viernes, 10 de abril de 2015

PADRE, PORQUE ME PONGO EN TUS MANOS



Padre, porque me pongo en tus manos




Cuando Él dijo "Padre"..., el mundo se preguntó por qué aquel día amanecía dos veces... La palabra estalló en el aire como una bengala..., y todos los árboles quisieron ser frutales y los pájaros decidieron enamorarse antes de que llegara la noche...

Hacía siglos que el mundo no había estado tan de fiesta: los lirios 
empezaron a parecerse a las trompetas y aquella palabra comenzó a circular de mano en mano, bella como una muchacha enamorada...

Los hombres husmeaban un universo recién descubierto y a todos les  parecía imposible pero pensaban que, aun como sueño, era ya suficientemente hermoso...

Hasta entonces los hombres se habían inventado dioses tan aburridos como ellos... serios y solemnes faraones... atrapamoscas con sus tridentes de opereta... dioses que enarbolan el relámpago cuando los hombres encendían una cerilla en sábado... o que reñían como colegiales por un quítame allá ese incienso... dioses egoístas y pijoteros que imponían mandamientos de amar sin molestarse en cumplirlos... vanidosos como cantantes de ópera... pavos reales de su propia gloria a quienes había que engatusar con becerros bien cebados...

Y he aquí que, de pronto, el fabricante de tormentas bajaba (¿bajaba?) a  ser Padre..., se uncía al carro del amor..., y se sentaba sobre la pradera a  comer con nosotros el pan... Era un nuevo Dios bastante poco excelentísimo..., que no desentonaba en las tabernas... y ante quien sólo era necesario descalzar el alma... 

Aquel día los hombres empezaron a ser felices porque dejaron de buscar  la felicidad como quien excava una mina... No eran felices porque fueran  felices..., sino porque amaban y eran amados..., porque su corazón tenía una casa..., y su Dios, las manos calientes...

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