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jueves, 27 de noviembre de 2014

Revalorar la confesión


La confesión es un ejercicio del espíritu, un esfuerzo necesario, previo a la gratuidad de la Gracia







 
Una característica específica del catolicismo es el sacramento de la confesión, no es ni mucho menos la única pero sí es una rasgo fundamental, pero que va quedando diluido, que se desvanece. Y es una pérdida que debería evitarse, porque es la puerta a muchas virtudes, y de manera especial el camino a la Comunión en buenas condiciones.

El desapego de los católicos hacia ella creo que corre parejo a otras contaminaciones que la Iglesia sufre del mundo. Forma parte de la misma categoría que la dilución del juicio personal que viviremos con nuestra muerte, y hunde sus raíces en el rechazo a todo aquello que sea someter nuestra vida a un imperativo externo, una razón objetiva. Porque la confesión es un sacramento vinculado a la razón objetiva. La que caracteriza a todo hecho religioso, que el cristianismo articular en un difícil equilibrio con la interioridad, con la conciencia que San Pablo y San Agustín hacen aflorar con tanta fuerza que se torna un signo distintivo de la civilización occidental. Una armonía que salta en pedazos con la Ilustración, que inicia la dinámica de la atomización humana; es la sociedad desvinculada, porque el factor que permitía el equilibrio, Dios y la conciencia religiosa, desaparece. La confesión es uno de los baluartes de la razón objetiva, como lo es el matrimonio católico. Su erosión tiene fuerte implicaciones porque destruye un fundamento de la conciencia religiosa objetiva y su articulación con la libertad personal. De la misma manera que en el amor, la libertad queda supeditada a él voluntariamente. En la conciencia religiosa esta libertad se supedita como decisión libre a la voluntad de Dios. La confesión es la práctica que ayuda a comprender mediante la experiencia esta condición.

Al menospreciarla, o diluirla, al liquidar de ella lo que tiene de esfuerzo de revisión, y de conciencia del pecado, dirigida a remediar el mal cometido y reconciliarnos con Dios, trivializamos la Comunión, el sacramento central de nuestra fe, que exige una cierta preparación previa. Él es en sí mismo fuente de Gracia pero necesita ser acometido desde la reconciliación con Dios, y hoy, en que la Comunión en la celebración dominical es tan generalizada, se me da que tiene el riesgo de convertirse en un gesto social y ritual en los términos en que se acude a él.

La confesión es un ejercicio del espíritu, un esfuerzo necesario, previo a la gratuidad de la Gracia que define el papel del ser humano en la continuidad de la tarea redentora y fuente de formación y crecimiento de la conciencia interior. Es la vía del esfuerzo para construir la virtud en gracia con Dios. Todo esto no puede ser aceptado que se diluya sin más. Nuestra Iglesia necesita la revolución de la confesión o al menos esto es lo que a mí me parece.

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