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martes, 21 de marzo de 2017

La misión de los monjes


LA MISIÓN DE LOS MONJES ES MANTENER VIVA LA ORACIÓN DE CRISTO


La Iglesia delega, de modo particular, en las comunidades monásticas, el honor y la obligación de
mantener en la tierra el himno de alabanza que el Verbo
introdujo en el mundo al encarnarse, y del que Jesús hizo depositaria y responsable a la misma Iglesia.

…Tal como demuestran toda la tradición monástica y las disposiciones de la Iglesia, los monjes están llamados, de modo especial, a continuar en la Iglesia la oración de Cristo, ya sea en la celebración de la Misa y del Oficio Divino -que, necesariamente, ha de ocupar el primer lugar en su vida-, ya sea en las demás formas de oración, la cual debe empapar toda su vida .

La especial vocación de los monjes, dentro de la comunidad cristiana, justifica que hayan recibido un especial encargo de ser comunidad orante, así como también se supone que son unas personas que están más al servicio de los demás, que ponen más empeño en la misión evangelizadora de la Iglesia y buscan una fraternidad más testimonial; también, en cuanto a la oración, se les pide que sean ejemplares.

El monje presta a la Iglesia su mente, su corazón, sus labios, toda su alma y todo su cuerpo, para que mediante ellos pueda ésta seguir haciendo realidad en el tiempo y en el espacio el himno salvífico que Cristo le dejó como preciado botín de su victoria. El monje es, en manos de la Iglesia una especie de sacramento de salvación que, a través de los signos que ella pone a su disposición, continúa la obra de Cristo: glorificar al Padre, salvar al hombre.

La liturgia es la fuente primera de salvación, el lugar privilegiado para el encuentro con Dios en Cristo y para el diálogo con ese Dios, que ha venido a buscar al monasterio; y porque la Iglesia le ha elegido para cantar en su nombre el “Cántico nuevo”, el monje se siente gozosamente obligado a dedicar lo mejor de sus energías y de su tiempo e ilusión a celebrar la liturgia.

Una comunidad monástica es como una Iglesia en pequeño: fraterna, misionera, llena de esperanza, liberadora; pero también una comunidad orante, más intensa y significativamente orante -en particular con la Liturgia de las Horas-, aunque también entren en su jornada y espiritualidad otras modalidades de oración, tanto personal como comunitaria.

Del mismo modo que la vocación es una gracia de Dios, así nuestra posibilidad de orar no nos viene de nosotros mismos, sino del Espíritu Santo, por el cual clamamos: “Abba, Padre”. Con la frecuencia de los sacramentos y, de modo especial, en la celebración cotidiana de la Eucaristía, va aumentando asiduamente en nosotros la vida de la gracia, y nuestra oración se une sacramentalmente a los actos salvíficos de Cristo .

El Concilio había apuntado en esta dirección cuando afirmó que los religiosos: deben cultivar con asiduo empeño el espíritu de oración y la oración misma, bebiendo en las genuinas fuentes de la espiritualidad cristiana . Aunque no se nombrara entonces todavía de modo explícito la Liturgia de las Horas (eso se vio con mayor claridad en la evolución posterior), sí se decía que, sobre todo las comunidades contemplativas, ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanzas .

No se entiende una comunidad de personas consagradas a Dios sin que sea una comunidad orante, como una fotografía en pequeño de lo que es y quiere ser toda la Iglesia: abierta a Dios y a su Palabra, dedicada a la caridad, pero también a la alabanza de Dios y a la intercesión orante por todo el mundo.

La acción litúrgica es la expresión del misterio central de la economía redentora: el misterio de Cristo.

La Iglesia ha insertado sus momentos de salvación en las unidades del tiempo cósmico: año, semana, día, hora. El monje es convocado varias veces durante el día y durante la noche para, en unión con sus hermanos, celebrar estos tiempos. En las “Horas” -y de modo eminente en la Eucaristía- recibe la visita del Señor. Cada “Hora” es para el monje un acontecimiento pascual, un paso por su vida del Señor resucitado, una entrada en contacto con el misterio de Cristo y, en Cristo, con los coros celestiales y con los hombres que luchan aún sobre la tierra. Y para la comunidad son los momentos en que ésta se constituye en Ecclesia orans.

El Opus Dei monástico es la actividad privilegiada en un monasterio cisterciense; es, además, el elemento más característico de su espiritualidad. Una espiritualidad objetiva que, mediante la celebración litúrgica, actualiza cíclicamente la Historia de la Salvación, así como una espiritualidad dialogal y contemplativa, que se actualiza principalmente en la oración, mediante la Palabra de Dios, y continuando con la oración silenciosa por la que el monje es conducido a la contemplación, cara a cara y cada vez más intensa, de la Gloria de Dios, hasta ser transformado en su imagen con resplandor creciente . Una espiritualidad que tiene como meta la revelación al mundo del amor de Dios y que es espiritualidad de comunión. Por esta razón, el monje manifiesta, efectivamente, la autenticidad de su vocación, si es solícito para el Opus Dei , si consiente en matricularse en la, escuela del servicio divino , en la que asistir al Opus Dei es un privilegio y fuente de vida, y no una obligación.

Y para vivir en medio de los hombres, amando como Cristo nos ama, como amaron los santos testigos de Cristo, para vivir con este amor cristiano que es don de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, necesitamos de la Eucaristía, Sacramentum Caritatis, como la ha llamado el Papa Benedicto XVI . De ahí brotará todo el dinamismo de caridad, con el que celebraremos bien la liturgia y la viviremos con coherencia. Así lo expresa -muy elocuentemente- nuestra Declaración: …es necesario que -la Eucaristía- ocupe el primer lugar en importancia en nuestra vida monástica el sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, convite pascual, en el cual se recibe a Cristo la mente se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura. La adoración de Cristo presente es una ayuda para que la activa participación en el sacrificio de Cristo se continúe eficazmente todo el día

Y también, hemos de procurar que la actividad litúrgica de nuestros monasterios sea como una luz ardiente y brillante que se difunda por toda la iglesia local; que nuestras celebraciones atraigan a los cristiano de los alrededores a una participación activa y ofrezcan al pueblo cristiano una fuente abundante para su vida espiritual .

Cada vez son más los cristianos que sintonizan con la afirmación del Concilio Vaticano II: Ya que ellos (los contemplativos) ofrecen a Dios el excelente sacrificio de la alabanza, enriquecen al pueblo de Dios con frutos espléndidos de santidad, arrastran con su ejemplo y dilatan las obras apostólicas con una fecundidad misteriosa; de este modo, son el honor de la Iglesia y torrente de gracias celestiales . La perenne actualidad de la misión particular del monje aparece, sobre todo, cuando se la confronta con la misión universal de la Iglesia.

Que María, “la Virgen siempre orante” ayude a todos los miembros de nuestras comunidades monásticas a ser “almas orantes”, para que nuestra oración, derrame la vida de la gracia a todos los que en nuestro mundo, la necesiten.

Sor Flornda Panizo
Monasterio De la Sta. Cruz
Casarrubios

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