¿Dónde estás, mi Señor?
¿Está Él presente en lo que hacemos o vivimos?
¿Cuántas veces nos hacemos ésta pregunta?. Vivimos en un mundo tan confuso, donde el mal y la falta de amor son tan abundantes que cuesta encontrar el camino de la luz. Nos esforzamos en discernir si esto que nos plantean o aquello que nos ocurre es agradable a Dios, o si El está presente en lo que hacemos o vivimos, si Su Voluntad es la que guía el pequeño mundo que nos rodea. ¡Que difícil es!. Sin embargo, hay una brújula que nos puso Dios a disposición, que no podemos dejar de tener en nuestro corazón en todo momento: ¡El Espíritu Santo!.
¿Pero, cómo nos aseguramos de estar siguiendo el rumbo que nos marca el amor de Dios hecho persona?. Bien sabemos que debemos vaciarnos de nosotros mismos para dejar entrar al Espíritu Santo, ya que si Él no encuentra espacio en nuestro interior, no hay modo de obrar en la Luz de Dios. Cuando el Espíritu Divino ingresa a nosotros, es porque han sido expulsadas de nuestro corazón las pasiones y los intereses por las cosas del mundo.
¿Y cómo sabemos que El está actuando?.
¡Pues esto es muy fácil!. Baste con ver amor, sincero y desinteresado amor, para saber que allí está obrando Dios, porque el Espíritu Santo es Espíritu de Amor.
Y los frutos del amor son tan evidentes y palpables: ante todo el amor irradia paz, paz que es paciencia, tolerancia, humildad. El amor escucha, sonríe, perdona, acepta, ayuda. El verdadero amor también une, une alrededor de intenciones auténticas, que respetan al otro, que no lo amedrentan ni tratan de dominar. Cuando en los corazones entra el amor, todo es posible, porque allí habrá ingresado el Espíritu de Dios, que nos guiará por un sendero seguro hacia la fuente de Luz, nuestro Señor Jesucristo.
Señor, vacíame de mi yo, y haz que mi interior sea cálido, para que Tu Espíritu pueda anidar en mi corazón. Ayúdame a negarme a mi mismo, hazme nada, para que pueda encontrarte a Ti. ¡Porque sólo Tú eres!
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