Páginas

martes, 4 de noviembre de 2014

¡HABLEN, POR FAVOR, SEÑORES OBISPOS!




ECLESALIA, 03/11/14.- Está tan reciente, que si se tratase de una obra manual podría deshacerse todavía en las manos. Me estoy refiriendo a la corrupción política que estos días (finales de octubre) está acaparando todo tipo de medios. Como ciudadano me siento igualmente de indignado que lo están yo diría que todas las personas que formamos este país. Pero también lo estoy, o quizás de manera especial, no lo sé muy bien, como persona que intenta seguir a Jesús (soy muy amante de esta expresión); pero si alguien quiere que sea más explícito, no tengo ningún inconveniente en decir que lo estoy como católico que lo soy o que por lo menos me siento. 

Es precisamente desde esta segunda perspectiva que me gustaría decir alguna cosa, porque encuentro a faltar ciertas actitudes que hacen subir todavía más mi indignación. Veo que la Iglesia, me refiero muy especialmente a la jerarquía, a quien le falta tiempo para salir al paso a la hora de dar normativas a sus fieles, manifiesta una celeridad inusitada, a la vez que levanta la voz todo lo que puede en según qué circunstancias y en lo relacionado a según qué temas y, en cambio, calla o “hace mutis por el foro” en según qué otros. Pienso que no hace falta decir en cuáles, pero, ya puestos, podríamos hablar entre otros del aborto, de los homosexuales, de los divorciados vueltos a casar a quien, por cierto, se les niega la comunión, etc.
Algunos representantes de dicha jerarquía ponen el grito en el cielo llegando a pronunciar exabruptos cuando creen que algunas de estas cuestiones son transgredidas por parte de los gobernantes de turno. Baste recordar todo lo que llegó a decir el obispo de Alcalá de Henares, Monseñor Reig Pla, cuando el gobierno de Rajoy echó para atrás el proyecto de ley relativa al aborto, favorable a los principios de la Iglesia, que había presentado el anterior ministro de justicia, Sr. Gallardón. Parece ser que lo que estaba en juego era la vida o lo que es lo mismo el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios, lo cual no dejaba el más mínimo resquicio a la hora de infringir la condena en toda su dureza.
¿Dónde está el Séptimo Mandamiento? ¿Que acaso es de condición inferior al Quinto o al Sexto en cuanto a las relaciones humanas se refiere con todas las facetas a través de las cuales puede manifestarse, como por ejemplo el matrimonio fracasado y vuelto a rehacer o las uniones homosexuales, entre otros? ¿Por qué a estos se les dice que no pueden participar de pleno en la Eucaristía concretamente y, en cambio, reina el silencio más absoluto respecto a otras personas que roban y estafan, tanto sean descubiertas o no?
Señores representantes de la Iglesia simplemente les pediría dos cosas: en primer lugar hablar, pues el silencio a sabiendas es totalmente cómplice. En segundo lugar decir las cosas tal y como son, sin emplear embudos ni rodeos; nadie les pide que digan nombres, en caso que los supieran, porque pienso que no están acreditados para ello. Sino sencillamente decir que robar es un pecado tan fuerte y tan grave como cualquier otro que pueda hacer daño al prójimo.
No se escuden diciendo que ya lo hace Cáritas con toda la crudeza que es capaz de hacer desde sus palabras y desde sus hechos. Por cierto, aprovecho para decir que vayan desde aquí hacia ella todas mis gracias. Pero sean ustedes quienes den la cara y recuerden a quienes olvidan o postergan el Séptimo Mandamiento que ya desde tiempos bien antiguos, el pueblo de Israel en concreto, robar a los pobres constituía una de las ofensas más duras contra Yahavé y, por tanto, era uno de aquellos pecados que clamaban al cielo con todo lo que esta expresión encerraba en sí misma. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario