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lunes, 29 de diciembre de 2014

LOS PRIMEROS PEREGRINOS A TIERRA SANTA



Los primeros peregrinos a Tierra Santa
La peregrinación para los cristianos no sólo era una forma de hacer penitencia sino también un trasunto de la vida





Los Reyes Magos, que guiados por una estrella llegan a Belén para adorar al Niño Jesús y ofrecerle presentes, podrían ser considerados los primeros peregrinos a Tierra Santa.

La peregrinación para los cristianos no sólo era una forma de hacer penitencia sino también un trasunto de la vida: un camino lleno de penalidades y renuncias que conduce al hombre a la Jerusalén celeste, reservada a los justos. Uno de los primeros viajeros a Jerusalén conocidos fue un obispo de Capadocia llamado Alejandro, que llegó a aquellas tierras en torno al año 200 para, según decía, «rezar y visitar aquellos lugares». Otros acudieron para volver a las fuentes del cristianismo como hizo Orígenes, el famoso teólogo de Alejandría, en el siglo III. Del año 333 data una de las descripciones más antiguas del viaje, conocida como «Anónimo Burdigalense», escrita por un peregrino anónimo de Burdeos.

Pero, tal vez, la peregrina más ilustre de la Antigüedad fue Elena, la madre de Constantino; en 326 recorrió muchos de los lugares bíblicos que, precisamente por las mismas fechas, el historiador Eusebio de Cesarea recogía en un tratado escrito en griego. Por su parte, San Jerónimo constató a finales del siglo iv desde Belén, donde vivía, que el flujo de peregrinos crecía sin cesar, con gentes llegadas de todas partes, desde la India a Bretaña y desde Armenia a Egipto. Aunque se escuchaban multitud de lenguas diferentes, añade el Santo, la piedad y la humildad unía a todos. Las rutas que llevaban a Palestina se llenaron de iglesias, martyria, monasterios y hospederías, como pone de manifiesto la Virgen Egeria en la detallada y erudita descripción de su recorrido por Tierra Santa. Estuvo tres años viajando, de 381 a 384, de los cuales nos ha llegado el relato de seis meses. Egeria era seguramente una monja originaria de Galicia o del sur de la Galia, con suficientes medios para emprender tan largo periplo y con una amplia cultura teológica.

Poco después (ca. 394), llega otra peregrina ilustre, Poemenia, emparentada con el emperador Teodosio y seguramente también de origen hispano. Desembarcó en Alejandría, acompañada de un gran séquito, para visitar la cuna del monacato, la Tebaida egipcia. Después, en Jerusalén, financió la iglesia de la Ascensión. Entre ellas y un peregrino anónimo de Piacenza, que llega por mar desde Constantinopla hacia 560-570, median dos siglos en los que se produjo una formidable proliferación de lugares santos que los peregrinos debían visitar. Su testimonio se ve confirmado por un documento extraordinario, el mosaico de la iglesia de San Jorge de Mádaba, realizado hacia el año 560. Es un mapa donde se representan e identifican con letreros en latín y griego todas las poblaciones bíblicas comprendidas entre el Delta del Nilo y Antioquia y entre el Mediterráneo y Siria. Dada su singularidad, se ha especulado mucho sobre su finalidad: acaso fue una guía visual de Tierra Santa para peregrinos, o bien la visión de Moisés desde el Monte Nebo, o, con más probabilidad, una Historia del Cristianismo

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