El Verbo de Dios se encarnó y vino al mundo para realizar la obra de la salvación muriendo en la Cruz.
Como quien conoce perfectamente su destino y la dificultad que los hombres tendrían en conocerle, se lo anuncia varias veces a los discípulos, los cuales no podían concebir que Él, su Maestro, a quien habían confesado Mesías e Hijo de Dios, viniese a terminar en afrentoso patíbulo.
Conociendo la hora decretada en los consejos divinos para el cumplimiento de su obra, se dirige a Jerusalén al acercarse la Pascua.
Llegado a Betania, donde poco antes había resucitado a Lázaro de cuatro días muerto, es allí agasajado con un banquete, durante el cual María, la hermana de Lázaro, unge al Señor.
Al día siguiente, Jesús, que solía rehuir las manifestaciones ruidosas, organiza una gran procesión para hacer su entrada triunfal en Jerusalén.
Para ello hace traer un pollino, sobre el que los discípulos echaron sus mantos. Jesús monta en la cabalgadura y la multitud de los peregrinos, que de todas partes llegaban a la ciudad para la fiesta, cubren el camino con sus mantos y con ramos de palmas y olivos.
Y así, llenos de alegría, se encaminaron a la ciudad, pensando asistir allí a la inauguración del reino mesiánico. Por esto cantan: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en loa alturas!
Pero en medio de esta exaltación, Jesús llora al ver a lo lejos la ciudad, y anuncia su destrucción.
En efecto, la manifestación aquella respondía al vaticinio del profeta Zacarías, que anunciaba la llegada de un Rey, manso y humilde, montado en un pollino, para establecer la paz y destruir todos los elementos de guerra.
Jesús quería traer a la mente de los dirigentes de Israel esta profecía para abrirles los ojos y moverlos a recibirle como al enviado de Dios… Mas, previendo el resultado de su conducta, Jesús llora sobre la ruina de su pueblo…
En suma, aquella solemnidad, como el gran prodigio de la resurrección de Lázaro, no hace más que avivar las muchas pasiones de los fariseos y sacerdotes de Israel, que se dicen: ¿Veis que nada aprovechamos? Todo el mundo va en pos de Él.
Para impedirlo, se disponen a acabar con aquel que tanto les estorba…
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y su llanto ante la actitud de sus enemigos es lo que se conmemora en la solemne procesión de Ramos y luego el Canto de la Pasión.
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Durante el Año Litúrgico, hay pocos Domingos entre los más solemnes en que la Iglesia despliegue como en este la pompa de su Liturgia.
Ella desea honrar de modo particular la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad de Jerusalén, y abrir de este modo la Semana Santa.
La ceremonia de la bendición de las palmas y de los ramos de olivo, junto con la procesión que le sigue, representan las disposiciones interiores que los fieles deben tener al iniciar la Gran Semana del Año Litúrgico.
Al establecer estas ceremonias, la Iglesia propuso honrar la brillante entrada de Jesucristo en Jerusalén entre las aclamaciones entusiastas del pueblo y de sus discípulos.
Domingo de Ramos… Palmas y Ramos de olivo se agitan por donde pasa el Señor…
El entusiasmo espontáneo del pueblo improvisa una calurosa recepción…
Pero Jesús tiene el corazón oprimido, nublados los ojos… Gran abismo separa este entusiasmo popular de los pensamientos del Hijo de Dios…
Sin embargo, Él quiso esta apertura solemne de la Semana de la Pasión; quiso esta manifestación pública para enseñarnos que emprendía el camino de la Cruz entre los brotes de palmeras y de olivos. El follaje de la gloria, la palma, y el símbolo de la paz y de la unción, el olivo, indican el profundo sentido de la Pasión.
El sufrimiento, aunque sea pesada carga, es también fuente de gracias inefables…, es victoria…
Debemos comprenderlo profundamente: del dolor y del mismo desprecio hemos de sacar gracias excelsas.
El mundo no lo comprende… El hombre vulgar se degrada en el dolor por su impaciencia y desconfianza. De ahí que procure paliar el sufrimiento.
Jesús, por su parte, habla a las almas grandes, magnánimas, y quiere atraer su atención sobre la Pasión.
El hombre vulgar prefiere que no vean los otros su humillación; Jesús, en cambio, quiere que sea el más crecido posible el número de quienes se interesen por esa nueva y grandiosa enseñanza.
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Nuestro Señor Jesucristo quiso entrar en Jerusalén montado sobre un asnillo, en señal de paz, no sobre un caballo que es símbolo de guerra. Lo dice el salmista: Ellos confían en sus corceles, nosotros empero en el Nombre del Señor.
Jesús quiere conquistarnos un Reino, pero no en los campos de batalla, sino mediante las luchas del alma, la entrega, el sacrificio y el amor abnegado.
Más fuerza y poderío hay en estas luchas que en los combates de un Alejandro el Magno, de un Jerjes o de un Napoleón; también hay héroes, valientes como leones, en el combate espiritual.
