Hace muchísimos años, Sir Isaac Newton construyó una maqueta a escala del Sistema Solar. En su centro tenía una gruesa esfera dorada que representaba el sol, y a su alrededor giraban otras esferas más pequeñas en el extremo de varillas de diversa longitud, las cuales representaban los diferentes planetas entonces conocidos. Un dispositivo formado por ruedas dentadas y correas de transmisión los hacía girar perfectamente sincronizados alrededor del sol.
Cierto día, mientras Newton se encontraba estudiando el modelo, lo visitó un amigo que no creía en la explicación bíblica de la creación. Maravillado por tan genial mecanismo, mientras observaba cómo el científico los hacía avanzar en sus órbitas, exclamó:
—¡Pero qué belleza! ¿Quién te lo construyó?
—Nadie —repuso Newton sin levantar la mirada.
—¿Cómo que nadie? —preguntó el amigo.
—¡Eso mismo! ¡Nadie! Todas estas ruedas, correas y mecanismos se juntaron por azar, y como por arte de magia comenzaron a girar en su órbita a la velocidad precisa.
El incrédulo captó el mensaje. Era una insensatez suponer que la maqueta había surgido de forma accidental. Más insensato todavía era aceptar la teoría de que la Tierra y el universo infinito son obra de la casualidad.
Cierto día, mientras Newton se encontraba estudiando el modelo, lo visitó un amigo que no creía en la explicación bíblica de la creación. Maravillado por tan genial mecanismo, mientras observaba cómo el científico los hacía avanzar en sus órbitas, exclamó:
—¡Pero qué belleza! ¿Quién te lo construyó?
—Nadie —repuso Newton sin levantar la mirada.
—¿Cómo que nadie? —preguntó el amigo.
—¡Eso mismo! ¡Nadie! Todas estas ruedas, correas y mecanismos se juntaron por azar, y como por arte de magia comenzaron a girar en su órbita a la velocidad precisa.
El incrédulo captó el mensaje. Era una insensatez suponer que la maqueta había surgido de forma accidental. Más insensato todavía era aceptar la teoría de que la Tierra y el universo infinito son obra de la casualidad.
El insigne astrónomo Johann Kepler (1571-1630) en la última página de su "Astronomia Nava" dejó escrito: «Antes de levantarme de esta mesa, sobre la que he hilvanado todas mis investigaciones, no me queda sino levantar mis manos y mis ojos al cielo, y dirigir una humilde plegaria al autor de toda luz:
¡Oh Tú! que, por medio de las que has esparcido en la naturaleza, levantas nuestros deseos hasta la divina luz, a fin de que nos veamos un día transportados a la luz eterna de la gloria. Yo te agradezco, Señor y Creador, todas las alegrías que he sentido durante la contemplación de tus obras. He escrito estos renglones que contienen el resumen de todas mis labores, para proclamar ante el mundo la grandeza de tus obras...»
También decía: «Está cerca el día en que podremos leer a Dios en el libro de la Naturaleza con la misma claridad con que lo leemos en las Sagradas Escrituras, y contemplar gozosos la armonía de ambas revelaciones»
¡Oh Tú! que, por medio de las que has esparcido en la naturaleza, levantas nuestros deseos hasta la divina luz, a fin de que nos veamos un día transportados a la luz eterna de la gloria. Yo te agradezco, Señor y Creador, todas las alegrías que he sentido durante la contemplación de tus obras. He escrito estos renglones que contienen el resumen de todas mis labores, para proclamar ante el mundo la grandeza de tus obras...»
También decía: «Está cerca el día en que podremos leer a Dios en el libro de la Naturaleza con la misma claridad con que lo leemos en las Sagradas Escrituras, y contemplar gozosos la armonía de ambas revelaciones»
Merrill C. Tenney dijo: "Afirmar que un mundo tan complejo como el que habitamos es fruto del azar es tan ilógico como decir que los dramas de Shakespeare fueron compuestos por monos que jugueteaban en una imprenta."
Lord Kelvin (1824-1907), inventor británico, es conocido por la escala absoluta de temperaturas, por el primer cable transatlántico de telégrafo y por haber ayudado a formular la segunda ley de la termodinámica. Lord Kelvin dijo «Ciertamente el inicio de la vida en la Tierra no se debe a ningún fenómeno químico o eléctrico, ni a ninguna agrupación cristalina de moléculas. Debemos detenernos a contemplar cara a cara el misterio y el milagro de la creación de los seres vivientes.»
El Dr. Arthur Compton, Premio Nobel de física, afirmó: "Para mí, la fe nace de comprender que una Inteligencia Suprema creó el universo y al hombre. No me resulta difícil tener esa fe, porque es indesmentible que todo plan es fruto de la inteligencia. Un universo que se despliega pleno de orden ante nuestros ojos corrobora la autenticidad de la afirmación más majestuosa que se haya hecho jamás: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra.»
Robert Millikan (1868-1953, Premio Nobel de física) comentó: Detrás de todo reloj tuvo que haber un relojero; asímismo, detrás de la intrincada precisión de este gran universo, ¡tuvo que haber un Dios planificador y Creador!
Lord Kelvin (1824-1907), inventor británico, es conocido por la escala absoluta de temperaturas, por el primer cable transatlántico de telégrafo y por haber ayudado a formular la segunda ley de la termodinámica. Lord Kelvin dijo «Ciertamente el inicio de la vida en la Tierra no se debe a ningún fenómeno químico o eléctrico, ni a ninguna agrupación cristalina de moléculas. Debemos detenernos a contemplar cara a cara el misterio y el milagro de la creación de los seres vivientes.»
El Dr. Arthur Compton, Premio Nobel de física, afirmó: "Para mí, la fe nace de comprender que una Inteligencia Suprema creó el universo y al hombre. No me resulta difícil tener esa fe, porque es indesmentible que todo plan es fruto de la inteligencia. Un universo que se despliega pleno de orden ante nuestros ojos corrobora la autenticidad de la afirmación más majestuosa que se haya hecho jamás: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra.»
Robert Millikan (1868-1953, Premio Nobel de física) comentó: Detrás de todo reloj tuvo que haber un relojero; asímismo, detrás de la intrincada precisión de este gran universo, ¡tuvo que haber un Dios planificador y Creador!
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