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martes, 28 de junio de 2016

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-




               Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. 

Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor”. Con estas palabras el apóstol San Pablo recomienda a los hombres y mujeres de todos los tiempos el gran don de la libertad, tema de gran actualidad, deseo por el que han luchado y luchan los hombres, deseosos de acabar con cualquier tipo de esclavitud. Pero San Pablo no habla de una libertad genérica, que fácilmente puede transformarse en libertinaje y confusión, sino de una libertad muy concreta cuyas características están bien definidas.

En efecto, Jesús no nos ha liberado para que hagamos nuestro capricho, para dar rienda suelta a nuestro egoísmo, para imponer a los demás nuestro punto de vista al precio que sea, sino una libertad cuyo principio fundamental es el amor, que exige el respeto del otro, de sus derechos, de sus necesidades. El que quiere ser libre ha de imitar a Jesús, que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo y no dudó en asumir libremente su misma muerte por nosotros. Esta libertad cristiana se realiza en el Espíritu de Dios que hemos recibido y que nos lleva a seguir la voluntad de Dios antes que los deseos de la carne o la voluntad de nuestros instintos.

Según el apóstol, Jesús, al perdonar nuestro pecado e invitarnos a vivir como hijos de Dios en el amor, nos ha liberado del peso de la ley,  que denuncia el pecado y condena al pecador. El amor, a la vez que nos hace libres del pecado, nos hace siervos de nuestros hermanos. Por esto Pablo recordaba que la ley encuentra su plenitud en esta afirmación: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Pablo no es un idealista que ignora la realidad de la vida. Cuando afirma que hemos sido librados de la carne y del pecado, no quiere decir que no tengamos que luchar contra ellos, sino que por la fuerza del Espíritu de Jesús, podemos vencerlos y, aunque sea con esfuerzo, podemos vivir según el amor.

            En la misma linea del discurso de Pablo conviene entender las palabras de Jesús que propone hoy el evangelio. Lucas ha recogido cuatro breves escenas que definen la actitud que corresponde a quienes aceptan comprometerse con Jesús y con su Evangelio. En la primera escena, Jesús reprende a Santiago y Juan, que, indignados porque en una aldea de Samaría no les quisieron dar alojamiento, pretendían hacer bajar fuego del cielo. Jesús ha venido a ofrecer a los hombres la gracia y la paz, y no entran en sus métodos la violencia o la constricción. No es Jesús quien ha de juzgar a los hombres: el juicio corresponde a Dios, y tendrá lugar al final, dejando suficiente espacio para la conversión.

Esta actitud hecha de paciencia y mansedumbre, contrasta con la respuesta dada a quienes manifiestan su deseo de ponerse a disposición de Jesús. Al primero, que proclama su voluntad de seguir al Maestro donde vaya, Jesús le recuerda que el Hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza. Su misión no es establecer un refugio seguro y cómodo, sino un darse sin medida para el bien de los demás. Ser discípulo de Jesús exige renunciar a la seguridad material, pues somos extranjeros y peregrinos, que no tenemos aquí ciudad permanente. El segundo personaje, llamado por Jesús: “Sígueme”, solicita que se le permita enterrar a su padre, una de las típicas manifestaciones de la piedad filial recomendada por la Ley. El tercero pide, antes de seguir al Señor, poder despedirse de sus familiares. Pero Jesús, en los dos casos es tajante: “Deja que los muertos entierren a los muertos”, dice a uno: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no sirve”, dice al otro.

            La libertad de hijos de Dios que Jesús nos ha alcanzado exige de nuestra parte una actitud decidida y generosa. Dejemos pues atrás el pasado sin nostalgias, y sigamos a Jesús, sin detenernos en cálculos mezquinos, en el camino que lleva al Reino.

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