He aquí que viene a ti tu Rey con mansedumbre, mas puedes sentir su fuerza; y solamente con espíritu de sacrificio, solamente con la inspiración del amor puedes pisar sus huellas…
Alza tu palma y tu ramo de olivo, agítalos y di: Así quiero andar yo, así quiero luchar y vencer…
Hemos de sentir, percibir, el ambiente del Domingo de Ramos; ahí están las palmas y en ellas brillan unas lágrimas trémulas. No importa; éste es el ambiente de los héroes. Me es lícito llorar, pero debo ser héroe…
¡Qué diferencia hay entre la acogida que dispensan al Señor los fariseos y la que le dispensa el pueblo!
Aquéllos se enojan, se llenan de envidia, se escandalizan y maldicen; les parece ver la perdición del pueblo y que se extingue la fe de Israel. Sus pensamientos, de estrecho horizonte, no pueden rebasar los confines de Jerusalén.
¡Y cómo rechaza el Señor este sentir mezquino y bajo!
El pueblo, por el contrario, obra movido por buena voluntad, si bien por un entusiasmo rudo y pasajero; prorrumpe en gritos de hosanna que pronto van a enmudecer.
También esto es ambiente puramente humano… Y con todo, Jesús recibe con agrado el homenaje, y procura con su ejemplo y con su dolor que el entusiasmo llegue a ser basado en la fe, profundo, perseverante y fiel.
Si se lo impedís a éstos —dice a los fariseos—, clamarán las mismas piedras.
¡Clame, pues, nuestro corazón, que no es de piedra!; pero clame con la fuerza resistente, sólida de las piedras; ¡prorrumpa en gritos de hosanna y rinda tributo de fe y de homenaje al Señor!
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Al llegar cerca de Jerusalén, poniéndose a mirar esta ciudad, derramó lágrimas sobre ella, diciendo: ¡Ah! si conocieses también tú, por lo menos en este día lo que puede atraerte la paz… Mas ahora está todo ello oculto a tus ojos. Vendrán unos días sobre ti en que tus enemigos te circunvalarán y te arrasarán con tus hijos.
El Salvador de las almas siente el estremecimiento de profundas impresiones, que le mueven a misericordia, a compasión. Ve la ciudad arrasada y todo un piélago de dolores, y esto le llena de compasión.
Se conmueve y llora; anda por su camino con alma afectuosa, cálida, sensible…; sabe llorar…
Jesús siente nostalgia, se embarga de anhelos, mira en torno suyo con los ojos arrasados de lágrimas para ver si puede ayudar. Medita cuán cercanos están el Bien sumo y el mundo duro, rígido, obcecado; y exclama: ¡Ah!, si conocieses también tú, por lo menos en este día, qué se te fue dado… Ojalá conocieses el tiempo en que eres visitada; cuando el Señor está tan cerca de ti, cuando ha venido para visitarte…
Su Corazón percibe la cercanía de Dios con su pueblo; desearía apoderarse de Él para comunicarlo a las almas pecadoras, y nos inculca que ha llegado “nuestro día”, el “tiempo de la visita de Dios”…
Abramos, pues, nuestra alma; el Señor no ha de pasar en vano con sus gracias junto a nosotros.
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Mas aunque el Corazón del Señor se llene de anhelos, aunque llore, siguen duros como la roca muchos corazones, y muchas almas no se abren al toque de Dios que llama. Es un hecho que no se puede negar.
Mas no podemos sacar de ahí la consecuencia de que es cosa superflua la labor del Señor…
Habrá corazones que se ablanden, habrá corazones que se abran, si nosotros sabemos llorar…
No digamos “esto es imposible”, sino “sirvamos al Señor con toda humildad y en medio de lágrimas.”
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Y habiendo Jesús entrado en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él, y derribó las mesas de los cambistas, y los asientos de los que vendían palomas… diciendo: ¿Por ventura no está escrito: Mi casa será llamada por todas las gentes casa de oración? Pero vosotros habéis hecho de ella una guarida de ladrones.
Jesús es un alma ardorosa; ama y por amor rinde homenaje a Dios; es tierno y atento; no piensa sino en Dios, todos sus anhelos se dirigen a Él. Ésta es la primera llama de su amor.
Hay otra: Jesús sufre, llora, arde y monta en santa cólera a causa de las ofensas que se infieren a Dios; se entusiasma y siente decaer su ánimo; espera y se desalienta. Se enciende en llamas por amor al templo y por el Dios de ese templo; ahí está como querubín, levanta el azote…; el celo es fuego, y este fuego le consume.
Guardemos, protejamos el templo de nuestro corazón…, la Iglesia del Señor…, el alma de los demás…
¡Cuántos vendedores van merodeando en torno de estos templos!
Hemos de ser valientes; hemos de tener en nuestras manos el azote de Dios… Pero, en ese orden: nuestro corazón…, la Iglesia del Señor…, el alma de los demás…
El amor que Jesús profesa a los hombres no es melindroso ni enervado. La devoción que se enternece con facilidad, pero no es capaz de hacer sacrificios ni querer vigorosamente, no tiene su punto de apoyo en los sentimientos del Señor.
