Cuando se trata de hablarle a Dios de nuestros prójimos, tenemos que tomar la costumbre de no criticarlos ni hablar mal de ellos al Señor, aunque no sean buenos, sino que tenemos que decirle a Dios las buenas cualidades que ellos tienen, pues todos tenemos buenas cualidades.
El Señor quiere que le engañemos piadosamente, porque no quiere castigar a los hombres, y si nosotros le hablamos bien de los hombres, entonces el Corazón de Dios se alivia y por ese “engaño” piadoso, derrama una lluvia de bendiciones sobre quien habló bien del hermano, y también vuelca muchas gracias y favores sobre la persona de la que le hablamos bien al Señor. NUNCA hablemos mal de nadie, ni acusemos a los hermanos, porque ése es el trabajo del diablo, que como bien lo llama el Apocalipsis, es el “acusador de nuestros hermanos”. En cambio nosotros hablemos siempre bien de todos, o al menos, si no podemos hablar bien de alguien, guardemos silencio. Pero con Dios tratemos de hablarle bien al Señor, intentando convencerlo de que tal o cual hermano quizás actúa mal por desconocimiento, o porque no sabe lo que hace, pero en el fondo es bueno, y que necesita del amor de Dios. Y con frases semejantes, cubramos piadosamente ante Dios los defectos y maldades de los prójimos. Esto es lo que ha revelado Nuestro Señor Jesucristo a Sor Consolata Betrone: Que Él quiere ser piadosamente engañado, y que les hablen bien de los menos buenos, porque no quiere castigar. Misterios de Dios que hay que aprovechar, porque es cierto que Dios todo lo sabe y todo lo ve. Pero también es cierto que el poder de intercesión de unos por otros tiene mucha fuerza y hace que Dios se arrepienta del mal que iba a infligir, o apure el bien que iba a conceder. Engañemos piadosamente al Corazón de Dios, y recibiremos bendiciones celestiales y materiales de tal modo que no podremos menos que saltar de alegría en la tierra, y luego en el Cielo disfrutar junto a Dios y a los hermanos de los que hemos hablado bien ante el Señor, porque ésa es también la forma de salvar almas, hablar bien de todos los hombres, a Dios. |
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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