La nueva casa de la abuela
La vida de los mayores en una residencia cambia muchas cosas pero no el amor y la capacidad de los abuelos para participar en la familia.
La familia es entre muchas otras cosas el lugar en el que somos valorados por ser nosotros mismos. En ella no importa si somos altos, grandes, delgados, niños, mayores, de colores distintos, etc. En ella se nos valora por ser parte de ella y somos importantes por existir. Somos únicos e irrepetibles.
Trabajo con adultos mayores que ahora viven en residencias en donde se les brindan cuidados especiales a los que muchas veces no podrían tener acceso en casa (un médico siempre disponible, enfermeras, auxiliares de enfermería, espacios amplios y actividades específicas).
Siempre me ha llamado la atención la capacidad de una persona para adaptarse a un lugar nuevo y poder ser feliz. Hablando con cada una de ellas he encontrado que reconocen a la familia como vital en este proceso. El ser importante para los hijos y para los nietos, no como una persona que espera que le visiten sino como un miembro activo en la familia que participa en las decisiones, que comparte sus cosas y sus conocimientos a la vez que una vida interior profunda, garantizan una continuación de la felicidad que antes vivía.
Muchas veces hablando con personas moribundas al preguntarles sobre lo que viene ahora todas coinciden en que se despiden de esta vida alegres porque han cumplido consigo mismos. Han sido firmes en el matrimonio, han educado a sus hijos y estos son buenas personas. La mayoría miden sus vidas de acuerdo al amor que han dado y al amor que han recibido; ya no importan tanto las cosas materiales. Y lo más bello es que este amor siempre es compartido por sus familiares. Si nosotros como hijos y nuestros hijos como nietos aprendemos a estar cerca de los abuelos, a escucharles con atención y amor, a quererles, a conocerles, entonces también este amor continúa y nos ayuda a despedirnos cuando llega el momento.
Además de la educación en casa y en los colegios es importante la educación con los mayores. Del tiempo que pasamos con ellos y que solo puede ser resultado de una tarea educativa basada en el amor (¿de que otra forma compite un abuelo con los videojuegos, los amigos, los columpios?) Recuerdo el caso de un par de niños de venían todas las tardes a hacer los deberes con la abuela en la residencia. Poco podía ayudarles académicamente pues no sabía leer ni escribir pero siempre sonreía y les daba ánimos. Al principio ellos se desesperaban pues no era el apoyo que buscaban, se aburrían y a veces la dejaban sola en la mesa. Ella esperaba y poco a poco supo ganárselos con paciencia y cariño. Tiempo después la escuchaban pacientemente y si estaban cansados siempre había alguna anécdota divertida para alegrar la lluviosa tarde. Se sentaban y realizaban sus deberes con su abuelita. Nunca hubo lágrimas ni exigencias irracionales. No se si sus notas habrán mejorado pero estoy seguro que cuando pase el tiempo y sean capaces de valorar aquellas tardes con su abuela se darán cuenta de que a pesar de no saber leer ni escribir tuvieron la mejor maestra.
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