El amor de Jesús no es solamente misericordia y buena voluntad, sino también disciplina y severidad.
No nos fiemos de la devoción ni de las ternuras, si no sacamos de ellas fuerza para quebrantar lo que debe quebrantarse en nosotros mismos y para cumplir incondicionalmente la voluntad divina.
Comprendámoslo bien: sólo adelantaremos en la medida en que nos quebrantemos, es decir, en la medida en que traduzcamos en vida la voluntad divina; a costa de sacrificios, si es necesario; quebrantándonos si se impusiese.
Solemos hablar de una “ira santa” refiriéndonos a Jesús. Nuestro Señor Jesucristo es santo aun en la ira…
El hombre, regularmente no lo es en tales circunstancias; con los sentimientos vehementes suelen mezclarse muchos elementos perversos.
Jesús empuña a veces el azote…
Jesús se encontró con un ambiente de poca comprensión por lo que respecta a su Evangelio, y tuvo que trabajar para abrirle camino, incluso en el corazón de los propios discípulos.
Trabajaba con perseverancia; la raíz de su fervor era su voluntad vigorosa, entusiasta, abnegada. Dios ha de vencer… Debe vencer.
Jesús no se turba por las contrariedades, no le sorprenden los contratiempos de su misión.
El celo también tiene sus enfermedades. Estas son: la ira, el enojo…
Además el desaliento, que a veces se apodera de los mismos profetas…; recordemos a Moisés, a Elías…
También la unilateralidad, que no sabe ver más que un lado de las cosas; la mirada se queda clavada en el mal y así se desespera el alma, se amarga, se deshace en críticas; es alma llorona…
El remedio: no encerrarse en sí mismo, sino poner nuestra esperanza en el Señor, y hacer obras buenas.
Jesús quiso esta apertura solemne de la Semana de la Pasión; quiso esta manifestación pública para enseñarnos que emprendía el camino de la Cruz entre los brotes de palmeras y de olivos.
El follaje de la gloria, la palma, y el símbolo de la paz y de la unción, el olivo, indican el profundo sentido de la Pasión.
El sufrimiento, aunque sea pesada carga, es también fuente de gracias inefables…, es victoria…
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SEGUNDO DOMINGO DE PASIÓN
DOMINGO DE RAMOS Doble de 1ª clase
Escena de la grandiosa entrada de Nuestro Señor en Jerusalén.
La liturgia de este día expresa por medio de dos ceremonias, una de alegría y otra de tristeza, los dos aspectos del misterio de la Cruz.
Se trata primero de la bendición y procesión de las Palmas en que todo respira santo júbilo, el cual nos permite, aun después de veinte siglos, revivir la escena grandiosa de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Luego viene la Misa, cuyos cantos y lecturas se relacionan exclusivamente con el doloroso recuerdo de la Pasión del Salvador.
BENDICIÓN DE LOS RAMOS Y PROCESIÓN
En Jerusalén, y en el siglo IV, se leía en este Domingo, y en el lugar mismo en que se realizó, el relato evangélico que nos pinta a Cristo aclamado por las turbas como rey de Israel, y tomando posesión de la capital de su reino. Y, en efecto, Jerusalén era imagen del reino de la Jerusalén celestial.
Luego, el obispo, cabalgando sobre un jumento, iba desde la cima del monte de los Olivos hasta la iglesia de la Resurrección, rodeado de la muchedumbre que llevaba en la mano ramos y cantaba himnos y antífonas. Semejante ceremonia iba precedida de la lectura del paso del Éxodo, relativo a la salida de Egipto. El pueblo de Dios, acampado a la sombra de las palmeras, junto a las doce fuentes en que Moisés les prometió el maná, era figura del pueblo cristiano que corta ramas de palmeras y manifiesta que su Rey, Jesús, viene a libertar las almas del pecado y a conducirlas a las fuentes bautismales para alimentarlas después con el Maná eucarístico. La Iglesia romana, al adoptar uso tan bello hacia el siglo IX, añadió los ritos de la bendición de los Ramos. De ahí el nombre de Pascua Florida que se da a este Domingo. Ese cortejo de cristianos que, con palmas en la mano y entonando triunfantes hosannas, aclama todos los años en el mundo entero y a través de todas las generaciones la realeza de Cristo, está compuesto de catecúmenos, de penitentes públicos, y de fieles que los Sacramentos del Bautismo, de la Eucaristía y de la Penitencia van a asociar en la solemnidades Pascuales al glorioso Triunfador.
“Viendo por la fe ese hecho y su significación, roguemos al Señor que, lo que aquel pueblo hizo exteriormente, nosotros lo cumplamos también espiritualmente, ganando la victoria sobre el demonio” (Oración de la bendición de los Ramos)
Conservemos religiosamente en nuestras casas uno de los ramitos bendecidos. Ese sacramental nos alcanzará gracias, por virtud de la oración de la Iglesia, y afianzará nuestra fe en Jesús vencedor del pecado y la muert |
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
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