VATICANO, 15 Mar. 17 / 05:35 am (ACI).- En su catequesis de los miércoles, durante la Audiencia General en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco pidió a los presentes que imiten a Cristo y amen de verdad, sin imposturas ni hipocresías. “No seamos unos impostores. Que nuestro amor no sea una telenovela. Necesitamos un amor sincero, fuerte”, indicó.
El Santo Padre destacó que “estamos llamados al amor, a la caridad: esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; a ella está vinculada la alegría de la esperanza cristiana”.
A partir de un fragmento de la Carta del Apóstol Pablo a los Romanos, el Pontífice reflexionó sobre la “alegría en la esperanza”. Explicó que San Pablo “nos pone en guardia: existe el riesgo de que nuestra caridad sea hipócrita, de que nuestro amor sea hipócrita. Nos debemos preguntar: ¿cuándo se produce esto? ¿Y cómo podemos estar seguros de que nuestro amor sea sincero, de que nuestra caridad sea auténtica?”.
“La hipocresía puede insinuarse de muchas formas –explicó–, también en nuestro modo de amar. Esto se comprueba en nuestro amor interesado, condicionado por intereses personales”. En concreto, señaló que esto se produce “cuando nos involucramos en servicios caritativos para mostrarnos a nosotros mismos o para sentirnos apaciguados; o incluso cuando buscamos visibilidad para mostrar nuestra inteligencia o nuestras capacidades”.
“Detrás de todo esto –afirmó– hay una idea falsa, engañosa, que pretende convencernos de que, si amamos, es porque somos buenos, como si la caridad fuese una creación del hombre, un producto de nuestro corazón. Sin embargo, la caridad es, ante todo, una gracia. No consiste en poner de relevancia aquello que somos, sino aquello que el Señor nos da y que nosotros, libremente, acogemos. La caridad no se puede expresar en el encuentro con los demás, si primero no se ha producido en el encuentro con el amor dulce y misericordiosos de Jesús”.
El Pontífice subrayó que Pablo, en su carta, “nos enseña a reconocernos pecadores, y que también nuestro modo de amar está marcado por el pecado. Al mismo tiempo, se hace portador del anuncio nuevo de esperanza: el Señor abre delante de nosotros un camino de liberación, de salvación. Es la posibilidad de vivir también nosotros el gran mandamiento del amor, de convertirnos en instrumentos de la caridad de Dios”.
“Esto tiene lugar cuando nos dejamos curar y renovar en el corazón por Cristo resucitado, y Él nos permite, en nuestra pequeñez y en nuestra pobreza, experimentar la compasión del Padre y celebrar las maravillas de su amor”.
“Se entiende, de ese modo, que todo aquello que podemos vivir y hacer por los hermanos no es otra cosa que aquello que Dios ha hecho continuamente por nosotros. De esa manera, es el mismo Dios quien, tomando posesión de nuestro corazón y de nuestra vida, continúa a hacerse cercano y a servir a todos los que nos encontramos cada día en nuestro camino, comenzando por los últimos y los más necesitados, en los cuales Él se reconoce en primer lugar”.
El Apóstol Pablo hace ver que los cristianos no siempre viven como deberían el mandamiento del amor, “pero incluso esto es una gracia porque nos hace comprender que, por nosotros mismos, no somos capaces de amar de verdad: necesitamos que el Señor renueve continuamente ese don en nuestros corazones, a través de la experiencia de su infinita misericordia. Entonces, sí que volveremos a apreciar las cosas pequeñas, simples, ordinarias; y seremos capaces de amar a los demás como les ama Dios, buscando su bien”, concluyó el Papa Francisco.
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