas consecuencias, porque después de la muerte sólo queda el tiempo de la Justicia, y por ello debemos aprovechar el tiempo de misericordia que es mientras estamos vivos en este cuerpo mortal.
Aprovechemos ahora, que es el tiempo oportuno, para pedirle perdón al Señor, para hacer las cosas bien y, con una vida de penitencia y buenas obras, reparemos todo el mal que hemos hecho. No vayamos confiados y despreocupados al Juicio de Dios, porque quizás no nos alcanzará para evitar la condenación.
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*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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